1. TEMA XIV
LA EUROPA DEL MILENIO. LA RESTAURACIÓN IMPERIAL Y LA
FORMACIÓN DE NUEVAS NACIONALIDADES
EL MILENARIO Y SU SENTIDO. RESTAURACIÓN IMPERIAL. LA GÉNESIS
DEL SACRO IMPERIO. LOS TRES OTONES. ENRIQUE DE BAVIERA Y
CONRADO II
Otón I fue la figura política más importante de su época y su coronación en
Aquisgrán estuvo rodeada de los signos de prestigio imitación de los carolingios: la
elección de los nobles, la aclamación popular y el sacrum.
La política otoniana respecto de los ducados consistió en dividir su poder y evitar
o limitar el carácter hereditario para conservar la capacidad de nombramiento de
los nuevos titulares. Hubo algunas revueltas pero, en general, los duques
respetaron el homenaje de fidelidad que habían hecho a Otón I. Lorena fue
dividida en dos ducados (Alta y la Baja Lorena), los condados de Westfalia y
Turingia se consolidaban y se desgajaba de Sajonia todo el territorio de las
marcas de Carintia y del Este. Suabia se mantuvo pero siempre con un duque
extranjero al frente. Sólo se formaría dinastía ducal en Sajonia. Los títulos
ducales sostuvieron a la monarquía en la tarea de defender la paz y no fueron un
poder de desintegración política hasta mediados del siglo XI. Los condados en que
se dividían los ducados sí tendieron a hacerse hereditarios y evolucionaron hacia
una situación de tipo feudal, sin fijar límites vasalláticos claros respecto de la
corona o de los duques, lo cual implica riesgo de fragmentación. La alianza con el
clero de Otón y sus sucesores fue un factor básico, pues los reyes se
consideraban patronos de las iglesias episcopales y a muchas de ellas les
otorgaron privilegios de inmunidad. Hubo obispos que ejercieron funciones de
condes ya a comienzos del siglo XI y, en resumen, el episcopado es un soporte de
la autoridad monárquica.
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2. La organización de las marcas frente a los eslavos tuvo como resultado el avance
más allá del Elba y la creación de sedes episcopales en tierras eslavas. Se creó una
provincia eclesiástica eslava con sede en Magdeburgo, pero tropezó con la
resistencia del rey Meszco de Polonia.
El aspecto más importante de la política exterior otoniana fue el referente a los
reinos de Borgoña, Provenza e Italia: el pacto de recomendación que estableció en
el año 937 Conrado de Borgoña con Otón I, renovando el que antes habían hecho
ya sus padres. Este pacto sería el fundamento de la futura incorporación de las
dos Borgoñas a la corona alemana. En Italia, el apoyo alemán a Berenguer de Ivrea
facilitó su subida al trono en 950: Berenguer II prestó homenaje a Otón I y
aceptó ceder las marcas de Verona y Aquilea a Enrique, duque de Baviera. Los
seguidores del rey anterior, Lotario, consiguieron que Otón tomase Pavía, se
casase con la viuda de Lotario y ciñera la corona lombarda, pero la resistencia de
Alberico y del papa a coronarle emperador y la revuelta interna en Alemania en
952, obligaron a Otón a renunciar, de momento, al proyecto italiano. Berenguer II
volvió a ser rey, mientras Otón restauraba su autoridad en Alemania y derrotaba
a los húngaros. La oposición del rey Berenguer II y las llamadas del nuevo papa
impulsan al rey alemán a regresar a Italia. Tomar de nuevo Pavía y es coronado
emperador en Roma en 962. Las consecuencias de aquellos acontecimientos en
Italia fueron varias:
El titular del imperio restaurado no acepta
sujeciones políticas al pontificado.
Intenta establecer su supremacía por medio
de la presencia de su persona y sus tropas.
El papa, después de ser elegido y
consagrado, debe jurar fidelidad al
emperador.
