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Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.
La Retribución de Valkyria

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Renuncias: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen a Renaissance Pictures y MCA/Universal Television. Han sido
tomados prestados para esta historia, la cual no pretende infringir ningún derecho de propiedad intelectual, ni persigue fin
de lucro alguno. El contenido del presente escrito (salvo donde se indica) es propiedad exclusiva de su autora. Febrero del
2003.

Clasificación:

Autora: Valkyria

L A

R E T R I B U C I Ó N

LOS SIETE

El saqueo y la masacre dieron comienzo repentinamente. Confusión, gritos, luchas por doquier; todo se conjugaba en
la vorágine de las almas sedientas de sangre y poder. Una voz de mando, cuyos gritos caían cuales rayos sobre la
gente de la población, era la más estremecedora de las armas con las que contaba Talón, líder de aquella canalla, de
la infame horda que estaba causando pánico en toda la región.
De pronto... el silencio, roto por un chillido infantil, un gemido de mujer hecha viuda y por las palabras groseras de
los despojadores. El humo ascendía como señal del fin y de la destrucción sin tregua... Todo había acabado.
El mundo era violento y los héroes pocos, pero los había. Siguiendo la huella de los caballos de la horda iban otros
con jinetes al lomo en cuya mirada se apreciaba el valor y el sentir de los guerreros que luchan por la libertad. Eran
siete los que gallardamente montaban sus corceles. Estaban armados con espadas, ballestas, dagas, y decididos a
acabar con la amenaza que Talón y sus hombres significaban para todos. Así, cuando se colocaron en la calle
principal de la aldea, y mientras los infames se armaban una vez más, el líder de los siete habló.
— ¡Soy Gabrielle de Potedia! Y les ordeno que abandonen pacíficamente esta aldea o tendremos que echarlos por la
fuerza— la voz sonaba imperativa y la figura era la de una fuerte mujer en cuya mirada de águila fulguraba decisión
y coraje.
Talón soltó una estruendosa carcajada que mostró el interior de su inmunda boca.
— ¿Qué diablos es lo que comes?— preguntó Gabrielle empuñando su espada.
Con feroz expresión, Talón alzó su estoque y vociferó:
— ¡Ramera! Tú y tus seis maridos morirán ahora.

Cuando la batalla se disponía aparecieron como de la nada otros guerreros que rodearon la población. La horda se
asustó al verse cercados y entender la mueca en el rostro de su comandante.
— Te equivocaste de número. ¡Son cincuenta!— con diabólica sonrisa la mujer alzó su espada y el fiero grito de
batalla rompió el aire.
Los aldeanos sobrevivientes aprovecharon la situación y corrieron hacia los peñascos cercanos mientras el combate
arreciaba. Uno a uno, los miserables caían sin vida. Era casi imposible la supervivencia contra un grupo que doblaba
su número y que además mostraba virtudes bélicas superiores. El último en caer fue Talón, un privilegio que se
reservó Gabrielle, la osada caudilla de Potedia. Sólo unos cuantos huyeron.
— Déjenlos. Corren con tanto miedo que estoy segura de que no volveremos a ver sus apestosos traseros.
— Es demasiado arriesgado, Gabrielle. Tenemos que eliminarlos a todos— replicó Tales. Éste era un hombre noble
de espíritu, valiente. Su ciudad cayó víctima de la camada de Talón y jurando venganza y firme lealtad hacia
Gabrielle, quien salvó la vida de su padre en aquella batalla. Él y cinco guerreros más se unieron en la búsqueda del
odiado enemigo.
— Lo más importante ahora es la gente: traerlos de regreso y ayudarles a reconstruir todo... Enterrar a sus
muertos.
Para Tales, la palabra de Gabrielle era una orden irrefutable e hizo tal cual era el deseo de su líder. Ella, a su vez,
punzó su caballo y acercándose a un hombre cuya barba blanca mostraba largos años de vida, le dijo:
— ¡Gracias, Triano! No lo hubiéramos logrado sin tu ayuda— se estrecharon las manos.
— Mi hija te debe la vida y eso es más que una deuda para contigo. Por cierto, que envía saludos a su guerrera
favorita...— dijo el hombre esbozando una amplia sonrisa que Gabrielle correspondió cálidamente.
— Dile que le envío un abrazo y que espero estar de vuelta pronto para su boda.

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El pequeño ejército se alejó tras la mirada ahora melancólica de Gabrielle, y el pensamiento puesto en la próxima
batalla.
Dos días después de estos acontecimientos, los siete se marcharon de la comarca. Llevaban provisiones para un
largo viaje, un viaje hacia las Montañas Oscuras del Norte.
Encontraron un buen lugar para acampar en medio de un bosque de frondosos robles. La noche caía.

Después de comer, beber vino y entonar un par de canciones guiados por la ronca voz de Solan, quien era tosco y
robusto, pero tremendamente gracioso, se dispusieron a dormir.
— ¿Cuánto tiempo nos tardaremos en llegar ahora que Las Montañas Oscuras del Norte son nuestro único objetivo?
— preguntó Tales mientras arreglaba sus mantas.
— Cinco días. No podemos llegar más tarde. Recuerda lo que nos dijo la profetisa: si llegamos el día de la luna llena,
todo cuanto hagamos por detener a Karión será inútil— contestó Gabrielle, mientras se acomodaba para descansar.
La noche estaba raramente silenciosa, gracias a lo cual Los Siete, como se les conocía por sus hazañas, descansaban
más tranquilamente que nunca. Sin embargo, de súbito, escucharon unos gritos familiares que los despertaron con
sobresalto. Eran los hombres de Talón que habían logrado escapar. Los vigilaron y siguieron hasta este lugar para
atacarlos de noche. Esta parecía la ocasión más propicia.
Sin tiempo de tomar sus espadas, Gabrielle y sus compañeros se vieron rodeados por un número igual de fieras,
pues eso parecían aquellos hombres. Los valientes habían sido despojados de sus armas y el que parecía el líder en
esa ocasión tomó a la mujer por la espalda y puso una daga de manera peligrosa en el cuello de ésta.
— ¿Qué te parece, bastarda? Parece que siempre ganaremos nosotros...— dijo, mientras lamía la oreja de su presa—
Pero antes quizás nos divirtamos un poco.
Tales no se atrevió en ese momento a dar ninguna orden, pues de sobra sabía lo que podría pasar con Gabrielle.

De repente, de la oscuridad más negra llegó la salvación. Uno de la horda desapareció repentina y velozmente entre
las sombras. Alguien o algo tiró de él. No se escuchó nada.
— ¿Qué fue eso? ¿Quién esta ahí? ¿Quién más está con Uds.? ¡Malditos!— dijo el enfurecido y aterrorizado captor de
Gabrielle, que al notar la cara de sorpresa de todos, incluyendo las de sus prisioneros, se asustó aun más.
Inmediatamente un hombre más desapareció de la misma forma. Seguía el silencio. Todos tenían la mirada como
perdida, sus ojos parecían salirse de las órbitas. ¿Quién era?, o ¿qué era?
— ¡Si has venido a rescatar a estos perros y te llevas a uno más de mis hombres, te juro que mato a la mujer!—
presionó más su cuchillo contra el cuello de Gabrielle, que gesticuló con dolor. "No logro ver nada", pensó el hombre
mientras sus manos y frente comenzaban a sudar, heladas. Así, de la nada apareció una flecha que certeramente
atravesó sus sienes. El hombre se desplomó.
Gabrielle, al verse libre, tomó la espada del muerto y aprovechando el estupor general sus compañeros lograron asir
sus propias armas y una vez más el brazo fuerte de la guerra los alcanzó.
La lucha no duró más que unos cuantos minutos. Cuerpos yacían en el suelo. Sólo Los Siete sobrevivieron... una vez
más.
Aguardaron. Miraban con sospecha hacia esa oscuridad sin saber qué esperar. Sus espadas en posición de ataque. El
personaje apareció.
Una figura caminaba lentamente hacia ellos.
— ¿Quién eres?— preguntó con firmeza Tales y, haciendo una señal con sus manos, ordenó a sus hombres rodear a
Gabrielle.
El cuerpo de este ser estaba cubierto de la cabeza a los pies por una enorme túnica negra. "Imposible reconocerlo",
pensaron. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos, a la luz de la fogata, tiró suavemente la cobertura de su
cabeza. Se reveló por fin.
Los seis hombres bajaron sus espadas. Gabrielle sintió que sus fuerzas la abandonaban y, sin percibirlo, su espada
cayó al suelo, pues su mano perdía la vida.
— ¡Xena!— musitó mientras su mente parecía nublarse.
— Gabrielle de Potedia...
Al oír estas palabras y ver aquella figura, la joven rubia sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de rodillas
mientras un frío, el más helado de todos, recorrió su cuerpo. Impresiones del pasado volvieron: la noche lluviosa
cuando encontró el cuerpo decapitado de su amiga, el dolor, la rabia y el odio, aquel odio jamás experimentado, un
odio que no se comparaba al endeble sentimiento que se apoderó de su alma cuando Callisto mató a Pérdicas; su
mente estallando en mil pedazos por no entender el por qué Xena debía morir, todo fue tan confuso como la misma
idea de que ella hubiese vuelto.
— ¡Gabrielle!— Tales se apresuró a sostenerla y ella sucumbió en sus brazos.

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Xena intentó acercarse a su amiga cuando los viejos sentimientos de preocupación volvieron a su corazón; pero los
hombres de Tales con valentía y blandiendo sus afiladas hojas la detuvieron.
— ¡No te acercarás a ella!— dijo Tales, con vigor—. Solan, trae las sales, ¡deprisa!
— No soy su enemiga— replicó Xena.
— ¿Quién eres?— inquirió Solan.

— Soy Xena de Anfípolis, conocida hace tiempo como La Princesa Guerrera.

— Xena murió hace cinco años. La misma Gabrielle nos lo contó— intervino Alexis, otro de los hombres de Tales.

— Ella sabrá reconocerme— ninguno de ellos confió o apartó su espada de Xena y esperaron hasta que su líder se
recuperó.
— ¡Vamos Gabrielle, despierta!— decía Tales, mientras la miraba con ternura y pasaba las sales cerca de la nariz de
la joven.
Por fin ella reaccionó y como era de esperarse una vez más despertó con aquella pregunta tantas veces dicha en el
pasado.
— ¿Dónde está Xena?— con rostro angustiado buscó a su amiga y cuando encontró los azules ojos sus propias
pupilas verdes se clavaron en aquellos.
— Gabrielle, ella no es Xena. Xena está muerta, ¿recuerdas?— dijo Tales tratando inútilmente de detener a su
amiga, quien se encaminaba hacia Xena.
— ¡Xena está muerta! Vi su cuerpo, tengo sus cenizas y no permitió que trajera de regreso su espíritu. ¿Quién eres?
— preguntó secamente Gabrielle mientras clavaba sus ojos en los de aquella mujer.
— Soy Xena de Anfípolis, Princesa Guerrera, amiga de Gabrielle de Potedia: barda, princesa amazona y el ser más
noble y bueno que conocí jamás.
Estas palabras dichas con serenidad y seguridad se clavaron en el corazón de Gabrielle. Sus ojos no pudieron
contener el mar que pujaba por salir y cuando la catarata se desbordó su voz se ahogó.
— ¡No puede ser!— fue todo lo que dijo. Los hombres aún permanecían como estatuas en sus lugares sin moverse
un ápice mientras amenazaban a Xena con sus espadas. Luego de unos segundos...
— Bajen las espadas— pidió Gabrielle—. Si eres Xena resuelve este acertijo: "Los días se cumplieron junto al sol y
las palabras del pergamino volaban entre dos almas sobre el mar."
Hubo un silencio casi sepulcral. Xena cerró sus ojos por unos segundos, después sonrió dulcemente a su amiga y
contestó.
— Los días que se cumplieron junto al sol fueron tus años, estábamos en Tebas sobre un risco a la hora de la puesta
de sol, por eso parecía estar a nuestro lado. Las palabras del pergamino son el poema que le pedí a Safo escribir
para ti. Esa tarde volamos sobre el mar gracias al casco de Hermes que yo tenía en mi poder.
— ¡Realmente eres tú!— las lágrimas regresaron a las mejillas de la joven rubia.
— Gabrielle, esos datos pudo averiguarlos con alguien, muchas personas las conocían— replicó Tales aún mirando
con sospecha a Xena.
— No lo del pergamino. Jamás le conté a nadie que lo tenía. Era mi tesoro— Gabrielle dirigió su mano hacia el rostro
de su amiga mientras susurraba:— Puedo verte... y tocarte otra vez...
Fue el turno de Xena para llorar. ¿Hacía cuánto tiempo que no experimentaba sentimientos tan humanos? Esa
alegría de ver aún viva a Gabrielle, de ver sus verdes ojos, su rubicundo cabello aun corto, su voz siempre juvenil...
Parecía que el tiempo no transcurrió jamás.
— ¡Gabrielle, es bueno verte otra vez!— dijo mientras atraía hacia sí a su amiga tan querida.
Se abrazaron y lloraron juntas. Ambas encontraron una vez más la posición exacta entre los brazos de la otra. Para
Gabrielle era casi imposible creer que Xena estuviera viva de nuevo como algunas veces sucedió en el pasado. Había
perdido la esperanza, eran ya cinco años desde aquella dolorosa y cruel separación. Pero después de todo, aquello
no era tan extraño para ambas que habían gustado el sabor de la victoria sobre la muerte cuando una y otra vez se
les dio la oportunidad de volver.
— ¿Qué fue lo que pasó?— inquirió Gabrielle mientras se reía con aquella sonrisa ingenua, de niña, de soñadora—.
Seguramente no soportaron tu mal genio en donde estabas, ¿eh?
Tales observó un cambio radical en su amiga. Jamás la había visto sonreír así, ni aún en los mejores momentos. La
melancolía de sus ojos desapareció y la rigidez de sus facciones cambiaron a un gesto tierno y dulce. Sí, era otra
chica la que estaba ahí. Una mujer aún más encantadora, más hermosa, más deseable.

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Confiados en el criterio de Gabrielle, los valientes hombres se apartaron de ellas y se prepararon para escuchar lo
que creyeron sería la historia más fantástica que habrían de escuchar en sus vidas.
Tal cual, esta fue, y Xena comenzó:

— Hace cuatro días me encontré cerca de una ciudad llamada Arcadia, cuyo rey es tu amigo Triano. Estuve muy
confundida al principio. No sabía lo que pasaba, me sentía como en un estado de sopor incómodo y de pronto
empecé a tener recuerdos muy extraños. Me vi en una región espiritual rodeada de innumerables almas...
— ¿Con Akemi?— preguntó Gabrielle con cierto dejo de ira en sus ojos.

— Sí. Hay unos seres de hermosa apariencia ahí. Estos fueron los que me enviaron de vuelta al mundo de los
humanos con una misión: dijeron que mi fuerza y su fuerza debían unirse para acabar con el mal de las Montañas
Oscuras del Norte.
— ¿La fuerza de quién?— inquirió Gabrielle de nuevo mientras los otros oían perplejos, pero Tales, con sospecha.

— No lo sabía. Eso me confundió más, pero como estaba nuevamente en un cuerpo humano el llamado de la
naturaleza no se hizo esperar y sentí un hambre atroz, así que tome la alforja que estaba a mi lado y entré en
Arcadia. Pregunté sobre lo que pasaba en las Montañas Oscuras y fui muy bien informada al respecto. Algunos creen
en la vieja profecía sobre esas montañas y este año, otros son escépticos. Yo, obviamente, supe que debía creer. De
pronto escuché mucha algarabía en la plaza principal y pregunté qué pasaba. No tardé mucho en obtener la
respuesta. Entraba en la ciudad un héroe en una de esas procesiones triunfales majestuosas y ¿adivina quién era?—
Gabrielle se sonrojó—. Entonces me fue revelado junto a quien debía luchar una vez más. Eres tú Gabrielle. También
comprendí perfectamente la misión.
— ¿Por qué no la buscaste en ese momento?— intervino Tales.

— Era lo que más deseaba y no te imaginas lo que tuve que contenerme. Por la información que me dieron supe que
habían pasado cinco años desde la última vez que nos vimos. Simplemente decidí observar a Gabrielle... y a los
hombres que la acompañaban. No sabía quiénes eran ni cómo eran o cómo era ella ahora. Nosotras nunca
anduvimos tan acompañadas— lanzó una mirada inquisitiva a su amiga, quien simplemente sonrió—. Decidí
quedarme en la ciudad mientras Uds. permanecieran en ella. Al día siguiente encontré a tu amigo Solan hablando
hasta por los codos de una misión que debían cumplir para atrapar a la horda de un tal Talón— Tales miró con rabia
a Solan y este bajó la vista—. No lo culpes, Tales, fue el vino que yo le convidé una y otra vez...
Ahora Gabrielle no pudo evitar reír y dijo:

— Así que lo supiste todo el tiempo, Solan. Ya habías visto a Xena...
— No dijo su nombre, sólo parecía muy amable.

— ¡Desgraciado viejo panzón! Si vuelves a abrir tu bocota...— protestó Alexis.
— ¿Qué?— Solan saltó de su asiento.

— ¡Tranquilos!— ordenó Gabrielle y como perritos obedientes se callaron y volvieron a sus lugares.

— Supe entonces que todos Uds. son hombres realmente valientes y los vi pelear contra Talón y sus secuaces.
— Pudiste habernos ayudado en ese momento— le dijo Gabrielle.
— Pensaba hacerlo, pero no me necesitaste. Hiciste un gran trabajo como líder. Reuniste a un pequeño ejército.
Supiste cómo contestar al bastardo y manejaste la espada como en mis mejores tiempos; además me di cuenta de
que tu bondad aún permanece en ti: tu prioridad siempre fue la gente de la aldea.
— Sí, pero casi nos matan por mi descuido— repuso la rubia con tristeza.
— Pues, entonces creo que no pude llegar en mejor momento, Gabrielle.
— Algo habríamos hecho, Xena— dijo Tales tratando de apartar la atención que Gabrielle prodigaba a su amiga.
Hasta ese momento él nunca había sentido celos de nadie, ni siquiera del recuerdo de esta mujer que ahora se
presentaba en sus vidas para arruinárselo todo. Sin embargo, su buen corazón no tardaba en traicionarlo y hacerle
sentir gozo de que Gabrielle estuviera feliz con este reencuentro.
— Lo sé, Tales. Sé que no la dejarías morir.
— Bueno, de todo esto lo importante es que Xena se nos ha unido en el viaje y si es cierto todo lo que ha dicho,
Uds. dos vencerán al maldito de Karión— esta vez intervino Arón, un impetuoso luchador a quien Tales conoció en
Esparta y decidió comprar como esclavo. Por los méritos del joven gladiador pronto fue puesto en libertad por el
padre de Tales.
— ¿Cómo se supone que venzamos a Karión?— preguntó Gabrielle a Xena.
— ¿Cómo pensaban hacerlo Uds.?— repuso Xena.

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— Una profeta que conocimos hace un mes y quien nos convenció para tomar esta misión dijo que cuando
estuviéramos frente a Karión...
— ¡Claro! ¡Eso es!— interrumpió Alexis levantándose de su asiento y caminando alrededor de ellos—. La profeta dijo
que las espadas unidas de dos almas: una nacida de nuevo y la otra con la más grande nobleza en su corazón
serían las que acabarían con Karión.
— ¡Sí!— repuso Arón—. Creíamos que el alma nacida de nuevo era Gabrielle cuando la profetiza aseguró que una de
éstas almas era ella y lo supusimos porque prácticamente volvió a la vida después de pasar casi un mes como
muerta por el veneno de la flecha de Talón. Pero el alma nacida de nuevo eres tú, Xena, y el alma con la más
grande nobleza eres tú, Gabrielle.
— Hasta este punto entiendo, pero si ya tenían a Gabrielle, ¿cómo se suponía que encontrarían a la otra alma? Iban
rumbo a las Montañas Oscuras— preguntó Xena.
— Creímos que era Tales— dijo Solan—... Él es un hombre de nobleza superior, además la profetiza dijo que veía
mucho amor entre estas dos almas y como no especificó qué clase de amor supusimos que...
— ¡Basta!— dijo Tales muy nervioso y tratando de detener la conversación— Ya todo está aclarado y al amanecer
debemos continuar el viaje. Será mejor que durmamos un poco— y diciendo esto comenzó a arreglar nuevamente
su manta. Los demás le siguieron con presteza mirándose unos a otros por la indiscreción de Solan.
Gabrielle y Xena permanecieron en sus lugares mirándose como tratando de recuperar el tiempo perdido. Hubo
palabras inaudibles, recuerdos imborrables, pensamientos confusos y lágrimas ingobernables durante unos minutos
que parecieron eternos.
— Volverás a irte, ¿verdad?— la pregunta más dura de hacer y cuya respuesta no quería escuchar.
— Sí— respondió Xena sintiendo un enorme nudo en su garganta.

— Se supone que somos almas gemelas y que debemos encontrarnos una y otra vez en todos los tiempos, pero
también quiere decir que volveré a perderte una y otra vez. Que seré yo quien siempre sufra eso primero— dijo
tristemente.
— Al verte ahora me doy cuenta de que lo has hecho todo bien. Siempre lo has hecho todo bien porque tu fuerza no
está en tus manos como lo está en las mías. Tu fuerza está en tu corazón... Gabrielle, ¿cómo está Eve?, ¿la has
visto?
— Ella está bien, está con Las Amazonas... y más hermosa que nunca— Xena sonrió y sintió alivio al recibir buenas
noticias sobre su hija. ¡Si tan solo pudiera verla!, pensó.
Ese día todos estuvieron listos para partir muy temprano. Hablaron unos con otros para fortalecerse y se
prometieron solemnemente protegerse y regresar los siete. Xena los observaba conmovida.
— Todos sabemos que de ahora en adelante nos adentraremos en tierras de Karión. No sabemos lo que nos espera,
pero seguro no será nada bueno. Quiero decirles que han sido los mejores hombres con los que he peleado: nobles,
fuertes, valientes, astutos y grandes amigos. Míralos Xena, no hay hombres como ellos en toda la tierra. Por eso se
les encomendó protegernos y sé que no me decepcionaran.
Diciendo esto Gabrielle encabezó la marcha hacia su destino: Las Montañas Oscuras del norte.

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Continuación...

EL HOMBRE SERPIENTE

El primer lugar por atravesar fueron los Peñascos Blancos, llamados así por el color blanco profundo de sus piedras.
Parecían cubiertos de nieve. Era realmente un lugar extraño, demasiado silencioso y sus peñas
desproporcionadamente altas. El mayor reto hasta el momento era soportar el resplandor de los rayos de sol que al
reflejarse en algunas de las piedras causaban gran molestia a los ojos.
— Será mejor que nos apresuremos a salir de aquí o acabaremos ciegos— dijo Tales a sus compañeros y todos
apresuraron la marcha de los caballos.

