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Como si nada. Esa fue mi respuesta. Cuando Vulcano me dijo algo, acerca de lo vivido en entorno
inmediato. En ese escenario de brutalidad manifiesta. Como yendo en proclama no cierta, en lo
hace a la vida. Como de hinojos ante lo vituperario explosivo. Y, sigue diciendo él, fui a todas
partes. En el lugar del refugio. En lo tendencial inferido. E hizo referencia manifiesta a mi rol de
empecinado anacoreta tardío, de creencias fútiles, o perversas. En acto pleno de descifrar códigos.
En él eso era. En lo mío una figura parecida a lo que fue y es la contraternura. Como vía simple de
volverse impávido sujeto. Malogrado para la esperanza. Dechado de insolvencias avenidas con la
ignominia. Presuroso, estrecho, vociferante personaje. Y él, en diciéndome esto, se hizo volador en
las tinieblas. Yendo y viniendo en todo lo habido en el escenario territorial. Geográfico, físico. En
nexo lúcido con la solidaridad, no mediática. En potencia perpleja, posible.
Y sí que, este yo mío revulsivo, se convirtió en protagónico petulante. De inmensas noches vocero.
Y no por su negrura bella. Más por lo que esta tiene de terminación transitoria de la brillantez toda.
Y ese solo estar con la Luna nuestra. Y que, en prontitud aviesa, he colmado de matices punzantes,
por vía lacerante. Y, a mí mismo, me dije lo que soy ahora. Y le increpé como macho perdulario, o
que es y ha sido él. Amante autónomo y libertario. De su hombre inmenso. Como que exhiben la
dulzura entre dos. Ese tipo de esperanzador vuelo. Él y Él en asombrosa construcción de lo
amatorio. Herejía hermosa. Y yo le digo que son anti natura. Tal y como he aprendido a expresar
el lenguaje de la ortodoxia enfermiza, prepotente.
Y los seguí a todas partes. Más allá de su entorno de vida exuberante. Hasta el abismo mío
inmediato. En condición de vulnerador. De ideología enana manifiesta. De simple roedor
empedernido. Acechante personaje. Buscador de suplicios inquisidores. Para Él y Él. Diciendo por
todos los rincones de la Tierra, lo mucho que son compulsivos degradadores. Y, con ese inventario
de palabras, hice creer que debían ir al destierro. Hasta allá. Hasta ese horizonte dantesco. Por lo
que esto tiene de ser entendido ambulatorio, con el martirologio en ciernes.
Por la vía de esa trepidación instantánea, conseguí el aval de los neo-moralizantes cruzados. Dibujé
su bella ilusión, en íconos terciarios; en extinción merecedores. De su espuria relación. Eso dije yo.
Mientras Él y Él, transitaban por el universo agobiante. Pero con la Fe puesta en su don de amantes
absolutos. Y Él, Vulcano Y Él, Ámbar, se hicieron a la mar plena. Navegando retando al viento
horadante. Sosegando las aguas saladas y potentes. Jugando, en travesuras magníficas, al lado de
las criaturas convocadas por ellos. Y estaban los niños, las niñas. Y todo lo habido en vida inmensa.
Criaturas marinas, suyas. Criaturas milenarias, en lo que estas tienen de las infancias todas. En
Historia de vida convertidos. Como referentes de vida sublime, limpia, sutiles, versátiles.
Y, en esa derrota mía; de mi soledad como sujeto vulnerador; traté de llevar la vocería en contra
de esos dioses (Ámbar, Vulcano), henchidos de ilusiones prístinas. Y convoqué a los procuradores
de oficio. Esos mendaces cuidadores de la moralidad como yunta perversa. Y los convoqué a mí
alrededor. Para disponer el recurso de matanza. De gobernanza inicua. Y sí que dispusimos
vendetta imaginada y ejecutada por nosotros.
Ese día, precisamente, cuando Ámbar y Vulcano, alzaron vuelo libertario. En la inmensidad de
nuestra ciudad habitada. Dispuse su muerte. En la pira aciaga, violenta. De lento fuego asfixiante.
Maniatados los conduje, como visir moderno, al cadalso. Estaba yo. Estaban Él y Él. Soplando
viento de acerado frío. Viento de Norte a Sur. E incendié los cueros de sus seguidores. Se hizo
humo degradante, inquisidor protagónico. Los vi en claudicación física, sin respiro. Soplando viento
cálido, benévolo ascendieron. Él y Él libertarios. Con sus libertarios amigos y amigas. Y los vi hasta
perderse en el infinito espacio.
Justo, hoy en día, me encuentro en reclusión de alma. De dolor infinito. En mi perversidad
apocado. Y sí que, los y las libertarios (as) sujetos; hicieron danza hermosa, absoluta, alrededor de
mi cuerpo lleno de estigmas, dolorosas. Y sí que morí yo. Ese día. Día de la libertad de Él y Él.
Hetaira nuestra
La conocí en el universo habido. Siendo ella mujer de libertad primera. En esa exuberancia que me
tuvo perplejo. Durante toda la vida mía. Siempre indagándola por su pasado sin fin. Siendo este
presente su expresión afín a lo que se ama en anchura inmensa. Siendo su belleza el asidero de la
ternura. En su andar vibrante. En caminos por ella pensados. En ese ejercicio lujurioso sublime,
herético. Me fui haciendo a su lado, como sujeto de verso ampliado. Me dijo, en el ahora suyo, lo
mucho que podía amarme. Diciéndole yo lo de mí viaje al límite gravitatorio. Ofreciéndole todo el
ozono vertido en el fugaz comienzo que se hizo eterno. No por esto siendo mera expresión de
momento. Ella, a su vez, me enseñó sus títulos. Siendo el primero de todos su holgura en lectura y
en palabras. Yendo en caravana de las otras. Con ellas deambulando de la mejor manera. Por ahí.
Por los anchurosos valles. Por los mares empecinados en demostrar su fuerza. Cogiendo el viento
en sus manos y arropándolo para que no se perdiera. En fin que, la mujer mía libre; se fue
haciendo, cada vez más explayada en recoger lo cierto. En lucha constante con la gendarmería
despótica. Fue cubriendo con su cuerpo todos los lugares no conocidos antes.
La vi llorar de alegría inmensa. Cuando encontró la yerba de verde nítido. Y las aves volando que
vuelan con ella. Me dijo lo que no decir podían las otras. Juró liberarlas. Y sí que lo hizo. Con su
ejército de potenciado. Uno a uno. Una a una, fueron apareciendo. Espléndidos y espléndidas. Con
el traje robado a la Luna nuestra. Sin oropeles. Pero si hechos con tesitura amable. Elocuente.
Enhiesto. En ese andar que anda como sólo ella puede hacerlo. Todos los lugares, todos, se fueron
convenciendo de lo que había en esa belleza extraña. No efímera. Cambiante siempre. Siendo
negra que fuere. Y amarilla superlativa. Y blanca venida a la solidaridad de cuerpo. En mestizaje
abierto, profundo.
Como queriendo, yo, decirle mis palabras, me enseñó a tejerlas de tal manera que surgió la letra,
el lenguaje más pleno. Siendo, ella, lingüista abrumadora en lo que esto tiene de amplitud posible,
para enhebrar las voluntades todas. Haciéndose vértebra ansiosa, a la vez que lúcida para la
espera. Me trajo, ese día, los mensajes emitidos en todas partes. Conociéndola, como en realidad
es, me fui deslizando hasta la orilla del cántico soberbio. Y, estando ahí, triné cual pájaro milenario.
Convocando a mis pares para ofrecerle corona áurea, a ella. Para efectuar el divertimento nuestro,
ante su potente mirada. Negra, en sus ojos bellos. Locuaz conversadora en la historia entendida o,
simplemente, en latencia perpendicular, en veces, sinuosa en curvatura envolvente, en otras. De
todas maneras permitiendo el encantamiento ilustrado.
Este territorio que piso hoy; se convertirá en paraíso para las y los herejes todos y todas. Para
quienes han ido decantando sus vidas. Evolucionando enardecidas. Como decir que el ahínco se
hace cada vez más cierto; por la vía de la presunción leal, no despótica. Aclamando la voz
escuchada. Voz de ella sensible. De iracunda enjundia permitida, plena, elocuente. Conocí, lo de
ella en ese tiempo en que casi habíamos perdido nuestros cuerpos. Y nuestras palabras todas. Y sí
que, en ese viaje permitido, me hice sujeto mensajero suyo. Llevando la fe suya; como quiera que
es fe de la libertad encontrada.
Uno a uno, entonces. Una a una, entonces; nos fuimos elevando en las hechuras de ella.
Transferidas a lo que somos. Conocimos las nubes no habidas antes. Y los colores ignotos hasta
entonces. Y las lluvias nuevas. Venidas desde el origen de la mujer que ya es mía. Y digo esto,
porque primero me hizo suyo, en algarabía de voces niñas, trepidantes en potencia de ilusiones,
engarzadas en el cordón obsequiado por Ariadna; hija de ella. Concebida en libertaria relación con
el dios uno, llamado por ella misma, dios de amplio espectro. Hecho no de sí mismo; sino por todos
y todas. Siendo, por eso mismo, dios no impuesto desde la nada. Más bien dios dispuesto como
esperanza viva vivida.
Cuando terminó mi vida, al lado de ella, me fui al espacio soñándola como el primer día. Cuando,
con ella, comenzó Natura embriagante, nítida. Dominante.
Protista
Cuando tuve ese sueño complejo, me sentí inmerso en las condiciones primeras. Cuando no había
aprendido a navegar. A andar. Por la vía de sujeto próspero en ilusiones coincidentes con mi instar.
La soñé en lo recóndito de su belleza plena, avasallante. Y me hice viajero cohibido, en el
significante de ser intrépido. Como convocante al ejercicio de vida. Con hilatura limpia, absoluta.
Ella estaba, entonces, en la cumbre potenciada de su amplitud. De su holgura de creyente en la
sabiduría como conocimiento sutil. Abierto a toda perspectiva; afín a la locomoción herética.
Inasible para los gendarmes de vuelo a ras de la tierra. Hice, por lo tanto, recorrido en territorio
áspero, en procura de la imponente mujer establecida. En conocido terreno. Y, en lo desconocido
en universo todo. Supe que no podía emularla. Por lo mismo que ella es sujeta de inmenso
enhebramiento. En esa seguidilla de seres cambiantes. Con la mira puesta en la velocidad del
tiempo luz. Pero, en el entretanto inmediato, sabía asir la vida en la evolución máxima posible.
Sabía, ella, del pundonor aplicado al crescendo nutriente de lo móvil, en veces imperceptible.
Yendo hacia los entornos amados por todos y todas. Algo así como sopladura del viento tierno.
Pero, al mismo tiempo, en ese ir prefigurando la visión de la vibrante hechura, en vida.
Se fue creciendo mi cortejo hacia ella. Yo, en esa condición envolvente, de lo palaciego. En
condición de simple heredero de nichos ululantes. Hice del caminar en camino entero, no otra cosa
que hacedor torpe de lo orgánico viviente. No lo pude entender en esa velocidad soportada en el
paso que paso de lo suyo. De ella. Orientadora de la pulsión coqueta. Ella, entreviendo la juntura
explayada de las condiciones vivas. En ese proceso. En eso de entender lo cambiante; como
ejecución en la lentitud misma. Como si anhelara lo consciente. En el entendido de Natura.
Iridiscente, en veces. En lo opaco imperceptible, en otras.
