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Melanie Klein (1882-1960), psicoanalista austriaca, pionera en el establecimiento del psicoanálisis infantil.
De sus observaciones en el Desarrollo del niño propone la existencia de dos etapas cruciales a las que llama
Posición Esquizoparanoide, que ha de sortearse durante los primeros tres o cuatro meses de vida; y la
Posición Depresiva, que ubica en la segunda mitad del primer año. M. Klein señala que cada una de estas
etapas implica una configuración específica de las relaciones objetales, generada con base en las
ansiedades y defensas que el niño va experimentando. Comparten las tres la característica de persistir a lo
largo de la vida.
Por Relaciones Objetales se entiende el estudio psicoanalítico de la naturaleza y el origen de las relaciones
interpersonales y de las estructuras intrapsíquicas que derivan de las relaciones internalizadas del pasado.
Concretamente, las relaciones objetales se establecen durante el primer año de vida, provienen de la
interacción del niño con su entorno, persisten toda la vida y suelen reactivarse en el contexto de las
relaciones interpersonales presentes, como podrían ser una relación laboral o una relación de pareja.
Posición Esquizoparanoide: Al momento de nacer el sujeto está sólo en la oscuridad total, inmerso en sí
mismo con un desconocimiento absoluto del medio, incluyendo a su “objeto”, su cuidador (mundo esquizo).
Nacer implica estar expuesto a todo, en un estado de inquietud, de zozobra, donde el sujeto no aparece; es
una situación de malestar que genera gran ansiedad, sin causa aparente, Ansiedad paranoide. El bebé no
reconoce personas, sino que se relaciona con objetos parciales: el pecho de la madre, su voz, sus cuidados;
por otro lado sus miedos, sus ansiedades, sus descuidos. Tendrá que ir incorporándolos uno a uno hasta
integrar un objeto total, la madre.
M. Klein propone que en estas etapas tempranas surgen los mecanismos de defensa más primitivos, con la
finalidad de aminorar la ansiedad: la Escisión, en “todo bueno” y “todo malo”. Esto es, cuando el bebé es
satisfecho considera que “todo” es bueno y baja la ansiedad; pero si no es satisfecho “todo” es malo, y
ocurre lo contrario. En ese contexto, el bebé deposita (Proyección) sus partes buenas y su partes malas al
objeto parcial, e incorpora (Introyección) lo que en forma fantaseada o real proviene de ese objeto. Como
una manera de desaparecer cualquier esbozo de angustia surge la Negación mágica omnipotente : “Aquí no
está pasando nada”. La idealización es otro medio de defensa contra la ansiedad del yo el niño tiende a
transformar en su ideal a su objeto aún parcial, el pecho, atribuyéndole todas sus experiencias gratificantes,
sean fantaseadas o reales, de modo tal que niega lo indeseable de este objeto y proyecta en él su libido.
Según M. Klein la fantasía inconsciente es la expresión mental de los instintos y por consiguiente existe,
como estos, desde el comienzo de la vida. La concepción de la fantasía como expresión mental de los
instintos por mediación del yo supone cierto grado de organización yoica, y supone que desde el nacimiento
el yo es capaz de establecer (y de hecho la ansiedad y los instintos lo impulsan a establecer) relaciones
objetales en la fantasía y en la realidad.
Desde el momento del nacimiento el bebé tiene qué enfrentarse con el impacto de la realidad, que
comienza con la experiencia del nacimiento mismo y prosigue con innumerables experiencias de
gratificación y frustración de sus deseos. Estas experiencias con la realidad influyen inmediatamente en la
fantasía inconsciente, que a su vez influye en ellas. Si bien la fantasía inconsciente influye y altera
constantemente la percepción o la interpretación de la realidad, lo inverso también es cierto: la realidad
ejerce su impacto sobre la fantasía inconsciente.
Una mala experiencia real se hace mucho más importante cuando el bebe ha tenido intensas fantasías
coléricas, ya que dicha experiencia le confirma no solo que el mundo exterior es malo. En cambio, las
experiencias buenas tienden a disminuir la ira, a modificar las experiencias persecutorias y a estimular la
gratitud del bebé y su creencia en el objeto bueno.