Poco después de su coronación, Otón I depuso al papa Juan XII y eligió a sus dos
sucesores. Tras un período de turbulencias, a la muerte del emperador, gobernó la
sede pontificia Benito VII, que también había sido elegido por el poder imperial.
La situación institucional en el resto de Italia no se modificó: Otón se limitó a
enviar embajadores que inspeccionasen el funcionamiento y otorgó a los obispos
privilegios y donaciones, para apoyar en ellos los poderes regios. En la Italia del
sur, bajo dominio bizantino, la intervención alemana suscitó fuertes reacciones y
Nicéforo Focas, ante los intentos del emperador alemán de que se le reconociesen
los principados de Capua y Benevento, negó la validez del título imperial y
reivindicó Roma y Rávena. Las relaciones con Bizancio entraron en vías de acuerdo
mediante el matrimonio de la princesa griega Teófano con Otón II, que hubo de
hacer frente a una sublevación del duque Enrique de Baviera y, más tarde, a la
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3. revuelta general de los eslavos que habitaban la zona entre el Elba y el Oder.
La crisis que se produjo a la muerte de Otón II,
dejando como heredero a su hijo de tres años, Otón
III, se salvó por la habilidad política de Teófano, de
consejeros como el arzobispo de Maguncia y el
canciller de Works, y la misma viuda de Otón I,
Adelaida, que al morir Teófano se hizo cargo de la
regencia de su nieto. En 996 comienza el breve reinado
de Otón III, con proyectos políticos originales,
inspirados muchos de ellos por Adalberto de Praga y
Gerberto de Aurillac, que tres años más tarde sería
papa con el nombre de Silvestre II. El nuevo
emperador intentó hacer de Roma el centro político de
su dominio y adoptó muchos aspectos de la simbología
imperial bizantina como parte de la Renovatio imperii
Romanorum. Apoyó al alto clero, intentando una
conciliación con los poderes de Polonia, Bohemia y
Hungría para integrarlos en la cristiandad latina. La
peregrinación del emperador a Praga ante la tumba de San Wenceslao fue todo un
símbolo. Pero las aristocracias italiana y alemana daban muestras de inquietud,
manifestando la fragilidad del proyecto otoniano.
Cuando el emperador muere es coronado su
pariente más próximo, Enrique de Baviera, que
no acude a Roma para hacerse coronar
emperador hasta el año 1014 y pone su máximo
empeño en pacificar la aristocracia alemana,
acabando con las sediciones en Sajonia y
Lorena, a la par que continuó con la política de
apoyo monárquico a los obispos. La cuestión
italiana, donde se llegó a elegir rey a Arduino de
Ivrea, se solventó mediante una campaña militar
en el 1004 y la coronación de Enrique en Pavía.
Adoptó una política de autonomía a los
aristócratas y ciudades y hubo gran
crecimiento urbano, la misma actitud que tuvo
en Roma. Hubo un cambio de la actitud imperial
a favor de sus intereses en Alemania, que
incluyó la guerra con Boleslao I de Polonia,
hasta la paz de Bautzen y la anexión de Bohemia
como ducado.
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Entronización del
emperador Otón II,
según un manuscrito del
siglo X (Museo Condé,
Chantilly, Francia).
Cristo coronando a Enrique II, lo
que demuestra que todo el poder
deriva de Él. A su derecha, San
Udalrich sostiene su espada y a
la izquierda, San Emmeran, su
lanza.
4. Hacia 1016, Rodolfo III de Borgoña reconocía a Enrique, sobrino suyo, como su
heredero y, en 1033, ya emperador Conrado II, el reino de Borgoña se unía en la
misma corona con los de Alemania e Italia, aunque conservando su organización
interna, en la que casi todo el poder estaba en manos de los señores feudales.
