Este documento critica la tendencia de los tertulianos en los medios de comunicación a opinar sobre una amplia gama de temas complejos sin tener la experiencia o especialización necesarias. Esto se debe al síndrome de Dunning-Kruger, donde personas incompetentes sobreestiman su conocimiento. También señala que la desconsideración hacia la ciencia económica ha llevado a que cualquier opinión sea considerada válida, incluso cuando carece de rigor o evidencia. Sin embargo, quienes han dedicado su vida al estudio de la economía argumentan que este en
El síndrome de Dunning-Kruger y la desinformación en las tertulias
1. EL ARTE DE INVENTAR.
Manfred Nolte
Sigue causándome asombro, en las contadas ocasiones que mi televisor se cruza
fortuitamente con una tertulia de la índole que sea, la pujanza y la osadía de esta
mediática construcción. La hispánica -y la no hispánica- institución de la tertulia,
se configura según un modelo sencillo que arrastra a millones de devotos
seguidores: un moderador que actúa de pastor del rebaño y un puñado de
comparecientes -los tertulianos- que van esgrimiendo sus opiniones con la
seguridad de un mariscal de campo, sin vacilaciones, persuadidos de lo que
profieren. Raramente coinciden entre ellos en sus juicios, que no siempre son
comedidos ni pausados, pero ello no impide, que cada cual se presente como
único y legitimo poseedor de la verdad.
Un elemento más, que acerca el modelo ‘tertulia’ al génerode lo espectral es que,
si se analizan con atención estos encuentros triunfantes, en la mayoría de los
casos, los tertulianos están constituidos por las mismas personas físicas, que van
desgranando temas muy diversos, generalmente de actualidad, no siempre fáciles
y comprensibles, y que se supone exigirían una adecuada especialización en la
materia. No es el caso. Mantienen sin embargo en sus intervenciones, estos
futuristas diseminadores de la verdad, el mismo rictus inconfundible de la
convicción sin fisuras.
La indulgencia puede practicarse mientras los intervinientes departen sobre
materias que no afecten la sensibilidad de quien escucha. Pero producen una
reacción insalvable cuando los charlistas irrumpen en materia económica, -la que
compete a esta columna- profiriendo un generoso número de esperpentos
imperdonables. Y es que el parroquiano que departe sobre Afganistán o el
coronavirus ni puede ni debe dar el salto a materias, muchas veces complejas, de
naturaleza económica. Como es lógico, tampoco al revés.
¿Cómo se ha llegado a tal despropósito, y cómo ha alcanzado este grado de
generalidad?
2. El vicio que se describe esconde sus raíces en la creciente falta de afección a la
información veraz, o lo que es lo mismo, la proliferación mediática de la
desinformación, tema que desborda con mucho los limites impuestos a estas
líneas. Pero la multiplicación patológica del tipo de información sin rigor
contenido en las tertulias, que también se halla en otros espacios
pseudointelectuales y en muchos ámbitos políticos, se remite al llamado
‘síndrome de Dunning Kruger’.
No hay nada vergonzoso en ser incompetente. Todos los somos en un buen
número de temas. Pero David Dunning y Justin Kruger descubrieron que muchas
personas incompetentes ignoran y aparcan su incompetencia, lo cual constituye
una disfunción de la personalidad. Tal como señalan los científicos americanos
galardonados con el Nobel de psicología en 2000 esta percepción irreal se
debe a que las habilidades necesarias para hacer algo bien son, precisamente,
las habilidades requeridas para poder estimar acertadamente el propio
desempeño en la tarea.
La profesión trató de averiguar si existía algún remedio para restaurar la
autoestima hipervalorada de los más incapaces. El remedio existía y se llamaba
educación. El entrenamiento y la enseñanza podían ayudar a estos individuos
aventurados e ineptos a darse cuenta de lo poco que sabían en realidad, pero el
enfermo era altamente refractario al tratamiento. El desprecio por la verdad
rigurosa hacía todo lo demás.
En lo que hace al general intrusismo de aquellos que profieren todo tipo de
soluciones aventuradas para los graves problemas que en este momento aquejan
a la marcha de la economía, cabe citar un elemento adicional, que consiste en la
creciente desconsideración de la sociedad hacia la denominada ‘ciencia
económica’ y a su utilidad profiláctica y curativa. Hay que aceptar que no estamos
en la edad de oro de la profesión económica. Perdido el respeto a la disciplina
científica, y extendido su descrédito, una opinión es tan buena como su contraria.
Pero a pesar del intrusismo y descrédito descritos, quienes han dedicado su vida
al estudio de la economía y de su historia acreditan que éstanos ayuda a entender
mejor el mundo y a la sociedad, siempre de una forma metódica y razonada. La
relatividad asumida por quien ha convivido durante años con los limites de la
ciencia económica es bien distinta de aquella otra del que lanza desatinos delante
de una cámara o un micrófono. La de este último no es fruto de la madurez sino
de la ignorancia.