En ese contexto de realidad y fantasía, primero se introyectan objetos parciales: el pecho -el ideal y el
persecutorio. Después se introyectan objetos totales: madre, padre, pareja parental. La estructura de la

personalidad está determinada en gran parte por las fantasías más permanentes del yo sobre sí
mismo y los objetos que contiene. Cuanto mayor es el sentimiento de pérdida, mayor es la
debilidad del YO y mayor entonces la amenaza, es decir, mayor miedo al ataque.

Defensas esquizoides
Todos los bebes tienen períodos de ansiedad y las ansiedades y defensas que constituyen el núcleo de la
posición esquizoparanoide son parte normal del desarrollo humano. Ninguna experiencia se borra o
desaparece jamás, y hasta en el individuo más normal ciertas situaciones removerán las ansiedades
tempranas y pondrán en funcionamiento los tempranos mecanismos de defensa.
La escisión es lo que permite al yo emerger del caos y ordenar sus experiencias; es la base de lo que será
después la capacidad de discriminar, cuyo origen es la diferenciación temprana entre lo bueno y lo malo.
Otros aspectos de la escisión que persisten en la madurez son la capacidad de prestar atención, o para
suspender la propia emoción con el propósito de formarse un juicio intelectual, haciendo una escisión
temporaria y reversible.
Con la escisión se relaciona la ansiedad persecutoria y la idealización. Es necesario cierto grado de ansiedad
persecutoria para poder reconocer, evaluar y reaccionar ante circunstancias externas realmente peligrosas.
La relación con un objeto bueno contiene generalmente cierto grado de idealización, y esta idealización
persiste en muchas situaciones, como enamorarse, apreciar la belleza, formarse ideales sociales o políticos,
emociones que aunque no sean estrictamente racionales, incrementan la riqueza y variedad de nuestra vida.
La identificación proyectiva pasa a constituir la forma más temprana de empatía, y la capacidad para
“ponerse en el lugar del otro” se basa tanto en la identificación proyectiva como introyectiva. Para que la
posición esquizoparanoide de lugar, en forma gradual y relativamente no perturbada al siguiente paso del
desarrollo, la posición depresiva, la condición necesaria es que las experiencias buenas predominen sobre
las malas. A este predominio contribuyen tanto factores internos como externos.
La creencia en la bondad del objeto y en la bondad del Yo, van juntas. El yo se identifica repetidamente con
el objeto ideal, adquiriendo así mayor fuerza y mayor capacidad para enfrentarse con ansiedades sin recurrir
a violentos mecanismos de defensa. Disminuye el miedo a los perseguidores y disminuye también la escisión
entre los objetos persecutorios e ideales. Se permite que ambos se aproximen más y esto los prepara para la
integración. En la medida que el yo se prepara para integrar sus objetos consigue integrarse él mismo, y
distingue cada vez mejor entre lo que es el Yo y lo que es objeto.
ENVIDIA. Qué experiencia llega a tener realmente el bebe depende tanto de factores externos como
internos. La privación externa, física o emocional impide la gratificación; pero aunque el ambiente
proporcione experiencias aparentemente gratificadoras, los factores internos pueden alterarlas e incluso
impedirlas. Melanie Klein considera a la envidia temprana como uno de esos factores, que actúa desde el
nacimiento y afecta fundamentalmente las primeras experiencias.
Hay una tendencia a confundir la envidia con los celos; es bastante común que se llame celos a la envidia,
pero muy raro que se describa a los celos como envidia. Sin embargo, se debe diferenciar la envidia
temprana de los celos y de la voracidad.
Los celos se basan en el amor y su objetivo es poseer al objeto amada y excluir al rival. Corresponden a una
relación triangular y por consiguiente a una época de la vida en que se reconocen y diferencian claramente a
los objetos. La envidia es una relación de dos partes en que el sujeto envidia al objeto por alguna posesión o
cualidad; no es necesario que otro objeto viviente intervenga en ella. La envidia se experiencia
esencialmente en función de objetos parciales. En la voracidad el objetivo es poseer todo lo bueno que
puede extraerse del objeto, sin considerar las consecuencias.