Subiendo, ella, que subiendo fue legítima pieza corpórea. En ese estar en ciernes. Sin los
predicamentos formales, lineales. Más bien en ese avizorar el futuro, por la vía de proponer una
bitácora cierta. Siendo, entonces ella, el sonido hecho, aupado. Con ella mirada suya como miríada
vertebradora de lo concreto. Por la vía de lo complejo del paso a paso. No volátil. Como si fuese
mero nutriente impávido. Más bien cómo hacer primero. Sin nostalgias entendidas como haber sido
sujetas y sujetos ya. Impulsando el quehacer ahí. En donde el ser y ser está cifrado de manera
cambiante, dialéctica. Como soporte ampliado de su conocer, de su concepto, de su impronta
azuzada siempre por aquella noción de lo vivo, no premeditado. Más como insumo que viene desde
el ayer lo milenario. En tiempo no recogido. No contado. Como entendiendo lo suyo como
inmensidad. Con patrones de vocería, siempre inconclusos. Pero nunca atados al olvido de lo ya
aprendido. En, digo de nuevo, posibilidad en albur que fue evidenciado lo inmediato, como hechura
de lo tendencial. En las probabilidades, siendo razón. Y siendo no-razón al mismo tiempo. En la
diatriba convertida en ternura. Siempre ella, nunca ella misma primera, igual.
Al fin no tuve que volar buscándola, en el horizonte ya percibido. Pero nunca hecho fin eterno. Me
vi avocado en premura instantánea. En ese ir sin ella. Ya posicionada de su rol. En lo inverso y
directo. Yo la vi, vuelvo y digo, como diosa guía. Como en posición de ser instrumento. A la vez
constante. A la vez cambiante. Y yo icé banderas relampagueantes. Como mojones imponentes,
por lo mismo que fueron y son herencia de ella. Después d haber sido convidado a su nombre. Para
convertir la vida simple, en cimera compleja. Sin cronología formal.
Y, en lo que digo hoy mismo, está cifrada su vida punzante. Cada nada hecha la misma, pero
distinta. En equilibrio imposible. Porque Natura sigue yendo. En infinita potencia. Ella solo es
momento. Yo seré, también, un momento que paso a paso pasa.
Belígero
Desde el día en que lo vi por primera vez, intuí su perversidad. Como cuando uno advierte historias
pasadas, alrededor del quehacer de un determinado sujeto. Vivíamos en Villa Esperanza. Mi familia
llegó allí antes que la suya. Cuando su familia se trasladó desde Miraflores, hasta acá, él tenía trece
años. Yo estaba adportas de cumplir diez. Conocí que nació juntando expresiones, desde ahí,
bandidescas. No había cumplido cinco años, cuando se vio involucrado en una pelea con su vecino,
un niño de seis años. Lo golpeó con una piedra, hasta causarle la muerte. De ahí en adelante fue
todo un personaje cruzado por conflictos sucesivos. Estuvo en Villapinzón, en condición de exiliado.
Los habían amenazado los hermanos de Andresito, el niño muerto. Allí, dispuso toda su capacidad
para realizar actividades de vulneración a sus pares. Algo así como incendiar las casitas de cartón
con las cuales disfrutaban la mayoría de niños y niñas; también el envenenamiento de los
pececitos de colores que habían criado don Fulgencio y doña Matilde, en la pecera situada en el
parquecito del barrio. Un diciembre, estando en pleno desarrollo las festividades alusivas a la
navidad, rompió el pesebre comunitario, incluidas las figuritas en yeso que replicaban a María, José
y los pastorcitos. En la tienda de don Eufrasio, robaba arepas y buñuelos, cada día.
Su madre, doña Heliodora, se enfermó de tanto escuchar quejas y amenazas, dirigidas a Valdemar.
Además de soportar vejaciones constantes de que era víctima don Amaranto, el padre. Cada día se
agravaban más las dolencias de la señora. Hasta que quedó postrada en cama. Se le olvidó
caminar; sus piernas empezaron a llenarse de fisuras y postemas, cada vez más dolorosas. Perdió
la capacidad para hablar de manera fluida; llegando a una tartamudez que no le permitía
comunicarse con las otras personas.
Entre tanto, Valdemar, seguía creciendo. En cuerpo y en acciones de vulneración. Cada vez más
profundas. Organizó una banda de niños a los cuales iba adiestrando y que efectuaban cuanta
fechoría les dictaba “El Jefe”; como se hacía llamar. Empezaron a exportarlas a los otros barrios. En
la alcaldía y en la estación de policía conocían cada caso. Y, hasta cierto punto, sufrían la
impotencia para detener el avasallamiento de la banda. Todo se fue tornando inmanejable. Como
aplicando la figura de las imprecaciones y los daños materiales y espirituales de los pobladores del
municipio.
Esa tarde en que llegaron al barrio, todo empezó a ser un presagio de lo que iba a pasar. Como ese
tipo de intuición aciaga. Como si, en el aire, flotara la perversidad a que íbamos a ser sometidos y
sometidas. Ya, en la noche, conocí la noticia relacionada con las primeras andanzas de “Valde”,
como lo llamaba don Amaranto. La Iglesia del Pilar fue saqueada. Todo se perdió. Desde la
custodia, hasta los candelabros que adornaban la nave principal. En la cantina de la esquina. La de
don Belisario Garzón, Valdemar empezó a beber cerveza y aguardiente. A quienes cruzaban la
esquina, les ofrecía licor. Todo el que quisieran y pudieran beber.
No había pasado un mes, cuando todo el barrio empezó a sufrir el cerco de este sujeto y de los
amigos que empezó a traer desde los barrios aledaños. Creció en número de sujetos la banda que
se hacía llamar “Los enviados”. Cada nada victimizaban a los otros jóvenes. Les robaban sus
pertenencias y los agredían. A las muchachas las manoseaban. Violaron a dos niñas (Rosalbita y
Pancracia). Casi mueren, debido a la hemorragia derivada de ese hecho agrio y perverso. Las casas
eran abiertas con alambres. De día y de noche, robaban.
Y sí que empezó el éxodo. El barrio se fue quedando solo. Las casas fueron envejeciendo sin nadie
por dentro. El municipio se fue inundando de temor. El alcalde Diofanor y el capitán Mesa Laverde
Egidio, dio orden a los escasos policías que quedaban, de levantar todo lo habido y abandonar
todo el caserío. Mi familia y yo, fuimos a dar a la Vereda San Escolástico, de municipio Peña
Redonda. Desde allí. Desde ese altico vimos como todo ardía. Sentimos el vacío profundo. Y
supimos que Valdemar murió. Lo enterraron casi vivo, después de haber sido herido por sus
mismos compañeros, acompañados por el Capitán, que había jurado venganza.
Doncella
Lo dibujé en el espacio habido. Tracé líneas oscilantes, por lo mismo que cada quien dice lo que
quiere, a la hora de definir su rol. Justo ese día había propuesto a Diana que estuviéramos juntos.
Por siempre. Mi justificación hablaba del hecho manifiesto de querer estar con ella. En cualquier
parte. Desde mucho tiempo atrás esta obnubilado por ella. Como si fuese cómplice del querer estar
que traspasa la línea mínima. Algo así como querer volcar en ella todo lo mío. Y le dije que la había
visto en sueños, desde el día mismo en que nació. Que la había visto crecer. Que, todos los días, la
veía en su bañerita en plástico. Que veía a su madre arroparla en la toallita que le obsequió don
Sofronio y su esposa, doña azalea. Y que la veía alzar sus manitas para alcanzar los móviles
expuestos por doña Mariela, su tía. Y que, en el día a día, la veía jugar con Juan Pablo y con
Valeria. Ahí en el parquecito. Cuando retozaban en lo más puro de la infancia de todos y todas. Y
entraba en el escenario lúdico la exuberancia suya, pasando que haciendo pasar cada gesto hecho
risa absoluta. Y que la veía en el jardín, con su uniformito acicalado de estrellas color rosado. Y que
la seguí hasta la escuelita. Y que le decía todos los días, lo linda que estás mena. En el “aquí te
espero”, luciérnaga mía. Para hacerte fácil amar. Aun en esa holgura de años que te llevo. Siendo,
como en efecto soy, cuerpo de años muchos. Pero que te sigo mirando y esperando. Y que te
esperaré, por siempre. Deteniendo las calendas. Hasta que tus doce añitos, evolucionen. Te espero
de dieciocho. Y te veo en mi cama. Agarrotada del frío de esta ciudad punzante. Y que te cobijo
con el manto de mi madre, por mi heredado, Y que te canto los cánticos de niña traviesa, pura,
deslumbrante.
Y ya, como en cuerpo ajeno, te sueño tendida en cama, anhelándome. Con esa espera traducida en
los gemidos hermosos de quien se siente poseída. A todo momento y en cualquier lugar. Y voy
hilvanando los tiempos. Y duermo para hacer menos larga la espera. En un desfile de ilusiones
manipuladas, por mí mismo. Y me veo horadando lo tuyo. Con absoluta delicadeza. Dándole tiempo
al mismo tiempo que corre y vuela. Y sí que, saliste de la escuelita hoy. Con tu valija. Llevando los
cuadernos y los lápices. Y me acerqué a ti. Y cogí tu mano tersa. Con ese negro hermoso,
extendido por todo tu cuerpo. Y te invité al Bazar de Las Marionetas. Y te divertiste tanto que hasta
lloré al verte. Y, después, fuimos al parquecito de los sueños idos. Y jugaste con todos y todas tus
pares, allí. Y te arropé luego. Después de lo hecho y del cansancio exhibido.
Simplemente no pude más. Ese día, al recogerte en la escuelita, te dije que iríamos a disfrutar lo
más hermoso de la vida. Aquí y ahora. Y te llevé a ese cuarto azulado. Te mostré las cortinas. Y las
ventanas. Y te mostré el patio construido por mí mismo. Ahí, como enjuto y pequeño. Pero con la
capacidad para expandir el brillo de cada día. De nuestro Sol. Bello, a veces. Hiriente otras. Y te
dije no espero más. Hagámoslo ahora. Dame tu vida en este lugar. Quiero ya. No después. Y dijiste
que sí. Y te desvestí en lo inmediato. Tu delantalcito rojo lo abrí y lo coloqué ahí, en esa sillita que
ya estaba. Y deslicé mi mano por tu pubis. Y noté que se iba inflamando tu clítoris. Y tuis pechos.
Y, yo, me exacerbé en locura. Te abracé. Y te hice mía. Cabalgando en tu cuerpo. Y tú gemías. Y
me arañabas. Y reías. Y me decías abuelo mío, por ahí no es. Déjame orientarte. Y abrías más tus
piernas. Y me guiaste hasta esa cavidad asombrosa. En esa juntura estrecha toda. Y lo hice como
me lo dijiste. Y, ya ido en mis fuerzas todas, te vi dormitar. En placentera exhibición de regocijo y
cansancio. Y vi crecer tu vientre. Allí mismo. Cada minuto más. Y alcé tu cuerpo. Ya dos. Lo que
antes era uno. Y pasó el tiempo en velocidad creciente. Y, allí mismo, nació nuestro Ámbar. Y
empezó a llorar, como niño que era. Y vi tu rostro de niña de doce añitos. Exuberante. Gozoso. Y lo
hiciste arropado mimo hermoso.
Al salir los tres, caminamos sin rumbo. Tú y nuestro Ámbar, riendo por ahí. Y fuimos a Lago
Dorado. Nos bañamos en desnudez. Y veíamos pasar a la gente. Y reíamos al verlos. Y retozamos
como infantes todos. Y me dije a mi mismo que ya había vivido lo que más anhelaba. Ya te había
tenido y había hecho en vos, un lugar para seguir creciendo. En ese vientre ávido de sentirme. De
hacer crecer mi ser sembrado.