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Lo que parecía una enorme nube los cubrió de pronto, pero al mirar hacia arriba no había tal nube. Xena escuchó un
graznido y al volverse vio a una enorme criatura mitad hombre y mitad serpiente. Medía por lo menos seis metros
de alto y su voz era ensordecedora.
— ¡Sepárense!— gritó Xena al ver que la gigantesca cola del monstruo venía sobre ellos. Ésta cayó con fuerza en la
tierra sin alcanzar a ninguno, pero tembló y todos cayeron de sus caballos al perder el equilibrio.
Tardó un rato en que su parte de serpiente se elevara de nuevo, además parecía estar ciego, pues la lengua salía
constantemente de su boca tratando de buscar a los intrusos. Percibió a uno y se agachó lo suficiente para tratar de
atraparlo. Lo consiguió sin problemas y cuando estaba por elevarse, Xena lanzó con su ballesta una flecha que logró
clavar en la lengua de la bestia y esta a su vez soltó a Solan, quien era el desafortunado.
Solan quedó inmóvil, fue una caída de cerca de tres metros de altura. Como pudo, y mientras el gigante trataba de
deshacerse de la flecha, Arón tiró de Solan hasta una cueva cercana.
— ¡Salgan de ahí!— gritó Gabrielle.

Tales y los otros hombres trataban en vano de herirlo en la cola, pero era inútil, las fuertes escamas parecían de
acero.
— ¡La lengua! ¡Su debilidad es la lengua!— gritó Xena—. ¡Síganme!

Todos corrieron tras ella. Por fin el hombre serpiente se deshizo de la molesta flecha, pero ya la guerrera había
fraguado un plan. Uno de ellos debía ser la carnada, correr frente al monstruo mientras los otros le seguirían
paralelamente y al sacar él la lengua tratarían de herirla lo más que pudieran. Su intención era cortarla.
Gabrielle corrió frente a la bestia ante los espantados ojos de Xena y Tales

— ¡Eh, tú! Acá estoy. ¡Atrápame maldito!— comenzó a correr tanto como pudo y de pronto sintió el aliento del voraz
animal. Los guerreros hirieron la lengua del hombre serpiente todo lo que pudieron mientras pasó frente a ellos en
persecución de la osada joven.
— ¡Al suelo, Gabrielle!— vociferó Tales y ella lo hizo justo a tiempo. La lengua del animal pasó por encima de su
cuerpo bañándola de sangre e irguió su cuerpo dando alaridos de dolor. Su lengua se despedazaba. El plan funcionó.
Solan se incorporaba con lentitud ayudado por Arón. Los otros corrieron hacia los caballos montaron en ellos,
auxiliaron a su compañero y corrieron hacia el final del cañón. El monstruo sabía la ruta que seguirían y con su
orgullo herido tanto como su lengua los siguió. Xena se detuvo.
— Con esta se te caerá— dijo mientras preparaba su ballesta. Apuntó y lanzó la flecha que certeramente dio en la
única parte que sostenía la lengua. Una vez mas el hombre serpiente se retorció del dolor y desistió de seguirlos.
Los ocho lograron salir con vida. Gabrielle totalmente inmunda, Solan con un soberano dolor de cuerpo, los otros
casi sin aliento, pero con vida.
— ¡Oigan, necesito desesperadamente un baño! No voy a cruzar el resto del trecho así. Además, apesto— se quejó
Gabrielle.
— Sí, hueles horrible— dijo Xena mientras se tapaba la nariz y reía.

— Pues tienes toda la suerte del mundo— dijo Alexis señalando hacia un acantilado que estaba a unos cuantos
minutos de ellos—. ¡Miren que maravilla! Todos podremos darnos un baño y descansar un poco.
Llegaron justo antes del ocaso. Buscaron un lugar seguro donde acampar y pasar la noche, pues aún quedaba
camino por delante.
Gabrielle corrió hacia el mar, bajando por un sendero entre las rocas y se lanzó a unas piletas de formación natural
que divisó.
— ¡Hey!— llamó a sus compañeros—. Vengan a darse un baño. Esto está delicioso.
Todos bajaron y mientras las dos mujeres compartieron uno de los estanques los hombres se divertían en el otro.
— Xena es una mujer realmente hermosa— dijo Arón, mientras con mirada lasciva se imaginaba a la mujer que
estaba a sus espaldas—. Y desnuda lo debe ser aún más— haciendo el ademán de querer espiar por encima de un
pequeño muro de rocas, el cual separaba convenientemente las dos piletas, fue detenido por la palabra de Tales.
— ¡Antes de que puedas hacer eso te saco los ojos!
— ¡Tranquilo, amigo! A quien me interesa ver es a Xena, no a tu Gabriellita.
— Pero las dos están ahí— repuso Tales con seriedad.
Después de un tiempo ellos salieron de su baño y subieron hacia el campamento.
Xena y Gabrielle disfrutaban aún más de la delicia que significaba sentirse completamente limpias.
— ¿Por qué no te quistaste la ropa?— preguntó Xena—. ¿Me dirás que ahora sientes vergüenza de mí?

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— No es eso. Lo que sucede es que esta es una de mis ropas favoritas y no voy a perderla por la sucia sangre de un
miserable monstruo. Me baño y la limpio al mismo tiempo.
Xena la miró extrañada, pero Gabrielle previendo una nueva interrogante le lanzó una invitación que sabía no iba a
rechazar.
— Vamos, quiero bañarme en el mar— salió apresuradamente del estanque y corrió hacia las olas. Xena la siguió,
sólo después de ponerse algo de ropa encima.
El sol se ocultaba. Era un ocaso hermoso y éste bañaba más intensamente los cuerpos juguetones de las dos amigas
que las mismas olas.
Parecían dos chiquillas jugando a lanzarse agua y arena, a perseguirse entre las olas, a retarse mientras corrían una
tras la otra. Por fin, exhaustas buscaron, casi por instinto, un abrazo.
— Hacía tanto tiempo que no me sentía tan bien— expresó Gabrielle mientras se asía de su amiga cual hija que
busca refugio en los brazos de su amoroso padre. De pronto las lágrimas rodaron pos sus mejillas y el sollozo se
convirtió en un llanto más urgente.
— ¡Gabrielle!— musitó Xena.

— Te extrañé tanto, te necesité tanto y te llamé tantas veces deseando que aparecieras— decía la joven rubia sin
poder contener el llanto—, pero no estabas ahí aun cuando lo prometiste. Dijiste que siempre estarías a mi lado y
no era cierto, porque no me bastaba con tu recuerdo. Yo necesitaba tu persona cerca de mí...
Xena sentía que su corazón se desgarraba al oír las palabras de Gabrielle... y lloró también.
— Eso tenía que ser así Gabrielle— Xena vio como su amiga la dejaba bruscamente.
— Sí, lo sé— replicó Gabrielle mirándola con reproche—, era por tu redención.

— No lo hagas, Gabrielle— suplicó Xena—. No me mires así. Sabes que no lo soporto.

— ¡No puedo, no puedo, no puedo!— decía mientras colocaba sus manos en la cabeza como señal de desesperación.
Xena no entendía lo que en aquellos momentos dolía tanto en el corazón de su amiga. Creía que Gabrielle había
superado la separación, pero parecía no haberlo logrado.
— ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo decir?— se cuestionaba.

— No puedo evitarlo. ¡Nunca pude! Nunca logré dejar de sentir este dolor, sólo me acostumbré a él. ¿Acaso tú
pudiste?— Gabrielle yacía de rodillas mirando solícitamente a su amiga.
— Ahora me doy cuenta de que no.

— Si tan sólo te hubieras perdonado a ti misma, pero nunca intentaste hacerlo— Gabrielle sentía cómo una llama de
frustración y rabia corría por sus venas—. Buscaste la redención y un día me dijiste que no la buscabas más porque
la habías encontrado, pero nunca buscaste tu propio perdón. ¡Ese fue tu problema siempre!
— ¿Estás culpándome de hacer algo que tú me enseñaste?— preguntó Xena algo confundida. Y replicó:
— ¡Eran 40 mil almas, Gabrielle!
— Fueron más de 40 mil almas la que murieron por tu espada, amiga, pero lo cancelaste cuando moriste la primera
vez. Eso era lo justo. La balanza se equilibró. Durante todos estos años he aprendido que cuando cometes un error
y te arrepientes de verdad, de corazón, tienes derecho a recibir perdón y tuviste ese perdón, pero nunca lo viste.
¿Te acuerdas? Una vez me dijiste que lo malo de la venganza es que nunca te sientes satisfecha. Ahora yo te digo
que lo malo de no perdonarse uno mismo sus errores es que puedes pasar la eternidad buscando el perdón de
aquellos a quienes dañas y nunca te sentirás satisfecha.
— ¿Quién me perdonó? ¿Los Dioses?— repuso Xena con una sonrisa sarcástica—. Ellos nunca me dejaron en paz.
— Porque siempre existió la posibilidad de que volvieras a ser la guerrera sanguinaria que habías sido. Xena, por
favor, ¡perdónate! Te conozco y sé que ni siquiera en donde estás eres feliz. ¡Hazlo antes de volver!
— Hay cosas que nunca cambiarán— pensó mientras observaba a su pequeña amiga rubia—. ¡Gracias, Gabrielle! Por
ser como eres— y diciendo esto la abrazó con fuerza y besó su frente y la retuvo así por largo rato... después:
— Volvamos al campamento.
— No quiero volver al campamento— dijo Gabrielle enfáticamente—, quiero estar así, por favor no me lo quites, no
me quites este momento.
Mientras, en el campamento, Tales se movía impacientemente de un lado a otro.
— ¿Qué estará pasando con ellas? ¿Por qué no vuelven?— preguntó.

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— Déjalas, Tales, hace cinco años que no se veían. Tendrán muchas cosas de qué hablar— le dijo Pólux que siendo
el más viejo de todos era el más sabio. Él había peleado tantas batallas, había visto y oído tanto que nada le
sorprendía realmente, y conociendo a Gabrielle sabía que lo único que necesitaba estaba justo a su lado en ese
momento. En cierta forma le dolía que la joven mujer nunca hubiese sentido amor por Tales como éste lo sentía por
ella.
— Eso es lo que me preocupa: que Xena le robe la tranquilidad que tanto le ha costado conseguir.

— Nuestra pequeña guerrera nunca ha estado tranquila y tú lo sabes, hijo. Ven— tomó por el brazo al joven y lo
condujo tras unas rocas—. Mira. Algo ha comenzado en las Montañas Oscuras. Debemos llegar pasado mañana a
como dé lugar. Ese es nuestro objetivo primordial. Es en lo único que debemos concentrarnos ahora.

LOS

GUERREROS DE KARIÓN.

— ¿No te sientes incómoda viajando con tantos hombres?— preguntó Xena, mientras yacía al lado de su amiga
como en los viejos tiempos. Habían encontrado un pequeño espacio entre las rocas para descansar. Las olas no las
alcanzaban ahí—. Digo, siempre éramos tú y yo, ahora son siete y además ¡hay seis hombres!
Gabrielle se rió un poco por la tardía preocupación de Xena.

— Al principio sí, pero todos son hombres nobles. Les tengo mucha confianza en especial a...— pausó un momento.
— ¿A Tales?— preguntó Xena mirando de soslayo a Gabrielle.

— Sí. Él es un gran hombre. Pero no siento por él lo que él por mí.
— Sí. A leguas se nota que te ama. ¿Nunca has intentado amarlo?

— No. Mi corazón se congeló hace años en una montaña— dijo esto mientras tomaba la mano de Xena.

— Con él la vida sería diferente, Gabrielle. Ya sabes: hijos, una casa... recuperar algo de la familia que perdiste...
De súbito, ambas mujeres se incorporaron y mirándose mutuamente exclamaron:
— ¡El campamento!

Ambas corrieron rápidamente hacia arriba, pues escucharon los murmullos de una pelea.
— Veo que has agudizado tus sentidos, Gabrielle— dijo Xena, mientras corrían.
— He tenido muchos momentos para practicar.

Una vez arriba se ocultaron tras unos árboles y observaron como unos extraños guerreros combatían con sus
amigos.
— Deben ser guerreros de Karión. Sabe que vamos por él— expresó Xena.
— ¿Salvamos a los chicos?— preguntó Gabrielle un poco despreocupada mientras sus hombres se batían a muerte
en una lucha feroz.
— No sé. Tú eres quien manda ahora— dijo Xena sonriendo.
— Está bien. Vamos. ¡Como en los viejos tiempos!
Cuando las dos mujeres se unieron a la lucha, esta se tornaba más violenta. Solan parecía no poder más y Pólux
estaba herido del brazo izquierdo, pero aún así peleaban bravíos.
Gabrielle y Xena, de espaldas la una a la otra manejaban sus afiladas hojas con maestría eliminando uno tras otros
a estos guerreros que, cuando eran tocados de muerte por los sables de los valientes campeadores, se disolvían en
el aire.
— ¿Recuerdas esto?— preguntó Gabrielle.
— ¡Mi chakram!
— Úsalo, veremos si no has perdido práctica.
— Hay cosas que nunca se olvidan, pequeña barda.
Al fin, después de eternos minutos de lucha, la lid terminó.
— ¿Cómo está tu herida?— preguntó Gabrielle a Pólux.
— ¡Ah! Solo fue un rasguño.

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— Arón, por favor atiende esta herida— ordenó ella.

Xena se encargó de atender al pobre Solan, que desde el encuentro con el Hombre Serpiente quedó muy lastimado,
pero había callado por orgullo.
— ¡Quédate quieto! Tengo que poner tu columna vertebral en su sitio de nuevo— dijo Xena mientras intentaba
aplicar al hombre algunas antiguas técnicas de quiropraxia.
— ¿En dónde aprendiste esto?— replicó Solan con temor.

— Una vieja amiga de China me lo enseñó... ¡Ya está!... Levántate... ¿Cómo te sientes?

— ¡Vaya! Tienes manos prodigiosas— dijo el hombre sonriendo y moviendo su cuerpo con bastante agilidad.

— ¿Alguien más necesita de esto?— inquirió la guerrera, pero todos se apresuraron a decir que no después de ver
las aplicaciones que Xena hizo sobre Solan.
— ¿Quiénes eran esos seres?— intervino Jasón. Éste era el más joven del grupo, poco experto en el arte de la lucha,
pero un excelente guía. Era habilidoso con su sentido de la ubicación, además conocía bastante bien la geografía de
estas tierras, así es que a Gabrielle le pareció útil llevarlo en la travesía.
— Guerreros de Karión— contestó Xena observando hacia el norte, hacia las Montañas Oscuras—; sabe que vamos
por él; pero no creo que el resto de la noche nos molesten más. Descansemos. Mañana no debemos detenernos o no
llegaremos a tiempo.

EL RÍO dE LOS LEVIaTaNES

Los ocho guerreros cabalgaban con relativa tranquilidad a través de una estepa y aunque podían ver a gran
distancia por el valle, no dejaron de mantenerse vigilantes. Cada cierto tiempo se turnaban para que al menos uno
observara lo que pudiera suceder a su alrededor.
Gabrielle iba por delante conversando con Solan y Jasón. De vez en cuando se volvía para cerciorarse de que su
amiga aún estuviera ahí. Luchaba consigo misma por contener este deseo, pero a pesar de que conocía cómo
terminaría todo, su corazón no le daba tregua a la idea de que tal vez pudiera existir, al menos, una sola forma de
lograr que se quedara.
Arón, Alexis y Pólux caminaban en el medio y más atrás los seguían Xena y Tales.
— Cuéntame la historia, Tales.

— ¿Qué historia?— pregunto él secamente.

— ¿Cómo conociste a Gabrielle?— mientras Xena trataba de iniciar esta conversación notó que su amiga se volvía de
vez en cuando para mirar hacia ellos.
— Parece que no puede quitar su atención de ti ni un momento— Tales también lo notó.
— Éramos muy unidas... quizás demasiado; por eso fue tan duro lo que pasó en el Monte Fuji hace cinco años.
— Creo que nunca se está demasiado unido a los amigos o... a los amores— esta conversación no le estaba
sentando bien al valiente hombre.
— Estoy de acuerdo contigo. Para bien o para mal así es— el semblante de Xena se tornó melancólico y de súbito se
sumió en lo que parecieron profundos y dolorosos pensamientos.
— Fue una esclava, Xena— dijo Tales. Esta inesperada revelación hizo que la guerrera dejara rápidamente sus
cavilaciones.
— ¡Esclava!— vociferó Xena—. ¿Tuviste a Gabrielle como esclava?— y tomando con fuerza y cólera a Tales lo atrajo
hacia sí provocando que éste casi cayera de su caballo.
— ¡Suéltame!— Tales logró deshacerse de las manos fuertes de Xena e incorporándose en su montura trató de
explicar lo sucedido.
— Mi padre compró un lote de esclavos hace tres años, entre ellos estaba Gabrielle. Su estado realmente era
deplorable: venía enferma y muy lastimada. Mi padre no la quería al principio, pero el hombre que vendió el lote le
dijo que ella era la famosa guerrera de Grecia al servicio de Faraón. Gabrielle, en poco tiempo alcanzo una fama
enorme al servicio de la corte de Egipto, se decía que el Faraón la quería más que a su propia hija. Protegía bien a la
familia real y cumplía como nadie las encomiendas de éste. Supongo que el hombre era noble o de lo contrario
nuestra amiga no le habría servido como lo hizo— mientras Tales hablaba, Xena, aún con la mirada estupefacta, no
la desprendía de Gabrielle.

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— Pero así como las historias de sus hazañas volaban de un lugar a otro, también escuchamos que un día
desapareció misteriosamente. Mi padre y yo viajábamos de continuo por las costas del oriente, yo siempre sentí
curiosidad por saber qué había sido de esa valiente mujer y hubo muchas personas que me dieron la misma versión.
— ¿Cuál?— hasta este punto Xena había escuchado atentamente a Tales, quería oír nombres y lugares.

— El principal sacerdote de Faraón, un hombre llamado Teko-namum, sintió envidia de la prominencia que Gabrielle
tenía. Según supe, Faraón solicitaba más los sabios consejos de ella, que los de los sacerdotes y sortílegos de
palacio, así que la hizo desaparecer haciéndole creer a su rey que ella simplemente se había marchado en busca de
otras aventuras.
— ¿Qué pasó cuando estuvo con Uds.?— cuando preguntó esto, la ira ya surcaba sus venas.

— Cuando me enteré de que la mujer esclava podría ser Gabrielle de Potedia, quise verla. Todas las descripciones
que me habían dado concordaban; así es que le dije a mi padre que la lleváramos y que yo cuidaría de ella
personalmente. Fueron tantas semanas de lucha para que saliera del estado emocional en el que se hallaba. Me
imaginaba todo el dolor, el odio, la rabia y el asco que seguramente sentía hacia quienes la traicionaron de esa
manera, y después de mucho tiempo y paciencia llegó a ser la Gabrielle que viste hace unos días en Arcadia.
Además, salvó la vida de mi padre no hace mucho, por eso yo, y mis amigos, le juramos lealtad. El resto ya lo
sabes.
En ese momento Gabrielle rompió la fila y se dirigió hasta ellos.

— No le digas nada... por favor— suplicó Xena al hombre, quien asintió levemente con la cabeza.

— Parece que su conversación ha estado muy animada— dijo Gabrielle mientras cabalgaba al lado de su amiga.

— Así es— repuso Xena, y por un segundo tuvo las visiones de todos los horrores sufridos por su compañera. Esto la
turbó por un momento y Gabrielle lo notó.
— ¡Xena! ¿Estás bien?
— Sí.

— Jasón dice que pronto llegaremos a un río muy caudaloso y que debemos cruzarlo; después estaremos a solo un
día de las Montañas Oscuras— informó la líder.
— Si es el mismo río de que he oído, no será fácil atravesarlo— dijo Tales.
— ¿Por qué?— preguntó Xena.

— Dicen que bajo sus aguas hay criaturas horrorosas— contestó Tales.
Todos continuaron en silencio mientras se acercaban al temible lugar.

Llegaron a la ribera del río cuando el azul del cielo se volvía celaje. El afluente en verdad era caudaloso, inclusive
parecía un lago por la tranquilidad con que sus aguas fluían.
— No lograremos cruzarlo antes de que anochezca. Sería demasiado arriesgado principalmente porque no sabemos
qué hay bajo sus aguas— comentó Gabrielle al grupo.
— Alguna vez escuché a mi padre decir que el Leviatán es un monstruo sumamente voraz. Otros dicen que no es
uno, sino varios los que habitan en lo profundo de este río— dijo Jasón.
— Con mayor razón debemos esperar hasta mañana— replicó Tales—, no vamos a pelear contra esa o esas bestias
en mitad de la noche.
Los antiguos habitantes de la zona habían abandonado unas balsas. Xena y los demás reforzaron dos de las que
estaban en mejores condiciones para la peligrosa jornada del siguiente día. Ella había estado muy callada desde su
conversación con Tales. Gabrielle lo notó y como era lógico trato de conocer la razón.
— Xena, ¿pasa algo? Has estado muy callada.
— No— contestó mientras amarraba algunos palos a la balsa.
Gabrielle no insistió más, pero sabía que eso no era cierto. Cuando las barcazas quedaron listas para navegar era
casi de noche. Todos se dispusieron a descansar, fue entonces que una súbita idea cruzó la mente de Xena. Cuando
su amiga se separó del grupo para cambiarse de ropa decidió seguirla.
Los ojos de la guerrera expresaron horror pues, oculta tras un arbusto, vio la desnuda espalda de Gabrielle. El
tatuaje de dragón que Akemi dibujó en su dorso estaba prácticamente borrado, las marcas mostraban la frialdad y
salvajismo con que habían intentado deshacerse del signo. Xena se acercó a su amiga aún cuando no pudo detener
las lágrimas.

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— ¿Quién te hizo esto, Gabrielle?— preguntó con desesperación. Esta se volvió rápidamente para tratar de ocultar lo
revelado, pero era demasiado tarde—. Por eso no te desnudaste cuando nos bañamos en los estanques, por eso
ahora te cubres tanto al vestirte. ¿Quién, Gabrielle? ¡Dame un nombre!— gritó mientras la tomaba por los hombros
violentamente.
— ¡¿Para qué?!— preguntó Gabrielle mientras seguía prisionera en las manos de Xena—. ¿Qué puedes hacer ahora?
— ¡Matarlos… porque se atrevieron a lastimarte así!

