3. 3
Si no se aparece la autora, a la que le gustaría representar el personaje de
Silencio, hay dos mujeres en la escena, una sentada y la otra en el suelo. Ese
suelo que sea el que se quiera, el de un jardín público, el de una plaza, el de una
cocina, etc. A la que está sentada daremos el nombre de “mujer número uno”, a
la otra “mujer número dos”. Sólo cuando una u otra se dirija a cualquiera de las
dos dándole un nombre, se lo pondremos nosotros, o yo, que es lo mismo.
MUJER NÚMERO UNO: Debieras levantarte. Calzas un número de zapato
suficiente como para ofrecerle a la tierra buena parte de la superficie tuya.
(Intenta levantarla cogiéndola por un brazo.)
MUJER NÚMERO DOS: Si pudiera andaría acostada y aun dando todas las
vueltas en ella que se le da a cualquier cosa que se quiera freír por todos los
lados. Te habrás dado cuenta de que no tengo las manos cerradas: los diez dedos
y más que tuviere, además de las dos palmas, reposan en ella.
MUJER NÚMERO UNO: Pero ¿pero es que te crees que se te va a ir? que es tu
tierra lo sabemos. Tenéis un pasaporte los dos, tierra y tú, nación y tú, que así lo
afirma: tú eres de aquí y ella, que lleva nombre, como sabes, pues hecha está toda
ella una nación, te presta el suyo a la hora de calificarte. Cómo te llamas tú y
cómo se llama ella, con dos o tres letras más, y ya tenéis una identidad metida en
todo el Ser. Debieras dar unos pasos, dejar que de vez en cuando, entre la tierra y
tú, pase el viento.
(La levanta y la deja caer.)
MUJER NÚMERO DOS: ¿Y si mi despidiese al cielo en su girar? Por ahora,
claro está, no tiene fuerza centrífuga, pero ¿y si la tuviera un día? ¿La suficiente
como para echarme una vez más? Y ayer me dieron dos o tres mareos. Por parte
de una u otra debió haber aceleración. Le clavé mi bastón para castigarla.
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MUJER NÚMERO UNO: He oído decir que la guerra civil fue una lucha entre
hombres y tierra. ¿Qué os había hecho? Ganó la Tierra, claro.
MUJER NÚMERO DOS: Dicen también que siguió lloviendo como si nada
cuando le plugo, ay, qué palabra tan fea, cuando le vino en gana, ay, ésta es peor,
hace de la Tierra una mal educada. Cuando… cuando… ¿qué atreverse a decir?
cuando la Tierra hace una cosa u otra, hay que mirar y callar.
(Callan ambas un rato largo.)
MUJER NÚMERO UNO: ¿Cuánto has sacado hoy?
MUJER NÚMERO DOS: Se me acercó un hombre para pedirme una aguja, de
esas que cosen, y como le dije que sólo tenía una pluma otrora enhebrada con
tinta, pues él, desconfiado, me quería tocar la yema del dedo índice de la mano
izquierda por si me lo hubiese pinchado al remendar o bordar, y como yo no
quería hacerle, en ese mismo instante, el favor de coserle el bolsillo a él, se metió
la mano hasta un agujero o un descosido y de allí sacó una moneda que estaba a
punto de escapársele. La miró bien, porque le dijo algo así como “si hubieras sido
un poco más grande, aun sin cambiar el valor nominal, no te me hubieras caído,
tú, a la que con tanto trabajo gané y que tan mía eras, y ahora te tengo que dar a
esta mendiga”.
Toma, Adela, aquí está, compra tú para nosotras dos lo que quieras y lo que ella
permita, claro.
MUJER NÚMERO UNO, es decir ADELA: Puedo comprar un poco de pan de
ayer pero habrá que esperar hasta mañana, porque el que tenían hoy ha debido de
acabárseles ya.
MUJER NÚMERO DOS: ¿Has visto tú algo más hermoso que la miga?
5. 5
ADELA: ¿Algo más hermoso que la miga? Las migas. Volviendo a tu retorno…
MUJER NÚMERO DOS: ¿Cómo no es el imán de la tierra de uno tan fuerte
como para mantenerte en ella?
ADELA: No te quejes. Los hay que lo pasan peor. Levitan y como no vayas en
un avión, ni un paso puedes dar por los aires por muy santo que seas. Y tú, en
cambio, al irte, o desterrarte, o como lo quieras llamar, pusiste un pie delante del
otro y luego cambiaste de sitio al que habías dejado atrás, dándole el puesto de
primero en tu paso. Claro está que democráticamente el derecho y el izquierdo
ocuparon cada uno a su vez tan honroso lugar.