Gobernanza
Me dijeron, en silencio, palabras, no aprendidas nunca, que yo era presagio malvado. Y si lo dijo
ella es verdad absoluta; a pesar que yo ya no estaba en ella, como en el otro tiempo vivido. La
suya, una opción dicha, pensada, absoluta. No recuerdo, además, en qué día la vi en primera vez.
Solo que era ella a quien buscaba. En ese portal cambiado. Recuerdo, en cierta reflexión le dije que
yo era sujeto ladrón bueno. Que había robado los anillos del Padre Saturno. Simplemente, lo hice,
cualquier día, Cuando me propuse ir al Sol. En vuelo raudo. A bordo del imaginario propuesto. En
cualquier noche hermosa, con sus miradas puestas en sitio lejano. Viajé tiempo luz. Venido, yo,
desde mi pasado. Y, en el ahora, Le exhibí uno de mis trofeos. Diciéndole que puedo dar más de
mí. Y ella, en constante opulencia de cariño, asumió que lo mío estaba en relación directa con su
mando incorpóreo, pero mando es. Inquieta caminó por sendero agreste, agrio. Ninguno de los
hacedores de pensamiento pudo con ella. Silente en todo lo actuado. Y lo por actuar a futuro. Se
hizo ave multicolor. Volando en torno al tesoro que le propuse. Para que fuera tomado por ella.
Casi omnipotente mujer encendiendo hoguera amiga. Simple en el fuego ampliado. Un Teseo
hecho pluma absoluta, en el discurso de mi Natalia amada, desde mí ser en vientre. Sin que ver
pudiera. Pero, estaba ahí, es la misma. Dueña de poderes dados por antepasados suyos. Le fueron
transferidos, en el comienzo de tiempo no medido. No ajeno. Natalia fantasía total. En huella
dejada en cada camino. Y cada vuelo suyo implementado en elemental soplo de vida. Siendo, ya,
libertaria no inmolada. Por lo mismo que escapa en la sombra de la noche. Y escapa en la
brillantez hecha. Fue por todo el universo habido. Visitando las estrellas nuevas y longevas.
Irradiando, sin mesura, la vida misma, como ella. Poseyendo la magia creativa, llena de lúdica
potencia.
Embriagado de su envoltura primigenia, yo empecé a vagar. Día y noche. Caminando sus caminos
ya hechos. Le dije, con voz dotada de toda la fuerza tenida. Un sortilegio prematuro. Y, por esto
mismo, libre. Sin aspavientos vergonzantes. Y la miré a sus ojos. Con los míos aguados, henchidos
de su fulgurante atavío, puesto ahí. Con cierta sorna pasajera. Me propuso, al vuelo nítido, rodar
por calle, amplia o estrechas. Pero sí de empalagosa melodía. En composición elaborada en su
honor, por las lisonjeras figuras, hechas cuerpo. Y, se embriagó de tonos nuevos y pasado. Y danzó
por todos los mares. Dominando al viento protagónico siempre. Le dijo lo que este pudo entender.
El trajín es mío. Cansino empezó a desmoronarse. En su alrededor, como entorno punzante, suyo.
Y se fue perdiendo en aire afanado. Aire suyo amplio. Aire de su niñez. Habiendo pasado setenta
veces siete en días. Cuando apareció en escena, en esfuerzo de su madre, Elizabeth sonora.
Atizando la coquetería que iba a otorgar a ella, mi Natalia.
Y, en ese pasado inmenso de atrás en el tiempo me fui diluyendo. Como si no supiera proponer
nueva vida. O como si no supiera mirar atrás, buscándola. Ella allá en lejanía infinita, orientaba el
fin y el comienzo. Bruñendo las caras de mujeres como ella. En ese acero plata. Como aleación de
vida. Desde allá me dijo lo que debería pensar. De lo que me era permitido actuar.
Una vez más, Natalia en libertad ganada por sí misma. Ya entronizada como comienzo y como no
final. Lo mío, insisto en ello, se fue perdiendo. Como cuerpo y como ilusionario contexto. Solo
quedó vivo mi amor por ella. Flotando. Yendo y viniendo bajo áurea prepotente, pero bella en este
ahora y siempre.
Eufonía
Ni tanto que suene la música, Como si fuese perenne regreso. En visión de bagatelas ajenas. En
apertura de ilusiones recién perdidas. En devenir de horizontes aciagos. Arrasados por huestes de
exterminio. Cifradas. Y expresas. Nítidas. En envolvente hilatura de araña pérfida. Como litigio
oneroso con la vida misma mía. Universo en circularidad. Va y viene empalagoso. Como repetición
de ese y todos los naufragios. Incluidos los de Ulises, vértebra de mares. Consumidor de mil
billones mil de porciones de agua al cubo enésimo.
No tanto, pues, que suene el horadante son. De dispares notas. En SI Bemol acorazado. RE MAYOR
de desamparo. No lúcido. En diatriba de tonos insulsos. Como desarmonía y distorsión. De
perdición de ondas que vuelan. Buscando recepción. En larga y corta coordenada. Para ejercer
emisión en jerigonza. En palabras cifradas. Monotemáticas puyas. En canto convocante. En
contubernio con lo inhóspito. Con fetiches de tiempo milenario.
No tanto, en sí, la envoltura híbrida. Tibia. Como vomitivo espiritual Hecho con sales y dulces
descontinuados. Como en remolino de entelequias. Como inanes reflexiones y gestos. En esa
perdición que es el quehacer conquistado a partir de la mentira virulenta. A partir de la locomoción
inerte. Como cepa adherida a la juntura inhumana. De trascendente asfixia en porfía.
Y di cuenta, por esto, de lo que he sido. Desde más atrás de ayer. Y en el hoy vivido. De lo que he
vertido en los caminos transitados por mí mismo. Como sujeto de ansias atrapadas. En la invidencia
sumido. En trajín que es afín a lo que decía haber odiado. Haber desdibujado. Como corolario
asido. Cosido. Permitido por lo bajo. Fruncido en ovillo. Como imprecación bastarda. Como
lobotomía aceptada. En este y en los otros tiempos de antes.
Y, en pretensión enfermiza, le di vueltas a lo que fui y dejé de ser. Caminando en remedo de paso
de cangrejo. En la seguidilla de pasos dispares. Va y viene. Lateral. Horizontal. Horizontal. Lateral.
Y, a lo sumo, me fui viniendo y yendo. En repetición repetida. En ejercicio de lentejuela vestido. Ido
y venido he perdido. Por lo mismo que mi Levante está en el Sur. Y mi Poniente en el Norte.
Bicruzado. Como quien no acierta. Ni ha acertado nunca. Ni con lo uno ni con lo otro. En ese
Viacrucis no religioso. Pero tampoco vía de apertura. De itinerancia heterodoxa.
Y dije y dije, que la música de escucha hoy. Como vida en ciernes y ya realizada. Es horadante.
Perniciosa. Como voz que acosa y mata. Y lo dije ayer. Volviéndolo a decir hoy. Y lo diré mañana.
Que lo que soy y he sido, volveré a ser en el tiempo. A futuro. Repitiendo lo ya repetido. Lo ya
hablado. Lo ya dicho. Por mí. Por los otros y las otras. En el vuelo en contraviento.
Y me quedé ahí. Expectante. Atento a la llamada. De los insumos de percusión. De los tronantes
pitos de los vientos. De las cuerdas en desentono. Y me quedé como palimpsesto hospedante.
Esperando, tal vez, el volver de lo ya ido. Como esperando regreso de lo que fue. En enervante
concierto de voces alambicadas. De reverencia meliflua, Con alma de vasallo. Que si estuvo, en
otro tiempo libre, el hoy es eso. Solo reverente sujeto. Acicalado. Perdido. Obnubilado. Asido al
último barco que se perdió. Olvidado por Marco Polo en Alta Mar.
Tiempo hoy. Tiempo ido. Lugar ayer. No el mismo hoy.
En ese lugar que veo ahora, empecé a hilvanar opciones. Estando ahí, hace tiempo ya. Tiempo del
cual uno, casi siempre, habla como que fue y hoy ya no es. Pero que, en ese tejido de tiempo, se
ha expresado, en día a día, parte de lo que soy ahora. Como quien asume que lo habido fue, en su
momento, presente para mí y para los otros y las otras. Y que, en esa lejanía medida en las
unidades disponibles y precisas, se hizo lugar un afán. O una lentitud. O un cuerpo mío. O cuerpos
cercanos a mí. En esa holgura gratificante que llamamos amistad. O nexo puro de amantes. O,
simplemente, un camino que no transité. Tal vez, porque no supe que lo había. En esas
condiciones, entonces, lo mío ahora, fue un diferente en ese tiempo ido.
Ese lugar que palpo, en el hoy cercano, fue en ese tiempo ido otro lugar, siendo el mismo. Y, en él,
fui yo abierto sujeto viviendo lo habido. Con ese afán de ser, siendo uno como vertido en todos y
todas. En lazos plenos. O de untura amorfa, a veces. Pero lazos, en sí. Y por si mismos nexos y
opciones. En veces expandidas. En otras de restricción uncida.
Lugar que amo. Con todo lo que he sido andante incierto en unos caminos vistos. En otros que he
ignorado, andante de ceguera vergonzante. Tanto como entender que he sido y soy impávido
testigo. De sucesos y de acciones. Muchas veces de agravios. Pocas veces como ilusionarios
convocantes. A vivir e incitar a vivir la vida.
Y voy, entonces, en tránsito de este lugar, al mismo. Siendo otro al mismo tiempo. Porque, siendo
hoy presente, avanzará a futuro. Certeza tengo, eso sí, que haré camino andado. De la mano de
aquellos y aquellas que, conmigo, vivan y sientan este hoy; como posibilidad. Como latente vida.
Que, siendo ella en sí, será otra mañana.
Como en esos días idos. Siento el hoy como término del camino. Que empecé andar en esos días
ya pasados. Y que fui allá y aquí. En esa figura espacio-tiempo que permanece y, a la vez cambia,
con el paso desde los días idos, a los días de hoy que vivo.
Qué lugar, pues, este. El de hoy. Que fue ayer. Que será en los días que vienen. En contubernio
bello entre espacio y tiempo. Asilo para los que somos y para los que, después de mí, de los otros y
las otras, vendrán después. Que, en tiempo medido, será mañana. O pasado. En fin que será otro
tiempo cosido al lugar este. Que ha sido antes. Y es hoy. No el mismo. Pero si otro mismo.
Diferente. Pero igual. En lo que esta dialéctica habida, tiene de haber sido ayer. De ser hoy. Y ser
después.
Buscador-preguntón
Y que sería del muchachito que vi otro día. Y de la niña volantona. De palabra va y viene. De
recordaciones. El niño de siete mares. Olvidadizo de continuo. Que vio una y mil veces, en pasado
casi remoto, a Pocahontas. Niña que miró y mira por ahí. De calle en calle. Como tratando de tejer
más de una ilusión. Niños de escasos dientes todavía. Que están cosiendo, ahora, las hojas de
cuaderno. Para garabatear en próximos días. La libélula aspaventosa. Y el gato de mil botas
nuevas. Y a la lechucita andariega en noche. Niñas que juntan brazos y ojos. Para ver y coger. Las
Lunas nuevas y llenas. Los Soles vestidos de rojo. En estos atardeceres en sueño.
Y que sería de esos niños de negro cabello. Y todos negros. De pies a cabeza. Con esos ojazos de
negrura también expresa. Y las negras niñas. De trompa bravía. Ceñudas. Hijas de cuenteras y
cuenteros. La última vez la vi en Pacífico de Caloto. De Tumaco y Buenaventura. Negritas
juguetonas. De palabra limpia y atrevida. Y esas volantonas. Diciendo y jugando. Y cantando el
Duerme Negrito. Y los sones cantos en repetido alegre. Creativo.
