1. TIYAH
Autora Elxena
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
La guerrera utilizó la afilada daga en su mano derecha para atravesar
la garganta de su infortunado oponente mientras la espada, en su
izquierda, reventaba, como una fruta demasiado madura, el estómago de
un segundo atacante demasiado lento en su embestida. Giró entonces
sobre sí misma con pasmosa celeridad, de modo que el movimiento,
potenciada su fuerza por el giro, acabó por seccionar la cabeza del
primer hombre y por desparramar las vísceras por tierra del segundo.
La guerrera expulsó con fuerza el aire de sus pulmones y se lanzó
ciegamente contra un nuevo contrincante que se abalanzaba a traición
sobre ella. No usó daga ni espada, sino su propio cuerpo, revestido por
una ensangrentada armadura cobriza que cubría su pecho y su estómago.
El golpe fue tan brutal que partió los huesos del hombre como si fueran
cañizo, al tiempo que ambos caían sobre el húmedo musgo del suelo. La
guerrera se levantó, mas no así el guerrero, que yació retorciéndose hasta
que ella aplastó su cráneo con su bota reforzada. La mujer guerrera se
apartó con gesto indolente el riachuelo de sangre que resbalaba de su
frente, producto del encontronazo con el guerrero que yacía a sus pies, y
paseó una acerada mirada a su alrededor.
La lucha tocaba a su fin. El estertor de los agonizantes, los últimos
envites, el olor a sangre y a miedo, a acero, el relincho agudo de las
monturas asustadas... todo la extasiaba. Todo ese dolor, todo ese
sufrimiento, el espectro del mal zumbando en sus venas.
Buscó con la mirada a su lugarteniente, Dosha, y cuando sus ojos la
capturaron la excitación punzó el mapa de su cuerpo. La habían herido.
-
Muy bien, pequeña – murmuró, pasando la punta de su lengua por
el labio superior – Muy bien.
Con un gesto brusco atrajo la atención de Dosha. Ésta leyó en el brillo
de los ojos de su ama el deseo y curvó su boca con deleite. Asintió e
inclinó la cabeza.
1
2. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Sólo entonces, satisfecha, Gabrielle se retiró del campo de batalla.
***
-
¿Cómo está?
-
Muy débil.
-
¿Sobrevivirá?
Silencio. Susurro de cuero.
-
Probablemente, no.
Una maldición mascullada.
-
No puede acabar así.
-
Cómo así.
-
Vencida.
-
Qué más da, Corice, la muerte es la muerte.
Otro silencio, un poco más largo.
-
Pero Xena es Xena.
Y de nuevo la oscuridad, durante un largo tiempo.
2
3. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
-
Acércate – la orden de Gabrielle era tanto promesa como amenaza.
Dosha suplicó, en su interior, el seguir obedeciendo toda su vida
ese mandato. Dosha había alejado de sí hacía mucho tiempo su
dignidad, junto con su decencia y su conciencia. Sólo habitaba en
ella el acerado filo del miedo, pero no aquel que despoja al ser de
todo ímpetu, sino todo lo contrario. En ella el miedo era un
acicate, una ilusión, era lo que la mantenía viva, quien guiaba sus
pasos, el que la conducía a Gabrielle. El miedo a perderla, a no
formar nunca más parte de su cuerpo. Y por ello, y por ella,
asesinaba, saqueaba y se humillaba.
-
Acércate – volvió a ordenar Gabrielle. Una tienda de piel las
cobijaba de la tormenta nocturna que asolaba la llanura de su
última incursión. Había ocho guardias apostados en su perímetro,
no tanto y sólo para guardar a su señor de incursiones externas
como para impedir, cuando había que hacerlo, que los desgraciados
que ella mandaba llevar hasta allí escaparan vivos antes de que ella
quedara saciada – Muestra tus heridas.
Dosha anticipó con lujuria la lengua de su ama sobre esas mismas
heridas que ahora le mostraba con absoluta entrega, anticipó esa lengua
sobre todo su cuerpo, porque sabía que llegaría. También anticipó el
dolor, pero no le importaba.
Era el mejor cachorro que un depredador como Gabrielle podía tener.
3
4. ***
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
De nuevo susurro de cuero, todavía la oscuridad. El dolor era ahora
más lejano, sordo, pero aún no podía abrir los ojos. “¿Cuánto tiempo
había pasado?”.
-
Corice – alguien acababa de llegar, una voz distinta a las dos que
había escuchado la primera vez – Deberías descansar.
-
No.
-
Eres obstinada, pero tu obstinación no la salvará.
-
Ella lo hará por sí sola.
-
Corice, nunca apuestes todo tu corazón a una sola suerte, es
peligroso.
-
Ella despertará.
“Es obstinada, en verdad”, pensó.
-
Quizás no quiera hacerlo.
-
Por qué no iba a querer.
-
Sabes por qué – replicó suavemente la segunda voz.
-
No.
-
Sí, Corice – esta voz era paciente. La que correspondía a la
llamada Corice, no.
-
A mí no me parece razón suficiente.
-
A ella sí – y alguien, quizás la dueña de esa misma voz paciente,
tocó delicadamente su frente – La razón muchas veces no
cumplimenta su cupo. El corazón, sí.
-
No son más que palabras, Abrah. Xena está hecha de actos.
-
No, Corice, estás equivocada. Hablas de una Xena pasada. La que
ahora yace aquí está más cerca que nunca de sus emociones, no de
sus actos.
-
No.
-
Tu corazón engaña a tu razón. Eres joven y tu ímpetu te arrastra al
error.
-
Soy una amazona experta.
4
5. -
El manejo del arco y la espada siempre es más fácil que el de los
asuntos de la propia vida.
Abrah, déjame en paz.
-
Lo haré, pero eso no hará que aciertes – unos pasos se alejaron,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
aunque se detuvieron no mucho más allá – Tú veneras a una Xena
que no es la que está ante ti.
Los pasos se alejaron definitivamente.
Silencio.
“Claro que no puedo abrir los ojos”, pensó de repente Xena.
Gabrielle se los había arrancado.
***
En el camino, ocho semanas atrás
-
El calor es sofocante.
Xena giró levemente la cabeza y asintió. Detuvo a Argo con suavidad
y ayudó a Gabrielle a desmontar. Ya no cojeaba pero Xena, pese a las
protestas de la bardo, la obligaba a ir a caballo y extremaba sus
atenciones. Ella misma conservaba bien visible la cicatriz en el flanco de
su pierna izquierda. “Bichos asquerosos”, pensó, pero sin ira. Los
bajuun sí resultaron ser unos bichos asquerosos. Las llagas en la piel de
Gabrielle habían sanado pronto, su pierna también. El corazón de Xena,
sin embargo, estaba hecho trizas. Hacía dos meses que lo arrastraba así,
dos meses desde que lo supo, desde que le dio un nombre.
-
¿Nos detendremos mucho tiempo?
La guerrera se giró hacia Gabrielle.
5
6. El que haga falta.
-
No me importa el calor. Sólo lo dije por decir.
-
¿Y?
-
Que no hace falta que nos detengamos si no es preciso porque yo
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
haya hecho ese comentario.
-
¿Si lo hubiera hecho yo cambiaría en algo la situación?
-
Bueno...
-
Si
yo lo
hubiera dicho y
fuese
mi
deseo detenernos, ¿lo
hubiéramos hecho tan sólo porque era a mí a quien el calor le
parecía sofocante? – había un brillo divertido en los ojos de la
guerrera, pese a su desdichado corazón.
Gabrielle dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo, en un gesto de
rendición.
-
De acuerdo, Xena. Me agotas, me rindo. Jamás pensé ser superada
por nadie en labia, pero tú debiste ser algo más que Señor de la
Guerra sanguinario en tus tiempos. ¿Secuestrabas a declamadores
para que te hicieran partícipes de su habilidad y así poder torturar
a tus enemigos?
Xena esbozó una nítida sonrisa. La madurez en Gabrielle era un
proceso perceptible para ella a cada momento que pasaba. La adolescente
aldeana que había aupado a su montura un año atrás no se hubiera
atrevido a bromear acerca de su pasado de ese modo. Al fin y al cabo,
tampoco aquella Gabrielle aldeana era la misma que tan sólo dos meses
atrás la había arrastrado por un bosque y se había enfrentado a una
pandilla de guerreros para salvarla.
-
Nos detenemos, pues – acordó la guerrera, cerrando la cuestión.
-
Nos detenemos, pues – murmuró Gabrielle, cediendo.
-
Así me gusta. Me molesta amenazarte continuamente con lo de
colgarte de los árboles.
Gabrielle inició una mueca burlona, pero que quedó en sonrisa de
devoción cuando la terminó. Esta Xena no era la Xena con la que partió
de Poteidea; no era tampoco (por supuesto) la Xena sanguinaria que
había sido; pero asimismo tampoco la Xena que había aprendido a
conocer. Ésta era más accesible, más solícita pero, al mismo tiempo, más
6
7. distante. Cada vez estaba más y más convencida de que había algo más
que salió con Xena de aquel claro en el bosque donde habían acampado
tras curar su rodilla; algo que, lo intuía, tenía su causa o su consecuencia
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
en la lágrima de la guerrera derramada junto al fuego, ante ella. No era,
pensaba, nada que hurgara con maldad y remordimiento en su corazón
pues, y en ello era certera, no había ahondado en el carácter oscuro de la
guerrera. Sabía de la extrema vigilia de Xena para con su pasado, el
afloramiento esporádico y doloroso de sus actos repudiados y el efecto
que ello tenía en ella. No, aquella lágrima no fue por el filo de su
espada.
Pero tampoco lograba averiguar por qué, entonces.
Querría preguntarle, querría acunar su alma pero... le había pedido
paciencia, paciencia para hacérselo más fácil a alguien que no lo era en
absoluto.
Suspiró.
Optó entonces por seguir, sin más, dejándose llevar por ella, pero no
tanto; dejándose llevar por lo que ella decidiera e hiciera, pero acotando
cuando era necesario. Xena le permitía eso y mucho más, un abismo si lo
comparaba con los primeros pasos junto a la guerrera, cuando todavía no
tenía un hueso quebrado en su rodilla ni tantos recuerdos (malos, buenos,
mejores o peores).
Cuando no tenía su alma y su corazón rendidos a esa mujer.
Siempre pensó que la admiración y el absoluto desconocimiento del mundo antes de
ella tenían la culpa; siempre pensó que su leyenda y su porte habían tenido la culpa de
su incondicional rendimiento, de su pérdida de raciocinio, de su absoluta entrega.
Hasta que se confesó que ni había culpa ni inexperiencia ni pérdida de raciocinio
ninguna.
Estaba ahí, y eso era todo. Lo bueno de ello es que le hacía sentirse
muy feliz; lo malo, que también insegura, algo perdida y temerosa.
Agradeció no tener una balanza de cobre a mano para realizar las
oportunas pesadas y comprobar hasta qué punto tenía posibilidades de
salir perdiendo en todo ello; qué tendría más peso y qué haría caer al
final el platillo hacia uno u otro lado.
7
8. A uno, perderla; a otro... ¿Qué, a otro? Eso precisamente era lo que le
hacía sentirse extremadamente insegura, temerosa y perdida. No el que
se alejara de su lado. Eso podía permitírselo, si pudiera permitírselo,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
pues era algo que entraba dentro de su razón, ese dolor, esa angustia, ese
nunca más. Pero... la segunda opción...
-
¿Algún nuevo relato, Gabrielle?
La bardo se giró abruptamente, ante la voz de Xena muy cerca de ella.
La guerrera pasó a su lado, sin mirarla, portando la silla de Argo. La
depositó en el suelo, junto a los petates con las mantas, la comida y los
pergaminos de Gabrielle.
-
Siempre tienes esa cara cuando te concentras en una historia –
respondió Xena a su silencioso interrogante. Echó un ligero
vistazo a su alrededor – Iré a por leña seca.
-
No, espera, yo iré – Gabrielle la detuvo con un gesto – Así
pasearé.
Xena se alzó de hombros.
-
De acuerdo, pero que tu paseo no se convierta en un deambular
eterno. Aquí dejas una mujer hambrienta.
Cuando Gabrielle se adentraba en el bosque no dejó de echar una
última mirada a Xena y cuando la bardo dejó de mirar a Xena, la
guerrera no dejó de echar una última mirada hacia el lugar donde había
desaparecido Gabrielle. Frunció el ceño y resopló muy suavemente,
recordándose cuán fuerte, cuán cauta y cuán embustera había de ser.