— Y… ¿cuándo harías eso?— su voz tenía cierto tono de resignación—. ¿Olvidaste que estás muerta? Después de
esto te irás, Xena— al decir esto, sentimientos de impotencia inundaron su apesadumbrado corazón… y lloró.
Xena se alejó corriendo, pues las duras palabras de su amiga hicieron que la más pesada de todas las realidades
cayera sobre sus hombros.
Gabrielle cayó en la cuenta de lo que sus expresiones pudieron hacer en el corazón de Xena y fue tras ella tratando
de alcanzarla; pero las manos de Pólux la detuvieron. Él y los otros hombres se dieron cuenta de que algo había
sucedido entre las dos cuando la primera pasó como ráfaga frente a ellos.
— Déjala, pequeña. Lo más seguro es que necesite estar sola.

— ¡Tú no lo entiendes! Ella está sufriendo... es por mi culpa— dijo tratando de soltarse.
— Lo sé, Gabrielle, pero no es conveniente que vayas ahora.

Ella se resignó a esperar, pero después de largo rato y al ver que su amiga no volvía quiso salir en su busca.
— Yo iré— dijo Pólux—. No debe estar lejos y tal vez pueda ayudarla.
— Tráela, por favor— suplicó Gabrielle.

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Continuación...

 
Efectivamente, Xena no estaba muy lejos de ellos. Pólux la encontró al pie de un árbol sentada con la cabeza entre
las piernas. Sufría...
Él se sentó al frente, a unos pasos de ella. Cuando Xena percibió su presencia trató de calmarse e incorporándose
comenzó a conversar con él. Este hombre le inspiraba respeto y confianza.
— ¿No es irónico?
— ¿Qué cosa, Xena?

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— Pasé parte de mi vida lastimando a los demás, asesinando, vengándome en todos por lo que un solo hombre me
hizo y sentía tanto deleite en ello. Estaba resentida con la vida y con los hombres; eran tan pocas las cosas que me
importaban. Después pasé la otra parte tratando de encontrar la redención ayudando a gente que ni siquiera
conocía y me entregué a esa causa con celo. Estaba decidida a reparar todo el daño que había causado, a retribuir a
todos, con mi vida si era necesario, algo de lo que les quité en mis años de guerrera oscura; pero recién ahora me
doy cuenta de que hubo alguien a quien nunca compensé— cerró sus ojos por unos segundos y la imagen de
Gabrielle apareció en su mente.
— ¿Gabrielle?— preguntó Pólux.

— Sí. Ella le dio luz a mi vida, era mi razón para vivir, me motivaba tanto a hacer lo correcto, me protegió de mi
misma, evitó que volviera a ser lo que fui cuando sentía que ya no podía más y mis instintos salvajes casi me
devoraban de nuevo. ¡Ella cambio mi pensamiento! ¿Crees que hay algo en el mundo o en la vida que supere eso?
Recién ahora me doy cuenta, para mi mayor culpa, que nunca hice ni la mitad por ella; aun cuando estuve dispuesta
a ofrecer mi vida por la suya, eso fue sólo algo material, porque finalmente se acabó, no pude hacerlo más, pero lo
que ella me dio aún está conmigo, aún continúa obrando en mí. ¿Puedes entenderme?— ella lloraba—. Ahora estoy
segura de que necesito retribuir con algo a mi dulce Gabrielle para encontrar la paz total de mi espíritu; pero no sé
cómo o con qué hacerlo. ¡No tengo nada... ni siquiera tiempo!
— Hace un año conocí a un hombre de nombre Judá, es un israelita, sus amigos le llamaban Macabeo. Estaba por
comenzar una revuelta contra sus líderes religiosos, parece que no estaban ayudando en nada a su gente y lejos de
eso aumentaban sus problemas. Nunca supe exactamente de qué se trataba aquello, pero él era una persona justa.
Los días que estuve con él y su pueblo me ayudaron más que todos los años que pasé viajando y conociendo
decenas de culturas e ideas diferentes. Yo, al igual que tú, estaba lleno de culpas y no encontraba sosiego hasta que
escuché la lectura de unos rollos que para estos hebreos son sagrados. Aprendí sobre su Dios, ellos no tienen más;
pero éste es suficiente, créeme. Es maestro, protector, guerrero, legislador y salvador de su pueblo. Lo que
realmente me ayudó fueron sus palabras escritas en esos pergaminos. Hoy, Xena, voy a darte el mejor consejo que
nadie podrá darte jamás, el consejo que este Dios me dio a mí.
— Hace mucho tiempo oí algo sobre él, pero haría cualquier cosa para compensar a mi amiga— dijo Xena.
— ¿Algunas vez pediste perdón por lo que hiciste?

— Sólo a mi madre... creo— Xena se extrañó por la pregunta de Pólux—. ¿Cómo iba a suplicar perdón a tanta
gente? Creí que con ayudar a quines lo necesitaran sería suficiente.
— En parte eso es correcto; tus obras te sirvieron para demostrar que querías cambiar, mas tu conciencia ha
continuado dando punzadas ha tu corazón.
— ¡Dime, Pólux! ¿Qué debo hacer?— suplicó la mujer con apremio.

— ¡Pide perdón, Xena!, pídele perdón a todos los que sufrieron por tu culpa y, aunque no lo conozcas, pídele perdón
a este Dios.
— ¡Todas esas personas están muertas!... y este Dios... ¿en dónde está su templo?

— Xena— dijo el hombre con ternura—, pudiste rescatar a cuarenta mil almas de una vez, puedes pedir perdón de
la misma manera, y... en cuanto a este Dios, no necesitas ir hasta su templo... Él te oirá, confía en mí.
El hombre se alejó hacia el campamento. Xena dudó al principio de que aquello funcionara; pero no tenía nada qué
perder y luego de unos instantes de vacilación lo hizo.
— Hace años hice esto mismo sin saber con precisión a quién dirigirme— Xena miraba hacia el cielo mientras, de
rodillas, mantenía sus brazos extendidos—. Supliqué que la luz del rostro de Gabrielle no se apagara nunca porque
yo no podría vivir en la oscuridad que vendría después y creo que me fue concedido. Si eres el mismo Dios que me
escuchó esa vez, hoy, aquí, te pido sin orgullo y sin soberbia que me perdones. ¡Perdóname, por favor!— la voz de
Xena se quebraba entre los sollozos—. Perdóname por todas las vidas que quité, por el daño que mis acciones
causaron. Si todos aquellos que sufrieron por mi culpa me escuchan ¡Les pido perdón!... ¡Perdónenme por favor!...
¡Gabrielle... perdóname!— Xena cerró sus ojos y el llanto se hizo mas profuso y con rostro a tierra esperó por una
señal, algo que la hiciera saber que finalmente encontraba el sosiego para su espíritu.
El dolor comenzó a menguar al mismo tiempo que sus lágrimas cesaban y algo inexplicable para ella comenzó a
ocurrir. Una paz mental invadía sus pensamientos, era una sensación que había olvidado, pero que resurgía, su
respiración tomaba su ritmo normal y sus hombros no eran pesados como hacía unos minutos. ¡Era eso! ¡Era la
señal! Realmente se sentía tranquila y la emoción se expresó en una sonrisa franca dirigida hacia lo alto.
— ¡Gracias!— fue todo cuanto dijo pero fue suficiente.
Gabrielle vio a su amiga acercándose al campamento y corrió a su encuentro.
— ¡Xena!... ¿Estás bien?— se abrazaron con fuerza y Xena con una amplia sonrisa dijo:
— Sí.
La guerrera dio gracias a Pólux por su consejo y relató a todos cómo se sentía y los animó a hacer lo mismo si, por
algún motivo, en sus caminos de guerreros habían dejado huellas en donde no debían.

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— Me he perdonado, Gabrielle, porque pedí perdón primero— ésta la abrazó con júbilo—. ¿Estás tranquila ahora?
— Lo estoy si tú lo estas, Xena.

Arón escuchó ruidos entre los arbustos que los circundaban y alertó a sus compañeros, quienes inmediatamente se
pusieron en guardia. En cuestión de segundos otro contingente de guerreros como los que los atacaron en el
acantilado aparecieron y la batalla comenzó.
Las espadas, los sais y el chakram hicieron de nuevo lo suyo en manos de los veteranos campeadores. Los siniestros
personajes desaparecían uno por uno al ser eliminados. Hasta este punto parecía que los ocho ganaban la partida
cuando una idea prodigiosa apareció en la mente de Gabrielle.
— ¡No los maten a todos! Dejen a unos cuantos con vida— dijo mientras sólo golpeaba a sus oponentes para que
cayeran desmayados.
Una vez los vencieron a todos, aquellos a quines dejaron vivir fueron amordazados y atados de pies y manos.
— ¿Qué piensas hacer con ellos?— preguntó Tales.

— Serán la carnada— respondió Xena y sonreía con satisfacción mirando a Gabrielle, quien no ocultó el orgullo de
estar impresionando a su antigua maestra en el arte de la guerra.
— Si esos Leviatanes existen en este río, no pienso ser su comida, así es que los vamos a distraer con un suculento
banquete— dijo, señalando a los guerreros caídos.
Faltaban sólo unas cuantas horas para que amaneciera. Xena se ofreció para hacer la guardia durante esas pocas
horas y, mientras desde unas rocas velaba el sueño de su amiga, notó que un fenómeno celeste daba inicio. Caminó
hasta el lecho de Gabrielle para despertarla y mostrarle lo que sucedía.
— ¡Gabrielle... despierta!— la joven se incorporó asustada, creyendo que quizás los atacaban de nuevo, pero Xena
tapó con su mano la boca de esta para evitar despertar a los demás.
— No hagas ruido. Ven, quiero mostrarte algo— y tomándola por la mano la condujo hasta un claro en la ribera.
— Espero que sea algo bueno... dormía plácidamente Xena.

— ¡Te encantará!— Xena puso sus manos en los ojos de su amiga, mientras caminaban. Cuando llegaron al lugar
preciso le mostró lo que sucedía.
— ¡Xena!— Gabrielle se sobrecogió de temor al observar como cientos de estrellas se despegaban del cielo y eran
arrojadas hacia la tierra.
— No temas. No pasa nada. Es una hermosa lluvia de estrellas ¿No te parece? La he visto antes y realmente es un
espectáculo maravilloso y deseaba regalártelo.
Gabrielle sintió tranquilidad en las palabras de Xena y buscó una piedra en la cual sentarse para ver el fenómeno.
Las dos permanecieron en silencio durante los minutos siguientes, sólo observando, disfrutando y pensando...
"No quiero que te vayas, Xena, pero no puedo decirte eso, porque solo te mortificaría. Además de qué serviría
decirlo si, aún cuando me niego a aceptarlo, no lo podré evitar."
"¿En qué piensas, Gabrielle, cuando miras así?"
Un viento suave y frío sopló, como un susurro. ¿Qué decía? Xena escuchó:
"La palabra puede viajar envuelta en la mentira.
La mirada es un lenguaje que no admite el soborno.
Cómo hacer... cómo darle a tu vida eso que falta
Ese beso que se volvió abrazo sin madrugada.
Es más fácil volar que mentir cuando apuestas con el corazón
Y es difícil no ver lo quieres decir con la mirada... esa mirada.
Cómo se hace el camino sin ti, sin hacer nada
Si yo sé que aunque tengo tu amor, te duele el alma.
Sería fácil pedirte perdón cuando sé lo que hacer desde ayer
Es difícil no ver lo quieres decir con la mirada.
Es que solo nos salva vivir cuando amar es llenarte de luz
Esa mirada... esa mirada... esa mirada." NA
— Gabrielle, quiero que me prometas algo— dijo Xena, rompiendo el silencio.

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— No, Xena. No voy a prometerte nada— repuso la joven con decidida voz—. Gracias por mostrarme esto, fue lindo
— y levantándose de su asiento se alejó deprisa para evitar esa conversación, pero Xena intentó detenerla yendo
tras de sí tratando de mantener la plática.
— Gabrielle, no quiero que sigas en esto. Quiero que ceses de pelear por la causa que sea, no importa. Tienes que
cortar aquí este ciclo de tu vida. ¡Por favor!— Xena tomó a su amiga por el brazo obligándola a detener su marcha.
— ¡No puedo y no quiero, Xena! Ésta es mi vida. Así te conocí, así pasamos muchas cosas juntas y es lo único que
me mantiene verdaderamente cerca de ti— dijo con vehemencia.
— No entiendes que lo que deseo es evitar que termines como yo.

— Tú fuiste quien decidió terminar así porque pudiste tomar esa decisión. Tal vez yo no pueda, pero si llegase esa
oportunidad seré solamente yo quien decida cómo y cuándo moriré.
— No debes morir, Gabrielle, porque te gusta la vida y disfrutar de ella. ¿A cuántas personas pudieras enseñarles a
vivir de verdad como me lo enseñaste a mí?— Xena hablaba con voz suplicante—. Al menos piénsalo.
Gabrielle abrazó a su amiga para tranquilizarla.

Las horas finalmente pasaron y la mañana llegó. Dispusieron cruzar el río en ambas barcas. Gabrielle, Tales, Arón y
Pólux en una y Xena, Jasón, Solan y Alexis en la otra. Cada grupo cargó consigo a cinco de los guerreros oscuros
que habían atrapado la noche anterior. El plan estaba fraguado y comenzaron a navegar por el afluente.
La travesía pareció fácil al principio. Las aguas estaban relativamente tranquilas, pero Gabrielle pidió a sus
compañeros que no se confiaran. Ambas naves viajaban cerca la una de la otra, todos iban muy vigilantes para no
recibir sorpresas, pero como a la mitad del cauce un viento frío y fuerte comenzó a soplar. Xena percibió la
vulnerabilidad de sus barcazas y ordenó a todos que trataran de equilibrar el peso en las embarcaciones.
Ellos miraban hacia el agua esperando la aparición de los Leviatanes. El viento cesó tan abruptamente como inició y
la ansiedad se apoderó de todos.
— ¡Están ahí!— dijo Jasón—. Puedo percibirlos. Le darán vuelta a las balsas fácilmente.

— ¡Tomen a uno de los guerreros. ¡Tenemos que saber en dónde están!— Gabrielle decidió tomar la iniciativa. No
quería permitir que el temor la dominara—. ¡Xena!
— ¡Buena idea, Gabrielle! Hagámoslo al mismo tiempo— respondió Xena—. A la cuenta de tres.

Lanzaron desde sus barcas a dos de los guerreros que tenían prisioneros y éstos fueron devorados casi en el acto
por las enormes fauces de los Leviatanes, quienes finalmente se dejaron ver tal y como lo esperaba Gabrielle.
— ¡Dispárenles!— ordenó la rubia guerrera.

Los que poseían arcos y flechas comenzaron la pesca. Dispararon en todas direcciones posibles tratando de alcanzar
a los animales. En varias ocasiones dieron en el blanco y observaron como éstos se retorcían en el agua al sentir las
saetas mortales. La orilla estaba tan cerca y decidieron lanzar a los prisioneros restantes. Sin embargo los
Leviatanes que no fueron heridos comenzaron a golpear las balsas e hicieron que los guerreros perdieran el
equilibrio. Estos se tomaron unos de otros evitando que alguno cayera al agua y como les fue posible continuaron
disparando flechas. El río se tornó color rojo por la sangre de las bestias muertas... de repente hubo tranquilidad.
Parecía que los habían eliminado a todos.
— ¡Aún están ahí!— dijo Xena—. ¡Prepárense!
La barcaza de Gabrielle fue aventada violentamente cual pedazo de madera en manos de un hombre.
— ¡Gabrielle!— gritó Xena, quien horrorizada vio a una enorme criatura con forma de cocodrilo emerger, soltando un
fuerte rugido al mismo tiempo que caía al agua esperando saborear su suculento banquete humano. Gabrielle y los
otros tres intentaban nadar hacia la barcaza cuando vieron que Arón se hundió como halado por algo.
— ¡No!— gritó desesperadamente la líder—. ¡Arón!
Ella y Tales nadaron bajo el agua intentando rescatar a su amigo. Xena, con su reacción instintiva por salvar a
Gabrielle, se había lanzado segundos antes al río y llegó hasta ellos. La escena que se presentaba ante sus ojos fue
traumatizante: Arón se perdió en el hocico del animal y la sangre se mezclaba con el agua.
Gabrielle salió a la superficie y gritó con desesperación por su amigo, ahora muerto. Los demás, que se habían dado
cuenta de lo ocurrido, decidieron arriesgar sus propias vidas para vengar a Arón. Gabrielle, después de tomar un
poco de aire, volvió a sumergirse. Lo mismo hicieron Xena y Tales. Ahora eran los siete contra el Leviatán, quien
buscaba más presas. Ellos sin temor se acercaron por los flancos, por atrás y por el frente. Decididos a eliminarlo le
asestaron con sus espadas los estoques que pudieron, mientras el monstruo trataba en vano de librarse del asedio.
Totalmente herido y viéndose acorralado, buscó a su última presa. Xena era quien más cerca estaba y como un
bólido se dirigió hacia ella. Esta lo esperó empuñando su espada, pero sentía que el aire se le acababa. En el
momento preciso y ante los alarmados ojos de Gabrielle, quien nadó hasta ella para ayudarla, Xena atravesó su
espada en el hocico del Leviatán justo cuando éste se disponía devorarla. Así, finalmente, el último de los monstruos
fue eliminado.

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Xena, sin embargo, se desvanecía por la falta de aire y comenzó a hundirse, pero Gabrielle y Tales la tomaron por
los brazos justo a tiempo para llevarla a la superficie. Se apresuraron a alcanzar una de las balsas y subieron a ésta.
Gabrielle, una vez más, se vio ante la amenaza de perder a su gran amiga. Comenzó a luchar por ella dándole
respiración de boca a boca.
— ¡Vamos, Xena! Esto no es nada para ti. ¡Respira!

Xena escupió agua y respiró con desesperación aferrándose a la vida. Gabrielle la abrazó y besó en la frente. Una
vez más lo habían logrado; pero no pudo evitar ceder a las lágrimas cuando pensó en Arón. Todos permanecieron en
silencio viendo hacia la oscura profundidad que acaba de arrebatarles a un buen amigo y compañero.
Una vez llegaron a la otra orilla, todos trataron de reponerse de la reciente pérdida. Era la primera vez que se veían
unos a otros llorar. Gabrielle estaba muy afectada. Nuevamente esos sentimientos de pérdida, vacío, dolor e
impotencia, que parecían haber quedado atrás, golpeaban su pecho y mente una vez más. Xena la conocía mejor
que nadie y sabía cuánto estaba sufriendo por lo sucedido. Se acercó, la abrazó, besó su cabello y lloró con ella.

LA RETRIBUCIÓN.

Lo que restaba de viaje no era mucho, medio día quizás. Sin tener a sus corceles debían continuar a pie. No era el
momento de plañir a los muertos, de volver atrás, de perder la noción del tiempo o del deber. Era tiempo de cobrar
valor y aguante.
— Escúchenme todos— dijo Xena—: posiblemente jamás en sus vidas se han enfrentado a tanto poder como el que
están por descubrir y si vinieron hasta aquí, si aceptaron esto fue por algo y es importante que lo sepan: Karión no
puede destruirme porque yo ya estoy muerta, pero sí puede hacerlo con Uds.— y dirigiéndose a Gabrielle continuó
—. Tú serás su blanco. Él sabe que nuestras espadas unidas lo eliminarían, por eso intentará detenerte a toda costa
— volviendo a los hombres les dijo—: Si una vez juraron lealtad a esta mujer... hoy es cuando deberán probarlo.
Deben protegerla o no lograremos el objetivo y todo, hasta la muerte de Arón, habrá sido inútil.
— Somos guerreros de honor, Xena— dijo Tales—, y lo que mis hombres y yo juramos... ¡lo cumplimos!— miró a
Gabrielle finalmente decidido a revelar sus sentimientos ante todos.— Sabes que daría mi vida por ti, porque te
amo. Te amé desde que escuché las fantásticas historias que contaban sobre ti y tus hazañas a la orden de Faraón,
porque te amé desde que te vi tan lastimada y vulnerable, desde que me diste una mirada en tu diván mientras
convalecías. Te he deseado, amado y venerado; pero hace tan sólo unos días comprendí que no importa cuán
grande sea tu corazón, sólo hay una persona capaz de llenarlo, capaz de hacerte sonreír y que con ello ilumines el
mundo, capaz de hacerte llorar de felicidad, capaz de hacer que lo mejor de ti salga a flote, y sé que no soy yo...—
Gabrielle y Xena permanecían en silencio, una junto a la otra, escuchando las sinceras y dolorosas palabras de aquel
enamorado. Gabrielle abrazó a Tales fuertemente y besó su mejilla.— Nunca conocí a dos amigas que se quisieran
tanto. Ni siquiera a hermanas o hermanos y tal vez no entienda la naturaleza de su amor; pero sí estoy seguro de
que por ser almas gemelas ni el tiempo ni la distancia las separarán verdaderamente— esta vez, ni siquiera
Gabrielle, quien siempre tenía algo que decir, supo qué decir.
— Vámonos— dijo Xena finalmente y echando el brazo sobre los hombros de su amiga comenzaron a caminar hacia
su destino una vez más—. ¿Gabrielle?
— ¿Mmm?
— Cuando estemos en la gruta de la montaña en donde está Karión no debes separarte de mí más de un metro.
¿Entiendes?
— ¿Por qué?
— Ahí dentro crearemos una especie de burbuja de energía que difícilmente el poder de él podrá destruir, pero si te
alejas lo suficiente de mí serás totalmente vulnerable.
— Entiendo, Xena.
— Y por esta vez, tan sólo por esta vez, ¡obedéceme!
— ¡Siempre te obedecía!— Gabrielle no pudo evitar sonreír al replicar esto, pues sabía que no era cierto.
— ¡Claro que no!— repuso Xena, molesta.
— ¡Claro que sí!
— ¡Claro que no!
— ¡Te digo que sí!
— ¿Crees que no recuerdo, pequeña granuja? ¡Jamás obedecías!
— ¡Sí lo hacía!
— ¡No!

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— ¡Sí!

— ¡Gabrielle!— rugió Xena mientras paraba la marcha frente a su amiga. Los cinco guerreros se miraban unos a
otros mientras observaban la cómica escena y se encogían de hombros.
— Bueno... está bien, lo admito. Ya cálmate— al decir esto Gabrielle rió con soltura, pues la sensación de aquellas
graciosas discusiones pasadas volvió a ambas y Xena sólo pudo corresponder de igual forma alborotando
cariñosamente el cabello de su amiga—. Veo que, no importa los cuerpos que habites, Xena, siempre tendrás ese
horrible mal genio, ¡jeje!
— ¿De qué estás hablando?
— ¡De tu mal genio!

— ¡Ja! Como si fuera la única aquí con mal carácter.
— Pues... yo no tengo mal genio...
— ¡Claro que sí!