Y…¿ será que se perdieron del todo?. Si nos más los vi y las vi. Hace poco. El mismo día en que
mataron a los dos paeces. ¡Sí los de palabra y ruta de autonomía! Y sí que dolió eso. Así, de una.
Lo hicieron los de manos agrestes. Y peor contera de vida. Los del por ahí afanado mentiroso.
¿Será que por eso se escondieron los piojosos?
Y me revolqué en preguntadera. En duda dudosa. Casi impía. Y los busqué en todo abierto terreno.
Viviendo lo vivido. Preguntando lo preguntado ya. Por toda esquina. Y toda calle. Llamándolos. A
grito amplio. Nombrándolos. Qué los negros negrura. Que las negras negruminas porfiadas. Qué las
blanquitas y blanquitos perezosos y perezosas.
Y ya en la vacancia de escuela. Vuelvo y paso. Pregunte que pregunte. Qué si pasaron o se rajaron.
Qué si juegos nuevos van a jugar. Y qué dónde y cuándo. Para estar ahí. Embelesado. Como sujeto
nuevo viejo. El mismo que vuelve y dice hoy, lo mismo de ayer y del año pasado.
Y me metí, a vuelo, por el ladito. En esa esquina de barrio viejo. El de antes. Volviendo al tiempo
ido. Y qué Barrio ese. En el cual hicimos rondas y las jugamos y las cantamos. Y recordando me fui
yendo. Hasta encontrarme a mí mismo. En esos fines de año. Bien vividos y jugados. En lo justo de
lo subvertor. En la perseguidera de globos. En la sonadera de sonajeros hechos a pulso. De puras
tapas y alambres. Y me seguí metiendo. Volviendo a ver esas ilusiones hechas por los de la patota
limpia. Frentera. Deconstruyendo verdades no ciertas.
Y, de reversa, me devolví. Y volví a los y las de aquí y ahora. Negros cejudos. Negras coquetas.
Blancuzcos. Cachetones. Coloradotes. Y dele a la fregadera berrionda. Como si nada. Jodiéndolos
con eso de que me cuenten que están jugando. Si le están dando a la pelota. La de patear. O a la
grandecita del baloncesto. O si se le están dedicando solo a la tele. Medio podrida, digo yo.
Y, en fin que me cansé de ir yendo por ahí. Todo día y Toda hora. Buscándolos y buscándolas. Para
hablarles de eso y de lo otro también.
Un día después del sábado
Qué domingo este. Anclado, en esta plaza, estoy yo, hace ya algún tiempo. Ya he estado en varias
ocasiones. Pero lo de hoy es, particularmente especial. Esa nostalgia que me ha invadido. Como
convocante a dilucidar, de una vez por todas, el tipo de camino a emprender. La concreción de la
caminata. Hasta cierto punto estoy mimetizado. Como si nadie supiese lo que hay en mí. En este
tiempo tan lejano ya, de esos hermosos días, allá en mi barrio amado. Recuerdo el impulso básico,
por todas las calles andando. Las voces que llamaban a la expresión de la vida, en medio de cada
arrabal. Siendo yo, todo, condensación de esperanza. Aún, habiendo vivido como lo había hecho:
casi como tósigo que penetra y hunde, en lo más hondo, el espíritu de fe y de liberación.
Que día es este día. Un carnaval de espacio triturado. Oyendo todas las voces. Diversas. Ansiosas
de no sé qué. Porque, por esto mismo, es mi brega. Por distanciar. Pero puede más mi soledad de
búsqueda impenetrable. Como siento ahora el silencio. Como me he dejado llevar por el vértigo del
dolor nefasto. Que tritura y destruye, todo lo que he podido alcanzar a ser. Aun dentro de estas
limitaciones mías. Como garras que no me sueltan. Por el contrario, que me colocan en cepo
eterno.
Como añoro yo esos días. En la mañana dominical; alzando el vuelo hacia la didáctica de la lúdica
primaria. Emergiendo en cada esquina. Como repetición dichosa que me hacía feliz. Ese pasado
inmenso, que añoro. Tal vez porque, siendo niño, no veía desaparecer las cosas bellas. Así como si
nada. Que bipolaridad enhiesta. Entre sentir el vacío y sentir, también, la fascinación de lo
cotidiano. Recreando la sensibilidad hasta magnificarla. Hasta convertirla en motor imaginario. Con
el eros sin explotar. Casi que como enfatización perenne.
Y, sin saber cómo, llegó el naufragio. Eso que estoy viviendo en este presente. Hecho trisas el
insumo fundamental. Una vida que se corroe a sí misma. Sin saber porque. En veces, ensayando la
diatriba del insulto; como expresión de rechazo. En veces augurándome a mí mismo toda la
felicidad posible por venir. Sin que llegue. Como ese límite en lo del día. Como llegando allí, sin
llegar al fin. Como depositario de fracasos. Uno sobre otros. Con un horizonte que, de manera
tardía, me engulle y de satura.
Esos domingos míos, antes. Días de ensayo y de vocación. Hacia lo nuevo. Sin dejar de ser yo
mismo. Sin olvidar que existía. Precisamente por eso, para mí, son añoranzas de ternura. Aún ahí,
en ese lodazal que amenazaba con permearme a cada paso. Con todo aquello que dolía. Con todo
y que sentía el contubernio entre la tristeza y la desesperanza. Pero que, yo, ignoraba, estando en
el juego callejero. Y en la penumbra nítida del regreso a casa, después de deambular por ahí. Por
cualquier parte.
Y hoy, en este domingo cerrado. Sin por dónde mirar lo sublime; ahoga mis ímpetus. Esos que creí
que nunca perdería; después de haber bebido la fuente de la vida. Siendo esa tú. Y tus anhelos. Tú
y tu alegría desbordada. Allá lejana. En ese otro territorio; en el cual también es domingo. Pero
otro, no este mío.
Y se van decantando las condiciones. Ya, como otrora no lo había percibido, solo me recorre el
beneplácito de haber vivido. Como memoria que no habilita nada más que la victoria de los dioses
que siempre he odiado, desde el mismo día en que hice ruptura con mi universo no profano. Desde
el día en que dije no va más mi sublimación. Diciendo no va más el ejercicio oratorio como evento
religioso perverso.
Pero yo ya lo sabía. El pago por esa partición, tiene que ver con el crecimiento de la ansiedad,
como castigo, tal vez. No lo sé en ciencia cierta. Y vuelves a aparecer allí, en esa esquina de esta
plaza empalagosa, en lo que esto tiene de perdición del poder de la magia de amar. Siendo, en
este lugar, sujeto que no atina a resolver el entuerto de siempre. El nudo gordiano que asfixia y
que liquida, a cuenta gotas. Por esto es de mayor dolencia. Por esto es de mayor severidad.
Por lo pronto no sé qué más vendrá. Si ha de ser el colapso absoluto. O si ha de ser una nueva
esperanza. Encontrarla, no sé dónde. Tal vez ande por ahí y yo no la he visto. Es posible que haya
acabado de pasar y ha dejado su suspiro en el aire. Y si ya pasó, no sé si lo volverá a hacer. De
pronto, quien sabe cuándo.
Y, al unísono con esas voces continuas. Inacabadas, estrepitosas, diciendo nada; me he volcado al
vacío. A ese espacio que no creía mío. Pero que, ahora en este domingo que cuento, se erige como
presencia soberbia. Tal alta como monte Everest. Tan aletargadora que, por si misma, hace
enmudecer, el grito de potencia que creía tener.
A no ser por tì, aún en vaguedad insoslayable, tu espíritu vuele hasta acá. Como águila
gendármica. Atravesando esos pesados montes que veo allá, en la terminación del Sol, al menos
por hoy. Y si fuese así, yo diría que la esperanza podría volver; a no ser que tu vuelo de águila
inmensa, se detenga a mitad de camino y regrese hasta donde a cualquier hora partiste.
Bajo Fuego
Ayer no más estuve visitando a Fabiana. Me habían contado de su situación. Un tanto compleja,
por cierto. Y, en verdad la noté un tanto deteriorada en su pulsión de vida. “Es que no he logrado
resarcirme a mí misma. Porque, estando para allá y para acá, se me abrió la vieja herida. No sé si
recuerdas lo de mi obsesión por lo vivido en lo cotidiano. Simplemente, así lo entendí en comienzo,
estaba unida al dolor por las vejaciones constantes. A esa gente que tanto he amado. Verlos, por
ahí, sin horizontes. En una perspectiva centrada en la creciente pauperización. Pero no solo en lo
que respecta al mínimo de calidad de vida posible. También en eso de ver decrecer los valores
íntimos. Ante todo, porque, se ha consolidado un escenario inmediato y tendencial, anclado en la
preeminencia de los poderes económicos y políticos, de esos sectores, de lo que yo he dado en
llamar beneficiarios fundamentales del crecimiento soportado en la explotación absoluta. En donde
no existe espacio posible para la solidaridad y los agregados sociales indispensables para aspirar,
por lo menos, al equilibrio. Y no es que esté asumiendo posiciones panfletarias. Es más en el
sentido de decantación de lo que he sido. Siendo esto, una tendencia a la sublimación de la
heredad de quienes se han esmerado por construir opciones que suponen una visión diferente. De
aquellos y aquellas que lo dieron todo. Que lo arriesgaron todo, hasta su vida. Por enseñar y
comprometerse a fondo.
Es tanto, Germán, como sentir que he llegado casi al final de mi caminata por la vida. Porque siento
que no hay con quien ni con quienes. Aunque parezca absurdo, todos y todas que estuvieron
conmigo, han emigrado. Han cambiado valores por posiciones políticas en las cuales se exhibe una
opción de acomodarse a las circunstancias. A vuelo han desagregado el compromiso y las
convicciones. Por una vía de simple repetición de discursos anclados en lo que ellos y ellas llaman
Desenmascarar, en vivo, a esos beneficiarios fundamentales. Convirtiendo la lucha en debates
insulsos. Porque, a sabiendas de ello, pretenden construir lo que se ha dado en llamar tercera vía.
O, lo que es lo mismo, una connivencia con los depredadores. Con aquellos y aquellas que se han
posicionado como controladores. En consolidación de un Estado que, en teórico es social y de
derecho. Pero que, en concreto, no es otra cosa que las garantías de su permanencia. Vía, un
proceso que es como reservorio. Como eso de asimilar eventos, que para nada lesionan su razón
de ser.
Y, estoy en un parangón. Sé que he ido y he venido. En veces como noria. Como lo que llamarían
mis contradictores, un ejercicio ramplón. Supra ortodoxo. En fiel posición, que no es más que una
figura asimilada a esa utopía sinrazón. Es como si hubiese llegado a un punto que ejerce como
estación de vida. Como convocando a desandar lo andado. Como que no alcanzo a dimensionar los
bretes diarios. Como si convulsionara. Como si, ni para aquí ni para allá. Y eso duele Germán.
Porque es una soledad casi absoluta. No me hallo. Tanto como soportar una comezón visceral.
Siendo, entonces, así he optado por vivir lo mío. Ahí, encerrada. Hermética. Sabiendo lo riesgos.
Porque cuando se llega a un momento como este, es tanto como querer no ir más. No forzar más a
la vida en lo que esta no me puede dar. Desde ahí, hasta la regresión paulatina, solo existe un
nano segundo…”
Ciertamente, me conmovió la Fabiana. Con todo lo que la he querido. Con todo lo que vivimos en el
pasado. Definitivamente la admiro. Pero me entra el temor de que, en verdad, no quiera ir más.
