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TIYAH
Autora Elxena

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***

La guerrera utilizó la afilada daga en su mano derecha para atravesar

la garganta de su infortunado oponente mientras la espada, en su

izquierda, reventaba, como una fruta demasiado madura, el estómago de
un segundo atacante demasiado lento en su embestida. Giró entonces

sobre sí misma con pasmosa celeridad, de modo que el movimiento,
potenciada su fuerza por el giro, acabó por seccionar la cabeza del
primer hombre y por desparramar las vísceras por tierra del segundo.

La guerrera expulsó con fuerza el aire de sus pulmones y se lanzó

ciegamente contra un nuevo contrincante que se abalanzaba a traición

sobre ella. No usó daga ni espada, sino su propio cuerpo, revestido por
una ensangrentada armadura cobriza que cubría su pecho y su estómago.
El golpe fue tan brutal que partió los huesos del hombre como si fueran

cañizo, al tiempo que ambos caían sobre el húmedo musgo del suelo. La

guerrera se levantó, mas no así el guerrero, que yació retorciéndose hasta

que ella aplastó su cráneo con su bota reforzada. La mujer guerrera se
apartó con gesto indolente el riachuelo de sangre que resbalaba de su

frente, producto del encontronazo con el guerrero que yacía a sus pies, y
paseó una acerada mirada a su alrededor.

La lucha tocaba a su fin. El estertor de los agonizantes, los últimos

envites, el olor a sangre y a miedo, a acero, el relincho agudo de las
monturas asustadas... todo la extasiaba. Todo ese dolor, todo ese
sufrimiento, el espectro del mal zumbando en sus venas.

Buscó con la mirada a su lugarteniente, Dosha, y cuando sus ojos la

capturaron la excitación punzó el mapa de su cuerpo. La habían herido.
-

Muy bien, pequeña – murmuró, pasando la punta de su lengua por
el labio superior – Muy bien.

Con un gesto brusco atrajo la atención de Dosha. Ésta leyó en el brillo

de los ojos de su ama el deseo y curvó su boca con deleite. Asintió e
inclinó la cabeza.
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Sólo entonces, satisfecha, Gabrielle se retiró del campo de batalla.

***

-

¿Cómo está?

-

Muy débil.

-

¿Sobrevivirá?

Silencio. Susurro de cuero.
-

Probablemente, no.

Una maldición mascullada.
-

No puede acabar así.

-

Cómo así.

-

Vencida.

-

Qué más da, Corice, la muerte es la muerte.

Otro silencio, un poco más largo.
-

Pero Xena es Xena.

Y de nuevo la oscuridad, durante un largo tiempo.
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-

Acércate – la orden de Gabrielle era tanto promesa como amenaza.
Dosha suplicó, en su interior, el seguir obedeciendo toda su vida
ese mandato. Dosha había alejado de sí hacía mucho tiempo su
dignidad, junto con su decencia y su conciencia. Sólo habitaba en

ella el acerado filo del miedo, pero no aquel que despoja al ser de

todo ímpetu, sino todo lo contrario. En ella el miedo era un

acicate, una ilusión, era lo que la mantenía viva, quien guiaba sus
pasos, el que la conducía a Gabrielle. El miedo a perderla, a no

formar nunca más parte de su cuerpo. Y por ello, y por ella,
asesinaba, saqueaba y se humillaba.

-

Acércate – volvió a ordenar Gabrielle. Una tienda de piel las
cobijaba de la tormenta nocturna que asolaba la llanura de su

última incursión. Había ocho guardias apostados en su perímetro,
no tanto y sólo para guardar a su señor de incursiones externas

como para impedir, cuando había que hacerlo, que los desgraciados
que ella mandaba llevar hasta allí escaparan vivos antes de que ella
quedara saciada – Muestra tus heridas.

Dosha anticipó con lujuria la lengua de su ama sobre esas mismas

heridas que ahora le mostraba con absoluta entrega, anticipó esa lengua
sobre todo su cuerpo, porque sabía que llegaría. También anticipó el
dolor, pero no le importaba.
Era el mejor cachorro que un depredador como Gabrielle podía tener.

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De nuevo susurro de cuero, todavía la oscuridad. El dolor era ahora

más lejano, sordo, pero aún no podía abrir los ojos. “¿Cuánto tiempo
había pasado?”.
-

Corice – alguien acababa de llegar, una voz distinta a las dos que
había escuchado la primera vez – Deberías descansar.

-

No.

-

Eres obstinada, pero tu obstinación no la salvará.

-

Ella lo hará por sí sola.

-

Corice, nunca apuestes todo tu corazón a una sola suerte, es
peligroso.

-

Ella despertará.

“Es obstinada, en verdad”, pensó.
-

Quizás no quiera hacerlo.

-

Por qué no iba a querer.

-

Sabes por qué – replicó suavemente la segunda voz.

-

No.

-

Sí, Corice – esta voz era paciente. La que correspondía a la
llamada Corice, no.

-

A mí no me parece razón suficiente.

-

A ella sí – y alguien, quizás la dueña de esa misma voz paciente,
tocó delicadamente su frente – La razón muchas veces no
cumplimenta su cupo. El corazón, sí.

-

No son más que palabras, Abrah. Xena está hecha de actos.

-

No, Corice, estás equivocada. Hablas de una Xena pasada. La que

ahora yace aquí está más cerca que nunca de sus emociones, no de
sus actos.

-

No.

-

Tu corazón engaña a tu razón. Eres joven y tu ímpetu te arrastra al
error.

-

Soy una amazona experta.

4
-

El manejo del arco y la espada siempre es más fácil que el de los
asuntos de la propia vida.
Abrah, déjame en paz.

-

Lo haré, pero eso no hará que aciertes – unos pasos se alejaron,

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aunque se detuvieron no mucho más allá – Tú veneras a una Xena
que no es la que está ante ti.

Los pasos se alejaron definitivamente.
Silencio.

“Claro que no puedo abrir los ojos”, pensó de repente Xena.
Gabrielle se los había arrancado.

***

En el camino, ocho semanas atrás

-

El calor es sofocante.

Xena giró levemente la cabeza y asintió. Detuvo a Argo con suavidad

y ayudó a Gabrielle a desmontar. Ya no cojeaba pero Xena, pese a las

protestas de la bardo, la obligaba a ir a caballo y extremaba sus
atenciones. Ella misma conservaba bien visible la cicatriz en el flanco de

su pierna izquierda. “Bichos asquerosos”, pensó, pero sin ira. Los

bajuun sí resultaron ser unos bichos asquerosos. Las llagas en la piel de

Gabrielle habían sanado pronto, su pierna también. El corazón de Xena,
sin embargo, estaba hecho trizas. Hacía dos meses que lo arrastraba así,
dos meses desde que lo supo, desde que le dio un nombre.
-

¿Nos detendremos mucho tiempo?

La guerrera se giró hacia Gabrielle.
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El que haga falta.

-

No me importa el calor. Sólo lo dije por decir.

-

¿Y?

-

Que no hace falta que nos detengamos si no es preciso porque yo

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haya hecho ese comentario.

-

¿Si lo hubiera hecho yo cambiaría en algo la situación?

-

Bueno...

-

Si

yo lo

hubiera dicho y

fuese

mi

deseo detenernos, ¿lo

hubiéramos hecho tan sólo porque era a mí a quien el calor le

parecía sofocante? – había un brillo divertido en los ojos de la
guerrera, pese a su desdichado corazón.

Gabrielle dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo, en un gesto de

rendición.
-

De acuerdo, Xena. Me agotas, me rindo. Jamás pensé ser superada
por nadie en labia, pero tú debiste ser algo más que Señor de la

Guerra sanguinario en tus tiempos. ¿Secuestrabas a declamadores
para que te hicieran partícipes de su habilidad y así poder torturar
a tus enemigos?

Xena esbozó una nítida sonrisa. La madurez en Gabrielle era un

proceso perceptible para ella a cada momento que pasaba. La adolescente

aldeana que había aupado a su montura un año atrás no se hubiera

atrevido a bromear acerca de su pasado de ese modo. Al fin y al cabo,
tampoco aquella Gabrielle aldeana era la misma que tan sólo dos meses
atrás la había arrastrado por un bosque y se había enfrentado a una
pandilla de guerreros para salvarla.
-

Nos detenemos, pues – acordó la guerrera, cerrando la cuestión.

-

Nos detenemos, pues – murmuró Gabrielle, cediendo.

-

Así me gusta. Me molesta amenazarte continuamente con lo de
colgarte de los árboles.

Gabrielle inició una mueca burlona, pero que quedó en sonrisa de

devoción cuando la terminó. Esta Xena no era la Xena con la que partió

de Poteidea; no era tampoco (por supuesto) la Xena sanguinaria que

había sido; pero asimismo tampoco la Xena que había aprendido a
conocer. Ésta era más accesible, más solícita pero, al mismo tiempo, más
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distante. Cada vez estaba más y más convencida de que había algo más
que salió con Xena de aquel claro en el bosque donde habían acampado
tras curar su rodilla; algo que, lo intuía, tenía su causa o su consecuencia

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en la lágrima de la guerrera derramada junto al fuego, ante ella. No era,
pensaba, nada que hurgara con maldad y remordimiento en su corazón

pues, y en ello era certera, no había ahondado en el carácter oscuro de la
guerrera. Sabía de la extrema vigilia de Xena para con su pasado, el

afloramiento esporádico y doloroso de sus actos repudiados y el efecto

que ello tenía en ella. No, aquella lágrima no fue por el filo de su
espada.

Pero tampoco lograba averiguar por qué, entonces.

Querría preguntarle, querría acunar su alma pero... le había pedido

paciencia, paciencia para hacérselo más fácil a alguien que no lo era en
absoluto.

Suspiró.

Optó entonces por seguir, sin más, dejándose llevar por ella, pero no

tanto; dejándose llevar por lo que ella decidiera e hiciera, pero acotando
cuando era necesario. Xena le permitía eso y mucho más, un abismo si lo

comparaba con los primeros pasos junto a la guerrera, cuando todavía no

tenía un hueso quebrado en su rodilla ni tantos recuerdos (malos, buenos,
mejores o peores).

Cuando no tenía su alma y su corazón rendidos a esa mujer.

Siempre pensó que la admiración y el absoluto desconocimiento del mundo antes de

ella tenían la culpa; siempre pensó que su leyenda y su porte habían tenido la culpa de
su incondicional rendimiento, de su pérdida de raciocinio, de su absoluta entrega.

Hasta que se confesó que ni había culpa ni inexperiencia ni pérdida de raciocinio

ninguna.

Estaba ahí, y eso era todo. Lo bueno de ello es que le hacía sentirse

muy feliz; lo malo, que también insegura, algo perdida y temerosa.

Agradeció no tener una balanza de cobre a mano para realizar las

oportunas pesadas y comprobar hasta qué punto tenía posibilidades de
salir perdiendo en todo ello; qué tendría más peso y qué haría caer al
final el platillo hacia uno u otro lado.

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A uno, perderla; a otro... ¿Qué, a otro? Eso precisamente era lo que le
hacía sentirse extremadamente insegura, temerosa y perdida. No el que
se alejara de su lado. Eso podía permitírselo, si pudiera permitírselo,

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pues era algo que entraba dentro de su razón, ese dolor, esa angustia, ese
nunca más. Pero... la segunda opción...
-

¿Algún nuevo relato, Gabrielle?

La bardo se giró abruptamente, ante la voz de Xena muy cerca de ella.

La guerrera pasó a su lado, sin mirarla, portando la silla de Argo. La
depositó en el suelo, junto a los petates con las mantas, la comida y los
pergaminos de Gabrielle.
-

Siempre tienes esa cara cuando te concentras en una historia –
respondió Xena a su silencioso interrogante. Echó un ligero
vistazo a su alrededor – Iré a por leña seca.

-

No, espera, yo iré – Gabrielle la detuvo con un gesto – Así
pasearé.

Xena se alzó de hombros.
-

De acuerdo, pero que tu paseo no se convierta en un deambular
eterno. Aquí dejas una mujer hambrienta.

Cuando Gabrielle se adentraba en el bosque no dejó de echar una

última mirada a Xena y cuando la bardo dejó de mirar a Xena, la
guerrera no dejó de echar una última mirada hacia el lugar donde había
desaparecido Gabrielle. Frunció el ceño y resopló muy suavemente,
recordándose cuán fuerte, cuán cauta y cuán embustera había de ser.
Lo de infeliz no hacía falta, era un recordatorio perenne.

A Xena no se le ocurrió pesar en una balanza los pros y los contras.

Había decidido tener a Gabrielle (que ella estuviera a su lado) el
tiempo que hubiera de ser y, corto o largo, lo aceptaría.

No había rendido aún cuentas con su pasado, sus pesadillas no la

habían abandonado y el camino parecía seguir siendo la única opción de

acallar el remordimiento que su antaña ira había grabado a sangre y

fuego en su alma. Ahora tenía a Gabrielle a su lado, si bien no a la
Gabrielle que había sacado de Poteidea. La que ahora le acompañaba era

una mujer, con todo lo que ello implicaba. Y, para su sorpresa, la temía.
Como mujer, la hacía temblar. Y era junto a esa mujer que había
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emprendido un nuevo camino, no distinto en su meta, pues las voces de
sus crímenes seguían acechando incansables, sino en su desarrollo.
Ahora, por ello, su camino era menos acelerado, menos arriesgado, si ese

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término pudiera ser aplicado a la Era de los Señores de la Guerra que les
había tocado vivir.

Ya no se trataba sólo del camino de su redención, sino que el camino

de Gabrielle se había añadido a él, con sus propios matices, sus propias
búsquedas. Qué habría de hallar esta segunda mujer en él, Xena lo

ignoraba; sólo sabía, y era mucho para ella, que había decidido

emprenderlo a su lado, para bien o para mal. No pagaba su compañía, no

ordenaba su consuelo, no imponía su pensamiento, no dictaba sus actos.
Y, sin embargo, allí estaba, con ella. Acompañándola, consolándola. Con

una lealtad libre de la sospecha del pago que estaba acostumbrada a

hacer. Había sido capaz de manejar ejércitos enteros de mercenarios,
brutos sin alma que mataban por dos dinares, zafios cuya lealtad estaba
supeditada a su parte del botín. Y ahora, sin ni siquiera pedirlo, la
fidelidad más absoluta, la entrega, el camino de doble dirección.

Por eso, y no del todo por lo que por ella sentía, había decidido

menguar su ansia, su propia búsqueda, y desacelerar el ritmo para poder

ofrecerle algo en compensación, un pequeño presente por su absoluta
entrega; nada que brillara, pues todo destello se perdía con el tiempo;
nada que cambiara su peso en oro, pues ello se asemejaría obscenamente
al pago a un subalterno y Gabrielle no se lo merecía.

Le daba lo único que parecía tener y que Gabrielle sabría estimar:

tiempo y paz en él. Desde que habían marchado de aquel claro (de aquel

sentimiento), su rumbo se había balanceado al mismo ritmo que los días
de un comediante desganado: marchaban por los caminos, sin más. Sin la

premura de una amenaza o la angustia de un requerimiento, sin la agonía
de una confrontación y… ese infame temor que se había instalado en su
interior, el temor a verla herida, o algo mucho peor. El temor de su

mortalidad. Nunca temió más a la Muerte que cuando fue a buscar a
aquellos a quienes amó, y nunca la temería más que aquí y ahora, en su

vida junto a Gabrielle, el único nombre que jamás querría ver en los
labios de la hermana de Hades.
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Lo había asumido. Desde que el sentimiento calara en ella y le diera
nombre, Gabrielle era lo único que importaba. Jamás se lo diría, pero se
lo demostraría. Cerrado el camino sobre el hecho de que Gabrielle

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volviera a su aldea natal (no la devolvería a una vida que no quería), lo
único que le quedaba era estar a su lado. Supo así que, en este nuevo

camino que habían emprendido, la que se consideraba acompañante y la

que se creía acompañada habían cambiado sus tornas, por mucho que
seguro que una de ellas lo ignorara.

Tampoco ella podía volver. No aún. Las voces de sus muertos

susurraban en sus sueños, el hedor de la sangre injusta los impregnaba.
Además, no estaba muy segura de si realmente tenía un lugar al cual

regresar. No, desde luego, a su aldea natal. Ya nada le quedaba allí. Su
madre había renegado de ella hacía mucho y en justo sentido. No podía

ofrecerle más que vergüenza y escarnio. Para qué, entonces, el retorno.
Por

otra

parte,

no

encontraba

mejor

hogar

que

Gabrielle

pero,

contradictoriamente, jamás podría reposar junto a ella en ningún hogar.

Sonrió débilmente. Le había resultado extrañamente fácil derivar hacia

estos últimos pensamientos, ella, la soberana del corazón oscuro. Pensar
en alguien, pensar en una vida distinta a la sangre, el acero y el camino.
Ese camino al que su conciencia y sus remordimientos la empujaban, el

perenne purgatorio del que había hecho su alma atormentada, su vida
futura.

Y, sin embargo, podía amar. Intentó recordar la última vez que había

amado y cómo ese amor se trastocó en amargura. Sintió un súbito

escalofrío. Todo se repetía en su vida, como una maldita espiral sin
salida.
-

El tuyo debe de ser más interesante – la voz de Gabrielle, a su

izquierda, dejando caer un manojo de leña seca – El relato, digo;
estabas distraída.

-

Había oído tus pasos – le replicó – Sabía que eras tú – la mujer

que amaba a esta otra mujer a su lado se replegó silenciosamente,
ocultándose muy dentro de sí, callando. La guerrera que la

acompañaba dio un paso al frente – Arrastras el talón al andar y tu
paso, aunque ligero, siempre es audible. Al menos para mí – “ que
10
lo reconocería en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia”.
No se había ocultado tan lejos, al parecer, la mujer que la amaba –
¿Te cansaste de deambular?
Recordé a la mujer hambrienta que dejaba aquí – le replicó,

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mientras separaba por tamaños la leña.

Xena sonrió ampliamente. Infame tristeza la suya que encontraba la

gracia en la desdicha, en este tan cerca tan lejos en el que se había
convertido su mutua compañía para ella. Hallaba pequeños detalles
que la hacían sonreír.
-

¿Algo que yo también pueda disfrutar? – Gabrielle había captado
su sonrisa.

-

¿Cómo?

Gabrielle alzó su dedo índice, dibujando la estela de una sonrisa sobre

su rostro, imitándola.
-

Ah, eso – Xena volvió a sonreír – Demasiado joven para que lo
oigas.

Gabrielle arqueó las cejas.
-

Desde cuándo.

-

Evidentemente, desde que naciste – empezó a despojarse de la
armadura.

Gabrielle torció el gesto.
-

Empezaron los juegos de palabras – dijo con resignación. Miró a
su alrededor – ¿Qué quieres que haga?

-

Descansar, yo he de seguir cumpliendo mi promesa.

-

Podría relevarte de ella – le propuso.

-

¿Tan mal cocino?

-

No, a fe que no – emitió una ligera risa – El último pastel de carne
que hiciste... – y dejó la frase en el aire, rematada por su sonrisa.

Xena terminó de apilar la última pieza de su vestimenta a un lado.

Dejó la espada, no obstante, lo suficientemente cerca de ella como para

no arrepentirse de no haberlo hecho si algo ocurría. Se acercó a
Gabrielle y escogió un puñado de ramas, tamaño pequeño.

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-

Me alegro de que mi comida te guste – observó una de las
pequeñas ramitas y el resto, agrupado por tamaños – Siempre tan
metódica.

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Gabrielle le hizo un pequeño gesto burlón y se sentó en la tierra.
-

Si yo ahora te preguntara si vamos a estar mucho tiempo aquí, ¿tú

me replicarías con lo de “si fuese yo la que quisiera estar mucho

tiempo aquí nos quedaríamos mucho tiempo aquí?”. Observa, por
favor, que no he mencionado en ningún momento el hecho o deseo
por mi parte de querer permanecer un largo periodo en este lugar.

-

¿Tienes prisa? – Xena terminaba de apilar las ramitas con las que
iniciaría el fuego.

-

Si yo dijera que...

-

Gabrielle – la atajó Xena, golpeando el pedernal y avivando la
pequeña llama azul – No hay ningún problema en que estemos

aquí, en que lo hagamos por mucho o poco tiempo, serénate, anda.
Hoy saborearás cordero con habas y alcachofas –echó una rápida
mirada al cielo – Es hora de comer y el calor no hará más que
apretar de aquí a la hora de la tarde. Está bien que nos hayamos
detenido.

Gabrielle arqueó las cejas.
-

Desde luego, sí, secuestrabas declamadores o feriantes – murmuró,

al tiempo que estiraba la pierna de la rodilla fracturada y se la
masajeaba.

Xena la observó de reojo.
-

Tardará en sanar del todo, y puede que nunca llegue a hacerlo

plenamente – comentó – El hueso está soldado, pero el dolor te

murmurará toda tu vida – bajó el tono de voz y lo convirtió en un
susurro inaudible – A mí me habla constantemente.

Gabrielle alcanzó a oírla.
-

Algún día callará – murmuró a su vez.

Si Xena la oyó o no, no lo supo. La llama de la hoguera prendió y la

guerrera siguió con la mirada el rastro fugaz del fuego ascendiendo al
cielo.

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Esta vez le había hecho daño de verdad. Tanto que Dosha yacía casi

muerta a sus pies. Gabrielle torció el gesto con desagrado, no por la

visión de las laceraciones, ni el respirar penoso y agónico, o el final de
la vida ante sus ojos (y por su mano) de su lugarteniente. Su desagrado
provenía por la molestia de quedarse, otra vez, sin juguete, sin diversión
al final del día, sin muñeca amaestrada.
Bufó con hastío.

Encontrar a otra, enseñarle lo que le gustaba, lo que esperaba, lo que

exigía. Esas guerreras sucias, sin más mundo que el filo de sus armas,

embrutecidas como animales, buenas para obedecer y ser temidas por los
débiles. Su hastío aumentaba. Peores los guerreros, más sucios aún,
inútiles para otra cosa que no fuera matar, saquear y morir.

Se agachó, sacó la daga de la bota de su pierna, cogió la barbilla de

Dosha, le abrió la garganta y miró su muerte con la helada mirada de la
indiferencia.

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Había acabado por cansarse de ella, de su devoción perruna, de esos
ojos enamorados. La novedad de su última lugarteniente se había agotado
hacía mucho.

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La novedad.

Ese pensamiento la pilló desprevenida y la enfureció por su debilidad.
Xena había sido toda una novedad.

***

-

Está despertando – susurró Corice.

-

Cuida de que no toque su rostro.

-

No hace falta que me lo digas – un tono áspero.

-

Está bien, Corice – un tono conciliador.

-

¡Mira!

Xena no sabía si realmente deseaba despertar, pero sus reflejos la

habían

traicionado

y

sabía

que

su

mano

se

había

movido

involuntariamente. Había estado retornando de forma intermitente a la
consciencia durante…¿cuánto tiempo? …y ahora despertaba. Despertaba
a la vida y, con ello, a los recuerdos.
Ya lo estaba lamentando.
-

¿Xena?

La voz obstinada que había estado siempre allí, en sus ocasionales

estados de lucidez. No quería contestar, no quería abrir los ojos (¡¿ojos,
qué ojos?!). Quería que la dejaran en paz, quería haber muerto, quizás no
haber nacido; más fácil, menos costoso.
-

Xena.

Quizás, si no volvía a moverse, se cansarían y la dejarían en paz.
Quizás, si lograse dejar de respirar…quizás.
-

Xena – el tono conciliador. Abrah, recordaba – Vamos, Xena, haz
un esfuerzo.

¿Esfuerzo?

Ni

siquiera quería

respirar, por

todos lo

dioses.

“Dejadme en paz.”
-

¿Ha dicho algo? – Corice, ansiosa.
14
-

Ha murmurado, pero no sé qué – tocaron su frente – No tiene
fiebre ya.

“Tengo muerte.”
¿Le damos agua?

-

Moja esa tela y toca con ella sus labios.

