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CREACIÓN MÍSTICA
1. EL MODELO FRACTAL HOLOGRÁFICO
CREACIÓN MÍSTICA
En esta primera parte de la investigación no solo se ha pretendido
mostrar una visión panorámica de la filosofía y la mística religiosa.
También se ha introducido una cierta coherencia en la relación de ideas
monistas, dualistas y trialistas, haciendo ver que muchas de ellas corren
paralelas a la investigación científica.
Aunque el misticismo se encuentra en muchas culturas y religiones,
comúnmente ha sido duramente criticado por psicólogos y filósofos
escépticos, quienes se han negado a admitir la validez de sus
manifestaciones metafísicas, a las que se consideran fruto de la fantasía y
la imaginación que las cultivó. Pero la experiencia mística, en cuanto a
fenómeno transpersonal con una base en el cerebro humano (según
estudios neurocientíficos los fenómenos transpersonales se encuentran
ubicados en ciertas regiones del cerebro), también posee un particular
código de objetividad digno de ser tenido en cuenta, aunque con una
coherencia que depende en mucho mayor grado del testimonio cognitivo
de la afectividad y de sus manifestaciones simbólicas y metafóricas, que
de las reglas lógico-analíticas.
En gran parte de las visiones se comparten los mismos principios
esenciales de unidad-dualidad que tiene lugar en los mecanismos que se
originan en el proceso creativo. Estas formas corresponden a una
dimensión atemporal común en el inconsciente colectivo (“arquetipo” en
términos de Jung), que conciernen a dos instancias que se dan en la
propia psique humana. Esas instancias tienen una correspondencia
notable con los mecanismos psíquicos que estudiamos en el capítulo
anterior, y que tienen su fundamento en las investigaciones realizadas en
enfermos con daños cerebrales: los procesos del hemisferio izquierdo,
racionales, verbales, extrovertidos, y los procesos del hemisferio
derecho, intuitivos, visuales, introvertidos...
El cometido del místico es integrar los principios contrarios en
esa coniunctio opossitorum que tantas veces menciona Jung para
referirse al proceso de individualización, y que se manifiesta
mediante la unión de los contenidos mentales inconscientes y
conscientes.
En las tradiciones místicas, la unión es inducida por la principal
fuente de deseo y pasión: el amor, que pasa a ser clave en sus
especulaciones. En el místico, el camino hacia el autoconocimiento y
la trascendencia es el camino del amor, el único vínculo que utiliza
para canalizar los procesos inconscientes hacia otros grados de
conocimiento superior; conforme a la teoría escolástica, según la
cual solo por el amor se producía el conocimiento, lo que significaba
que solo se llegaba a conocer algo amándolo. Mas la posibilidad de
2. conocer los eslabones graduales del conocimiento depende en gran
medida de la purificación o apertura del corazón, que desempeña un
papel esencial en todas las técnicas místicas.
La purificación del corazón posibilita amarse uno mismo tal
como se es y amar al prójimo sin buscar la retribución propia,
aceptando de manera incondicional, plena y sincera, su integridad
física y psíquica. Este amor desinteresado es un modo especial de
objetividad (objetividad taoísta), lejos de cualquier interferencia
subjetiva de egotismo, el cual genera nuevos conocimientos
inaccesibles a quienes no aman. La capacidad de amar produce
asombro y admiración. Y el hecho de sentirse uno profundamente
asombrado otorga un mayor interés por conocer al objeto amado.
Ese interés ayuda a poner más atención en su observación, lo que
facilita el acceso a una posible sintonización empática con él y una
especie de intuición y aprendizaje del mismo.
La preparación de la mente para alcanzar la conexión directa
constituye la principal finalidad de todas las filosofías místicas de
Oriente y Occidente. Y para ello se ha preinscrito infinidad de
técnicas rituales con la intención de llegar a un estado expandido de
conciencia que sintonice con las frecuencias del campo. Una de las
prácticas más antiguas que cultivan la sincronización coherente es la
meditación, la relajación y el yoga. Junto a otras técnicas, pretenden
distraer la atención del hemisferio izquierdo para centrarla en el
hemisferio derecho, favoreciendo así el pensamiento intuitivo y la
creatividad. Además, ayudan a lograr la armonía necesaria para
dominar las emociones negativas sin reprimirlas.
El trabajo de síntesis amorosa de la oscuridad a la luz pone en
funcionamiento la unidad del espíritu. Al percibirse con una actitud
plena de amor, como si fuera otra persona, el místico desciende más
allá de las fronteras de la conciencia, hacia las capas más recónditas
ordinariamente reprimidas, y sin temer por encontrar a su paso
pulsiones disolutivas o destructivas, para extraer algo claro de ese
lugar oscuro.