Y pensado y hecho, a escasos tres días de haber hablado con ella supe, a través de Juliana, que
encontraron su cuerpo incinerado. Murió como esos bonzos que otrora, en público, se incendiaban.
Fabiana, simplemente, se fue. Y, aún en eso, se destaca su entendido de vida. Bello, pleno y de
absoluta lealtad con ella misma.

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belígero y otras tramas

  • 1. Carpinelo Como si nada. Esa fue mi respuesta. Cuando Vulcano me dijo algo, acerca de lo vivido en entorno inmediato. En ese escenario de brutalidad manifiesta. Como yendo en proclama no cierta, en lo hace a la vida. Como de hinojos ante lo vituperario explosivo. Y, sigue diciendo él, fui a todas partes. En el lugar del refugio. En lo tendencial inferido. E hizo referencia manifiesta a mi rol de empecinado anacoreta tardío, de creencias fútiles, o perversas. En acto pleno de descifrar códigos. En él eso era. En lo mío una figura parecida a lo que fue y es la contraternura. Como vía simple de volverse impávido sujeto. Malogrado para la esperanza. Dechado de insolvencias avenidas con la ignominia. Presuroso, estrecho, vociferante personaje. Y él, en diciéndome esto, se hizo volador en las tinieblas. Yendo y viniendo en todo lo habido en el escenario territorial. Geográfico, físico. En nexo lúcido con la solidaridad, no mediática. En potencia perpleja, posible. Y sí que, este yo mío revulsivo, se convirtió en protagónico petulante. De inmensas noches vocero. Y no por su negrura bella. Más por lo que esta tiene de terminación transitoria de la brillantez toda. Y ese solo estar con la Luna nuestra. Y que, en prontitud aviesa, he colmado de matices punzantes, por vía lacerante. Y, a mí mismo, me dije lo que soy ahora. Y le increpé como macho perdulario, o que es y ha sido él. Amante autónomo y libertario. De su hombre inmenso. Como que exhiben la dulzura entre dos. Ese tipo de esperanzador vuelo. Él y Él en asombrosa construcción de lo amatorio. Herejía hermosa. Y yo le digo que son anti natura. Tal y como he aprendido a expresar el lenguaje de la ortodoxia enfermiza, prepotente. Y los seguí a todas partes. Más allá de su entorno de vida exuberante. Hasta el abismo mío inmediato. En condición de vulnerador. De ideología enana manifiesta. De simple roedor empedernido. Acechante personaje. Buscador de suplicios inquisidores. Para Él y Él. Diciendo por todos los rincones de la Tierra, lo mucho que son compulsivos degradadores. Y, con ese inventario
  • 2. de palabras, hice creer que debían ir al destierro. Hasta allá. Hasta ese horizonte dantesco. Por lo que esto tiene de ser entendido ambulatorio, con el martirologio en ciernes. Por la vía de esa trepidación instantánea, conseguí el aval de los neo-moralizantes cruzados. Dibujé su bella ilusión, en íconos terciarios; en extinción merecedores. De su espuria relación. Eso dije yo. Mientras Él y Él, transitaban por el universo agobiante. Pero con la Fe puesta en su don de amantes absolutos. Y Él, Vulcano Y Él, Ámbar, se hicieron a la mar plena. Navegando retando al viento horadante. Sosegando las aguas saladas y potentes. Jugando, en travesuras magníficas, al lado de las criaturas convocadas por ellos. Y estaban los niños, las niñas. Y todo lo habido en vida inmensa. Criaturas marinas, suyas. Criaturas milenarias, en lo que estas tienen de las infancias todas. En Historia de vida convertidos. Como referentes de vida sublime, limpia, sutiles, versátiles. Y, en esa derrota mía; de mi soledad como sujeto vulnerador; traté de llevar la vocería en contra de esos dioses (Ámbar, Vulcano), henchidos de ilusiones prístinas. Y convoqué a los procuradores de oficio. Esos mendaces cuidadores de la moralidad como yunta perversa. Y los convoqué a mí alrededor. Para disponer el recurso de matanza. De gobernanza inicua. Y sí que dispusimos vendetta imaginada y ejecutada por nosotros. Ese día, precisamente, cuando Ámbar y Vulcano, alzaron vuelo libertario. En la inmensidad de nuestra ciudad habitada. Dispuse su muerte. En la pira aciaga, violenta. De lento fuego asfixiante. Maniatados los conduje, como visir moderno, al cadalso. Estaba yo. Estaban Él y Él. Soplando viento de acerado frío. Viento de Norte a Sur. E incendié los cueros de sus seguidores. Se hizo humo degradante, inquisidor protagónico. Los vi en claudicación física, sin respiro. Soplando viento cálido, benévolo ascendieron. Él y Él libertarios. Con sus libertarios amigos y amigas. Y los vi hasta perderse en el infinito espacio. Justo, hoy en día, me encuentro en reclusión de alma. De dolor infinito. En mi perversidad apocado. Y sí que, los y las libertarios (as) sujetos; hicieron danza hermosa, absoluta, alrededor de mi cuerpo lleno de estigmas, dolorosas. Y sí que morí yo. Ese día. Día de la libertad de Él y Él.
  • 3. Hetaira nuestra La conocí en el universo habido. Siendo ella mujer de libertad primera. En esa exuberancia que me tuvo perplejo. Durante toda la vida mía. Siempre indagándola por su pasado sin fin. Siendo este presente su expresión afín a lo que se ama en anchura inmensa. Siendo su belleza el asidero de la ternura. En su andar vibrante. En caminos por ella pensados. En ese ejercicio lujurioso sublime, herético. Me fui haciendo a su lado, como sujeto de verso ampliado. Me dijo, en el ahora suyo, lo mucho que podía amarme. Diciéndole yo lo de mí viaje al límite gravitatorio. Ofreciéndole todo el ozono vertido en el fugaz comienzo que se hizo eterno. No por esto siendo mera expresión de momento. Ella, a su vez, me enseñó sus títulos. Siendo el primero de todos su holgura en lectura y en palabras. Yendo en caravana de las otras. Con ellas deambulando de la mejor manera. Por ahí. Por los anchurosos valles. Por los mares empecinados en demostrar su fuerza. Cogiendo el viento en sus manos y arropándolo para que no se perdiera. En fin que, la mujer mía libre; se fue haciendo, cada vez más explayada en recoger lo cierto. En lucha constante con la gendarmería despótica. Fue cubriendo con su cuerpo todos los lugares no conocidos antes. La vi llorar de alegría inmensa. Cuando encontró la yerba de verde nítido. Y las aves volando que vuelan con ella. Me dijo lo que no decir podían las otras. Juró liberarlas. Y sí que lo hizo. Con su ejército de potenciado. Uno a uno. Una a una, fueron apareciendo. Espléndidos y espléndidas. Con el traje robado a la Luna nuestra. Sin oropeles. Pero si hechos con tesitura amable. Elocuente. Enhiesto. En ese andar que anda como sólo ella puede hacerlo. Todos los lugares, todos, se fueron
  • 4. convenciendo de lo que había en esa belleza extraña. No efímera. Cambiante siempre. Siendo negra que fuere. Y amarilla superlativa. Y blanca venida a la solidaridad de cuerpo. En mestizaje abierto, profundo. Como queriendo, yo, decirle mis palabras, me enseñó a tejerlas de tal manera que surgió la letra, el lenguaje más pleno. Siendo, ella, lingüista abrumadora en lo que esto tiene de amplitud posible, para enhebrar las voluntades todas. Haciéndose vértebra ansiosa, a la vez que lúcida para la espera. Me trajo, ese día, los mensajes emitidos en todas partes. Conociéndola, como en realidad es, me fui deslizando hasta la orilla del cántico soberbio. Y, estando ahí, triné cual pájaro milenario. Convocando a mis pares para ofrecerle corona áurea, a ella. Para efectuar el divertimento nuestro, ante su potente mirada. Negra, en sus ojos bellos. Locuaz conversadora en la historia entendida o, simplemente, en latencia perpendicular, en veces, sinuosa en curvatura envolvente, en otras. De todas maneras permitiendo el encantamiento ilustrado. Este territorio que piso hoy; se convertirá en paraíso para las y los herejes todos y todas. Para quienes han ido decantando sus vidas. Evolucionando enardecidas. Como decir que el ahínco se hace cada vez más cierto; por la vía de la presunción leal, no despótica. Aclamando la voz escuchada. Voz de ella sensible. De iracunda enjundia permitida, plena, elocuente. Conocí, lo de ella en ese tiempo en que casi habíamos perdido nuestros cuerpos. Y nuestras palabras todas. Y sí que, en ese viaje permitido, me hice sujeto mensajero suyo. Llevando la fe suya; como quiera que es fe de la libertad encontrada. Uno a uno, entonces. Una a una, entonces; nos fuimos elevando en las hechuras de ella. Transferidas a lo que somos. Conocimos las nubes no habidas antes. Y los colores ignotos hasta entonces. Y las lluvias nuevas. Venidas desde el origen de la mujer que ya es mía. Y digo esto, porque primero me hizo suyo, en algarabía de voces niñas, trepidantes en potencia de ilusiones, engarzadas en el cordón obsequiado por Ariadna; hija de ella. Concebida en libertaria relación con el dios uno, llamado por ella misma, dios de amplio espectro. Hecho no de sí mismo; sino por todos
  • 5. y todas. Siendo, por eso mismo, dios no impuesto desde la nada. Más bien dios dispuesto como esperanza viva vivida. Cuando terminó mi vida, al lado de ella, me fui al espacio soñándola como el primer día. Cuando, con ella, comenzó Natura embriagante, nítida. Dominante. Protista Cuando tuve ese sueño complejo, me sentí inmerso en las condiciones primeras. Cuando no había aprendido a navegar. A andar. Por la vía de sujeto próspero en ilusiones coincidentes con mi instar. La soñé en lo recóndito de su belleza plena, avasallante. Y me hice viajero cohibido, en el significante de ser intrépido. Como convocante al ejercicio de vida. Con hilatura limpia, absoluta. Ella estaba, entonces, en la cumbre potenciada de su amplitud. De su holgura de creyente en la sabiduría como conocimiento sutil. Abierto a toda perspectiva; afín a la locomoción herética. Inasible para los gendarmes de vuelo a ras de la tierra. Hice, por lo tanto, recorrido en territorio áspero, en procura de la imponente mujer establecida. En conocido terreno. Y, en lo desconocido en universo todo. Supe que no podía emularla. Por lo mismo que ella es sujeta de inmenso enhebramiento. En esa seguidilla de seres cambiantes. Con la mira puesta en la velocidad del tiempo luz. Pero, en el entretanto inmediato, sabía asir la vida en la evolución máxima posible. Sabía, ella, del pundonor aplicado al crescendo nutriente de lo móvil, en veces imperceptible. Yendo hacia los entornos amados por todos y todas. Algo así como sopladura del viento tierno. Pero, al mismo tiempo, en ese ir prefigurando la visión de la vibrante hechura, en vida. Se fue creciendo mi cortejo hacia ella. Yo, en esa condición envolvente, de lo palaciego. En condición de simple heredero de nichos ululantes. Hice del caminar en camino entero, no otra cosa que hacedor torpe de lo orgánico viviente. No lo pude entender en esa velocidad soportada en el paso que paso de lo suyo. De ella. Orientadora de la pulsión coqueta. Ella, entreviendo la juntura explayada de las condiciones vivas. En ese proceso. En eso de entender lo cambiante; como
  • 6. ejecución en la lentitud misma. Como si anhelara lo consciente. En el entendido de Natura. Iridiscente, en veces. En lo opaco imperceptible, en otras. Subiendo, ella, que subiendo fue legítima pieza corpórea. En ese estar en ciernes. Sin los predicamentos formales, lineales. Más bien en ese avizorar el futuro, por la vía de proponer una bitácora cierta. Siendo, entonces ella, el sonido hecho, aupado. Con ella mirada suya como miríada vertebradora de lo concreto. Por la vía de lo complejo del paso a paso. No volátil. Como si fuese mero nutriente impávido. Más bien cómo hacer primero. Sin nostalgias entendidas como haber sido sujetas y sujetos ya. Impulsando el quehacer ahí. En donde el ser y ser está cifrado de manera cambiante, dialéctica. Como soporte ampliado de su conocer, de su concepto, de su impronta azuzada siempre por aquella noción de lo vivo, no premeditado. Más como insumo que viene desde el ayer lo milenario. En tiempo no recogido. No contado. Como entendiendo lo suyo como inmensidad. Con patrones de vocería, siempre inconclusos. Pero nunca atados al olvido de lo ya aprendido. En, digo de nuevo, posibilidad en albur que fue evidenciado lo inmediato, como hechura de lo tendencial. En las probabilidades, siendo razón. Y siendo no-razón al mismo tiempo. En la diatriba convertida en ternura. Siempre ella, nunca ella misma primera, igual. Al fin no tuve que volar buscándola, en el horizonte ya percibido. Pero nunca hecho fin eterno. Me vi avocado en premura instantánea. En ese ir sin ella. Ya posicionada de su rol. En lo inverso y directo. Yo la vi, vuelvo y digo, como diosa guía. Como en posición de ser instrumento. A la vez constante. A la vez cambiante. Y yo icé banderas relampagueantes. Como mojones imponentes, por lo mismo que fueron y son herencia de ella. Después d haber sido convidado a su nombre. Para convertir la vida simple, en cimera compleja. Sin cronología formal. Y, en lo que digo hoy mismo, está cifrada su vida punzante. Cada nada hecha la misma, pero distinta. En equilibrio imposible. Porque Natura sigue yendo. En infinita potencia. Ella solo es momento. Yo seré, también, un momento que paso a paso pasa.