MUJER NÚMERO DOS (restregándose los ojos que aún tenía muy hermosos,
cosa de que es imposible cerciorarse en un teatro): Sí, pero los pies deben de
llorar porque yo iba dejando barro tras ellos.
ADELA: ¿Tan seca la tierra estaba?
MUJER NÚMERO DOS: Se iba secando a medida que se iba haciendo
extranjera. Y no daba de sí aquella tierra como para que se hablara en ella un
idioma tan hermoso como el nuestro. Eso decía un hombre que se quedo mudó y
le duró la mudez cuarenta años y medio. La lengua nunca más se le acercó al
paladar ni tocó una parte u otra de la boca según lo que hubiera que pronunciar. Y
hay que ver con la poca carne que tiene una lengua la de cosas que sabe hacer. Y
recorrer toda ella la lengua nuestra que como ella se llama, tan rica, tan especial,
sin por ello dejar de poder saborear platos tan excelsos como las migas de mi
pueblo, prueba es, si fuese necesario presentarla, de que la lengua es un órgano
sí, sí, un órgano muy inteligente.
ADELA: Y sumamente obediente.
6. 6
(En ese momento pasa entre las dos mujeres otra mujer vestida de negro y que
tiene el dedo índice de la mano derecha, aunque a veces si se le cansa la mano
emplea el izquierdo, puesto en posición vertical sobre los labios, en gesto
conocido por el mundo entero para exigir silencio. Como ya dijimos que
cambiaba de dedo índice cuando se cansaba, y que se coló varias veces entre las
dos, me falta añadir que cuando se hartó de pasar entre ellas tanto en una
dirección como en otra, le dio una patada a la silla en que estaba Adela y ésta
cayó al suelo, de nalgas primero, eso sí, pero emitiendo un grito.)
ADELA (primero grito de rabia y luego…): Estas son las exigencias de la
acción. María, ahora puedes sentarte tú en la silla y yo me quedo en la tierra
porque has de saber que ella es la que ha gritado por mí. El instinto, el instinto es
el mismo en todas partes y ¿sabes por qué? porque una aguja muy larga e
invisible, con un hilo finísimo, la atraviesa toda (ella es el verdadero pan nuestro
de cada día), pasa por su centro y sale por la boca luego de cualquiera de
nosotros. El remate de ese hilo es, consiste, en las distintas lenguas que
hablamos, si no, nos pasaríamos todos los miles, creo de millones, que somos, el
tiempo gritando.
MUJER NÚMERO DOS (es decir MARÍA): ¿Y con esa perorata esperas tú que
te den algo? ¿Qué? ¿Nos ponemos a contar lo que hemos sacado hoy?
ADELA: La próxima vez que mendiguemos coloquémonos debajo de un árbol
que tenga fruta madura. Hablándole un poco, eso sí… Si aprendemos el lenguaje
de las manzanas o las peras o los higos, nos harán caso y caerán como óbolos
divinos en nuestras manos abiertas o directamente en nuestras bocas.
MARÍA: Ayer cogí un puñado de tierra sin preguntar de quién era y me la metí
en el bolsillo. Allá también la alcanzarán las cuatro estaciones. Dejaré que llueva
en ella, que le dé el sol, la sacaré a pasear en invierno y le pondré un poco de
nieve encima. En primavera dejaré crecer en ella lo que decida la semilla que
llevara escondida dentro.
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ADELA: ¿Y cómo era la tierra de allá, la del extranjero? ¿de otro color? ¿se
dejaba pisar?
MARÍA: No toda ella. Nos encerraron en un campo de concentración.
ADELA: ¡Eráis tantos!
MARÍA: Aumentaron nuestra densidad, pero la arena aquélla de Argelès sur
mer, la arena aquélla oyó canciones como no las había oído nunca. Estoy segura
de que se tuvo que alegrar. Ni en pleno verano ofendimos a nadie metiéndonos en
el mar a nadar. Otro, otro día te lo cuento.
ADELA: ¿Por qué has vuelto si no tenías donde ir? ¿A qué punto decidiste que
habías de volver, un punto que te sujetara, claro está, ya para siempre?