Lo de infeliz no hacía falta, era un recordatorio perenne.
A Xena no se le ocurrió pesar en una balanza los pros y los contras.
Había decidido tener a Gabrielle (que ella estuviera a su lado) el
tiempo que hubiera de ser y, corto o largo, lo aceptaría.
No había rendido aún cuentas con su pasado, sus pesadillas no la
habían abandonado y el camino parecía seguir siendo la única opción de
acallar el remordimiento que su antaña ira había grabado a sangre y
fuego en su alma. Ahora tenía a Gabrielle a su lado, si bien no a la
Gabrielle que había sacado de Poteidea. La que ahora le acompañaba era
una mujer, con todo lo que ello implicaba. Y, para su sorpresa, la temía.
Como mujer, la hacía temblar. Y era junto a esa mujer que había
8
9. emprendido un nuevo camino, no distinto en su meta, pues las voces de
sus crímenes seguían acechando incansables, sino en su desarrollo.
Ahora, por ello, su camino era menos acelerado, menos arriesgado, si ese
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
término pudiera ser aplicado a la Era de los Señores de la Guerra que les
había tocado vivir.
Ya no se trataba sólo del camino de su redención, sino que el camino
de Gabrielle se había añadido a él, con sus propios matices, sus propias
búsquedas. Qué habría de hallar esta segunda mujer en él, Xena lo
ignoraba; sólo sabía, y era mucho para ella, que había decidido
emprenderlo a su lado, para bien o para mal. No pagaba su compañía, no
ordenaba su consuelo, no imponía su pensamiento, no dictaba sus actos.
Y, sin embargo, allí estaba, con ella. Acompañándola, consolándola. Con
una lealtad libre de la sospecha del pago que estaba acostumbrada a
hacer. Había sido capaz de manejar ejércitos enteros de mercenarios,
brutos sin alma que mataban por dos dinares, zafios cuya lealtad estaba
supeditada a su parte del botín. Y ahora, sin ni siquiera pedirlo, la
fidelidad más absoluta, la entrega, el camino de doble dirección.
Por eso, y no del todo por lo que por ella sentía, había decidido
menguar su ansia, su propia búsqueda, y desacelerar el ritmo para poder
ofrecerle algo en compensación, un pequeño presente por su absoluta
entrega; nada que brillara, pues todo destello se perdía con el tiempo;
nada que cambiara su peso en oro, pues ello se asemejaría obscenamente
al pago a un subalterno y Gabrielle no se lo merecía.
Le daba lo único que parecía tener y que Gabrielle sabría estimar:
tiempo y paz en él. Desde que habían marchado de aquel claro (de aquel
sentimiento), su rumbo se había balanceado al mismo ritmo que los días
de un comediante desganado: marchaban por los caminos, sin más. Sin la
premura de una amenaza o la angustia de un requerimiento, sin la agonía
de una confrontación y… ese infame temor que se había instalado en su
interior, el temor a verla herida, o algo mucho peor. El temor de su
mortalidad. Nunca temió más a la Muerte que cuando fue a buscar a
aquellos a quienes amó, y nunca la temería más que aquí y ahora, en su
vida junto a Gabrielle, el único nombre que jamás querría ver en los
labios de la hermana de Hades.
9
10. Lo había asumido. Desde que el sentimiento calara en ella y le diera
nombre, Gabrielle era lo único que importaba. Jamás se lo diría, pero se
lo demostraría. Cerrado el camino sobre el hecho de que Gabrielle
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
volviera a su aldea natal (no la devolvería a una vida que no quería), lo
único que le quedaba era estar a su lado. Supo así que, en este nuevo
camino que habían emprendido, la que se consideraba acompañante y la
que se creía acompañada habían cambiado sus tornas, por mucho que
seguro que una de ellas lo ignorara.
Tampoco ella podía volver. No aún. Las voces de sus muertos
susurraban en sus sueños, el hedor de la sangre injusta los impregnaba.
Además, no estaba muy segura de si realmente tenía un lugar al cual
regresar. No, desde luego, a su aldea natal. Ya nada le quedaba allí. Su
madre había renegado de ella hacía mucho y en justo sentido. No podía
ofrecerle más que vergüenza y escarnio. Para qué, entonces, el retorno.
Por
otra
parte,
no
encontraba
mejor
hogar
que
Gabrielle
pero,
contradictoriamente, jamás podría reposar junto a ella en ningún hogar.
Sonrió débilmente. Le había resultado extrañamente fácil derivar hacia
estos últimos pensamientos, ella, la soberana del corazón oscuro. Pensar
en alguien, pensar en una vida distinta a la sangre, el acero y el camino.
Ese camino al que su conciencia y sus remordimientos la empujaban, el
perenne purgatorio del que había hecho su alma atormentada, su vida
futura.
Y, sin embargo, podía amar. Intentó recordar la última vez que había
amado y cómo ese amor se trastocó en amargura. Sintió un súbito
escalofrío. Todo se repetía en su vida, como una maldita espiral sin
salida.
-
El tuyo debe de ser más interesante – la voz de Gabrielle, a su
izquierda, dejando caer un manojo de leña seca – El relato, digo;
estabas distraída.
-
Había oído tus pasos – le replicó – Sabía que eras tú – la mujer
que amaba a esta otra mujer a su lado se replegó silenciosamente,
ocultándose muy dentro de sí, callando. La guerrera que la
acompañaba dio un paso al frente – Arrastras el talón al andar y tu
paso, aunque ligero, siempre es audible. Al menos para mí – “ que
10
11. lo reconocería en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia”.
No se había ocultado tan lejos, al parecer, la mujer que la amaba –
¿Te cansaste de deambular?
Recordé a la mujer hambrienta que dejaba aquí – le replicó,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
mientras separaba por tamaños la leña.
Xena sonrió ampliamente. Infame tristeza la suya que encontraba la
gracia en la desdicha, en este tan cerca tan lejos en el que se había
convertido su mutua compañía para ella. Hallaba pequeños detalles
que la hacían sonreír.
-
¿Algo que yo también pueda disfrutar? – Gabrielle había captado
su sonrisa.
-
¿Cómo?
Gabrielle alzó su dedo índice, dibujando la estela de una sonrisa sobre
su rostro, imitándola.
-
Ah, eso – Xena volvió a sonreír – Demasiado joven para que lo
oigas.
Gabrielle arqueó las cejas.
-
Desde cuándo.
-
Evidentemente, desde que naciste – empezó a despojarse de la
armadura.
Gabrielle torció el gesto.
-
Empezaron los juegos de palabras – dijo con resignación. Miró a
su alrededor – ¿Qué quieres que haga?
-
Descansar, yo he de seguir cumpliendo mi promesa.
-
Podría relevarte de ella – le propuso.
-
¿Tan mal cocino?
-
No, a fe que no – emitió una ligera risa – El último pastel de carne
que hiciste... – y dejó la frase en el aire, rematada por su sonrisa.
Xena terminó de apilar la última pieza de su vestimenta a un lado.
Dejó la espada, no obstante, lo suficientemente cerca de ella como para
no arrepentirse de no haberlo hecho si algo ocurría. Se acercó a
Gabrielle y escogió un puñado de ramas, tamaño pequeño.
11
12. -
Me alegro de que mi comida te guste – observó una de las
pequeñas ramitas y el resto, agrupado por tamaños – Siempre tan
metódica.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Gabrielle le hizo un pequeño gesto burlón y se sentó en la tierra.
-
Si yo ahora te preguntara si vamos a estar mucho tiempo aquí, ¿tú
me replicarías con lo de “si fuese yo la que quisiera estar mucho
tiempo aquí nos quedaríamos mucho tiempo aquí?”. Observa, por
favor, que no he mencionado en ningún momento el hecho o deseo
por mi parte de querer permanecer un largo periodo en este lugar.
-
¿Tienes prisa? – Xena terminaba de apilar las ramitas con las que
iniciaría el fuego.
-
Si yo dijera que...
-
Gabrielle – la atajó Xena, golpeando el pedernal y avivando la
pequeña llama azul – No hay ningún problema en que estemos
aquí, en que lo hagamos por mucho o poco tiempo, serénate, anda.
Hoy saborearás cordero con habas y alcachofas –echó una rápida
mirada al cielo – Es hora de comer y el calor no hará más que
apretar de aquí a la hora de la tarde. Está bien que nos hayamos
detenido.
Gabrielle arqueó las cejas.
-
Desde luego, sí, secuestrabas declamadores o feriantes – murmuró,
al tiempo que estiraba la pierna de la rodilla fracturada y se la
masajeaba.
Xena la observó de reojo.
-
Tardará en sanar del todo, y puede que nunca llegue a hacerlo
plenamente – comentó – El hueso está soldado, pero el dolor te
murmurará toda tu vida – bajó el tono de voz y lo convirtió en un
susurro inaudible – A mí me habla constantemente.
Gabrielle alcanzó a oírla.
-
Algún día callará – murmuró a su vez.
Si Xena la oyó o no, no lo supo. La llama de la hoguera prendió y la
guerrera siguió con la mirada el rastro fugaz del fuego ascendiendo al
cielo.
12
13. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
Esta vez le había hecho daño de verdad. Tanto que Dosha yacía casi
muerta a sus pies. Gabrielle torció el gesto con desagrado, no por la
visión de las laceraciones, ni el respirar penoso y agónico, o el final de
la vida ante sus ojos (y por su mano) de su lugarteniente. Su desagrado
provenía por la molestia de quedarse, otra vez, sin juguete, sin diversión
al final del día, sin muñeca amaestrada.
Bufó con hastío.
Encontrar a otra, enseñarle lo que le gustaba, lo que esperaba, lo que
exigía. Esas guerreras sucias, sin más mundo que el filo de sus armas,
embrutecidas como animales, buenas para obedecer y ser temidas por los
débiles. Su hastío aumentaba. Peores los guerreros, más sucios aún,
inútiles para otra cosa que no fuera matar, saquear y morir.
Se agachó, sacó la daga de la bota de su pierna, cogió la barbilla de
Dosha, le abrió la garganta y miró su muerte con la helada mirada de la
indiferencia.
13
14. Había acabado por cansarse de ella, de su devoción perruna, de esos
ojos enamorados. La novedad de su última lugarteniente se había agotado
hacía mucho.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
La novedad.
Ese pensamiento la pilló desprevenida y la enfureció por su debilidad.
Xena había sido toda una novedad.
***
-
Está despertando – susurró Corice.
-
Cuida de que no toque su rostro.
-
No hace falta que me lo digas – un tono áspero.
-
Está bien, Corice – un tono conciliador.
-
¡Mira!
Xena no sabía si realmente deseaba despertar, pero sus reflejos la
habían
traicionado
y
sabía
que
su
mano
se
había
movido
involuntariamente. Había estado retornando de forma intermitente a la
consciencia durante…¿cuánto tiempo? …y ahora despertaba. Despertaba
a la vida y, con ello, a los recuerdos.
Ya lo estaba lamentando.
-
¿Xena?
La voz obstinada que había estado siempre allí, en sus ocasionales
estados de lucidez. No quería contestar, no quería abrir los ojos (¡¿ojos,
qué ojos?!). Quería que la dejaran en paz, quería haber muerto, quizás no
haber nacido; más fácil, menos costoso.
-
Xena.
Quizás, si no volvía a moverse, se cansarían y la dejarían en paz.
Quizás, si lograse dejar de respirar…quizás.
-
Xena – el tono conciliador. Abrah, recordaba – Vamos, Xena, haz
un esfuerzo.
¿Esfuerzo?
Ni
siquiera quería
respirar, por
todos lo
dioses.
“Dejadme en paz.”
-
¿Ha dicho algo? – Corice, ansiosa.
14
15. -
Ha murmurado, pero no sé qué – tocaron su frente – No tiene
fiebre ya.
“Tengo muerte.”
¿Le damos agua?
-
Moja esa tela y toca con ella sus labios.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
Alguien, supuso que la ansiosa Corice, lo hizo.
-
Respira agitadamente.
-
¿Xena? – era Abrah, la conciliadora, a su oído – Vamos, Xena, sé
que estás consciente – notaba su mano, firme y suave, alrededor de
su antebrazo, presionándolo levemente – Vamos.
“Por qué habría de hacerlo. Dame una sola razón.”
-
Ha vuelto a murmurar – la voz de Corice.
“¿Estaba murmurando?”
-
Xena, es hora de que vuelvas con nosotras.