  • 7. Belígero Desde el día en que lo vi por primera vez, intuí su perversidad. Como cuando uno advierte historias pasadas, alrededor del quehacer de un determinado sujeto. Vivíamos en Villa Esperanza. Mi familia llegó allí antes que la suya. Cuando su familia se trasladó desde Miraflores, hasta acá, él tenía trece años. Yo estaba adportas de cumplir diez. Conocí que nació juntando expresiones, desde ahí, bandidescas. No había cumplido cinco años, cuando se vio involucrado en una pelea con su vecino, un niño de seis años. Lo golpeó con una piedra, hasta causarle la muerte. De ahí en adelante fue todo un personaje cruzado por conflictos sucesivos. Estuvo en Villapinzón, en condición de exiliado. Los habían amenazado los hermanos de Andresito, el niño muerto. Allí, dispuso toda su capacidad para realizar actividades de vulneración a sus pares. Algo así como incendiar las casitas de cartón con las cuales disfrutaban la mayoría de niños y niñas; también el envenenamiento de los pececitos de colores que habían criado don Fulgencio y doña Matilde, en la pecera situada en el parquecito del barrio. Un diciembre, estando en pleno desarrollo las festividades alusivas a la navidad, rompió el pesebre comunitario, incluidas las figuritas en yeso que replicaban a María, José y los pastorcitos. En la tienda de don Eufrasio, robaba arepas y buñuelos, cada día. Su madre, doña Heliodora, se enfermó de tanto escuchar quejas y amenazas, dirigidas a Valdemar. Además de soportar vejaciones constantes de que era víctima don Amaranto, el padre. Cada día se agravaban más las dolencias de la señora. Hasta que quedó postrada en cama. Se le olvidó caminar; sus piernas empezaron a llenarse de fisuras y postemas, cada vez más dolorosas. Perdió la capacidad para hablar de manera fluida; llegando a una tartamudez que no le permitía comunicarse con las otras personas. Entre tanto, Valdemar, seguía creciendo. En cuerpo y en acciones de vulneración. Cada vez más profundas. Organizó una banda de niños a los cuales iba adiestrando y que efectuaban cuanta fechoría les dictaba “El Jefe”; como se hacía llamar. Empezaron a exportarlas a los otros barrios. En
  • 8. la alcaldía y en la estación de policía conocían cada caso. Y, hasta cierto punto, sufrían la impotencia para detener el avasallamiento de la banda. Todo se fue tornando inmanejable. Como aplicando la figura de las imprecaciones y los daños materiales y espirituales de los pobladores del municipio. Esa tarde en que llegaron al barrio, todo empezó a ser un presagio de lo que iba a pasar. Como ese tipo de intuición aciaga. Como si, en el aire, flotara la perversidad a que íbamos a ser sometidos y sometidas. Ya, en la noche, conocí la noticia relacionada con las primeras andanzas de “Valde”, como lo llamaba don Amaranto. La Iglesia del Pilar fue saqueada. Todo se perdió. Desde la custodia, hasta los candelabros que adornaban la nave principal. En la cantina de la esquina. La de don Belisario Garzón, Valdemar empezó a beber cerveza y aguardiente. A quienes cruzaban la esquina, les ofrecía licor. Todo el que quisieran y pudieran beber. No había pasado un mes, cuando todo el barrio empezó a sufrir el cerco de este sujeto y de los amigos que empezó a traer desde los barrios aledaños. Creció en número de sujetos la banda que se hacía llamar “Los enviados”. Cada nada victimizaban a los otros jóvenes. Les robaban sus pertenencias y los agredían. A las muchachas las manoseaban. Violaron a dos niñas (Rosalbita y Pancracia). Casi mueren, debido a la hemorragia derivada de ese hecho agrio y perverso. Las casas eran abiertas con alambres. De día y de noche, robaban. Y sí que empezó el éxodo. El barrio se fue quedando solo. Las casas fueron envejeciendo sin nadie por dentro. El municipio se fue inundando de temor. El alcalde Diofanor y el capitán Mesa Laverde Egidio, dio orden a los escasos policías que quedaban, de levantar todo lo habido y abandonar todo el caserío. Mi familia y yo, fuimos a dar a la Vereda San Escolástico, de municipio Peña Redonda. Desde allí. Desde ese altico vimos como todo ardía. Sentimos el vacío profundo. Y supimos que Valdemar murió. Lo enterraron casi vivo, después de haber sido herido por sus mismos compañeros, acompañados por el Capitán, que había jurado venganza.
  • 9. Doncella Lo dibujé en el espacio habido. Tracé líneas oscilantes, por lo mismo que cada quien dice lo que quiere, a la hora de definir su rol. Justo ese día había propuesto a Diana que estuviéramos juntos. Por siempre. Mi justificación hablaba del hecho manifiesto de querer estar con ella. En cualquier parte. Desde mucho tiempo atrás esta obnubilado por ella. Como si fuese cómplice del querer estar que traspasa la línea mínima. Algo así como querer volcar en ella todo lo mío. Y le dije que la había visto en sueños, desde el día mismo en que nació. Que la había visto crecer. Que, todos los días, la veía en su bañerita en plástico. Que veía a su madre arroparla en la toallita que le obsequió don Sofronio y su esposa, doña azalea. Y que la veía alzar sus manitas para alcanzar los móviles expuestos por doña Mariela, su tía. Y que, en el día a día, la veía jugar con Juan Pablo y con Valeria. Ahí en el parquecito. Cuando retozaban en lo más puro de la infancia de todos y todas. Y entraba en el escenario lúdico la exuberancia suya, pasando que haciendo pasar cada gesto hecho risa absoluta. Y que la veía en el jardín, con su uniformito acicalado de estrellas color rosado. Y que la seguí hasta la escuelita. Y que le decía todos los días, lo linda que estás mena. En el “aquí te espero”, luciérnaga mía. Para hacerte fácil amar. Aun en esa holgura de años que te llevo. Siendo, como en efecto soy, cuerpo de años muchos. Pero que te sigo mirando y esperando. Y que te esperaré, por siempre. Deteniendo las calendas. Hasta que tus doce añitos, evolucionen. Te espero de dieciocho. Y te veo en mi cama. Agarrotada del frío de esta ciudad punzante. Y que te cobijo con el manto de mi madre, por mi heredado, Y que te canto los cánticos de niña traviesa, pura, deslumbrante. Y ya, como en cuerpo ajeno, te sueño tendida en cama, anhelándome. Con esa espera traducida en los gemidos hermosos de quien se siente poseída. A todo momento y en cualquier lugar. Y voy
  • 10. hilvanando los tiempos. Y duermo para hacer menos larga la espera. En un desfile de ilusiones manipuladas, por mí mismo. Y me veo horadando lo tuyo. Con absoluta delicadeza. Dándole tiempo al mismo tiempo que corre y vuela. Y sí que, saliste de la escuelita hoy. Con tu valija. Llevando los cuadernos y los lápices. Y me acerqué a ti. Y cogí tu mano tersa. Con ese negro hermoso, extendido por todo tu cuerpo. Y te invité al Bazar de Las Marionetas. Y te divertiste tanto que hasta lloré al verte. Y, después, fuimos al parquecito de los sueños idos. Y jugaste con todos y todas tus pares, allí. Y te arropé luego. Después de lo hecho y del cansancio exhibido. Simplemente no pude más. Ese día, al recogerte en la escuelita, te dije que iríamos a disfrutar lo más hermoso de la vida. Aquí y ahora. Y te llevé a ese cuarto azulado. Te mostré las cortinas. Y las ventanas. Y te mostré el patio construido por mí mismo. Ahí, como enjuto y pequeño. Pero con la capacidad para expandir el brillo de cada día. De nuestro Sol. Bello, a veces. Hiriente otras. Y te dije no espero más. Hagámoslo ahora. Dame tu vida en este lugar. Quiero ya. No después. Y dijiste que sí. Y te desvestí en lo inmediato. Tu delantalcito rojo lo abrí y lo coloqué ahí, en esa sillita que ya estaba. Y deslicé mi mano por tu pubis. Y noté que se iba inflamando tu clítoris. Y tuis pechos. Y, yo, me exacerbé en locura. Te abracé. Y te hice mía. Cabalgando en tu cuerpo. Y tú gemías. Y me arañabas. Y reías. Y me decías abuelo mío, por ahí no es. Déjame orientarte. Y abrías más tus piernas. Y me guiaste hasta esa cavidad asombrosa. En esa juntura estrecha toda. Y lo hice como me lo dijiste. Y, ya ido en mis fuerzas todas, te vi dormitar. En placentera exhibición de regocijo y cansancio. Y vi crecer tu vientre. Allí mismo. Cada minuto más. Y alcé tu cuerpo. Ya dos. Lo que antes era uno. Y pasó el tiempo en velocidad creciente. Y, allí mismo, nació nuestro Ámbar. Y empezó a llorar, como niño que era. Y vi tu rostro de niña de doce añitos. Exuberante. Gozoso. Y lo hiciste arropado mimo hermoso. Al salir los tres, caminamos sin rumbo. Tú y nuestro Ámbar, riendo por ahí. Y fuimos a Lago Dorado. Nos bañamos en desnudez. Y veíamos pasar a la gente. Y reíamos al verlos. Y retozamos como infantes todos. Y me dije a mi mismo que ya había vivido lo que más anhelaba. Ya te había