Conrado II inauguró la línea de emperadores franconios o
salios, llamados así por el origen de su linaje. Su política
intervencionista en la iglesia tiene un alcance político, pues el
nuevo rey tenía menos sensibilidad hacia los problemas
religiosos. Un aspecto trascendente de su gobierno fue el
cambio de actitud ante la aristocracia laica: el rey se apoyó en
los condes y en la pequeña nobleza, a menudo les otorgó la
hereditariedad en sus cargos y en ocasiones dejó de contar
con los duques. Teniendo en cuenta que la realeza era electiva, Conrado favoreció
la fragmentación feudal del poder y rompió una tradición de equilibrios entre
monarquía y ducados que había funcionado durante más de un siglo. Su política
italiana tampoco fue demasiado afortunada: después de un viaje en 1027 para
recibir la corona del antiguo reino lombardo y la imperial, regresó en el año 1037
para sofocar una revuelta en Milán, fracasando. Mejor suerte tuvo al saber
aprovechar la ruina de Polonia a la muerte del rey Boleslao I para que el país
reconociese la supremacía feudal del rey alemán. Ello no impide que Knut II
(Canuto II) de Dinamarca ocupe la marca de Schleswig.
En la época de Enrique III el imperio alcanza uno de sus mejores momentos.
En vida ya estuvo asociado a la corona de su padre, Conrado, y su actitud con la
iglesia fue a la vez conservadora, puesto que mantuvo la estrecha alianza para el
poder monárquico, y nueva, porque escogió un alto clero de buen nivel religioso y
moral. Fue el primer político que impulsó la reforma eclesiástica. Adalberto,
obispo de Bremen, es un ejemplo de los resultados obtenidos. Extendió las reglas
e instituciones de “la paz de Dios” a todo su reino en 1043, difundiendo una idea
eclesiástica nacida ya en el mundo feudal francés. Respecto a los ducados,
consiguió la separación definitiva entre la Alta y la Baja Lorena y dispuso en
diversas ocasiones de los títulos ducales de Suabia y Baviera. También intentó la
reforma del reino de Borgoña, pero continuó el sistema hereditario. Aunque la
política italiana jugó un papel secundario en sus intereses, interviene en el
nombramiento del papa y en 1046 viaja a Italia y reúne un sínodo, deponiendo a los
tres papas que se disputaban la legitimidad del título. Designa como obispo de
Roma al que lo era de Bamberg, que toma el nombre de Clemente II, e inspira
declaraciones pontificias contra la simonía. Después de la muerte de Clemente
nombra a Dámaso II y luego a Víctor II. Estas intervenciones tuvieron un efecto
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Canuto II: Sus relaciones de amistad con el emperador Conrado II de Alemania se estrechan cuando
compromete a su hija, la bella Gunilda, con el hijo y heredero del emperador, el futuro Enrique III; además,
Conrado le cede a Canuto las marcas de Scheleswig y Pomerania para que las gobierne. – De wikipedia.
Cruz de Conrado II
5. positivo en el funcionamiento de la Santa Sede.
Cuando muere Enrique III hay que organizar una regencia para su hijo Enrique IV
y la ejerce la reina viuda, Agnes de Pitou hasta 1062, y luego los arzobispos de
Colonia y de Bremen hasta 1065. Las revueltas de la aristocracia alemana se
calmaron en los primeros años a costa de colocar a sus dirigentes al frente de
ducados y de ceder en puntos fundamentales que ocasionarían problemas luego a
Enrique IV. Las elecciones pontificias se celebraban ahora sin el control del
rey y en 1059 el Papa Nicolás II rompe con la intervención laica, incluso la
imperial. La dificultad para controlar el poder aristocrático además del
crecimiento económico y el resurgir de la vida urbana, junto a los problemas de la
iglesia, serían los factores que ha de tener en cuenta el nuevo rey.