Estos ejercicios de percepción directa, que se logran
observando dentro de uno mismo, se llaman “pasividad” en el Zen,
“meditación” en el yoga y “auto-observación” en el Sufismo.
Enfocada hacia niveles intelectuales más integradores y
organizados, de esa oscuridad proviene la fuerza inestimable que
suscita su capacidad de creatividad primaria: la intuición, a través de
la que experimenta las conexiones subyacentes de los
acontecimientos y las cosas. Es a partir de entonces cuando el
místico llega al conocimiento de los arquetipos y los valores
universales. Advierte que en lo que un principio dicotomizó y limitó
en la mente como objeto y sujeto, placer y dolor, bien y mal, vida y
muerte, son en verdad conceptos polarizados de una única realidad.
Disueltas las paradojas, su mente se convierte en el órgano
perceptivo donde una naturaleza coexiste con la otra.
Desde ese estado natural podrá por fin reconciliar todas las
fuerzas polarizadas dentro de sí y aceptarlas como parte del todo. En
3. última instancia, la conciencia unificada significa experimentar la
conexión con la totalidad y comprender que toda determinación es
poca, ya que es imposible limitar al todo mediante palabras, porque
no hay nada que pueda separarse en su continuidad.
Lo elevado de la acción ética como camino espiritual es fruto de
la conciencia unificada. Lo que constituye su esencia es la voluntad
por formular un alto ideal en la búsqueda de la justicia, la valoración
de la belleza, la armonía y el sentimiento del amor, que los preceptos
estrictamente formulados no pueden alcanzar.
A impulsos del amor, la conciencia unificada se alza sobre el
principio separativo, porque ve a todos los seres humanos con una
mirada respetuosa y fraterna, sin diferencias de sexo, edad, raza,
nación, ideología, religión o cultura. Detrás de ella se esconde
nuestra creatividad.
El místico experimenta la unidad cuando se da cuenta de que es una parte
integral del todo. La emancipación con respecto a las categorías que
proclama ese nivel de unicidad aporta consigo una enorme libertad,
porque se pone de manifiesto el alcance que tiene la mente sobre la
materia en las sincronicidades de la vida.
La senda mística para provocar el estado unitario viene marcada, por un
lado, a través del camino del autoconocimiento y la autorrealización, y,
por otro, a través del trabajo práctico y los ritos ceremoniales. Los
rituales utilizan como medio de trasporte la dimensión cuántica para
trasladar al mundo exterior las manifestaciones del autoconocimiento
interior, haciendo que se encarnen en hechos reales. Esta idea está
perfectamente plasmada en la expresión «así en la tierra como en el
cielo», una realización espiritual que culmina en una realización material.
Los intentos ritualistas constituyen la etapa más elevada del místico, y no
la última, que establece el puente de unión entre la mente y el cuerpo, el
espíritu y la materia, la supraconciencia práctica de la unidad entre las
contradicciones. Aquí se dan cabida los logros espirituales alcanzados
por los grandes místicos y los maestros fundadores de religiones,
quienes, gracias a sus esfuerzos de superación, convirtieron en realidad
sus intuiciones, en el deseo por conquistar la comprensión de sí mismo y
del mundo, en la búsqueda incesante de la unicidad.
Las figuras históricas de Buda, Krishna, Confucio, Lao-Tsé, Mahoma y
Jesús son solo algunos ejemplos de avataras descendidos en forma
humana que ascendieron pacientemente por los planos del ser, hasta el
punto de unir las contradicciones. Todas estas personalidades
excepcionales habían descubierto, cada cual a su manera, que la
separación era aparente, y que una persona fragmentada podía llevar
unidad a su mente despertando su pequeña conciencia con la conciencia
de unidad cósmica. Por desgracia, las revelaciones místicas de todos
ellos han quedado cristalizadas por la lectura dogmática e idiosincrásica
de las religiones, destinadas a controlar el acceso directo a lo divino.
4. La capacidad de unidad no solo es posible alcanzarla por medio de una
intensidad mística y religiosa, sino también mediante la curiosidad
intelectual y artística. Existen numerosos ejemplos de que la conciencia
unificada constituye una fuente extraordinaria de inspiración filosófica,
científica y artística. Aurobindo (Satprem, 1989) concedía sitio especial al
arte, que consideraba uno de los grandes medios de progreso espiritual.
La creación mística hace referencia al estado de conciencia
unificada. Por tanto, podría argumentarse que la experiencia
transpersonal del místico es una modalidad de asumir el proceso
creativo, autorrealización en el caso que nos atañe.