— ¡Oh, no! Ahí van otra vez— dijo Solan, resignado a escuchar un nuevo debate.
NA. Nota de Autor: versos de Francisco Céspedes

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Continuación...

 
El sendero por las montañas era escabroso; pero la firmeza de sus pasos tal como la de sus carácteres no mostraba
dejo de duda o temor por la inminente confrontación. Para estos personajes la valentía se había forjado a golpes
cual espada en manos de herrero, un herrero hábil y astuto. Por esto, una espada hecha con los mejores materiales
siempre asesta golpes certeros y mortales cuando es bien manejada; siempre detiene, aun sin vibrar, los estoques
de una hoja enemiga. Así era su confianza, ésta era su mejor arma.

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Xena aún asía a su amiga por el hombro. Temía tanto por ella, por su vida, creía que no debía morir nunca, que la
luz de Gabrielle no debía apagarse jamás. Es que tanto bien le hizo a su vida, a su mente, a su alma, que estaba
segura de que su pequeña barda no podía dar más que cosas buenas a quienes la conocieran. Prueba de ello eran
los cinco hombres que caminaban tras ellas, el rey de Arcadia y su hija, los aldeanos cuyos rostros de paz y felicidad
reflejaron el agradecimiento que sintieron por su ayuda, y el Faraón mismo que la vio como la mejor de sus
consejeros. Pero la muerte siempre alcanza, de uno u otro modo, mas Xena pensó que ese día no sería, no para
Gabrielle.
— Dime una cosa— preguntó después de sus profundas cavilaciones—. ¿Alguna vez volviste a escribir en
pergaminos?
— No. ¿Te imaginas a una guerrera escribiendo poesías o historias en un rollo?

— ¿Y por qué no? Serías la primera guerrera y barda en el mundo. Además recuerdo que no lo hacías mal.

— Xena... la inspiración para mis historias eras tú. Yo deseaba que la gente de muchas generaciones conociera tus
hazañas.
— Deberían conocer las tuyas... han sido más significativas.

— Entonces tal vez me busque un bardo personal— ambas rieron.

— Por cierto, ¿Qué hiciste con las cenizas de mi cuerpo? ¿Aún las llevas contigo?

— No. Están en Anfípolis. Cuando estuve en Egipto me hice amiga de un mercader asirio, a él le pedí que las llevara
hasta Grecia y las depositara junto a la tumba de tu hermano Lyceus. Ese fue siempre tu deseo, ¿no?— Xena se
detuvo abruptamente, conmovida por el acto de su amiga.
— ¿Realmente hiciste eso?

— No te mentiría, Xena. Aunque me dolió hacerlo, sabía que era lo correcto.

— Sí. Siempre has antepuesto lo correcto a todo... aún a mí misma. Y... El poema que Safo escribió para ti, ¿aún lo
tienes?— Gabrielle estuvo a punto de contestar cuando Jasón les advirtió que habían llegado a su destino.
— Aquí es— dijo el joven—. El túnel que da al interior de la montaña esta ahí— señaló hacia una brecha que no
parecía ser muy ancha.
— Bien, ha llegado el momento— dijo Gabrielle—, entraremos de dos en dos. Xena y yo primero, los demás nos
siguen de cerca y... que los Dioses o quien sea nos protejan.
Gabrielle, Xena, Tales, Solan y Pólux desenfundaron sus espadas; Alexis preparó su arco y flechas y Jasón su
ballesta. Comenzaron a adentrarse por la oscura gruta, iluminados sólo por una antorcha en manos de Xena.
Caminaron por unos minutos sin que se vislumbrara la posibilidad de alguna batalla temprana. La senda era
demasiado estrecha como para librar alguna lucha.
— Creo que llegamos— dijo Xena. Una luz al final del camino les mostró que pudieran encontrarse en el propio
centro del maligno poder que emergía de las Montañas Oscuras.
En efecto, llegaron hasta una enorme caverna, la cual totalmente iluminada por decenas de antorchas, les permitía
tener un panorama completo del lugar. En el centro de esta había un círculo con extraños símbolos al margen y más
al centro dibujada una estrella de cinco puntas. Todos miraban con sigilo de un lado a otro en espera de lo que
pudiera suceder. Así, de la parte más alta, de lo que sin duda era un altar, apareció una figura que habló de esta
manera:
— ¡Bienvenida, Xena, Destructora de Naciones!— la voz sonó bastante grave y tenebrosa. Era obvio que conocía a la
guerrera, pero ésta no pudo identificarla.
— ¿Quién eres para que te atrevas a llamarme así?— preguntó Xena con aire desafiante dando un paso al frente aún
en posición de combate.
— Siempre he tenido muchas formas y rostros. He estado en todo tiempo y lugar— el extraño personaje se rió
levemente mientras, como saliendo de su espalda, aparecían las figuras de viejos conocidos de Xena y Gabrielle.
— ¿Qué es esto?— preguntó con asombro y horror la rubia guerrera cuando, ante sus ojos y sobre ellos, se
colocaban a su alrededor Ares, Callisto, Alti, Hope, Grendl, Odín, César, Ming Tien, Yodoshi, Draco, Velasca, El Gran
Mefistófeles y algunos otros personajes que ella no supo reconocer.
— ¡Xena!— dijo Gabrielle, quien, aunque luchó por no demostrarlo, sintió miedo.
— No temas, Gabrielle— Xena se apresuró a tranquilizar a su amiga diciendo esto y colocando su mano sobre las de
ella, las cuales, asían firmemente su espada lista para la confrontación—. Sólo es una ilusión. No son reales.
— Tan ágil de mente como de manos, ¿eh, Xena?— la figura que yacía frente a ellos soltó una estruendosa
carcajada.
— ¿Quién es?— inquirió Tales al darse cuenta de la inmutabilidad de la guerrera.
— El Mal— contestó Xena, cuya mirada no dio ni por un momento vislumbres de temor. Esa mirada que cientos de
veces amedrentó al mundo que la conocía brilló es sus ojos azules una vez más—. Karión es el Mal.

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— Sé a qué has venido, mujer, tú y tus guerreros— dijo el misterioso y aterrador personaje—, pero sabe que lo que
hoy está por ocurrir aquí nadie ni nada pude detenerlo.
— No he venido a detener nada— repuso Xena con sonrisa diabólica a la vez que movía su espada con ágiles
maniobras—. ¡He venido a iniciar algo!
— Nadie osa desafiarme así— El Mal estaba realmente furioso ante el cinismo de la guerrera—. ¡Atáquenlos!— fue la
orden, y mientras guerreros oscuros aparecían de varias puertas que se abrieron como por arte de magia para
asesinar a los valientes, Karión comenzó su ritual maligno con el que liberaría a las almas de todos los seres más
perversos que yacieran atrapados en cualesquiera de los lugares destinados para ello en el mundo.
— ¡Que comience la diversión!— gritó Solan y todos con ingeniosa faena lucharon por defenderse del enemigo.

Gritos de guerrea, los retumbos de la lucha, el silbido de las estocadas, de las flechas y el doloroso sonido de los
tajos propinados por unos y otros se combinaban en la vertiente de poder más salvaje en la cual se habían
encontrado Gabrielle y sus amigos. Xena, en medio de la batalla, vio a Karión preparando la ceremonia. Tenían que
detenerlo.
— ¡Gabrielle, debemos subir hasta él!— Xena corrió seguida por su amiga y con un salto acrobático, como antaño,
logró subir a una enorme roca. Cuando estuvo allí tomó a Gabrielle por la mano y con la fuerza que la caracterizaba
remontó a su amiga con relativa facilidad, evitando que algunos guerreros oscuros le alcanzaran.
Comenzaron a ascender por el escarpado muro, mientras que algunas saetas rozaban sus cuerpos tratando de
impedir que llegaran hasta Karión. Una de las flechas alcanzó a Xena hundiéndose en su muslo derecho. Ella lo
resintió, pero rápidamente la sacó de su pierna y la herida cicatrizó en el acto. Gabrielle presenció esto con asombro
y, entre el apuro que pasaba por ascender y su enojo, comenzó a discutir con la guerrera.
— Dijiste... ¡Uf!... que si nos manteníamos cerca... ¡Ahj!... no... nos podrían hacer daño. Sé por qué me mentiste,
pero ya no soy una chiquilla, Xena, hace tiempo dejé de serlo y puedo cuidarme sola.
— Gabrielle... no es el momento de discutir eso... ¡Hey!— Xena interceptó una flecha que, de no hacerlo, se habría
clavado en la espalda de su amiga.
— Burbuja de energía, ¿eh?

— ¡Escucha... no importa lo que haya dicho, no quiero que te alejes de mi!... ¡¿entendiste?!— y diciendo esto tomó a
Gabrielle por la espalda y la lanzó velozmente hacia arriba y ella misma de un salto alcanzó la cima.
La respiración de ambas era agitada, pero ahí estaban, justo frente a Karión, quien durante los minutos anteriores
las había ignorado esperando que sus soldados se encargaran de ellas.
El Mal se volvió hacia las temerarias mujeres, quienes le miraban con desdén.

— Parece que el placer de eliminarlas será exclusivo para mí— sonrió maléficamente y con extraños movimientos de
sus manos preparó el ataque y Xena lanzó otro de sus burlescos comentarios.
— Sólo hay tres cosas que causan verdadero placer en la vida: la comida, el sexo y cagar... te voy a provocar la
última— Gabrielle rió burlonamente ante el comentario de su amiga, mientras que Karión verdaderamente irritado
lanzó sobre ambas una centella de color amarillento.
— ¡Al suelo!— Xena empujó a su compañera y ambas rodaron a ras de tierra esquivando el disparo de energía. Tras
un intento hubo otro por desaparecer a las guerreras, éstas hábilmente con desplazamientos volatineros y usando
sus espadas evadieron todo lo que El Mal les enviaba. Gabrielle lanzó el chakram, pero fue en vano, pues Karión lo
desvió con los rayos que salían de sus manos. Después de unos cuantos giros y golpes la poderosa arma buscó las
manos de su antigua dueña.
— ¡Si amas algo déjalo libre...!— expresó Gabrielle. El chakram siempre pareció tener mente propia, pues no
importaba hacia donde lo enviara Xena o cuánto tiempo tardara en hacer su recorrido mortal... continuamente volvía
a sus manos.
Mientras tanto, los cinco hombres que libraron una batalla campal terminaron con todos esos molestos guerreros,
estaban exhaustos. Sin embargo permanecieron pendientes de lo que en el altar estaba ocurriendo. Tales, guiado
por el amor a su Gabrielle y sin hacer caso de los llamados de Pólux subió hasta donde ella estaba y se unió a la
pelea.
— ¡¿Qué haces aquí?!— le preguntó Gabrielle muy molesta—. Éste ya no es tu asunto, puedes morir, Tales.
— ¡Tú siempre serás mi asunto, Gabrielle!
Tres combatientes defendiéndose entre sí resultó muy confuso para Karión. Decidió ocultarse por unos segundos
mientras planeaba su próximo movimiento.
— ¿A dónde fue?— dijo Tales mientras los tres se volvían hacia todos lados esperando un ataque sorpresa. Él y Xena
dejaron a Gabrielle entre ambos y Karión observó eso. "La pequeña guerrera... es a ella a quien debo eliminar, ella
es la clave para mi triunfo", pensó.

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— Ahí está— respondió Xena—. Puedo verlo moviéndose entre las rocas.
— Sí... lo veo también— dijo Gabrielle.

Una repentina avalancha de rocas comenzó a caer sobre ellos y esto los obligó a separarse. Tales no corrió con
tanta suerte pues fue alcanzado por un pedernal que lo tumbó y aprisionó una de sus piernas. Gabrielle lo llamó
desesperada y corrió hacia él. Los amigos de Tales al ver lo que sucedía se dirigieron hacia lo alto del altar para
socorrerlos.
— ¡Tales... amigo mío, voy a sacarte de aquí!— Gabrielle intentó en vano mover la enorme piedra.

— ¡Gabrielle!— gritó Xena mientras intentaba recuperarse y subir nuevamente hacia ellos, pues una de las piedras le
golpeó también lanzándola unos cuantos metros abajo—. ¡A tu espalda!
La menuda guerrera sintió la cercanía de Karión y empuñando fuertemente su espada se volvió hacia él que estuvo
apunto de tomarla. Gabrielle cortó la mano izquierda de éste, pero Karión aún con la derecha logró lanzar su rayo
amarillezco contra ella. Tales tomó a su amada por una pierna y utilizando las pocas fuerzas que aún le quedaban
hizo que cayera al suelo y fue él quien recibió el impacto ardiente.
Gabrielle contempló aquella escena con horror, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, sintió tan cerca el calor de
aquel fuego y observó la última mirada que Tales le dirigió. Karión observaba con deleite y sadismo la escena. Las
lágrimas comenzaron a rodar por sus encendidas mejillas, miró a Karión y su mente comenzó a nublarse,
simplemente no pensaba y la fuerte mano con que empuñaba la espada comenzó a debilitarse.
— ¡Es a ti a quién debo matar y ya nada me detendrá!— la voz de Karión le sonó a Gabrielle como un eco lejano y
cuando éste estaba a punto de lanzar su centella un agudo y afilado hierro traspasaba su espalda hasta encontrar
desesperadamente la salida por el pecho.
— ¡Nadie lastima a mi amiga frente a mis ojos y vive para contarlo!— le susurró Xena quien oportunamente llegó
para salvar una vez más a Gabrielle. Ésta, al oír la familiar voz reaccionó y al ver los azules ojos de Xena cobró
fuerzas, blandió su espada y la hundió en el vientre de Karión.
— No. Soy yo quien te ha matado para detenerte— dijo, viendo al rostro de El Mal perecer.

Xena lanzó hacia un lado el cuerpo de Karión, el cual se consumió dejando sólo unas cenizas entre las ropas.
Después abrazó fuertemente a Gabrielle quien se aferró a ella para llorar a otro amigo amado que la dejaba. Sintió
el pequeño y trémulo cuerpo de su barda experimentando todo aquel dolor y sabía que en cualquier momento ella
también la dejaría.
Alexis, Jasón, Pólux y Solan removieron la piedra que aprisionaba el cuerpo de Tales. Gabrielle se volvió hacia él y
besó sus labios con ternura, pero no fue capaz de pronunciar una palabra, el dolor no se lo permitió. Pólux se quitó
su capa y cubrió con ella el cuerpo del valiente guerrero, de su amigo.
Un viento extraño y fuerte comenzó a soplar dentro de la montaña.
— ¡Tenemos que salir de aquí!— dijo Xena.

Solan cargó sobre su hombro el cuerpo de Tales y comenzaron a descender para dirigirse a la entrada de la caverna.
Sin embargo, Gabrielle no se movió.
— ¡Gabrielle... tenemos que salir de aquí!— dijo Xena tomándola por el brazo.
— ¡Quiero morir aquí, Xena!... Puedo decidirlo ahora y ésta es mi decisión: ¡Quiero ir contigo!
— ¡Nunca lo permitiré! No mientras pueda impedirlo. Perdóname por esto...— al decir estas palabras Xena utilizó el
punto de presión en su amiga y alzándola en brazos se apresuró a salir del lugar.
Xena sabía que el trayecto por recorrer era largo hasta la salida, pero debía tomar el riesgo. Corrió con Gabrielle en
brazos tan rápido como pudo. Lograron salir a tiempo y la caverna colapsó.
Una vez estuvieron en lugar seguro, la guerrera se apresuró a quitar el Punto de Presión, parecía que Gabrielle había
expulsado por su nariz más sangre de la normal y esto preocupó a Xena, quien intentó deshacer la presión por
segunda vez.
— ¡Vamos, Gabrielle!— decía con desesperación—. No fue demasiado tiempo... sé que no fue demasiado tiempo. ¡Lo
hice a tiempo... despierta!— Gabrielle no volvía. Xena golpeó por tercera vez el cuello de su amiga que aún no
reaccionaba. La impotencia estallaba en su corazón, sabía que ya no tenía mucho tiempo, pues de un momento a
otro ella desaparecería y en medio de esta locura rememoró las palabras de Gabrielle: "Puedo verte y tocarte otra
vez"... "Te extrañé tanto y te llamé tantas veces", "No me bastaba tu recuerdo"..."Nunca logré dejar de sentir este
dolor, sólo me acostumbre a él"..."Si tengo esa oportunidad seré sólo yo quien decida cuándo y dónde moriré"...
— ¡No... no lo acepto!— dijo la guerrera cediendo a las lágrimas—. Mira, Gabrielle... ¡Mira!... A donde vamos no hay
flores, árboles, ríos, ocasos o noches estrelladas porque no puedes entender la diferencia entre la luz y la oscuridad
— el dolor era tan inmenso en el corazón de aquella valiente mujer—. ¡En qué maldita basura estaba pensando
aquel día en Anfípolis cuando te dije que sí podías acompañarme!— y lloró aún mas.

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Después de algunos segundos de incesante llanto miró a los guerreros y notó que estos también lloraban, ahora, a
dos compañeros muertos.
— ¡¿Por qué la lloran?!— gritó—. ¡Ella no ha muerto!— y al decir estas palabras golpeó una vez más el cuello de
Gabrielle, entonces ésta comenzó a respirar con desesperación y a toser hasta recibir el suficiente aire en sus
pulmones. Xena la abrazó y besó con urgencia pidiendo perdón por casi perderla una vez más.
— ¿Por qué no me dejaste morir?— susurró la pequeña y ahora débil guerrera.

— Porque aún no es tu tiempo— Xena se acomodó al pie de un árbol sin liberar a Gabrielle de su abrazo. Los
hombres, que habían presenciado toda la escena con abatimiento y luego con regocijo, decidieron alejarse un poco y
plañir en paz por la muerte de sus amigos. Gabrielle los vio y decidió unírseles. Xena no se acercó, era un momento
demasiado íntimo para ellos; las dos vidas que se perdieron luchando por El Bien Supremo merecían esto al menos.
Luego de un largo instante de palabras de aliento y abrazos fraternales Gabrielle volvió al lado de su amiga, quien
aún yacía al pie del árbol.
— ¿Cuándo es tu momento?— le preguntó con tristeza.

— No lo sé...— fue la única respuestas de Xena. Gabrielle contempló al sol ocultándose en el horizonte y una lejana
sensación volvió a ella.
— Parece que todo se repite... el ocaso... y ese instante... el corto instante entre nosotras antes de que
desaparecieras.
— Ven, Gabrielle— animó Xena y la rubia barda encontró una vez más el lugar preciso al lado de su mejor amiga.
Ambas estaban muy cansadas. Gabrielle cayó sumisa ante el profundo sueño que la invadió. La noche se derramó
poco a poco en aquel valle. Una suave y refrescante brisa inundó el ambiente. Xena liberó algunas lágrimas que
mojaron el cabello de Gabrielle, cerró sus ojos y esperó el momento de desaparecer.

*

Gabrielle despertó después de un largo y reparador sueño, pero la calidez que percibía no la dejaba abandonar su
actual postura. Fue un momento, un lapso entre lo habitual y lo insólito el despertar aquella mañana junto a Xena,
como si el tiempo hubiera retrocedido o como si nunca hubiese caminado; pero finalmente y como suele suceder, la
realidad la alcanzó. Se incorporó de súbito al escuchar los cadentes latidos del corazón de su amiga, la sosegada
respiración de ella. Gabrielle la contempló con asombro, tocó su mejilla... ¡Era cierto! ¡Xena aún estaba viva... y con
ella! Su piel estaba caliente, sus labios rozados, su cuerpo relajado y en su rostro había serenidad. Gabrielle temía
hablarle presa del pánico, pensando en que era un sueño se alejó unos cuantos pasos, miró con sospecha a su
alrededor y vio a sus amigos preparando las cosas para la pronta partida y escuchó sus murmullos; sacudió su
cabeza intentando despertar, pero sólo había una manera de saber lo que pasaba.
— ¡Xena!— dijo suavemente al acercarse a su amiga y esperó la respuestas con el desasosiego más grande de su
vida.
— Gabrielle, estoy cansada— musitó la guerrera entre despierta y dormida, pero también ella cayó en la cuenta de
que algo raro sucedía y abrió sus ojos, sacudió la cabeza y parpadeo, vio en derredor y se dio cuenta de que aún
estaba en la tierra.
Gabrielle se llevó las manos a la boca para ahogar un gemido de llanto, sin embargo las lágrimas no encontraron
barrera a su paso.
— ¡¿Gabrielle?!— dijo Xena alargando su mano para tocarla y corroborar que aún era humana, tan humana como
hacía cinco años, como hacía once cuando extendiendo su brazo ayudó a la necia jovencita de Potedia a montar
sobre Argo.
Las manos de ambas se encontraron a mitad del camino y en la colisión estuvo la prueba. Gabrielle se abalanzó
sobre ella y ambas se abrazaron y prodigaron palabras de cariño y expresiones de afecto a granel.
— Xena... no te fuiste... ¡No te fuiste!
— ¡No puedo creer que aún esté aquí!... No lo entiendo... Dijeron que volvería tan pronto como...
— Shhh... ¡No lo digas!— Gabrielle temió que al decir esas palabras alguien oyera a Xena y aquella realidad acabara
para ambas. Besó sus manos y las llevó a su rostro—. No importa lo que haya pasado o por qué no te fuiste, lo que
importa es que estas aquí.
— ¿Xena?— preguntó Alexis. Los cuatro guerreros habiéndose dado cuenta de que ella aún estaba viva se acercaron
para comprobar que lo que sus ojos veían era cierto.
— Sí, es Xena... aún está viva... ¡no se la llevaron!— dijo la barda con regocijo.
— La verdad es que yo... yo no entiendo— Xena se puso de pie alzando a Gabrielle, quien con sus brazos se aferró a
la cintura de su amiga. Estaba decidida a no dejarla ir esta vez.
— Parece que alguien allá arriba hizo más que oír tu oración la otra noche. Seguramente vio también en tu corazón
— dijo Pólux con afable sonrisa y colocando sus manos en los hombros de ambas mujeres dio la única explicación
posible para aquello—. ¿Puede haber mejor retribución en la vida, para Gabrielle, que ésta, Xena?

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— ¡No!— respondió ella.

*

Una semana después de los acontecimientos referidos, Xena aún acompañaba a Gabrielle. Estuvieron en los
funerales de Tales y Arón, y en la boda de la hija de Triano. Todos les pedían quedarse, pero sus almas no podrían
estar aferradas a un lugar, así es que se despidieron y comenzaron un nuevo viaje hacia donde la vida las
condujera.
— ¿Gabrielle?
— ¿Mmm?

— No terminaste de contarme si aún tienes el poema de Safo contigo.

— Ya no lo tengo conmigo. Lo vendí. Hubo un hombre al que conocí en Arcadia hace poco más de un año. Tenía una
gran necesidad económica y como a la hija de Triano le encantaba el poema, le dije a éste que lo comprara para ella
y yo le di esos denarios al aldeano.
— ¡Un momento!— replicó Xena—. Dijiste que nadie sabía que el poema existía, que era tu tesoro.