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-

Alguien, supuso que la ansiosa Corice, lo hizo.
-

Respira agitadamente.

-

¿Xena? – era Abrah, la conciliadora, a su oído – Vamos, Xena, sé
que estás consciente – notaba su mano, firme y suave, alrededor de
su antebrazo, presionándolo levemente – Vamos.

“Por qué habría de hacerlo. Dame una sola razón.”
-

Ha vuelto a murmurar – la voz de Corice.

“¿Estaba murmurando?”
-

Xena, es hora de que vuelvas con nosotras.

-

No.

Un respingo de sorpresa de una de ellas.
-

¡Por fin, ha despertado! – el entusiasmo, en la voz de Corice.

“¿Es que había dicho “no” en voz alta?.”
-

Ayúdame a incorporarla, Corice.

Lo hicieron, y las maldijo por ello. Habían logrado hacerle daño.
-

Xena, yo soy Abrah, la sanadora y a mi lado está Corice.
¿Recuerdas dónde estás?

Intentó ignorar sus palabras, su pregunta, su voz; intentó hacerles

creer que había muerto, intentó no tener que ser ella, Xena, y su vida y
sus recuerdos…
-

Gabrielle…– murmuró.

… y Gabrielle.
-

Despacio, Xena. Todavía estás débil.

-

Estás a salvo, en los Territorios del Este– dijo Corice.

Silencio.
-

Lo sé – dijo con la voz rota. Empezaba a despejarse, pero estaba
segura de que lo lamentaría.

-

Corice, sopa. Y trae a Domila.

15
Escuchó pasos que se alejaban. Supuso que la ansiosa Corice estaba
cumpliendo el encargo. Sabía dónde y con quién estaba. Las Amazonas
del Este. La habían ayudado. La batalla contra el ejército de Gabrielle.

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“Gabrielle.”
-

No intentes resolver el universo en un segundo, Xena, no podrías–
la voz de Abrah. “¿Estaba escuchando sus pensamientos?” – Ve
poco a poco.

-

Mis ojos – dijo casi en un susurro.

Abrah, lo notó, inspiró profundamente.
-

Estás ciega, Xena, lo siento. Nada pude hacer.

Xena tardó

algo en responder. Cuando lo hizo, Abrah apenas sí

entendió su susurro.
-

Lo sé, estaba allí.

Ruidos a su izquierda, pasos y susurro de cuero y tela.
-

Xena, me alegra verte incorporada – reconoció la voz. Domila, la
regente de las tribus del Este.

-

Domila – la saludó.

-

Xena, soy Mebira – otra voz.

-

Te recuerdo. Eres la militiane del clan – su estrategia en el campo
de batalla había sido acertada. Pero no había contado, ni ella
tampoco, con la abrumadora fuerza del odio y la locura.

Hubo un denso silencio. Alguien más entró. Olor a sopa.
-

Bien, Xena – la voz de Domila – Ahora sólo piensa en recuperarte.
Volveré a visitarte.

-

Domila – la llamó.

-

Sí.

-

¿Sigue avanzando? – no quiso pronunciar su nombre. O no pudo.

-

Sí – respondió Domila sin vacilar – Ha tomado varias aldeas de la
periferia. Pero no hablaremos ahora de eso. Primero recupérate.

-

No. Ahora – esta vez la voz terca era la de la propia Xena.
Cansada, pero terca. Notó que alguien se inclinaba sobre ella.

-

No – Domila, junto a su rostro – Cada cosa a su tiempo, Xena.
Debes recuperarte primero.

Se alejó. Se alejaron todas. Olía a sopa. Sintió náuseas.
16
-

Toma, Xena, te hará bien – la voz de Corice.

Su rostro. Vio su rostro dibujado en su recuerdo. Sabía quién era esta
amazona obstinada, ahora la recordaba. Una arquera que había estado a

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su lado antes de la batalla. Y era tan obstinada como lo indicaba su voz,
sobre

todo

en

su

empeño

en

considerarla

todavía

una

guerrera

indestructible. Corice. La arquera con el brillo de admiración en los ojos
cada vez que se dirigía a ella. “¿Mantienes aún tu admiración?”, se
preguntó agriamente.
-

La sopa, Xena.

-

No tengo hambre.

-

Debes comer.

-

No tengo hambre, Corice.

-

Pero debes comer.

-

Corice – intentó ser paciente –, lo próximo que haré será mover
mis brazos para derribar ese cuenco que seguramente acercas a mí.
¿Comprendes?

-

Pero debes comer – “terca, terca, terca” – Debes sanar.

-

Dame una razón.

Silencio.
-

Eres una guerrera. Eres Xena.

Xena emitió una risa corta y gutural, amarga.
-

Eso no me dice nada. ¿A ti sí, Corice? – le preguntó con sorna.

-

Madre hablaba mucho de ti.

-

¿De la Destructora de Naciones, de la impía asesina o de la
portadora de dolor? Dime, Corice.

-

De la guerrera que se guiaba por un código – la joven amazona

frunció el ceño. “¿Por qué demonios le hablaba así? ¿Por qué
escupía sobre sí misma?.”

-

Era una asesina, Corice – Xena se dio cuenta de que apretaba la
mandíbula con rabia – Tu madre ocultó ese punto esencial en su
relato. Dañé incluso a amazonas, en el Norte. No había ningún
código.

17
-

Conozco lo que hiciste. Madre decía que cada daño tenía su cura.
Sabía de tus conquistas. También que no permitías la muerte de
niños y mujeres.
Cuando matas a sus padres y maridos, cuando arrasas sus casas y

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quemas sus cosechas, cuando les despojas de todos sus bienes,
cuando haces todo eso, los matas también, Corice – “por no hablar
de una pequeña aldea llamada Cirra, claro.”

-

Pero…

La guerrera alzó bruscamente la mano, atajándola. Estaba cansada,

agotada. Con el corazón deshecho. No quería seguir esa conversación, no
quería seguir ninguna otra conversación.
-

Sé que has dejado ya ese camino y puedo entender lo que
pretendes con ello. Eso es un código – dijo rápidamente Corice.

Xena inició un gesto de dolor. “Eso es, arquera, recuérdame mi

redención... y recuérdamela a ella.”
-

No deseo seguir con esto, Corice. Te ruego que me dejes sola.

-

La sopa…

-

Si te vas, la tomaré – le dijo, sin ninguna intención de hacer lo que
decía.

-

Mm…– Corice abandonó la estancia, a regañadientes.

***

Observaba a Xena dormir. Le gustaba así. Cuando dormía, arrebataba

la inquietud de su rostro y posaba en su lugar la que debería haber sido
su expresión si la ira no se hubiera cruzado en su camino. ¿Cómo hubiera

sido Xena sin su espada y la sangre en su vida? Arqueó una ceja. ¿Xena,
aldeana? Desechó la idea por descabellada, pero guardó para sí un
pequeño poso, pues halló un extraño alivio en la idea de que por fin
Xena se quedara en algún lugar, ya que significaría que al fin había
encontrado la paz suficiente como para dejar de buscar.

18
¿Y ella? ¿Qué haría ella? “Volver a Poteidea”, pensó, pero enseguida
rechazó la idea, casi sin darle tiempo a formarse. No, estaba claro que
Poteidea no tenía camino de vuelta para ella. “¿Y si…?”. Pero no, no,

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imposible. Aquello tampoco podía ser. “¿No?”.

***

El olor a carne quemada, a pelo abrasado.

El cuerpo de Dosha quemaba bien, ese fue su pensamiento. Nadie dijo

nada, nadie preguntó nada. Tan sólo Persiah, la hermana de Dosha que

también servía en su ejército, se permitió el lujo de lanzarle una mirada
de odio. Pero nada más. Sacaron el cuerpo de la última lugarteniente que

había tenido el coraje de serlo y la quemaron en el centro mismo del
campamento.

Prefería ser temida y odiada a respetada.

Paseó la mirada por su ejército. Allí estaban los violadores, los

asesinos y asesinas, los saqueadores de tumbas, parricidas, bastardos,
impíos y criminales que toda estirpe produce a lo largo de su simiente.
Todos los advenedizos, villanos, parias y borrachos. Sonrió. Su ejército.

El puesto de lugarteniente estaba disponible. “¿A qué sabría su

sangre?.”

Gabrielle, caudilla de un ejército de bestias, tiyah maldita, rió sin

felicidad.

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***

-

Las tribus de los Territorios Sur, Norte y Oeste están a dos días de

camino de aquí. Cuando lleguen, todo estará dispuesto para el
ataque. Seremos más y estaremos mejor preparadas.

Xena ladeó la cabeza. Hacía cuatro días que había recuperado el

conocimiento y sólo uno que había decidido salir de la cabaña que había
sido su lugar de curación. Ahora, Domila exponía la situación y le había

pedido que asistiera al Consejo del Clan. No había querido, no quería
saber nada ya de la próxima confrontación, no deseaba conocer los
detalles del nuevo plan para matar a Gabrielle. Sólo quería olvidar y

desaparecer en ese olvido, como una mota de polvo que se limpia con el

dorso de la mano. Ojalá se hallara inmersa en una pesadilla de la cual
pudiera despertar. Pero no había tal pesadilla, sólo realidad.

Tampoco había Gabrielle; su Gabrielle. Gabrielle nunca le hubiera

hecho lo que esta otra Gabrielle le hizo; Gabrielle no le hubiera
arrancado nunca los ojos.

Gabrielle nunca hubiera hecho todo lo que hizo.

Tragó con dificultad, queriendo deshacer el nudo de bilis que se le

había formado, queriendo detener los acelerados latidos que amenazaban
reventar su alma.

Desde que todo ocurrió luchaba constantemente contra su interior, una

lucha titánica consigo misma que la estaba dejando más agotada que si
hubiera enfrentado la peor de las batallas cuerpo a cuerpo. Luchaba por

no odiar a esa otra Gabrielle que era tanto (y no lo era) la Gabrielle que
ella amaba. Luchaba por hallar una solución, una salida al bosque
marchito en que se había convertido su vida, la de ambas.
Domila hablaba al Consejo.

20
Ella regresaba a aquella tarde aciaga, maldiciendo una y otra vez al

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Destino.

***

Gabrielle dejó de observar dormir a Xena y, con un suspiro, decidió

despertarla. Era inaudito que, por una vez, ella se hubiera despertado

antes. Pero notaba a Xena cansada, más de lo habitual. Había despertado

de aquel extraño letargo de hacía dos meses consumida físicamente,
como si su cuerpo se hubiera gastado a pasos acelerados, como si en vez
de unos días inconsciente hubiera estado meses. Su voluntad seguía
siendo la misma de siempre, pero no podía esperar que unos músculos
cansados la obedecieran sin tregua.

21
Reprimió el irracional temor que desde aquello la embargaba; ese
miedo inconsciente a que, cada vez que Xena cerraba sus ojos, volviera a
caer en el extraño letargo. Sacudió su cabeza para apartarlo de sí. Volvió

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a permitirse ese pequeño regalo que se daba a sí misma y demoró

despertar a la guerrera unos instantes, para perderse en su rostro
dormido. Como siempre Xena tenía razón, habían hecho bien en

detenerse, hiciera o no calor. Sonrió levemente. Esta mujer dormida a su

lado. Su actitud solícita. Una Xena extraordinariamente cercana... en lo
emocional. Lo notaba. Desde su despertar. Desde aquel claro en el

bosque rodeada de bajuun, cuando todo lo creía perdido y su último
pensamiento fue hacia ella, cuando hubiese querido...

Tuvo el intenso deseo de acariciar su rostro, ahora, ya; deslizar la

yema de sus dedos por esa piel, besar sus labios, acariciar su cabello.
“Demonios”,

se

dijo,

“me

voy

a

derretir”.

Nunca

antes

había

experimentado tal ansia, no al menos tan franca y directa. Se llevó una

mano a la boca. “¿Había deseado besar a Xena?”. Intentó alejarse. La
medida de un pequeño paso. “Demonios, demonios, demonios...”
-

¿Sueñas ahora despierta?

Gabrielle parpadeó.
-

¿Qué?

Xena la observaba, acodada sobre la tierra.
-

Hola – Xena sonreía, divertida – ¿Estás ahí?

Gabrielle intentó sonreír. Besar sus labios, acariciar su cabello.
-

Sí... ¡no!...Quiero decir sí a que estoy aquí, no a lo otro – se
estaba liando– Sí, aquí. Hola. Estás despierta.

-

Sí – la miró con fingida seriedad – ¿Te importa?

-

No – frunció el ceño. Resopló. “Alejaos, pensamientos.”

-

Bueno, Gabrielle – Xena se desperezó – Qué te apetece hacer hoy.

-

¿A mí?

-

No, a esa seta de ahí – la guerrera se apartó un mechón de cabello
de la cara – ¿Seguro que tú estás despierta?

-

Sí – hizo un mohín.

-

Bueno, ¿entonces?

22
Gabrielle se encogió de hombros. Últimamente Xena

dejaba muchas

decisiones a su cargo. La halagaba. La abrumaba.
-

No sé – dudó – ¿No hay ningún reino que proteger ni vida que

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salvar? – sonrió.

Xena se mordió ligeramente el labio inferior, fingiendo meditar.
-

No – decidió.

-

¿Dragón que matar, príncipe que rescatar?

-

No. No.

-

¿No hay que galopar sobre Argo como posesas?

-

No.

-

¿Ni atender prodigiosos misterios o truculentos asuntos?

-

Diría que no.

-

Vaya – musitó Gabrielle, como si todo aquello fuese en serio –
Deberíamos quejarnos al gremio, esto nos deja en dique seco.

-

No hay problema. Asaltaré a un incauto viajero, lo degollaré y lo
saquearé. O viceversa.

-

Xena – reproche de Gabrielle, sin ninguna intención de que lo

fuera. Esta Xena distinta a la que había conocido hace un año; esta

Xena distinta... y cercana. Nunca antes había observado en ella la
intención en los juegos de palabras, ni había mostrado una actitud
tan... ligera.

-

Pesada.

-

¿Cómo?

-

Digo que eres una pesada. No le des más vueltas, Gabrielle.

Disfruta el momento. La próxima vez que estés en mitad de una
refriega te acordarás de esto y pensarás “¿por qué no hice caso de
las sabias palabras de mi amiga?”.

Gabrielle asintió. Amiga.
-

Tienes razón – masajeó pensativamente su barbilla y se le
iluminaron los ojos – ¿Sabes? A un cuarto de jornada de aquí hay

un santuario dedicado a Calar, la diosa de la inspiración. Dicen
que sus muros encierran los pergaminos de los primeros mitos y

que todo aquel y aquella que lo visita recibe a cambio un suspiro
de musa.
23
-

Pues vayamos – dijo Xena, sonriendo con sorna – No deben estar
nada mal esos suspiros. Tú guías.
¿En serio? ¿Podemos ir?

-

Por supuesto. Ya te lo dije. O eso, o degollar incautos viajeros.

-

Bien – Gabrielle siguió a Xena con la mirada, mientras ésta se

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alzaba para prepararse – Muy bien – murmuró.

***

Estaba murmurando. Cuando se dio cuenta volvió a ladear la cabeza,

intentando captar si había sido escuchada. Pero el Consejo estaba en

plena ebullición. Decidían la total, absoluta aniquilación del ejército del
tiyah, del demonio cuyas ansias de sangre eran infinitas.
Como su dolor.

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Faltaban aún un par de leguas por cubrir hasta llegar al santuario que

Gabrielle había mencionado cuando notaron aquel penetrante olor que les
hizo sentir náuseas. Xena lo reconoció de inmediato. Cadáveres en
descomposición. Cientos, por la intensidad de lo que se olía. Miró a
Gabrielle, que frunció el ceño.
-

¿Qué es, Xena?

-

Muerte, Gabrielle – habían estado caminando. Montó en Argo y

aguzó sus sentidos –Al Norte, a poco de aquí – miró a Gabrielle –
Quédate aquí, por favor. Veré qué es – y azuzó a la yegua.

Gabrielle se la quedó mirando hasta que un recodo del camino se la

tragó. Había algo que no encajaba, que la había hecho estremecerse.

Rascó suavemente su mentón e intentó enganchar la sensación que tiraba
de ella. Cuando lo hizo, cuando supo qué era aquello que había llamado
su atención, sonrió estúpidamente.
Xena

jamás

le

había

pedido

“por

favor”

que

hiciera

nada.

Normalmente esa petición se traducía en una orden imperativa. Volvió a
sentir esa sensación en torno a todo lo que rodeaba a Xena y a ella; ese
sentimiento

inconcluso,

que

podía

percibir

apenas,

pero

que

se

transmutaba en una ráfaga de viento que se le escapaba de entre la yema
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de los dedos, como si siempre estuviera a punto de tocarla y darle
nombre y siempre acabara escabulléndosele como el agua de un

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riachuelo.

***

Mebira captó el movimiento de Xena, como si estuviera incómoda, y

sopesó la posibilidad de acercarse a ella y preguntarle si se encontraba

bien. La observó fugazmente, avergonzada por mirar directamente a
alguien que no podía saberse observada, que no podía devolver la
mirada.

Desechó

entonces

la

idea

de

acercarse.

Comprendía

la

incomodidad de la guerrera de Amphípolis. Acababan de decidir cómo

acabar con el demonio, con aquella a la que Xena todavía recordaba

como Gabrielle. No necesitaba a nadie ahora a su lado incomodándola.
Dejó de mirarla y atendió a las palabras de Temar, la chamana de la
tribu.

Xena se había estremecido, sí, pero no por la razón que había pensado

Mebira. De hecho, ni siquiera estaba escuchando ya lo que se decía en el
Consejo, atrapada como estaba por el recuerdo.

Recordaba con penosa nitidez el día que Gabrielle desapareció para

dejar paso a ese tiyah.
A ese demonio.

***

Óxido.

Sangre. Por todas partes. Sangre reciente.

26
Sintió arcadas y se sintió enferma. Era un campo de batalla. Cientos
de cuerpos se desparramaban a lo largo de una pradera, sucia de sangre y
restos. Se tapó la boca y la nariz y se negó a adentrarse en aquel campo

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de horror. “Tan parecido a los que tú dejabas tras de ti”, le dijo su
conciencia.

Por lo poco que pudo ver la batalla había sido cruenta y, lo que llamó

poderosamente su atención, innecesariamente cruel. Muchos de los

cuerpos presentaban mutilaciones impropias de un enfrentamiento, no
podían haber sido hechas sin una voluntad consciente previa.
-

Tiyah.

El susurro la puso en alerta. Llegaba de la ladera a sus pies. ¿Había

alguien vivo? Desenvainó su espada y se puso alerta. Rastreó con la

mirada la porción de terreno (y cadáveres) a sus pies. Empezó a
descender lateralmente, apoyándose en la pierna, la espada por delante.
Cuerpos abiertos en canal. Carne sanguinolenta.
-

Tiyah.

El susurro otra vez. Aguantando las náuseas, se dejó resbalar. Un

pequeño movimiento la alertó. Se acercó, con todos sus sentidos a flor de
piel. Un pobre diablo seguía vivo, para su desgracia. Le habían
arrancado los ojos y cercenado la nariz. Habían horadado su pecho. Se
puso en tensión y una vaga sensación de inquietud la recorrió por entero.
-

¿Quién te hizo esto? – examinó las heridas. No tardaría en morir.

El guerrero giró la cabeza hacia donde escuchó la voz. Tenía los

labios resecos.
-

Tiyah – susurró.

Xena entendió ahora el término. Significaba “demonio” en tusc
arcaico. ¿Un tuscaniano por estas tierras? Estaba muy lejos de su
hogar, al menos a 30 jornadas a caballo. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Miró a su alrededor, los ropajes, las enseñas sucias de sangre. Un
ejército tuscaniano. Se inclinó sobre el moribundo y tocó su frente. No
podía hacer nada por él.
-

Saabeh actioi – susurró Xena. Si tenía que morir tan lejos de los

suyos, que al menos escuchara la lengua de su hogar. “Saluda a la
luz”, le había dicho, una frase ritual en su cultura ante la muerte.
27
Conocía el reino de Tuscaan, había pasado por allí en un par de
ocasiones, hacía mucho. “Saluda a la luz”, aunque había sido la
oscuridad quien al parecer lo había dejado en ese estado. El

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tuscaniano inició un gesto inconexo de su mano y Xena se acercó
aún más. El guerrero trazó una breve parrafada que heló la sangre

de su corazón. Una historia de horror que el tuscaniano terminó
con una frase: “Nacte tiyah.”

Mata al demonio.

Xena abandonó el campo de batalla con suma inquietud. Sería mejor

estar junto a Gabrielle lo antes posible. No le había gustado aquella
historia, ni lo que había visto.

Un demonio milenario vagabundeando de alma en alma, a través de

los tiempos, a través de las vidas de otros. Una maldición en forma de

bestia que anidaba en cuerpos ajenos, devorando sus corazones,
borrando todo rastro de sí mismos.

Usmah, el nombre del demonio, del tiyah corrupto, había anidado en

su última víctima, reuniendo una infame horda de asesinos que asolaba
las tierras por donde pasaban. La última de ellas, Tuscaan, el reino del

rey Acromanón, arrasada hasta los cimientos. Un ejército que persigue
al demonio, un ejército que muere al completo en una llanura a 30
jornadas a caballo de su hogar.
-

Ect ebain unmp tiyah – Xena pareció ver una sonrisa en el rostro
agonizante del guerrero tuscaniano cuando lo dijo: “Herimos al
demonio con una flecha envenenada”.

Pero a ella se le heló cuando el tuscaniano terminó su parrafada:

“Buscará un nuevo alojamiento, buscará un nuevo cuerpo antes de
morir. Da con él. Nacte tiyah”.
Xena dio con él.
Con ella.

28
***

-

¿Gabrielle? – Xena giró sobre sí misma, mirando frenéticamente a

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un lado y a otro. No estaba donde la había dejado – ¡Gabrielle! –
gritó.

Nada. Recorrió el camino en ambas direcciones. Se adentró en el

bosque cercano. Fue allí donde halló la tela rasgada. La tierra
removida. El rastro de sangre. Sintió una gran inquietud. La tela era de
la ropa de Gabrielle. ¿La sangre? Era fresca. ¿Gabrielle? No podía

saber si esa sangre era de ella. Rogó a los dioses porque no fuera así.
Ni siquiera se percató de esa nueva debilidad en ella. Jamás rogaba a
los dioses. Los combatía y punto.

Inspeccionó el lugar. Huellas de dos personas. Las de menor tamaño,

dioses, eran de Gabrielle. El talón arrastrado. Halló un pequeño rastro de
sangre junto a las más grandes. Recogió parte de ese rastro con los dedos
y lo olió. Veneno. Esta sangre estaba envenenada. Se le retorció el

estómago. La otra sangre era, pues, de Gabrielle. Siguió el rastro de la

sangre envenenada y descifró así el camino del demonio herido. El rastro
partía de la llanura plagada de cadáveres. Al principio había corrido. Las

huellas en la tierra eran amplias e imperfectas, bruscas. Después, había

dejado de correr. El contorno de las pisadas era más nítido. Al final se
había arrastrado. El surco en la tierra. Tras los arbustos. A menos de 50
metros del camino. De Gabrielle.

Apretó el trozo de tela y aspiró aire con fuerza, la frente perlada de

sudor. Volvió al lugar donde había hallado la tela rasgada y la sangre.
Intensificó la inspección. El demonio había escapado herido de muerte
de la llanura. Había llegado hasta Gabrielle. ¿Y después?

El árbol. En la corteza. Se acercó. Más sangre. Sin veneno. Un

diminuto rastro a sus pies. Huellas, de dos personas. El corazón se le

aceleró. Las huellas más pequeñas dejaban un surco de arrastre, las otras

eran más profundas. La arrastró. ¿Viva? La respiración se precipitó en
sus pulmones. Debía calmarse.

Unos metros más allá halló el cuerpo.