La autorrealización radica en la utilización de las energías
instintivas al servicio de un objetivo más elevado. Es lo que en
psicología psicoanalítica se conoce como sublimación. En cierto
sentido, la creatividad del místico forma parte del proceso de
sublimación, constituyendo el arte de llevar las reacciones
automáticas a la consciencia y de unificarlas. Jung perseguía ese
mismo estado de conciencia con la psicoterapia, un método para
dirigir la energía instintiva desde el inconsciente hasta la mente
consciente como forma equilibrada de sanar y prevenir los conflictos
internos que ocasionaban las represiones.
Unos conceptos terapéuticos que son la traducción al lenguaje
contemporáneo de verdades sabidas desde siglos, y todavía
vigentes, que quedan reflejadas, por ejemplo, en el punto medio que
la antigua China designa con el nombre de Tao o con el
término Chong Yong (camino medio); en la doctrina budista, que
concibe la plenitud solo a través del Sendero del Medio, donde los
extremos no son excesivos; en la idea de “Autarquía” propia de los
filósofos griegos, entendida como autosuficiencia; en la máxima
délfica “De nada demasiado”, que define la armonía de lo apolíneo y
lo dionisíaco; en la idea de Virtud de Aristóteles, como un hábito de
la voluntad regulada por la razón, que consiste en establecer un
término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto,
doctrina que, seis siglos antes de Cristo, aconsejaba el político y
escritor griego Solón, y que se le ha llamado la “Dorada
Mediocridad” como forma de evitar los extremos en los ideales y la
conducta; en el concepto epicúreo “Ataraxia”, como un estado de
paz y equilibrio interior moderado por la prudencia en la búsqueda
de placer; en el término “Templanza” de los romanos y de la iglesia
cristiana primitiva, cuyo objetivo es la cautela o moderación de las
emociones desde el control de la razón; en el de “Docta
Ignorancia” (ignorancia sapienta), que, ya desde Sócrates y
Platón (recta opinión), equivale a una disposición media entre dos
extremos: la sabiduría y la ignorancia; o en el término de
“Autónomo” de la filosofía moderna, entendido como bienestar
interior, satisfacción de uno mismo. Todas estas doctrinas ofrecen
las cualidades de la autorrealización.
Durante milenios, los seres humanos se han sentido atraídos
por ideas como la unidad y la dualidad, y siempre han estado
5. sometidas a la búsqueda de un equilibrio. Aunque no toda la realidad
tiene por qué seguir la configuración básica y generalizada de este
modelo conceptual, debemos admitir que da resultados útiles, en
cuanto que establece una armonía funcional y estructural en la
mente. Por esta misma razón debiera de incluirse en la realidad de
cada individuo. El problema radica en que este modelo es difícil de
llevarse a la práctica si uno no se toma en serio la contradicción ni
trata de hacerle frente cuando sea necesario.
Y el término para designar la trascendencia sería el amor como
voluntad -en el fondo amor y voluntad están presentes en todo acto
genuino-, gracias al cual se consigue disolver todas las resistencias,
lo que hace posible el trabajo de todas las capacidades mentales. Si
existen un amor y una voluntad, estas residirán en la selección de las
distintas mentes que podemos convocar, como son las percepciones
de lo instintivo, lo emocional, lo intuitivo, lo racional y lo espiritual.
Dar el salto desde pensar en la separación a pensar en la unión es la
clave de ciertos tipos de salud mental y de la creatividad. De la
integración resulta la forma más elevada de autorrealización, por la que
se manifiesta la divinidad humana para medrar sinérgicamente; del lado
opuesto el conflicto entre los contrarios, el sujeto y el objeto, el
observador y lo observado.
En el misticismo oriental, una persona virtuosa es aquella capaz de
mantener un equilibrio dinámico entre la unión y la separación, unas
cualidades que están reguladas por el amor y por la voluntad, tal y como
lo regularía el hombre verdaderamente sabio. A cada uno de nosotros le
corresponde crear sus propios mecanismos autorreguladores a lo largo
de la vida, para evitar las divisiones que socavan la estabilidad personal
y, en consecuencia, interpersonal. El que carece de ellos no sabe
controlar las emociones ni superar con éxito los fracasos que nos abre
camino hacia la autocreación. Este sería el primer prerrequisito para
obtener la potencia creadora. El principio unificador que lleva, por la
superación de los antagonismos de uno mismo, a la creación espiritual
que genera conciencia.
Extracto del libro “El modelo Fractal-Holográfico” de Alejandro Troyán.
Más información en: http://www.holofractico.com/
http://www.diegomarin.com/1300515-9788415668022-EL-MODELO-
FRACTALHOLOGRAFICO-UN-MODELO-COHERENTE-DE-LA-CREACION-SEGUNDA-
PARTE-CREACION-MISTICA-Y-CIENTIFICA.htm l