— Ah... bueno... este...— Gabrielle se encontró en verdadero apuro—, les... les mentí, ¡je je!... Entiéndeme, si no lo
hacía mis amigos no confiarían ni por un momento en ti... debía asegurarles de que eras la verdadera Xena.
— ¡Entonces tampoco tú... estabas segura!— inquirió Xena con sorpresa.
— Te equivocas... yo sí lo estuve.
— ¿Por qué?

— Por tu mirada... reconocí a la verdadera Xena en tu mirada. Solo tú me miras como lo haces y me hace sentir eso
tan singular dentro de mí.
— Te amo, Gabrielle— dijo Xena sonriéndole.
— Yo también te amo, Xena.

Las dos amigas caminaron hacia el horizonte, seguramente en busca de una nueva aventura, esperando que sus
caminos no volviesen a separarse.
El sol se ponía.

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FIN
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El regreso de Xena

  • 1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias. La Retribución de Valkyria V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Renuncias: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen a Renaissance Pictures y MCA/Universal Television. Han sido tomados prestados para esta historia, la cual no pretende infringir ningún derecho de propiedad intelectual, ni persigue fin de lucro alguno. El contenido del presente escrito (salvo donde se indica) es propiedad exclusiva de su autora. Febrero del 2003. Clasificación: Autora: Valkyria L A R E T R I B U C I Ó N LOS SIETE El saqueo y la masacre dieron comienzo repentinamente. Confusión, gritos, luchas por doquier; todo se conjugaba en la vorágine de las almas sedientas de sangre y poder. Una voz de mando, cuyos gritos caían cuales rayos sobre la gente de la población, era la más estremecedora de las armas con las que contaba Talón, líder de aquella canalla, de la infame horda que estaba causando pánico en toda la región. De pronto... el silencio, roto por un chillido infantil, un gemido de mujer hecha viuda y por las palabras groseras de los despojadores. El humo ascendía como señal del fin y de la destrucción sin tregua... Todo había acabado. El mundo era violento y los héroes pocos, pero los había. Siguiendo la huella de los caballos de la horda iban otros con jinetes al lomo en cuya mirada se apreciaba el valor y el sentir de los guerreros que luchan por la libertad. Eran siete los que gallardamente montaban sus corceles. Estaban armados con espadas, ballestas, dagas, y decididos a acabar con la amenaza que Talón y sus hombres significaban para todos. Así, cuando se colocaron en la calle principal de la aldea, y mientras los infames se armaban una vez más, el líder de los siete habló. — ¡Soy Gabrielle de Potedia! Y les ordeno que abandonen pacíficamente esta aldea o tendremos que echarlos por la fuerza— la voz sonaba imperativa y la figura era la de una fuerte mujer en cuya mirada de águila fulguraba decisión y coraje. Talón soltó una estruendosa carcajada que mostró el interior de su inmunda boca. — ¿Qué diablos es lo que comes?— preguntó Gabrielle empuñando su espada. Con feroz expresión, Talón alzó su estoque y vociferó: — ¡Ramera! Tú y tus seis maridos morirán ahora. Cuando la batalla se disponía aparecieron como de la nada otros guerreros que rodearon la población. La horda se asustó al verse cercados y entender la mueca en el rostro de su comandante. — Te equivocaste de número. ¡Son cincuenta!— con diabólica sonrisa la mujer alzó su espada y el fiero grito de batalla rompió el aire. Los aldeanos sobrevivientes aprovecharon la situación y corrieron hacia los peñascos cercanos mientras el combate arreciaba. Uno a uno, los miserables caían sin vida. Era casi imposible la supervivencia contra un grupo que doblaba su número y que además mostraba virtudes bélicas superiores. El último en caer fue Talón, un privilegio que se reservó Gabrielle, la osada caudilla de Potedia. Sólo unos cuantos huyeron. — Déjenlos. Corren con tanto miedo que estoy segura de que no volveremos a ver sus apestosos traseros.
  • 2. — Es demasiado arriesgado, Gabrielle. Tenemos que eliminarlos a todos— replicó Tales. Éste era un hombre noble de espíritu, valiente. Su ciudad cayó víctima de la camada de Talón y jurando venganza y firme lealtad hacia Gabrielle, quien salvó la vida de su padre en aquella batalla. Él y cinco guerreros más se unieron en la búsqueda del odiado enemigo. — Lo más importante ahora es la gente: traerlos de regreso y ayudarles a reconstruir todo... Enterrar a sus muertos. Para Tales, la palabra de Gabrielle era una orden irrefutable e hizo tal cual era el deseo de su líder. Ella, a su vez, punzó su caballo y acercándose a un hombre cuya barba blanca mostraba largos años de vida, le dijo: — ¡Gracias, Triano! No lo hubiéramos logrado sin tu ayuda— se estrecharon las manos. — Mi hija te debe la vida y eso es más que una deuda para contigo. Por cierto, que envía saludos a su guerrera favorita...— dijo el hombre esbozando una amplia sonrisa que Gabrielle correspondió cálidamente. — Dile que le envío un abrazo y que espero estar de vuelta pronto para su boda. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m El pequeño ejército se alejó tras la mirada ahora melancólica de Gabrielle, y el pensamiento puesto en la próxima batalla. Dos días después de estos acontecimientos, los siete se marcharon de la comarca. Llevaban provisiones para un largo viaje, un viaje hacia las Montañas Oscuras del Norte. Encontraron un buen lugar para acampar en medio de un bosque de frondosos robles. La noche caía. Después de comer, beber vino y entonar un par de canciones guiados por la ronca voz de Solan, quien era tosco y robusto, pero tremendamente gracioso, se dispusieron a dormir. — ¿Cuánto tiempo nos tardaremos en llegar ahora que Las Montañas Oscuras del Norte son nuestro único objetivo? — preguntó Tales mientras arreglaba sus mantas. — Cinco días. No podemos llegar más tarde. Recuerda lo que nos dijo la profetisa: si llegamos el día de la luna llena, todo cuanto hagamos por detener a Karión será inútil— contestó Gabrielle, mientras se acomodaba para descansar. La noche estaba raramente silenciosa, gracias a lo cual Los Siete, como se les conocía por sus hazañas, descansaban más tranquilamente que nunca. Sin embargo, de súbito, escucharon unos gritos familiares que los despertaron con sobresalto. Eran los hombres de Talón que habían logrado escapar. Los vigilaron y siguieron hasta este lugar para atacarlos de noche. Esta parecía la ocasión más propicia. Sin tiempo de tomar sus espadas, Gabrielle y sus compañeros se vieron rodeados por un número igual de fieras, pues eso parecían aquellos hombres. Los valientes habían sido despojados de sus armas y el que parecía el líder en esa ocasión tomó a la mujer por la espalda y puso una daga de manera peligrosa en el cuello de ésta. — ¿Qué te parece, bastarda? Parece que siempre ganaremos nosotros...— dijo, mientras lamía la oreja de su presa— Pero antes quizás nos divirtamos un poco. Tales no se atrevió en ese momento a dar ninguna orden, pues de sobra sabía lo que podría pasar con Gabrielle. De repente, de la oscuridad más negra llegó la salvación. Uno de la horda desapareció repentina y velozmente entre las sombras. Alguien o algo tiró de él. No se escuchó nada. — ¿Qué fue eso? ¿Quién esta ahí? ¿Quién más está con Uds.? ¡Malditos!— dijo el enfurecido y aterrorizado captor de Gabrielle, que al notar la cara de sorpresa de todos, incluyendo las de sus prisioneros, se asustó aun más. Inmediatamente un hombre más desapareció de la misma forma. Seguía el silencio. Todos tenían la mirada como perdida, sus ojos parecían salirse de las órbitas. ¿Quién era?, o ¿qué era? — ¡Si has venido a rescatar a estos perros y te llevas a uno más de mis hombres, te juro que mato a la mujer!— presionó más su cuchillo contra el cuello de Gabrielle, que gesticuló con dolor. "No logro ver nada", pensó el hombre mientras sus manos y frente comenzaban a sudar, heladas. Así, de la nada apareció una flecha que certeramente atravesó sus sienes. El hombre se desplomó. Gabrielle, al verse libre, tomó la espada del muerto y aprovechando el estupor general sus compañeros lograron asir sus propias armas y una vez más el brazo fuerte de la guerra los alcanzó. La lucha no duró más que unos cuantos minutos. Cuerpos yacían en el suelo. Sólo Los Siete sobrevivieron... una vez más. Aguardaron. Miraban con sospecha hacia esa oscuridad sin saber qué esperar. Sus espadas en posición de ataque. El personaje apareció. Una figura caminaba lentamente hacia ellos. — ¿Quién eres?— preguntó con firmeza Tales y, haciendo una señal con sus manos, ordenó a sus hombres rodear a Gabrielle.
  • 3. El cuerpo de este ser estaba cubierto de la cabeza a los pies por una enorme túnica negra. "Imposible reconocerlo", pensaron. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos, a la luz de la fogata, tiró suavemente la cobertura de su cabeza. Se reveló por fin. Los seis hombres bajaron sus espadas. Gabrielle sintió que sus fuerzas la abandonaban y, sin percibirlo, su espada cayó al suelo, pues su mano perdía la vida. — ¡Xena!— musitó mientras su mente parecía nublarse. — Gabrielle de Potedia... Al oír estas palabras y ver aquella figura, la joven rubia sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de rodillas mientras un frío, el más helado de todos, recorrió su cuerpo. Impresiones del pasado volvieron: la noche lluviosa cuando encontró el cuerpo decapitado de su amiga, el dolor, la rabia y el odio, aquel odio jamás experimentado, un odio que no se comparaba al endeble sentimiento que se apoderó de su alma cuando Callisto mató a Pérdicas; su mente estallando en mil pedazos por no entender el por qué Xena debía morir, todo fue tan confuso como la misma idea de que ella hubiese vuelto. — ¡Gabrielle!— Tales se apresuró a sostenerla y ella sucumbió en sus brazos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena intentó acercarse a su amiga cuando los viejos sentimientos de preocupación volvieron a su corazón; pero los hombres de Tales con valentía y blandiendo sus afiladas hojas la detuvieron. — ¡No te acercarás a ella!— dijo Tales, con vigor—. Solan, trae las sales, ¡deprisa! — No soy su enemiga— replicó Xena. — ¿Quién eres?— inquirió Solan. — Soy Xena de Anfípolis, conocida hace tiempo como La Princesa Guerrera. — Xena murió hace cinco años. La misma Gabrielle nos lo contó— intervino Alexis, otro de los hombres de Tales. — Ella sabrá reconocerme— ninguno de ellos confió o apartó su espada de Xena y esperaron hasta que su líder se recuperó. — ¡Vamos Gabrielle, despierta!— decía Tales, mientras la miraba con ternura y pasaba las sales cerca de la nariz de la joven. Por fin ella reaccionó y como era de esperarse una vez más despertó con aquella pregunta tantas veces dicha en el pasado. — ¿Dónde está Xena?— con rostro angustiado buscó a su amiga y cuando encontró los azules ojos sus propias pupilas verdes se clavaron en aquellos. — Gabrielle, ella no es Xena. Xena está muerta, ¿recuerdas?— dijo Tales tratando inútilmente de detener a su amiga, quien se encaminaba hacia Xena. — ¡Xena está muerta! Vi su cuerpo, tengo sus cenizas y no permitió que trajera de regreso su espíritu. ¿Quién eres? — preguntó secamente Gabrielle mientras clavaba sus ojos en los de aquella mujer. — Soy Xena de Anfípolis, Princesa Guerrera, amiga de Gabrielle de Potedia: barda, princesa amazona y el ser más noble y bueno que conocí jamás. Estas palabras dichas con serenidad y seguridad se clavaron en el corazón de Gabrielle. Sus ojos no pudieron contener el mar que pujaba por salir y cuando la catarata se desbordó su voz se ahogó. — ¡No puede ser!— fue todo lo que dijo. Los hombres aún permanecían como estatuas en sus lugares sin moverse un ápice mientras amenazaban a Xena con sus espadas. Luego de unos segundos... — Bajen las espadas— pidió Gabrielle—. Si eres Xena resuelve este acertijo: "Los días se cumplieron junto al sol y las palabras del pergamino volaban entre dos almas sobre el mar." Hubo un silencio casi sepulcral. Xena cerró sus ojos por unos segundos, después sonrió dulcemente a su amiga y contestó. — Los días que se cumplieron junto al sol fueron tus años, estábamos en Tebas sobre un risco a la hora de la puesta de sol, por eso parecía estar a nuestro lado. Las palabras del pergamino son el poema que le pedí a Safo escribir para ti. Esa tarde volamos sobre el mar gracias al casco de Hermes que yo tenía en mi poder. — ¡Realmente eres tú!— las lágrimas regresaron a las mejillas de la joven rubia. — Gabrielle, esos datos pudo averiguarlos con alguien, muchas personas las conocían— replicó Tales aún mirando con sospecha a Xena. — No lo del pergamino. Jamás le conté a nadie que lo tenía. Era mi tesoro— Gabrielle dirigió su mano hacia el rostro de su amiga mientras susurraba:— Puedo verte... y tocarte otra vez...
  • 4. Fue el turno de Xena para llorar. ¿Hacía cuánto tiempo que no experimentaba sentimientos tan humanos? Esa alegría de ver aún viva a Gabrielle, de ver sus verdes ojos, su rubicundo cabello aun corto, su voz siempre juvenil... Parecía que el tiempo no transcurrió jamás. — ¡Gabrielle, es bueno verte otra vez!— dijo mientras atraía hacia sí a su amiga tan querida. Se abrazaron y lloraron juntas. Ambas encontraron una vez más la posición exacta entre los brazos de la otra. Para Gabrielle era casi imposible creer que Xena estuviera viva de nuevo como algunas veces sucedió en el pasado. Había perdido la esperanza, eran ya cinco años desde aquella dolorosa y cruel separación. Pero después de todo, aquello no era tan extraño para ambas que habían gustado el sabor de la victoria sobre la muerte cuando una y otra vez se les dio la oportunidad de volver. — ¿Qué fue lo que pasó?— inquirió Gabrielle mientras se reía con aquella sonrisa ingenua, de niña, de soñadora—. Seguramente no soportaron tu mal genio en donde estabas, ¿eh? Tales observó un cambio radical en su amiga. Jamás la había visto sonreír así, ni aún en los mejores momentos. La melancolía de sus ojos desapareció y la rigidez de sus facciones cambiaron a un gesto tierno y dulce. Sí, era otra chica la que estaba ahí. Una mujer aún más encantadora, más hermosa, más deseable. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Confiados en el criterio de Gabrielle, los valientes hombres se apartaron de ellas y se prepararon para escuchar lo que creyeron sería la historia más fantástica que habrían de escuchar en sus vidas. Tal cual, esta fue, y Xena comenzó: — Hace cuatro días me encontré cerca de una ciudad llamada Arcadia, cuyo rey es tu amigo Triano. Estuve muy confundida al principio. No sabía lo que pasaba, me sentía como en un estado de sopor incómodo y de pronto empecé a tener recuerdos muy extraños. Me vi en una región espiritual rodeada de innumerables almas... — ¿Con Akemi?— preguntó Gabrielle con cierto dejo de ira en sus ojos. — Sí. Hay unos seres de hermosa apariencia ahí. Estos fueron los que me enviaron de vuelta al mundo de los humanos con una misión: dijeron que mi fuerza y su fuerza debían unirse para acabar con el mal de las Montañas Oscuras del Norte. — ¿La fuerza de quién?— inquirió Gabrielle de nuevo mientras los otros oían perplejos, pero Tales, con sospecha. — No lo sabía. Eso me confundió más, pero como estaba nuevamente en un cuerpo humano el llamado de la naturaleza no se hizo esperar y sentí un hambre atroz, así que tome la alforja que estaba a mi lado y entré en Arcadia. Pregunté sobre lo que pasaba en las Montañas Oscuras y fui muy bien informada al respecto. Algunos creen en la vieja profecía sobre esas montañas y este año, otros son escépticos. Yo, obviamente, supe que debía creer. De pronto escuché mucha algarabía en la plaza principal y pregunté qué pasaba. No tardé mucho en obtener la respuesta. Entraba en la ciudad un héroe en una de esas procesiones triunfales majestuosas y ¿adivina quién era?— Gabrielle se sonrojó—. Entonces me fue revelado junto a quien debía luchar una vez más. Eres tú Gabrielle. También comprendí perfectamente la misión. — ¿Por qué no la buscaste en ese momento?— intervino Tales. — Era lo que más deseaba y no te imaginas lo que tuve que contenerme. Por la información que me dieron supe que habían pasado cinco años desde la última vez que nos vimos. Simplemente decidí observar a Gabrielle... y a los hombres que la acompañaban. No sabía quiénes eran ni cómo eran o cómo era ella ahora. Nosotras nunca anduvimos tan acompañadas— lanzó una mirada inquisitiva a su amiga, quien simplemente sonrió—. Decidí quedarme en la ciudad mientras Uds. permanecieran en ella. Al día siguiente encontré a tu amigo Solan hablando hasta por los codos de una misión que debían cumplir para atrapar a la horda de un tal Talón— Tales miró con rabia a Solan y este bajó la vista—. No lo culpes, Tales, fue el vino que yo le convidé una y otra vez... Ahora Gabrielle no pudo evitar reír y dijo: — Así que lo supiste todo el tiempo, Solan. Ya habías visto a Xena... — No dijo su nombre, sólo parecía muy amable. — ¡Desgraciado viejo panzón! Si vuelves a abrir tu bocota...— protestó Alexis. — ¿Qué?— Solan saltó de su asiento. — ¡Tranquilos!— ordenó Gabrielle y como perritos obedientes se callaron y volvieron a sus lugares. — Supe entonces que todos Uds. son hombres realmente valientes y los vi pelear contra Talón y sus secuaces. — Pudiste habernos ayudado en ese momento— le dijo Gabrielle. — Pensaba hacerlo, pero no me necesitaste. Hiciste un gran trabajo como líder. Reuniste a un pequeño ejército. Supiste cómo contestar al bastardo y manejaste la espada como en mis mejores tiempos; además me di cuenta de que tu bondad aún permanece en ti: tu prioridad siempre fue la gente de la aldea. — Sí, pero casi nos matan por mi descuido— repuso la rubia con tristeza.
  • 5. — Pues, entonces creo que no pude llegar en mejor momento, Gabrielle. — Algo habríamos hecho, Xena— dijo Tales tratando de apartar la atención que Gabrielle prodigaba a su amiga. Hasta ese momento él nunca había sentido celos de nadie, ni siquiera del recuerdo de esta mujer que ahora se presentaba en sus vidas para arruinárselo todo. Sin embargo, su buen corazón no tardaba en traicionarlo y hacerle sentir gozo de que Gabrielle estuviera feliz con este reencuentro. — Lo sé, Tales. Sé que no la dejarías morir. — Bueno, de todo esto lo importante es que Xena se nos ha unido en el viaje y si es cierto todo lo que ha dicho, Uds. dos vencerán al maldito de Karión— esta vez intervino Arón, un impetuoso luchador a quien Tales conoció en Esparta y decidió comprar como esclavo. Por los méritos del joven gladiador pronto fue puesto en libertad por el padre de Tales. — ¿Cómo se supone que venzamos a Karión?— preguntó Gabrielle a Xena. — ¿Cómo pensaban hacerlo Uds.?— repuso Xena. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Una profeta que conocimos hace un mes y quien nos convenció para tomar esta misión dijo que cuando estuviéramos frente a Karión... — ¡Claro! ¡Eso es!— interrumpió Alexis levantándose de su asiento y caminando alrededor de ellos—. La profeta dijo que las espadas unidas de dos almas: una nacida de nuevo y la otra con la más grande nobleza en su corazón serían las que acabarían con Karión. — ¡Sí!— repuso Arón—. Creíamos que el alma nacida de nuevo era Gabrielle cuando la profetiza aseguró que una de éstas almas era ella y lo supusimos porque prácticamente volvió a la vida después de pasar casi un mes como muerta por el veneno de la flecha de Talón. Pero el alma nacida de nuevo eres tú, Xena, y el alma con la más grande nobleza eres tú, Gabrielle. — Hasta este punto entiendo, pero si ya tenían a Gabrielle, ¿cómo se suponía que encontrarían a la otra alma? Iban rumbo a las Montañas Oscuras— preguntó Xena. — Creímos que era Tales— dijo Solan—... Él es un hombre de nobleza superior, además la profetiza dijo que veía mucho amor entre estas dos almas y como no especificó qué clase de amor supusimos que... — ¡Basta!— dijo Tales muy nervioso y tratando de detener la conversación— Ya todo está aclarado y al amanecer debemos continuar el viaje. Será mejor que durmamos un poco— y diciendo esto comenzó a arreglar nuevamente su manta. Los demás le siguieron con presteza mirándose unos a otros por la indiscreción de Solan. Gabrielle y Xena permanecieron en sus lugares mirándose como tratando de recuperar el tiempo perdido. Hubo palabras inaudibles, recuerdos imborrables, pensamientos confusos y lágrimas ingobernables durante unos minutos que parecieron eternos. — Volverás a irte, ¿verdad?— la pregunta más dura de hacer y cuya respuesta no quería escuchar. — Sí— respondió Xena sintiendo un enorme nudo en su garganta. — Se supone que somos almas gemelas y que debemos encontrarnos una y otra vez en todos los tiempos, pero también quiere decir que volveré a perderte una y otra vez. Que seré yo quien siempre sufra eso primero— dijo tristemente. — Al verte ahora me doy cuenta de que lo has hecho todo bien. Siempre lo has hecho todo bien porque tu fuerza no está en tus manos como lo está en las mías. Tu fuerza está en tu corazón... Gabrielle, ¿cómo está Eve?, ¿la has visto? — Ella está bien, está con Las Amazonas... y más hermosa que nunca— Xena sonrió y sintió alivio al recibir buenas noticias sobre su hija. ¡Si tan solo pudiera verla!, pensó. Ese día todos estuvieron listos para partir muy temprano. Hablaron unos con otros para fortalecerse y se prometieron solemnemente protegerse y regresar los siete. Xena los observaba conmovida. — Todos sabemos que de ahora en adelante nos adentraremos en tierras de Karión. No sabemos lo que nos espera, pero seguro no será nada bueno. Quiero decirles que han sido los mejores hombres con los que he peleado: nobles, fuertes, valientes, astutos y grandes amigos. Míralos Xena, no hay hombres como ellos en toda la tierra. Por eso se les encomendó protegernos y sé que no me decepcionaran. Diciendo esto Gabrielle encabezó la marcha hacia su destino: Las Montañas Oscuras del norte. Sigue -->  