MARÍA: Conocía bien el mapa y pasé todos mis dedos por él, como quien toca
piano por si la geografía de papel, con todos sus nombres, pudiese cantar. Yo sólo
esperaba una palabra, “Entra”, y nadie la pronunció, ningún pueblo dijo aquí
estoy yo, así que me hice con una edición barata del Quijote, y le arranqué la
página donde se habla de un lugar que no tiene nombre o algo así y la puse a latir
encima de mi corazón. Y allá, en el extranjero, siempre me lavaba el cuerpo en el
lugar en que la iba a poner, pegadita a mí como un sello.
ADELA: ¿Quién te franqueó hasta aquí?
MARÍA: Me franqueaba yo todos los días dándome golpes en el pecho.
ADELA: ¿Y la fecha?
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MARÍA: El tiempo de la espera no tiene fechas y hay noches insomnes que
cabalgan varios días.
ADELA: ¿Noches insomnes? Pero ¿es que las noches duermen?
MARÍA: Sí, y las mecíamos, Noche, noche, pasa a oscuras por este pasillo tuyo
que soy yo y con un poco de suerte llegaremos juntas donde hay tanta luz.
ADELA: España.
MARÍA: Sí.
(Vuelve a pasar la mujer de luto y silenciosa. A cada una de las dos mujeres les
pone algunas monedas en la mano.)
ADELA: Ésta quiere que se lo contemos todo.
MARÍA: Quiere ser nuestra autora.
ADELA: Pero no sabe serlo. ¿Le has oído tú decir algo? Hay aquí además
soborno. Nos ha puesto dinero en la mano para que hablemos.
MARÍA: Será para que antes les permitamos dar a las lenguas nuestras las
vueltas necesarias para ayudarnos a comer. Luego pasarán a otras funciones.
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ADELA (contando el dinero): Aquí hay como para comprar aceite. Tendríamos
que tomar una cucharada de postre porque una lengua viva y en aceite sabe decir
sin duda cosas más suaves. ¿Qué tal lo pasabas en tu campo de concentración?
MARÍA: Matando piojos. Cuando el hambre apretaba hacíamos por que la
lengua en cuestión, ésa de que me hablabas, no viese nada, y nos los comíamos
con alguna pulga acompañante si lográbamos detenerla en alguno de sus saltos.
Éstas son de sangre dulce, te lo aseguro, la nuestra.
ADELA: Pero no me has dicho cada cuánto tiempo te franqueabas ni adónde te
mandabas.
MARÍA: Ah, sí. Estampaba el sello en mi pecho a diario con los golpes de que te
hablé y aunque no cupiera en un buzón, fui llegando.
ADELA: Eso era un mea culpa. Sea como fuere, ¿te abrió alguien aquí? ¿A
quién ibas destinada?
MARÍA: A todos.
ADELA: ¡Qué pretensión!
MARÍA: Volví con la boca abierta. Yo era una carta viva que sabía cerrarse a sí
misma pegando un labio con otro con saliva, si no se presentaba ningún
destinatario. Tú, Adela, eres la primera en muchos días, y sólo te falta firmar en
el suelo para dar a entender que iba la carta certificada a tu nombre. Pero ahora,
dime…
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ADELA: Antes te diré que has vuelto loca de allá.
MARÍA: A días. Dime, ¿quién es esa mujer vestida de negro que tanto pasa entre
nosotras?
ADELA: Es mi patrona, le debo el alquiler.
MARÍA: Pero si nos ha dado dinero…
ADELA: Para que la paguemos con él. La acción tiene un doble efecto la mires
por donde la mires. ¿Te diste cuenta de que antes de dárnoslo se pasó el dinero a
la mano izquierda y luego se lo puso en la derecha y luego lo tiró al suelo para
cogerlo con ambas manos antes de entregarlo?
MARÍA: No.
ADELA: Pues yo sí. Es que quería recordarse bien a sí misma dando limosna. Se
absolvía de esa manera sin necesidad de cura de cualquier robo que tuviese la
tentación de hacer. El otro efecto es que ella sabe muy bien que teniendo yo con
qué pagarla le daré lo que le debo, meses antes o meses después, que el hombre
no es un monedero.
Mendigo pues para luchar contra el mal, dando ocasión a mi prójimo de ejercer
el bien. Ese bien podría ser levantarme si me caigo, pero si de monedas va que no
utilice yo de ruedas, en un carricoche entramos, por poco que pensemos, en lo de
quién en nombre del dinero de San dinero abolió el trueque y por qué y qué se da.