La voracidad puede tener como consecuencia la destrucción del objeto, arruinándose lo que tenía de bueno,
pero la destrucción es contingente y no el fin que se buscaba. En la envidia el fin es ser uno mismo tan
bueno como el objeto, pero cuando esto se siente imposible el objetivo se convierte en arruinar lo bueno
que posee el objeto para suprimir la fuente de envidia. Es este aspecto de la envidia lo que la hace tan
destructiva para el desarrollo, pues convierte en mala a la fuente de todo lo bueno.
La envidia puede fusionarse con la voracidad, no solo para poseer todo lo bueno que el objeto tiene, sino
también para vaciarlo intencionadamente, a fin de que no contenga nada envidiable. Arruinar, uno de los
propósitos de la envidia, es una defensa contra ella, ya que un objeto arruinado no provoca envidia.
Se puede trocar por una desvaloración, para proteger al objeto, pues así sólo se disminuye su valor y no se
lo arruina totalmente.
Posición Depresiva. El yo del infante está ahora más integrado y sus relaciones se dan con objetos totales
“malos” y “buenos”, la angustia es menos intensa y los mecanismos son los mismos que en la anterior
posición pero más atenuados y organizados, y la ansiedad dominante es depresiva, todo esto se debe a que
la mayor integración del yo. Principalmente comienza a reconocer a su objeto total. Es aquí donde Klein
introduce ahora la ambivalencia, ahora se conjuga que la madre puede ser buena y ser mala, que puede
estar presente y ausentarse, que puede amarla y odiarla al mismo tiempo.
El temor de dañar o destruir el objeto amado pone en juego las tentativas del yo para inhibir sus pulsiones
agresivas, genera en el niño un sentimiento de culpa y consecuentemente una tendencia a la reparación del
mismo. Así, puede centrarse la reparación como propia de esta posición, pues en la medida en que el yo
pueda restaurar su objeto amado al que ha destruido en su fantasía omnipotentemente. Es importante
observar que la actividad reparatoria hace progresar la integración yoica, las fantasías y actividades
reparatorias resuelven las ansiedades de la posición depresiva. Al mismo tiempo, la cada vez mayor
integración que va adquiriendo el yo, el niño va advirtiendo su existencia propia y la de sus objetos
separados de él.
En la posición depresiva aparecerán las defensas maníacas como mecanismos específicos destinados a
impedir la vivencia de ansiedades depresivas como el miedo a la perdida, duelo, nostalgia y culpa. La función
de estas defensas es ir contra todo sentimiento de dependencia evitándolos, negándolos o invirtiéndolos.
Justamente, el niño se defenderá de la ambivalencia y de las sensaciones que estas ansiedades le provocan
reviviendo la escisión tanto del yo como del objeto como instrumentó en la posición esquizo paranoide; el
fin que se persigue es, como dice Klein, una triada de sentimientos en una relación maniaca con los objetos:
control, triunfo y desprecio.
Así, controlando al objeto el yo niega la dependencia que tiene con él; el triunfo es la negación por el yo de
sentir nostalgia por el ol objeto destruido por su omnipotencia y el desprecio es otra forma de negar cuánto
el yo valora a ese objeto del cual depende, un objeto despreciable no merece que sienta culpa por él.
Entonces esta triada esta destinada a impedir la vivencia novedosa de dependencia y de amenaza de
perdida que descubre el yo ahora que se encuentra más organizado. En la posición depresiva se ataca
originariamente al objeto de forma ambivalente pero cuando el sentimiento de culpa y pérdida es
intolerable entran en juego estas defensas maníacas. En este caso la reparación no se ejecuta profundizando
así la ansiedad depresiva.
La conceptualización kleiniana indica que si el niño no logra ver a la madre como un objeto total, corre el
riesgo de evolucionar hacia estados limítrofes o hacia una psicosis; en el caso inverso podrá superar ese
estado de destrucción mediante la posición depresiva.