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6. LA MONARQUÍA FEUDAL EN FRANCIA. LOS ÚLTIMOS CAROLINGIOS Y
EL ADVENIMIENTO DE LOS CAPETO: HUGO CAPETO
María Isabel Espiñeira Castelos
La restauración imperial y sus avatares fueron acompañados de reflexiones sobre
su significado. Entre los puntos de partida había premisas iguales a las del año
800. Otón se consideraba como un rey poderoso, protector de la Iglesia y que
gobernaba sobre diversos pueblos, acreedor a un título supremo. Para el Papa el
pontificado ejerce el derecho a otorgar la corona imperial, para Otón el acto
vincula el título imperial a los reyes de Alemania y, aunque reconoce que la
coronación ha de realizarse en Roma y por el papa, no lo ve como ningún
menoscabo de la autoridad imperial. Todo enlaza con los tiempos de Carlomagno.
Su recuerdo está muy presente en la época de Otón I, porque su figura es
exaltada y está rodeada de leyendas. Respecto a la idea religiosa, se recogen los
conceptos de la Respublica Cristiana y realeza sacerdotal y se magnifican a
través de la liturgia y simbología que rodea al emperador y que le hace parecer
un lugarteniente de Cristo. El ritual de la coronación fijado en tiempos de Otón I
le designa como el que lleva el nombre y la figura de Cristo. La corona imperial
comprendía todas estas cosas en su simbología: cuatro placas adornadas con
piedras preciosas, la delantera referente a los doce apóstoles, la trasera a las
doce tribus de Judá y las dos laterales al Apocalipsis. El imperio tendía a ser
universal, no sólo por su función religiosa sino también porque se le consideraba
una fase final en la cadena histórica de construcciones imperiales. La imagen de
Roma aparece como fundamento último de una legitimidad imperial que es suprema
por sí misma, independiente de cualquier intervención pontificia. Otón II añadió el
término Romanorum a su titulación y Otón III fue más allá al establecer su
capital política en la misma Roma y proclamar la Renovatio Imperii Romanorum y
establecer una jerarquía en torno a su titular, al modo bizantino: el papa como
gran sacerdote, los poderes de las diversas regiones como amigos y subordinados
suyos. El ejemplo bizantino está muy presente en el Libro de Ceremonias de la
corte. Lo cierto era que el ámbito de efectivo dominio imperial no iba más allá de
los reinos unidos a la corona, aunque el rey-emperador tuviese mayor rango y
prestigio en toda Europa. Las intervenciones en el oeste fueron escasas, pues
incluso buena parte de Borgoña escapaba a su autoridad e Italia exigió siempre
esfuerzos que serían una de las mayores causas de decadencia del imperio.
Algunos emperadores, como Otón III, pretendieron cimentar su poder en las
inestables condiciones de la Península y otros comprendieron que su fuerza se
basaba en Alemania, procurando no cederla e incluso incrementarla mediante
empresas en la frontera oriental, que ofrecía mejores perspectivas.
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7. La línea dinástica carolingia se prolongó aún medio siglo. A Luis de Ultramar le
sucedió su hijo Lotario, pero el poder
era ya débil, sobre todo por la
potencia de los grandes aristócratas
(el más fuerte de ellos Hugo, duque
de Francia) y la influencia política de
Otón I, a lo que se añadía la
parentela, porque tanto Luis como
Hugo estaban casados con hermanas
del rey alemán y al fallecer Luis la
tutela de su hijo Lotario estuvo en
manos de otro hermano de Otón, el
arzobispo de Colonia. El nuevo rey
asoció al trono a su hijo Luis en 979,
pero cuando tiene lugar la sucesión el
poder “de facto” ya está en manos de
Hugo Capeto. Éste todavía se ve
obligado a luchar con el último
carolingio, el duque Carlos, de la Baja
Lorena, hasta 919.
El mayor problema de Hugo y sus sucesores fue la consolidación de la dinastía y la
búsqueda de un lugar político que les valiera el respeto de los grandes señores del
reino. Los instrumentos que emplearon los primeros Capeto para afianzar la
realeza en su estirpe fueron:
La asociación al trono del heredero, también llamado rex
designatum, lo cual lleva a un régimen plenamente hereditario.