-
No.
Un respingo de sorpresa de una de ellas.
-
¡Por fin, ha despertado! – el entusiasmo, en la voz de Corice.
“¿Es que había dicho “no” en voz alta?.”
-
Ayúdame a incorporarla, Corice.
Lo hicieron, y las maldijo por ello. Habían logrado hacerle daño.
-
Xena, yo soy Abrah, la sanadora y a mi lado está Corice.
¿Recuerdas dónde estás?
Intentó ignorar sus palabras, su pregunta, su voz; intentó hacerles
creer que había muerto, intentó no tener que ser ella, Xena, y su vida y
sus recuerdos…
-
Gabrielle…– murmuró.
… y Gabrielle.
-
Despacio, Xena. Todavía estás débil.
-
Estás a salvo, en los Territorios del Este– dijo Corice.
Silencio.
-
Lo sé – dijo con la voz rota. Empezaba a despejarse, pero estaba
segura de que lo lamentaría.
-
Corice, sopa. Y trae a Domila.
15
16. Escuchó pasos que se alejaban. Supuso que la ansiosa Corice estaba
cumpliendo el encargo. Sabía dónde y con quién estaba. Las Amazonas
del Este. La habían ayudado. La batalla contra el ejército de Gabrielle.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
“Gabrielle.”
-
No intentes resolver el universo en un segundo, Xena, no podrías–
la voz de Abrah. “¿Estaba escuchando sus pensamientos?” – Ve
poco a poco.
-
Mis ojos – dijo casi en un susurro.
Abrah, lo notó, inspiró profundamente.
-
Estás ciega, Xena, lo siento. Nada pude hacer.
Xena tardó
algo en responder. Cuando lo hizo, Abrah apenas sí
entendió su susurro.
-
Lo sé, estaba allí.
Ruidos a su izquierda, pasos y susurro de cuero y tela.
-
Xena, me alegra verte incorporada – reconoció la voz. Domila, la
regente de las tribus del Este.
-
Domila – la saludó.
-
Xena, soy Mebira – otra voz.
-
Te recuerdo. Eres la militiane del clan – su estrategia en el campo
de batalla había sido acertada. Pero no había contado, ni ella
tampoco, con la abrumadora fuerza del odio y la locura.
Hubo un denso silencio. Alguien más entró. Olor a sopa.
-
Bien, Xena – la voz de Domila – Ahora sólo piensa en recuperarte.
Volveré a visitarte.
-
Domila – la llamó.
-
Sí.
-
¿Sigue avanzando? – no quiso pronunciar su nombre. O no pudo.
-
Sí – respondió Domila sin vacilar – Ha tomado varias aldeas de la
periferia. Pero no hablaremos ahora de eso. Primero recupérate.
-
No. Ahora – esta vez la voz terca era la de la propia Xena.
Cansada, pero terca. Notó que alguien se inclinaba sobre ella.
-
No – Domila, junto a su rostro – Cada cosa a su tiempo, Xena.
Debes recuperarte primero.
Se alejó. Se alejaron todas. Olía a sopa. Sintió náuseas.
16
17. -
Toma, Xena, te hará bien – la voz de Corice.
Su rostro. Vio su rostro dibujado en su recuerdo. Sabía quién era esta
amazona obstinada, ahora la recordaba. Una arquera que había estado a
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
su lado antes de la batalla. Y era tan obstinada como lo indicaba su voz,
sobre
todo
en
su
empeño
en
considerarla
todavía
una
guerrera
indestructible. Corice. La arquera con el brillo de admiración en los ojos
cada vez que se dirigía a ella. “¿Mantienes aún tu admiración?”, se
preguntó agriamente.
-
La sopa, Xena.
-
No tengo hambre.
-
Debes comer.
-
No tengo hambre, Corice.
-
Pero debes comer.
-
Corice – intentó ser paciente –, lo próximo que haré será mover
mis brazos para derribar ese cuenco que seguramente acercas a mí.
¿Comprendes?
-
Pero debes comer – “terca, terca, terca” – Debes sanar.
-
Dame una razón.
Silencio.
-
Eres una guerrera. Eres Xena.
Xena emitió una risa corta y gutural, amarga.
-
Eso no me dice nada. ¿A ti sí, Corice? – le preguntó con sorna.
-
Madre hablaba mucho de ti.
-
¿De la Destructora de Naciones, de la impía asesina o de la
portadora de dolor? Dime, Corice.
-
De la guerrera que se guiaba por un código – la joven amazona
frunció el ceño. “¿Por qué demonios le hablaba así? ¿Por qué
escupía sobre sí misma?.”
-
Era una asesina, Corice – Xena se dio cuenta de que apretaba la
mandíbula con rabia – Tu madre ocultó ese punto esencial en su
relato. Dañé incluso a amazonas, en el Norte. No había ningún
código.
17
18. -
Conozco lo que hiciste. Madre decía que cada daño tenía su cura.
Sabía de tus conquistas. También que no permitías la muerte de
niños y mujeres.
Cuando matas a sus padres y maridos, cuando arrasas sus casas y
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
quemas sus cosechas, cuando les despojas de todos sus bienes,
cuando haces todo eso, los matas también, Corice – “por no hablar
de una pequeña aldea llamada Cirra, claro.”
-
Pero…
La guerrera alzó bruscamente la mano, atajándola. Estaba cansada,
agotada. Con el corazón deshecho. No quería seguir esa conversación, no
quería seguir ninguna otra conversación.
-
Sé que has dejado ya ese camino y puedo entender lo que
pretendes con ello. Eso es un código – dijo rápidamente Corice.
Xena inició un gesto de dolor. “Eso es, arquera, recuérdame mi
redención... y recuérdamela a ella.”
-
No deseo seguir con esto, Corice. Te ruego que me dejes sola.
-
La sopa…
-
Si te vas, la tomaré – le dijo, sin ninguna intención de hacer lo que
decía.
-
Mm…– Corice abandonó la estancia, a regañadientes.
***
Observaba a Xena dormir. Le gustaba así. Cuando dormía, arrebataba
la inquietud de su rostro y posaba en su lugar la que debería haber sido
su expresión si la ira no se hubiera cruzado en su camino. ¿Cómo hubiera
sido Xena sin su espada y la sangre en su vida? Arqueó una ceja. ¿Xena,
aldeana? Desechó la idea por descabellada, pero guardó para sí un
pequeño poso, pues halló un extraño alivio en la idea de que por fin
Xena se quedara en algún lugar, ya que significaría que al fin había
encontrado la paz suficiente como para dejar de buscar.
18
19. ¿Y ella? ¿Qué haría ella? “Volver a Poteidea”, pensó, pero enseguida
rechazó la idea, casi sin darle tiempo a formarse. No, estaba claro que
Poteidea no tenía camino de vuelta para ella. “¿Y si…?”. Pero no, no,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
imposible. Aquello tampoco podía ser. “¿No?”.
***
El olor a carne quemada, a pelo abrasado.
El cuerpo de Dosha quemaba bien, ese fue su pensamiento. Nadie dijo
nada, nadie preguntó nada. Tan sólo Persiah, la hermana de Dosha que
también servía en su ejército, se permitió el lujo de lanzarle una mirada
de odio. Pero nada más. Sacaron el cuerpo de la última lugarteniente que
había tenido el coraje de serlo y la quemaron en el centro mismo del
campamento.
Prefería ser temida y odiada a respetada.
Paseó la mirada por su ejército. Allí estaban los violadores, los
asesinos y asesinas, los saqueadores de tumbas, parricidas, bastardos,
impíos y criminales que toda estirpe produce a lo largo de su simiente.
Todos los advenedizos, villanos, parias y borrachos. Sonrió. Su ejército.
El puesto de lugarteniente estaba disponible. “¿A qué sabría su
sangre?.”
Gabrielle, caudilla de un ejército de bestias, tiyah maldita, rió sin
felicidad.
19
20. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
-
Las tribus de los Territorios Sur, Norte y Oeste están a dos días de
camino de aquí. Cuando lleguen, todo estará dispuesto para el
ataque. Seremos más y estaremos mejor preparadas.
Xena ladeó la cabeza. Hacía cuatro días que había recuperado el
conocimiento y sólo uno que había decidido salir de la cabaña que había
sido su lugar de curación. Ahora, Domila exponía la situación y le había
pedido que asistiera al Consejo del Clan. No había querido, no quería
saber nada ya de la próxima confrontación, no deseaba conocer los
detalles del nuevo plan para matar a Gabrielle. Sólo quería olvidar y
desaparecer en ese olvido, como una mota de polvo que se limpia con el
dorso de la mano. Ojalá se hallara inmersa en una pesadilla de la cual
pudiera despertar. Pero no había tal pesadilla, sólo realidad.
Tampoco había Gabrielle; su Gabrielle. Gabrielle nunca le hubiera
hecho lo que esta otra Gabrielle le hizo; Gabrielle no le hubiera
arrancado nunca los ojos.
Gabrielle nunca hubiera hecho todo lo que hizo.
Tragó con dificultad, queriendo deshacer el nudo de bilis que se le
había formado, queriendo detener los acelerados latidos que amenazaban
reventar su alma.
Desde que todo ocurrió luchaba constantemente contra su interior, una
lucha titánica consigo misma que la estaba dejando más agotada que si
hubiera enfrentado la peor de las batallas cuerpo a cuerpo. Luchaba por
no odiar a esa otra Gabrielle que era tanto (y no lo era) la Gabrielle que
ella amaba. Luchaba por hallar una solución, una salida al bosque
marchito en que se había convertido su vida, la de ambas.
Domila hablaba al Consejo.
20
21. Ella regresaba a aquella tarde aciaga, maldiciendo una y otra vez al
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Destino.
***
Gabrielle dejó de observar dormir a Xena y, con un suspiro, decidió
despertarla. Era inaudito que, por una vez, ella se hubiera despertado
antes. Pero notaba a Xena cansada, más de lo habitual. Había despertado
de aquel extraño letargo de hacía dos meses consumida físicamente,
como si su cuerpo se hubiera gastado a pasos acelerados, como si en vez
de unos días inconsciente hubiera estado meses. Su voluntad seguía
siendo la misma de siempre, pero no podía esperar que unos músculos
cansados la obedecieran sin tregua.
21
22. Reprimió el irracional temor que desde aquello la embargaba; ese
miedo inconsciente a que, cada vez que Xena cerraba sus ojos, volviera a
caer en el extraño letargo. Sacudió su cabeza para apartarlo de sí. Volvió
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
a permitirse ese pequeño regalo que se daba a sí misma y demoró
despertar a la guerrera unos instantes, para perderse en su rostro
dormido. Como siempre Xena tenía razón, habían hecho bien en
detenerse, hiciera o no calor. Sonrió levemente. Esta mujer dormida a su
lado. Su actitud solícita. Una Xena extraordinariamente cercana... en lo
emocional. Lo notaba. Desde su despertar. Desde aquel claro en el
bosque rodeada de bajuun, cuando todo lo creía perdido y su último
pensamiento fue hacia ella, cuando hubiese querido...
Tuvo el intenso deseo de acariciar su rostro, ahora, ya; deslizar la
yema de sus dedos por esa piel, besar sus labios, acariciar su cabello.
“Demonios”,
se
dijo,
“me
voy
a
derretir”.
Nunca
antes
había
experimentado tal ansia, no al menos tan franca y directa. Se llevó una
mano a la boca. “¿Había deseado besar a Xena?”. Intentó alejarse. La
medida de un pequeño paso. “Demonios, demonios, demonios...”
-
¿Sueñas ahora despierta?
Gabrielle parpadeó.
-
¿Qué?
Xena la observaba, acodada sobre la tierra.
-
Hola – Xena sonreía, divertida – ¿Estás ahí?
Gabrielle intentó sonreír. Besar sus labios, acariciar su cabello.
-
Sí... ¡no!...Quiero decir sí a que estoy aquí, no a lo otro – se
estaba liando– Sí, aquí. Hola. Estás despierta.
-
Sí – la miró con fingida seriedad – ¿Te importa?
-
No – frunció el ceño. Resopló. “Alejaos, pensamientos.”
-
Bueno, Gabrielle – Xena se desperezó – Qué te apetece hacer hoy.
-
¿A mí?
-
No, a esa seta de ahí – la guerrera se apartó un mechón de cabello
de la cara – ¿Seguro que tú estás despierta?
-
Sí – hizo un mohín.
-
Bueno, ¿entonces?
