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Universidades jesuitas contra la corrupción.
Borja Vivanco
Manfred Nolte
Las Universidades jesuitas –UNIJES- unieron ayer su voz al clamor de
ciudadanos e Instituciones para denunciar el insoportable estado de la
corrupción en nuestra sociedad, invocando simultáneamente la “urgente
regeneración democrática de la vida pública en España”. En la sede de la
Pontificia Universidad de Comillas, en Madrid, Jaime Oraá, ex Rector de la
Universidad de Deusto y actual Presidente de UNIJES presentó un breve
comunicado de ocho páginas y 24 párrafos partiendo de la “desesperanza hacia
la política”, en un escenario de “crisis y situaciones de penuria de tantas
familias, agravado aún más a la vista de los escándalos que venimos
padeciendo”.
Con ello la red de centros universitarios de la Compañía de Jesús en España
expresa su compromiso público para contribuir a superar la situación de
deterioro social, político y económico que sufre el país, al tiempo que incluye, en
su parte central, una serie de propuestas y líneas de trabajo en el ámbito
institucional con el fin de mejorar y reformar el funcionamiento de la vida
pública en beneficio de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto. Se
refieren básicamente a la separación de los poderes públicos, la generalización
de una mayor transparencia, el reequilibrio del excesivo peso acumulado por la
partitocracia, la cohesión y solidaridad de la ordenación territorial del Estado, el
fortalecimiento y profesionalización de las administraciones públicas, el
desmantelamiento de la economía sumergida, la lucha contra el fraude fiscal
con especial mención al escándalo de los paraísos fiscales y la contribución de
los medios de comunicación a la tutela de los valores democráticos. En
resumen, prevención y concienciación social, imperio de la transparencia, leyes
bien trazadas con penas disuasorias y contundente acción de la justicia, aunque
el escrito de los jesuitas destile una específica antropología cristiana que se
deriva lógicamente de los postulados de su misión y que se focaliza en la
doctrina largamente postulada por la Iglesia Católica de la promoción del bien
común.
El evento ha coincidido con la difusión del Informe de „Transparencia
Internacional‟ titulado „Barómetro de la corrupción global, 2013‟ en el que
114.000 personas en 107 países expresan sus puntos de vista sobre dicho tema,
en un momento crítico en que las instancias del Gobierno, salpicadas por el
escándalo de Bárcenas, debaten la ley del mismo nombre. En el capítulo
referido a España, el 83% de los encuestados piensa que los partidos políticos
están afectados por la corrupción, y su nivel va en aumento desde hace dos años.
Según la agencia no gubernamental, España ocupa el lugar número 30 con
menor percepción de corrupción. Pero hay que matizar que solo un tercio de los
176 países analizados obtiene el aprobado.
La corrupción, el abuso del poder público en beneficio privado, como lo define
el Banco Mundial, no es un fenómeno nuevo. Hace dos mil años, Kautilya,
ministro de un reino indio lo describe con desesperación. Hace setecientos años
el Dante ubica a los corruptos en las recónditas cavidades del infierno.
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Shakespeare los otorga papeles centrales en sus obras y la Constitución
americana cita la corrupción como una de las dos causas para la inhabilitación
de su Presidente. El „Financial Times‟ describió a 1995 como el „año de la
corrupción‟. La historia del hombre es la historia de la corrupción y esta es una
realidad estructural y no episódica y transitoria inherente a la „sombra‟ que
acompaña y constituye el 50% del ser humano.
No es fácil razonar sobre el creciente grado de atención y de rechazo provocado
por la corrupción. Tal vez por haber adquirido un relieve más definido, por su
generalización y cuantía, por el desprecio hacia los afectados por la crisis, por la
cercanía a la vida cotidiana del administrado y la mayor transparencia que tanto
los medios de comunicación como la acción del justicia han logrado volcar sobre
esta actividad turbia y reprobable. O como decía Tácito por el escándalo
redoblado que supone la defección en aquellos –los políticos- llamados por
oficio al ejemplo y a la honorabilidad. „Corruptio optimi, pessima‟ : la peor de las
corrupciones es aquella de los llamados a ser excelentes.
En cualquier caso este mayor sentimiento de represión y censura se constituye
en un motivo de esperanza para una sociedad que desea generar con su
consenso los anticuerpos necesarios para exterminar la enfermedad de algunos
de sus miembros.
El texto de los jesuitas es un eslabón más en la cadena de defensa de los valores
societarios lanzado desde su atrio universitario. La primera Universidad jesuita
fue española y la fundó Francisco de Borja en Gandía, en el año 1547. Fue
clausurada en la última parte del siglo XVIII, una vez que los Jesuitas fueron
expulsados de España, debido en buena parte a que su labor educativa
incomodaba a los „aristócratas ilustrados‟ que gobernaban con mano de hierro
en aquel tiempo.
A diferencia de entonces la declaración de ayer en Madrid no superará a las
iniciativas civiles en audacia o novedad. Pero es un texto discernido en
bibliotecas y paraninfos que no puede pasar desapercibido, que llama también
la atención por la llaneza con la que ha sido escrito, en el que sus autores no
pierden la oportunidad de ser autocríticos y que, en cualquier caso, se ofrece al
diálogo y al servicio a la sociedad a la que las Universidades jesuitas pertenecen.
En otras latitudes, como América Latina, las Universidades jesuitas han venido
librando batallas heroicas contra la injusticia. Ignacio Ellacuría y Luis Ugalde,
ambos vascos y Rectores en Campus de aquellos lugares, son exponentes de la
implicación directa de la educación superior de la Compañía de Jesús en el
debate político, y con todos sus riesgos que, en el caso del primero, le
condujeron a morir asesinado.