Ferdinand Ebner fue un pensador católico austriaco del siglo XX que desarrolló una filosofía del diálogo y personalismo. Ebner afirmó que la palabra es constitutiva de la existencia humana y vehículo de la relación entre el yo y el tú. Además, propuso que la razón humana es esencialmente dialogante y que la verdad se alcanza a través del diálogo interpersonal más que del pensamiento individual. Su trabajo influyó en pensadores posteriores como Buber, Rahner y Moltmann.
AFICHE EL MANIERISMO HISTORIA DE LA ARQUITECTURA II
Ebner, Ferdinand (1882-1931)
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Ebner, Ferdinand (1882-1931). Pensador católico austriaco. Nació en Wiener
Neustadt, cerca de Viena, y fue maestro de escuela. A pesar de no formar parte de los
grandes círculos universitarios y a pesar de su débil salud, se interesó por todos los
aspectos de la cultura de la sociedad en crisis que le tocó vivir, la Europa de principios
del s. XX, llegando a dominar como autodidacta amplios campos del saber tanto clásico
como moderno, desde la filosofía a la literatura, desde la psicología a las bellas artes. Es
junto con Martin Buber, Franz Rosenzweig y → G. Marcel, uno de los exponentes más
significativos del llamado “personalismo” o filosofía del diálogo. El paso del tiempo ha
permitido tener la suficiente perspectiva para apreciar la enorme aportación que este
grupo de pensadores realizó a la filosofía y al pensamiento religioso y teológico de
nuestro tiempo. Pusieron los cimientos para iniciar un nuevo modo de pensar desde su
afirmación del yo del hombre como esencialmente orientado al otro, al tú, y desde la
afirmación, por tanto, de la razón humana como lenguaje, como razón dialogante. F.
Ebner murió de tuberculosis a los 49 años de edad, en 1931, atendido por su esposa
Maria Mizera y por sus amigos, en su casa de Gablitz. En el cementerio de este hermoso
pueblo cercano a Viena puede leerse en la lápida vertical de su tumba una expresión que
lo define como “der Bedenker des Wortes”, “el pensador de la palabra”.
1. La palabra como dimensión constitutiva del ser humano. Ebner afirma con Max
Scheler que el hombre habla porque tiene la palabra. Y ésta es el vehículo de la relación
entre el yo y el tú. La palabra entendida como lenguaje ilumina así el ser
constitutivamente relacional de la persona humana. Es una afirmación importante para
la antropología filosófica y para la antropología teológica, pues Ebner afirma con
Hamann el origen divino del lenguaje. “La palabra viene de Dios”. Ebner afirma el
origen trascendente de la palabra a la vez que reconoce en Cristo, en una opción de fe,
la Palabra reveladora del Padre, el hacerse hombre de Dios, que es el Tú último de
nuestro yo. El Prólogo del evangelio de Juan ilumina su doctrina de la palabra. Dado
que su fe cristiana es siempre una fe atormentada, en camino y en búsqueda, y crítica
respecto a los aspectos institucionales concretos de la Iglesia, su reflexión no ha dejado
de interesar tanto a los representantes de un pensamiento abierto al misterio como a los
pensadores creyentes que tratan de renovar el lenguaje teológico y transmitir y
testimoniar en la Iglesia con fidelidad el mensaje evangélico. A pesar de su fuerte crítica
a la Iglesia de su tiempo, como podemos ver en sus artículos en la revista Der Brenner,
el que podía pasar para sus contemporáneos por “ateo” y “anticlerical” al no ser contado
habitualmente como “practicante” y “hombre de iglesia” era un hombre de Evangelio y
sincera fe cristiana que no dudó en llamar en su lecho de muerte, dando así testimonio
de su pertenencia a la comunidad cristiana, al nuevo párroco de Gablitz, H. Hofstätter,
que, contrariamente a otros párrocos que le precedieron, era un hombre dialogante, de
grandes cualidades humanas, con el que Ebner había simpatizado desde el primer
momento.