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  • 7. Continuación... EL HOMBRE SERPIENTE El primer lugar por atravesar fueron los Peñascos Blancos, llamados así por el color blanco profundo de sus piedras. Parecían cubiertos de nieve. Era realmente un lugar extraño, demasiado silencioso y sus peñas desproporcionadamente altas. El mayor reto hasta el momento era soportar el resplandor de los rayos de sol que al reflejarse en algunas de las piedras causaban gran molestia a los ojos. — Será mejor que nos apresuremos a salir de aquí o acabaremos ciegos— dijo Tales a sus compañeros y todos apresuraron la marcha de los caballos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Lo que parecía una enorme nube los cubrió de pronto, pero al mirar hacia arriba no había tal nube. Xena escuchó un graznido y al volverse vio a una enorme criatura mitad hombre y mitad serpiente. Medía por lo menos seis metros de alto y su voz era ensordecedora. — ¡Sepárense!— gritó Xena al ver que la gigantesca cola del monstruo venía sobre ellos. Ésta cayó con fuerza en la tierra sin alcanzar a ninguno, pero tembló y todos cayeron de sus caballos al perder el equilibrio. Tardó un rato en que su parte de serpiente se elevara de nuevo, además parecía estar ciego, pues la lengua salía constantemente de su boca tratando de buscar a los intrusos. Percibió a uno y se agachó lo suficiente para tratar de atraparlo. Lo consiguió sin problemas y cuando estaba por elevarse, Xena lanzó con su ballesta una flecha que logró clavar en la lengua de la bestia y esta a su vez soltó a Solan, quien era el desafortunado. Solan quedó inmóvil, fue una caída de cerca de tres metros de altura. Como pudo, y mientras el gigante trataba de deshacerse de la flecha, Arón tiró de Solan hasta una cueva cercana. — ¡Salgan de ahí!— gritó Gabrielle. Tales y los otros hombres trataban en vano de herirlo en la cola, pero era inútil, las fuertes escamas parecían de acero. — ¡La lengua! ¡Su debilidad es la lengua!— gritó Xena—. ¡Síganme! Todos corrieron tras ella. Por fin el hombre serpiente se deshizo de la molesta flecha, pero ya la guerrera había fraguado un plan. Uno de ellos debía ser la carnada, correr frente al monstruo mientras los otros le seguirían paralelamente y al sacar él la lengua tratarían de herirla lo más que pudieran. Su intención era cortarla. Gabrielle corrió frente a la bestia ante los espantados ojos de Xena y Tales — ¡Eh, tú! Acá estoy. ¡Atrápame maldito!— comenzó a correr tanto como pudo y de pronto sintió el aliento del voraz animal. Los guerreros hirieron la lengua del hombre serpiente todo lo que pudieron mientras pasó frente a ellos en persecución de la osada joven. — ¡Al suelo, Gabrielle!— vociferó Tales y ella lo hizo justo a tiempo. La lengua del animal pasó por encima de su cuerpo bañándola de sangre e irguió su cuerpo dando alaridos de dolor. Su lengua se despedazaba. El plan funcionó. Solan se incorporaba con lentitud ayudado por Arón. Los otros corrieron hacia los caballos montaron en ellos, auxiliaron a su compañero y corrieron hacia el final del cañón. El monstruo sabía la ruta que seguirían y con su orgullo herido tanto como su lengua los siguió. Xena se detuvo. — Con esta se te caerá— dijo mientras preparaba su ballesta. Apuntó y lanzó la flecha que certeramente dio en la única parte que sostenía la lengua. Una vez mas el hombre serpiente se retorció del dolor y desistió de seguirlos. Los ocho lograron salir con vida. Gabrielle totalmente inmunda, Solan con un soberano dolor de cuerpo, los otros casi sin aliento, pero con vida. — ¡Oigan, necesito desesperadamente un baño! No voy a cruzar el resto del trecho así. Además, apesto— se quejó Gabrielle. — Sí, hueles horrible— dijo Xena mientras se tapaba la nariz y reía. — Pues tienes toda la suerte del mundo— dijo Alexis señalando hacia un acantilado que estaba a unos cuantos minutos de ellos—. ¡Miren que maravilla! Todos podremos darnos un baño y descansar un poco. Llegaron justo antes del ocaso. Buscaron un lugar seguro donde acampar y pasar la noche, pues aún quedaba camino por delante. Gabrielle corrió hacia el mar, bajando por un sendero entre las rocas y se lanzó a unas piletas de formación natural que divisó.
  • 8. — ¡Hey!— llamó a sus compañeros—. Vengan a darse un baño. Esto está delicioso. Todos bajaron y mientras las dos mujeres compartieron uno de los estanques los hombres se divertían en el otro. — Xena es una mujer realmente hermosa— dijo Arón, mientras con mirada lasciva se imaginaba a la mujer que estaba a sus espaldas—. Y desnuda lo debe ser aún más— haciendo el ademán de querer espiar por encima de un pequeño muro de rocas, el cual separaba convenientemente las dos piletas, fue detenido por la palabra de Tales. — ¡Antes de que puedas hacer eso te saco los ojos! — ¡Tranquilo, amigo! A quien me interesa ver es a Xena, no a tu Gabriellita. — Pero las dos están ahí— repuso Tales con seriedad. Después de un tiempo ellos salieron de su baño y subieron hacia el campamento. Xena y Gabrielle disfrutaban aún más de la delicia que significaba sentirse completamente limpias. — ¿Por qué no te quistaste la ropa?— preguntó Xena—. ¿Me dirás que ahora sientes vergüenza de mí? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — No es eso. Lo que sucede es que esta es una de mis ropas favoritas y no voy a perderla por la sucia sangre de un miserable monstruo. Me baño y la limpio al mismo tiempo. Xena la miró extrañada, pero Gabrielle previendo una nueva interrogante le lanzó una invitación que sabía no iba a rechazar. — Vamos, quiero bañarme en el mar— salió apresuradamente del estanque y corrió hacia las olas. Xena la siguió, sólo después de ponerse algo de ropa encima. El sol se ocultaba. Era un ocaso hermoso y éste bañaba más intensamente los cuerpos juguetones de las dos amigas que las mismas olas. Parecían dos chiquillas jugando a lanzarse agua y arena, a perseguirse entre las olas, a retarse mientras corrían una tras la otra. Por fin, exhaustas buscaron, casi por instinto, un abrazo. — Hacía tanto tiempo que no me sentía tan bien— expresó Gabrielle mientras se asía de su amiga cual hija que busca refugio en los brazos de su amoroso padre. De pronto las lágrimas rodaron pos sus mejillas y el sollozo se convirtió en un llanto más urgente. — ¡Gabrielle!— musitó Xena. — Te extrañé tanto, te necesité tanto y te llamé tantas veces deseando que aparecieras— decía la joven rubia sin poder contener el llanto—, pero no estabas ahí aun cuando lo prometiste. Dijiste que siempre estarías a mi lado y no era cierto, porque no me bastaba con tu recuerdo. Yo necesitaba tu persona cerca de mí... Xena sentía que su corazón se desgarraba al oír las palabras de Gabrielle... y lloró también. — Eso tenía que ser así Gabrielle— Xena vio como su amiga la dejaba bruscamente. — Sí, lo sé— replicó Gabrielle mirándola con reproche—, era por tu redención. — No lo hagas, Gabrielle— suplicó Xena—. No me mires así. Sabes que no lo soporto. — ¡No puedo, no puedo, no puedo!— decía mientras colocaba sus manos en la cabeza como señal de desesperación. Xena no entendía lo que en aquellos momentos dolía tanto en el corazón de su amiga. Creía que Gabrielle había superado la separación, pero parecía no haberlo logrado. — ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo decir?— se cuestionaba. — No puedo evitarlo. ¡Nunca pude! Nunca logré dejar de sentir este dolor, sólo me acostumbré a él. ¿Acaso tú pudiste?— Gabrielle yacía de rodillas mirando solícitamente a su amiga. — Ahora me doy cuenta de que no. — Si tan sólo te hubieras perdonado a ti misma, pero nunca intentaste hacerlo— Gabrielle sentía cómo una llama de frustración y rabia corría por sus venas—. Buscaste la redención y un día me dijiste que no la buscabas más porque la habías encontrado, pero nunca buscaste tu propio perdón. ¡Ese fue tu problema siempre! — ¿Estás culpándome de hacer algo que tú me enseñaste?— preguntó Xena algo confundida. Y replicó: — ¡Eran 40 mil almas, Gabrielle! — Fueron más de 40 mil almas la que murieron por tu espada, amiga, pero lo cancelaste cuando moriste la primera vez. Eso era lo justo. La balanza se equilibró. Durante todos estos años he aprendido que cuando cometes un error y te arrepientes de verdad, de corazón, tienes derecho a recibir perdón y tuviste ese perdón, pero nunca lo viste. ¿Te acuerdas? Una vez me dijiste que lo malo de la venganza es que nunca te sientes satisfecha. Ahora yo te digo que lo malo de no perdonarse uno mismo sus errores es que puedes pasar la eternidad buscando el perdón de
  • 9. aquellos a quienes dañas y nunca te sentirás satisfecha. — ¿Quién me perdonó? ¿Los Dioses?— repuso Xena con una sonrisa sarcástica—. Ellos nunca me dejaron en paz. — Porque siempre existió la posibilidad de que volvieras a ser la guerrera sanguinaria que habías sido. Xena, por favor, ¡perdónate! Te conozco y sé que ni siquiera en donde estás eres feliz. ¡Hazlo antes de volver! — Hay cosas que nunca cambiarán— pensó mientras observaba a su pequeña amiga rubia—. ¡Gracias, Gabrielle! Por ser como eres— y diciendo esto la abrazó con fuerza y besó su frente y la retuvo así por largo rato... después: — Volvamos al campamento. — No quiero volver al campamento— dijo Gabrielle enfáticamente—, quiero estar así, por favor no me lo quites, no me quites este momento. Mientras, en el campamento, Tales se movía impacientemente de un lado a otro. — ¿Qué estará pasando con ellas? ¿Por qué no vuelven?— preguntó. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Déjalas, Tales, hace cinco años que no se veían. Tendrán muchas cosas de qué hablar— le dijo Pólux que siendo el más viejo de todos era el más sabio. Él había peleado tantas batallas, había visto y oído tanto que nada le sorprendía realmente, y conociendo a Gabrielle sabía que lo único que necesitaba estaba justo a su lado en ese momento. En cierta forma le dolía que la joven mujer nunca hubiese sentido amor por Tales como éste lo sentía por ella. — Eso es lo que me preocupa: que Xena le robe la tranquilidad que tanto le ha costado conseguir. — Nuestra pequeña guerrera nunca ha estado tranquila y tú lo sabes, hijo. Ven— tomó por el brazo al joven y lo condujo tras unas rocas—. Mira. Algo ha comenzado en las Montañas Oscuras. Debemos llegar pasado mañana a como dé lugar. Ese es nuestro objetivo primordial. Es en lo único que debemos concentrarnos ahora. LOS GUERREROS DE KARIÓN. — ¿No te sientes incómoda viajando con tantos hombres?— preguntó Xena, mientras yacía al lado de su amiga como en los viejos tiempos. Habían encontrado un pequeño espacio entre las rocas para descansar. Las olas no las alcanzaban ahí—. Digo, siempre éramos tú y yo, ahora son siete y además ¡hay seis hombres! Gabrielle se rió un poco por la tardía preocupación de Xena. — Al principio sí, pero todos son hombres nobles. Les tengo mucha confianza en especial a...— pausó un momento. — ¿A Tales?— preguntó Xena mirando de soslayo a Gabrielle. — Sí. Él es un gran hombre. Pero no siento por él lo que él por mí. — Sí. A leguas se nota que te ama. ¿Nunca has intentado amarlo? — No. Mi corazón se congeló hace años en una montaña— dijo esto mientras tomaba la mano de Xena. — Con él la vida sería diferente, Gabrielle. Ya sabes: hijos, una casa... recuperar algo de la familia que perdiste... De súbito, ambas mujeres se incorporaron y mirándose mutuamente exclamaron: — ¡El campamento! Ambas corrieron rápidamente hacia arriba, pues escucharon los murmullos de una pelea. — Veo que has agudizado tus sentidos, Gabrielle— dijo Xena, mientras corrían. — He tenido muchos momentos para practicar. Una vez arriba se ocultaron tras unos árboles y observaron como unos extraños guerreros combatían con sus amigos. — Deben ser guerreros de Karión. Sabe que vamos por él— expresó Xena. — ¿Salvamos a los chicos?— preguntó Gabrielle un poco despreocupada mientras sus hombres se batían a muerte en una lucha feroz. — No sé. Tú eres quien manda ahora— dijo Xena sonriendo. — Está bien. Vamos. ¡Como en los viejos tiempos!
  • 10. Cuando las dos mujeres se unieron a la lucha, esta se tornaba más violenta. Solan parecía no poder más y Pólux estaba herido del brazo izquierdo, pero aún así peleaban bravíos. Gabrielle y Xena, de espaldas la una a la otra manejaban sus afiladas hojas con maestría eliminando uno tras otros a estos guerreros que, cuando eran tocados de muerte por los sables de los valientes campeadores, se disolvían en el aire. — ¿Recuerdas esto?— preguntó Gabrielle. — ¡Mi chakram! — Úsalo, veremos si no has perdido práctica. — Hay cosas que nunca se olvidan, pequeña barda. Al fin, después de eternos minutos de lucha, la lid terminó. — ¿Cómo está tu herida?— preguntó Gabrielle a Pólux. — ¡Ah! Solo fue un rasguño. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Arón, por favor atiende esta herida— ordenó ella. Xena se encargó de atender al pobre Solan, que desde el encuentro con el Hombre Serpiente quedó muy lastimado, pero había callado por orgullo. — ¡Quédate quieto! Tengo que poner tu columna vertebral en su sitio de nuevo— dijo Xena mientras intentaba aplicar al hombre algunas antiguas técnicas de quiropraxia. — ¿En dónde aprendiste esto?— replicó Solan con temor. — Una vieja amiga de China me lo enseñó... ¡Ya está!... Levántate... ¿Cómo te sientes? — ¡Vaya! Tienes manos prodigiosas— dijo el hombre sonriendo y moviendo su cuerpo con bastante agilidad. — ¿Alguien más necesita de esto?— inquirió la guerrera, pero todos se apresuraron a decir que no después de ver las aplicaciones que Xena hizo sobre Solan. — ¿Quiénes eran esos seres?— intervino Jasón. Éste era el más joven del grupo, poco experto en el arte de la lucha, pero un excelente guía. Era habilidoso con su sentido de la ubicación, además conocía bastante bien la geografía de estas tierras, así es que a Gabrielle le pareció útil llevarlo en la travesía. — Guerreros de Karión— contestó Xena observando hacia el norte, hacia las Montañas Oscuras—; sabe que vamos por él; pero no creo que el resto de la noche nos molesten más. Descansemos. Mañana no debemos detenernos o no llegaremos a tiempo. EL RÍO dE LOS LEVIaTaNES Los ocho guerreros cabalgaban con relativa tranquilidad a través de una estepa y aunque podían ver a gran distancia por el valle, no dejaron de mantenerse vigilantes. Cada cierto tiempo se turnaban para que al menos uno observara lo que pudiera suceder a su alrededor. Gabrielle iba por delante conversando con Solan y Jasón. De vez en cuando se volvía para cerciorarse de que su amiga aún estuviera ahí. Luchaba consigo misma por contener este deseo, pero a pesar de que conocía cómo terminaría todo, su corazón no le daba tregua a la idea de que tal vez pudiera existir, al menos, una sola forma de lograr que se quedara. Arón, Alexis y Pólux caminaban en el medio y más atrás los seguían Xena y Tales. — Cuéntame la historia, Tales. — ¿Qué historia?— pregunto él secamente. — ¿Cómo conociste a Gabrielle?— mientras Xena trataba de iniciar esta conversación notó que su amiga se volvía de vez en cuando para mirar hacia ellos. — Parece que no puede quitar su atención de ti ni un momento— Tales también lo notó. — Éramos muy unidas... quizás demasiado; por eso fue tan duro lo que pasó en el Monte Fuji hace cinco años. — Creo que nunca se está demasiado unido a los amigos o... a los amores— esta conversación no le estaba sentando bien al valiente hombre.
  • 11. — Estoy de acuerdo contigo. Para bien o para mal así es— el semblante de Xena se tornó melancólico y de súbito se sumió en lo que parecieron profundos y dolorosos pensamientos. — Fue una esclava, Xena— dijo Tales. Esta inesperada revelación hizo que la guerrera dejara rápidamente sus cavilaciones. — ¡Esclava!— vociferó Xena—. ¿Tuviste a Gabrielle como esclava?— y tomando con fuerza y cólera a Tales lo atrajo hacia sí provocando que éste casi cayera de su caballo. — ¡Suéltame!— Tales logró deshacerse de las manos fuertes de Xena e incorporándose en su montura trató de explicar lo sucedido. — Mi padre compró un lote de esclavos hace tres años, entre ellos estaba Gabrielle. Su estado realmente era deplorable: venía enferma y muy lastimada. Mi padre no la quería al principio, pero el hombre que vendió el lote le dijo que ella era la famosa guerrera de Grecia al servicio de Faraón. Gabrielle, en poco tiempo alcanzo una fama enorme al servicio de la corte de Egipto, se decía que el Faraón la quería más que a su propia hija. Protegía bien a la familia real y cumplía como nadie las encomiendas de éste. Supongo que el hombre era noble o de lo contrario nuestra amiga no le habría servido como lo hizo— mientras Tales hablaba, Xena, aún con la mirada estupefacta, no la desprendía de Gabrielle. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Pero así como las historias de sus hazañas volaban de un lugar a otro, también escuchamos que un día desapareció misteriosamente. Mi padre y yo viajábamos de continuo por las costas del oriente, yo siempre sentí curiosidad por saber qué había sido de esa valiente mujer y hubo muchas personas que me dieron la misma versión. — ¿Cuál?— hasta este punto Xena había escuchado atentamente a Tales, quería oír nombres y lugares. — El principal sacerdote de Faraón, un hombre llamado Teko-namum, sintió envidia de la prominencia que Gabrielle tenía. Según supe, Faraón solicitaba más los sabios consejos de ella, que los de los sacerdotes y sortílegos de palacio, así que la hizo desaparecer haciéndole creer a su rey que ella simplemente se había marchado en busca de otras aventuras. — ¿Qué pasó cuando estuvo con Uds.?— cuando preguntó esto, la ira ya surcaba sus venas. — Cuando me enteré de que la mujer esclava podría ser Gabrielle de Potedia, quise verla. Todas las descripciones que me habían dado concordaban; así es que le dije a mi padre que la lleváramos y que yo cuidaría de ella personalmente. Fueron tantas semanas de lucha para que saliera del estado emocional en el que se hallaba. Me imaginaba todo el dolor, el odio, la rabia y el asco que seguramente sentía hacia quienes la traicionaron de esa manera, y después de mucho tiempo y paciencia llegó a ser la Gabrielle que viste hace unos días en Arcadia. Además, salvó la vida de mi padre no hace mucho, por eso yo, y mis amigos, le juramos lealtad. El resto ya lo sabes. En ese momento Gabrielle rompió la fila y se dirigió hasta ellos. — No le digas nada... por favor— suplicó Xena al hombre, quien asintió levemente con la cabeza. — Parece que su conversación ha estado muy animada— dijo Gabrielle mientras cabalgaba al lado de su amiga. — Así es— repuso Xena, y por un segundo tuvo las visiones de todos los horrores sufridos por su compañera. Esto la turbó por un momento y Gabrielle lo notó. — ¡Xena! ¿Estás bien? — Sí. — Jasón dice que pronto llegaremos a un río muy caudaloso y que debemos cruzarlo; después estaremos a solo un día de las Montañas Oscuras— informó la líder. — Si es el mismo río de que he oído, no será fácil atravesarlo— dijo Tales. — ¿Por qué?— preguntó Xena. — Dicen que bajo sus aguas hay criaturas horrorosas— contestó Tales. Todos continuaron en silencio mientras se acercaban al temible lugar. Llegaron a la ribera del río cuando el azul del cielo se volvía celaje. El afluente en verdad era caudaloso, inclusive parecía un lago por la tranquilidad con que sus aguas fluían. — No lograremos cruzarlo antes de que anochezca. Sería demasiado arriesgado principalmente porque no sabemos qué hay bajo sus aguas— comentó Gabrielle al grupo. — Alguna vez escuché a mi padre decir que el Leviatán es un monstruo sumamente voraz. Otros dicen que no es uno, sino varios los que habitan en lo profundo de este río— dijo Jasón. — Con mayor razón debemos esperar hasta mañana— replicó Tales—, no vamos a pelear contra esa o esas bestias en mitad de la noche.
  • 12. Los antiguos habitantes de la zona habían abandonado unas balsas. Xena y los demás reforzaron dos de las que estaban en mejores condiciones para la peligrosa jornada del siguiente día. Ella había estado muy callada desde su conversación con Tales. Gabrielle lo notó y como era lógico trato de conocer la razón. — Xena, ¿pasa algo? Has estado muy callada. — No— contestó mientras amarraba algunos palos a la balsa. Gabrielle no insistió más, pero sabía que eso no era cierto. Cuando las barcazas quedaron listas para navegar era casi de noche. Todos se dispusieron a descansar, fue entonces que una súbita idea cruzó la mente de Xena. Cuando su amiga se separó del grupo para cambiarse de ropa decidió seguirla. Los ojos de la guerrera expresaron horror pues, oculta tras un arbusto, vio la desnuda espalda de Gabrielle. El tatuaje de dragón que Akemi dibujó en su dorso estaba prácticamente borrado, las marcas mostraban la frialdad y salvajismo con que habían intentado deshacerse del signo. Xena se acercó a su amiga aún cuando no pudo detener las lágrimas. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — ¿Quién te hizo esto, Gabrielle?— preguntó con desesperación. Esta se volvió rápidamente para tratar de ocultar lo revelado, pero era demasiado tarde—. Por eso no te desnudaste cuando nos bañamos en los estanques, por eso ahora te cubres tanto al vestirte. ¿Quién, Gabrielle? ¡Dame un nombre!— gritó mientras la tomaba por los hombros violentamente. — ¡¿Para qué?!— preguntó Gabrielle mientras seguía prisionera en las manos de Xena—. ¿Qué puedes hacer ahora? — ¡Matarlos… porque se atrevieron a lastimarte así! — Y… ¿cuándo harías eso?— su voz tenía cierto tono de resignación—. ¿Olvidaste que estás muerta? Después de esto te irás, Xena— al decir esto, sentimientos de impotencia inundaron su apesadumbrado corazón… y lloró. Xena se alejó corriendo, pues las duras palabras de su amiga hicieron que la más pesada de todas las realidades cayera sobre sus hombros. Gabrielle cayó en la cuenta de lo que sus expresiones pudieron hacer en el corazón de Xena y fue tras ella tratando de alcanzarla; pero las manos de Pólux la detuvieron. Él y los otros hombres se dieron cuenta de que algo había sucedido entre las dos cuando la primera pasó como ráfaga frente a ellos. — Déjala, pequeña. Lo más seguro es que necesite estar sola. — ¡Tú no lo entiendes! Ella está sufriendo... es por mi culpa— dijo tratando de soltarse. — Lo sé, Gabrielle, pero no es conveniente que vayas ahora. Ella se resignó a esperar, pero después de largo rato y al ver que su amiga no volvía quiso salir en su busca. — Yo iré— dijo Pólux—. No debe estar lejos y tal vez pueda ayudarla. — Tráela, por favor— suplicó Gabrielle. <-- Anterior Sigue -->