La aceptación del sacrum o consagración como parte de la
ceremonia que refrenda el acceso al poder.
La creencia en los poderes taumatúrgicos del rey.
Muchos aristócratas continúan unidos al rey por un vínculo de fidelidad que ha
perdido su carácter público y es más bien un vasallaje, pero otros, sobre todo en
Borgoña y el Loira, ni siquiera lo tenían. Hugo Capeto emitió todavía documentos
de tipo público, firmados por él y su canciller, aunque sus sucesores abandonaron
esta práctica y aprovecharon la estancia en la corte de obispos y aristócratas
para que refrendasen los diplomas reales. Hacia 1025 ya se renuncia también a
esto y los reyes se comportan como unos señores feudales más, limitándose a
procurar la firma de testigos de su entorno próximo y más modestos. El triunfo
de la idea de lo feudal y la compartimentación del poder político domina la historia
de los siglos X y XI. Los rasgos propios del feudalismo se extenderán desde
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8. Francia a otros países. En Francia, la disgregación del poder político y
administrativo aumentó durante todo el siglo X, perjudicando a la realeza y a los
grandes propietarios territoriales, que tienen que ceder poder ante la
proliferación de “castellanías” dominadas por señores feudales de ámbito más
reducido.
La feudalidad, como orden político, se atenía a unas pautas de acción que
garantizaban la organización social en el plano local y permitían unas relaciones
jerarquizadas más amplias. Su principal fundamento fue siempre el conjunto de
derechos y obligaciones derivadas del contrato vasallático entre el aristócrata
que recibe el feudo y su señor, que a la vez puede tener más vasallos, o incluso
serlo él mismo. Este orden se basa en relaciones de fuerza militar. Ello conlleva
una dosis de violencia y abundancia de guerras locales, pero también tiene efectos
positivos, como la aceptación de ciertos valores guerreros como el honor y la
lealtad, un grado de armonía en las relaciones entre los miembros. El poder se
ejerce necesariamente a través del pacto o contrato, revocable por su propia
esencia, entre el señor y el vasallo, entre aristócratas y campesinos libres, aunque
en este caso la desigualdad era evidente. La noción de contrato disuelve a la de
poder absoluto. Pero la turbulencia inherente a la feudalidad política llevaba a
exigir un retorno de la paz general, sancionada por principios e instituciones
ajenas al sistema, el primero de los cuales era la fe religiosa y su uso por el alto
clero con las llamadas paz de Dios o treguas de Dios, propiciados por los
eclesiásticos. Se añaden luego a las prácticas de caballería ciertos elementos
cristianos.
La monarquía, que en Francia estaba privada de la capacidad necesaria para
defender la paz del reino, comienza a reconstruir su poder apoyándose en una
jerarquización de los poderes feudales y recuperación de las “regalías “, así como
en el uso de elementos de prestigio que siempre habían rodeado a la realeza.
LA FORMACIÓN DE LOS PRIMEROS ESTADOS DE EUROPA CENTRAL:
SERBIA, CROACIA, HUNGRÍA Y POLONIA
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9. Entre los eslavos del sur se consolidó la individualización del ámbito serbio, sujeto
al dominio búlgaro o bizantino y cristianizado según el rito ortodoxo, y también la
del reino de Croacia, integrado por cristianos latinos y rodeado por temibles
vecinos, como los búlgaros y los húngaros. Bajo el reinado de Dregislav todavía
vivieron los croatas una generación de apogeo político, pero en el año 1000 el país
se disgrego y perdió su independencia: la costa dálmata la ocupó Venecia y el
resto de Croacia pasa a depender del imperio bizantino. La sedentarización de los
húngaros fue seguida de un rápido auge de la realeza, atribuida al linaje Arpad,
que regía la tribu magiar. En 996 recibe el bautismo Vajk, que toma el nombre
cristiano de Esteban y se casa con la princesa bávara Gisela, hermana del que
sería el emperador Enrique II. Esteban fue el gran organizador del reino
húngaro, mantuvo buenas relaciones con el imperio y con el Papa y adoptó la
decisión de entregar simbólicamente su país a la Santa Sede, al tiempo que
solicitaba la organización de una Iglesia húngara. Es
consagrado rey por el embajador pontificio utilizando la
corona enviada por Otón III, que es la llamada “Corona de
San Esteban”, símbolo político de Hungría todavía hoy. El
rey reorga nizó el país y borró todo rescoldo tribal. Se hizo
una compilación de leyes húngaras a las que se les añaden
influencias bávaras y cristianas. Se ocupó de difundir el
cristianismo y a reorganizar la iglesia.