2. Ideas fundamentales. El pensamiento básico de Ebner, que él expone en el Prólogo de
su obra “La palabra y las realidades espirituales”, puede resumirse así: Si la existencia
humana tiene un significado espiritual más allá de las condiciones perecederas de este
mundo entonces lo espiritual en él está orientado de un modo esencial a algo espiritual
fuera de él en virtud de lo cual y en lo cual existe. La expresión objetiva de esa realidad
es la palabra, el hecho de que el hombre hable. En la actualidad de su ser pronunciada,
en la situación que la palabra hablada crea, se da la relación de lo espiritual en nosotros
con lo espiritual fuera de nosotros, la relación del yo y del tú (Cf. Schriften, I, 80-81). A
partir de este pensamiento fundamental va desarrollando Ebner, bien que de una forma
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asistemática y fragmentaria, su antropología, el pensamiento que algunos han llamado
dialógico (Das dialogische Denken, Bernhard Casper) o personalista (Der dialogische
Personalismus, Bernhard Langemeyer) y que se puede incluir en la corriente que
también se ha denominado como “filosofía del encuentro” (Die Begegnungs-
philosophie, Josef Böckenhoff; El poder del diálogo y del encuentro, A. López Quintás)
o en las reflexiones sobre la alteridad (el otro) (Teoría y realidad del otro, P. Laín
Entralgo; Le Temps et l’Autre, Totalité et Infini, Autrement qu’être, E. Lévinas).
Se trata de un nuevo método o modo de pensar, ya que si se afirma la existencia
relacional y el ser relacional de la persona, la apertura por tanto de mi yo a los demás,
serán la palabra y el amor las claves para penetrar en el secreto de la vida personal y del
mundo en el que el hombre existe. La palabra precede al pensamiento, pues son los
otros los que despiertan mi conciencia. Y puesto que la palabra es de origen divino tener
la palabra es tener religión. La razón humana es antes que nada “oído espiritual”. Es a
través de la palabra del lenguaje como el hombre adquiere conciencia de sí mismo, del
otro, y del totalmente Otro, de Dios, aunque esto no pueda demostrarse científicamente.
En este pensamiento profundamente religioso la búsqueda de la verdad se realiza en
diálogo y en el encuentro interpersonal, en el que ha de procurarse pronunciar la
palabra justa que es siempre una palabra solidaria y compasiva, dicha con amor. El
pensamiento monológico desde la soledad del yo, en el que reina la idea, pero no la
realidad de la vida espiritual, que no puede ser más que un “sueño del espíritu” y “un
soñar con el espíritu” (Traum vom Geist) aunque genere grandes manifestaciones y
productos culturales, se hace aquí diálogo y praxis en el encuentro interpersonal, en la
apertura al tú humano y al Tú divino. El nuevo método filosófico puede ser eficaz
solamente cuando se establecen relaciones humanas concretas con los otros, vínculos
sociales solidarios en los que nos realizamos como personas. Es entonces cuando la
creación humana cultural y artística adquiere también todo su sentido, porque la
ponemos al servicio de la persona humana, de un mundo humanizado, de las realidades
espirituales, “que eres tú, que soy yo”, que somos nosotros los hombres”, más allá de
toda estética y de toda ética, en la dimensión religiosa que de modo implícito o
explícito, dice Ebner, ejemplificamos en el mensaje y en la persona de Cristo, en el que
Dios se hace presente y se identifica con los más pequeños (Mt 25, 40): “cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Cf.
Schriften, I, 268; II, 197).