  • 13. Continuación...   Efectivamente, Xena no estaba muy lejos de ellos. Pólux la encontró al pie de un árbol sentada con la cabeza entre las piernas. Sufría... Él se sentó al frente, a unos pasos de ella. Cuando Xena percibió su presencia trató de calmarse e incorporándose comenzó a conversar con él. Este hombre le inspiraba respeto y confianza. — ¿No es irónico? — ¿Qué cosa, Xena? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Pasé parte de mi vida lastimando a los demás, asesinando, vengándome en todos por lo que un solo hombre me hizo y sentía tanto deleite en ello. Estaba resentida con la vida y con los hombres; eran tan pocas las cosas que me importaban. Después pasé la otra parte tratando de encontrar la redención ayudando a gente que ni siquiera conocía y me entregué a esa causa con celo. Estaba decidida a reparar todo el daño que había causado, a retribuir a todos, con mi vida si era necesario, algo de lo que les quité en mis años de guerrera oscura; pero recién ahora me doy cuenta de que hubo alguien a quien nunca compensé— cerró sus ojos por unos segundos y la imagen de Gabrielle apareció en su mente. — ¿Gabrielle?— preguntó Pólux. — Sí. Ella le dio luz a mi vida, era mi razón para vivir, me motivaba tanto a hacer lo correcto, me protegió de mi misma, evitó que volviera a ser lo que fui cuando sentía que ya no podía más y mis instintos salvajes casi me devoraban de nuevo. ¡Ella cambio mi pensamiento! ¿Crees que hay algo en el mundo o en la vida que supere eso? Recién ahora me doy cuenta, para mi mayor culpa, que nunca hice ni la mitad por ella; aun cuando estuve dispuesta a ofrecer mi vida por la suya, eso fue sólo algo material, porque finalmente se acabó, no pude hacerlo más, pero lo que ella me dio aún está conmigo, aún continúa obrando en mí. ¿Puedes entenderme?— ella lloraba—. Ahora estoy segura de que necesito retribuir con algo a mi dulce Gabrielle para encontrar la paz total de mi espíritu; pero no sé cómo o con qué hacerlo. ¡No tengo nada... ni siquiera tiempo! — Hace un año conocí a un hombre de nombre Judá, es un israelita, sus amigos le llamaban Macabeo. Estaba por comenzar una revuelta contra sus líderes religiosos, parece que no estaban ayudando en nada a su gente y lejos de eso aumentaban sus problemas. Nunca supe exactamente de qué se trataba aquello, pero él era una persona justa. Los días que estuve con él y su pueblo me ayudaron más que todos los años que pasé viajando y conociendo decenas de culturas e ideas diferentes. Yo, al igual que tú, estaba lleno de culpas y no encontraba sosiego hasta que escuché la lectura de unos rollos que para estos hebreos son sagrados. Aprendí sobre su Dios, ellos no tienen más; pero éste es suficiente, créeme. Es maestro, protector, guerrero, legislador y salvador de su pueblo. Lo que realmente me ayudó fueron sus palabras escritas en esos pergaminos. Hoy, Xena, voy a darte el mejor consejo que nadie podrá darte jamás, el consejo que este Dios me dio a mí. — Hace mucho tiempo oí algo sobre él, pero haría cualquier cosa para compensar a mi amiga— dijo Xena. — ¿Algunas vez pediste perdón por lo que hiciste? — Sólo a mi madre... creo— Xena se extrañó por la pregunta de Pólux—. ¿Cómo iba a suplicar perdón a tanta gente? Creí que con ayudar a quines lo necesitaran sería suficiente. — En parte eso es correcto; tus obras te sirvieron para demostrar que querías cambiar, mas tu conciencia ha continuado dando punzadas ha tu corazón. — ¡Dime, Pólux! ¿Qué debo hacer?— suplicó la mujer con apremio. — ¡Pide perdón, Xena!, pídele perdón a todos los que sufrieron por tu culpa y, aunque no lo conozcas, pídele perdón a este Dios. — ¡Todas esas personas están muertas!... y este Dios... ¿en dónde está su templo? — Xena— dijo el hombre con ternura—, pudiste rescatar a cuarenta mil almas de una vez, puedes pedir perdón de la misma manera, y... en cuanto a este Dios, no necesitas ir hasta su templo... Él te oirá, confía en mí. El hombre se alejó hacia el campamento. Xena dudó al principio de que aquello funcionara; pero no tenía nada qué perder y luego de unos instantes de vacilación lo hizo. — Hace años hice esto mismo sin saber con precisión a quién dirigirme— Xena miraba hacia el cielo mientras, de rodillas, mantenía sus brazos extendidos—. Supliqué que la luz del rostro de Gabrielle no se apagara nunca porque yo no podría vivir en la oscuridad que vendría después y creo que me fue concedido. Si eres el mismo Dios que me escuchó esa vez, hoy, aquí, te pido sin orgullo y sin soberbia que me perdones. ¡Perdóname, por favor!— la voz de Xena se quebraba entre los sollozos—. Perdóname por todas las vidas que quité, por el daño que mis acciones
  • 14. causaron. Si todos aquellos que sufrieron por mi culpa me escuchan ¡Les pido perdón!... ¡Perdónenme por favor!... ¡Gabrielle... perdóname!— Xena cerró sus ojos y el llanto se hizo mas profuso y con rostro a tierra esperó por una señal, algo que la hiciera saber que finalmente encontraba el sosiego para su espíritu. El dolor comenzó a menguar al mismo tiempo que sus lágrimas cesaban y algo inexplicable para ella comenzó a ocurrir. Una paz mental invadía sus pensamientos, era una sensación que había olvidado, pero que resurgía, su respiración tomaba su ritmo normal y sus hombros no eran pesados como hacía unos minutos. ¡Era eso! ¡Era la señal! Realmente se sentía tranquila y la emoción se expresó en una sonrisa franca dirigida hacia lo alto. — ¡Gracias!— fue todo cuanto dijo pero fue suficiente. Gabrielle vio a su amiga acercándose al campamento y corrió a su encuentro. — ¡Xena!... ¿Estás bien?— se abrazaron con fuerza y Xena con una amplia sonrisa dijo: — Sí. La guerrera dio gracias a Pólux por su consejo y relató a todos cómo se sentía y los animó a hacer lo mismo si, por algún motivo, en sus caminos de guerreros habían dejado huellas en donde no debían. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Me he perdonado, Gabrielle, porque pedí perdón primero— ésta la abrazó con júbilo—. ¿Estás tranquila ahora? — Lo estoy si tú lo estas, Xena. Arón escuchó ruidos entre los arbustos que los circundaban y alertó a sus compañeros, quienes inmediatamente se pusieron en guardia. En cuestión de segundos otro contingente de guerreros como los que los atacaron en el acantilado aparecieron y la batalla comenzó. Las espadas, los sais y el chakram hicieron de nuevo lo suyo en manos de los veteranos campeadores. Los siniestros personajes desaparecían uno por uno al ser eliminados. Hasta este punto parecía que los ocho ganaban la partida cuando una idea prodigiosa apareció en la mente de Gabrielle. — ¡No los maten a todos! Dejen a unos cuantos con vida— dijo mientras sólo golpeaba a sus oponentes para que cayeran desmayados. Una vez los vencieron a todos, aquellos a quines dejaron vivir fueron amordazados y atados de pies y manos. — ¿Qué piensas hacer con ellos?— preguntó Tales. — Serán la carnada— respondió Xena y sonreía con satisfacción mirando a Gabrielle, quien no ocultó el orgullo de estar impresionando a su antigua maestra en el arte de la guerra. — Si esos Leviatanes existen en este río, no pienso ser su comida, así es que los vamos a distraer con un suculento banquete— dijo, señalando a los guerreros caídos. Faltaban sólo unas cuantas horas para que amaneciera. Xena se ofreció para hacer la guardia durante esas pocas horas y, mientras desde unas rocas velaba el sueño de su amiga, notó que un fenómeno celeste daba inicio. Caminó hasta el lecho de Gabrielle para despertarla y mostrarle lo que sucedía. — ¡Gabrielle... despierta!— la joven se incorporó asustada, creyendo que quizás los atacaban de nuevo, pero Xena tapó con su mano la boca de esta para evitar despertar a los demás. — No hagas ruido. Ven, quiero mostrarte algo— y tomándola por la mano la condujo hasta un claro en la ribera. — Espero que sea algo bueno... dormía plácidamente Xena. — ¡Te encantará!— Xena puso sus manos en los ojos de su amiga, mientras caminaban. Cuando llegaron al lugar preciso le mostró lo que sucedía. — ¡Xena!— Gabrielle se sobrecogió de temor al observar como cientos de estrellas se despegaban del cielo y eran arrojadas hacia la tierra. — No temas. No pasa nada. Es una hermosa lluvia de estrellas ¿No te parece? La he visto antes y realmente es un espectáculo maravilloso y deseaba regalártelo. Gabrielle sintió tranquilidad en las palabras de Xena y buscó una piedra en la cual sentarse para ver el fenómeno. Las dos permanecieron en silencio durante los minutos siguientes, sólo observando, disfrutando y pensando... "No quiero que te vayas, Xena, pero no puedo decirte eso, porque solo te mortificaría. Además de qué serviría decirlo si, aún cuando me niego a aceptarlo, no lo podré evitar." "¿En qué piensas, Gabrielle, cuando miras así?" Un viento suave y frío sopló, como un susurro. ¿Qué decía? Xena escuchó: "La palabra puede viajar envuelta en la mentira. La mirada es un lenguaje que no admite el soborno.
  • 15. Cómo hacer... cómo darle a tu vida eso que falta Ese beso que se volvió abrazo sin madrugada. Es más fácil volar que mentir cuando apuestas con el corazón Y es difícil no ver lo quieres decir con la mirada... esa mirada. Cómo se hace el camino sin ti, sin hacer nada Si yo sé que aunque tengo tu amor, te duele el alma. Sería fácil pedirte perdón cuando sé lo que hacer desde ayer Es difícil no ver lo quieres decir con la mirada. Es que solo nos salva vivir cuando amar es llenarte de luz Esa mirada... esa mirada... esa mirada." NA — Gabrielle, quiero que me prometas algo— dijo Xena, rompiendo el silencio. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — No, Xena. No voy a prometerte nada— repuso la joven con decidida voz—. Gracias por mostrarme esto, fue lindo — y levantándose de su asiento se alejó deprisa para evitar esa conversación, pero Xena intentó detenerla yendo tras de sí tratando de mantener la plática. — Gabrielle, no quiero que sigas en esto. Quiero que ceses de pelear por la causa que sea, no importa. Tienes que cortar aquí este ciclo de tu vida. ¡Por favor!— Xena tomó a su amiga por el brazo obligándola a detener su marcha. — ¡No puedo y no quiero, Xena! Ésta es mi vida. Así te conocí, así pasamos muchas cosas juntas y es lo único que me mantiene verdaderamente cerca de ti— dijo con vehemencia. — No entiendes que lo que deseo es evitar que termines como yo. — Tú fuiste quien decidió terminar así porque pudiste tomar esa decisión. Tal vez yo no pueda, pero si llegase esa oportunidad seré solamente yo quien decida cómo y cuándo moriré. — No debes morir, Gabrielle, porque te gusta la vida y disfrutar de ella. ¿A cuántas personas pudieras enseñarles a vivir de verdad como me lo enseñaste a mí?— Xena hablaba con voz suplicante—. Al menos piénsalo. Gabrielle abrazó a su amiga para tranquilizarla. Las horas finalmente pasaron y la mañana llegó. Dispusieron cruzar el río en ambas barcas. Gabrielle, Tales, Arón y Pólux en una y Xena, Jasón, Solan y Alexis en la otra. Cada grupo cargó consigo a cinco de los guerreros oscuros que habían atrapado la noche anterior. El plan estaba fraguado y comenzaron a navegar por el afluente. La travesía pareció fácil al principio. Las aguas estaban relativamente tranquilas, pero Gabrielle pidió a sus compañeros que no se confiaran. Ambas naves viajaban cerca la una de la otra, todos iban muy vigilantes para no recibir sorpresas, pero como a la mitad del cauce un viento frío y fuerte comenzó a soplar. Xena percibió la vulnerabilidad de sus barcazas y ordenó a todos que trataran de equilibrar el peso en las embarcaciones. Ellos miraban hacia el agua esperando la aparición de los Leviatanes. El viento cesó tan abruptamente como inició y la ansiedad se apoderó de todos. — ¡Están ahí!— dijo Jasón—. Puedo percibirlos. Le darán vuelta a las balsas fácilmente. — ¡Tomen a uno de los guerreros. ¡Tenemos que saber en dónde están!— Gabrielle decidió tomar la iniciativa. No quería permitir que el temor la dominara—. ¡Xena! — ¡Buena idea, Gabrielle! Hagámoslo al mismo tiempo— respondió Xena—. A la cuenta de tres. Lanzaron desde sus barcas a dos de los guerreros que tenían prisioneros y éstos fueron devorados casi en el acto por las enormes fauces de los Leviatanes, quienes finalmente se dejaron ver tal y como lo esperaba Gabrielle. — ¡Dispárenles!— ordenó la rubia guerrera. Los que poseían arcos y flechas comenzaron la pesca. Dispararon en todas direcciones posibles tratando de alcanzar a los animales. En varias ocasiones dieron en el blanco y observaron como éstos se retorcían en el agua al sentir las saetas mortales. La orilla estaba tan cerca y decidieron lanzar a los prisioneros restantes. Sin embargo los Leviatanes que no fueron heridos comenzaron a golpear las balsas e hicieron que los guerreros perdieran el equilibrio. Estos se tomaron unos de otros evitando que alguno cayera al agua y como les fue posible continuaron disparando flechas. El río se tornó color rojo por la sangre de las bestias muertas... de repente hubo tranquilidad. Parecía que los habían eliminado a todos. — ¡Aún están ahí!— dijo Xena—. ¡Prepárense! La barcaza de Gabrielle fue aventada violentamente cual pedazo de madera en manos de un hombre. — ¡Gabrielle!— gritó Xena, quien horrorizada vio a una enorme criatura con forma de cocodrilo emerger, soltando un fuerte rugido al mismo tiempo que caía al agua esperando saborear su suculento banquete humano. Gabrielle y los otros tres intentaban nadar hacia la barcaza cuando vieron que Arón se hundió como halado por algo.
  • 16. — ¡No!— gritó desesperadamente la líder—. ¡Arón! Ella y Tales nadaron bajo el agua intentando rescatar a su amigo. Xena, con su reacción instintiva por salvar a Gabrielle, se había lanzado segundos antes al río y llegó hasta ellos. La escena que se presentaba ante sus ojos fue traumatizante: Arón se perdió en el hocico del animal y la sangre se mezclaba con el agua. Gabrielle salió a la superficie y gritó con desesperación por su amigo, ahora muerto. Los demás, que se habían dado cuenta de lo ocurrido, decidieron arriesgar sus propias vidas para vengar a Arón. Gabrielle, después de tomar un poco de aire, volvió a sumergirse. Lo mismo hicieron Xena y Tales. Ahora eran los siete contra el Leviatán, quien buscaba más presas. Ellos sin temor se acercaron por los flancos, por atrás y por el frente. Decididos a eliminarlo le asestaron con sus espadas los estoques que pudieron, mientras el monstruo trataba en vano de librarse del asedio. Totalmente herido y viéndose acorralado, buscó a su última presa. Xena era quien más cerca estaba y como un bólido se dirigió hacia ella. Esta lo esperó empuñando su espada, pero sentía que el aire se le acababa. En el momento preciso y ante los alarmados ojos de Gabrielle, quien nadó hasta ella para ayudarla, Xena atravesó su espada en el hocico del Leviatán justo cuando éste se disponía devorarla. Así, finalmente, el último de los monstruos fue eliminado. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena, sin embargo, se desvanecía por la falta de aire y comenzó a hundirse, pero Gabrielle y Tales la tomaron por los brazos justo a tiempo para llevarla a la superficie. Se apresuraron a alcanzar una de las balsas y subieron a ésta. Gabrielle, una vez más, se vio ante la amenaza de perder a su gran amiga. Comenzó a luchar por ella dándole respiración de boca a boca. — ¡Vamos, Xena! Esto no es nada para ti. ¡Respira! Xena escupió agua y respiró con desesperación aferrándose a la vida. Gabrielle la abrazó y besó en la frente. Una vez más lo habían logrado; pero no pudo evitar ceder a las lágrimas cuando pensó en Arón. Todos permanecieron en silencio viendo hacia la oscura profundidad que acaba de arrebatarles a un buen amigo y compañero. Una vez llegaron a la otra orilla, todos trataron de reponerse de la reciente pérdida. Era la primera vez que se veían unos a otros llorar. Gabrielle estaba muy afectada. Nuevamente esos sentimientos de pérdida, vacío, dolor e impotencia, que parecían haber quedado atrás, golpeaban su pecho y mente una vez más. Xena la conocía mejor que nadie y sabía cuánto estaba sufriendo por lo sucedido. Se acercó, la abrazó, besó su cabello y lloró con ella. LA RETRIBUCIÓN. Lo que restaba de viaje no era mucho, medio día quizás. Sin tener a sus corceles debían continuar a pie. No era el momento de plañir a los muertos, de volver atrás, de perder la noción del tiempo o del deber. Era tiempo de cobrar valor y aguante. — Escúchenme todos— dijo Xena—: posiblemente jamás en sus vidas se han enfrentado a tanto poder como el que están por descubrir y si vinieron hasta aquí, si aceptaron esto fue por algo y es importante que lo sepan: Karión no puede destruirme porque yo ya estoy muerta, pero sí puede hacerlo con Uds.— y dirigiéndose a Gabrielle continuó —. Tú serás su blanco. Él sabe que nuestras espadas unidas lo eliminarían, por eso intentará detenerte a toda costa — volviendo a los hombres les dijo—: Si una vez juraron lealtad a esta mujer... hoy es cuando deberán probarlo. Deben protegerla o no lograremos el objetivo y todo, hasta la muerte de Arón, habrá sido inútil. — Somos guerreros de honor, Xena— dijo Tales—, y lo que mis hombres y yo juramos... ¡lo cumplimos!— miró a Gabrielle finalmente decidido a revelar sus sentimientos ante todos.— Sabes que daría mi vida por ti, porque te amo. Te amé desde que escuché las fantásticas historias que contaban sobre ti y tus hazañas a la orden de Faraón, porque te amé desde que te vi tan lastimada y vulnerable, desde que me diste una mirada en tu diván mientras convalecías. Te he deseado, amado y venerado; pero hace tan sólo unos días comprendí que no importa cuán grande sea tu corazón, sólo hay una persona capaz de llenarlo, capaz de hacerte sonreír y que con ello ilumines el mundo, capaz de hacerte llorar de felicidad, capaz de hacer que lo mejor de ti salga a flote, y sé que no soy yo...— Gabrielle y Xena permanecían en silencio, una junto a la otra, escuchando las sinceras y dolorosas palabras de aquel enamorado. Gabrielle abrazó a Tales fuertemente y besó su mejilla.— Nunca conocí a dos amigas que se quisieran tanto. Ni siquiera a hermanas o hermanos y tal vez no entienda la naturaleza de su amor; pero sí estoy seguro de que por ser almas gemelas ni el tiempo ni la distancia las separarán verdaderamente— esta vez, ni siquiera Gabrielle, quien siempre tenía algo que decir, supo qué decir. — Vámonos— dijo Xena finalmente y echando el brazo sobre los hombros de su amiga comenzaron a caminar hacia su destino una vez más—. ¿Gabrielle? — ¿Mmm? — Cuando estemos en la gruta de la montaña en donde está Karión no debes separarte de mí más de un metro. ¿Entiendes? — ¿Por qué? — Ahí dentro crearemos una especie de burbuja de energía que difícilmente el poder de él podrá destruir, pero si te alejas lo suficiente de mí serás totalmente vulnerable.
  • 17. — Entiendo, Xena. — Y por esta vez, tan sólo por esta vez, ¡obedéceme! — ¡Siempre te obedecía!— Gabrielle no pudo evitar sonreír al replicar esto, pues sabía que no era cierto. — ¡Claro que no!— repuso Xena, molesta. — ¡Claro que sí! — ¡Claro que no! — ¡Te digo que sí! — ¿Crees que no recuerdo, pequeña granuja? ¡Jamás obedecías! — ¡Sí lo hacía! — ¡No! V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — ¡Sí! — ¡Gabrielle!— rugió Xena mientras paraba la marcha frente a su amiga. Los cinco guerreros se miraban unos a otros mientras observaban la cómica escena y se encogían de hombros. — Bueno... está bien, lo admito. Ya cálmate— al decir esto Gabrielle rió con soltura, pues la sensación de aquellas graciosas discusiones pasadas volvió a ambas y Xena sólo pudo corresponder de igual forma alborotando cariñosamente el cabello de su amiga—. Veo que, no importa los cuerpos que habites, Xena, siempre tendrás ese horrible mal genio, ¡jeje! — ¿De qué estás hablando? — ¡De tu mal genio! — ¡Ja! Como si fuera la única aquí con mal carácter. — Pues... yo no tengo mal genio... — ¡Claro que sí! — ¡Oh, no! Ahí van otra vez— dijo Solan, resignado a escuchar un nuevo debate. NA. Nota de Autor: versos de Francisco Céspedes <-- Anterior Sigue -->