29
Un hombre con armadura, boca abajo, tras unos matorrales. Su cuerpo
presentaba diversas laceraciones. Entre ellas, la de una flecha. Veneno.
Le dio la vuelta. Su boca se torcía en un grotesco rictus, los ojos

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abiertos, oscuros y vacíos. “Sin alma”, pensó Xena, sintiendo un
estremecimiento. ¿Era éste, pues, el tiyah del que había hablado el

tuscaniano moribundo? “No”, pensó, sintiendo un estremecimiento. Ya
no. Ahora sólo era su penúltima víctima, su penúltima morada.

Dos cosas habían llamado su atención, helándole la sangre. Una, un

tatuaje ya cicatrizado en el omoplato derecho del cuerpo, trazando un
nombre, Usmah.

La otra, la peor, un mechón de cabellos rubios en su mano izquierda.
El demonio errante había encontrado un nuevo recipiente.

***

Buscó a Gabrielle durante semanas, pero fue como si se la hubiera

tragado la tierra. En su desesperación acudió a nigromantes y augures,
pero nada le dijeron. Un gesto de terror dibujaba sus miradas en cuanto

vertían su saber sobre el mechón de pelo pajizo y la tela rasgada que les
llevaba. Palidecían ante el halo oscuro que emanaba de ellos. Al final

pronunciaban una sola palabra, la única que la guerrera de Amphípolis
no quería oír pero hacia la cual se encaminaba.
Demonio.

Semanas después supo de ella. Escuchó hablar de un ejército

acaudillado por una mujer que había aniquilado a un pequeño clan de

amazonas pertenecientes al territorio del Este, pero no fue eso lo que le
puso en guardia.

Lo que lo hizo fue el rumor acerca de un pequeño detalle: la mujer
lucía un tatuaje en su omoplato derecho. Usmah.
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Se dirigió hacia los territorios del Este y por el camino fue sabiendo

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de los numerosos ataques de la guerrera demoníaca, cómo ampliaba su
horda de asesinos impíos. Cómo mataba.

Escuchó historias acerca de su crueldad, incluso hacia su propia tropa,

unos guerreros que cumplían sin vacilación sus órdenes, con sanguinario
deleite.

Escuchó que la mujer que los guiaba era inusualmente joven. Y que su

pelo era rubio pajizo.

Llegó así al territorio del Este. Fue conducida ante Domila. Les

ofreció su ayuda. La regente conocía a Xena de sus tiempos de Señor de

la Guerra, había oído hablar de sus actos de redención. De acuerdo, pero
siempre bajo sus órdenes. El territorio bullía de actividad. Estaban en

plena alerta, las emisarias eran enviadas a los cuatro confines con
órdenes precisas. Varios grupos del clan habían sido atacados y
aniquilados. Los relatos de las supervivientes eran espeluznantes.

Xena portaba consigo su propio miedo, su corazón deshecho y una

única intención.

Si Domila tuviera conocimiento de lo que realmente Xena pretendía la

hubiera expulsado o, directamente, ejecutado.

Domila ignoraba que Xena sospechaba de la identidad de la guerrera

que atacaba sus tierras. Domila ignoraba que, mientras la militiane del

clan trazaba la estrategia del ataque, la guerrera de Amphípolis
preparaba la suya propia.

Domila ignoraba que Xena quería salvar a su peor enemigo.
La ignorancia que ambas compartían era cómo.

***

31
La primera batalla coordinada contra el ejército del tiyah se inició de
madrugada, bajo una intensa lluvia que embarró los caminos y tiñó la
jornada de negros augurios. Las amazonas avanzaron bajo una cortina de

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agua que atronaba sobre ellas con implacable perseverancia.

Las milicias amazonas, estructuradas según los distintos grupos del

territorio del Este, partieron hacia el valle de Miriahdis, donde las
ojeadoras habían localizado al ejército enemigo.

Xena cabalgaba sobre Argo, escoltada por un flanco de amazonas

arqueras y una sección de guerreras con lanzas. Una de las arqueras se le
había pegado como una lapa, una joven llamada Corice, que al parecer
rendía pleitesía a su pasado guerrero. Le dolía percibir esa admiración,

obtenida por algo que le asqueaba. Por otro lado, la juventud de la
arquera,

su

entusiasmo

y

su

ciega

admiración

le

recordaban

irremediablemente a Gabrielle.

Deseó llegar de una vez al valle.

Cuando lo hizo, deseó no haberlo hecho nunca.

Había dejado de llover, pero el terreno permanecía embarrado y, por lo

tanto, molesto para las monturas y dificultoso para las secciones que

iban a pie. Algunas amazonas desmontaron y los caballos fueron llevados
a la retaguardia, donde no retrasaran tanto el avance.

Cuando por fin Xena avistó el angosto paso, su agudo instinto la alertó

de inmediato, pero no supo definir el peligro. La garganta era más

cerrada de lo que hubiera sido deseable, pero Mebira había tenido en

cuenta esa circunstancia y había desplegado secciones que avanzaban por
la parte superior del barranco, tratando de evitar así una emboscada.

Poco a poco fueron entrando en la quebrada, avanzando en silencio,

alertas. Los únicos sonidos eran el susurro del cuero y la tela, el

entrechocar de los metales, los pasos enfangados y los inquietos
relinchos de las monturas.

A Xena le preocupaba tanto silencio y su instinto le hacía mirar

constantemente hacia arriba.

32
Por ello, fue de las primeras que vio caer los primeros cuerpos en
llamas sobre ellas, tras los espeluznantes chillidos de dolor.

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A partir de ese momento, todo fue a peor.

***

Los

guerreros

del

tiyah

obedecieron

ciegamente

sus

órdenes.

Embadurnados de aceite, terminaron de colgar los odres repletos de la

misma sustancia a sus cuellos y esperaron la señal de su caudilla.
Cuando la dio, sus compañeros acercaron las antorchas a sus cuerpos y

empezaron a arder en el acto. Con espantosos alaridos salieron de sus
escondites y corrieron hacia las amazonas que avanzaban en paralelo
sobre la parte alta de la garganta.

Los suicidas, ardiendo como teas humanas, se abalanzaron sobre ellas

y la sorpresa del momento fue la perdición de muchas. Los guerreros se
lanzaron sobre ellas y las arrastraron en un abrazo mortal hacia el borde
del precipicio, saltando sin vacilación junto a su desgraciada presa.

Los cuerpos de los inmolados y sus víctimas cayeron por docenas

sobre las amazonas en el valle. Al hacerlo reventaban los odres llenos de

aceite que portaban al cuello, expandiéndose entonces una mortal
llamarada sobre las amazonas. Sus gritos se mezclaron con unos chillidos

espantosos que venían desde la retaguardia y que no fueron suficiente
33
para preparar a las amazonas ante la enloquecida embestida de toda una
legión de caballos ardiendo vivos que corrían hacia ellas, quemándolas,
derribándolas, aplastándolas. Sus propios caballos.

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Los guerreros tiyah habían cerrado la retaguardia.

Fue entonces, en semejante desbandada, cuando todo un ejército

surgió ante ellas, a sus pies. Cientos de guerreros cubiertos de barro se
alzaron de la tierra que les había servido de escondrijo; otros saltaron
desde los árboles, muchos avanzaban al galope desde el frente.

Decenas de amazonas habían muerto ya quemadas o aplastadas por las

monturas aterrorizadas. Las que quedaron en pie se enfrentaron a una
pesadilla.

Xena había logrado esquivar los cuerpos ardiendo, tanto humanos

como equinos. Su brazo derecho había sufrido quemaduras, pero había
tenido suerte. El ejército amazona estaba descolocado, la contundencia e
irracionalidad del ataque lo había partido en dos.

Escucharía en sueños durante mucho tiempo los alaridos de agonía de

las que se quemaban vivas, los gritos de odio de los suicidas, los
relinchos desesperados. Todo era ruido, gritos y confusión. Vio a las

figuras embarradas arremeter con furia contra las amazonas y vio a la
tropa enemiga a caballo que se acercaba por el frente.

Estaban perdidas. Ahora sólo se trataba de ver cuánto tiempo pasaría

hasta que Domila ordenara la retirada. Aquí acababa la estrategia de la

militiane que había seguido; ahora le tocaba a ella ejecutar la suya
propia.

Encontrarla.

***

34
Le dolía el costado. No podía oír con claridad, uno de los golpes le
había dejado momentáneamente sorda. Creía tener rota la mandíbula y
sólo esperaba que la textura que se había tragado fuera sangre y no un

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trozo de su propia lengua. Notaba movimiento a su alrededor y no tenía
duda que estaba siendo transportada atravesada como un fardo sobre un
caballo, atada de pies y manos, con los ojos vendados.

Le habían partido los dedos de las manos y le dolían tanto como eso.
Xena empezaba a recordar cómo había acabado así.

***

Olía a carne quemada, los gritos helaban la sangre. Todo estaba

perdido. Lo primero que hizo fue desmontar y palmear a Argo para que

abandonara el valle. La yegua lo haría sin ninguna otra indicación. Xena
intentó localizar a Corice, pero no la vio entre tanta confusión. Escrutó
la maraña de cuerpos que luchaban y trató de distinguir a la guerrera de
pelo pajizo que habían descrito como el tiyah. Por un instante pensó

cómo reaccionaría si sus sospechas se cumplían y el demonio fuese

Gabrielle (algo de lo que estaba casi totalmente convencida, por otra

35
parte). Antes, el control sobre todo lo que le concernía era férreo, jamás
dudaba. De un tiempo a esta parte sólo lograba dudar.
Tuvo que dejar sus cavilaciones para más tarde, empuñar su espada y

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defenderse del ataque de los guerreros tiyah.
No

mucho

después

Domila

ordenó

la

retirada.

Las

amazonas

empezaron a retirarse, pero Xena no abandonó su posición. La había

visto. Una figura inusualmente pequeña para ser una caudilla guerrera,
enfundada en una armadura cobriza, a lomos de un caballo gris. Portaba
una máscara de cuero, por lo que no pudo ver su rostro. Peleaba de forma

inhumana, atravesando con furia a sus contrincantes. Luchaba con una
ira palpable hasta en la lejanía. Xena intentó abrirse paso hasta ella, pero

los guerreros enemigos asemejaban un goteo inagotable. Además, las
amazonas se retiraban y ella debía decidir. Atrás o quedarse.

Miró a la pequeña figura y su intuición tomó la decisión por ella.
Quedarse.

La quemadura del brazo le dolía.

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Se detuvieron, la bajaron del caballo sin ningún miramiento. Ruido de

campamento. Permaneció en el suelo, sin que nadie se ocupara de ella,
un largo espacio de tiempo. Gritos marcando órdenes. Cascos de
caballerías.

De pronto, una voz femenina, “Llévala a la tienda”. Y una masculina,

“Ya habéis oído a Dosha”.

La arrastraron y por fin la dejaron en el suelo. Empezaba a oír mejor.
Por lo que percibía, estaba en el interior de una tienda.
Y había alguien más allí.

***
37
La rodearon cinco guerreros y ya no podía más. La habían logrado
arrinconar contra un árbol. Estaba agotada. Y sola. Los guerreros del

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tiyah empezaban a rematar a las amazonas heridas en la batalla y que no
habían podido huir.

Sabía que la estaba observando. Lo había estado haciendo desde que

había derribado a aquel gigantón y cogido su montura. Una vez sobre el

caballo, se había dirigido a todo galope hacia ella, pero no se le había
podido acercar mucho. Una legión de guerreros le cortó el paso y
acabaron derribándola a su vez.

Pero había captado su atención, y la observaba desde entonces. Lo

único que esperaba es que eso fuese suficiente, pero en ese momento,
agotada y sangrando, rodeada de enemigos armados, empezó a dudar de
todo.

Alzó su espada por enésima vez, trazando un arco frente a sí. Desde

luego, no los asustó. La atacaban de uno en uno, pero era peor. La
agotaban. Se sentía débil y ellos eran muchos. Demasiados. Aguantó
cuantas embestidas pudo, lanzando una y otra vez la espada. Respiraba

con dificultad y el sudor bañaba todo su cuerpo. Temía que ello hiciera

resbalar la empuñadura de su espada de su mano. No fue así, pero el

error no tardó en llegar. Su rodilla le falló en el peor momento y uno de

los guerreros aprovechó para golpearle con la parte plana de su espada
en

el

lateral

de

la

cabeza,

ensordeciéndola

y

provocándole

una

momentánea desorientación. El mismo guerrero golpeó de nuevo con el

puño de la espada. Su mandíbula crujió. Xena reculó, pero no llegó a
caer. Con el rabillo del ojo vio a uno de ellos alzar la espada sobre su
cabeza. La iba a matar. Con esfuerzo, la guerrera giró para mirar hacia

donde estaba la mujer guerrera de la máscara de cuero. Si se había

equivocado era el fin. Si no, también pudiera serlo. Apenas sintió miedo.
Sólo pena, una inmensa pena, que no era del todo por ella sola. Al fin y

al cabo, siempre pensó que moriría así, bajo el filo de una espada. No

podía hacer más. Sostuvo entonces con firmeza la mirada hacia la mujer
y vio que ésta, en el último momento, azuzaba a su caballo en su

38
dirección. La vio ladear la cabeza cuando llegó frente a ella. El guerrero
esperaba una señal. Xena miró a los ojos de la guerrera. Verdes.
“Por todos los dioses”, pensó, sintiendo un vahído.
¿Gabrielle? – pronunció el nombre con dificultad a través del

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dolor de su mandíbula maltrecha.

La mujer guerrera no dio señal de haberla oído, pero sostuvo su

mirada. Xena inspiró con fuerza y pronunció de nuevo su nombre.
-

Gabrielle.

De pronto, la guerrera de la máscara desmontó de su caballo y sus

guerreros se apartaron a su paso. Llegó hasta Xena y se plantó frente a

ella. Pareció estudiarla con detenimiento. Después, con un rápido gesto,
se llevó una mano a la cara y retiró la máscara que cubría su rostro.

Era una mujer joven, de pelo corto y pajizo, con una pequeña cicatriz

que le cruzaba el mentón. Con los ojos verdes.
-

Partidle las manos – ordenó Gabrielle – Y llevadla al campamento.

Xena perdió el conocimiento cuando los guerreros cumplieron la

orden. Pero antes de sumirse en la oscuridad de la inconsciencia sintió
dos cosas: alivio y miedo.
La había encontrado.

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Empezaba a oír mejor, al menos ya no tenía ese agudo pitido dentro de

su cabeza. Los dedos seguían doliéndole, y la mandíbula, y la quemadura
del brazo. Y el alma. La desorientación cesó y se obligó a imponer la
sangre fría sobre las emociones. Todavía llevaba los ojos vendados, pero

sabía que estaba en su tienda. Notaba ambos pies y manos prisioneros del

hierro de unos grilletes. Tiró de uno de sus pies y, por la resistencia que
halló, supo que estaba encadenada a algo fijo, tal vez a una argolla
clavada en el suelo.

Seguía notando, también, la presencia de la otra persona en la tienda.

Sabía que era una tienda porque había rozado con la recia tela al ser

introducida dentro y los sonidos del exterior le llegaban embozados.
Aguardó, expectante, pues ni se podía mover más ni hablar. Un vendaje
cubría la parte inferior de su rostro.

La persona que había en la tienda hizo un pequeño movimiento.

Alguien más entró y ladró una orden.
-

Fuera.

La voz de Gabrielle. Un tono más grave, un tono más oscura, pero su

voz.

Se quedó a solas con ella. Pasó un largo rato sin que se moviera o

dijera nada. Parecía haberse olvidado de su presencia, tirada en el suelo.
Decidió arriesgarse y le dio a conocer su consciencia moviéndose un
poco. Esperó su reacción, pero no llegó. Sin embargo, no tardó en

hacerlo cuando se movió de nuevo. El filo de una daga fue presionado

contra su garganta. Se había situado a su espalda con total sigilo.
Aguardó, pero Gabrielle no hizo nada. Quiso volver a pronunciar su
40
nombre, pero su mandíbula ya no se lo permitió. En su lugar emitió un
sonido gutural, un murmullo que apenas atravesó el apósito que cubría la
parte inferior de su cara. Parece que su murmullo la hizo reaccionar. Con

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brusquedad le quitó la venda de los ojos y la hizo girar hacia ella sin
ninguna consideración, al tiempo que llamaba a su lugarteniente.
-

¡Dosha!

Xena parpadeó y trató de acostumbrar a sus ojos de nuevo a la luz.

Tenía el rostro de Gabrielle a apenas unos centímetros del suyo.
-

¿Llamabas? – la guerrera llamada Dosha entró en la tienda.

Gabrielle no apartó la mirada de la de Xena. Ésta se estremeció ante la

dureza de sus ojos.
-

Llama al sanador y que se ocupe de cambiar estas vendas.

-

Sí, Usmah.

“Usmah”, pensó Xena con desasosiego. Sus sospechas se habían

confirmado. La historia del tuscaniano moribundo cobraba ahora toda su
veracidad. El demonio errante y los cuerpos que le servían de recipiente.

La parte que el guerrero de Tuscaan no le pudo contar fue por qué

escogió a Gabrielle. Por qué a ella.

La presa fácil. Acababa de ser herido. Había podido, no obstante,

alcanzar al arquero que lo había herido y sólo después de haberlo

despedazado lo lamentó. Tendría que buscar un cuerpo, lo antes posible.
La batalla tocaba a su fin. Su ejército, o lo que de él quedaba, había

emprendido la persecución de lo que quedaba del ejército tuscaniano.
En la llanura sólo quedaban los muertos y los agonizantes.
No le servían.

Pero entonces la percibió. La presa fácil. En realidad había dos, pero

la otra emanaba demasiada fuerza como para poder enfrentarse a ella,
débil como ya estaba por la flecha envenenada.

Gabrielle, en un principio, trató de auxiliar al guerrero herido que

vio salir de la espesura, pero su alma pura intuyó la oscuridad y se
puso alerta. Trató de defenderse e hizo brotar en un par de ocasiones

41
la sangre de su atacante. Pero acabó venciendo el demonio, que atrapó
su esencia y la deshizo entre sus garras oscuras.
Gabrielle despareció y en su lugar Usmah, el demonio errante,

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renació poderoso con un nuevo cuerpo. Retomó con él entonces el
camino de la desolación, formando un nuevo ejército.
Su alma sabía a sangre.

***

Xena no podía apartar los ojos de Gabrielle. Se dio cuenta de que

toda su estrategia acababa aquí. Sólo había pensado en llegar hasta ella
y ahora que lo había hecho no podía anticipar el siguiente paso. Sabía
que debía recuperarla, claro, pero no cómo.
-

Te conozco – le dijo Gabrielle.

Xena sintió una punzada. Sus ojos brillaron.
-

Percibí tu alma en aquella llanura, en el campo de batalla – el
brillo en los ojos de Xena se apagó. “¿No la reconocía?” – Un

alma guerrera, muy poderosa. Te he visto pelear. Eres excelente en

el manejo de la espada. Muy elástica y contundente en los golpes –

Gabrielle sonreía tenuemente. Su voz era acerada, sin ninguna

inflexión. Un tono que Xena calificaba como peligroso – Manejas

el hierro como una prolongación de ti misma. Matas certeramente.
No sé por qué quiero que estés aquí – sonrió –, pero estarás hasta
que me canse. Puede que después te mate, beba tu sangre y pruebe
tu carne. Amo a los buenos guerreros... y guerreras.

42

Comentario [yo1]:
Alguien entró en la tienda. Olía a ungüentos. El sanador. Gabrielle no
apartó la mirada de Xena.
-

Procura ser una buena distracción, me canso pronto de las

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novedades – y se alzó con ligereza, dejando paso al sanador.

***

El Consejo ultimaba los detalles del plan a ejecutar contra el tiyah. La

primera incursión había acabado en desastre para ellas, pero esta vez no
podían fallar.

El demonio, cuyo cuerpo mortal estaría previamente debilitado por una

serie de heridas que se le inflingirían, sería atraído hacia la gruta donde
tendría

lugar

la

ceremonia

de

destrucción,

una

gruta

donde

le

aguardarían las doce chamanes encargadas del ritual. Éste se iniciaría

con un rito de ocultación, un manto de oscuridad que silenciaría la
presencia de sus almas al demonio errante. Era, con mucho, la parte más

débil de la acción. Las doce chamanes implicadas tenían el poder
suficiente como para ocultar su presencia espiritual al intuitivo demonio,
pero no lograban acertar con el cebo adecuado que lograra captar su

atención en el momento más crítico, cuando, sabedor de la muerte
inminente del cuerpo que habitaba, buscara en su entorno el próximo que
le cobijara. El resto de la acción estaba precisa y minuciosamente
establecida. Cada parte del plan era como una pequeña pieza engarzada

cuyo único objetivo era el de llevar al demoníaco ser hasta la gruta. La

pieza principal residía en la resistencia del cordón de guerreras
amazonas que se desplegaría, como un corredor humano, desde la

posición del tiyah hasta la desembocadura de la gruta. Obviamente, esa
posición debía ser ganada a pulso. Amazona a amazona. El demonio se

haría rodear de sus más feroces guerreros, y no sería fácil franquearlos y

ganar la posición. El plan contemplaba que el corredor amazona avanzara
hasta alcanzar una posición sólida en torno al demonio y se mantuviera
43
allí durante todo el proceso. Unas guardaespaldas que en nada querían su
bien, todo lo contrario.
El siguiente paso consistiría en asetear al demonio en siete partes

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concretas de su cuerpo, señaladas específicamente por la sanadora real, y

cuya principal función era herirlo de muerte, pero no matarlo, no al
menos hasta que se ejecutara la tercera parte.
El

cordón

de

amazonas,

compuesta

por

guerreras

de

probada

resistencia, tenía como objetivo prever cualquier intento del demonio
herido de ocupar el cuerpo de algunos de sus guerreros o de incluso

alguna amazona. Las amazonas contaban con un amuleto preparado

expresamente por las doce chamanes que podía servir de barrera contra
el poder del tiyah, pero todas eran conscientes de la fragilidad de la

magia chamán encerrada en un pequeño amuleto colgado al cuello frente
a un demonio como Usmah. Contaban así, rogaban, que la concurrencia

de todas las circunstancias (amazonas preparadas, amuleto, demonio

herido), empujarían al demonio agonizante a buscar un receptáculo más
fácil.

Las

amazonas

del

cordón

humano

tenían

unas

órdenes

incuestionables: matar, acabar con toda vida alrededor del demonio.
Aunque fuese la propia. Si el alma corrupta del demonio hallaba un

nuevo recipiente sano, todo empezaría de nuevo. Y aún se hallaban
recientes los ecos de los gritos de las amazonas inmoladas en el valle de
Miriahdis.

Las amazonas esperaban que el demonio, urgido por la necesidad de

un nuevo cuerpo, empujado por el metódico hostigamiento del cordón
amazona, que funcionaría como un émbolo hacia una única dirección, se

viera impelido a actuar tal y como se había planeado: hacia esa única
dirección, la gruta.

Y en la gruta era donde confluía la parte más débil del plan. Allí era

donde había que proporcionarle una esperanza, un nuevo cuerpo donde
habitar que sustituyera al agonizante.

Justo en esta parte del plan fue cuando Xena, sin alzarse ni alzar la

voz, sentada en el mismo rincón desde el cual había seguido en silencio
el plan detallado del Consejo, dijo:
-

Yo seré ese cuerpo.
44
Mebira se agitó, intranquila, escudriñando la expresión de Xena. No
pudo leer nada en ella.
Por qué tú, Xena – reclamó la reina Domila.

-

Me conoce, sabe de mi alma. Ya intuyó mi presencia en la anterior

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ocasión... – su voz perdió un ápice de tono, pero lo recuperó tan

pronto que apenas sí ninguna de las presentes reparó en ello –... en
que logró el cuerpo del que ahora es portador. En mi cautiverio me

dijo que me había intuido, pero deduzco que mi fortaleza le hizo

decidirse por la otra persona – “Otra persona”, gritó su mente,
“Gabrielle”.

-

¿Crees que te reconocerá?

-

Sin duda.

-

Pero tu ceguera...

-

No digo que desee mi cuerpo para habitarlo. Sólo que se sentirá
atraído por mí.