Te habrás dado cuenta de que antes de abrir su monedero el hombre caritativo se
detiene a pensar, y tú antes de abrir la boca.
MARÍA: ¿En qué? ¿Pensar en qué? ¿En que el centro de la tierra es de oro?
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ADELA: Habrás notado que soy poeta: en el ser, el no ser y sin embargo estar,
aunque difícil es ser sin estar, por algo hay que empezar, y por poco que sea.
¿Qué eras mientras estuviste allá?
MARÍA: Una niña piojosa, pero tú contéstame antes. ¿Se te ha ocurrido
trabajar? Es poderosa dama doña dinero.
(Adela se levanta del suelo donde estaba, endereza la silla, se sienta en ella, se
vuelve a bajar, y coge al fin a María por una trenza y la va arrastrando por el
suelo.)
ADELA: ¿Deshacer así la paz, la armonía y la quietud? Si me vuelves con ésas
te tendré que matar. Además, todo lo que dices al revés ¡francesa! ¡francesa!
MARÍA: ¡O yo a ti! ¿De dónde eres?
(Vuelve a pasar la mujer de negro y mueve las manos en el aire como si no
supiera qué hacer con ellas. Intenta aplaudir, pero como no tiene a qué les da
una bofetada – la que propinó con la mano izquierda algo más débil –, a cada
una de las dos mujeres.)
ADELA (enfurecida): A mí me ha hecho menos daño que a ti.
MARÍA: Es que yo soy más que tú.
ADELA: ¿Más qué? ¿Es olvido lo que callas, vergüenza o hambre duradera?
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MARÍA: Más todo porque no tengo nada. Así que el tonto ése francés que te
habrán puesto a estudiar porque decía que era porque pensaba se equivocaba. Se
es cuando no se tiene nada. Se te nota en algún deje que otro que tuviste y que
me vas a dar a mí la limosna que calientas en la mano. Si quieres tú ofrecerle a la
Muerte un Ser limpio y entero, que no te tenga ella que quitar más que la vida.
Nosotras.
ADELA: Ya, habéis vuelto para robarnos. ¿Por qué no os habéis quedado allá en
las suave Europa? Haber enseñado a vuestra lengua a dar las vueltas al revés y
dabais con otro idioma, el francés.
MARÍA: Mi lengua no es un tirabuzón ni un sacacorchos.
ADELA: Pues la que hablas no acaba de posarse en ti. Te la llevarías, como me
dijiste de lejos mientras te ibas acercando a mí, de pequeña, como una flor a la
que cambiabas el agua todas las mañanas. Era tu saliva el agua y la flor…
MARÍA: Ésta. No hay quien la pueda talar: una palabra unida a su silencio con
amor. Sabrás que hay tantos silencios como palabras.
ADELA: Pero es de una especie que no se cultiva ya ni falta que hace. Te estoy
imitando desde hace casi una hora para que me entiendas. Pero lo que te tengo
que decir es bien simple: Largo de aquí, que me necesito a mí y si estoy con otra
u otro, me comparto. Es la compañía un insoportable bisturí.
MARÍA: ¿Os molestaba la nuestra?
ADELA: Y la nuestra a vosotros.
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MARÍA: Creo que nos vamos a pelear, levanta, que vamos a correr las cortinas
por si hay vecinos.
(Se levantan e intentan correr el telón del escenario, sin lograrlo, claro, y se
vuelven a sentar, ambas en el suelo, y la silla, vacía, en medio de ellas.)
UNA DE ELLAS (la autora no sabe cuál): Vamos a dar la espalda al mundo
entero.
(Se dan media vuelta y le dan la espalda al público.)
AMBAS: Pero al que tenemos delante, no.
MARÍA: Nadie, palabra hermosa. Es a alguien como el silencio a la palabra.
Allá en el extranjero, piensas en esas equivalencias…
(Alguien, un energúmeno, abuchea desde ese mismo público a las dos actrices,
aunque también puede tratarse de otro comediante pagado por el director de
escena. Es un joven vestido de negro, de luengos cabellos, que se dirige
corriendo al escenario, se sube a él, y dice, sentencioso…)
JOVEN DE NEGRO: Como todos los tiempos pasados tuvieron su presente, con
él se contenten y no quieran volver algunos a por otro parecido al que vivieron.
¿Que se nos convertirá también en lo que fue nuestro el aquí y ahora de cada día?