3. El entorno. Una época de crisis. El ambiente histórico y social en el que nacen estas
ideas es el que ya ha asimilado las ideas de Kierkegaard, de Marx, de Nietzsche y de
Freud. Ebner hará su crítica cultural señalando la insuficiencia para la solución de la
problematicidad de la existencia humana de las propuestas de estos autores. Recibirá
impulsos de todos ellos y elogiará singularmente la obra de S. Kierkegaard “La
enfermedad mortal”. Señaló igualmente la insuficiencia del pensamiento idealista para
explicar nuestra necesidad de vida espiritual y se opuso al antifeminismo y al
antisemitismo de la obra del joven pensador O. Weininger “Sexo y carácter” (1903). La
guerra europea le muestra a Ebner con toda claridad los límites del hombre y de su
confianza ciega en la ciencia, los límites del cientificismo diríamos hoy. Su yo afirma
con humildad su relación esencial al Tú. Ebner es el pensador del anhelo (Sehnsucht) y
de la búsqueda (Suche) de un Tú benévolo, de una palabra que libere a nuestro yo de su
soledad existencial (Icheinsamkeit). Por eso se le ha descrito como “pensador
existencial” (Der Umbruch des Denkens, Th. Steinbüchel), “el pensador de la palabra”
(Il pensadotore della parola, Anita Bertoldi), se ha hablado de su “nostalgia” o anhelo
de la palabra (Ferdinand Ebner, La “nostalgia” della parola, Silvano Zucal), el mismo
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Ebner se definía como “Bedenker des Wortes”, como el que “piensa y medita la
palabra”. Otros se han referido a él usando los términos de “testigo de la luz y profeta”
(J. Puente López), aludiendo también a citas y descripciones que de sí mismo ha hecho
Ebner en sus escritos. Todos estos apelativos hacen referencia a la circunstancia
personal de nuestro autor, tan decisiva para explicar su obra. Si la guerra y el
derrumbamiento de la cultura europea que ello significó (de sus ruinas y escombros nos
habló Ebner y luego lo hará con sin igual fuerza literaria W. Benjamín) fueron
importantes en la génesis de su pensamiento no lo fue menos la falta de horizontes, la
soledad existencial y el sufrimiento físico y psíquico que acompañaron su peripecia
personal. Ebner encontró en el mensaje de Cristo, en su evangelio y en la opción de fe,
en su apertura al tú humano inseparable del Tú divino, la respuesta al problema de la
existencia. La superación de la soledad existencial de su yo, en la apertura al tú y a un
mundo con el que finalmente se encuentra reconciliado y que ya puede aceptar en toda
su complejidad estética y cultural a pesar de sus contradicciones, se aprecia en su última
obra “Aphorismen 1931” (cf. Schriften I, 909-1015).
4. Un cristianismo con rostro humano. El influjo de Ebner en el pensamiento del siglo
XX, especialmente en la reflexión ética y teológica, ha sido grande. Ha sido “el secreto
inspirador filosófico de la teología moderna”, en palabras de J. Moltmann en el prólogo
de la obra por él editada “Los orígenes de la teología dialéctica”. De D. Bonhöffer a
Th. Steinbüchel y B. Häring, de E. Brunner y F. Gogarten a R. Guardini, K. Rahner y J.
Moltmann, la huella de Ebner puede rastrearse en múltiples obras y autores. El mismo
Martin Buber tuvo oportunidad de leer el libro de Ebner “La palabra y las realidades
espirituales”, que apareció en 1921, antes de dar al público su librito “Yo y tú” en 1923.
Antes de que el papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II diera importancia a la
categoría de “los signos de los tiempos” Ebner habló en su obra repetidamente de la
necesidad de escuchar esa indicación de de Mateo (16, 3) y de Lucas (12 56). Ebner
puso el énfasis en poner en práctica lo que la Iglesia no había permitido nunca de buen
grado a los creyentes: “juzgar por nosotros mismos lo que es justo”(cf. Schriften, I,
563). Es aquí donde Ebner reivindica la madurez del laicado cristiano, el papel de la
razón humana dialogante capaz de escuchar la voz de Dios y de discernir los signos de
los tiempos y se constituye en abanderado de una fe razonable, del papel central de la
conciencia personal en la decisión de la fe, en el seno de un cristianismo comunitario sí,
atento al mensaje evangélico, a la palabra que custodia y celebra toda la comunidad
cristiana, pero un cristianismo con rostro humano, de servicio (Mc 41-45), no autoritario
y dogmático. La Iglesia según Ebner no tiene como misión atar nuestras conciencias (cf.