Melanie Klein y las etapas del psicoanálisis infantil

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  • 1. Melanie Klein (1882-1960), psicoanalista austriaca, pionera en el establecimiento del psicoanálisis infantil. De sus observaciones en el Desarrollo del niño propone la existencia de dos etapas cruciales a las que llama Posición Esquizoparanoide, que ha de sortearse durante los primeros tres o cuatro meses de vida; y la Posición Depresiva, que ubica en la segunda mitad del primer año. M. Klein señala que cada una de estas etapas implica una configuración específica de las relaciones objetales, generada con base en las ansiedades y defensas que el niño va experimentando. Comparten las tres la característica de persistir a lo largo de la vida. Por Relaciones Objetales se entiende el estudio psicoanalítico de la naturaleza y el origen de las relaciones interpersonales y de las estructuras intrapsíquicas que derivan de las relaciones internalizadas del pasado. Concretamente, las relaciones objetales se establecen durante el primer año de vida, provienen de la interacción del niño con su entorno, persisten toda la vida y suelen reactivarse en el contexto de las relaciones interpersonales presentes, como podrían ser una relación laboral o una relación de pareja. Posición Esquizoparanoide: Al momento de nacer el sujeto está sólo en la oscuridad total, inmerso en sí mismo con un desconocimiento absoluto del medio, incluyendo a su “objeto”, su cuidador (mundo esquizo). Nacer implica estar expuesto a todo, en un estado de inquietud, de zozobra, donde el sujeto no aparece; es una situación de malestar que genera gran ansiedad, sin causa aparente, Ansiedad paranoide. El bebé no reconoce personas, sino que se relaciona con objetos parciales: el pecho de la madre, su voz, sus cuidados; por otro lado sus miedos, sus ansiedades, sus descuidos. Tendrá que ir incorporándolos uno a uno hasta integrar un objeto total, la madre. M. Klein propone que en estas etapas tempranas surgen los mecanismos de defensa más primitivos, con la finalidad de aminorar la ansiedad: la Escisión, en “todo bueno” y “todo malo”. Esto es, cuando el bebé es satisfecho considera que “todo” es bueno y baja la ansiedad; pero si no es satisfecho “todo” es malo, y ocurre lo contrario. En ese contexto, el bebé deposita (Proyección) sus partes buenas y su partes malas al objeto parcial, e incorpora (Introyección) lo que en forma fantaseada o real proviene de ese objeto. Como una manera de desaparecer cualquier esbozo de angustia surge la Negación mágica omnipotente : “Aquí no está pasando nada”. La idealización es otro medio de defensa contra la ansiedad del yo el niño tiende a transformar en su ideal a su objeto aún parcial, el pecho, atribuyéndole todas sus experiencias gratificantes, sean fantaseadas o reales, de modo tal que niega lo indeseable de este objeto y proyecta en él su libido. Según M. Klein la fantasía inconsciente es la expresión mental de los instintos y por consiguiente existe, como estos, desde el comienzo de la vida. La concepción de la fantasía como expresión mental de los instintos por mediación del yo supone cierto grado de organización yoica, y supone que desde el nacimiento el yo es capaz de establecer (y de hecho la ansiedad y los instintos lo impulsan a establecer) relaciones objetales en la fantasía y en la realidad.