Corona de San Esteban. Su ensamblaje se remonta, según la opinión
de la mayoría de los especialistas, al último cuarto del s. XII.
Los eslavos occidentales, polacos y checos, viven una historia en cierto modo
entrelazada. La Bohemia de Boleslao el Cruel, constituida como ducado, acepta un
predominio germánico que se traduce en el vasallaje del duque al rey alemán, pero
no deja de afirmar su identidad y extiende su territorio a Moravia, Silesia y la
región de Cracovia y parte de Eslovaquia. Los sucesores de Boleslao son débiles y
hay diversas intervenciones polacas que anulan buena parte de la anterior
expansión. El artífice de la unidad polaca era Meszco I, cabeza de la dinastía
Piast, que realizó una política que evitase cualquier intervención alemana por
motivos eclesiásticos. Recibe el Bautismo en el año 966 y establece la capital en
Poznan para contrarrestar el influjo de Magdeburgo. Aunque se declara amigo del
emperador, empieza la ocupación de Pomerania y no duda en apoyar a Enrique de
Baviera en sus revueltas contra Otón II y Otón III. Cuando restablece relaciones
de fidelidad con Otón III, le apoya en el alzamiento de los eslavos del Elba, a la
par que arrebata al duque de Bohemia Silesia y Cracovia. Al igual que el rey de
Hungría, pone a su país al servicio de la Santa Sede.
Boleslao I el Valiente dirige el primer apogeo polaco. Su buena relación con Otón
III le valió la constitución de una provincia eclesiástica autónoma, y los títulos de
hermano y cooperador del imperio y amigo y aliado del pueblo romano. Por el
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10. contrario, las relaciones con Enrique II fueron duras: Boleslao ocupó Bohemia y
aquello desencadenó una larga guerra con el imperio, que restauró la
independencia del ducado checo y buscó aliados entre los rusos, los húngaros y los
eslavos paganos contra Boleslao. La paz de Bautzen en el año 1018 saldó aquella
lucha con resultados favorables a Polonia, que conservaba sus derechos sobre
Lusacia y Misnia y recuperaba Galitzia de manos rusas. Pero el intento de fusión
polaco-checa se había roto A la muerte de Enrique II, Boleslao toma el título de
rey, aunque muere enseguida y se cortan las expectativas, pues el nuevo rey,
Meszco II, se vio obligado a deponer el título de rey y devolver al imperio todos
los derechos sobre Lusacia y Pomerania, renunciando de este modo a la presencia
polaca en el Oder y en el Báltico. Hay diversas luchas y problemas hasta que el
emperador Enrique III apoya en 1040 la restauración encabezada por Casimiro I.
La actitud alemana respondía al deseo de evitar que floreciesen tendencias
paneslavas, como cuando el duque Bratislav de Bohemia había aprovechado la
debilidad polaca para recuperar Moravia y Silesia. Enrique III se impone por las
armas en el año 1041 y poco después consigue que Bohemia y Hungría de declaren
feudatarias del imperio. Hay ya en esta época una creciente influencia
germana en los países centroeuropeos.