22
23. Gabrielle se encogió de hombros. Últimamente Xena
dejaba muchas
decisiones a su cargo. La halagaba. La abrumaba.
-
No sé – dudó – ¿No hay ningún reino que proteger ni vida que
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
salvar? – sonrió.
Xena se mordió ligeramente el labio inferior, fingiendo meditar.
-
No – decidió.
-
¿Dragón que matar, príncipe que rescatar?
-
No. No.
-
¿No hay que galopar sobre Argo como posesas?
-
No.
-
¿Ni atender prodigiosos misterios o truculentos asuntos?
-
Diría que no.
-
Vaya – musitó Gabrielle, como si todo aquello fuese en serio –
Deberíamos quejarnos al gremio, esto nos deja en dique seco.
-
No hay problema. Asaltaré a un incauto viajero, lo degollaré y lo
saquearé. O viceversa.
-
Xena – reproche de Gabrielle, sin ninguna intención de que lo
fuera. Esta Xena distinta a la que había conocido hace un año; esta
Xena distinta... y cercana. Nunca antes había observado en ella la
intención en los juegos de palabras, ni había mostrado una actitud
tan... ligera.
-
Pesada.
-
¿Cómo?
-
Digo que eres una pesada. No le des más vueltas, Gabrielle.
Disfruta el momento. La próxima vez que estés en mitad de una
refriega te acordarás de esto y pensarás “¿por qué no hice caso de
las sabias palabras de mi amiga?”.
Gabrielle asintió. Amiga.
-
Tienes razón – masajeó pensativamente su barbilla y se le
iluminaron los ojos – ¿Sabes? A un cuarto de jornada de aquí hay
un santuario dedicado a Calar, la diosa de la inspiración. Dicen
que sus muros encierran los pergaminos de los primeros mitos y
que todo aquel y aquella que lo visita recibe a cambio un suspiro
de musa.
23
24. -
Pues vayamos – dijo Xena, sonriendo con sorna – No deben estar
nada mal esos suspiros. Tú guías.
¿En serio? ¿Podemos ir?
-
Por supuesto. Ya te lo dije. O eso, o degollar incautos viajeros.
-
Bien – Gabrielle siguió a Xena con la mirada, mientras ésta se
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
alzaba para prepararse – Muy bien – murmuró.
***
Estaba murmurando. Cuando se dio cuenta volvió a ladear la cabeza,
intentando captar si había sido escuchada. Pero el Consejo estaba en
plena ebullición. Decidían la total, absoluta aniquilación del ejército del
tiyah, del demonio cuyas ansias de sangre eran infinitas.
Como su dolor.
24
25. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
Faltaban aún un par de leguas por cubrir hasta llegar al santuario que
Gabrielle había mencionado cuando notaron aquel penetrante olor que les
hizo sentir náuseas. Xena lo reconoció de inmediato. Cadáveres en
descomposición. Cientos, por la intensidad de lo que se olía. Miró a
Gabrielle, que frunció el ceño.
-
¿Qué es, Xena?
-
Muerte, Gabrielle – habían estado caminando. Montó en Argo y
aguzó sus sentidos –Al Norte, a poco de aquí – miró a Gabrielle –
Quédate aquí, por favor. Veré qué es – y azuzó a la yegua.
Gabrielle se la quedó mirando hasta que un recodo del camino se la
tragó. Había algo que no encajaba, que la había hecho estremecerse.
Rascó suavemente su mentón e intentó enganchar la sensación que tiraba
de ella. Cuando lo hizo, cuando supo qué era aquello que había llamado
su atención, sonrió estúpidamente.
Xena
jamás
le
había
pedido
“por
favor”
que
hiciera
nada.
Normalmente esa petición se traducía en una orden imperativa. Volvió a
sentir esa sensación en torno a todo lo que rodeaba a Xena y a ella; ese
sentimiento
inconcluso,
que
podía
percibir
apenas,
pero
que
se
transmutaba en una ráfaga de viento que se le escapaba de entre la yema
25
26. de los dedos, como si siempre estuviera a punto de tocarla y darle
nombre y siempre acabara escabulléndosele como el agua de un
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
riachuelo.
***
Mebira captó el movimiento de Xena, como si estuviera incómoda, y
sopesó la posibilidad de acercarse a ella y preguntarle si se encontraba
bien. La observó fugazmente, avergonzada por mirar directamente a
alguien que no podía saberse observada, que no podía devolver la
mirada.
Desechó
entonces
la
idea
de
acercarse.
Comprendía
la
incomodidad de la guerrera de Amphípolis. Acababan de decidir cómo
acabar con el demonio, con aquella a la que Xena todavía recordaba
como Gabrielle. No necesitaba a nadie ahora a su lado incomodándola.
Dejó de mirarla y atendió a las palabras de Temar, la chamana de la
tribu.
Xena se había estremecido, sí, pero no por la razón que había pensado
Mebira. De hecho, ni siquiera estaba escuchando ya lo que se decía en el
Consejo, atrapada como estaba por el recuerdo.
Recordaba con penosa nitidez el día que Gabrielle desapareció para
dejar paso a ese tiyah.
A ese demonio.
***
Óxido.
Sangre. Por todas partes. Sangre reciente.
26
27. Sintió arcadas y se sintió enferma. Era un campo de batalla. Cientos
de cuerpos se desparramaban a lo largo de una pradera, sucia de sangre y
restos. Se tapó la boca y la nariz y se negó a adentrarse en aquel campo
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
de horror. “Tan parecido a los que tú dejabas tras de ti”, le dijo su
conciencia.
Por lo poco que pudo ver la batalla había sido cruenta y, lo que llamó
poderosamente su atención, innecesariamente cruel. Muchos de los
cuerpos presentaban mutilaciones impropias de un enfrentamiento, no
podían haber sido hechas sin una voluntad consciente previa.
-
Tiyah.
El susurro la puso en alerta. Llegaba de la ladera a sus pies. ¿Había
alguien vivo? Desenvainó su espada y se puso alerta. Rastreó con la
mirada la porción de terreno (y cadáveres) a sus pies. Empezó a
descender lateralmente, apoyándose en la pierna, la espada por delante.
Cuerpos abiertos en canal. Carne sanguinolenta.
-
Tiyah.
El susurro otra vez. Aguantando las náuseas, se dejó resbalar. Un
pequeño movimiento la alertó. Se acercó, con todos sus sentidos a flor de
piel. Un pobre diablo seguía vivo, para su desgracia. Le habían
arrancado los ojos y cercenado la nariz. Habían horadado su pecho. Se
puso en tensión y una vaga sensación de inquietud la recorrió por entero.
-
¿Quién te hizo esto? – examinó las heridas. No tardaría en morir.
El guerrero giró la cabeza hacia donde escuchó la voz. Tenía los
labios resecos.
-
Tiyah – susurró.
Xena entendió ahora el término. Significaba “demonio” en tusc
arcaico. ¿Un tuscaniano por estas tierras? Estaba muy lejos de su
hogar, al menos a 30 jornadas a caballo. ¿Qué estaba haciendo aquí?
Miró a su alrededor, los ropajes, las enseñas sucias de sangre. Un
ejército tuscaniano. Se inclinó sobre el moribundo y tocó su frente. No
podía hacer nada por él.
-
Saabeh actioi – susurró Xena. Si tenía que morir tan lejos de los
suyos, que al menos escuchara la lengua de su hogar. “Saluda a la
luz”, le había dicho, una frase ritual en su cultura ante la muerte.
27
28. Conocía el reino de Tuscaan, había pasado por allí en un par de
ocasiones, hacía mucho. “Saluda a la luz”, aunque había sido la
oscuridad quien al parecer lo había dejado en ese estado. El
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
tuscaniano inició un gesto inconexo de su mano y Xena se acercó
aún más. El guerrero trazó una breve parrafada que heló la sangre
de su corazón. Una historia de horror que el tuscaniano terminó
con una frase: “Nacte tiyah.”
Mata al demonio.
Xena abandonó el campo de batalla con suma inquietud. Sería mejor
estar junto a Gabrielle lo antes posible. No le había gustado aquella
historia, ni lo que había visto.
Un demonio milenario vagabundeando de alma en alma, a través de
los tiempos, a través de las vidas de otros. Una maldición en forma de
bestia que anidaba en cuerpos ajenos, devorando sus corazones,
borrando todo rastro de sí mismos.
Usmah, el nombre del demonio, del tiyah corrupto, había anidado en
su última víctima, reuniendo una infame horda de asesinos que asolaba
las tierras por donde pasaban. La última de ellas, Tuscaan, el reino del
rey Acromanón, arrasada hasta los cimientos. Un ejército que persigue
al demonio, un ejército que muere al completo en una llanura a 30
jornadas a caballo de su hogar.
-
Ect ebain unmp tiyah – Xena pareció ver una sonrisa en el rostro
agonizante del guerrero tuscaniano cuando lo dijo: “Herimos al
demonio con una flecha envenenada”.
Pero a ella se le heló cuando el tuscaniano terminó su parrafada:
“Buscará un nuevo alojamiento, buscará un nuevo cuerpo antes de
morir. Da con él. Nacte tiyah”.
Xena dio con él.
Con ella.
28
29. ***
-
¿Gabrielle? – Xena giró sobre sí misma, mirando frenéticamente a
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
un lado y a otro. No estaba donde la había dejado – ¡Gabrielle! –
gritó.
Nada. Recorrió el camino en ambas direcciones. Se adentró en el
bosque cercano. Fue allí donde halló la tela rasgada. La tierra
removida. El rastro de sangre. Sintió una gran inquietud. La tela era de
la ropa de Gabrielle. ¿La sangre? Era fresca. ¿Gabrielle? No podía
saber si esa sangre era de ella. Rogó a los dioses porque no fuera así.
Ni siquiera se percató de esa nueva debilidad en ella. Jamás rogaba a
los dioses. Los combatía y punto.
Inspeccionó el lugar. Huellas de dos personas. Las de menor tamaño,
dioses, eran de Gabrielle. El talón arrastrado. Halló un pequeño rastro de
sangre junto a las más grandes. Recogió parte de ese rastro con los dedos
y lo olió. Veneno. Esta sangre estaba envenenada. Se le retorció el
estómago. La otra sangre era, pues, de Gabrielle. Siguió el rastro de la
sangre envenenada y descifró así el camino del demonio herido. El rastro
partía de la llanura plagada de cadáveres. Al principio había corrido. Las
huellas en la tierra eran amplias e imperfectas, bruscas. Después, había
dejado de correr. El contorno de las pisadas era más nítido. Al final se
había arrastrado. El surco en la tierra. Tras los arbustos. A menos de 50
metros del camino. De Gabrielle.
Apretó el trozo de tela y aspiró aire con fuerza, la frente perlada de
sudor. Volvió al lugar donde había hallado la tela rasgada y la sangre.
Intensificó la inspección. El demonio había escapado herido de muerte
de la llanura. Había llegado hasta Gabrielle. ¿Y después?
El árbol. En la corteza. Se acercó. Más sangre. Sin veneno. Un
diminuto rastro a sus pies. Huellas, de dos personas. El corazón se le
aceleró. Las huellas más pequeñas dejaban un surco de arrastre, las otras
eran más profundas. La arrastró. ¿Viva? La respiración se precipitó en
sus pulmones. Debía calmarse.
Unos metros más allá halló el cuerpo.
29
30. Un hombre con armadura, boca abajo, tras unos matorrales. Su cuerpo
presentaba diversas laceraciones. Entre ellas, la de una flecha. Veneno.
Le dio la vuelta. Su boca se torcía en un grotesco rictus, los ojos
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
abiertos, oscuros y vacíos. “Sin alma”, pensó Xena, sintiendo un
estremecimiento. ¿Era éste, pues, el tiyah del que había hablado el
tuscaniano moribundo? “No”, pensó, sintiendo un estremecimiento. Ya
no. Ahora sólo era su penúltima víctima, su penúltima morada.
Dos cosas habían llamado su atención, helándole la sangre. Una, un
tatuaje ya cicatrizado en el omoplato derecho del cuerpo, trazando un
nombre, Usmah.
La otra, la peor, un mechón de cabellos rubios en su mano izquierda.
El demonio errante había encontrado un nuevo recipiente.