  • 18. Continuación...   El sendero por las montañas era escabroso; pero la firmeza de sus pasos tal como la de sus carácteres no mostraba dejo de duda o temor por la inminente confrontación. Para estos personajes la valentía se había forjado a golpes cual espada en manos de herrero, un herrero hábil y astuto. Por esto, una espada hecha con los mejores materiales siempre asesta golpes certeros y mortales cuando es bien manejada; siempre detiene, aun sin vibrar, los estoques de una hoja enemiga. Así era su confianza, ésta era su mejor arma. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena aún asía a su amiga por el hombro. Temía tanto por ella, por su vida, creía que no debía morir nunca, que la luz de Gabrielle no debía apagarse jamás. Es que tanto bien le hizo a su vida, a su mente, a su alma, que estaba segura de que su pequeña barda no podía dar más que cosas buenas a quienes la conocieran. Prueba de ello eran los cinco hombres que caminaban tras ellas, el rey de Arcadia y su hija, los aldeanos cuyos rostros de paz y felicidad reflejaron el agradecimiento que sintieron por su ayuda, y el Faraón mismo que la vio como la mejor de sus consejeros. Pero la muerte siempre alcanza, de uno u otro modo, mas Xena pensó que ese día no sería, no para Gabrielle. — Dime una cosa— preguntó después de sus profundas cavilaciones—. ¿Alguna vez volviste a escribir en pergaminos? — No. ¿Te imaginas a una guerrera escribiendo poesías o historias en un rollo? — ¿Y por qué no? Serías la primera guerrera y barda en el mundo. Además recuerdo que no lo hacías mal. — Xena... la inspiración para mis historias eras tú. Yo deseaba que la gente de muchas generaciones conociera tus hazañas. — Deberían conocer las tuyas... han sido más significativas. — Entonces tal vez me busque un bardo personal— ambas rieron. — Por cierto, ¿Qué hiciste con las cenizas de mi cuerpo? ¿Aún las llevas contigo? — No. Están en Anfípolis. Cuando estuve en Egipto me hice amiga de un mercader asirio, a él le pedí que las llevara hasta Grecia y las depositara junto a la tumba de tu hermano Lyceus. Ese fue siempre tu deseo, ¿no?— Xena se detuvo abruptamente, conmovida por el acto de su amiga. — ¿Realmente hiciste eso? — No te mentiría, Xena. Aunque me dolió hacerlo, sabía que era lo correcto. — Sí. Siempre has antepuesto lo correcto a todo... aún a mí misma. Y... El poema que Safo escribió para ti, ¿aún lo tienes?— Gabrielle estuvo a punto de contestar cuando Jasón les advirtió que habían llegado a su destino. — Aquí es— dijo el joven—. El túnel que da al interior de la montaña esta ahí— señaló hacia una brecha que no parecía ser muy ancha. — Bien, ha llegado el momento— dijo Gabrielle—, entraremos de dos en dos. Xena y yo primero, los demás nos siguen de cerca y... que los Dioses o quien sea nos protejan. Gabrielle, Xena, Tales, Solan y Pólux desenfundaron sus espadas; Alexis preparó su arco y flechas y Jasón su ballesta. Comenzaron a adentrarse por la oscura gruta, iluminados sólo por una antorcha en manos de Xena. Caminaron por unos minutos sin que se vislumbrara la posibilidad de alguna batalla temprana. La senda era demasiado estrecha como para librar alguna lucha. — Creo que llegamos— dijo Xena. Una luz al final del camino les mostró que pudieran encontrarse en el propio centro del maligno poder que emergía de las Montañas Oscuras. En efecto, llegaron hasta una enorme caverna, la cual totalmente iluminada por decenas de antorchas, les permitía tener un panorama completo del lugar. En el centro de esta había un círculo con extraños símbolos al margen y más al centro dibujada una estrella de cinco puntas. Todos miraban con sigilo de un lado a otro en espera de lo que pudiera suceder. Así, de la parte más alta, de lo que sin duda era un altar, apareció una figura que habló de esta manera: — ¡Bienvenida, Xena, Destructora de Naciones!— la voz sonó bastante grave y tenebrosa. Era obvio que conocía a la guerrera, pero ésta no pudo identificarla. — ¿Quién eres para que te atrevas a llamarme así?— preguntó Xena con aire desafiante dando un paso al frente aún en posición de combate.
  • 19. — Siempre he tenido muchas formas y rostros. He estado en todo tiempo y lugar— el extraño personaje se rió levemente mientras, como saliendo de su espalda, aparecían las figuras de viejos conocidos de Xena y Gabrielle. — ¿Qué es esto?— preguntó con asombro y horror la rubia guerrera cuando, ante sus ojos y sobre ellos, se colocaban a su alrededor Ares, Callisto, Alti, Hope, Grendl, Odín, César, Ming Tien, Yodoshi, Draco, Velasca, El Gran Mefistófeles y algunos otros personajes que ella no supo reconocer. — ¡Xena!— dijo Gabrielle, quien, aunque luchó por no demostrarlo, sintió miedo. — No temas, Gabrielle— Xena se apresuró a tranquilizar a su amiga diciendo esto y colocando su mano sobre las de ella, las cuales, asían firmemente su espada lista para la confrontación—. Sólo es una ilusión. No son reales. — Tan ágil de mente como de manos, ¿eh, Xena?— la figura que yacía frente a ellos soltó una estruendosa carcajada. — ¿Quién es?— inquirió Tales al darse cuenta de la inmutabilidad de la guerrera. — El Mal— contestó Xena, cuya mirada no dio ni por un momento vislumbres de temor. Esa mirada que cientos de veces amedrentó al mundo que la conocía brilló es sus ojos azules una vez más—. Karión es el Mal. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Sé a qué has venido, mujer, tú y tus guerreros— dijo el misterioso y aterrador personaje—, pero sabe que lo que hoy está por ocurrir aquí nadie ni nada pude detenerlo. — No he venido a detener nada— repuso Xena con sonrisa diabólica a la vez que movía su espada con ágiles maniobras—. ¡He venido a iniciar algo! — Nadie osa desafiarme así— El Mal estaba realmente furioso ante el cinismo de la guerrera—. ¡Atáquenlos!— fue la orden, y mientras guerreros oscuros aparecían de varias puertas que se abrieron como por arte de magia para asesinar a los valientes, Karión comenzó su ritual maligno con el que liberaría a las almas de todos los seres más perversos que yacieran atrapados en cualesquiera de los lugares destinados para ello en el mundo. — ¡Que comience la diversión!— gritó Solan y todos con ingeniosa faena lucharon por defenderse del enemigo. Gritos de guerrea, los retumbos de la lucha, el silbido de las estocadas, de las flechas y el doloroso sonido de los tajos propinados por unos y otros se combinaban en la vertiente de poder más salvaje en la cual se habían encontrado Gabrielle y sus amigos. Xena, en medio de la batalla, vio a Karión preparando la ceremonia. Tenían que detenerlo. — ¡Gabrielle, debemos subir hasta él!— Xena corrió seguida por su amiga y con un salto acrobático, como antaño, logró subir a una enorme roca. Cuando estuvo allí tomó a Gabrielle por la mano y con la fuerza que la caracterizaba remontó a su amiga con relativa facilidad, evitando que algunos guerreros oscuros le alcanzaran. Comenzaron a ascender por el escarpado muro, mientras que algunas saetas rozaban sus cuerpos tratando de impedir que llegaran hasta Karión. Una de las flechas alcanzó a Xena hundiéndose en su muslo derecho. Ella lo resintió, pero rápidamente la sacó de su pierna y la herida cicatrizó en el acto. Gabrielle presenció esto con asombro y, entre el apuro que pasaba por ascender y su enojo, comenzó a discutir con la guerrera. — Dijiste... ¡Uf!... que si nos manteníamos cerca... ¡Ahj!... no... nos podrían hacer daño. Sé por qué me mentiste, pero ya no soy una chiquilla, Xena, hace tiempo dejé de serlo y puedo cuidarme sola. — Gabrielle... no es el momento de discutir eso... ¡Hey!— Xena interceptó una flecha que, de no hacerlo, se habría clavado en la espalda de su amiga. — Burbuja de energía, ¿eh? — ¡Escucha... no importa lo que haya dicho, no quiero que te alejes de mi!... ¡¿entendiste?!— y diciendo esto tomó a Gabrielle por la espalda y la lanzó velozmente hacia arriba y ella misma de un salto alcanzó la cima. La respiración de ambas era agitada, pero ahí estaban, justo frente a Karión, quien durante los minutos anteriores las había ignorado esperando que sus soldados se encargaran de ellas. El Mal se volvió hacia las temerarias mujeres, quienes le miraban con desdén. — Parece que el placer de eliminarlas será exclusivo para mí— sonrió maléficamente y con extraños movimientos de sus manos preparó el ataque y Xena lanzó otro de sus burlescos comentarios. — Sólo hay tres cosas que causan verdadero placer en la vida: la comida, el sexo y cagar... te voy a provocar la última— Gabrielle rió burlonamente ante el comentario de su amiga, mientras que Karión verdaderamente irritado lanzó sobre ambas una centella de color amarillento. — ¡Al suelo!— Xena empujó a su compañera y ambas rodaron a ras de tierra esquivando el disparo de energía. Tras un intento hubo otro por desaparecer a las guerreras, éstas hábilmente con desplazamientos volatineros y usando sus espadas evadieron todo lo que El Mal les enviaba. Gabrielle lanzó el chakram, pero fue en vano, pues Karión lo desvió con los rayos que salían de sus manos. Después de unos cuantos giros y golpes la poderosa arma buscó las manos de su antigua dueña. — ¡Si amas algo déjalo libre...!— expresó Gabrielle. El chakram siempre pareció tener mente propia, pues no
  • 20. importaba hacia donde lo enviara Xena o cuánto tiempo tardara en hacer su recorrido mortal... continuamente volvía a sus manos. Mientras tanto, los cinco hombres que libraron una batalla campal terminaron con todos esos molestos guerreros, estaban exhaustos. Sin embargo permanecieron pendientes de lo que en el altar estaba ocurriendo. Tales, guiado por el amor a su Gabrielle y sin hacer caso de los llamados de Pólux subió hasta donde ella estaba y se unió a la pelea. — ¡¿Qué haces aquí?!— le preguntó Gabrielle muy molesta—. Éste ya no es tu asunto, puedes morir, Tales. — ¡Tú siempre serás mi asunto, Gabrielle! Tres combatientes defendiéndose entre sí resultó muy confuso para Karión. Decidió ocultarse por unos segundos mientras planeaba su próximo movimiento. — ¿A dónde fue?— dijo Tales mientras los tres se volvían hacia todos lados esperando un ataque sorpresa. Él y Xena dejaron a Gabrielle entre ambos y Karión observó eso. "La pequeña guerrera... es a ella a quien debo eliminar, ella es la clave para mi triunfo", pensó. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — Ahí está— respondió Xena—. Puedo verlo moviéndose entre las rocas. — Sí... lo veo también— dijo Gabrielle. Una repentina avalancha de rocas comenzó a caer sobre ellos y esto los obligó a separarse. Tales no corrió con tanta suerte pues fue alcanzado por un pedernal que lo tumbó y aprisionó una de sus piernas. Gabrielle lo llamó desesperada y corrió hacia él. Los amigos de Tales al ver lo que sucedía se dirigieron hacia lo alto del altar para socorrerlos. — ¡Tales... amigo mío, voy a sacarte de aquí!— Gabrielle intentó en vano mover la enorme piedra. — ¡Gabrielle!— gritó Xena mientras intentaba recuperarse y subir nuevamente hacia ellos, pues una de las piedras le golpeó también lanzándola unos cuantos metros abajo—. ¡A tu espalda! La menuda guerrera sintió la cercanía de Karión y empuñando fuertemente su espada se volvió hacia él que estuvo apunto de tomarla. Gabrielle cortó la mano izquierda de éste, pero Karión aún con la derecha logró lanzar su rayo amarillezco contra ella. Tales tomó a su amada por una pierna y utilizando las pocas fuerzas que aún le quedaban hizo que cayera al suelo y fue él quien recibió el impacto ardiente. Gabrielle contempló aquella escena con horror, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, sintió tan cerca el calor de aquel fuego y observó la última mirada que Tales le dirigió. Karión observaba con deleite y sadismo la escena. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus encendidas mejillas, miró a Karión y su mente comenzó a nublarse, simplemente no pensaba y la fuerte mano con que empuñaba la espada comenzó a debilitarse. — ¡Es a ti a quién debo matar y ya nada me detendrá!— la voz de Karión le sonó a Gabrielle como un eco lejano y cuando éste estaba a punto de lanzar su centella un agudo y afilado hierro traspasaba su espalda hasta encontrar desesperadamente la salida por el pecho. — ¡Nadie lastima a mi amiga frente a mis ojos y vive para contarlo!— le susurró Xena quien oportunamente llegó para salvar una vez más a Gabrielle. Ésta, al oír la familiar voz reaccionó y al ver los azules ojos de Xena cobró fuerzas, blandió su espada y la hundió en el vientre de Karión. — No. Soy yo quien te ha matado para detenerte— dijo, viendo al rostro de El Mal perecer. Xena lanzó hacia un lado el cuerpo de Karión, el cual se consumió dejando sólo unas cenizas entre las ropas. Después abrazó fuertemente a Gabrielle quien se aferró a ella para llorar a otro amigo amado que la dejaba. Sintió el pequeño y trémulo cuerpo de su barda experimentando todo aquel dolor y sabía que en cualquier momento ella también la dejaría. Alexis, Jasón, Pólux y Solan removieron la piedra que aprisionaba el cuerpo de Tales. Gabrielle se volvió hacia él y besó sus labios con ternura, pero no fue capaz de pronunciar una palabra, el dolor no se lo permitió. Pólux se quitó su capa y cubrió con ella el cuerpo del valiente guerrero, de su amigo. Un viento extraño y fuerte comenzó a soplar dentro de la montaña. — ¡Tenemos que salir de aquí!— dijo Xena. Solan cargó sobre su hombro el cuerpo de Tales y comenzaron a descender para dirigirse a la entrada de la caverna. Sin embargo, Gabrielle no se movió. — ¡Gabrielle... tenemos que salir de aquí!— dijo Xena tomándola por el brazo. — ¡Quiero morir aquí, Xena!... Puedo decidirlo ahora y ésta es mi decisión: ¡Quiero ir contigo! — ¡Nunca lo permitiré! No mientras pueda impedirlo. Perdóname por esto...— al decir estas palabras Xena utilizó el punto de presión en su amiga y alzándola en brazos se apresuró a salir del lugar. Xena sabía que el trayecto por recorrer era largo hasta la salida, pero debía tomar el riesgo. Corrió con Gabrielle en
  • 21. brazos tan rápido como pudo. Lograron salir a tiempo y la caverna colapsó. Una vez estuvieron en lugar seguro, la guerrera se apresuró a quitar el Punto de Presión, parecía que Gabrielle había expulsado por su nariz más sangre de la normal y esto preocupó a Xena, quien intentó deshacer la presión por segunda vez. — ¡Vamos, Gabrielle!— decía con desesperación—. No fue demasiado tiempo... sé que no fue demasiado tiempo. ¡Lo hice a tiempo... despierta!— Gabrielle no volvía. Xena golpeó por tercera vez el cuello de su amiga que aún no reaccionaba. La impotencia estallaba en su corazón, sabía que ya no tenía mucho tiempo, pues de un momento a otro ella desaparecería y en medio de esta locura rememoró las palabras de Gabrielle: "Puedo verte y tocarte otra vez"... "Te extrañé tanto y te llamé tantas veces", "No me bastaba tu recuerdo"..."Nunca logré dejar de sentir este dolor, sólo me acostumbre a él"..."Si tengo esa oportunidad seré sólo yo quien decida cuándo y dónde moriré"... — ¡No... no lo acepto!— dijo la guerrera cediendo a las lágrimas—. Mira, Gabrielle... ¡Mira!... A donde vamos no hay flores, árboles, ríos, ocasos o noches estrelladas porque no puedes entender la diferencia entre la luz y la oscuridad — el dolor era tan inmenso en el corazón de aquella valiente mujer—. ¡En qué maldita basura estaba pensando aquel día en Anfípolis cuando te dije que sí podías acompañarme!— y lloró aún mas. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Después de algunos segundos de incesante llanto miró a los guerreros y notó que estos también lloraban, ahora, a dos compañeros muertos. — ¡¿Por qué la lloran?!— gritó—. ¡Ella no ha muerto!— y al decir estas palabras golpeó una vez más el cuello de Gabrielle, entonces ésta comenzó a respirar con desesperación y a toser hasta recibir el suficiente aire en sus pulmones. Xena la abrazó y besó con urgencia pidiendo perdón por casi perderla una vez más. — ¿Por qué no me dejaste morir?— susurró la pequeña y ahora débil guerrera. — Porque aún no es tu tiempo— Xena se acomodó al pie de un árbol sin liberar a Gabrielle de su abrazo. Los hombres, que habían presenciado toda la escena con abatimiento y luego con regocijo, decidieron alejarse un poco y plañir en paz por la muerte de sus amigos. Gabrielle los vio y decidió unírseles. Xena no se acercó, era un momento demasiado íntimo para ellos; las dos vidas que se perdieron luchando por El Bien Supremo merecían esto al menos. Luego de un largo instante de palabras de aliento y abrazos fraternales Gabrielle volvió al lado de su amiga, quien aún yacía al pie del árbol. — ¿Cuándo es tu momento?— le preguntó con tristeza. — No lo sé...— fue la única respuestas de Xena. Gabrielle contempló al sol ocultándose en el horizonte y una lejana sensación volvió a ella. — Parece que todo se repite... el ocaso... y ese instante... el corto instante entre nosotras antes de que desaparecieras. — Ven, Gabrielle— animó Xena y la rubia barda encontró una vez más el lugar preciso al lado de su mejor amiga. Ambas estaban muy cansadas. Gabrielle cayó sumisa ante el profundo sueño que la invadió. La noche se derramó poco a poco en aquel valle. Una suave y refrescante brisa inundó el ambiente. Xena liberó algunas lágrimas que mojaron el cabello de Gabrielle, cerró sus ojos y esperó el momento de desaparecer. * Gabrielle despertó después de un largo y reparador sueño, pero la calidez que percibía no la dejaba abandonar su actual postura. Fue un momento, un lapso entre lo habitual y lo insólito el despertar aquella mañana junto a Xena, como si el tiempo hubiera retrocedido o como si nunca hubiese caminado; pero finalmente y como suele suceder, la realidad la alcanzó. Se incorporó de súbito al escuchar los cadentes latidos del corazón de su amiga, la sosegada respiración de ella. Gabrielle la contempló con asombro, tocó su mejilla... ¡Era cierto! ¡Xena aún estaba viva... y con ella! Su piel estaba caliente, sus labios rozados, su cuerpo relajado y en su rostro había serenidad. Gabrielle temía hablarle presa del pánico, pensando en que era un sueño se alejó unos cuantos pasos, miró con sospecha a su alrededor y vio a sus amigos preparando las cosas para la pronta partida y escuchó sus murmullos; sacudió su cabeza intentando despertar, pero sólo había una manera de saber lo que pasaba. — ¡Xena!— dijo suavemente al acercarse a su amiga y esperó la respuestas con el desasosiego más grande de su vida. — Gabrielle, estoy cansada— musitó la guerrera entre despierta y dormida, pero también ella cayó en la cuenta de que algo raro sucedía y abrió sus ojos, sacudió la cabeza y parpadeo, vio en derredor y se dio cuenta de que aún estaba en la tierra. Gabrielle se llevó las manos a la boca para ahogar un gemido de llanto, sin embargo las lágrimas no encontraron barrera a su paso. — ¡¿Gabrielle?!— dijo Xena alargando su mano para tocarla y corroborar que aún era humana, tan humana como hacía cinco años, como hacía once cuando extendiendo su brazo ayudó a la necia jovencita de Potedia a montar sobre Argo. Las manos de ambas se encontraron a mitad del camino y en la colisión estuvo la prueba. Gabrielle se abalanzó sobre ella y ambas se abrazaron y prodigaron palabras de cariño y expresiones de afecto a granel.
  • 22. — Xena... no te fuiste... ¡No te fuiste! — ¡No puedo creer que aún esté aquí!... No lo entiendo... Dijeron que volvería tan pronto como... — Shhh... ¡No lo digas!— Gabrielle temió que al decir esas palabras alguien oyera a Xena y aquella realidad acabara para ambas. Besó sus manos y las llevó a su rostro—. No importa lo que haya pasado o por qué no te fuiste, lo que importa es que estas aquí. — ¿Xena?— preguntó Alexis. Los cuatro guerreros habiéndose dado cuenta de que ella aún estaba viva se acercaron para comprobar que lo que sus ojos veían era cierto. — Sí, es Xena... aún está viva... ¡no se la llevaron!— dijo la barda con regocijo. — La verdad es que yo... yo no entiendo— Xena se puso de pie alzando a Gabrielle, quien con sus brazos se aferró a la cintura de su amiga. Estaba decidida a no dejarla ir esta vez. — Parece que alguien allá arriba hizo más que oír tu oración la otra noche. Seguramente vio también en tu corazón — dijo Pólux con afable sonrisa y colocando sus manos en los hombros de ambas mujeres dio la única explicación posible para aquello—. ¿Puede haber mejor retribución en la vida, para Gabrielle, que ésta, Xena? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m — ¡No!— respondió ella. * Una semana después de los acontecimientos referidos, Xena aún acompañaba a Gabrielle. Estuvieron en los funerales de Tales y Arón, y en la boda de la hija de Triano. Todos les pedían quedarse, pero sus almas no podrían estar aferradas a un lugar, así es que se despidieron y comenzaron un nuevo viaje hacia donde la vida las condujera. — ¿Gabrielle? — ¿Mmm? — No terminaste de contarme si aún tienes el poema de Safo contigo. — Ya no lo tengo conmigo. Lo vendí. Hubo un hombre al que conocí en Arcadia hace poco más de un año. Tenía una gran necesidad económica y como a la hija de Triano le encantaba el poema, le dije a éste que lo comprara para ella y yo le di esos denarios al aldeano. — ¡Un momento!— replicó Xena—. Dijiste que nadie sabía que el poema existía, que era tu tesoro. — Ah... bueno... este...— Gabrielle se encontró en verdadero apuro—, les... les mentí, ¡je je!... Entiéndeme, si no lo hacía mis amigos no confiarían ni por un momento en ti... debía asegurarles de que eras la verdadera Xena. — ¡Entonces tampoco tú... estabas segura!— inquirió Xena con sorpresa. — Te equivocas... yo sí lo estuve. — ¿Por qué? — Por tu mirada... reconocí a la verdadera Xena en tu mirada. Solo tú me miras como lo haces y me hace sentir eso tan singular dentro de mí. — Te amo, Gabrielle— dijo Xena sonriéndole. — Yo también te amo, Xena. Las dos amigas caminaron hacia el horizonte, seguramente en busca de una nueva aventura, esperando que sus caminos no volviesen a separarse. El sol se ponía. <-- Anterior FIN TU OPINIÓN EN EL FORO