Domila frunció el ceño y pareció querer replicar, pero silenció lo

que quiso decir. La sanadora le había informado de las terribles

heridas que había tenido que curar en Xena... y lo que más allá de lo
puramente físico implicaba. Intuía así que Xena no andaba del todo
errada, si bien no le gustaba. Pero no había más opción. Ya lo habían

discutido durante horas. El cebo que precisaban. Xena. Giró hacia las

representantes del resto de clanes y hacia las chamanas. Todas
asintieron.
-

De acuerdo – carraspeó – Aguardarás en la cueva. Una vez el

demonio haya entrado en ella procura atraerlo hacia el centro. Las

chamanas te indicarán dónde. Una vez se haya formado en círculo
deberás

abandonarlo

inmediatamente,

abandonar

la

gruta.

¿Comprendes?

Xena asintió.
Comprendía.

45
El Consejo había concluido. Xena rechazó la ayuda de Corice y se fue
sola hasta su cabaña.
El Consejo había emitido su unánime decisión: aniquilar al tiyah,

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atrapado el demonio en un arco de poder conjurado por las chamanas.
Para ello, antes debían acabar con su ejército.

Para ello, también debían acabar con el cuerpo que le servía de

recipiente.

Xena le había dicho a Domila que comprendía. Esperaba que ella lo

hiciera también si todo salía como la guerrera había planeado. Implicaba
su traición al clan amazona. Un estigma. De nuevo.

Pero no había peor estigma que la huella de Gabrielle muerta en su

corazón.

***

46
Sus dedos y su mandíbula iniciaron un lento proceso de curación.
Permanecía encadenada en la tienda de Gabrielle, pero en dos días no
se había acercado a ella ni Xena había pronunciado palabra alguna.

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Durante esos dos días Gabrielle (se negaba a considerarla como

Usmah) parecía seguir con lo que era su rutina, ignorándola por
completo. Gabrielle, o al menos la que ella había conocido como
Gabrielle, se comportaba con total indiferencia hacia su persona.
Durante eso dos primeros días Xena pudo observarla detenidamente.

Era Gabrielle, su cuerpo al menos, pero no su esencia, no su yo. Su

luz. Incluso hasta su físico acusaba la transformación de su interior.
Su cuerpo se había angulado, endurecido, en sus brazos se marcaban
los músculos y las cicatrices. En su omoplato derecho, un infame
tatuaje que representaba al demonio Usmah.

Había cortado su cabello, tenía una cicatriz en el mentón y observó,

al segundo día, que le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda.
Presentaba heridas propias de una guerrera y también se comportaba
como tal. Era brusca, inflexible y sumamente cruel.
Y también muy promiscua.

Xena lo comprobó durante la primera noche, para su turbación. El

demonio daba rienda suelta a sus instintos sirviéndose del cuerpo de
Gabrielle. Esa noche Xena descubrió algo inaudito: no soportaba ver a
Gabrielle con otra persona, por mucho que, realmente, no fuera ella. En

su interior, una y otra vez, no hacía más que repetirse que esa no era
Gabrielle, pero no lograba desprenderse de la dolorosa sensación de...

ira, celos y traición. Tuvo que hacer acopio de todo su sentido común
para apartar de sí esos sentimientos que amenazaban expandirse sobre
ella y envolverla en un manto de amargura.
Allí no estaba Gabrielle, sólo Usmah.

Pero le costaba mucho asumirlo racionalmente.

Al segundo día de su captura por el ejército tiyah Gabrielle entró en la
tienda tras haber estado todo el día fuera. Por los ruidos y las palabras
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que había escuchado al amanecer ésta había conducido a su ejército hacia
otro combate.
Gabrielle entró en la tienda arrojando su máscara contra el suelo. A

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diferencia de los dos días anteriores esa noche se dirigió directamente
hacia ella y, sin darle tiempo a reaccionar, le propinó una fuerte patada

en el costado. Xena acusó el golpe pero no dejó de mirarla directamente

a los ojos. Sorprendentemente, eso fue lo que hizo que Gabrielle le
hablara. Se despojó con un solo movimiento de la armadura y se

acuclilló frente a ella. Tenía una mirada febril y rastros de sangre por
doquier.
-

Eres impertinente – sacó su daga y la colocó en la garganta de

Xena – y el Tártaro está lleno de ellos. – apartó la daga. Xena se

fijó que también en su filo había sangre, sangre seca – Tus
amazonas pelean bien, pero no lo suficiente. Se han replegado de

nuevo. Supongo que volverán. Conozco a las amazonas. ¿A qué
sabe una amazona?– dijo bruscamente – ¿Tú lo sabes?

Xena no contestó.

-

Si no tuvieras lengua tendrías una auténtica razón para no hablar –
siseó Gabrielle y le mostró la daga, haciéndola girar ante sus ojos.

Xena tomó buena nota de su afición por las dagas. Carraspeó.

Aclarándose la garganta, aclarándose el juicio de todos lo susurros de
su corazón.
-

Las amazonas son valientes. No cejarán hasta derrotarte – replicó,
no sin cierta dificultad. El sanador le había dicho que su
mandíbula no estaba rota. Sólo lo suficientemente magullada como
para hacerle aullar de dolor si mascara comida sólida. No había
dicho nada acerca de hablar, pero ahora lo estaba comprobando.

-

Sigues mostrándote arrogante – fue la réplica de Gabrielle. Desvió

ligeramente la mirada hacia la mano que sostenía la daga y

recorrió con ella, como por descuido, la piel de la pierna de Xena.
– Me gustan los retos.

-

Gabrielle...

48
Un fuerte golpe con la empuñadura de la daga en un rápido
movimiento impulsó su cabeza hacia atrás con violencia. Xena emitió
un leve quejido. Al menos no había sido en la mandíbula.
Mi nombre es Usmah, guerrera. No conozco a esa Gabrielle. No

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-

hagas que me enfade – cambió el iris de su mirada y se tornó

oscuro, fiero – Eres una pieza de mi posesión. Me perteneces. E
igual que te he tomado, te puedo dejar. Muerta, por supuesto –
frunció el ceño – ¿Deseas morir, guerrera?

-

Mi nombre es Xena.

Ahora el golpe le alcanzó en el costado de la patada.
-

Tu nombre no me importa. Tu vida tampoco. No lo olvides.

Se alzó bruscamente y se alejó de ella. Por largo rato pareció olvidarse

de nuevo de que ella estaba allí. La vio desnudarse, pero esta vez no

llamó a la guerrera llamada Dosha para que la bañara como había hecho

el día anterior... ni para lo que aconteció después. Por pudor había
apartado la mirada. Si recuperaba a Gabrielle... Debía urdir un plan,
pensar en algo. Y rápido.

Una vez se hubo aseado y vestido, Gabrielle dio una voz y un par de

sirvientes entraron portando comida y bebida. Gabrielle los despidió con
un gesto y se sirvió una copa. Entonces volvió a reparar en ella. Se
acercó con la copa en la mano. Xena pudo ver con detalle el exquisito
repujado, los adornos de piedras preciosas. Botín de guerra.
-

¿Te ha dado alguien de comer? – inquirió.

-

No.

-

Por supuesto. Ello habría significado que alguien amanecería
mañana colgado de un palo – sonrió sin felicidad.

A Xena se le removió el estómago.

Gabrielle miró las manos vendadas de Xena.
-

Te alcanzaré una porción de carne asada. Si te quito las argollas de

tus antebrazos, ¿me atacarás? – había un cierto tono divertido en
su voz.

-

No.

-

No tendrías éxito, de todos modos.

-

Tampoco lo deseo.
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Gabrielle arqueó una ceja, evidentemente sorprendida.
-

Vaya, eres una mujer sorprendente – se acercó a una mesa y cogió
una pequeña llave. Abrió con ella los cierres que aprisionaban los

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brazos de Xena y tiró las argollas lejos de sí – No hay servilismo
en tus palabras. Serías una buena guerrera a mi servicio.

-

No eres la primera que me lo propone.

-

¿Y la respuesta es...?

-

No.

-

Por supuesto. No había servilismo en tus palabras – repitió, como

si quisiera remarcar su impresión –. Por lo que, ahora, habrá que
averiguar qué es.

Xena le lanzó una mirada interrogadora, pero no obtuvo respuesta. Sea

lo que fuere lo que pasara por la mente de Gabrielle, no lo iba a
compartir con ella. Le alargó la copa que llevaba entre las manos.
-

Bebe.

Xena miró la copa.
-

No. Gracias.

-

La última persona que rechazó algo de mí adorna con su piel el

campamento – hizo una pausa – y tú lo has hecho dos veces en
breve tiempo. ¿Crees que debería degollarte?

-

No creo que mi opinión te importe. Harás lo que quieras – sus

palabras eran torpes y lentas, dificultadas por la mandíbula herida,

pero su pensamiento, su mente, trataba de correr todo lo que podía.

Trataba de anticipar, de prever, de construir algo a lo que pudiera
agarrarse y continuar. Por ahora parecía haber logrado salvar la
sospecha de una sumisión inmediata que podría no haber sido del

agrado de la Gabrielle que tenía ante sí. Parecían gustarle más los
retos. Y Xena esperaba serlo.

-

Sí, tienes razón – Gabrielle sonrió con crueldad. Xena no se

acostumbraba. Tampoco a la siniestra mirada de sus ojos. Quería

cogerla de la mano y sacarla de allí a rastras; quería que volviera a

ser ella. Se estaba permitiendo soñar. Y no era prudente. Gabrielle
volvió a sonreír – Al menos no pareces una necia redomada como
esos patanes que pueblan mi ejército.

50
-

Tu lugarteniente no parece una ignorante.

Gabrielle echó la cabeza atrás cuando una risa corta y cruel la sacudió.
-

Dosha,

Dosha

–

canturreó

–

Acabaré

comiéndomela.

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quemándola. Me harta su ciega devoción. No soy muy paciente. Y

ella hace tiempo que dejó de ser un reto. No es más que un saco de
fidelidad perruna.

-

Cualquier caudillo buscaría esa cualidad en sus guerreros.

-

Yo no soy cualquier caudillo – bebió un largo trago de su copa. Se

giró y fue a coger un trozo de carne asada – ¿Esto también lo
rechazarás? – inquirió, mostrándoselo.

-

Yo no, pero mi mandíbula sí. Puedo hablar, pero no creo que pueda

masticar – recordaba las palabras del sanador y no le apetecía ver
desintegrarse a su mandíbula por un trozo de carne.

Gabrielle miró la comida que había encima de la mesa. Cogió un

cuenco humeante.
-

Sopa – dijo mientras se acercaba a ella, tendiéndosela.

-

No entiendo por qué te preocupas por mí – dijo Xena cogiendo el
cuenco que le alargaba. Realmente tenía hambre, mucha.

-

Ni me preocupas, ni me dejas de preocupar – dijo Gabrielle –, pero
me gustas y no puedes morir antes de que te pruebe.

Xena dejó sin concluir el gesto de acercarse el cuenco a los labios.
-

¿Preocupada, guerrera?

Xena dudó en responder o no como realmente quería hacerlo, pero al
final lo hizo. Aguantaría el golpe.
-

Nada que provenga de ti lo haría.

Un rayo de ira relampagueó en los ojos de Gabrielle. Por un instante

Xena pensó que le haría tragar el cuenco, atravesando sus dientes para
ello si fuese necesario. Pero Gabrielle pareció dejar pasar el momento
y en su lugar sonrió torciendo el gesto.
-

Serías una lugarteniente magnífica. Halcones y no perros es lo que
necesito – de súbito se alejó de ella y fue a sentarse sobre un

sillón de pieles y madera ricamente tallado, cogiendo antes al
vuelo un pedazo de carne asada. Durante un largo rato no dijo

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nada, se limitó a comer y a beber, sin molestarse en mirar a Xena,
que aprovechó para tomar la sopa.
Era ya noche cerrada cuando Gabrielle se retiró a su cama. Para

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dormir. “Sin visita esta vez”, suspiró, aliviada, Xena.

Cuando ya creía que Gabrielle dormía su voz rompió la oscuridad:
-

Me gustaría encontrar a esa Gabrielle que tanto nombras. Clavaría
su cabeza en una pica frente a ti.

A Xena le sentó mal la sopa.

***

-

Xena.
52
Escuchó su nombre, pero apenas alzó la barbilla. Su entrenado oído ya
había notado los pasos acercándose a su cabaña.
-

Mebira – dijo, a modo de saludo. Notó que ésta no se movía –

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Puedes entrar si lo deseas – le indicó.

-

Gracias.

-

Si no hay luz suficiente prende una antorcha.

-

No es necesario.

-

Como quieras.

Xena notó que la amazona se sentaba a

su lado. La oyó inspirar

antes de hablar.
-

El Consejo hace lo correcto.

-

Lo sé.

-

No busca venganza.

-

Lo sé.

-

Hay que acabar con ella.

-

Mebira – Xena se giró hacia su voz – Lo sé – lo dijo apretando los
dientes.

Siguió un violento silencio.
-

Lo siento, fallé como militiane...

-

No – la cortó – Nadie pudo haber previsto tanta... insania. Jamás
vi a nadie dirigir su ejército de forma tan cruel – su voz bajó un

tono – Jamás conocí a nadie tan cruel – “aparte de mí”, quiso
añadir.

-

Encerrada junto a esa alma demoníaca sigue habiendo una
persona...

-

No – Xena volvió a cortarla, esta vez acompañado de un gesto
brusco con la mano – No, no, no– musitó, en una insistente letanía.
“No sigas por ahí”.

Mebira esperó a que Xena continuara, pero no dijo nada más.
-

Sólo quería que supieras que mi objetivo es atrapar a ese demonio

y acabar con él – hizo una leve pausa –, pero si hubiera algún
modo de recuperar a esa persona sin dañarla, lo haría.

“Esa persona ya está dañada”, quiso decirle. Pasara lo que pasara,
Gabrielle quedaría afectada.
53
-

Lo sé – fue, en cambio, lo que le dijo.

-

Cuando en dos días lleguen los ejércitos de todos los clanes y
aunemos la estrategia estaremos listas para marchar sobre ella. Las

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chamanas tendrán el poder suficiente.

-

Por qué has venido, Mebira – le preguntó, en tono cansado.

-

Quizás para descargar mi conciencia. Quizás para justificarme.

-

¿Ante mí?

-

Eres la única ante la que siento que debería hacerlo.

-

Por qué.

-

Sé lo que ella significa para ti.

Xena sintió una punzada de alarma. Tendría que haberse dado cuenta.
Hablaba demasiado de esa persona.
-

No sabes nada, Mebira – dijo con cautela. “¿Qué sabía Mebira?.”

-

Sé lo que vi. Te quedaste atrás, te quedaste allí. A pesar de ese
infierno, a pesar de lo que había pasado. Sabías que no podías
contra todo un ejército, así que supongo que no considerabas a ese
ejército, sino a una sola persona. A ella.

-

No comprendo dónde quieres llegar con tus palabras.

-

Al mismo lugar que tú con tu decisión.

Xena no respondió. Lo hizo Mebira.
-

Es tu bardo.

“Mierda”.
-

Gabrielle, creo. La joven que siempre te acompaña.

Xena notó su agitación crecer.
-

El mundo es un lugar muy pequeño cuando las historias echan a
andar. Aquí se han oído algunas. Aquí se admira a dos mujeres que
caminan juntas. Escuché en una de ellas la descripción de la joven

bardo – hizo un gesto que Xena no llegó a ver. Un leve
movimiento de hombros – Y era demasiada coincidencia. Que tú

aparecieras aquí, sola, sin ella. Parecías buscar. Cuando nos

retirábamos– sus ojos se llenaron de dolor. Con Xena podía
hacerlo. Ella no percibiría esa debilidad, esos remordimientos –,

cuando ya enfilábamos la salida del valle, me giré. Estabas
acorralada. Ella llegó, se quitó la máscara. Y tú dejaste de buscar.
54
Lo vi en tus ojos, en tu expresión. La leyenda del demonio errante
– suspiró – Él se la llevó, ¿verdad?
Xena no respondió. Para qué. Sólo repitió su última réplica.
No sé dónde quieres llegar con esto.

-

Sí lo sabes. E incluso lo sientes. Por eso te quedaste allí. Por lo

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que sentías, no por lo que podías llegar a razonar. Si lo hubieras

hecho no te habrías quedado en aquel infierno. Habrías huido,
como lo hicimos todas.

Xena mantuvo su silencio un par de segundos.
-

Qué harás con lo que ahora ya sabes.

-

Lo mismo que cuando lo supe al salir del valle. Nada. A no ser que
– se lo tenía que decir –, lo que tú pretendas interfiera en lo que
nosotras pretendemos.

-

Quiero acabar con el demonio.

-

El demonio está en tu amiga.

-

Siempre hay una solución.

-

No, no siempre.

-

Aún así, esa persona se merece que lo intente.

Mebira posó una mano en el hombro de Xena y percibió entonces todo

su dolor.
-

Ojalá que... – pero no supo continuar. Nada había que pudiera

decirle. Al fin y al cabo, ella era la encargada de acabar con la
vida que tanto parecía anhelar Xena. Suspiró. Acercó la mano que

había posado sobre Xena a su propio rostro y, cuando lo recorrió,
casi agradeció la ceguera de Xena. No quería que la guerrera
pensara, al ver su rostro desfigurado por el aceite ardiendo, que su
misión implicaba nada personal, porque no era así.

Ella también lamentaba que el plan exigiera la muerte de Gabrielle.
Se levantó y, sin añadir nada más, abandonó la cabaña.
Cuando lo hizo, Xena se derrumbó.

Ocultó su rostro entre sus manos y se balanceó dolorosamente.
No lo soportaba.

Había sido una asesina sin ningún grado de calidez en su sangre que le
permitiera sentir compasión de nada ni nadie. Había arrasado aldeas
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enteras, sepultando en ellas las vidas de sus habitantes. Su nombre era
una blasfemia y su vida un insulto para quienes se la procuraron.
Y ahora.

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Ahora no era más que una mujer derrotada y vacía; ciega y perdida.

Odiaba todos y cada uno de sus recuerdos, en especial los más
recientes.

Los de las semanas pasadas.

En la tienda de la que ella conoció como Gabrielle.

***

-

Álzate.

La había oído entrar, el paso rápido, antes que verla. Su tono era

imperativo. Xena obedeció, expectante. Sus manos sanaban rápidamente,
así como su mandíbula. No obstante, la escasa alimentación, una

escudilla de sopa al día, la estaba debilitando. Calculaba que debía llevar
allí unos cuatro días. En todo ese tiempo, Gabrielle parecía más

preocupada por dirigir su ejército que por su prisionera. Le había venido
bien. Había podido pensar.

La voz de Gabrielle era dura, como su mirada. Se acercó a Xena.
-

Las amazonas siguen enviando emisarias a los cuatro puntos
cardinales. Imagino que quieren reunir un gran ejército – parecía

agitada, daba pasos cortos en torno a Xena – Tú no eres amazona,
56
sin embargo sé que conoces su estrategia. Necesito saber una cosa
– se plantó frente a ella. Xena vio un brillo salvaje en sus ojos –
Sólo una – alzó un dedo.

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Xena elevó ligeramente una ceja, en un gesto interrogante.
-

¿Y es...? – inquirió.

Gabrielle se acercó lentamente, hasta situarse a escasos milímetros de

su rostro.
-

¿Cuentan los clanes con chamanas poderosas?

De súbito, Xena percibió... a Usmah. No era Gabrielle quien estaba

frente a ella, nunca lo había sido todo ese tiempo, pese a serlo. Era el

demonio, que se había apoderado obscenamente de una luz que no era

suya, de una vida y un aliento que no le pertenecían. Había llevado a
Gabrielle muy lejos de allí.
Le odió profundamente.
-

Me odias... – susurró Gabrielle. Echó la cabeza ligeramente hacia

atrás para mirarla con intensidad – El odio me gusta. No me habías
odiado hasta ahora. ¿Por qué? ¿Quién soy yo para ti? Mejor aún –

hizo una levísima pausa – ¿Quién es Gabrielle? Soy Gabrielle para
ti, pero no lo soy. ¿Verdad?

Xena no replicó. Se sentía absolutamente desolada. Un manto de

fatalidad la cubrió con el paso felino del peor de los traidores. No, en
verdad no era Gabrielle, siendo ella. No leía a su amiga en esos ojos
duros que la miraban. No la encontraba allí.
-

Tu mirada me dice más que todas las palabras que puedas llegar a

pronunciar. Y he de reconocer que me confundes. El odio más

absoluto deja paso al temor... y al dolor – acercó de pronto su

mano y acarició el rostro de Xena. Ésta no pudo apartarse. O
quizás no quiso. Era tanto ella... – Eres una mujer extraña –

prosiguió Gabrielle – Sé que eres una guerrera en todas y cada una
de las fibras de tu ser, pero... Hay algo, algo que atesoras muy

dentro de ti, que es inamovible, absoluto en su definición. Todavía

no sé qué es, quién es, pero llegaré a averiguarlo. Percibo en ti un
don y una maldición. Estás más cerca de mí que lejos. ¿No lo

57
notas? – Gabrielle acercó su rostro al de Xena, los ojos fijos en la
mirada azul – ¿No lo notas, guerrera?
Xena inspiró con dificultad. Tan cerca. Se retiró, abruptamente, un

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paso hacia atrás.
-

Yo jamás cuestionaría el poder de una chamana amazona – se
limitó a decir, apartando ligeramente la mirada de los ojos de
Gabrielle.

Ésta alzó una ceja, divertida. Peligrosamente divertida.
-

Eso contesta, y no, a mi pregunta – chasqueó los labios y sujetó la

barbilla de Xena con brusquedad, obligándola a mirarla – Pero no
es ya lo que me inquieta en este momento. Lo que haya de ser será,

guerrera, y tú y yo estaremos o no en ello. Lo deseemos o no. Pero

ahora – ensanchó su pecho en una profunda inspiración –, ahora es
ahora – bajó un tono su voz, convirtiéndola en un susurro ronco.

Ladeó la cabeza y recorrió con la mirada a Xena – Ahora quiero,
ahora deseo – inspiró con anhelo – ¿Qué nombre tiene el deseo

para ti, guerrera? – bajó su mano hasta el tórax de Xena y depositó
allí su palma abierta. Xena la notó febril. Se empezó a notar a sí

misma febril. – Bum–bum, guerrera – el tono de Gabrielle estaba
definitivamente impregnado de un deje implícitamente sexual que

la estaba turbando. Demasiado – Bum–bum– Gabrielle se desplazó
unos milímetros para situarse a la altura del hombro de Xena. Ésta
sintió la calidez de su aliento sobre su propia piel, lo que le

produjo un estremecimiento involuntario. “No es Gabrielle”, se

dijo, una y otra vez. “No es Gabrielle”– Dame un nombre,
guerrera, el que tú quieras, y hoy, ahora, esta noche, me someteré

a él... y a ti –el cosquilleo en el nacimiento de su cuello, el
susurro ronco que reverberaba en el epicentro de su cuerpo,

agitándole la respiración. “No es Gabrielle” – Recorreré tu

cuerpo, besaré tus heridas, calmaré tu ansia – no la tocaba, no la
estaba tocando, sus cuerpos distaban entre sí unos milímetros, pero

parecían estar pegados; no la tocaba y, sin embargo, lo que estaba
haciendo Gabrielle era algo mucho más explícito que si recorriera
su piel con sus dedos – Seré quien tú quieras que sea, haré lo que

58
tú quieras que haga. Dale un nombre a tu deseo, guerrera, dámelo
y yo lo convertiré para ti en un cuerpo, en un aliento a tu
disposición. Estás más cerca que lejos de mí, lo sabes.

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Xena cerró los ojos con fuerza, expulsó el aire que había estado

reteniendo con dolor, intentó olvidar el aliento en su cuello, la pulsación

sexual del susurro ronco que llevaba el tono de la voz de Gabrielle, ese
cuerpo que era el de Gabrielle. No tuvo ningún reparo en reconocerse a
sí misma que era un cuerpo que deseaba, pero también que no era lo
único. Siendo Gabrielle sin ser Gabrielle, no. Nunca. No le haría eso a
ella y, por supuesto, no se lo haría a sí misma. Sería como escupir sobre

ambas, como perderse totalmente. Agitó la cabeza en un movimiento
lento y su razón superó a su deseo. “No”.
-

No.