  • 11. tenido y había hecho en vos, un lugar para seguir creciendo. En ese vientre ávido de sentirme. De hacer crecer mi ser sembrado. Gobernanza Me dijeron, en silencio, palabras, no aprendidas nunca, que yo era presagio malvado. Y si lo dijo ella es verdad absoluta; a pesar que yo ya no estaba en ella, como en el otro tiempo vivido. La suya, una opción dicha, pensada, absoluta. No recuerdo, además, en qué día la vi en primera vez. Solo que era ella a quien buscaba. En ese portal cambiado. Recuerdo, en cierta reflexión le dije que yo era sujeto ladrón bueno. Que había robado los anillos del Padre Saturno. Simplemente, lo hice, cualquier día, Cuando me propuse ir al Sol. En vuelo raudo. A bordo del imaginario propuesto. En cualquier noche hermosa, con sus miradas puestas en sitio lejano. Viajé tiempo luz. Venido, yo, desde mi pasado. Y, en el ahora, Le exhibí uno de mis trofeos. Diciéndole que puedo dar más de mí. Y ella, en constante opulencia de cariño, asumió que lo mío estaba en relación directa con su mando incorpóreo, pero mando es. Inquieta caminó por sendero agreste, agrio. Ninguno de los hacedores de pensamiento pudo con ella. Silente en todo lo actuado. Y lo por actuar a futuro. Se hizo ave multicolor. Volando en torno al tesoro que le propuse. Para que fuera tomado por ella. Casi omnipotente mujer encendiendo hoguera amiga. Simple en el fuego ampliado. Un Teseo hecho pluma absoluta, en el discurso de mi Natalia amada, desde mí ser en vientre. Sin que ver pudiera. Pero, estaba ahí, es la misma. Dueña de poderes dados por antepasados suyos. Le fueron transferidos, en el comienzo de tiempo no medido. No ajeno. Natalia fantasía total. En huella dejada en cada camino. Y cada vuelo suyo implementado en elemental soplo de vida. Siendo, ya, libertaria no inmolada. Por lo mismo que escapa en la sombra de la noche. Y escapa en la brillantez hecha. Fue por todo el universo habido. Visitando las estrellas nuevas y longevas. Irradiando, sin mesura, la vida misma, como ella. Poseyendo la magia creativa, llena de lúdica potencia. Embriagado de su envoltura primigenia, yo empecé a vagar. Día y noche. Caminando sus caminos ya hechos. Le dije, con voz dotada de toda la fuerza tenida. Un sortilegio prematuro. Y, por esto
  • 12. mismo, libre. Sin aspavientos vergonzantes. Y la miré a sus ojos. Con los míos aguados, henchidos de su fulgurante atavío, puesto ahí. Con cierta sorna pasajera. Me propuso, al vuelo nítido, rodar por calle, amplia o estrechas. Pero sí de empalagosa melodía. En composición elaborada en su honor, por las lisonjeras figuras, hechas cuerpo. Y, se embriagó de tonos nuevos y pasado. Y danzó por todos los mares. Dominando al viento protagónico siempre. Le dijo lo que este pudo entender. El trajín es mío. Cansino empezó a desmoronarse. En su alrededor, como entorno punzante, suyo. Y se fue perdiendo en aire afanado. Aire suyo amplio. Aire de su niñez. Habiendo pasado setenta veces siete en días. Cuando apareció en escena, en esfuerzo de su madre, Elizabeth sonora. Atizando la coquetería que iba a otorgar a ella, mi Natalia. Y, en ese pasado inmenso de atrás en el tiempo me fui diluyendo. Como si no supiera proponer nueva vida. O como si no supiera mirar atrás, buscándola. Ella allá en lejanía infinita, orientaba el fin y el comienzo. Bruñendo las caras de mujeres como ella. En ese acero plata. Como aleación de vida. Desde allá me dijo lo que debería pensar. De lo que me era permitido actuar. Una vez más, Natalia en libertad ganada por sí misma. Ya entronizada como comienzo y como no final. Lo mío, insisto en ello, se fue perdiendo. Como cuerpo y como ilusionario contexto. Solo quedó vivo mi amor por ella. Flotando. Yendo y viniendo bajo áurea prepotente, pero bella en este ahora y siempre. Eufonía Ni tanto que suene la música, Como si fuese perenne regreso. En visión de bagatelas ajenas. En apertura de ilusiones recién perdidas. En devenir de horizontes aciagos. Arrasados por huestes de exterminio. Cifradas. Y expresas. Nítidas. En envolvente hilatura de araña pérfida. Como litigio oneroso con la vida misma mía. Universo en circularidad. Va y viene empalagoso. Como repetición
  • 13. de ese y todos los naufragios. Incluidos los de Ulises, vértebra de mares. Consumidor de mil billones mil de porciones de agua al cubo enésimo. No tanto, pues, que suene el horadante son. De dispares notas. En SI Bemol acorazado. RE MAYOR de desamparo. No lúcido. En diatriba de tonos insulsos. Como desarmonía y distorsión. De perdición de ondas que vuelan. Buscando recepción. En larga y corta coordenada. Para ejercer emisión en jerigonza. En palabras cifradas. Monotemáticas puyas. En canto convocante. En contubernio con lo inhóspito. Con fetiches de tiempo milenario. No tanto, en sí, la envoltura híbrida. Tibia. Como vomitivo espiritual Hecho con sales y dulces descontinuados. Como en remolino de entelequias. Como inanes reflexiones y gestos. En esa perdición que es el quehacer conquistado a partir de la mentira virulenta. A partir de la locomoción inerte. Como cepa adherida a la juntura inhumana. De trascendente asfixia en porfía. Y di cuenta, por esto, de lo que he sido. Desde más atrás de ayer. Y en el hoy vivido. De lo que he vertido en los caminos transitados por mí mismo. Como sujeto de ansias atrapadas. En la invidencia sumido. En trajín que es afín a lo que decía haber odiado. Haber desdibujado. Como corolario asido. Cosido. Permitido por lo bajo. Fruncido en ovillo. Como imprecación bastarda. Como lobotomía aceptada. En este y en los otros tiempos de antes. Y, en pretensión enfermiza, le di vueltas a lo que fui y dejé de ser. Caminando en remedo de paso de cangrejo. En la seguidilla de pasos dispares. Va y viene. Lateral. Horizontal. Horizontal. Lateral. Y, a lo sumo, me fui viniendo y yendo. En repetición repetida. En ejercicio de lentejuela vestido. Ido y venido he perdido. Por lo mismo que mi Levante está en el Sur. Y mi Poniente en el Norte. Bicruzado. Como quien no acierta. Ni ha acertado nunca. Ni con lo uno ni con lo otro. En ese Viacrucis no religioso. Pero tampoco vía de apertura. De itinerancia heterodoxa. Y dije y dije, que la música de escucha hoy. Como vida en ciernes y ya realizada. Es horadante. Perniciosa. Como voz que acosa y mata. Y lo dije ayer. Volviéndolo a decir hoy. Y lo diré mañana.
  • 14. Que lo que soy y he sido, volveré a ser en el tiempo. A futuro. Repitiendo lo ya repetido. Lo ya hablado. Lo ya dicho. Por mí. Por los otros y las otras. En el vuelo en contraviento. Y me quedé ahí. Expectante. Atento a la llamada. De los insumos de percusión. De los tronantes pitos de los vientos. De las cuerdas en desentono. Y me quedé como palimpsesto hospedante. Esperando, tal vez, el volver de lo ya ido. Como esperando regreso de lo que fue. En enervante concierto de voces alambicadas. De reverencia meliflua, Con alma de vasallo. Que si estuvo, en otro tiempo libre, el hoy es eso. Solo reverente sujeto. Acicalado. Perdido. Obnubilado. Asido al último barco que se perdió. Olvidado por Marco Polo en Alta Mar. Tiempo hoy. Tiempo ido. Lugar ayer. No el mismo hoy. En ese lugar que veo ahora, empecé a hilvanar opciones. Estando ahí, hace tiempo ya. Tiempo del cual uno, casi siempre, habla como que fue y hoy ya no es. Pero que, en ese tejido de tiempo, se ha expresado, en día a día, parte de lo que soy ahora. Como quien asume que lo habido fue, en su momento, presente para mí y para los otros y las otras. Y que, en esa lejanía medida en las unidades disponibles y precisas, se hizo lugar un afán. O una lentitud. O un cuerpo mío. O cuerpos cercanos a mí. En esa holgura gratificante que llamamos amistad. O nexo puro de amantes. O, simplemente, un camino que no transité. Tal vez, porque no supe que lo había. En esas condiciones, entonces, lo mío ahora, fue un diferente en ese tiempo ido. Ese lugar que palpo, en el hoy cercano, fue en ese tiempo ido otro lugar, siendo el mismo. Y, en él, fui yo abierto sujeto viviendo lo habido. Con ese afán de ser, siendo uno como vertido en todos y todas. En lazos plenos. O de untura amorfa, a veces. Pero lazos, en sí. Y por si mismos nexos y opciones. En veces expandidas. En otras de restricción uncida. Lugar que amo. Con todo lo que he sido andante incierto en unos caminos vistos. En otros que he ignorado, andante de ceguera vergonzante. Tanto como entender que he sido y soy impávido
  • 15. testigo. De sucesos y de acciones. Muchas veces de agravios. Pocas veces como ilusionarios convocantes. A vivir e incitar a vivir la vida. Y voy, entonces, en tránsito de este lugar, al mismo. Siendo otro al mismo tiempo. Porque, siendo hoy presente, avanzará a futuro. Certeza tengo, eso sí, que haré camino andado. De la mano de aquellos y aquellas que, conmigo, vivan y sientan este hoy; como posibilidad. Como latente vida. Que, siendo ella en sí, será otra mañana. Como en esos días idos. Siento el hoy como término del camino. Que empecé andar en esos días ya pasados. Y que fui allá y aquí. En esa figura espacio-tiempo que permanece y, a la vez cambia, con el paso desde los días idos, a los días de hoy que vivo. Qué lugar, pues, este. El de hoy. Que fue ayer. Que será en los días que vienen. En contubernio bello entre espacio y tiempo. Asilo para los que somos y para los que, después de mí, de los otros y las otras, vendrán después. Que, en tiempo medido, será mañana. O pasado. En fin que será otro tiempo cosido al lugar este. Que ha sido antes. Y es hoy. No el mismo. Pero si otro mismo. Diferente. Pero igual. En lo que esta dialéctica habida, tiene de haber sido ayer. De ser hoy. Y ser después. Buscador-preguntón Y que sería del muchachito que vi otro día. Y de la niña volantona. De palabra va y viene. De recordaciones. El niño de siete mares. Olvidadizo de continuo. Que vio una y mil veces, en pasado casi remoto, a Pocahontas. Niña que miró y mira por ahí. De calle en calle. Como tratando de tejer más de una ilusión. Niños de escasos dientes todavía. Que están cosiendo, ahora, las hojas de cuaderno. Para garabatear en próximos días. La libélula aspaventosa. Y el gato de mil botas nuevas. Y a la lechucita andariega en noche. Niñas que juntan brazos y ojos. Para ver y coger. Las Lunas nuevas y llenas. Los Soles vestidos de rojo. En estos atardeceres en sueño.