I, 562) ni convertir el cristianismo en teología y dogma por más inevitable que esto
parezca, sino que su misión es reunir a todos los hombres en un mismo espíritu de
caridad, de amor a Dios y al prójimo, ayudándonos mutuamente a practicar el perdón y
la misericordia (Lc 10, 25-37) en la realización del reino de Dios anunciado por Cristo.
También se adelantó Ebner al Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et Spes, 22:
“Cristo…manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”) al recordarnos que
“Cristo es el que nos hace saber lo que es el hombre” (Schriften, I, 529), de la misma
manera que en él se nos ha revelado también Dios (cf. I, 530). Es Ebner el que
recogiendo las enseñanzas bíblicas nos hizo ver que son las categorías dialógicas y
personalistas las que mejor nos ayudan a describir las realidades de nuestra fe como
encuentro personal con Cristo y de la revelación como diálogo de Dios con el hombre.
Nos lo recordó el joven teólogo J. Ratzinger en su comentario a los textos conciliares.
El hombre, nos dice también Ebner, inspirándose en los apóstoles Pablo y Santiago, es
“oyente de la palabra” y “agente o cumplidor de la palabra”, y K. Rahner nos lo
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recordará en su conocida obra “Hörer des Wortes” (Oyente de la palabra). J. B. Metz,
discípulo de K. Rahner, coincidirá con Ebner al poner de relieve el grito de desamparo
de Cristo en la cruz y su importancia para conservar memoria del sufrimiento y de las
víctimas inocentes (memoria passionis), con las que se identifica el crucificado en el
instante en que vemos de forma absoluta la “encarnación”, el “hacerse hombre de Dios”
(cf. Schriften, I, 391). Ebner habla del “otro que sufre” (der leidende Andere) y de la
cercanía física de Dios en él, haciendo de Mt 25, 31-46 y de Mt 5 lugares privilegiados
de su comprensión del mensaje cristiano. No era la salvación del alma el centro de la
Buena Nueva de Cristo, sino el anuncio del reino de Dios, que viene sin dejarse sentir
(Lc 17, 20), lejos de alardes fastuosos, multitudinarios y de poder social, y al que
pertenecen sobre todo los pobres y los excluidos. Estos impulsos los desarrollará luego
la llamada teología de la opción por los pobres y la teología de la liberación, que tienen
en esta forma de entender el cristianismo de Ebner un claro precedente. Ebner levantó
su voz contra los que querían enriquecerse a costa de los trabajadores y de los
oprimidos. “Más claramente que nunca tenemos que reconocer que el hombre no puede
servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (Schriften, I, 503).
5. La renovación del cristianismo y de la sociedad. Los estudiosos de Ebner no deben
olvidar los aspectos críticos y proféticos de la obra de Ebner cuando habla del
cristianismo y de la fe cristiana. Ebner abogó por una reforma de las estructuras de la
Iglesia y de sus modos de actuar en la sociedad civil. Lo escribió con toda claridad: “El
hombre europeo y los católicos no pueden evitar un conflicto religioso con la Iglesia” (I,
525). “Por mucho que ella en su núcleo cristiano sea la que custodia y guarda la Palabra,
la envoltura de ese núcleo se nos muestra siempre de nuevo como una negación del
cristianismo” (I, 523). Seguramente el Vaticano II quiso tener en cuenta alguna de estas
críticas.
Ebner abogó por una sociedad donde el sentimiento de humanidad fuera lo prioritario,
donde los derechos humanos (Menschenrechte, I, 1003) fueran respetados.