***
Buscó a Gabrielle durante semanas, pero fue como si se la hubiera
tragado la tierra. En su desesperación acudió a nigromantes y augures,
pero nada le dijeron. Un gesto de terror dibujaba sus miradas en cuanto
vertían su saber sobre el mechón de pelo pajizo y la tela rasgada que les
llevaba. Palidecían ante el halo oscuro que emanaba de ellos. Al final
pronunciaban una sola palabra, la única que la guerrera de Amphípolis
no quería oír pero hacia la cual se encaminaba.
Demonio.
Semanas después supo de ella. Escuchó hablar de un ejército
acaudillado por una mujer que había aniquilado a un pequeño clan de
amazonas pertenecientes al territorio del Este, pero no fue eso lo que le
puso en guardia.
Lo que lo hizo fue el rumor acerca de un pequeño detalle: la mujer
lucía un tatuaje en su omoplato derecho. Usmah.
30
31. Se dirigió hacia los territorios del Este y por el camino fue sabiendo
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
de los numerosos ataques de la guerrera demoníaca, cómo ampliaba su
horda de asesinos impíos. Cómo mataba.
Escuchó historias acerca de su crueldad, incluso hacia su propia tropa,
unos guerreros que cumplían sin vacilación sus órdenes, con sanguinario
deleite.
Escuchó que la mujer que los guiaba era inusualmente joven. Y que su
pelo era rubio pajizo.
Llegó así al territorio del Este. Fue conducida ante Domila. Les
ofreció su ayuda. La regente conocía a Xena de sus tiempos de Señor de
la Guerra, había oído hablar de sus actos de redención. De acuerdo, pero
siempre bajo sus órdenes. El territorio bullía de actividad. Estaban en
plena alerta, las emisarias eran enviadas a los cuatro confines con
órdenes precisas. Varios grupos del clan habían sido atacados y
aniquilados. Los relatos de las supervivientes eran espeluznantes.
Xena portaba consigo su propio miedo, su corazón deshecho y una
única intención.
Si Domila tuviera conocimiento de lo que realmente Xena pretendía la
hubiera expulsado o, directamente, ejecutado.
Domila ignoraba que Xena sospechaba de la identidad de la guerrera
que atacaba sus tierras. Domila ignoraba que, mientras la militiane del
clan trazaba la estrategia del ataque, la guerrera de Amphípolis
preparaba la suya propia.
Domila ignoraba que Xena quería salvar a su peor enemigo.
La ignorancia que ambas compartían era cómo.
***
31
32. La primera batalla coordinada contra el ejército del tiyah se inició de
madrugada, bajo una intensa lluvia que embarró los caminos y tiñó la
jornada de negros augurios. Las amazonas avanzaron bajo una cortina de
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
agua que atronaba sobre ellas con implacable perseverancia.
Las milicias amazonas, estructuradas según los distintos grupos del
territorio del Este, partieron hacia el valle de Miriahdis, donde las
ojeadoras habían localizado al ejército enemigo.
Xena cabalgaba sobre Argo, escoltada por un flanco de amazonas
arqueras y una sección de guerreras con lanzas. Una de las arqueras se le
había pegado como una lapa, una joven llamada Corice, que al parecer
rendía pleitesía a su pasado guerrero. Le dolía percibir esa admiración,
obtenida por algo que le asqueaba. Por otro lado, la juventud de la
arquera,
su
entusiasmo
y
su
ciega
admiración
le
recordaban
irremediablemente a Gabrielle.
Deseó llegar de una vez al valle.
Cuando lo hizo, deseó no haberlo hecho nunca.
Había dejado de llover, pero el terreno permanecía embarrado y, por lo
tanto, molesto para las monturas y dificultoso para las secciones que
iban a pie. Algunas amazonas desmontaron y los caballos fueron llevados
a la retaguardia, donde no retrasaran tanto el avance.
Cuando por fin Xena avistó el angosto paso, su agudo instinto la alertó
de inmediato, pero no supo definir el peligro. La garganta era más
cerrada de lo que hubiera sido deseable, pero Mebira había tenido en
cuenta esa circunstancia y había desplegado secciones que avanzaban por
la parte superior del barranco, tratando de evitar así una emboscada.
Poco a poco fueron entrando en la quebrada, avanzando en silencio,
alertas. Los únicos sonidos eran el susurro del cuero y la tela, el
entrechocar de los metales, los pasos enfangados y los inquietos
relinchos de las monturas.
A Xena le preocupaba tanto silencio y su instinto le hacía mirar
constantemente hacia arriba.
32
33. Por ello, fue de las primeras que vio caer los primeros cuerpos en
llamas sobre ellas, tras los espeluznantes chillidos de dolor.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
A partir de ese momento, todo fue a peor.
***
Los
guerreros
del
tiyah
obedecieron
ciegamente
sus
órdenes.
Embadurnados de aceite, terminaron de colgar los odres repletos de la
misma sustancia a sus cuellos y esperaron la señal de su caudilla.
Cuando la dio, sus compañeros acercaron las antorchas a sus cuerpos y
empezaron a arder en el acto. Con espantosos alaridos salieron de sus
escondites y corrieron hacia las amazonas que avanzaban en paralelo
sobre la parte alta de la garganta.
Los suicidas, ardiendo como teas humanas, se abalanzaron sobre ellas
y la sorpresa del momento fue la perdición de muchas. Los guerreros se
lanzaron sobre ellas y las arrastraron en un abrazo mortal hacia el borde
del precipicio, saltando sin vacilación junto a su desgraciada presa.
Los cuerpos de los inmolados y sus víctimas cayeron por docenas
sobre las amazonas en el valle. Al hacerlo reventaban los odres llenos de
aceite que portaban al cuello, expandiéndose entonces una mortal
llamarada sobre las amazonas. Sus gritos se mezclaron con unos chillidos
espantosos que venían desde la retaguardia y que no fueron suficiente
33
34. para preparar a las amazonas ante la enloquecida embestida de toda una
legión de caballos ardiendo vivos que corrían hacia ellas, quemándolas,
derribándolas, aplastándolas. Sus propios caballos.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Los guerreros tiyah habían cerrado la retaguardia.
Fue entonces, en semejante desbandada, cuando todo un ejército
surgió ante ellas, a sus pies. Cientos de guerreros cubiertos de barro se
alzaron de la tierra que les había servido de escondrijo; otros saltaron
desde los árboles, muchos avanzaban al galope desde el frente.
Decenas de amazonas habían muerto ya quemadas o aplastadas por las
monturas aterrorizadas. Las que quedaron en pie se enfrentaron a una
pesadilla.
Xena había logrado esquivar los cuerpos ardiendo, tanto humanos
como equinos. Su brazo derecho había sufrido quemaduras, pero había
tenido suerte. El ejército amazona estaba descolocado, la contundencia e
irracionalidad del ataque lo había partido en dos.
Escucharía en sueños durante mucho tiempo los alaridos de agonía de
las que se quemaban vivas, los gritos de odio de los suicidas, los
relinchos desesperados. Todo era ruido, gritos y confusión. Vio a las
figuras embarradas arremeter con furia contra las amazonas y vio a la
tropa enemiga a caballo que se acercaba por el frente.
Estaban perdidas. Ahora sólo se trataba de ver cuánto tiempo pasaría
hasta que Domila ordenara la retirada. Aquí acababa la estrategia de la
militiane que había seguido; ahora le tocaba a ella ejecutar la suya
propia.
Encontrarla.
***
34
35. Le dolía el costado. No podía oír con claridad, uno de los golpes le
había dejado momentáneamente sorda. Creía tener rota la mandíbula y
sólo esperaba que la textura que se había tragado fuera sangre y no un
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
trozo de su propia lengua. Notaba movimiento a su alrededor y no tenía
duda que estaba siendo transportada atravesada como un fardo sobre un
caballo, atada de pies y manos, con los ojos vendados.
Le habían partido los dedos de las manos y le dolían tanto como eso.
Xena empezaba a recordar cómo había acabado así.
***
Olía a carne quemada, los gritos helaban la sangre. Todo estaba
perdido. Lo primero que hizo fue desmontar y palmear a Argo para que
abandonara el valle. La yegua lo haría sin ninguna otra indicación. Xena
intentó localizar a Corice, pero no la vio entre tanta confusión. Escrutó
la maraña de cuerpos que luchaban y trató de distinguir a la guerrera de
pelo pajizo que habían descrito como el tiyah. Por un instante pensó
cómo reaccionaría si sus sospechas se cumplían y el demonio fuese
Gabrielle (algo de lo que estaba casi totalmente convencida, por otra
35
36. parte). Antes, el control sobre todo lo que le concernía era férreo, jamás
dudaba. De un tiempo a esta parte sólo lograba dudar.
Tuvo que dejar sus cavilaciones para más tarde, empuñar su espada y
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
defenderse del ataque de los guerreros tiyah.
No
mucho
después
Domila
ordenó
la
retirada.
Las
amazonas
empezaron a retirarse, pero Xena no abandonó su posición. La había
visto. Una figura inusualmente pequeña para ser una caudilla guerrera,
enfundada en una armadura cobriza, a lomos de un caballo gris. Portaba
una máscara de cuero, por lo que no pudo ver su rostro. Peleaba de forma
inhumana, atravesando con furia a sus contrincantes. Luchaba con una
ira palpable hasta en la lejanía. Xena intentó abrirse paso hasta ella, pero
los guerreros enemigos asemejaban un goteo inagotable. Además, las
amazonas se retiraban y ella debía decidir. Atrás o quedarse.
Miró a la pequeña figura y su intuición tomó la decisión por ella.
Quedarse.
La quemadura del brazo le dolía.
36
37. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
Se detuvieron, la bajaron del caballo sin ningún miramiento. Ruido de
campamento. Permaneció en el suelo, sin que nadie se ocupara de ella,
un largo espacio de tiempo. Gritos marcando órdenes. Cascos de
caballerías.
De pronto, una voz femenina, “Llévala a la tienda”. Y una masculina,
“Ya habéis oído a Dosha”.
La arrastraron y por fin la dejaron en el suelo. Empezaba a oír mejor.
Por lo que percibía, estaba en el interior de una tienda.
Y había alguien más allí.
***
37
38. La rodearon cinco guerreros y ya no podía más. La habían logrado
arrinconar contra un árbol. Estaba agotada. Y sola. Los guerreros del
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
tiyah empezaban a rematar a las amazonas heridas en la batalla y que no
habían podido huir.
Sabía que la estaba observando. Lo había estado haciendo desde que
había derribado a aquel gigantón y cogido su montura. Una vez sobre el
caballo, se había dirigido a todo galope hacia ella, pero no se le había
podido acercar mucho. Una legión de guerreros le cortó el paso y
acabaron derribándola a su vez.
Pero había captado su atención, y la observaba desde entonces. Lo
único que esperaba es que eso fuese suficiente, pero en ese momento,
agotada y sangrando, rodeada de enemigos armados, empezó a dudar de
todo.
Alzó su espada por enésima vez, trazando un arco frente a sí. Desde
luego, no los asustó. La atacaban de uno en uno, pero era peor. La
agotaban. Se sentía débil y ellos eran muchos. Demasiados. Aguantó
cuantas embestidas pudo, lanzando una y otra vez la espada. Respiraba
con dificultad y el sudor bañaba todo su cuerpo. Temía que ello hiciera
resbalar la empuñadura de su espada de su mano. No fue así, pero el
error no tardó en llegar. Su rodilla le falló en el peor momento y uno de
los guerreros aprovechó para golpearle con la parte plana de su espada
en
el
lateral
de
la
cabeza,
ensordeciéndola
y
provocándole
una
momentánea desorientación. El mismo guerrero golpeó de nuevo con el
puño de la espada. Su mandíbula crujió. Xena reculó, pero no llegó a
caer. Con el rabillo del ojo vio a uno de ellos alzar la espada sobre su
cabeza. La iba a matar. Con esfuerzo, la guerrera giró para mirar hacia
donde estaba la mujer guerrera de la máscara de cuero. Si se había
equivocado era el fin. Si no, también pudiera serlo. Apenas sintió miedo.
Sólo pena, una inmensa pena, que no era del todo por ella sola. Al fin y
al cabo, siempre pensó que moriría así, bajo el filo de una espada. No
podía hacer más. Sostuvo entonces con firmeza la mirada hacia la mujer
y vio que ésta, en el último momento, azuzaba a su caballo en su
38
39. dirección. La vio ladear la cabeza cuando llegó frente a ella. El guerrero
esperaba una señal. Xena miró a los ojos de la guerrera. Verdes.
“Por todos los dioses”, pensó, sintiendo un vahído.
¿Gabrielle? – pronunció el nombre con dificultad a través del
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
dolor de su mandíbula maltrecha.