No queráis meter en eso lo vuestro, que nos daría un pasado al cuadrado o al
cubo muy difícil de recordar.
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ADELA (en voz baja): Es un joven matemático y poético. Hace unas noches le
oí gritar solo por la calle, antes de que se lo llevasen los guardias por cantar a
deshoras, que si un poema no era un teorema, nada.
MARÍA: Tiene, tenía razón.
JOVEN POETA: ¿Y esas trenzas de canas? ¿No os habéis casado algún día, no
seré yo hijo vuestro o al menos de una de las dos? ¿Por qué tiempos tengo que
andar para llegar hasta vosotras, vuestra juventud y descubrir una verdad
bondadosamente abrazada a su mentira?
MARÍA: Di primero en qué año estamos y después ve contando en voz alta uno
menos, que cuando llegues al de nuestro nacimiento, te detendremos, pero no
temas contar cien años más o menos porque estoy segura de que si en la
actualidad ninguna cara se parece a otra, hace siglos o quizá sólo uno todas
nuestras casas existieron aunque no estuviéramos nosotros dentro. Tal vez
seamos pues simples reproducciones, así que no seas orgulloso, joven, que el
tiempo a ti también te irá royendo. Lo mejor sería echarle al tiempo, digo, unos
cuantos días, que son su pitanza aunque no lo parezca. Él se detendría en algunos
más que en otros, como hace siempre, y yo podría emplear el mío en recordar.
JOVEN MELENUDO DE NEGRO: Cuenta, abuela, lo que pasó.
MARÍA: No.
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EL JOVEN DE ANTES, EL MISMO: ¿Ves que no queréis decir nada? Había en
aquellos años mucho tiempo por repartir. El que se hacía con los días de otro
pegándole un tiro entre las dos cejas se los añadía, de golpe, a los que tenía, y
cuanto más matara, más madrugadas y noches almacenaría. Y los atardeceres…
los atardeceres… Si todos os hubieseis sentado dejando que la luz bañada en
sombras os acariciase, empezando por los ojos… Ay, cómo definir un atardecer,
no hubiera pasado lo que pasó: yo solito he inventado una máquina de calcular y
he sumado todos los días que os quitasteis unos a otros, suponiendo, claro está,
que habíais de llegar todos al siglo, y la cifra que salió, miles de miles, creo, de
millones, la cifra ésa, ningún billete de banco la podía igualar. Señora Adela,
bájese de aquí que está usted representando un papel y esta pobre, la loca María,
no.
(Con malos modos, empujándola, lleva el joven a Adela hasta la escalerilla
lateral del escenario, la obliga a bajar, y le dice…)
JOVEN POETA (debía de serlo): Abajo, y ¡a pagar la entrada!
MARÍA (llorando, de pie, con cara, en efecto de loca): Se lo quedaron todo,
todo… y yo he vuelto al fin, descalza para que de tacón me haga una piedra y de
media suela el barro aquél. Y sé que tengo que pedir perdón a un árbol por lo
menos, a uno cualquiera de mi tierra por creer y decir que podía crecer en otro
sitio, a las nubes también por haber tenido paraguas, cuando son ellas filtros que
no dejan llegar al cielo nuestras imprecaciones… Ay, no sé, no sé. Verá usted
joven, soy una mujer sin dirección, es decir sin nombre de calle ni número en una
u otra acera, y he venido, estoy aquí, tiendo la mano y pido como decís, un de
ene i, un DNI, que es el diminutivo. Me lo ataré con un lazo al cuello.
JOVEN POETA: Abuelita, cálmese y cuéntemelo todo que estoy en plena tesis
doctoral. Y si vive, aún la presentaré a usted como punto final, es decir como
prueba andante de todo lo que diga.
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MARÍA (gritando cara al público): ¡Adela! Firma tú si quieres el libro que llevo
dentro. Se me pueden arrancar páginas, que no sufriré más que si me quitaseis la
piel a tiras y eso que en los codos me es muy necesaria. La que llevo en la cara es
una piel valiente: ha seguido sin chistar mis sentimientos y con ayuda de una o
dos arrugas, los ha mantenido dentro. Pero mis rodillas manifiestan el
sufrimiento que ocultaban mis mejillas. He vuelto, pero es desandar un doble
andar y de cansancio te caes en medio del camino.
JOVEN POETA: A ver, dígame usted, que voy a tomar nota. No tema, dejaré un
blanco para sus silencios. Siempre fui respetuoso con lo inefable. Que si no se
manifiesta, de una u otra forma, hablo y escribo yo por él después de un tiempo
de espera razonable. Diga.