Consecuentemente escribió a favor de emancipación de la mujer. Fue también
partidario de una separación entre la Iglesia y el Estado, sin que este pretendiera tener
una iglesia estatal ni aquella un estado confesional. La sociedad debe ser laica y
respetuosa con todo tipo de creencias religiosas que respeten esos derechos humanos y
esa laicidad. Nada hay más nefasto para la causa del evangelio que la mezcla de las
causas religiosas y políticas, cuando la Iglesia se empeña en que el Estado apoye con
sus leyes su visión del mundo, o cuando el Estado quiere dirigir las conciencias de los
ciudadanos y recortar sus libertades y derechos fundamentales ejerciendo una injusta
coerción. Ni culto a un “Führer” político o religioso ni adoración de ningún “nosotros”
peligroso, sea una iglesia, un partido o una nación. La visión que tenía Ebner de la
persona humana y de la sociedad habría servido para liberar al mundo de la locura del
nacionalsocialismo a la que se sacrificaron conciencias y vidas y que él denunció ya en
sus etapas incipientes. Pero la sociedad de su tiempo prefirió ignorar las “realidades
espirituales” (que son los hombres de carne y hueso y están encarnados en este mundo
aunque “miren al cielo”) y seguir “soñando con el espíritu”, persiguiendo sueños de
poder y de intereses nacionales egoístas. La segunda guerra mundial que Ebner, como
tantos otros, vio acercarse fue la consecuencia de relegar al olvido una palabra que se
hacía eco de aquella otra que había resonado dos mil años antes. Una vez más los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz que Ebner se atrevió a señalar. Porque después
de todo, el pensamiento básico de su obra, un pensamiento “revolucionario”, “el más
revolucionario que jamás pueda pensar la humanidad” no era un pensamiento suyo. Ni
siquiera en su origen era un pensamiento, “sino una vida – la Vida” (I, 721-722).
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Xabier Pikaza, Diccionario de pensadores cristianos, Verbo Divino, Estella (Navarra)
2010, 268 – 272.
Obras de Ferdinand Ebner:
Schriften (Volúmenes: I, II, III), Kösel, Munich 1963-1965. (A estos tres volúmenes se
refieren las citas del texto sobre Ebner en el Diccionario de Pensadores Cristianos).
Mühlauer Tagebuch 23.7 – 28.8. 1920, (ed.) R. Hörmann, M. Seekircher, Böhlau, Wien
2001.
Tagebuch 1916. Fragment aus dem Jahre 1916, ed. Markus Flatscher, Richard
Hörmann, Lit, Wien-Berlin 2007.
Das Wort und die geistigen Realitäten. Pneumatologische Fragmente, ed. Richard
Hörmann, Lit, Wien-Berlin 2009.
Tagebuch 1917, ed. Matthias Flatscher, Richard Hörmann, Lit, Wien-Berlin 2011.
Tagebuch 1918, ed. Markus Flatscher, Richard Hörmann, Lit, Wien-Berlin 2014.
Wort und Liebe. Aphorismen 1931, ed. R. Hörmann, K. Skorulski, Lit, Wien-Berlin
2015.
Ebner Online Edition (Internet)
Algunas traducciones al español y al italiano de las obras de Ebner:
La palabra y las realidades espirituales. Fragmentos Pneumatológicos, Trad. José Mª
Garrido Luceño, Caparrós, Madrid 1995. (Schriften I, 75 - 343)
La parola e le realtà spirituali. Frammenti pneumatologici, ed. Silvano Zucal, tr. Paul
Renner, San Paolo, Cinisello Balsamo (Mi) 1998, 2013. (Schriften I, 75 – 343).
Proviamo a guardare al futuro, ed. e tr. Nunzio Bombaci, Morcelliana, Brescia 2009.
(Schriften I, 719 – 909: Versuch eines Ausblicks in die Zukunft).
La realtà di Cristo, tr. Nunzio Bombaci, Morcelliana, Brescia 2017. (Schriften I, 381 –
643: Die Wirklichkeit Christi. “Brenner”-Aufsätze mit einem Nachwort).