-

¿No? – replicó instantáneamente Gabrielle – ¿No, a qué?

-

No tengo ningún nombre para ti – deseó que su voz no sonara
estrangulada, pero no lo consiguió.

-

¿Estás segura? – Gabrielle deslizó una mano sobre el estómago de

Xena, desde atrás, muy despacio, con suavidad, haciendo que Xena
sintiera los trazos de todas y cada una de las líneas que la

surcaban, el latido de deseo que palpitaba en ella – Tu voz dice no,
tu cuerpo dice sí – Gabrielle la atrajo bruscamente contra sí,
pegando su cuerpo al suyo – Dame un nombre y seré ella. Seré

tuya – empezó a trazar pequeños círculos en el estómago de Xena
con el pulgar. Pequeños y lentos círculos.

Xena luchó entonces para desasirse del abrazo, pero tuvo que luchar

en un doble frente, contra Gabrielle (pequeños y lentos), contra sí

misma. Sabía que estaba débil, las heridas, la escasa alimentación, el
tiempo que llevaba encadenada allí...
“No es Gabrielle”.

Pero sí lo era, por todos los dioses. Su rostro, su envergadura, su piel,

su pelo rubio y ahora corto, su voz, sus ojos.
“No es Gabrielle”.

Su calidez, transmitida instantáneamente desde su cuerpo pegado al
suyo; su aliento, ahora entrecortado y agitado, tan cerca; sus labios, que
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La guerrera y su lugarteniente
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La guerrera y su lugarteniente