  • 16. Y que sería de esos niños de negro cabello. Y todos negros. De pies a cabeza. Con esos ojazos de negrura también expresa. Y las negras niñas. De trompa bravía. Ceñudas. Hijas de cuenteras y cuenteros. La última vez la vi en Pacífico de Caloto. De Tumaco y Buenaventura. Negritas juguetonas. De palabra limpia y atrevida. Y esas volantonas. Diciendo y jugando. Y cantando el Duerme Negrito. Y los sones cantos en repetido alegre. Creativo. Y…¿ será que se perdieron del todo?. Si nos más los vi y las vi. Hace poco. El mismo día en que mataron a los dos paeces. ¡Sí los de palabra y ruta de autonomía! Y sí que dolió eso. Así, de una. Lo hicieron los de manos agrestes. Y peor contera de vida. Los del por ahí afanado mentiroso. ¿Será que por eso se escondieron los piojosos? Y me revolqué en preguntadera. En duda dudosa. Casi impía. Y los busqué en todo abierto terreno. Viviendo lo vivido. Preguntando lo preguntado ya. Por toda esquina. Y toda calle. Llamándolos. A grito amplio. Nombrándolos. Qué los negros negrura. Que las negras negruminas porfiadas. Qué las blanquitas y blanquitos perezosos y perezosas. Y ya en la vacancia de escuela. Vuelvo y paso. Pregunte que pregunte. Qué si pasaron o se rajaron. Qué si juegos nuevos van a jugar. Y qué dónde y cuándo. Para estar ahí. Embelesado. Como sujeto nuevo viejo. El mismo que vuelve y dice hoy, lo mismo de ayer y del año pasado. Y me metí, a vuelo, por el ladito. En esa esquina de barrio viejo. El de antes. Volviendo al tiempo ido. Y qué Barrio ese. En el cual hicimos rondas y las jugamos y las cantamos. Y recordando me fui yendo. Hasta encontrarme a mí mismo. En esos fines de año. Bien vividos y jugados. En lo justo de lo subvertor. En la perseguidera de globos. En la sonadera de sonajeros hechos a pulso. De puras tapas y alambres. Y me seguí metiendo. Volviendo a ver esas ilusiones hechas por los de la patota limpia. Frentera. Deconstruyendo verdades no ciertas. Y, de reversa, me devolví. Y volví a los y las de aquí y ahora. Negros cejudos. Negras coquetas. Blancuzcos. Cachetones. Coloradotes. Y dele a la fregadera berrionda. Como si nada. Jodiéndolos
  • 17. con eso de que me cuenten que están jugando. Si le están dando a la pelota. La de patear. O a la grandecita del baloncesto. O si se le están dedicando solo a la tele. Medio podrida, digo yo. Y, en fin que me cansé de ir yendo por ahí. Todo día y Toda hora. Buscándolos y buscándolas. Para hablarles de eso y de lo otro también. Un día después del sábado Qué domingo este. Anclado, en esta plaza, estoy yo, hace ya algún tiempo. Ya he estado en varias ocasiones. Pero lo de hoy es, particularmente especial. Esa nostalgia que me ha invadido. Como convocante a dilucidar, de una vez por todas, el tipo de camino a emprender. La concreción de la caminata. Hasta cierto punto estoy mimetizado. Como si nadie supiese lo que hay en mí. En este tiempo tan lejano ya, de esos hermosos días, allá en mi barrio amado. Recuerdo el impulso básico, por todas las calles andando. Las voces que llamaban a la expresión de la vida, en medio de cada arrabal. Siendo yo, todo, condensación de esperanza. Aún, habiendo vivido como lo había hecho: casi como tósigo que penetra y hunde, en lo más hondo, el espíritu de fe y de liberación. Que día es este día. Un carnaval de espacio triturado. Oyendo todas las voces. Diversas. Ansiosas de no sé qué. Porque, por esto mismo, es mi brega. Por distanciar. Pero puede más mi soledad de búsqueda impenetrable. Como siento ahora el silencio. Como me he dejado llevar por el vértigo del dolor nefasto. Que tritura y destruye, todo lo que he podido alcanzar a ser. Aun dentro de estas limitaciones mías. Como garras que no me sueltan. Por el contrario, que me colocan en cepo eterno. Como añoro yo esos días. En la mañana dominical; alzando el vuelo hacia la didáctica de la lúdica primaria. Emergiendo en cada esquina. Como repetición dichosa que me hacía feliz. Ese pasado inmenso, que añoro. Tal vez porque, siendo niño, no veía desaparecer las cosas bellas. Así como si nada. Que bipolaridad enhiesta. Entre sentir el vacío y sentir, también, la fascinación de lo
  • 18. cotidiano. Recreando la sensibilidad hasta magnificarla. Hasta convertirla en motor imaginario. Con el eros sin explotar. Casi que como enfatización perenne. Y, sin saber cómo, llegó el naufragio. Eso que estoy viviendo en este presente. Hecho trisas el insumo fundamental. Una vida que se corroe a sí misma. Sin saber porque. En veces, ensayando la diatriba del insulto; como expresión de rechazo. En veces augurándome a mí mismo toda la felicidad posible por venir. Sin que llegue. Como ese límite en lo del día. Como llegando allí, sin llegar al fin. Como depositario de fracasos. Uno sobre otros. Con un horizonte que, de manera tardía, me engulle y de satura. Esos domingos míos, antes. Días de ensayo y de vocación. Hacia lo nuevo. Sin dejar de ser yo mismo. Sin olvidar que existía. Precisamente por eso, para mí, son añoranzas de ternura. Aún ahí, en ese lodazal que amenazaba con permearme a cada paso. Con todo aquello que dolía. Con todo y que sentía el contubernio entre la tristeza y la desesperanza. Pero que, yo, ignoraba, estando en el juego callejero. Y en la penumbra nítida del regreso a casa, después de deambular por ahí. Por cualquier parte. Y hoy, en este domingo cerrado. Sin por dónde mirar lo sublime; ahoga mis ímpetus. Esos que creí que nunca perdería; después de haber bebido la fuente de la vida. Siendo esa tú. Y tus anhelos. Tú y tu alegría desbordada. Allá lejana. En ese otro territorio; en el cual también es domingo. Pero otro, no este mío. Y se van decantando las condiciones. Ya, como otrora no lo había percibido, solo me recorre el beneplácito de haber vivido. Como memoria que no habilita nada más que la victoria de los dioses que siempre he odiado, desde el mismo día en que hice ruptura con mi universo no profano. Desde el día en que dije no va más mi sublimación. Diciendo no va más el ejercicio oratorio como evento religioso perverso. Pero yo ya lo sabía. El pago por esa partición, tiene que ver con el crecimiento de la ansiedad, como castigo, tal vez. No lo sé en ciencia cierta. Y vuelves a aparecer allí, en esa esquina de esta
  • 19. plaza empalagosa, en lo que esto tiene de perdición del poder de la magia de amar. Siendo, en este lugar, sujeto que no atina a resolver el entuerto de siempre. El nudo gordiano que asfixia y que liquida, a cuenta gotas. Por esto es de mayor dolencia. Por esto es de mayor severidad. Por lo pronto no sé qué más vendrá. Si ha de ser el colapso absoluto. O si ha de ser una nueva esperanza. Encontrarla, no sé dónde. Tal vez ande por ahí y yo no la he visto. Es posible que haya acabado de pasar y ha dejado su suspiro en el aire. Y si ya pasó, no sé si lo volverá a hacer. De pronto, quien sabe cuándo. Y, al unísono con esas voces continuas. Inacabadas, estrepitosas, diciendo nada; me he volcado al vacío. A ese espacio que no creía mío. Pero que, ahora en este domingo que cuento, se erige como presencia soberbia. Tal alta como monte Everest. Tan aletargadora que, por si misma, hace enmudecer, el grito de potencia que creía tener. A no ser por tì, aún en vaguedad insoslayable, tu espíritu vuele hasta acá. Como águila gendármica. Atravesando esos pesados montes que veo allá, en la terminación del Sol, al menos por hoy. Y si fuese así, yo diría que la esperanza podría volver; a no ser que tu vuelo de águila inmensa, se detenga a mitad de camino y regrese hasta donde a cualquier hora partiste. Bajo Fuego Ayer no más estuve visitando a Fabiana. Me habían contado de su situación. Un tanto compleja, por cierto. Y, en verdad la noté un tanto deteriorada en su pulsión de vida. “Es que no he logrado resarcirme a mí misma. Porque, estando para allá y para acá, se me abrió la vieja herida. No sé si recuerdas lo de mi obsesión por lo vivido en lo cotidiano. Simplemente, así lo entendí en comienzo, estaba unida al dolor por las vejaciones constantes. A esa gente que tanto he amado. Verlos, por ahí, sin horizontes. En una perspectiva centrada en la creciente pauperización. Pero no solo en lo que respecta al mínimo de calidad de vida posible. También en eso de ver decrecer los valores
  • 20. íntimos. Ante todo, porque, se ha consolidado un escenario inmediato y tendencial, anclado en la preeminencia de los poderes económicos y políticos, de esos sectores, de lo que yo he dado en llamar beneficiarios fundamentales del crecimiento soportado en la explotación absoluta. En donde no existe espacio posible para la solidaridad y los agregados sociales indispensables para aspirar, por lo menos, al equilibrio. Y no es que esté asumiendo posiciones panfletarias. Es más en el sentido de decantación de lo que he sido. Siendo esto, una tendencia a la sublimación de la heredad de quienes se han esmerado por construir opciones que suponen una visión diferente. De aquellos y aquellas que lo dieron todo. Que lo arriesgaron todo, hasta su vida. Por enseñar y comprometerse a fondo. Es tanto, Germán, como sentir que he llegado casi al final de mi caminata por la vida. Porque siento que no hay con quien ni con quienes. Aunque parezca absurdo, todos y todas que estuvieron conmigo, han emigrado. Han cambiado valores por posiciones políticas en las cuales se exhibe una opción de acomodarse a las circunstancias. A vuelo han desagregado el compromiso y las convicciones. Por una vía de simple repetición de discursos anclados en lo que ellos y ellas llaman Desenmascarar, en vivo, a esos beneficiarios fundamentales. Convirtiendo la lucha en debates insulsos. Porque, a sabiendas de ello, pretenden construir lo que se ha dado en llamar tercera vía. O, lo que es lo mismo, una connivencia con los depredadores. Con aquellos y aquellas que se han posicionado como controladores. En consolidación de un Estado que, en teórico es social y de derecho. Pero que, en concreto, no es otra cosa que las garantías de su permanencia. Vía, un proceso que es como reservorio. Como eso de asimilar eventos, que para nada lesionan su razón de ser. Y, estoy en un parangón. Sé que he ido y he venido. En veces como noria. Como lo que llamarían mis contradictores, un ejercicio ramplón. Supra ortodoxo. En fiel posición, que no es más que una figura asimilada a esa utopía sinrazón. Es como si hubiese llegado a un punto que ejerce como estación de vida. Como convocando a desandar lo andado. Como que no alcanzo a dimensionar los
  • 21. bretes diarios. Como si convulsionara. Como si, ni para aquí ni para allá. Y eso duele Germán. Porque es una soledad casi absoluta. No me hallo. Tanto como soportar una comezón visceral. Siendo, entonces, así he optado por vivir lo mío. Ahí, encerrada. Hermética. Sabiendo lo riesgos. Porque cuando se llega a un momento como este, es tanto como querer no ir más. No forzar más a la vida en lo que esta no me puede dar. Desde ahí, hasta la regresión paulatina, solo existe un nano segundo…” Ciertamente, me conmovió la Fabiana. Con todo lo que la he querido. Con todo lo que vivimos en el pasado. Definitivamente la admiro. Pero me entra el temor de que, en verdad, no quiera ir más. Y pensado y hecho, a escasos tres días de haber hablado con ella supe, a través de Juliana, que encontraron su cuerpo incinerado. Murió como esos bonzos que otrora, en público, se incendiaban. Fabiana, simplemente, se fue. Y, aún en eso, se destaca su entendido de vida. Bello, pleno y de absoluta lealtad con ella misma.