La mujer guerrera no dio señal de haberla oído, pero sostuvo su
mirada. Xena inspiró con fuerza y pronunció de nuevo su nombre.
-
Gabrielle.
De pronto, la guerrera de la máscara desmontó de su caballo y sus
guerreros se apartaron a su paso. Llegó hasta Xena y se plantó frente a
ella. Pareció estudiarla con detenimiento. Después, con un rápido gesto,
se llevó una mano a la cara y retiró la máscara que cubría su rostro.
Era una mujer joven, de pelo corto y pajizo, con una pequeña cicatriz
que le cruzaba el mentón. Con los ojos verdes.
-
Partidle las manos – ordenó Gabrielle – Y llevadla al campamento.
Xena perdió el conocimiento cuando los guerreros cumplieron la
orden. Pero antes de sumirse en la oscuridad de la inconsciencia sintió
dos cosas: alivio y miedo.
La había encontrado.
39
40. V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
***
Empezaba a oír mejor, al menos ya no tenía ese agudo pitido dentro de
su cabeza. Los dedos seguían doliéndole, y la mandíbula, y la quemadura
del brazo. Y el alma. La desorientación cesó y se obligó a imponer la
sangre fría sobre las emociones. Todavía llevaba los ojos vendados, pero
sabía que estaba en su tienda. Notaba ambos pies y manos prisioneros del
hierro de unos grilletes. Tiró de uno de sus pies y, por la resistencia que
halló, supo que estaba encadenada a algo fijo, tal vez a una argolla
clavada en el suelo.
Seguía notando, también, la presencia de la otra persona en la tienda.
Sabía que era una tienda porque había rozado con la recia tela al ser
introducida dentro y los sonidos del exterior le llegaban embozados.
Aguardó, expectante, pues ni se podía mover más ni hablar. Un vendaje
cubría la parte inferior de su rostro.
La persona que había en la tienda hizo un pequeño movimiento.
Alguien más entró y ladró una orden.
-
Fuera.
La voz de Gabrielle. Un tono más grave, un tono más oscura, pero su
voz.
Se quedó a solas con ella. Pasó un largo rato sin que se moviera o
dijera nada. Parecía haberse olvidado de su presencia, tirada en el suelo.
Decidió arriesgarse y le dio a conocer su consciencia moviéndose un
poco. Esperó su reacción, pero no llegó. Sin embargo, no tardó en
hacerlo cuando se movió de nuevo. El filo de una daga fue presionado
contra su garganta. Se había situado a su espalda con total sigilo.
Aguardó, pero Gabrielle no hizo nada. Quiso volver a pronunciar su
40
41. nombre, pero su mandíbula ya no se lo permitió. En su lugar emitió un
sonido gutural, un murmullo que apenas atravesó el apósito que cubría la
parte inferior de su cara. Parece que su murmullo la hizo reaccionar. Con
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
brusquedad le quitó la venda de los ojos y la hizo girar hacia ella sin
ninguna consideración, al tiempo que llamaba a su lugarteniente.
-
¡Dosha!
Xena parpadeó y trató de acostumbrar a sus ojos de nuevo a la luz.
Tenía el rostro de Gabrielle a apenas unos centímetros del suyo.
-
¿Llamabas? – la guerrera llamada Dosha entró en la tienda.
Gabrielle no apartó la mirada de la de Xena. Ésta se estremeció ante la
dureza de sus ojos.
-
Llama al sanador y que se ocupe de cambiar estas vendas.
-
Sí, Usmah.
“Usmah”, pensó Xena con desasosiego. Sus sospechas se habían
confirmado. La historia del tuscaniano moribundo cobraba ahora toda su
veracidad. El demonio errante y los cuerpos que le servían de recipiente.
La parte que el guerrero de Tuscaan no le pudo contar fue por qué
escogió a Gabrielle. Por qué a ella.
La presa fácil. Acababa de ser herido. Había podido, no obstante,
alcanzar al arquero que lo había herido y sólo después de haberlo
despedazado lo lamentó. Tendría que buscar un cuerpo, lo antes posible.
La batalla tocaba a su fin. Su ejército, o lo que de él quedaba, había
emprendido la persecución de lo que quedaba del ejército tuscaniano.
En la llanura sólo quedaban los muertos y los agonizantes.
No le servían.
Pero entonces la percibió. La presa fácil. En realidad había dos, pero
la otra emanaba demasiada fuerza como para poder enfrentarse a ella,
débil como ya estaba por la flecha envenenada.
Gabrielle, en un principio, trató de auxiliar al guerrero herido que
vio salir de la espesura, pero su alma pura intuyó la oscuridad y se
puso alerta. Trató de defenderse e hizo brotar en un par de ocasiones
41
42. la sangre de su atacante. Pero acabó venciendo el demonio, que atrapó
su esencia y la deshizo entre sus garras oscuras.
Gabrielle despareció y en su lugar Usmah, el demonio errante,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
renació poderoso con un nuevo cuerpo. Retomó con él entonces el
camino de la desolación, formando un nuevo ejército.
Su alma sabía a sangre.
***
Xena no podía apartar los ojos de Gabrielle. Se dio cuenta de que
toda su estrategia acababa aquí. Sólo había pensado en llegar hasta ella
y ahora que lo había hecho no podía anticipar el siguiente paso. Sabía
que debía recuperarla, claro, pero no cómo.
-
Te conozco – le dijo Gabrielle.
Xena sintió una punzada. Sus ojos brillaron.
-
Percibí tu alma en aquella llanura, en el campo de batalla – el
brillo en los ojos de Xena se apagó. “¿No la reconocía?” – Un
alma guerrera, muy poderosa. Te he visto pelear. Eres excelente en
el manejo de la espada. Muy elástica y contundente en los golpes –
Gabrielle sonreía tenuemente. Su voz era acerada, sin ninguna
inflexión. Un tono que Xena calificaba como peligroso – Manejas
el hierro como una prolongación de ti misma. Matas certeramente.
No sé por qué quiero que estés aquí – sonrió –, pero estarás hasta
que me canse. Puede que después te mate, beba tu sangre y pruebe
tu carne. Amo a los buenos guerreros... y guerreras.
42
Comentario [yo1]:
43. Alguien entró en la tienda. Olía a ungüentos. El sanador. Gabrielle no
apartó la mirada de Xena.
-
Procura ser una buena distracción, me canso pronto de las
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
novedades – y se alzó con ligereza, dejando paso al sanador.
***
El Consejo ultimaba los detalles del plan a ejecutar contra el tiyah. La
primera incursión había acabado en desastre para ellas, pero esta vez no
podían fallar.
El demonio, cuyo cuerpo mortal estaría previamente debilitado por una
serie de heridas que se le inflingirían, sería atraído hacia la gruta donde
tendría
lugar
la
ceremonia
de
destrucción,
una
gruta
donde
le
aguardarían las doce chamanes encargadas del ritual. Éste se iniciaría
con un rito de ocultación, un manto de oscuridad que silenciaría la
presencia de sus almas al demonio errante. Era, con mucho, la parte más
débil de la acción. Las doce chamanes implicadas tenían el poder
suficiente como para ocultar su presencia espiritual al intuitivo demonio,
pero no lograban acertar con el cebo adecuado que lograra captar su
atención en el momento más crítico, cuando, sabedor de la muerte
inminente del cuerpo que habitaba, buscara en su entorno el próximo que
le cobijara. El resto de la acción estaba precisa y minuciosamente
establecida. Cada parte del plan era como una pequeña pieza engarzada
cuyo único objetivo era el de llevar al demoníaco ser hasta la gruta. La
pieza principal residía en la resistencia del cordón de guerreras
amazonas que se desplegaría, como un corredor humano, desde la
posición del tiyah hasta la desembocadura de la gruta. Obviamente, esa
posición debía ser ganada a pulso. Amazona a amazona. El demonio se
haría rodear de sus más feroces guerreros, y no sería fácil franquearlos y
ganar la posición. El plan contemplaba que el corredor amazona avanzara
hasta alcanzar una posición sólida en torno al demonio y se mantuviera
43
44. allí durante todo el proceso. Unas guardaespaldas que en nada querían su
bien, todo lo contrario.
El siguiente paso consistiría en asetear al demonio en siete partes
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
concretas de su cuerpo, señaladas específicamente por la sanadora real, y
cuya principal función era herirlo de muerte, pero no matarlo, no al
menos hasta que se ejecutara la tercera parte.
El
cordón
de
amazonas,
compuesta
por
guerreras
de
probada
resistencia, tenía como objetivo prever cualquier intento del demonio
herido de ocupar el cuerpo de algunos de sus guerreros o de incluso
alguna amazona. Las amazonas contaban con un amuleto preparado
expresamente por las doce chamanes que podía servir de barrera contra
el poder del tiyah, pero todas eran conscientes de la fragilidad de la
magia chamán encerrada en un pequeño amuleto colgado al cuello frente
a un demonio como Usmah. Contaban así, rogaban, que la concurrencia
de todas las circunstancias (amazonas preparadas, amuleto, demonio
herido), empujarían al demonio agonizante a buscar un receptáculo más
fácil.
Las
amazonas
del
cordón
humano
tenían
unas
órdenes
incuestionables: matar, acabar con toda vida alrededor del demonio.
Aunque fuese la propia. Si el alma corrupta del demonio hallaba un
nuevo recipiente sano, todo empezaría de nuevo. Y aún se hallaban
recientes los ecos de los gritos de las amazonas inmoladas en el valle de
Miriahdis.
Las amazonas esperaban que el demonio, urgido por la necesidad de
un nuevo cuerpo, empujado por el metódico hostigamiento del cordón
amazona, que funcionaría como un émbolo hacia una única dirección, se
viera impelido a actuar tal y como se había planeado: hacia esa única
dirección, la gruta.
Y en la gruta era donde confluía la parte más débil del plan. Allí era
donde había que proporcionarle una esperanza, un nuevo cuerpo donde
habitar que sustituyera al agonizante.
Justo en esta parte del plan fue cuando Xena, sin alzarse ni alzar la
voz, sentada en el mismo rincón desde el cual había seguido en silencio
el plan detallado del Consejo, dijo:
-
Yo seré ese cuerpo.
44
45. Mebira se agitó, intranquila, escudriñando la expresión de Xena. No
pudo leer nada en ella.
Por qué tú, Xena – reclamó la reina Domila.
-
Me conoce, sabe de mi alma. Ya intuyó mi presencia en la anterior
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
ocasión... – su voz perdió un ápice de tono, pero lo recuperó tan
pronto que apenas sí ninguna de las presentes reparó en ello –... en
que logró el cuerpo del que ahora es portador. En mi cautiverio me
dijo que me había intuido, pero deduzco que mi fortaleza le hizo
decidirse por la otra persona – “Otra persona”, gritó su mente,
“Gabrielle”.
-
¿Crees que te reconocerá?
-
Sin duda.
-
Pero tu ceguera...
-
No digo que desee mi cuerpo para habitarlo. Sólo que se sentirá
atraído por mí.
Domila frunció el ceño y pareció querer replicar, pero silenció lo
que quiso decir. La sanadora le había informado de las terribles
heridas que había tenido que curar en Xena... y lo que más allá de lo
puramente físico implicaba. Intuía así que Xena no andaba del todo
errada, si bien no le gustaba. Pero no había más opción. Ya lo habían
discutido durante horas. El cebo que precisaban. Xena. Giró hacia las
representantes del resto de clanes y hacia las chamanas. Todas
asintieron.
-
De acuerdo – carraspeó – Aguardarás en la cueva. Una vez el
demonio haya entrado en ella procura atraerlo hacia el centro. Las
chamanas te indicarán dónde. Una vez se haya formado en círculo
deberás
abandonarlo
inmediatamente,
abandonar
la
gruta.
¿Comprendes?
Xena asintió.
Comprendía.
45
46. El Consejo había concluido. Xena rechazó la ayuda de Corice y se fue
sola hasta su cabaña.
El Consejo había emitido su unánime decisión: aniquilar al tiyah,
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
atrapado el demonio en un arco de poder conjurado por las chamanas.
Para ello, antes debían acabar con su ejército.
Para ello, también debían acabar con el cuerpo que le servía de
recipiente.
Xena le había dicho a Domila que comprendía. Esperaba que ella lo
hiciera también si todo salía como la guerrera había planeado. Implicaba
su traición al clan amazona. Un estigma. De nuevo.