  • 1. TIYAH Autora Elxena V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** La guerrera utilizó la afilada daga en su mano derecha para atravesar la garganta de su infortunado oponente mientras la espada, en su izquierda, reventaba, como una fruta demasiado madura, el estómago de un segundo atacante demasiado lento en su embestida. Giró entonces sobre sí misma con pasmosa celeridad, de modo que el movimiento, potenciada su fuerza por el giro, acabó por seccionar la cabeza del primer hombre y por desparramar las vísceras por tierra del segundo. La guerrera expulsó con fuerza el aire de sus pulmones y se lanzó ciegamente contra un nuevo contrincante que se abalanzaba a traición sobre ella. No usó daga ni espada, sino su propio cuerpo, revestido por una ensangrentada armadura cobriza que cubría su pecho y su estómago. El golpe fue tan brutal que partió los huesos del hombre como si fueran cañizo, al tiempo que ambos caían sobre el húmedo musgo del suelo. La guerrera se levantó, mas no así el guerrero, que yació retorciéndose hasta que ella aplastó su cráneo con su bota reforzada. La mujer guerrera se apartó con gesto indolente el riachuelo de sangre que resbalaba de su frente, producto del encontronazo con el guerrero que yacía a sus pies, y paseó una acerada mirada a su alrededor. La lucha tocaba a su fin. El estertor de los agonizantes, los últimos envites, el olor a sangre y a miedo, a acero, el relincho agudo de las monturas asustadas... todo la extasiaba. Todo ese dolor, todo ese sufrimiento, el espectro del mal zumbando en sus venas. Buscó con la mirada a su lugarteniente, Dosha, y cuando sus ojos la capturaron la excitación punzó el mapa de su cuerpo. La habían herido. - Muy bien, pequeña – murmuró, pasando la punta de su lengua por el labio superior – Muy bien. Con un gesto brusco atrajo la atención de Dosha. Ésta leyó en el brillo de los ojos de su ama el deseo y curvó su boca con deleite. Asintió e inclinó la cabeza. 1
  • 2. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Sólo entonces, satisfecha, Gabrielle se retiró del campo de batalla. *** - ¿Cómo está? - Muy débil. - ¿Sobrevivirá? Silencio. Susurro de cuero. - Probablemente, no. Una maldición mascullada. - No puede acabar así. - Cómo así. - Vencida. - Qué más da, Corice, la muerte es la muerte. Otro silencio, un poco más largo. - Pero Xena es Xena. Y de nuevo la oscuridad, durante un largo tiempo. 2
  • 3. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** - Acércate – la orden de Gabrielle era tanto promesa como amenaza. Dosha suplicó, en su interior, el seguir obedeciendo toda su vida ese mandato. Dosha había alejado de sí hacía mucho tiempo su dignidad, junto con su decencia y su conciencia. Sólo habitaba en ella el acerado filo del miedo, pero no aquel que despoja al ser de todo ímpetu, sino todo lo contrario. En ella el miedo era un acicate, una ilusión, era lo que la mantenía viva, quien guiaba sus pasos, el que la conducía a Gabrielle. El miedo a perderla, a no formar nunca más parte de su cuerpo. Y por ello, y por ella, asesinaba, saqueaba y se humillaba. - Acércate – volvió a ordenar Gabrielle. Una tienda de piel las cobijaba de la tormenta nocturna que asolaba la llanura de su última incursión. Había ocho guardias apostados en su perímetro, no tanto y sólo para guardar a su señor de incursiones externas como para impedir, cuando había que hacerlo, que los desgraciados que ella mandaba llevar hasta allí escaparan vivos antes de que ella quedara saciada – Muestra tus heridas. Dosha anticipó con lujuria la lengua de su ama sobre esas mismas heridas que ahora le mostraba con absoluta entrega, anticipó esa lengua sobre todo su cuerpo, porque sabía que llegaría. También anticipó el dolor, pero no le importaba. Era el mejor cachorro que un depredador como Gabrielle podía tener. 3
  • 4. *** V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m De nuevo susurro de cuero, todavía la oscuridad. El dolor era ahora más lejano, sordo, pero aún no podía abrir los ojos. “¿Cuánto tiempo había pasado?”. - Corice – alguien acababa de llegar, una voz distinta a las dos que había escuchado la primera vez – Deberías descansar. - No. - Eres obstinada, pero tu obstinación no la salvará. - Ella lo hará por sí sola. - Corice, nunca apuestes todo tu corazón a una sola suerte, es peligroso. - Ella despertará. “Es obstinada, en verdad”, pensó. - Quizás no quiera hacerlo. - Por qué no iba a querer. - Sabes por qué – replicó suavemente la segunda voz. - No. - Sí, Corice – esta voz era paciente. La que correspondía a la llamada Corice, no. - A mí no me parece razón suficiente. - A ella sí – y alguien, quizás la dueña de esa misma voz paciente, tocó delicadamente su frente – La razón muchas veces no cumplimenta su cupo. El corazón, sí. - No son más que palabras, Abrah. Xena está hecha de actos. - No, Corice, estás equivocada. Hablas de una Xena pasada. La que ahora yace aquí está más cerca que nunca de sus emociones, no de sus actos. - No. - Tu corazón engaña a tu razón. Eres joven y tu ímpetu te arrastra al error. - Soy una amazona experta. 4
  • 5. - El manejo del arco y la espada siempre es más fácil que el de los asuntos de la propia vida. Abrah, déjame en paz. - Lo haré, pero eso no hará que aciertes – unos pasos se alejaron, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - aunque se detuvieron no mucho más allá – Tú veneras a una Xena que no es la que está ante ti. Los pasos se alejaron definitivamente. Silencio. “Claro que no puedo abrir los ojos”, pensó de repente Xena. Gabrielle se los había arrancado. *** En el camino, ocho semanas atrás - El calor es sofocante. Xena giró levemente la cabeza y asintió. Detuvo a Argo con suavidad y ayudó a Gabrielle a desmontar. Ya no cojeaba pero Xena, pese a las protestas de la bardo, la obligaba a ir a caballo y extremaba sus atenciones. Ella misma conservaba bien visible la cicatriz en el flanco de su pierna izquierda. “Bichos asquerosos”, pensó, pero sin ira. Los bajuun sí resultaron ser unos bichos asquerosos. Las llagas en la piel de Gabrielle habían sanado pronto, su pierna también. El corazón de Xena, sin embargo, estaba hecho trizas. Hacía dos meses que lo arrastraba así, dos meses desde que lo supo, desde que le dio un nombre. - ¿Nos detendremos mucho tiempo? La guerrera se giró hacia Gabrielle. 5
  • 6. El que haga falta. - No me importa el calor. Sólo lo dije por decir. - ¿Y? - Que no hace falta que nos detengamos si no es preciso porque yo V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - haya hecho ese comentario. - ¿Si lo hubiera hecho yo cambiaría en algo la situación? - Bueno... - Si yo lo hubiera dicho y fuese mi deseo detenernos, ¿lo hubiéramos hecho tan sólo porque era a mí a quien el calor le parecía sofocante? – había un brillo divertido en los ojos de la guerrera, pese a su desdichado corazón. Gabrielle dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo, en un gesto de rendición. - De acuerdo, Xena. Me agotas, me rindo. Jamás pensé ser superada por nadie en labia, pero tú debiste ser algo más que Señor de la Guerra sanguinario en tus tiempos. ¿Secuestrabas a declamadores para que te hicieran partícipes de su habilidad y así poder torturar a tus enemigos? Xena esbozó una nítida sonrisa. La madurez en Gabrielle era un proceso perceptible para ella a cada momento que pasaba. La adolescente aldeana que había aupado a su montura un año atrás no se hubiera atrevido a bromear acerca de su pasado de ese modo. Al fin y al cabo, tampoco aquella Gabrielle aldeana era la misma que tan sólo dos meses atrás la había arrastrado por un bosque y se había enfrentado a una pandilla de guerreros para salvarla. - Nos detenemos, pues – acordó la guerrera, cerrando la cuestión. - Nos detenemos, pues – murmuró Gabrielle, cediendo. - Así me gusta. Me molesta amenazarte continuamente con lo de colgarte de los árboles. Gabrielle inició una mueca burlona, pero que quedó en sonrisa de devoción cuando la terminó. Esta Xena no era la Xena con la que partió de Poteidea; no era tampoco (por supuesto) la Xena sanguinaria que había sido; pero asimismo tampoco la Xena que había aprendido a conocer. Ésta era más accesible, más solícita pero, al mismo tiempo, más 6
  • 7. distante. Cada vez estaba más y más convencida de que había algo más que salió con Xena de aquel claro en el bosque donde habían acampado tras curar su rodilla; algo que, lo intuía, tenía su causa o su consecuencia V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m en la lágrima de la guerrera derramada junto al fuego, ante ella. No era, pensaba, nada que hurgara con maldad y remordimiento en su corazón pues, y en ello era certera, no había ahondado en el carácter oscuro de la guerrera. Sabía de la extrema vigilia de Xena para con su pasado, el afloramiento esporádico y doloroso de sus actos repudiados y el efecto que ello tenía en ella. No, aquella lágrima no fue por el filo de su espada. Pero tampoco lograba averiguar por qué, entonces. Querría preguntarle, querría acunar su alma pero... le había pedido paciencia, paciencia para hacérselo más fácil a alguien que no lo era en absoluto. Suspiró. Optó entonces por seguir, sin más, dejándose llevar por ella, pero no tanto; dejándose llevar por lo que ella decidiera e hiciera, pero acotando cuando era necesario. Xena le permitía eso y mucho más, un abismo si lo comparaba con los primeros pasos junto a la guerrera, cuando todavía no tenía un hueso quebrado en su rodilla ni tantos recuerdos (malos, buenos, mejores o peores). Cuando no tenía su alma y su corazón rendidos a esa mujer. Siempre pensó que la admiración y el absoluto desconocimiento del mundo antes de ella tenían la culpa; siempre pensó que su leyenda y su porte habían tenido la culpa de su incondicional rendimiento, de su pérdida de raciocinio, de su absoluta entrega. Hasta que se confesó que ni había culpa ni inexperiencia ni pérdida de raciocinio ninguna. Estaba ahí, y eso era todo. Lo bueno de ello es que le hacía sentirse muy feliz; lo malo, que también insegura, algo perdida y temerosa. Agradeció no tener una balanza de cobre a mano para realizar las oportunas pesadas y comprobar hasta qué punto tenía posibilidades de salir perdiendo en todo ello; qué tendría más peso y qué haría caer al final el platillo hacia uno u otro lado. 7
  • 8. A uno, perderla; a otro... ¿Qué, a otro? Eso precisamente era lo que le hacía sentirse extremadamente insegura, temerosa y perdida. No el que se alejara de su lado. Eso podía permitírselo, si pudiera permitírselo, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m pues era algo que entraba dentro de su razón, ese dolor, esa angustia, ese nunca más. Pero... la segunda opción... - ¿Algún nuevo relato, Gabrielle? La bardo se giró abruptamente, ante la voz de Xena muy cerca de ella. La guerrera pasó a su lado, sin mirarla, portando la silla de Argo. La depositó en el suelo, junto a los petates con las mantas, la comida y los pergaminos de Gabrielle. - Siempre tienes esa cara cuando te concentras en una historia – respondió Xena a su silencioso interrogante. Echó un ligero vistazo a su alrededor – Iré a por leña seca. - No, espera, yo iré – Gabrielle la detuvo con un gesto – Así pasearé. Xena se alzó de hombros. - De acuerdo, pero que tu paseo no se convierta en un deambular eterno. Aquí dejas una mujer hambrienta. Cuando Gabrielle se adentraba en el bosque no dejó de echar una última mirada a Xena y cuando la bardo dejó de mirar a Xena, la guerrera no dejó de echar una última mirada hacia el lugar donde había desaparecido Gabrielle. Frunció el ceño y resopló muy suavemente, recordándose cuán fuerte, cuán cauta y cuán embustera había de ser. Lo de infeliz no hacía falta, era un recordatorio perenne. A Xena no se le ocurrió pesar en una balanza los pros y los contras. Había decidido tener a Gabrielle (que ella estuviera a su lado) el tiempo que hubiera de ser y, corto o largo, lo aceptaría. No había rendido aún cuentas con su pasado, sus pesadillas no la habían abandonado y el camino parecía seguir siendo la única opción de acallar el remordimiento que su antaña ira había grabado a sangre y fuego en su alma. Ahora tenía a Gabrielle a su lado, si bien no a la Gabrielle que había sacado de Poteidea. La que ahora le acompañaba era una mujer, con todo lo que ello implicaba. Y, para su sorpresa, la temía. Como mujer, la hacía temblar. Y era junto a esa mujer que había 8
  • 9. emprendido un nuevo camino, no distinto en su meta, pues las voces de sus crímenes seguían acechando incansables, sino en su desarrollo. Ahora, por ello, su camino era menos acelerado, menos arriesgado, si ese V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m término pudiera ser aplicado a la Era de los Señores de la Guerra que les había tocado vivir. Ya no se trataba sólo del camino de su redención, sino que el camino de Gabrielle se había añadido a él, con sus propios matices, sus propias búsquedas. Qué habría de hallar esta segunda mujer en él, Xena lo ignoraba; sólo sabía, y era mucho para ella, que había decidido emprenderlo a su lado, para bien o para mal. No pagaba su compañía, no ordenaba su consuelo, no imponía su pensamiento, no dictaba sus actos. Y, sin embargo, allí estaba, con ella. Acompañándola, consolándola. Con una lealtad libre de la sospecha del pago que estaba acostumbrada a hacer. Había sido capaz de manejar ejércitos enteros de mercenarios, brutos sin alma que mataban por dos dinares, zafios cuya lealtad estaba supeditada a su parte del botín. Y ahora, sin ni siquiera pedirlo, la fidelidad más absoluta, la entrega, el camino de doble dirección. Por eso, y no del todo por lo que por ella sentía, había decidido menguar su ansia, su propia búsqueda, y desacelerar el ritmo para poder ofrecerle algo en compensación, un pequeño presente por su absoluta entrega; nada que brillara, pues todo destello se perdía con el tiempo; nada que cambiara su peso en oro, pues ello se asemejaría obscenamente al pago a un subalterno y Gabrielle no se lo merecía. Le daba lo único que parecía tener y que Gabrielle sabría estimar: tiempo y paz en él. Desde que habían marchado de aquel claro (de aquel sentimiento), su rumbo se había balanceado al mismo ritmo que los días de un comediante desganado: marchaban por los caminos, sin más. Sin la premura de una amenaza o la angustia de un requerimiento, sin la agonía de una confrontación y… ese infame temor que se había instalado en su interior, el temor a verla herida, o algo mucho peor. El temor de su mortalidad. Nunca temió más a la Muerte que cuando fue a buscar a aquellos a quienes amó, y nunca la temería más que aquí y ahora, en su vida junto a Gabrielle, el único nombre que jamás querría ver en los labios de la hermana de Hades. 9
  • 10. Lo había asumido. Desde que el sentimiento calara en ella y le diera nombre, Gabrielle era lo único que importaba. Jamás se lo diría, pero se lo demostraría. Cerrado el camino sobre el hecho de que Gabrielle V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m volviera a su aldea natal (no la devolvería a una vida que no quería), lo único que le quedaba era estar a su lado. Supo así que, en este nuevo camino que habían emprendido, la que se consideraba acompañante y la que se creía acompañada habían cambiado sus tornas, por mucho que seguro que una de ellas lo ignorara. Tampoco ella podía volver. No aún. Las voces de sus muertos susurraban en sus sueños, el hedor de la sangre injusta los impregnaba. Además, no estaba muy segura de si realmente tenía un lugar al cual regresar. No, desde luego, a su aldea natal. Ya nada le quedaba allí. Su madre había renegado de ella hacía mucho y en justo sentido. No podía ofrecerle más que vergüenza y escarnio. Para qué, entonces, el retorno. Por otra parte, no encontraba mejor hogar que Gabrielle pero, contradictoriamente, jamás podría reposar junto a ella en ningún hogar. Sonrió débilmente. Le había resultado extrañamente fácil derivar hacia estos últimos pensamientos, ella, la soberana del corazón oscuro. Pensar en alguien, pensar en una vida distinta a la sangre, el acero y el camino. Ese camino al que su conciencia y sus remordimientos la empujaban, el perenne purgatorio del que había hecho su alma atormentada, su vida futura. Y, sin embargo, podía amar. Intentó recordar la última vez que había amado y cómo ese amor se trastocó en amargura. Sintió un súbito escalofrío. Todo se repetía en su vida, como una maldita espiral sin salida. - El tuyo debe de ser más interesante – la voz de Gabrielle, a su izquierda, dejando caer un manojo de leña seca – El relato, digo; estabas distraída. - Había oído tus pasos – le replicó – Sabía que eras tú – la mujer que amaba a esta otra mujer a su lado se replegó silenciosamente, ocultándose muy dentro de sí, callando. La guerrera que la acompañaba dio un paso al frente – Arrastras el talón al andar y tu paso, aunque ligero, siempre es audible. Al menos para mí – “ que 10
  • 11. lo reconocería en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia”. No se había ocultado tan lejos, al parecer, la mujer que la amaba – ¿Te cansaste de deambular? Recordé a la mujer hambrienta que dejaba aquí – le replicó, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - mientras separaba por tamaños la leña. Xena sonrió ampliamente. Infame tristeza la suya que encontraba la gracia en la desdicha, en este tan cerca tan lejos en el que se había convertido su mutua compañía para ella. Hallaba pequeños detalles que la hacían sonreír. - ¿Algo que yo también pueda disfrutar? – Gabrielle había captado su sonrisa. - ¿Cómo? Gabrielle alzó su dedo índice, dibujando la estela de una sonrisa sobre su rostro, imitándola. - Ah, eso – Xena volvió a sonreír – Demasiado joven para que lo oigas. Gabrielle arqueó las cejas. - Desde cuándo. - Evidentemente, desde que naciste – empezó a despojarse de la armadura. Gabrielle torció el gesto. - Empezaron los juegos de palabras – dijo con resignación. Miró a su alrededor – ¿Qué quieres que haga? - Descansar, yo he de seguir cumpliendo mi promesa. - Podría relevarte de ella – le propuso. - ¿Tan mal cocino? - No, a fe que no – emitió una ligera risa – El último pastel de carne que hiciste... – y dejó la frase en el aire, rematada por su sonrisa. Xena terminó de apilar la última pieza de su vestimenta a un lado. Dejó la espada, no obstante, lo suficientemente cerca de ella como para no arrepentirse de no haberlo hecho si algo ocurría. Se acercó a Gabrielle y escogió un puñado de ramas, tamaño pequeño. 11
  • 12. - Me alegro de que mi comida te guste – observó una de las pequeñas ramitas y el resto, agrupado por tamaños – Siempre tan metódica. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Gabrielle le hizo un pequeño gesto burlón y se sentó en la tierra. - Si yo ahora te preguntara si vamos a estar mucho tiempo aquí, ¿tú me replicarías con lo de “si fuese yo la que quisiera estar mucho tiempo aquí nos quedaríamos mucho tiempo aquí?”. Observa, por favor, que no he mencionado en ningún momento el hecho o deseo por mi parte de querer permanecer un largo periodo en este lugar. - ¿Tienes prisa? – Xena terminaba de apilar las ramitas con las que iniciaría el fuego. - Si yo dijera que... - Gabrielle – la atajó Xena, golpeando el pedernal y avivando la pequeña llama azul – No hay ningún problema en que estemos aquí, en que lo hagamos por mucho o poco tiempo, serénate, anda. Hoy saborearás cordero con habas y alcachofas –echó una rápida mirada al cielo – Es hora de comer y el calor no hará más que apretar de aquí a la hora de la tarde. Está bien que nos hayamos detenido. Gabrielle arqueó las cejas. - Desde luego, sí, secuestrabas declamadores o feriantes – murmuró, al tiempo que estiraba la pierna de la rodilla fracturada y se la masajeaba. Xena la observó de reojo. - Tardará en sanar del todo, y puede que nunca llegue a hacerlo plenamente – comentó – El hueso está soldado, pero el dolor te murmurará toda tu vida – bajó el tono de voz y lo convirtió en un susurro inaudible – A mí me habla constantemente. Gabrielle alcanzó a oírla. - Algún día callará – murmuró a su vez. Si Xena la oyó o no, no lo supo. La llama de la hoguera prendió y la guerrera siguió con la mirada el rastro fugaz del fuego ascendiendo al cielo. 12
  • 13. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** Esta vez le había hecho daño de verdad. Tanto que Dosha yacía casi muerta a sus pies. Gabrielle torció el gesto con desagrado, no por la visión de las laceraciones, ni el respirar penoso y agónico, o el final de la vida ante sus ojos (y por su mano) de su lugarteniente. Su desagrado provenía por la molestia de quedarse, otra vez, sin juguete, sin diversión al final del día, sin muñeca amaestrada. Bufó con hastío. Encontrar a otra, enseñarle lo que le gustaba, lo que esperaba, lo que exigía. Esas guerreras sucias, sin más mundo que el filo de sus armas, embrutecidas como animales, buenas para obedecer y ser temidas por los débiles. Su hastío aumentaba. Peores los guerreros, más sucios aún, inútiles para otra cosa que no fuera matar, saquear y morir. Se agachó, sacó la daga de la bota de su pierna, cogió la barbilla de Dosha, le abrió la garganta y miró su muerte con la helada mirada de la indiferencia. 13
  • 14. Había acabado por cansarse de ella, de su devoción perruna, de esos ojos enamorados. La novedad de su última lugarteniente se había agotado hacía mucho. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m La novedad. Ese pensamiento la pilló desprevenida y la enfureció por su debilidad. Xena había sido toda una novedad. *** - Está despertando – susurró Corice. - Cuida de que no toque su rostro. - No hace falta que me lo digas – un tono áspero. - Está bien, Corice – un tono conciliador. - ¡Mira! Xena no sabía si realmente deseaba despertar, pero sus reflejos la habían traicionado y sabía que su mano se había movido involuntariamente. Había estado retornando de forma intermitente a la consciencia durante…¿cuánto tiempo? …y ahora despertaba. Despertaba a la vida y, con ello, a los recuerdos. Ya lo estaba lamentando. - ¿Xena? La voz obstinada que había estado siempre allí, en sus ocasionales estados de lucidez. No quería contestar, no quería abrir los ojos (¡¿ojos, qué ojos?!). Quería que la dejaran en paz, quería haber muerto, quizás no haber nacido; más fácil, menos costoso. - Xena. Quizás, si no volvía a moverse, se cansarían y la dejarían en paz. Quizás, si lograse dejar de respirar…quizás. - Xena – el tono conciliador. Abrah, recordaba – Vamos, Xena, haz un esfuerzo. ¿Esfuerzo? Ni siquiera quería respirar, por todos lo dioses. “Dejadme en paz.” - ¿Ha dicho algo? – Corice, ansiosa. 14
  • 15. - Ha murmurado, pero no sé qué – tocaron su frente – No tiene fiebre ya. “Tengo muerte.” ¿Le damos agua? - Moja esa tela y toca con ella sus labios. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - Alguien, supuso que la ansiosa Corice, lo hizo. - Respira agitadamente. - ¿Xena? – era Abrah, la conciliadora, a su oído – Vamos, Xena, sé que estás consciente – notaba su mano, firme y suave, alrededor de su antebrazo, presionándolo levemente – Vamos. “Por qué habría de hacerlo. Dame una sola razón.” - Ha vuelto a murmurar – la voz de Corice. “¿Estaba murmurando?” - Xena, es hora de que vuelvas con nosotras. - No. Un respingo de sorpresa de una de ellas. - ¡Por fin, ha despertado! – el entusiasmo, en la voz de Corice. “¿Es que había dicho “no” en voz alta?.” - Ayúdame a incorporarla, Corice. Lo hicieron, y las maldijo por ello. Habían logrado hacerle daño. - Xena, yo soy Abrah, la sanadora y a mi lado está Corice. ¿Recuerdas dónde estás? Intentó ignorar sus palabras, su pregunta, su voz; intentó hacerles creer que había muerto, intentó no tener que ser ella, Xena, y su vida y sus recuerdos… - Gabrielle…– murmuró. … y Gabrielle. - Despacio, Xena. Todavía estás débil. - Estás a salvo, en los Territorios del Este– dijo Corice. Silencio. - Lo sé – dijo con la voz rota. Empezaba a despejarse, pero estaba segura de que lo lamentaría. - Corice, sopa. Y trae a Domila. 15
  • 16. Escuchó pasos que se alejaban. Supuso que la ansiosa Corice estaba cumpliendo el encargo. Sabía dónde y con quién estaba. Las Amazonas del Este. La habían ayudado. La batalla contra el ejército de Gabrielle. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m “Gabrielle.” - No intentes resolver el universo en un segundo, Xena, no podrías– la voz de Abrah. “¿Estaba escuchando sus pensamientos?” – Ve poco a poco. - Mis ojos – dijo casi en un susurro. Abrah, lo notó, inspiró profundamente. - Estás ciega, Xena, lo siento. Nada pude hacer. Xena tardó algo en responder. Cuando lo hizo, Abrah apenas sí entendió su susurro. - Lo sé, estaba allí. Ruidos a su izquierda, pasos y susurro de cuero y tela. - Xena, me alegra verte incorporada – reconoció la voz. Domila, la regente de las tribus del Este. - Domila – la saludó. - Xena, soy Mebira – otra voz. - Te recuerdo. Eres la militiane del clan – su estrategia en el campo de batalla había sido acertada. Pero no había contado, ni ella tampoco, con la abrumadora fuerza del odio y la locura. Hubo un denso silencio. Alguien más entró. Olor a sopa. - Bien, Xena – la voz de Domila – Ahora sólo piensa en recuperarte. Volveré a visitarte. - Domila – la llamó. - Sí. - ¿Sigue avanzando? – no quiso pronunciar su nombre. O no pudo. - Sí – respondió Domila sin vacilar – Ha tomado varias aldeas de la periferia. Pero no hablaremos ahora de eso. Primero recupérate. - No. Ahora – esta vez la voz terca era la de la propia Xena. Cansada, pero terca. Notó que alguien se inclinaba sobre ella. - No – Domila, junto a su rostro – Cada cosa a su tiempo, Xena. Debes recuperarte primero. Se alejó. Se alejaron todas. Olía a sopa. Sintió náuseas. 16
  • 17. - Toma, Xena, te hará bien – la voz de Corice. Su rostro. Vio su rostro dibujado en su recuerdo. Sabía quién era esta amazona obstinada, ahora la recordaba. Una arquera que había estado a V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m su lado antes de la batalla. Y era tan obstinada como lo indicaba su voz, sobre todo en su empeño en considerarla todavía una guerrera indestructible. Corice. La arquera con el brillo de admiración en los ojos cada vez que se dirigía a ella. “¿Mantienes aún tu admiración?”, se preguntó agriamente. - La sopa, Xena. - No tengo hambre. - Debes comer. - No tengo hambre, Corice. - Pero debes comer. - Corice – intentó ser paciente –, lo próximo que haré será mover mis brazos para derribar ese cuenco que seguramente acercas a mí. ¿Comprendes? - Pero debes comer – “terca, terca, terca” – Debes sanar. - Dame una razón. Silencio. - Eres una guerrera. Eres Xena. Xena emitió una risa corta y gutural, amarga. - Eso no me dice nada. ¿A ti sí, Corice? – le preguntó con sorna. - Madre hablaba mucho de ti. - ¿De la Destructora de Naciones, de la impía asesina o de la portadora de dolor? Dime, Corice. - De la guerrera que se guiaba por un código – la joven amazona frunció el ceño. “¿Por qué demonios le hablaba así? ¿Por qué escupía sobre sí misma?.” - Era una asesina, Corice – Xena se dio cuenta de que apretaba la mandíbula con rabia – Tu madre ocultó ese punto esencial en su relato. Dañé incluso a amazonas, en el Norte. No había ningún código. 17
  • 18. - Conozco lo que hiciste. Madre decía que cada daño tenía su cura. Sabía de tus conquistas. También que no permitías la muerte de niños y mujeres. Cuando matas a sus padres y maridos, cuando arrasas sus casas y V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - quemas sus cosechas, cuando les despojas de todos sus bienes, cuando haces todo eso, los matas también, Corice – “por no hablar de una pequeña aldea llamada Cirra, claro.” - Pero… La guerrera alzó bruscamente la mano, atajándola. Estaba cansada, agotada. Con el corazón deshecho. No quería seguir esa conversación, no quería seguir ninguna otra conversación. - Sé que has dejado ya ese camino y puedo entender lo que pretendes con ello. Eso es un código – dijo rápidamente Corice. Xena inició un gesto de dolor. “Eso es, arquera, recuérdame mi redención... y recuérdamela a ella.” - No deseo seguir con esto, Corice. Te ruego que me dejes sola. - La sopa… - Si te vas, la tomaré – le dijo, sin ninguna intención de hacer lo que decía. - Mm…– Corice abandonó la estancia, a regañadientes. *** Observaba a Xena dormir. Le gustaba así. Cuando dormía, arrebataba la inquietud de su rostro y posaba en su lugar la que debería haber sido su expresión si la ira no se hubiera cruzado en su camino. ¿Cómo hubiera sido Xena sin su espada y la sangre en su vida? Arqueó una ceja. ¿Xena, aldeana? Desechó la idea por descabellada, pero guardó para sí un pequeño poso, pues halló un extraño alivio en la idea de que por fin Xena se quedara en algún lugar, ya que significaría que al fin había encontrado la paz suficiente como para dejar de buscar. 18
  • 19. ¿Y ella? ¿Qué haría ella? “Volver a Poteidea”, pensó, pero enseguida rechazó la idea, casi sin darle tiempo a formarse. No, estaba claro que Poteidea no tenía camino de vuelta para ella. “¿Y si…?”. Pero no, no, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m imposible. Aquello tampoco podía ser. “¿No?”. *** El olor a carne quemada, a pelo abrasado. El cuerpo de Dosha quemaba bien, ese fue su pensamiento. Nadie dijo nada, nadie preguntó nada. Tan sólo Persiah, la hermana de Dosha que también servía en su ejército, se permitió el lujo de lanzarle una mirada de odio. Pero nada más. Sacaron el cuerpo de la última lugarteniente que había tenido el coraje de serlo y la quemaron en el centro mismo del campamento. Prefería ser temida y odiada a respetada. Paseó la mirada por su ejército. Allí estaban los violadores, los asesinos y asesinas, los saqueadores de tumbas, parricidas, bastardos, impíos y criminales que toda estirpe produce a lo largo de su simiente. Todos los advenedizos, villanos, parias y borrachos. Sonrió. Su ejército. El puesto de lugarteniente estaba disponible. “¿A qué sabría su sangre?.” Gabrielle, caudilla de un ejército de bestias, tiyah maldita, rió sin felicidad. 19