EL PRINCIPADO DE KIEV
Las tribus de los eslavos orientales de las que surgió el pueblo
ruso aparecen en el siglo IX en las tierras del Dnieper y el
Voljov y, partiendo de Suecia, su comercio se dirige a Kiev En
el año 882 Olegg convierte a Kiev en la capital del estado ruso
unificado. Los varegos mantienen contactos con Bizancio y se
enfrentan a jázaros, búlgaros y polacos. En el año 998
Vladimiro se convierte al cristianismo y así Rusia entra en la
iglesia bizantina. El principado de Kiev tiene su apogeo a
mediados del siglo XI, pero no tarda en disgregarse a causa
de las luchas sucesorias y los ataques de los cumanos.
LOS PAÍSES NÓRDICOS: DINAMARCA, SUECIA Y NORUEGA. CANUTO EL
GRANDE
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11. Alrededor del año 930 los tres países escandinavos experimentan en su interior
una consolidación de las altas clases sociales y del régimen monárquico a la par que
en la realeza se extiende la cristianización. En Noruega, Harald Cabellos
Hermosos comienza a realizar la unificación, que no se terminará hasta cien años
más tarde por obra de Olav y Olav Haraldson. La fundación de nuevas ciudades y
la expansión de la economía favorecen también el intento. En Suecia fracasa la
idea y el país continúa con una organización aristocrática, aunque cristianizada
hasta el siglo XII. En Dinamarca, el proceso monárquico es mucho más sólido y es
obra de la dinastía Jelling, a la que pertenecieron Gora el Antiguo, Harald Diente
azul y Svend Barba Partida. Estos reyes ya tenían un ejército profesional aunque
no perdieron el viejo espíritu vikingo. La segunda edad vikinga tiene menos
influencia que la primera sobre la historia europea. Los varegos consolidaron su
presencia como mercenarios en Bizancio y Rusia, donde sus descendientes se
eslavizarían. La expedición de Ingvar hacia el Asia musulmana en el año 1040 es la
última de la que se tiene noticia. Los noruegos, a partir de Islandia procedieron al
descubrimiento y colonización de Groenlandia, alcanzando las costas americanas
en el año 1000. En Irlanda, sus compatriotas se baten en retirada. En Inglaterra,
la plena conquista del Danelaw había permitido a Edgard recibir el sacrum como
monarca de toda la parte anglosajona y danesa de la isla, pero poco después
Ehereldo II tuvo que hacer frente a nuevas invasiones procedentes de Dinamarca.
El rey se alía por vía matrimonial con la casa de Normandía como intento para
detener a los daneses que llegan a asaltar Londres. La matanza de daneses
establecidos en la isla provoca una fuerte reacción de Svend Barba Partida, que en
1013 conquista el reino. Su hijo Canuto el Grande unió las coronas de Inglaterra
y Dinamarca, además de dominar una parte de Noruega y ejercer un cierto
protectorado sobre Suecia, por lo cual él mismo se tituló imperator y rey de los
cinco reinos. Pero su imperio se desharía a su muerte. Dinamarca vivió treinta
años de caos interno e Inglaterra recuperó su dinastía indígena con Eduardo el
Confesor. A pesar de todo, el país no había sufrido mucho porque Canuto fomentó
la fusión entre ingleses y daneses y promovió un tipo bastante eficaz de
administración, con jarls (príncipes o, literalmente, condes) escandinavos y
anglodaneses al frente, que componían el gran consejo del rey. La actividad
económica y el auge urbano mejoraron y también el campesinado libre aumentó.
Los lazos de dependencia y relación personal en la Inglaterra de aquella época
difieren de los del continente, porque los vínculos de fidelidad son más tardíos y
menos precisos. Los pactos de dependencia privada a menudo mezclan obligaciones
militares con tareas domésticas y campesinas.