Pero no había peor estigma que la huella de Gabrielle muerta en su
corazón.
***
46
47. Sus dedos y su mandíbula iniciaron un lento proceso de curación.
Permanecía encadenada en la tienda de Gabrielle, pero en dos días no
se había acercado a ella ni Xena había pronunciado palabra alguna.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Durante esos dos días Gabrielle (se negaba a considerarla como
Usmah) parecía seguir con lo que era su rutina, ignorándola por
completo. Gabrielle, o al menos la que ella había conocido como
Gabrielle, se comportaba con total indiferencia hacia su persona.
Durante eso dos primeros días Xena pudo observarla detenidamente.
Era Gabrielle, su cuerpo al menos, pero no su esencia, no su yo. Su
luz. Incluso hasta su físico acusaba la transformación de su interior.
Su cuerpo se había angulado, endurecido, en sus brazos se marcaban
los músculos y las cicatrices. En su omoplato derecho, un infame
tatuaje que representaba al demonio Usmah.
Había cortado su cabello, tenía una cicatriz en el mentón y observó,
al segundo día, que le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda.
Presentaba heridas propias de una guerrera y también se comportaba
como tal. Era brusca, inflexible y sumamente cruel.
Y también muy promiscua.
Xena lo comprobó durante la primera noche, para su turbación. El
demonio daba rienda suelta a sus instintos sirviéndose del cuerpo de
Gabrielle. Esa noche Xena descubrió algo inaudito: no soportaba ver a
Gabrielle con otra persona, por mucho que, realmente, no fuera ella. En
su interior, una y otra vez, no hacía más que repetirse que esa no era
Gabrielle, pero no lograba desprenderse de la dolorosa sensación de...
ira, celos y traición. Tuvo que hacer acopio de todo su sentido común
para apartar de sí esos sentimientos que amenazaban expandirse sobre
ella y envolverla en un manto de amargura.
Allí no estaba Gabrielle, sólo Usmah.
Pero le costaba mucho asumirlo racionalmente.
Al segundo día de su captura por el ejército tiyah Gabrielle entró en la
tienda tras haber estado todo el día fuera. Por los ruidos y las palabras
47
48. que había escuchado al amanecer ésta había conducido a su ejército hacia
otro combate.
Gabrielle entró en la tienda arrojando su máscara contra el suelo. A
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
diferencia de los dos días anteriores esa noche se dirigió directamente
hacia ella y, sin darle tiempo a reaccionar, le propinó una fuerte patada
en el costado. Xena acusó el golpe pero no dejó de mirarla directamente
a los ojos. Sorprendentemente, eso fue lo que hizo que Gabrielle le
hablara. Se despojó con un solo movimiento de la armadura y se
acuclilló frente a ella. Tenía una mirada febril y rastros de sangre por
doquier.
-
Eres impertinente – sacó su daga y la colocó en la garganta de
Xena – y el Tártaro está lleno de ellos. – apartó la daga. Xena se
fijó que también en su filo había sangre, sangre seca – Tus
amazonas pelean bien, pero no lo suficiente. Se han replegado de
nuevo. Supongo que volverán. Conozco a las amazonas. ¿A qué
sabe una amazona?– dijo bruscamente – ¿Tú lo sabes?
Xena no contestó.
-
Si no tuvieras lengua tendrías una auténtica razón para no hablar –
siseó Gabrielle y le mostró la daga, haciéndola girar ante sus ojos.
Xena tomó buena nota de su afición por las dagas. Carraspeó.
Aclarándose la garganta, aclarándose el juicio de todos lo susurros de
su corazón.
-
Las amazonas son valientes. No cejarán hasta derrotarte – replicó,
no sin cierta dificultad. El sanador le había dicho que su
mandíbula no estaba rota. Sólo lo suficientemente magullada como
para hacerle aullar de dolor si mascara comida sólida. No había
dicho nada acerca de hablar, pero ahora lo estaba comprobando.
-
Sigues mostrándote arrogante – fue la réplica de Gabrielle. Desvió
ligeramente la mirada hacia la mano que sostenía la daga y
recorrió con ella, como por descuido, la piel de la pierna de Xena.
– Me gustan los retos.
-
Gabrielle...
48
49. Un fuerte golpe con la empuñadura de la daga en un rápido
movimiento impulsó su cabeza hacia atrás con violencia. Xena emitió
un leve quejido. Al menos no había sido en la mandíbula.
Mi nombre es Usmah, guerrera. No conozco a esa Gabrielle. No
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
hagas que me enfade – cambió el iris de su mirada y se tornó
oscuro, fiero – Eres una pieza de mi posesión. Me perteneces. E
igual que te he tomado, te puedo dejar. Muerta, por supuesto –
frunció el ceño – ¿Deseas morir, guerrera?
-
Mi nombre es Xena.
Ahora el golpe le alcanzó en el costado de la patada.
-
Tu nombre no me importa. Tu vida tampoco. No lo olvides.
Se alzó bruscamente y se alejó de ella. Por largo rato pareció olvidarse
de nuevo de que ella estaba allí. La vio desnudarse, pero esta vez no
llamó a la guerrera llamada Dosha para que la bañara como había hecho
el día anterior... ni para lo que aconteció después. Por pudor había
apartado la mirada. Si recuperaba a Gabrielle... Debía urdir un plan,
pensar en algo. Y rápido.
Una vez se hubo aseado y vestido, Gabrielle dio una voz y un par de
sirvientes entraron portando comida y bebida. Gabrielle los despidió con
un gesto y se sirvió una copa. Entonces volvió a reparar en ella. Se
acercó con la copa en la mano. Xena pudo ver con detalle el exquisito
repujado, los adornos de piedras preciosas. Botín de guerra.
-
¿Te ha dado alguien de comer? – inquirió.
-
No.
-
Por supuesto. Ello habría significado que alguien amanecería
mañana colgado de un palo – sonrió sin felicidad.
A Xena se le removió el estómago.
Gabrielle miró las manos vendadas de Xena.
-
Te alcanzaré una porción de carne asada. Si te quito las argollas de
tus antebrazos, ¿me atacarás? – había un cierto tono divertido en
su voz.
-
No.
-
No tendrías éxito, de todos modos.
-
Tampoco lo deseo.
49
50. Gabrielle arqueó una ceja, evidentemente sorprendida.
-
Vaya, eres una mujer sorprendente – se acercó a una mesa y cogió
una pequeña llave. Abrió con ella los cierres que aprisionaban los
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
brazos de Xena y tiró las argollas lejos de sí – No hay servilismo
en tus palabras. Serías una buena guerrera a mi servicio.
-
No eres la primera que me lo propone.
-
¿Y la respuesta es...?
-
No.
-
Por supuesto. No había servilismo en tus palabras – repitió, como
si quisiera remarcar su impresión –. Por lo que, ahora, habrá que
averiguar qué es.
Xena le lanzó una mirada interrogadora, pero no obtuvo respuesta. Sea
lo que fuere lo que pasara por la mente de Gabrielle, no lo iba a
compartir con ella. Le alargó la copa que llevaba entre las manos.
-
Bebe.
Xena miró la copa.
-
No. Gracias.
-
La última persona que rechazó algo de mí adorna con su piel el
campamento – hizo una pausa – y tú lo has hecho dos veces en
breve tiempo. ¿Crees que debería degollarte?
-
No creo que mi opinión te importe. Harás lo que quieras – sus
palabras eran torpes y lentas, dificultadas por la mandíbula herida,
pero su pensamiento, su mente, trataba de correr todo lo que podía.
Trataba de anticipar, de prever, de construir algo a lo que pudiera
agarrarse y continuar. Por ahora parecía haber logrado salvar la
sospecha de una sumisión inmediata que podría no haber sido del
agrado de la Gabrielle que tenía ante sí. Parecían gustarle más los
retos. Y Xena esperaba serlo.
-
Sí, tienes razón – Gabrielle sonrió con crueldad. Xena no se
acostumbraba. Tampoco a la siniestra mirada de sus ojos. Quería
cogerla de la mano y sacarla de allí a rastras; quería que volviera a
ser ella. Se estaba permitiendo soñar. Y no era prudente. Gabrielle
volvió a sonreír – Al menos no pareces una necia redomada como
esos patanes que pueblan mi ejército.
50
51. -
Tu lugarteniente no parece una ignorante.
Gabrielle echó la cabeza atrás cuando una risa corta y cruel la sacudió.
-
Dosha,
Dosha
–
canturreó
–
Acabaré
comiéndomela.
O
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
quemándola. Me harta su ciega devoción. No soy muy paciente. Y
ella hace tiempo que dejó de ser un reto. No es más que un saco de
fidelidad perruna.
-
Cualquier caudillo buscaría esa cualidad en sus guerreros.
-
Yo no soy cualquier caudillo – bebió un largo trago de su copa. Se
giró y fue a coger un trozo de carne asada – ¿Esto también lo
rechazarás? – inquirió, mostrándoselo.
-
Yo no, pero mi mandíbula sí. Puedo hablar, pero no creo que pueda
masticar – recordaba las palabras del sanador y no le apetecía ver
desintegrarse a su mandíbula por un trozo de carne.
Gabrielle miró la comida que había encima de la mesa. Cogió un
cuenco humeante.
-
Sopa – dijo mientras se acercaba a ella, tendiéndosela.
-
No entiendo por qué te preocupas por mí – dijo Xena cogiendo el
cuenco que le alargaba. Realmente tenía hambre, mucha.
-
Ni me preocupas, ni me dejas de preocupar – dijo Gabrielle –, pero
me gustas y no puedes morir antes de que te pruebe.
Xena dejó sin concluir el gesto de acercarse el cuenco a los labios.
-
¿Preocupada, guerrera?
Xena dudó en responder o no como realmente quería hacerlo, pero al
final lo hizo. Aguantaría el golpe.
-
Nada que provenga de ti lo haría.
Un rayo de ira relampagueó en los ojos de Gabrielle. Por un instante
Xena pensó que le haría tragar el cuenco, atravesando sus dientes para
ello si fuese necesario. Pero Gabrielle pareció dejar pasar el momento
y en su lugar sonrió torciendo el gesto.
-
Serías una lugarteniente magnífica. Halcones y no perros es lo que
necesito – de súbito se alejó de ella y fue a sentarse sobre un
sillón de pieles y madera ricamente tallado, cogiendo antes al
vuelo un pedazo de carne asada. Durante un largo rato no dijo
51
52. nada, se limitó a comer y a beber, sin molestarse en mirar a Xena,
que aprovechó para tomar la sopa.
Era ya noche cerrada cuando Gabrielle se retiró a su cama. Para
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
dormir. “Sin visita esta vez”, suspiró, aliviada, Xena.
Cuando ya creía que Gabrielle dormía su voz rompió la oscuridad:
-
Me gustaría encontrar a esa Gabrielle que tanto nombras. Clavaría
su cabeza en una pica frente a ti.
A Xena le sentó mal la sopa.
***
-
Xena.
52
53. Escuchó su nombre, pero apenas alzó la barbilla. Su entrenado oído ya
había notado los pasos acercándose a su cabaña.
-
Mebira – dijo, a modo de saludo. Notó que ésta no se movía –
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Puedes entrar si lo deseas – le indicó.
-
Gracias.
-
Si no hay luz suficiente prende una antorcha.
-
No es necesario.
-
Como quieras.
Xena notó que la amazona se sentaba a
su lado. La oyó inspirar
antes de hablar.
-
El Consejo hace lo correcto.
-
Lo sé.
-
No busca venganza.
-
Lo sé.
-
Hay que acabar con ella.
-
Mebira – Xena se giró hacia su voz – Lo sé – lo dijo apretando los
dientes.
Siguió un violento silencio.
-
Lo siento, fallé como militiane...
-
No – la cortó – Nadie pudo haber previsto tanta... insania. Jamás
vi a nadie dirigir su ejército de forma tan cruel – su voz bajó un
tono – Jamás conocí a nadie tan cruel – “aparte de mí”, quiso
añadir.
-
Encerrada junto a esa alma demoníaca sigue habiendo una
persona...
-
No – Xena volvió a cortarla, esta vez acompañado de un gesto
brusco con la mano – No, no, no– musitó, en una insistente letanía.
“No sigas por ahí”.
Mebira esperó a que Xena continuara, pero no dijo nada más.
-
Sólo quería que supieras que mi objetivo es atrapar a ese demonio
y acabar con él – hizo una leve pausa –, pero si hubiera algún
modo de recuperar a esa persona sin dañarla, lo haría.