  • 20. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** - Las tribus de los Territorios Sur, Norte y Oeste están a dos días de camino de aquí. Cuando lleguen, todo estará dispuesto para el ataque. Seremos más y estaremos mejor preparadas. Xena ladeó la cabeza. Hacía cuatro días que había recuperado el conocimiento y sólo uno que había decidido salir de la cabaña que había sido su lugar de curación. Ahora, Domila exponía la situación y le había pedido que asistiera al Consejo del Clan. No había querido, no quería saber nada ya de la próxima confrontación, no deseaba conocer los detalles del nuevo plan para matar a Gabrielle. Sólo quería olvidar y desaparecer en ese olvido, como una mota de polvo que se limpia con el dorso de la mano. Ojalá se hallara inmersa en una pesadilla de la cual pudiera despertar. Pero no había tal pesadilla, sólo realidad. Tampoco había Gabrielle; su Gabrielle. Gabrielle nunca le hubiera hecho lo que esta otra Gabrielle le hizo; Gabrielle no le hubiera arrancado nunca los ojos. Gabrielle nunca hubiera hecho todo lo que hizo. Tragó con dificultad, queriendo deshacer el nudo de bilis que se le había formado, queriendo detener los acelerados latidos que amenazaban reventar su alma. Desde que todo ocurrió luchaba constantemente contra su interior, una lucha titánica consigo misma que la estaba dejando más agotada que si hubiera enfrentado la peor de las batallas cuerpo a cuerpo. Luchaba por no odiar a esa otra Gabrielle que era tanto (y no lo era) la Gabrielle que ella amaba. Luchaba por hallar una solución, una salida al bosque marchito en que se había convertido su vida, la de ambas. Domila hablaba al Consejo. 20
  • 21. Ella regresaba a aquella tarde aciaga, maldiciendo una y otra vez al V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Destino. *** Gabrielle dejó de observar dormir a Xena y, con un suspiro, decidió despertarla. Era inaudito que, por una vez, ella se hubiera despertado antes. Pero notaba a Xena cansada, más de lo habitual. Había despertado de aquel extraño letargo de hacía dos meses consumida físicamente, como si su cuerpo se hubiera gastado a pasos acelerados, como si en vez de unos días inconsciente hubiera estado meses. Su voluntad seguía siendo la misma de siempre, pero no podía esperar que unos músculos cansados la obedecieran sin tregua. 21
  • 22. Reprimió el irracional temor que desde aquello la embargaba; ese miedo inconsciente a que, cada vez que Xena cerraba sus ojos, volviera a caer en el extraño letargo. Sacudió su cabeza para apartarlo de sí. Volvió V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m a permitirse ese pequeño regalo que se daba a sí misma y demoró despertar a la guerrera unos instantes, para perderse en su rostro dormido. Como siempre Xena tenía razón, habían hecho bien en detenerse, hiciera o no calor. Sonrió levemente. Esta mujer dormida a su lado. Su actitud solícita. Una Xena extraordinariamente cercana... en lo emocional. Lo notaba. Desde su despertar. Desde aquel claro en el bosque rodeada de bajuun, cuando todo lo creía perdido y su último pensamiento fue hacia ella, cuando hubiese querido... Tuvo el intenso deseo de acariciar su rostro, ahora, ya; deslizar la yema de sus dedos por esa piel, besar sus labios, acariciar su cabello. “Demonios”, se dijo, “me voy a derretir”. Nunca antes había experimentado tal ansia, no al menos tan franca y directa. Se llevó una mano a la boca. “¿Había deseado besar a Xena?”. Intentó alejarse. La medida de un pequeño paso. “Demonios, demonios, demonios...” - ¿Sueñas ahora despierta? Gabrielle parpadeó. - ¿Qué? Xena la observaba, acodada sobre la tierra. - Hola – Xena sonreía, divertida – ¿Estás ahí? Gabrielle intentó sonreír. Besar sus labios, acariciar su cabello. - Sí... ¡no!...Quiero decir sí a que estoy aquí, no a lo otro – se estaba liando– Sí, aquí. Hola. Estás despierta. - Sí – la miró con fingida seriedad – ¿Te importa? - No – frunció el ceño. Resopló. “Alejaos, pensamientos.” - Bueno, Gabrielle – Xena se desperezó – Qué te apetece hacer hoy. - ¿A mí? - No, a esa seta de ahí – la guerrera se apartó un mechón de cabello de la cara – ¿Seguro que tú estás despierta? - Sí – hizo un mohín. - Bueno, ¿entonces? 22
  • 23. Gabrielle se encogió de hombros. Últimamente Xena dejaba muchas decisiones a su cargo. La halagaba. La abrumaba. - No sé – dudó – ¿No hay ningún reino que proteger ni vida que V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m salvar? – sonrió. Xena se mordió ligeramente el labio inferior, fingiendo meditar. - No – decidió. - ¿Dragón que matar, príncipe que rescatar? - No. No. - ¿No hay que galopar sobre Argo como posesas? - No. - ¿Ni atender prodigiosos misterios o truculentos asuntos? - Diría que no. - Vaya – musitó Gabrielle, como si todo aquello fuese en serio – Deberíamos quejarnos al gremio, esto nos deja en dique seco. - No hay problema. Asaltaré a un incauto viajero, lo degollaré y lo saquearé. O viceversa. - Xena – reproche de Gabrielle, sin ninguna intención de que lo fuera. Esta Xena distinta a la que había conocido hace un año; esta Xena distinta... y cercana. Nunca antes había observado en ella la intención en los juegos de palabras, ni había mostrado una actitud tan... ligera. - Pesada. - ¿Cómo? - Digo que eres una pesada. No le des más vueltas, Gabrielle. Disfruta el momento. La próxima vez que estés en mitad de una refriega te acordarás de esto y pensarás “¿por qué no hice caso de las sabias palabras de mi amiga?”. Gabrielle asintió. Amiga. - Tienes razón – masajeó pensativamente su barbilla y se le iluminaron los ojos – ¿Sabes? A un cuarto de jornada de aquí hay un santuario dedicado a Calar, la diosa de la inspiración. Dicen que sus muros encierran los pergaminos de los primeros mitos y que todo aquel y aquella que lo visita recibe a cambio un suspiro de musa. 23
  • 24. - Pues vayamos – dijo Xena, sonriendo con sorna – No deben estar nada mal esos suspiros. Tú guías. ¿En serio? ¿Podemos ir? - Por supuesto. Ya te lo dije. O eso, o degollar incautos viajeros. - Bien – Gabrielle siguió a Xena con la mirada, mientras ésta se V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - alzaba para prepararse – Muy bien – murmuró. *** Estaba murmurando. Cuando se dio cuenta volvió a ladear la cabeza, intentando captar si había sido escuchada. Pero el Consejo estaba en plena ebullición. Decidían la total, absoluta aniquilación del ejército del tiyah, del demonio cuyas ansias de sangre eran infinitas. Como su dolor. 24
  • 25. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** Faltaban aún un par de leguas por cubrir hasta llegar al santuario que Gabrielle había mencionado cuando notaron aquel penetrante olor que les hizo sentir náuseas. Xena lo reconoció de inmediato. Cadáveres en descomposición. Cientos, por la intensidad de lo que se olía. Miró a Gabrielle, que frunció el ceño. - ¿Qué es, Xena? - Muerte, Gabrielle – habían estado caminando. Montó en Argo y aguzó sus sentidos –Al Norte, a poco de aquí – miró a Gabrielle – Quédate aquí, por favor. Veré qué es – y azuzó a la yegua. Gabrielle se la quedó mirando hasta que un recodo del camino se la tragó. Había algo que no encajaba, que la había hecho estremecerse. Rascó suavemente su mentón e intentó enganchar la sensación que tiraba de ella. Cuando lo hizo, cuando supo qué era aquello que había llamado su atención, sonrió estúpidamente. Xena jamás le había pedido “por favor” que hiciera nada. Normalmente esa petición se traducía en una orden imperativa. Volvió a sentir esa sensación en torno a todo lo que rodeaba a Xena y a ella; ese sentimiento inconcluso, que podía percibir apenas, pero que se transmutaba en una ráfaga de viento que se le escapaba de entre la yema 25
  • 26. de los dedos, como si siempre estuviera a punto de tocarla y darle nombre y siempre acabara escabulléndosele como el agua de un V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m riachuelo. *** Mebira captó el movimiento de Xena, como si estuviera incómoda, y sopesó la posibilidad de acercarse a ella y preguntarle si se encontraba bien. La observó fugazmente, avergonzada por mirar directamente a alguien que no podía saberse observada, que no podía devolver la mirada. Desechó entonces la idea de acercarse. Comprendía la incomodidad de la guerrera de Amphípolis. Acababan de decidir cómo acabar con el demonio, con aquella a la que Xena todavía recordaba como Gabrielle. No necesitaba a nadie ahora a su lado incomodándola. Dejó de mirarla y atendió a las palabras de Temar, la chamana de la tribu. Xena se había estremecido, sí, pero no por la razón que había pensado Mebira. De hecho, ni siquiera estaba escuchando ya lo que se decía en el Consejo, atrapada como estaba por el recuerdo. Recordaba con penosa nitidez el día que Gabrielle desapareció para dejar paso a ese tiyah. A ese demonio. *** Óxido. Sangre. Por todas partes. Sangre reciente. 26
  • 27. Sintió arcadas y se sintió enferma. Era un campo de batalla. Cientos de cuerpos se desparramaban a lo largo de una pradera, sucia de sangre y restos. Se tapó la boca y la nariz y se negó a adentrarse en aquel campo V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m de horror. “Tan parecido a los que tú dejabas tras de ti”, le dijo su conciencia. Por lo poco que pudo ver la batalla había sido cruenta y, lo que llamó poderosamente su atención, innecesariamente cruel. Muchos de los cuerpos presentaban mutilaciones impropias de un enfrentamiento, no podían haber sido hechas sin una voluntad consciente previa. - Tiyah. El susurro la puso en alerta. Llegaba de la ladera a sus pies. ¿Había alguien vivo? Desenvainó su espada y se puso alerta. Rastreó con la mirada la porción de terreno (y cadáveres) a sus pies. Empezó a descender lateralmente, apoyándose en la pierna, la espada por delante. Cuerpos abiertos en canal. Carne sanguinolenta. - Tiyah. El susurro otra vez. Aguantando las náuseas, se dejó resbalar. Un pequeño movimiento la alertó. Se acercó, con todos sus sentidos a flor de piel. Un pobre diablo seguía vivo, para su desgracia. Le habían arrancado los ojos y cercenado la nariz. Habían horadado su pecho. Se puso en tensión y una vaga sensación de inquietud la recorrió por entero. - ¿Quién te hizo esto? – examinó las heridas. No tardaría en morir. El guerrero giró la cabeza hacia donde escuchó la voz. Tenía los labios resecos. - Tiyah – susurró. Xena entendió ahora el término. Significaba “demonio” en tusc arcaico. ¿Un tuscaniano por estas tierras? Estaba muy lejos de su hogar, al menos a 30 jornadas a caballo. ¿Qué estaba haciendo aquí? Miró a su alrededor, los ropajes, las enseñas sucias de sangre. Un ejército tuscaniano. Se inclinó sobre el moribundo y tocó su frente. No podía hacer nada por él. - Saabeh actioi – susurró Xena. Si tenía que morir tan lejos de los suyos, que al menos escuchara la lengua de su hogar. “Saluda a la luz”, le había dicho, una frase ritual en su cultura ante la muerte. 27
  • 28. Conocía el reino de Tuscaan, había pasado por allí en un par de ocasiones, hacía mucho. “Saluda a la luz”, aunque había sido la oscuridad quien al parecer lo había dejado en ese estado. El V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m tuscaniano inició un gesto inconexo de su mano y Xena se acercó aún más. El guerrero trazó una breve parrafada que heló la sangre de su corazón. Una historia de horror que el tuscaniano terminó con una frase: “Nacte tiyah.” Mata al demonio. Xena abandonó el campo de batalla con suma inquietud. Sería mejor estar junto a Gabrielle lo antes posible. No le había gustado aquella historia, ni lo que había visto. Un demonio milenario vagabundeando de alma en alma, a través de los tiempos, a través de las vidas de otros. Una maldición en forma de bestia que anidaba en cuerpos ajenos, devorando sus corazones, borrando todo rastro de sí mismos. Usmah, el nombre del demonio, del tiyah corrupto, había anidado en su última víctima, reuniendo una infame horda de asesinos que asolaba las tierras por donde pasaban. La última de ellas, Tuscaan, el reino del rey Acromanón, arrasada hasta los cimientos. Un ejército que persigue al demonio, un ejército que muere al completo en una llanura a 30 jornadas a caballo de su hogar. - Ect ebain unmp tiyah – Xena pareció ver una sonrisa en el rostro agonizante del guerrero tuscaniano cuando lo dijo: “Herimos al demonio con una flecha envenenada”. Pero a ella se le heló cuando el tuscaniano terminó su parrafada: “Buscará un nuevo alojamiento, buscará un nuevo cuerpo antes de morir. Da con él. Nacte tiyah”. Xena dio con él. Con ella. 28
  • 29. *** - ¿Gabrielle? – Xena giró sobre sí misma, mirando frenéticamente a V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m un lado y a otro. No estaba donde la había dejado – ¡Gabrielle! – gritó. Nada. Recorrió el camino en ambas direcciones. Se adentró en el bosque cercano. Fue allí donde halló la tela rasgada. La tierra removida. El rastro de sangre. Sintió una gran inquietud. La tela era de la ropa de Gabrielle. ¿La sangre? Era fresca. ¿Gabrielle? No podía saber si esa sangre era de ella. Rogó a los dioses porque no fuera así. Ni siquiera se percató de esa nueva debilidad en ella. Jamás rogaba a los dioses. Los combatía y punto. Inspeccionó el lugar. Huellas de dos personas. Las de menor tamaño, dioses, eran de Gabrielle. El talón arrastrado. Halló un pequeño rastro de sangre junto a las más grandes. Recogió parte de ese rastro con los dedos y lo olió. Veneno. Esta sangre estaba envenenada. Se le retorció el estómago. La otra sangre era, pues, de Gabrielle. Siguió el rastro de la sangre envenenada y descifró así el camino del demonio herido. El rastro partía de la llanura plagada de cadáveres. Al principio había corrido. Las huellas en la tierra eran amplias e imperfectas, bruscas. Después, había dejado de correr. El contorno de las pisadas era más nítido. Al final se había arrastrado. El surco en la tierra. Tras los arbustos. A menos de 50 metros del camino. De Gabrielle. Apretó el trozo de tela y aspiró aire con fuerza, la frente perlada de sudor. Volvió al lugar donde había hallado la tela rasgada y la sangre. Intensificó la inspección. El demonio había escapado herido de muerte de la llanura. Había llegado hasta Gabrielle. ¿Y después? El árbol. En la corteza. Se acercó. Más sangre. Sin veneno. Un diminuto rastro a sus pies. Huellas, de dos personas. El corazón se le aceleró. Las huellas más pequeñas dejaban un surco de arrastre, las otras eran más profundas. La arrastró. ¿Viva? La respiración se precipitó en sus pulmones. Debía calmarse. Unos metros más allá halló el cuerpo. 29
  • 30. Un hombre con armadura, boca abajo, tras unos matorrales. Su cuerpo presentaba diversas laceraciones. Entre ellas, la de una flecha. Veneno. Le dio la vuelta. Su boca se torcía en un grotesco rictus, los ojos V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m abiertos, oscuros y vacíos. “Sin alma”, pensó Xena, sintiendo un estremecimiento. ¿Era éste, pues, el tiyah del que había hablado el tuscaniano moribundo? “No”, pensó, sintiendo un estremecimiento. Ya no. Ahora sólo era su penúltima víctima, su penúltima morada. Dos cosas habían llamado su atención, helándole la sangre. Una, un tatuaje ya cicatrizado en el omoplato derecho del cuerpo, trazando un nombre, Usmah. La otra, la peor, un mechón de cabellos rubios en su mano izquierda. El demonio errante había encontrado un nuevo recipiente. *** Buscó a Gabrielle durante semanas, pero fue como si se la hubiera tragado la tierra. En su desesperación acudió a nigromantes y augures, pero nada le dijeron. Un gesto de terror dibujaba sus miradas en cuanto vertían su saber sobre el mechón de pelo pajizo y la tela rasgada que les llevaba. Palidecían ante el halo oscuro que emanaba de ellos. Al final pronunciaban una sola palabra, la única que la guerrera de Amphípolis no quería oír pero hacia la cual se encaminaba. Demonio. Semanas después supo de ella. Escuchó hablar de un ejército acaudillado por una mujer que había aniquilado a un pequeño clan de amazonas pertenecientes al territorio del Este, pero no fue eso lo que le puso en guardia. Lo que lo hizo fue el rumor acerca de un pequeño detalle: la mujer lucía un tatuaje en su omoplato derecho. Usmah. 30
  • 31. Se dirigió hacia los territorios del Este y por el camino fue sabiendo V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m de los numerosos ataques de la guerrera demoníaca, cómo ampliaba su horda de asesinos impíos. Cómo mataba. Escuchó historias acerca de su crueldad, incluso hacia su propia tropa, unos guerreros que cumplían sin vacilación sus órdenes, con sanguinario deleite. Escuchó que la mujer que los guiaba era inusualmente joven. Y que su pelo era rubio pajizo. Llegó así al territorio del Este. Fue conducida ante Domila. Les ofreció su ayuda. La regente conocía a Xena de sus tiempos de Señor de la Guerra, había oído hablar de sus actos de redención. De acuerdo, pero siempre bajo sus órdenes. El territorio bullía de actividad. Estaban en plena alerta, las emisarias eran enviadas a los cuatro confines con órdenes precisas. Varios grupos del clan habían sido atacados y aniquilados. Los relatos de las supervivientes eran espeluznantes. Xena portaba consigo su propio miedo, su corazón deshecho y una única intención. Si Domila tuviera conocimiento de lo que realmente Xena pretendía la hubiera expulsado o, directamente, ejecutado. Domila ignoraba que Xena sospechaba de la identidad de la guerrera que atacaba sus tierras. Domila ignoraba que, mientras la militiane del clan trazaba la estrategia del ataque, la guerrera de Amphípolis preparaba la suya propia. Domila ignoraba que Xena quería salvar a su peor enemigo. La ignorancia que ambas compartían era cómo. *** 31
  • 32. La primera batalla coordinada contra el ejército del tiyah se inició de madrugada, bajo una intensa lluvia que embarró los caminos y tiñó la jornada de negros augurios. Las amazonas avanzaron bajo una cortina de V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m agua que atronaba sobre ellas con implacable perseverancia. Las milicias amazonas, estructuradas según los distintos grupos del territorio del Este, partieron hacia el valle de Miriahdis, donde las ojeadoras habían localizado al ejército enemigo. Xena cabalgaba sobre Argo, escoltada por un flanco de amazonas arqueras y una sección de guerreras con lanzas. Una de las arqueras se le había pegado como una lapa, una joven llamada Corice, que al parecer rendía pleitesía a su pasado guerrero. Le dolía percibir esa admiración, obtenida por algo que le asqueaba. Por otro lado, la juventud de la arquera, su entusiasmo y su ciega admiración le recordaban irremediablemente a Gabrielle. Deseó llegar de una vez al valle. Cuando lo hizo, deseó no haberlo hecho nunca. Había dejado de llover, pero el terreno permanecía embarrado y, por lo tanto, molesto para las monturas y dificultoso para las secciones que iban a pie. Algunas amazonas desmontaron y los caballos fueron llevados a la retaguardia, donde no retrasaran tanto el avance. Cuando por fin Xena avistó el angosto paso, su agudo instinto la alertó de inmediato, pero no supo definir el peligro. La garganta era más cerrada de lo que hubiera sido deseable, pero Mebira había tenido en cuenta esa circunstancia y había desplegado secciones que avanzaban por la parte superior del barranco, tratando de evitar así una emboscada. Poco a poco fueron entrando en la quebrada, avanzando en silencio, alertas. Los únicos sonidos eran el susurro del cuero y la tela, el entrechocar de los metales, los pasos enfangados y los inquietos relinchos de las monturas. A Xena le preocupaba tanto silencio y su instinto le hacía mirar constantemente hacia arriba. 32
  • 33. Por ello, fue de las primeras que vio caer los primeros cuerpos en llamas sobre ellas, tras los espeluznantes chillidos de dolor. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m A partir de ese momento, todo fue a peor. *** Los guerreros del tiyah obedecieron ciegamente sus órdenes. Embadurnados de aceite, terminaron de colgar los odres repletos de la misma sustancia a sus cuellos y esperaron la señal de su caudilla. Cuando la dio, sus compañeros acercaron las antorchas a sus cuerpos y empezaron a arder en el acto. Con espantosos alaridos salieron de sus escondites y corrieron hacia las amazonas que avanzaban en paralelo sobre la parte alta de la garganta. Los suicidas, ardiendo como teas humanas, se abalanzaron sobre ellas y la sorpresa del momento fue la perdición de muchas. Los guerreros se lanzaron sobre ellas y las arrastraron en un abrazo mortal hacia el borde del precipicio, saltando sin vacilación junto a su desgraciada presa. Los cuerpos de los inmolados y sus víctimas cayeron por docenas sobre las amazonas en el valle. Al hacerlo reventaban los odres llenos de aceite que portaban al cuello, expandiéndose entonces una mortal llamarada sobre las amazonas. Sus gritos se mezclaron con unos chillidos espantosos que venían desde la retaguardia y que no fueron suficiente 33
  • 34. para preparar a las amazonas ante la enloquecida embestida de toda una legión de caballos ardiendo vivos que corrían hacia ellas, quemándolas, derribándolas, aplastándolas. Sus propios caballos. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Los guerreros tiyah habían cerrado la retaguardia. Fue entonces, en semejante desbandada, cuando todo un ejército surgió ante ellas, a sus pies. Cientos de guerreros cubiertos de barro se alzaron de la tierra que les había servido de escondrijo; otros saltaron desde los árboles, muchos avanzaban al galope desde el frente. Decenas de amazonas habían muerto ya quemadas o aplastadas por las monturas aterrorizadas. Las que quedaron en pie se enfrentaron a una pesadilla. Xena había logrado esquivar los cuerpos ardiendo, tanto humanos como equinos. Su brazo derecho había sufrido quemaduras, pero había tenido suerte. El ejército amazona estaba descolocado, la contundencia e irracionalidad del ataque lo había partido en dos. Escucharía en sueños durante mucho tiempo los alaridos de agonía de las que se quemaban vivas, los gritos de odio de los suicidas, los relinchos desesperados. Todo era ruido, gritos y confusión. Vio a las figuras embarradas arremeter con furia contra las amazonas y vio a la tropa enemiga a caballo que se acercaba por el frente. Estaban perdidas. Ahora sólo se trataba de ver cuánto tiempo pasaría hasta que Domila ordenara la retirada. Aquí acababa la estrategia de la militiane que había seguido; ahora le tocaba a ella ejecutar la suya propia. Encontrarla. *** 34
  • 35. Le dolía el costado. No podía oír con claridad, uno de los golpes le había dejado momentáneamente sorda. Creía tener rota la mandíbula y sólo esperaba que la textura que se había tragado fuera sangre y no un V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m trozo de su propia lengua. Notaba movimiento a su alrededor y no tenía duda que estaba siendo transportada atravesada como un fardo sobre un caballo, atada de pies y manos, con los ojos vendados. Le habían partido los dedos de las manos y le dolían tanto como eso. Xena empezaba a recordar cómo había acabado así. *** Olía a carne quemada, los gritos helaban la sangre. Todo estaba perdido. Lo primero que hizo fue desmontar y palmear a Argo para que abandonara el valle. La yegua lo haría sin ninguna otra indicación. Xena intentó localizar a Corice, pero no la vio entre tanta confusión. Escrutó la maraña de cuerpos que luchaban y trató de distinguir a la guerrera de pelo pajizo que habían descrito como el tiyah. Por un instante pensó cómo reaccionaría si sus sospechas se cumplían y el demonio fuese Gabrielle (algo de lo que estaba casi totalmente convencida, por otra 35
  • 36. parte). Antes, el control sobre todo lo que le concernía era férreo, jamás dudaba. De un tiempo a esta parte sólo lograba dudar. Tuvo que dejar sus cavilaciones para más tarde, empuñar su espada y V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m defenderse del ataque de los guerreros tiyah. No mucho después Domila ordenó la retirada. Las amazonas empezaron a retirarse, pero Xena no abandonó su posición. La había visto. Una figura inusualmente pequeña para ser una caudilla guerrera, enfundada en una armadura cobriza, a lomos de un caballo gris. Portaba una máscara de cuero, por lo que no pudo ver su rostro. Peleaba de forma inhumana, atravesando con furia a sus contrincantes. Luchaba con una ira palpable hasta en la lejanía. Xena intentó abrirse paso hasta ella, pero los guerreros enemigos asemejaban un goteo inagotable. Además, las amazonas se retiraban y ella debía decidir. Atrás o quedarse. Miró a la pequeña figura y su intuición tomó la decisión por ella. Quedarse. La quemadura del brazo le dolía. 36
  • 37. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** Se detuvieron, la bajaron del caballo sin ningún miramiento. Ruido de campamento. Permaneció en el suelo, sin que nadie se ocupara de ella, un largo espacio de tiempo. Gritos marcando órdenes. Cascos de caballerías. De pronto, una voz femenina, “Llévala a la tienda”. Y una masculina, “Ya habéis oído a Dosha”. La arrastraron y por fin la dejaron en el suelo. Empezaba a oír mejor. Por lo que percibía, estaba en el interior de una tienda. Y había alguien más allí. *** 37
  • 38. La rodearon cinco guerreros y ya no podía más. La habían logrado arrinconar contra un árbol. Estaba agotada. Y sola. Los guerreros del V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m tiyah empezaban a rematar a las amazonas heridas en la batalla y que no habían podido huir. Sabía que la estaba observando. Lo había estado haciendo desde que había derribado a aquel gigantón y cogido su montura. Una vez sobre el caballo, se había dirigido a todo galope hacia ella, pero no se le había podido acercar mucho. Una legión de guerreros le cortó el paso y acabaron derribándola a su vez. Pero había captado su atención, y la observaba desde entonces. Lo único que esperaba es que eso fuese suficiente, pero en ese momento, agotada y sangrando, rodeada de enemigos armados, empezó a dudar de todo. Alzó su espada por enésima vez, trazando un arco frente a sí. Desde luego, no los asustó. La atacaban de uno en uno, pero era peor. La agotaban. Se sentía débil y ellos eran muchos. Demasiados. Aguantó cuantas embestidas pudo, lanzando una y otra vez la espada. Respiraba con dificultad y el sudor bañaba todo su cuerpo. Temía que ello hiciera resbalar la empuñadura de su espada de su mano. No fue así, pero el error no tardó en llegar. Su rodilla le falló en el peor momento y uno de los guerreros aprovechó para golpearle con la parte plana de su espada en el lateral de la cabeza, ensordeciéndola y provocándole una momentánea desorientación. El mismo guerrero golpeó de nuevo con el puño de la espada. Su mandíbula crujió. Xena reculó, pero no llegó a caer. Con el rabillo del ojo vio a uno de ellos alzar la espada sobre su cabeza. La iba a matar. Con esfuerzo, la guerrera giró para mirar hacia donde estaba la mujer guerrera de la máscara de cuero. Si se había equivocado era el fin. Si no, también pudiera serlo. Apenas sintió miedo. Sólo pena, una inmensa pena, que no era del todo por ella sola. Al fin y al cabo, siempre pensó que moriría así, bajo el filo de una espada. No podía hacer más. Sostuvo entonces con firmeza la mirada hacia la mujer y vio que ésta, en el último momento, azuzaba a su caballo en su 38
  • 39. dirección. La vio ladear la cabeza cuando llegó frente a ella. El guerrero esperaba una señal. Xena miró a los ojos de la guerrera. Verdes. “Por todos los dioses”, pensó, sintiendo un vahído. ¿Gabrielle? – pronunció el nombre con dificultad a través del V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - dolor de su mandíbula maltrecha. La mujer guerrera no dio señal de haberla oído, pero sostuvo su mirada. Xena inspiró con fuerza y pronunció de nuevo su nombre. - Gabrielle. De pronto, la guerrera de la máscara desmontó de su caballo y sus guerreros se apartaron a su paso. Llegó hasta Xena y se plantó frente a ella. Pareció estudiarla con detenimiento. Después, con un rápido gesto, se llevó una mano a la cara y retiró la máscara que cubría su rostro. Era una mujer joven, de pelo corto y pajizo, con una pequeña cicatriz que le cruzaba el mentón. Con los ojos verdes. - Partidle las manos – ordenó Gabrielle – Y llevadla al campamento. Xena perdió el conocimiento cuando los guerreros cumplieron la orden. Pero antes de sumirse en la oscuridad de la inconsciencia sintió dos cosas: alivio y miedo. La había encontrado. 39
  • 40. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m *** Empezaba a oír mejor, al menos ya no tenía ese agudo pitido dentro de su cabeza. Los dedos seguían doliéndole, y la mandíbula, y la quemadura del brazo. Y el alma. La desorientación cesó y se obligó a imponer la sangre fría sobre las emociones. Todavía llevaba los ojos vendados, pero sabía que estaba en su tienda. Notaba ambos pies y manos prisioneros del hierro de unos grilletes. Tiró de uno de sus pies y, por la resistencia que halló, supo que estaba encadenada a algo fijo, tal vez a una argolla clavada en el suelo. Seguía notando, también, la presencia de la otra persona en la tienda. Sabía que era una tienda porque había rozado con la recia tela al ser introducida dentro y los sonidos del exterior le llegaban embozados. Aguardó, expectante, pues ni se podía mover más ni hablar. Un vendaje cubría la parte inferior de su rostro. La persona que había en la tienda hizo un pequeño movimiento. Alguien más entró y ladró una orden. - Fuera. La voz de Gabrielle. Un tono más grave, un tono más oscura, pero su voz. Se quedó a solas con ella. Pasó un largo rato sin que se moviera o dijera nada. Parecía haberse olvidado de su presencia, tirada en el suelo. Decidió arriesgarse y le dio a conocer su consciencia moviéndose un poco. Esperó su reacción, pero no llegó. Sin embargo, no tardó en hacerlo cuando se movió de nuevo. El filo de una daga fue presionado contra su garganta. Se había situado a su espalda con total sigilo. Aguardó, pero Gabrielle no hizo nada. Quiso volver a pronunciar su 40
  • 41. nombre, pero su mandíbula ya no se lo permitió. En su lugar emitió un sonido gutural, un murmullo que apenas atravesó el apósito que cubría la parte inferior de su cara. Parece que su murmullo la hizo reaccionar. Con V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m brusquedad le quitó la venda de los ojos y la hizo girar hacia ella sin ninguna consideración, al tiempo que llamaba a su lugarteniente. - ¡Dosha! Xena parpadeó y trató de acostumbrar a sus ojos de nuevo a la luz. Tenía el rostro de Gabrielle a apenas unos centímetros del suyo. - ¿Llamabas? – la guerrera llamada Dosha entró en la tienda. Gabrielle no apartó la mirada de la de Xena. Ésta se estremeció ante la dureza de sus ojos. - Llama al sanador y que se ocupe de cambiar estas vendas. - Sí, Usmah. “Usmah”, pensó Xena con desasosiego. Sus sospechas se habían confirmado. La historia del tuscaniano moribundo cobraba ahora toda su veracidad. El demonio errante y los cuerpos que le servían de recipiente. La parte que el guerrero de Tuscaan no le pudo contar fue por qué escogió a Gabrielle. Por qué a ella. La presa fácil. Acababa de ser herido. Había podido, no obstante, alcanzar al arquero que lo había herido y sólo después de haberlo despedazado lo lamentó. Tendría que buscar un cuerpo, lo antes posible. La batalla tocaba a su fin. Su ejército, o lo que de él quedaba, había emprendido la persecución de lo que quedaba del ejército tuscaniano. En la llanura sólo quedaban los muertos y los agonizantes. No le servían. Pero entonces la percibió. La presa fácil. En realidad había dos, pero la otra emanaba demasiada fuerza como para poder enfrentarse a ella, débil como ya estaba por la flecha envenenada. Gabrielle, en un principio, trató de auxiliar al guerrero herido que vio salir de la espesura, pero su alma pura intuyó la oscuridad y se puso alerta. Trató de defenderse e hizo brotar en un par de ocasiones 41