LOS ESTADOS CRISTIANOS Y MUSULMANES EN LA P. IBÉRICA
Ramiro II fue el último rey de León capaz de enfrentarse con el califato
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12. cordobés y conseguir en ocasiones la victoria, como ocurrió en Simancas en 939, e
incluso realizar avances fronterizos al ocupar Salamanca mientras el conde de
Castilla Fernán González fortificaba Sepúlveda. Pero la crisis interna del reino se
acentúa a su muerte y, mientras Fernán Gonzalez lucha por hacer hereditario su
condado e independizar a Castilla, diversos reyes luchan por el trono leonés y se
padecen intervenciones castellanas, navarras y cordobesas a partir de Ordoño II
y Sancho I. La decadencia leonesa dura el último cuarto de siglo mientras
Almanzor lanza ataques desde Córdoba que bloquean cualquier avance cristiano y
producen grandes destrucciones. El reino de León conocerá intentos de
reorganización interna aún bajo Alfonso V.
Al morir en 1008 el hijo de Almanzor, Abd al Malik, el califato de Córdoba padece
una rápida desintegración en reinos de taifas de diverso tamaño y poder. Aunque
el cambio de coyuntura fue rápido, los cristianos no estuvieron en condiciones de
realizar grandes avances territoriales hasta mediados de siglo y el reino más
beneficiado fue el reino navarro de Sancho Garcés III o Sancho el Mayor,
capaz de incorporar los condados de Sobrarbe, Ribagorza y Aragón, así como por
herencia el condado de Castilla y conquistar parte del reino de León tras la
muerte de Alfonso V, con cuya hija Sancha estaba casado el rey Fernando, el hijo
del rey navarro y por tanto su heredero.
La reorganización política de todo el espacio cristiano, a excepción de la Cataluña
condal, por Sancho el Mayor es trascendental, porque se hace sobre territorios ya
bien poblados y administrados y da lugar al nacimiento de entidades políticas
capaces de aprovechar la ruina del califato. Sancho fue un rey europeizador en
contacto con Francia y Cataluña y uno de los primeros impulsores del Camino de
Santiago. Admitía también la Cura Regia e ideas políticas carolingias en el reino
de Navarra. Estos contactos ya se habían producido antes en Cataluña en el siglo
X. Los condes, como el de Berga y Ripoll (futuro Abad Oliba), eran muy
independientes: acuñaban moneda y se preocupaban de consolidar sus marcas
fronterizas en los condados de Barcelona y Urgel.
Sancho el Mayor deja en herencia el reino de Navarra a su primogénito, García
Sánchez III, más la Rioja y las tierras vascongadas que antes eran del dominio de
Castilla. Fernando recibió Castilla, con título de rey, y Ramiro Aragón, también con
título real. Al cabo de dos años también Fernando se convertiría en rey de León
junto a su mujer Sancha. El enfrentamiento entre García de Navarra y Fernando I
se saldó con la muerte del primero en la batalla de Atapuerca. Fernando I
caminaba hacia una confederación hispánica bajo la hegemonía imperial leonesa.
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13. Las parias eran tanto el pago por servicios militares de los cristianos como la
compra de la paz por el reino musulmán y produjeron un gran trasvase de oro y
plata, alcanzando incluso el ámbito europeo. La consecución de parias o el
cumplimiento de las obligaciones derivadas podían enfrentarlos entre sí, como
sucedió con frecuencia. Los primeros en percibirlas fueron los condes catalanes
(sobre las taifas de Tortosa, Denia, Lérida y Valencia) y Navarra y Aragón, que
protegían así a Tudela, Huesca y Zaragoza. Cuando muere Fernando I en 1066, los
mayores reinos hispanomusulmanes le acudían con ellas: Zaragoza, Toledo, Badajoz
y Sevilla, y los reinos de Navarra y Aragón veían bloqueado cualquier intento
expansivo, que les enfrentaría a los castellano-leoneses. También se iniciaron
nuevas ampliaciones más allá del Duero, en el futuro territorio portugués, al
repoblar Coimbra.
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