“Esa persona ya está dañada”, quiso decirle. Pasara lo que pasara,
Gabrielle quedaría afectada.
53
54. -
Lo sé – fue, en cambio, lo que le dijo.
-
Cuando en dos días lleguen los ejércitos de todos los clanes y
aunemos la estrategia estaremos listas para marchar sobre ella. Las
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
chamanas tendrán el poder suficiente.
-
Por qué has venido, Mebira – le preguntó, en tono cansado.
-
Quizás para descargar mi conciencia. Quizás para justificarme.
-
¿Ante mí?
-
Eres la única ante la que siento que debería hacerlo.
-
Por qué.
-
Sé lo que ella significa para ti.
Xena sintió una punzada de alarma. Tendría que haberse dado cuenta.
Hablaba demasiado de esa persona.
-
No sabes nada, Mebira – dijo con cautela. “¿Qué sabía Mebira?.”
-
Sé lo que vi. Te quedaste atrás, te quedaste allí. A pesar de ese
infierno, a pesar de lo que había pasado. Sabías que no podías
contra todo un ejército, así que supongo que no considerabas a ese
ejército, sino a una sola persona. A ella.
-
No comprendo dónde quieres llegar con tus palabras.
-
Al mismo lugar que tú con tu decisión.
Xena no respondió. Lo hizo Mebira.
-
Es tu bardo.
“Mierda”.
-
Gabrielle, creo. La joven que siempre te acompaña.
Xena notó su agitación crecer.
-
El mundo es un lugar muy pequeño cuando las historias echan a
andar. Aquí se han oído algunas. Aquí se admira a dos mujeres que
caminan juntas. Escuché en una de ellas la descripción de la joven
bardo – hizo un gesto que Xena no llegó a ver. Un leve
movimiento de hombros – Y era demasiada coincidencia. Que tú
aparecieras aquí, sola, sin ella. Parecías buscar. Cuando nos
retirábamos– sus ojos se llenaron de dolor. Con Xena podía
hacerlo. Ella no percibiría esa debilidad, esos remordimientos –,
cuando ya enfilábamos la salida del valle, me giré. Estabas
acorralada. Ella llegó, se quitó la máscara. Y tú dejaste de buscar.
54
55. Lo vi en tus ojos, en tu expresión. La leyenda del demonio errante
– suspiró – Él se la llevó, ¿verdad?
Xena no respondió. Para qué. Sólo repitió su última réplica.
No sé dónde quieres llegar con esto.
-
Sí lo sabes. E incluso lo sientes. Por eso te quedaste allí. Por lo
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
-
que sentías, no por lo que podías llegar a razonar. Si lo hubieras
hecho no te habrías quedado en aquel infierno. Habrías huido,
como lo hicimos todas.
Xena mantuvo su silencio un par de segundos.
-
Qué harás con lo que ahora ya sabes.
-
Lo mismo que cuando lo supe al salir del valle. Nada. A no ser que
– se lo tenía que decir –, lo que tú pretendas interfiera en lo que
nosotras pretendemos.
-
Quiero acabar con el demonio.
-
El demonio está en tu amiga.
-
Siempre hay una solución.
-
No, no siempre.
-
Aún así, esa persona se merece que lo intente.
Mebira posó una mano en el hombro de Xena y percibió entonces todo
su dolor.
-
Ojalá que... – pero no supo continuar. Nada había que pudiera
decirle. Al fin y al cabo, ella era la encargada de acabar con la
vida que tanto parecía anhelar Xena. Suspiró. Acercó la mano que
había posado sobre Xena a su propio rostro y, cuando lo recorrió,
casi agradeció la ceguera de Xena. No quería que la guerrera
pensara, al ver su rostro desfigurado por el aceite ardiendo, que su
misión implicaba nada personal, porque no era así.
Ella también lamentaba que el plan exigiera la muerte de Gabrielle.
Se levantó y, sin añadir nada más, abandonó la cabaña.
Cuando lo hizo, Xena se derrumbó.
Ocultó su rostro entre sus manos y se balanceó dolorosamente.
No lo soportaba.
Había sido una asesina sin ningún grado de calidez en su sangre que le
permitiera sentir compasión de nada ni nadie. Había arrasado aldeas
55
56. enteras, sepultando en ellas las vidas de sus habitantes. Su nombre era
una blasfemia y su vida un insulto para quienes se la procuraron.
Y ahora.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Ahora no era más que una mujer derrotada y vacía; ciega y perdida.
Odiaba todos y cada uno de sus recuerdos, en especial los más
recientes.
Los de las semanas pasadas.
En la tienda de la que ella conoció como Gabrielle.
***
-
Álzate.
La había oído entrar, el paso rápido, antes que verla. Su tono era
imperativo. Xena obedeció, expectante. Sus manos sanaban rápidamente,
así como su mandíbula. No obstante, la escasa alimentación, una
escudilla de sopa al día, la estaba debilitando. Calculaba que debía llevar
allí unos cuatro días. En todo ese tiempo, Gabrielle parecía más
preocupada por dirigir su ejército que por su prisionera. Le había venido
bien. Había podido pensar.
La voz de Gabrielle era dura, como su mirada. Se acercó a Xena.
-
Las amazonas siguen enviando emisarias a los cuatro puntos
cardinales. Imagino que quieren reunir un gran ejército – parecía
agitada, daba pasos cortos en torno a Xena – Tú no eres amazona,
56
57. sin embargo sé que conoces su estrategia. Necesito saber una cosa
– se plantó frente a ella. Xena vio un brillo salvaje en sus ojos –
Sólo una – alzó un dedo.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Xena elevó ligeramente una ceja, en un gesto interrogante.
-
¿Y es...? – inquirió.
Gabrielle se acercó lentamente, hasta situarse a escasos milímetros de
su rostro.
-
¿Cuentan los clanes con chamanas poderosas?
De súbito, Xena percibió... a Usmah. No era Gabrielle quien estaba
frente a ella, nunca lo había sido todo ese tiempo, pese a serlo. Era el
demonio, que se había apoderado obscenamente de una luz que no era
suya, de una vida y un aliento que no le pertenecían. Había llevado a
Gabrielle muy lejos de allí.
Le odió profundamente.
-
Me odias... – susurró Gabrielle. Echó la cabeza ligeramente hacia
atrás para mirarla con intensidad – El odio me gusta. No me habías
odiado hasta ahora. ¿Por qué? ¿Quién soy yo para ti? Mejor aún –
hizo una levísima pausa – ¿Quién es Gabrielle? Soy Gabrielle para
ti, pero no lo soy. ¿Verdad?
Xena no replicó. Se sentía absolutamente desolada. Un manto de
fatalidad la cubrió con el paso felino del peor de los traidores. No, en
verdad no era Gabrielle, siendo ella. No leía a su amiga en esos ojos
duros que la miraban. No la encontraba allí.
-
Tu mirada me dice más que todas las palabras que puedas llegar a
pronunciar. Y he de reconocer que me confundes. El odio más
absoluto deja paso al temor... y al dolor – acercó de pronto su
mano y acarició el rostro de Xena. Ésta no pudo apartarse. O
quizás no quiso. Era tanto ella... – Eres una mujer extraña –
prosiguió Gabrielle – Sé que eres una guerrera en todas y cada una
de las fibras de tu ser, pero... Hay algo, algo que atesoras muy
dentro de ti, que es inamovible, absoluto en su definición. Todavía
no sé qué es, quién es, pero llegaré a averiguarlo. Percibo en ti un
don y una maldición. Estás más cerca de mí que lejos. ¿No lo
57
58. notas? – Gabrielle acercó su rostro al de Xena, los ojos fijos en la
mirada azul – ¿No lo notas, guerrera?
Xena inspiró con dificultad. Tan cerca. Se retiró, abruptamente, un
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
paso hacia atrás.
-
Yo jamás cuestionaría el poder de una chamana amazona – se
limitó a decir, apartando ligeramente la mirada de los ojos de
Gabrielle.
Ésta alzó una ceja, divertida. Peligrosamente divertida.
-
Eso contesta, y no, a mi pregunta – chasqueó los labios y sujetó la
barbilla de Xena con brusquedad, obligándola a mirarla – Pero no
es ya lo que me inquieta en este momento. Lo que haya de ser será,
guerrera, y tú y yo estaremos o no en ello. Lo deseemos o no. Pero
ahora – ensanchó su pecho en una profunda inspiración –, ahora es
ahora – bajó un tono su voz, convirtiéndola en un susurro ronco.
Ladeó la cabeza y recorrió con la mirada a Xena – Ahora quiero,
ahora deseo – inspiró con anhelo – ¿Qué nombre tiene el deseo
para ti, guerrera? – bajó su mano hasta el tórax de Xena y depositó
allí su palma abierta. Xena la notó febril. Se empezó a notar a sí
misma febril. – Bum–bum, guerrera – el tono de Gabrielle estaba
definitivamente impregnado de un deje implícitamente sexual que
la estaba turbando. Demasiado – Bum–bum– Gabrielle se desplazó
unos milímetros para situarse a la altura del hombro de Xena. Ésta
sintió la calidez de su aliento sobre su propia piel, lo que le
produjo un estremecimiento involuntario. “No es Gabrielle”, se
dijo, una y otra vez. “No es Gabrielle”– Dame un nombre,
guerrera, el que tú quieras, y hoy, ahora, esta noche, me someteré
a él... y a ti –el cosquilleo en el nacimiento de su cuello, el
susurro ronco que reverberaba en el epicentro de su cuerpo,
agitándole la respiración. “No es Gabrielle” – Recorreré tu
cuerpo, besaré tus heridas, calmaré tu ansia – no la tocaba, no la
estaba tocando, sus cuerpos distaban entre sí unos milímetros, pero
parecían estar pegados; no la tocaba y, sin embargo, lo que estaba
haciendo Gabrielle era algo mucho más explícito que si recorriera
su piel con sus dedos – Seré quien tú quieras que sea, haré lo que
58
59. tú quieras que haga. Dale un nombre a tu deseo, guerrera, dámelo
y yo lo convertiré para ti en un cuerpo, en un aliento a tu
disposición. Estás más cerca que lejos de mí, lo sabes.
V
FA ER
ht
N SI
tp F Ó
:// IC N
V
ht O E O
tp .c N RI
:// os ES G
vo a P IN
.h te AÑ AL
ol ca O ,
.e .c L
s o
m
Xena cerró los ojos con fuerza, expulsó el aire que había estado
reteniendo con dolor, intentó olvidar el aliento en su cuello, la pulsación
sexual del susurro ronco que llevaba el tono de la voz de Gabrielle, ese
cuerpo que era el de Gabrielle. No tuvo ningún reparo en reconocerse a
sí misma que era un cuerpo que deseaba, pero también que no era lo
único. Siendo Gabrielle sin ser Gabrielle, no. Nunca. No le haría eso a
ella y, por supuesto, no se lo haría a sí misma. Sería como escupir sobre
ambas, como perderse totalmente. Agitó la cabeza en un movimiento
lento y su razón superó a su deseo. “No”.
-
No.
-
¿No? – replicó instantáneamente Gabrielle – ¿No, a qué?
-
No tengo ningún nombre para ti – deseó que su voz no sonara
estrangulada, pero no lo consiguió.
-
¿Estás segura? – Gabrielle deslizó una mano sobre el estómago de
Xena, desde atrás, muy despacio, con suavidad, haciendo que Xena
sintiera los trazos de todas y cada una de las líneas que la
surcaban, el latido de deseo que palpitaba en ella – Tu voz dice no,
tu cuerpo dice sí – Gabrielle la atrajo bruscamente contra sí,
pegando su cuerpo al suyo – Dame un nombre y seré ella. Seré
tuya – empezó a trazar pequeños círculos en el estómago de Xena
con el pulgar. Pequeños y lentos círculos.
Xena luchó entonces para desasirse del abrazo, pero tuvo que luchar
en un doble frente, contra Gabrielle (pequeños y lentos), contra sí
misma. Sabía que estaba débil, las heridas, la escasa alimentación, el
tiempo que llevaba encadenada allí...
“No es Gabrielle”.
Pero sí lo era, por todos los dioses. Su rostro, su envergadura, su piel,
su pelo rubio y ahora corto, su voz, sus ojos.
“No es Gabrielle”.
Su calidez, transmitida instantáneamente desde su cuerpo pegado al
suyo; su aliento, ahora entrecortado y agitado, tan cerca; sus labios, que
59