  • 42. la sangre de su atacante. Pero acabó venciendo el demonio, que atrapó su esencia y la deshizo entre sus garras oscuras. Gabrielle despareció y en su lugar Usmah, el demonio errante, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m renació poderoso con un nuevo cuerpo. Retomó con él entonces el camino de la desolación, formando un nuevo ejército. Su alma sabía a sangre. *** Xena no podía apartar los ojos de Gabrielle. Se dio cuenta de que toda su estrategia acababa aquí. Sólo había pensado en llegar hasta ella y ahora que lo había hecho no podía anticipar el siguiente paso. Sabía que debía recuperarla, claro, pero no cómo. - Te conozco – le dijo Gabrielle. Xena sintió una punzada. Sus ojos brillaron. - Percibí tu alma en aquella llanura, en el campo de batalla – el brillo en los ojos de Xena se apagó. “¿No la reconocía?” – Un alma guerrera, muy poderosa. Te he visto pelear. Eres excelente en el manejo de la espada. Muy elástica y contundente en los golpes – Gabrielle sonreía tenuemente. Su voz era acerada, sin ninguna inflexión. Un tono que Xena calificaba como peligroso – Manejas el hierro como una prolongación de ti misma. Matas certeramente. No sé por qué quiero que estés aquí – sonrió –, pero estarás hasta que me canse. Puede que después te mate, beba tu sangre y pruebe tu carne. Amo a los buenos guerreros... y guerreras. 42 Comentario [yo1]:
  • 43. Alguien entró en la tienda. Olía a ungüentos. El sanador. Gabrielle no apartó la mirada de Xena. - Procura ser una buena distracción, me canso pronto de las V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m novedades – y se alzó con ligereza, dejando paso al sanador. *** El Consejo ultimaba los detalles del plan a ejecutar contra el tiyah. La primera incursión había acabado en desastre para ellas, pero esta vez no podían fallar. El demonio, cuyo cuerpo mortal estaría previamente debilitado por una serie de heridas que se le inflingirían, sería atraído hacia la gruta donde tendría lugar la ceremonia de destrucción, una gruta donde le aguardarían las doce chamanes encargadas del ritual. Éste se iniciaría con un rito de ocultación, un manto de oscuridad que silenciaría la presencia de sus almas al demonio errante. Era, con mucho, la parte más débil de la acción. Las doce chamanes implicadas tenían el poder suficiente como para ocultar su presencia espiritual al intuitivo demonio, pero no lograban acertar con el cebo adecuado que lograra captar su atención en el momento más crítico, cuando, sabedor de la muerte inminente del cuerpo que habitaba, buscara en su entorno el próximo que le cobijara. El resto de la acción estaba precisa y minuciosamente establecida. Cada parte del plan era como una pequeña pieza engarzada cuyo único objetivo era el de llevar al demoníaco ser hasta la gruta. La pieza principal residía en la resistencia del cordón de guerreras amazonas que se desplegaría, como un corredor humano, desde la posición del tiyah hasta la desembocadura de la gruta. Obviamente, esa posición debía ser ganada a pulso. Amazona a amazona. El demonio se haría rodear de sus más feroces guerreros, y no sería fácil franquearlos y ganar la posición. El plan contemplaba que el corredor amazona avanzara hasta alcanzar una posición sólida en torno al demonio y se mantuviera 43
  • 44. allí durante todo el proceso. Unas guardaespaldas que en nada querían su bien, todo lo contrario. El siguiente paso consistiría en asetear al demonio en siete partes V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m concretas de su cuerpo, señaladas específicamente por la sanadora real, y cuya principal función era herirlo de muerte, pero no matarlo, no al menos hasta que se ejecutara la tercera parte. El cordón de amazonas, compuesta por guerreras de probada resistencia, tenía como objetivo prever cualquier intento del demonio herido de ocupar el cuerpo de algunos de sus guerreros o de incluso alguna amazona. Las amazonas contaban con un amuleto preparado expresamente por las doce chamanes que podía servir de barrera contra el poder del tiyah, pero todas eran conscientes de la fragilidad de la magia chamán encerrada en un pequeño amuleto colgado al cuello frente a un demonio como Usmah. Contaban así, rogaban, que la concurrencia de todas las circunstancias (amazonas preparadas, amuleto, demonio herido), empujarían al demonio agonizante a buscar un receptáculo más fácil. Las amazonas del cordón humano tenían unas órdenes incuestionables: matar, acabar con toda vida alrededor del demonio. Aunque fuese la propia. Si el alma corrupta del demonio hallaba un nuevo recipiente sano, todo empezaría de nuevo. Y aún se hallaban recientes los ecos de los gritos de las amazonas inmoladas en el valle de Miriahdis. Las amazonas esperaban que el demonio, urgido por la necesidad de un nuevo cuerpo, empujado por el metódico hostigamiento del cordón amazona, que funcionaría como un émbolo hacia una única dirección, se viera impelido a actuar tal y como se había planeado: hacia esa única dirección, la gruta. Y en la gruta era donde confluía la parte más débil del plan. Allí era donde había que proporcionarle una esperanza, un nuevo cuerpo donde habitar que sustituyera al agonizante. Justo en esta parte del plan fue cuando Xena, sin alzarse ni alzar la voz, sentada en el mismo rincón desde el cual había seguido en silencio el plan detallado del Consejo, dijo: - Yo seré ese cuerpo. 44
  • 45. Mebira se agitó, intranquila, escudriñando la expresión de Xena. No pudo leer nada en ella. Por qué tú, Xena – reclamó la reina Domila. - Me conoce, sabe de mi alma. Ya intuyó mi presencia en la anterior V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - ocasión... – su voz perdió un ápice de tono, pero lo recuperó tan pronto que apenas sí ninguna de las presentes reparó en ello –... en que logró el cuerpo del que ahora es portador. En mi cautiverio me dijo que me había intuido, pero deduzco que mi fortaleza le hizo decidirse por la otra persona – “Otra persona”, gritó su mente, “Gabrielle”. - ¿Crees que te reconocerá? - Sin duda. - Pero tu ceguera... - No digo que desee mi cuerpo para habitarlo. Sólo que se sentirá atraído por mí. Domila frunció el ceño y pareció querer replicar, pero silenció lo que quiso decir. La sanadora le había informado de las terribles heridas que había tenido que curar en Xena... y lo que más allá de lo puramente físico implicaba. Intuía así que Xena no andaba del todo errada, si bien no le gustaba. Pero no había más opción. Ya lo habían discutido durante horas. El cebo que precisaban. Xena. Giró hacia las representantes del resto de clanes y hacia las chamanas. Todas asintieron. - De acuerdo – carraspeó – Aguardarás en la cueva. Una vez el demonio haya entrado en ella procura atraerlo hacia el centro. Las chamanas te indicarán dónde. Una vez se haya formado en círculo deberás abandonarlo inmediatamente, abandonar la gruta. ¿Comprendes? Xena asintió. Comprendía. 45
  • 46. El Consejo había concluido. Xena rechazó la ayuda de Corice y se fue sola hasta su cabaña. El Consejo había emitido su unánime decisión: aniquilar al tiyah, V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m atrapado el demonio en un arco de poder conjurado por las chamanas. Para ello, antes debían acabar con su ejército. Para ello, también debían acabar con el cuerpo que le servía de recipiente. Xena le había dicho a Domila que comprendía. Esperaba que ella lo hiciera también si todo salía como la guerrera había planeado. Implicaba su traición al clan amazona. Un estigma. De nuevo. Pero no había peor estigma que la huella de Gabrielle muerta en su corazón. *** 46
  • 47. Sus dedos y su mandíbula iniciaron un lento proceso de curación. Permanecía encadenada en la tienda de Gabrielle, pero en dos días no se había acercado a ella ni Xena había pronunciado palabra alguna. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Durante esos dos días Gabrielle (se negaba a considerarla como Usmah) parecía seguir con lo que era su rutina, ignorándola por completo. Gabrielle, o al menos la que ella había conocido como Gabrielle, se comportaba con total indiferencia hacia su persona. Durante eso dos primeros días Xena pudo observarla detenidamente. Era Gabrielle, su cuerpo al menos, pero no su esencia, no su yo. Su luz. Incluso hasta su físico acusaba la transformación de su interior. Su cuerpo se había angulado, endurecido, en sus brazos se marcaban los músculos y las cicatrices. En su omoplato derecho, un infame tatuaje que representaba al demonio Usmah. Había cortado su cabello, tenía una cicatriz en el mentón y observó, al segundo día, que le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda. Presentaba heridas propias de una guerrera y también se comportaba como tal. Era brusca, inflexible y sumamente cruel. Y también muy promiscua. Xena lo comprobó durante la primera noche, para su turbación. El demonio daba rienda suelta a sus instintos sirviéndose del cuerpo de Gabrielle. Esa noche Xena descubrió algo inaudito: no soportaba ver a Gabrielle con otra persona, por mucho que, realmente, no fuera ella. En su interior, una y otra vez, no hacía más que repetirse que esa no era Gabrielle, pero no lograba desprenderse de la dolorosa sensación de... ira, celos y traición. Tuvo que hacer acopio de todo su sentido común para apartar de sí esos sentimientos que amenazaban expandirse sobre ella y envolverla en un manto de amargura. Allí no estaba Gabrielle, sólo Usmah. Pero le costaba mucho asumirlo racionalmente. Al segundo día de su captura por el ejército tiyah Gabrielle entró en la tienda tras haber estado todo el día fuera. Por los ruidos y las palabras 47
  • 48. que había escuchado al amanecer ésta había conducido a su ejército hacia otro combate. Gabrielle entró en la tienda arrojando su máscara contra el suelo. A V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m diferencia de los dos días anteriores esa noche se dirigió directamente hacia ella y, sin darle tiempo a reaccionar, le propinó una fuerte patada en el costado. Xena acusó el golpe pero no dejó de mirarla directamente a los ojos. Sorprendentemente, eso fue lo que hizo que Gabrielle le hablara. Se despojó con un solo movimiento de la armadura y se acuclilló frente a ella. Tenía una mirada febril y rastros de sangre por doquier. - Eres impertinente – sacó su daga y la colocó en la garganta de Xena – y el Tártaro está lleno de ellos. – apartó la daga. Xena se fijó que también en su filo había sangre, sangre seca – Tus amazonas pelean bien, pero no lo suficiente. Se han replegado de nuevo. Supongo que volverán. Conozco a las amazonas. ¿A qué sabe una amazona?– dijo bruscamente – ¿Tú lo sabes? Xena no contestó. - Si no tuvieras lengua tendrías una auténtica razón para no hablar – siseó Gabrielle y le mostró la daga, haciéndola girar ante sus ojos. Xena tomó buena nota de su afición por las dagas. Carraspeó. Aclarándose la garganta, aclarándose el juicio de todos lo susurros de su corazón. - Las amazonas son valientes. No cejarán hasta derrotarte – replicó, no sin cierta dificultad. El sanador le había dicho que su mandíbula no estaba rota. Sólo lo suficientemente magullada como para hacerle aullar de dolor si mascara comida sólida. No había dicho nada acerca de hablar, pero ahora lo estaba comprobando. - Sigues mostrándote arrogante – fue la réplica de Gabrielle. Desvió ligeramente la mirada hacia la mano que sostenía la daga y recorrió con ella, como por descuido, la piel de la pierna de Xena. – Me gustan los retos. - Gabrielle... 48
  • 49. Un fuerte golpe con la empuñadura de la daga en un rápido movimiento impulsó su cabeza hacia atrás con violencia. Xena emitió un leve quejido. Al menos no había sido en la mandíbula. Mi nombre es Usmah, guerrera. No conozco a esa Gabrielle. No V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - hagas que me enfade – cambió el iris de su mirada y se tornó oscuro, fiero – Eres una pieza de mi posesión. Me perteneces. E igual que te he tomado, te puedo dejar. Muerta, por supuesto – frunció el ceño – ¿Deseas morir, guerrera? - Mi nombre es Xena. Ahora el golpe le alcanzó en el costado de la patada. - Tu nombre no me importa. Tu vida tampoco. No lo olvides. Se alzó bruscamente y se alejó de ella. Por largo rato pareció olvidarse de nuevo de que ella estaba allí. La vio desnudarse, pero esta vez no llamó a la guerrera llamada Dosha para que la bañara como había hecho el día anterior... ni para lo que aconteció después. Por pudor había apartado la mirada. Si recuperaba a Gabrielle... Debía urdir un plan, pensar en algo. Y rápido. Una vez se hubo aseado y vestido, Gabrielle dio una voz y un par de sirvientes entraron portando comida y bebida. Gabrielle los despidió con un gesto y se sirvió una copa. Entonces volvió a reparar en ella. Se acercó con la copa en la mano. Xena pudo ver con detalle el exquisito repujado, los adornos de piedras preciosas. Botín de guerra. - ¿Te ha dado alguien de comer? – inquirió. - No. - Por supuesto. Ello habría significado que alguien amanecería mañana colgado de un palo – sonrió sin felicidad. A Xena se le removió el estómago. Gabrielle miró las manos vendadas de Xena. - Te alcanzaré una porción de carne asada. Si te quito las argollas de tus antebrazos, ¿me atacarás? – había un cierto tono divertido en su voz. - No. - No tendrías éxito, de todos modos. - Tampoco lo deseo. 49
  • 50. Gabrielle arqueó una ceja, evidentemente sorprendida. - Vaya, eres una mujer sorprendente – se acercó a una mesa y cogió una pequeña llave. Abrió con ella los cierres que aprisionaban los V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m brazos de Xena y tiró las argollas lejos de sí – No hay servilismo en tus palabras. Serías una buena guerrera a mi servicio. - No eres la primera que me lo propone. - ¿Y la respuesta es...? - No. - Por supuesto. No había servilismo en tus palabras – repitió, como si quisiera remarcar su impresión –. Por lo que, ahora, habrá que averiguar qué es. Xena le lanzó una mirada interrogadora, pero no obtuvo respuesta. Sea lo que fuere lo que pasara por la mente de Gabrielle, no lo iba a compartir con ella. Le alargó la copa que llevaba entre las manos. - Bebe. Xena miró la copa. - No. Gracias. - La última persona que rechazó algo de mí adorna con su piel el campamento – hizo una pausa – y tú lo has hecho dos veces en breve tiempo. ¿Crees que debería degollarte? - No creo que mi opinión te importe. Harás lo que quieras – sus palabras eran torpes y lentas, dificultadas por la mandíbula herida, pero su pensamiento, su mente, trataba de correr todo lo que podía. Trataba de anticipar, de prever, de construir algo a lo que pudiera agarrarse y continuar. Por ahora parecía haber logrado salvar la sospecha de una sumisión inmediata que podría no haber sido del agrado de la Gabrielle que tenía ante sí. Parecían gustarle más los retos. Y Xena esperaba serlo. - Sí, tienes razón – Gabrielle sonrió con crueldad. Xena no se acostumbraba. Tampoco a la siniestra mirada de sus ojos. Quería cogerla de la mano y sacarla de allí a rastras; quería que volviera a ser ella. Se estaba permitiendo soñar. Y no era prudente. Gabrielle volvió a sonreír – Al menos no pareces una necia redomada como esos patanes que pueblan mi ejército. 50
  • 51. - Tu lugarteniente no parece una ignorante. Gabrielle echó la cabeza atrás cuando una risa corta y cruel la sacudió. - Dosha, Dosha – canturreó – Acabaré comiéndomela. O V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m quemándola. Me harta su ciega devoción. No soy muy paciente. Y ella hace tiempo que dejó de ser un reto. No es más que un saco de fidelidad perruna. - Cualquier caudillo buscaría esa cualidad en sus guerreros. - Yo no soy cualquier caudillo – bebió un largo trago de su copa. Se giró y fue a coger un trozo de carne asada – ¿Esto también lo rechazarás? – inquirió, mostrándoselo. - Yo no, pero mi mandíbula sí. Puedo hablar, pero no creo que pueda masticar – recordaba las palabras del sanador y no le apetecía ver desintegrarse a su mandíbula por un trozo de carne. Gabrielle miró la comida que había encima de la mesa. Cogió un cuenco humeante. - Sopa – dijo mientras se acercaba a ella, tendiéndosela. - No entiendo por qué te preocupas por mí – dijo Xena cogiendo el cuenco que le alargaba. Realmente tenía hambre, mucha. - Ni me preocupas, ni me dejas de preocupar – dijo Gabrielle –, pero me gustas y no puedes morir antes de que te pruebe. Xena dejó sin concluir el gesto de acercarse el cuenco a los labios. - ¿Preocupada, guerrera? Xena dudó en responder o no como realmente quería hacerlo, pero al final lo hizo. Aguantaría el golpe. - Nada que provenga de ti lo haría. Un rayo de ira relampagueó en los ojos de Gabrielle. Por un instante Xena pensó que le haría tragar el cuenco, atravesando sus dientes para ello si fuese necesario. Pero Gabrielle pareció dejar pasar el momento y en su lugar sonrió torciendo el gesto. - Serías una lugarteniente magnífica. Halcones y no perros es lo que necesito – de súbito se alejó de ella y fue a sentarse sobre un sillón de pieles y madera ricamente tallado, cogiendo antes al vuelo un pedazo de carne asada. Durante un largo rato no dijo 51
  • 52. nada, se limitó a comer y a beber, sin molestarse en mirar a Xena, que aprovechó para tomar la sopa. Era ya noche cerrada cuando Gabrielle se retiró a su cama. Para V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m dormir. “Sin visita esta vez”, suspiró, aliviada, Xena. Cuando ya creía que Gabrielle dormía su voz rompió la oscuridad: - Me gustaría encontrar a esa Gabrielle que tanto nombras. Clavaría su cabeza en una pica frente a ti. A Xena le sentó mal la sopa. *** - Xena. 52
  • 53. Escuchó su nombre, pero apenas alzó la barbilla. Su entrenado oído ya había notado los pasos acercándose a su cabaña. - Mebira – dijo, a modo de saludo. Notó que ésta no se movía – V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Puedes entrar si lo deseas – le indicó. - Gracias. - Si no hay luz suficiente prende una antorcha. - No es necesario. - Como quieras. Xena notó que la amazona se sentaba a su lado. La oyó inspirar antes de hablar. - El Consejo hace lo correcto. - Lo sé. - No busca venganza. - Lo sé. - Hay que acabar con ella. - Mebira – Xena se giró hacia su voz – Lo sé – lo dijo apretando los dientes. Siguió un violento silencio. - Lo siento, fallé como militiane... - No – la cortó – Nadie pudo haber previsto tanta... insania. Jamás vi a nadie dirigir su ejército de forma tan cruel – su voz bajó un tono – Jamás conocí a nadie tan cruel – “aparte de mí”, quiso añadir. - Encerrada junto a esa alma demoníaca sigue habiendo una persona... - No – Xena volvió a cortarla, esta vez acompañado de un gesto brusco con la mano – No, no, no– musitó, en una insistente letanía. “No sigas por ahí”. Mebira esperó a que Xena continuara, pero no dijo nada más. - Sólo quería que supieras que mi objetivo es atrapar a ese demonio y acabar con él – hizo una leve pausa –, pero si hubiera algún modo de recuperar a esa persona sin dañarla, lo haría. “Esa persona ya está dañada”, quiso decirle. Pasara lo que pasara, Gabrielle quedaría afectada. 53
  • 54. - Lo sé – fue, en cambio, lo que le dijo. - Cuando en dos días lleguen los ejércitos de todos los clanes y aunemos la estrategia estaremos listas para marchar sobre ella. Las V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m chamanas tendrán el poder suficiente. - Por qué has venido, Mebira – le preguntó, en tono cansado. - Quizás para descargar mi conciencia. Quizás para justificarme. - ¿Ante mí? - Eres la única ante la que siento que debería hacerlo. - Por qué. - Sé lo que ella significa para ti. Xena sintió una punzada de alarma. Tendría que haberse dado cuenta. Hablaba demasiado de esa persona. - No sabes nada, Mebira – dijo con cautela. “¿Qué sabía Mebira?.” - Sé lo que vi. Te quedaste atrás, te quedaste allí. A pesar de ese infierno, a pesar de lo que había pasado. Sabías que no podías contra todo un ejército, así que supongo que no considerabas a ese ejército, sino a una sola persona. A ella. - No comprendo dónde quieres llegar con tus palabras. - Al mismo lugar que tú con tu decisión. Xena no respondió. Lo hizo Mebira. - Es tu bardo. “Mierda”. - Gabrielle, creo. La joven que siempre te acompaña. Xena notó su agitación crecer. - El mundo es un lugar muy pequeño cuando las historias echan a andar. Aquí se han oído algunas. Aquí se admira a dos mujeres que caminan juntas. Escuché en una de ellas la descripción de la joven bardo – hizo un gesto que Xena no llegó a ver. Un leve movimiento de hombros – Y era demasiada coincidencia. Que tú aparecieras aquí, sola, sin ella. Parecías buscar. Cuando nos retirábamos– sus ojos se llenaron de dolor. Con Xena podía hacerlo. Ella no percibiría esa debilidad, esos remordimientos –, cuando ya enfilábamos la salida del valle, me giré. Estabas acorralada. Ella llegó, se quitó la máscara. Y tú dejaste de buscar. 54
  • 55. Lo vi en tus ojos, en tu expresión. La leyenda del demonio errante – suspiró – Él se la llevó, ¿verdad? Xena no respondió. Para qué. Sólo repitió su última réplica. No sé dónde quieres llegar con esto. - Sí lo sabes. E incluso lo sientes. Por eso te quedaste allí. Por lo V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m - que sentías, no por lo que podías llegar a razonar. Si lo hubieras hecho no te habrías quedado en aquel infierno. Habrías huido, como lo hicimos todas. Xena mantuvo su silencio un par de segundos. - Qué harás con lo que ahora ya sabes. - Lo mismo que cuando lo supe al salir del valle. Nada. A no ser que – se lo tenía que decir –, lo que tú pretendas interfiera en lo que nosotras pretendemos. - Quiero acabar con el demonio. - El demonio está en tu amiga. - Siempre hay una solución. - No, no siempre. - Aún así, esa persona se merece que lo intente. Mebira posó una mano en el hombro de Xena y percibió entonces todo su dolor. - Ojalá que... – pero no supo continuar. Nada había que pudiera decirle. Al fin y al cabo, ella era la encargada de acabar con la vida que tanto parecía anhelar Xena. Suspiró. Acercó la mano que había posado sobre Xena a su propio rostro y, cuando lo recorrió, casi agradeció la ceguera de Xena. No quería que la guerrera pensara, al ver su rostro desfigurado por el aceite ardiendo, que su misión implicaba nada personal, porque no era así. Ella también lamentaba que el plan exigiera la muerte de Gabrielle. Se levantó y, sin añadir nada más, abandonó la cabaña. Cuando lo hizo, Xena se derrumbó. Ocultó su rostro entre sus manos y se balanceó dolorosamente. No lo soportaba. Había sido una asesina sin ningún grado de calidez en su sangre que le permitiera sentir compasión de nada ni nadie. Había arrasado aldeas 55
  • 56. enteras, sepultando en ellas las vidas de sus habitantes. Su nombre era una blasfemia y su vida un insulto para quienes se la procuraron. Y ahora. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Ahora no era más que una mujer derrotada y vacía; ciega y perdida. Odiaba todos y cada uno de sus recuerdos, en especial los más recientes. Los de las semanas pasadas. En la tienda de la que ella conoció como Gabrielle. *** - Álzate. La había oído entrar, el paso rápido, antes que verla. Su tono era imperativo. Xena obedeció, expectante. Sus manos sanaban rápidamente, así como su mandíbula. No obstante, la escasa alimentación, una escudilla de sopa al día, la estaba debilitando. Calculaba que debía llevar allí unos cuatro días. En todo ese tiempo, Gabrielle parecía más preocupada por dirigir su ejército que por su prisionera. Le había venido bien. Había podido pensar. La voz de Gabrielle era dura, como su mirada. Se acercó a Xena. - Las amazonas siguen enviando emisarias a los cuatro puntos cardinales. Imagino que quieren reunir un gran ejército – parecía agitada, daba pasos cortos en torno a Xena – Tú no eres amazona, 56
  • 57. sin embargo sé que conoces su estrategia. Necesito saber una cosa – se plantó frente a ella. Xena vio un brillo salvaje en sus ojos – Sólo una – alzó un dedo. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Xena elevó ligeramente una ceja, en un gesto interrogante. - ¿Y es...? – inquirió. Gabrielle se acercó lentamente, hasta situarse a escasos milímetros de su rostro. - ¿Cuentan los clanes con chamanas poderosas? De súbito, Xena percibió... a Usmah. No era Gabrielle quien estaba frente a ella, nunca lo había sido todo ese tiempo, pese a serlo. Era el demonio, que se había apoderado obscenamente de una luz que no era suya, de una vida y un aliento que no le pertenecían. Había llevado a Gabrielle muy lejos de allí. Le odió profundamente. - Me odias... – susurró Gabrielle. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás para mirarla con intensidad – El odio me gusta. No me habías odiado hasta ahora. ¿Por qué? ¿Quién soy yo para ti? Mejor aún – hizo una levísima pausa – ¿Quién es Gabrielle? Soy Gabrielle para ti, pero no lo soy. ¿Verdad? Xena no replicó. Se sentía absolutamente desolada. Un manto de fatalidad la cubrió con el paso felino del peor de los traidores. No, en verdad no era Gabrielle, siendo ella. No leía a su amiga en esos ojos duros que la miraban. No la encontraba allí. - Tu mirada me dice más que todas las palabras que puedas llegar a pronunciar. Y he de reconocer que me confundes. El odio más absoluto deja paso al temor... y al dolor – acercó de pronto su mano y acarició el rostro de Xena. Ésta no pudo apartarse. O quizás no quiso. Era tanto ella... – Eres una mujer extraña – prosiguió Gabrielle – Sé que eres una guerrera en todas y cada una de las fibras de tu ser, pero... Hay algo, algo que atesoras muy dentro de ti, que es inamovible, absoluto en su definición. Todavía no sé qué es, quién es, pero llegaré a averiguarlo. Percibo en ti un don y una maldición. Estás más cerca de mí que lejos. ¿No lo 57
  • 58. notas? – Gabrielle acercó su rostro al de Xena, los ojos fijos en la mirada azul – ¿No lo notas, guerrera? Xena inspiró con dificultad. Tan cerca. Se retiró, abruptamente, un V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m paso hacia atrás. - Yo jamás cuestionaría el poder de una chamana amazona – se limitó a decir, apartando ligeramente la mirada de los ojos de Gabrielle. Ésta alzó una ceja, divertida. Peligrosamente divertida. - Eso contesta, y no, a mi pregunta – chasqueó los labios y sujetó la barbilla de Xena con brusquedad, obligándola a mirarla – Pero no es ya lo que me inquieta en este momento. Lo que haya de ser será, guerrera, y tú y yo estaremos o no en ello. Lo deseemos o no. Pero ahora – ensanchó su pecho en una profunda inspiración –, ahora es ahora – bajó un tono su voz, convirtiéndola en un susurro ronco. Ladeó la cabeza y recorrió con la mirada a Xena – Ahora quiero, ahora deseo – inspiró con anhelo – ¿Qué nombre tiene el deseo para ti, guerrera? – bajó su mano hasta el tórax de Xena y depositó allí su palma abierta. Xena la notó febril. Se empezó a notar a sí misma febril. – Bum–bum, guerrera – el tono de Gabrielle estaba definitivamente impregnado de un deje implícitamente sexual que la estaba turbando. Demasiado – Bum–bum– Gabrielle se desplazó unos milímetros para situarse a la altura del hombro de Xena. Ésta sintió la calidez de su aliento sobre su propia piel, lo que le produjo un estremecimiento involuntario. “No es Gabrielle”, se dijo, una y otra vez. “No es Gabrielle”– Dame un nombre, guerrera, el que tú quieras, y hoy, ahora, esta noche, me someteré a él... y a ti –el cosquilleo en el nacimiento de su cuello, el susurro ronco que reverberaba en el epicentro de su cuerpo, agitándole la respiración. “No es Gabrielle” – Recorreré tu cuerpo, besaré tus heridas, calmaré tu ansia – no la tocaba, no la estaba tocando, sus cuerpos distaban entre sí unos milímetros, pero parecían estar pegados; no la tocaba y, sin embargo, lo que estaba haciendo Gabrielle era algo mucho más explícito que si recorriera su piel con sus dedos – Seré quien tú quieras que sea, haré lo que 58
  • 59. tú quieras que haga. Dale un nombre a tu deseo, guerrera, dámelo y yo lo convertiré para ti en un cuerpo, en un aliento a tu disposición. Estás más cerca que lejos de mí, lo sabes. V FA ER ht N SI tp F Ó :// IC N V ht O E O tp .c N RI :// os ES G vo a P IN .h te AÑ AL ol ca O , .e .c L s o m Xena cerró los ojos con fuerza, expulsó el aire que había estado reteniendo con dolor, intentó olvidar el aliento en su cuello, la pulsación sexual del susurro ronco que llevaba el tono de la voz de Gabrielle, ese cuerpo que era el de Gabrielle. No tuvo ningún reparo en reconocerse a sí misma que era un cuerpo que deseaba, pero también que no era lo único. Siendo Gabrielle sin ser Gabrielle, no. Nunca. No le haría eso a ella y, por supuesto, no se lo haría a sí misma. Sería como escupir sobre ambas, como perderse totalmente. Agitó la cabeza en un movimiento lento y su razón superó a su deseo. “No”. - No. - ¿No? – replicó instantáneamente Gabrielle – ¿No, a qué? - No tengo ningún nombre para ti – deseó que su voz no sonara estrangulada, pero no lo consiguió. - ¿Estás segura? – Gabrielle deslizó una mano sobre el estómago de Xena, desde atrás, muy despacio, con suavidad, haciendo que Xena sintiera los trazos de todas y cada una de las líneas que la surcaban, el latido de deseo que palpitaba en ella – Tu voz dice no, tu cuerpo dice sí – Gabrielle la atrajo bruscamente contra sí, pegando su cuerpo al suyo – Dame un nombre y seré ella. Seré tuya – empezó a trazar pequeños círculos en el estómago de Xena con el pulgar. Pequeños y lentos círculos. Xena luchó entonces para desasirse del abrazo, pero tuvo que luchar en un doble frente, contra Gabrielle (pequeños y lentos), contra sí misma. Sabía que estaba débil, las heridas, la escasa alimentación, el tiempo que llevaba encadenada allí... “No es Gabrielle”. Pero sí lo era, por todos los dioses. Su rostro, su envergadura, su piel, su pelo rubio y ahora corto, su voz, sus ojos. “No es Gabrielle”. Su calidez, transmitida instantáneamente desde su cuerpo pegado al suyo; su aliento, ahora entrecortado y agitado, tan cerca; sus labios, que 59