MARÍA: Era el veintitrés de enero de mil novecientos treinta y nueve.
JOVEN POETA: ¿Lo pongo en números?
MARÍA: Como quiera.
(Pasa un tiempo cargado de silencio. María mira bien el escenario, da unos
pasos hacia adelante, otros hacia atrás. Se para al fin.)
MARÍA: Todo retorno es lento. Además, a mí me hubiera gustado poner el pie
en el mismo sitio en que tropezó aquél, atado por su alpargata y se posó en una
última caricia de ella a mí o de mí a ella.
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ADELA (Sin su presencia, su voz sola que el director de escena puede hacer
surgir desde donde quiera, en el escenario mismo si le parece necesario.): Pero
cambiando el sentido de la marcha hubieses puesto los dedos donde intentaste
clavar los talones, y aquel pequeño aljibe, pues era día de lluvia, había
desaparecido ya.
MARÍA: Os lo quedasteis todo.
JOVEN POETA: Pero tú, abuela, te llevaste algo…
MARÍA: Algo que vengo a restituir: el abecedario. Me llevé la letra A y la
defendí contra todos.
JOVEN POETA: No me metas miedo por si tengo que viajar este verano. ¿Es
que allá no existe? ¿Es hablar todo un atragantarse de erres y eles?
MARÍA (violenta): La A como se dice aquí la defenderé contra todos. Es vocal
especial. En el otro idioma aquél sonaba a mezcla con las otras cuatro. Claro está
que cuando es mayúscula abro más la boca que cuando es la pobrecita tan
minúscula que le doy un beso mío cada vez que la pronuncio. Así será mi idioma
inmortal y ¡que el otro desaparezca o se pase al nuestro a medida que se va
acercando a los Pirineos, cosa que hace ya!
JOVEN POETA: Si pongo la fecha en letras, que no la quiero poner, caben unas
cuantas. Más de una se habrá llevado usted para tener con qué pensar en el
camino ¿o todo fue gritar? Quisisteis dejar a nuestros padres y abuelos mudos,
¿verdad? Y ahora os extraña que no hayan dejado de hablar y que, retornados o
no, no tengáis voz. Toda conversación necesita saliva fresca. ¿Os bañabais en el
mar? Dese prisa en decírmelo que mi tesina espera.
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MARÍA: Las alambradas se adentraban muchos metros en el agua y no
recibíamos sonrisas de Mediterráneo. Si una espuma blanca ribeteaba algunas
olas podías tomarla por una fila de dientes, a condición de no ser demasiado
exigente… pero el mar sabía lo que hacía allí y cuál era su papel y cómo
desempeñarlo. No, que no quiero hablar. He vuelto sólo a besar piedras. Como
las de nuestra tierra en ningún sitio… redondas, duras, libres, creo, sí, libres,
lisas, por si tenemos que volver a gatas. Todavía no nos habéis dicho “entra” a los
de mil cuatrocientos noventa y dos.
JOVEN POETA: Cuéntame algo al fin.
MARÍA: Yo tenía un candil.
JOVEN POETA: Me voy. Empezaré así: que tenía usted un candil ¿verdad? ¿y
quién tenía el par de tijeras de la barraca?
MARÍA: Una andaluza.
JOVEN POETA: Me voy, que mi tesina me espera.
(El joven, como dice, se va, aunque antes de desaparecer da varios pasos hacia
María. Al fin no se le ocurre nada y se va en busca de otro espacio y tiempo. Que
esto se note porque se pone a mirarse las manos por todos los lados como si no
supiera qué hacer con ellas.)
(La autora sabe que la subida de un espectador al escenario se ha hecho ya, y
más de una vez. Pero meterse por un resquicio en una obra trágica, creo que
nunca. En todo caso Adela y él se conocían. Entonces, ¿qué hacía María allí?
¿Ejercer la mendicidad? Dejémosla hablar una vez más y nos lo dirá.)
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MARÍA (Anda por el escenario, titubea, expresa, si la sala es pequeña, todo lo
que puede sin una palabra, para decir el fin con el tono de quien pide permiso
antes de entrar): ¿Se puede?
(Lo que no sabe la autora es si ha de pronunciar esa expresioncita cortés mirando
a los espectadores si los hubiere o volviéndose hacia otro lado. Que lo decida la
actriz.)
FIN