  • 2. Desde el momento del nacimiento el bebé tiene qué enfrentarse con el impacto de la realidad, que comienza con la experiencia del nacimiento mismo y prosigue con innumerables experiencias de gratificación y frustración de sus deseos. Estas experiencias con la realidad influyen inmediatamente en la fantasía inconsciente, que a su vez influye en ellas. Si bien la fantasía inconsciente influye y altera constantemente la percepción o la interpretación de la realidad, lo inverso también es cierto: la realidad ejerce su impacto sobre la fantasía inconsciente. Una mala experiencia real se hace mucho más importante cuando el bebe ha tenido intensas fantasías coléricas, ya que dicha experiencia le confirma no solo que el mundo exterior es malo. En cambio, las experiencias buenas tienden a disminuir la ira, a modificar las experiencias persecutorias y a estimular la gratitud del bebé y su creencia en el objeto bueno. En ese contexto de realidad y fantasía, primero se introyectan objetos parciales: el pecho -el ideal y el persecutorio. Después se introyectan objetos totales: madre, padre, pareja parental. La estructura de la personalidad está determinada en gran parte por las fantasías más permanentes del yo sobre sí mismo y los objetos que contiene. Cuanto mayor es el sentimiento de pérdida, mayor es la debilidad del YO y mayor entonces la amenaza, es decir, mayor miedo al ataque. Defensas esquizoides Todos los bebes tienen períodos de ansiedad y las ansiedades y defensas que constituyen el núcleo de la posición esquizoparanoide son parte normal del desarrollo humano. Ninguna experiencia se borra o desaparece jamás, y hasta en el individuo más normal ciertas situaciones removerán las ansiedades tempranas y pondrán en funcionamiento los tempranos mecanismos de defensa. La escisión es lo que permite al yo emerger del caos y ordenar sus experiencias; es la base de lo que será después la capacidad de discriminar, cuyo origen es la diferenciación temprana entre lo bueno y lo malo. Otros aspectos de la escisión que persisten en la madurez son la capacidad de prestar atención, o para suspender la propia emoción con el propósito de formarse un juicio intelectual, haciendo una escisión temporaria y reversible. Con la escisión se relaciona la ansiedad persecutoria y la idealización. Es necesario cierto grado de ansiedad persecutoria para poder reconocer, evaluar y reaccionar ante circunstancias externas realmente peligrosas. La relación con un objeto bueno contiene generalmente cierto grado de idealización, y esta idealización persiste en muchas situaciones, como enamorarse, apreciar la belleza, formarse ideales sociales o políticos, emociones que aunque no sean estrictamente racionales, incrementan la riqueza y variedad de nuestra vida. La identificación proyectiva pasa a constituir la forma más temprana de empatía, y la capacidad para “ponerse en el lugar del otro” se basa tanto en la identificación proyectiva como introyectiva. Para que la
  • 3. posición esquizoparanoide de lugar, en forma gradual y relativamente no perturbada al siguiente paso del desarrollo, la posición depresiva, la condición necesaria es que las experiencias buenas predominen sobre las malas. A este predominio contribuyen tanto factores internos como externos. La creencia en la bondad del objeto y en la bondad del Yo, van juntas. El yo se identifica repetidamente con el objeto ideal, adquiriendo así mayor fuerza y mayor capacidad para enfrentarse con ansiedades sin recurrir a violentos mecanismos de defensa. Disminuye el miedo a los perseguidores y disminuye también la escisión entre los objetos persecutorios e ideales. Se permite que ambos se aproximen más y esto los prepara para la integración. En la medida que el yo se prepara para integrar sus objetos consigue integrarse él mismo, y distingue cada vez mejor entre lo que es el Yo y lo que es objeto. ENVIDIA. Qué experiencia llega a tener realmente el bebe depende tanto de factores externos como internos. La privación externa, física o emocional impide la gratificación; pero aunque el ambiente proporcione experiencias aparentemente gratificadoras, los factores internos pueden alterarlas e incluso impedirlas. Melanie Klein considera a la envidia temprana como uno de esos factores, que actúa desde el nacimiento y afecta fundamentalmente las primeras experiencias. Hay una tendencia a confundir la envidia con los celos; es bastante común que se llame celos a la envidia, pero muy raro que se describa a los celos como envidia. Sin embargo, se debe diferenciar la envidia temprana de los celos y de la voracidad. Los celos se basan en el amor y su objetivo es poseer al objeto amada y excluir al rival. Corresponden a una relación triangular y por consiguiente a una época de la vida en que se reconocen y diferencian claramente a los objetos. La envidia es una relación de dos partes en que el sujeto envidia al objeto por alguna posesión o cualidad; no es necesario que otro objeto viviente intervenga en ella. La envidia se experiencia esencialmente en función de objetos parciales. En la voracidad el objetivo es poseer todo lo bueno que puede extraerse del objeto, sin considerar las consecuencias. La voracidad puede tener como consecuencia la destrucción del objeto, arruinándose lo que tenía de bueno, pero la destrucción es contingente y no el fin que se buscaba. En la envidia el fin es ser uno mismo tan bueno como el objeto, pero cuando esto se siente imposible el objetivo se convierte en arruinar lo bueno que posee el objeto para suprimir la fuente de envidia. Es este aspecto de la envidia lo que la hace tan destructiva para el desarrollo, pues convierte en mala a la fuente de todo lo bueno. La envidia puede fusionarse con la voracidad, no solo para poseer todo lo bueno que el objeto tiene, sino también para vaciarlo intencionadamente, a fin de que no contenga nada envidiable. Arruinar, uno de los propósitos de la envidia, es una defensa contra ella, ya que un objeto arruinado no provoca envidia. Se puede trocar por una desvaloración, para proteger al objeto, pues así sólo se disminuye su valor y no se lo arruina totalmente.
