Este documento presenta una serie de imágenes oníricas y mitológicas en forma de flujo de conciencia. Describe escenas que involucran dioses y figuras mitológicas griegas y bíblicas, incluyendo referencias a Afrodita, Perseo, Ulises, Júpiter y Eva. También menciona temas como la creación, el paraíso y la inmortalidad. El narrador expresa nostalgia por haber perdido a una diosa pura con la que había navegado y experimentado el amor.
PIAR v 015. 2024 Plan Individual de ajustes razonables
32 el erizado cabello estaba ahí
1. 32 El erizado cabello estaba ahí. En cabeza de ella; la que solo conocí en ciernes. Como al
relámpago no sutil. Por lo mismo que como afanoso convocante. Siendo, como es en verdad, una
especie de alondra pasajera y mensajera. Se me parece al verdor de los bosques que crecen en
silencio. Sin sentir unos ojos ensimismados por su pureza; siempre presente. Creciendo en lentitud.
Pero, siempre, en ebullición de células, en trabajo constante. Haciendo real lo que potencial al
sembrarlos era.
En verdad no la había visto pasar nunca. Como si la urdimbre de la vida en ella, no fuera más que
simple expresión de fugaz cantinela. Abarcando circunstancias y momentos. En sentimientos
explayada. Como momentos de transitorio paso. Por cada lugar, muchas veces umbríos. Como
simple pasar de largo. Sintiendo lo que está; como si no estuviera.
Y así fue siempre. Cada ícono suyo, más velado que el anterior. Como Medusa incorpórea. Solo
latente. Sin Prometeo ahí. Vigilante. Hacedor del hombre. Acurrucado en esa veta grisácea.
Tejiendo el lodo. Amasándolo. Hasta lograr cuerpo preciso. Y, soplado por Hera, vivo aparece. En
los mares primero. Tierra adentro después. Locuaz a más no poder. Por lo mismo que el jocoso
Hermes robó el tesoro vacuno de Apolo. Y lo paseó en praderas voluntarias. Que ofrecieron sus
tejidos en hojas convertidos.
En esto estaba mi pensamiento ahora. Cuando vi surgir el agua. Desde ahí. Desde ese sitio en
cautiverio. Y la vi correr hacia abajo. Rauda. Persistente. Siendo, en esto mismo, niña ahora. Y va
pasando de piedra en piedra hasta hacerse agua adulta. En ríos inmortales. Y la Afrodita coqueta,
mirándola no más. Tomándola en sus manos después. Besándola triunfal. Haciéndola límpida a más
no poder. Y juntas. Agua y Diosa, recibiendo el yo navegante. Inmerso en ellas. Con la mirada
puesta en el Océano más lejano. El de Jonios. O el de Ulises. Desafiando a Poseidón. El Dios agrio
e insensible. El mismo que robó tierra a la Diosa cercana al Padre Mayor. Y que fue conminado a
devolverla. Y que, por esto, secó todos los ríos y lagunas. Solo el nuestro permaneció. Por estar
ella presente.
Al hacerse noche de obscuridad afanada. Vimos una luz alada. Cruzando el aire de neutralidad
dispuesto y de fuerza creciente. Y bajó esa luz. Prendida en una rama. Con sus alas apagadas. Ya
no luciérnaga veloz. Más bien postura de bujía con tonalidades diversas. Y nos dijo, al vuelo, que
guiaría nuestra fuga. Hasta encontrar la flecha que mataría al Dios de Mares insolente y perverso. Y
que, allí, no más llegásemos, plantaría surtidores de agua dulce. Y separaría estos de la pesada sal
de los mares. Dándonos la clave para revivir lo que había sido muerto. Y que era, entonces,
nuestro tutor y conversador en lúdica creciente.
Cuando se fue ella, volvió la luz; aun siendo noche. Río abajo fuimos. Encontrando caminos de
disímil figura. Escarpados unos. Tersos, lisos, otros. Y, en cada uno, sembramos ternura. Llegando
a ellos, vimos llegar las creaturas prometeicas. Y llegó Perseo. Engalanado. Como sabio tendencial
Como creyéndose ya, Dios de plena corporeidad. Superior al Padre Mayor. Por encima del Olimpo
enhiesto.
Y, allí mismo, surgieron los apareamientos. Ninfas con Titanes. Vírgenes no puras, con los hijos
espurios de Cronos. Pasó, también, el Jehová de los Judíos. Con vuelo rasante y tardío. En busca
del Moisés hablado y trajinado; en desierto consumido. Y vimos al Adán insaciado: Buscando el
sexo de su Eva no encontrada. También pasaron los hijos de Hades. Buscando abrigo temporal. Y
volvieron las lluvias. Presagio de la muerte del Dios de los mares salados.
Una vez llegamos a Creta, nos dispusimos a organizar las Jornadas Olímpicas. A viva voz y vivo
puño. De gladiadores dotados de los frutos que da la paz. Y vinieron las trompetas. Desde Delfos.
Pasaron los Argonautas Homéricos. Vino el potente Ulises, desafiando la gravedad sin saber que
era ella. Soplaron los vientos mandados desde el Olimpo. Júpiter henchido de fuego.
2. Dios retador latino ante el Dios Griego Zeus. Las carrozas dispuestas. Las coronas también, para
quienes deberían se coronados, siendo triunfantes.
Así pasaron, por mi recuerdo, las cosas que viví en antes. Bajo este cielo, ahora, me siento tan solo
como la pareja que se quedó del Arca del transportador Noé. Una soledad asfixiante. Persuasiva en
lo que tiene de válido la resignación. Estando aquí, ahora, se quiebra mi pasión por verla de nuevo.
A la Diosa incitante que cautivó mi ser. Tanto que ya no respiro tranquilo. Viéndola en remisión a
su Cielo. Y, volviéndola a ver, aguas abajo. Como cuando conquistamos el Paraíso. Como cuando
nos hicimos inmortales pasajeros del vuelo y de la vida. Recurrente es, pues, mi silencio, adrede,
por lo más. Estando así, recuerdo a la Eva convocante. Y veo su cuerpo de tersura infinita. Y la
poseo antes que su Adán regrese del exilio. Y, de su preñez, nacieron dos réplicas de Tetis y de
Vulcano. Creciendo, a la par, se fueron difuminando en el amplio espectro. Llegando Adán, palpó el
vientre de su Eva. Y supo que allí había anidado alguien y había dejado su semilla. Y la violentó con
bravura inmensa. Lo maté yo. Así en veloz disparo de flecha.
Ahora estoy en reposo obligado. Ya no está conmigo la fuerza que me había sido cedida por
Sansón. Ya no experimento ninguna incitación. Como antes, cuando mi visión volaba en busca de la
desnudez de las mujeres todas. Como en represalia por haber perdido para siempre a la Diosa
Pura. Aquella con la cual navegué. Y que, su sexo, inauguré. Habiendo frotado antes, en mí, la
sangre de los genitales cortados por Cronos a su padre. Y, todavía, escucho su voz diciéndome: has
sembrado en mí. Mañana no me verás más. Pariré al lado de mi padre. Y lanzaré al fuego eterno lo
que de ti pueda algún día nacer.
No la volveré a ver más. Es, por lo mismo, que moriré; como lo hizo, en cercano pasado, Cleopatra.
Una cobra hincará sus colmillos en mi cuerpo. Y mi espíritu volará al infinito. A purgar mis penas, al
lado de los dioses despojados de atributos. Expulsados del Olimpo Sagrado; por haber agraviado al
Padre Zeus. O al Dios Júpiter llegado.