  • 4. Posición Depresiva. El yo del infante está ahora más integrado y sus relaciones se dan con objetos totales “malos” y “buenos”, la angustia es menos intensa y los mecanismos son los mismos que en la anterior posición pero más atenuados y organizados, y la ansiedad dominante es depresiva, todo esto se debe a que la mayor integración del yo. Principalmente comienza a reconocer a su objeto total. Es aquí donde Klein introduce ahora la ambivalencia, ahora se conjuga que la madre puede ser buena y ser mala, que puede estar presente y ausentarse, que puede amarla y odiarla al mismo tiempo. El temor de dañar o destruir el objeto amado pone en juego las tentativas del yo para inhibir sus pulsiones agresivas, genera en el niño un sentimiento de culpa y consecuentemente una tendencia a la reparación del mismo. Así, puede centrarse la reparación como propia de esta posición, pues en la medida en que el yo pueda restaurar su objeto amado al que ha destruido en su fantasía omnipotentemente. Es importante observar que la actividad reparatoria hace progresar la integración yoica, las fantasías y actividades reparatorias resuelven las ansiedades de la posición depresiva. Al mismo tiempo, la cada vez mayor integración que va adquiriendo el yo, el niño va advirtiendo su existencia propia y la de sus objetos separados de él. En la posición depresiva aparecerán las defensas maníacas como mecanismos específicos destinados a impedir la vivencia de ansiedades depresivas como el miedo a la perdida, duelo, nostalgia y culpa. La función de estas defensas es ir contra todo sentimiento de dependencia evitándolos, negándolos o invirtiéndolos. Justamente, el niño se defenderá de la ambivalencia y de las sensaciones que estas ansiedades le provocan reviviendo la escisión tanto del yo como del objeto como instrumentó en la posición esquizo paranoide; el fin que se persigue es, como dice Klein, una triada de sentimientos en una relación maniaca con los objetos: control, triunfo y desprecio. Así, controlando al objeto el yo niega la dependencia que tiene con él; el triunfo es la negación por el yo de sentir nostalgia por el ol objeto destruido por su omnipotencia y el desprecio es otra forma de negar cuánto el yo valora a ese objeto del cual depende, un objeto despreciable no merece que sienta culpa por él. Entonces esta triada esta destinada a impedir la vivencia novedosa de dependencia y de amenaza de perdida que descubre el yo ahora que se encuentra más organizado. En la posición depresiva se ataca originariamente al objeto de forma ambivalente pero cuando el sentimiento de culpa y pérdida es intolerable entran en juego estas defensas maníacas. En este caso la reparación no se ejecuta profundizando así la ansiedad depresiva. La conceptualización kleiniana indica que si el niño no logra ver a la madre como un objeto total, corre el riesgo de evolucionar hacia estados limítrofes o hacia una psicosis; en el caso inverso podrá superar ese estado de destrucción mediante la posición depresiva.