El documento analiza la propuesta del nuevo presidente argentino Javier Milei de dolarizar la economía argentina para combatir la inflación. Sin embargo, Argentina tiene graves problemas estructurales como una gran deuda pública y déficit fiscal que la dolarización no resolvería por sí sola. Además, Argentina ya había experimentado con una política monetaria atada al dólar en los años 90 con cierto éxito inicial pero que finalmente falló. La dolarización también implicaría perder soberanía monetaria y no contar con un banco central que pueda inyectar liquide
Grafico Mapa Conceptual sobre la Contabilidad de Costos
ARGENTINA-LA DOLARIZACION Y OTRAS MEDIDAS
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LA DOLARIZACION, ¿PANACEA DE LA ECONOMIA ARGENTINA?
Manfred Nolte
Javier Milei, un economista de 52 años que se ha definido a sí mismo como anarco-
capitalista, ha ganado holgadamente las recientes elecciones presidenciales argentinas,
siempre con el mismo argumentario en todos sus apasionados discursos: la promesa de
destrozar cualquier institución representativa del statu quo, y empezar de cero con el
objetivo de reducir drásticamente la sombra del Estado, recortar impuestos, liberalizar
el comercio, nacionalizar empresas, ningunear a los sindicatos, enfrentarse sin remilgos
a la poderosa mayoría de izquierdas del Congreso, demoler el Banco Nacional de
Argentina y finalmente dolarizar el peso. Pero para convertir estos mimbres en leyes,
Milei inicia su andadura como el presidente más débil de la historia de Argentina, en
términos de apoyos parlamentarios: 39 de los 357 escaños de la Cámara baja y solo 8 en
el Senado.
De modo que, paradójicamente, Milei necesita para gobernar de aquellos a los que
denigra. Con el apoyo ya declarado del expresidente Mauricio Macri podría lograr una
mayoría parlamentaria suficiente, pero incluso entonces necesitaría algunos votos de los
peronistas o de sus aliados para superar la oposición del Senado. Todo lo cual significa
que la grandilocuente retahíla de propuestas radicales proferidas nunca verán la luz o
nacerán aguadas o poco reconocibles, si es que logran mantener al líder populista en el
poder sin un desgaste definitivo.
Analizar su promesa estrella, cuando está en entredicho su propia supervivencia política,
solo puede entenderse, en consecuencia, como un mero ejercicio didáctico.
La génesis del desastre argentino se sitúa en las pretendidas políticas sociales que
cercenan la operatividad y la eficiencia del libre mercado: el círculo maléfico de todos
los dictados de política intervencionista, incluidos los de los sucesivos gobiernos
peronistas. El enemigo emergente suele ser casi siempre la inflación. Pero en lugar de
apelar al orden y la eficiencia en las cuentas públicas, el combate inflacionista se
acomete a través de la intervención o tope de los precios. Para primar la oferta en el
mercado interior se penaliza la exportación mediante el correspondiente impuesto. La
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consecuencia inmediata es una reducción de inversiones en los sectores afectados,
escasez de abastecimiento y aumento de las importaciones, con la consiguiente
reducción de la entrada de divisas y el deterioro exterior de cara al acceso a la
financiación en los mercados internacionales. En vez de recurrir a la liberalización de los
precios se instaura un sistema de subsidios que falsifica a su vez las reglas del mercado
en un bucle autoalimentado.
Sin duda, la medida más sonora planteada por el político porteño es la de la dolarización
del peso, una acción desmesurada, que no puede sustituir los desórdenes estructurales
del país reflejados en una deuda de 332.000 millones de dólares, equivalente al 81% del
PIB, una prima de riesgo que supera los 2.400 puntos básicos y supone la expulsión del
mercado libre de financiación internacional, tipos de interés del 133% en TIR anual, un
Banco central quebrado, una balanza comercial deficitaria con mas 55.000 millones de
deuda de importadores con proveedores del exterior. Un rating de bono basura, una
inflación del 142% anual, un desastre ecológico en la producción agrícola, básica en su
exportación, una tasa de pobreza del 40% y la pérdida del 90% del valor del peso en
cuatro años rematan lo que constituye un panorama desolador.
Cuando la moneda de curso legal era aún el austral, Argentina, bajo el mando de Menem,
ya adoptó con éxito en abril de 1991 un modelo de Caja de Conversión (Currency Board)
también conocido como régimen de convertibilidad, el cual se mantuvo vigente hasta su
final catastrófico a fines de 2001. La ley declaró convertible al austral con el dólar a razón
de 10.000 australes por dólar, y posteriormente 10.000 australes por un peso. La ley
establecía que "en todo momento, las reservas del Banco Central de la República
Argentina en oro y divisas extranjeras serán equivalentes a por lo menos el ciento por
ciento (100 %) de la base monetaria". El Banco Central sólo podía emitir moneda
doméstica contra dólares y debía suministrar la divisa americana a la paridad
establecida, a quien las pidiera a cambio de pesos. El régimen de convertibilidad alcanzó
un gran éxito en cuanto a su objetivo inmediato de dominar la inflación: tras alcanzar un
máximo del 5.000% anual en 1989, cayó al 1.344% en 1990 y aún al 84% en 1991. La
inflación siguió bajando en los años siguientes y fue tan solo de 3.9% en 1994, 1,6% en
1995, y de 0,1%, 0,3%,0,7%, -1,8%, -0,7%, y -1,5% en los años 1996, 1997, 1998, 1999,
2000, y 2001 respectivamente. Lamentablemente en 2002 terminó la buena racha, el
sistema se desmoronó y la inflación subió al 41%.
El ‘Currency board’ funcionó bien hasta la crisis tequila de México. La desconfianza
provocó retiradas masivas de depósitos por parte del público que se apresuraba a
convertir los pesos en dólares en previsión de un abandono de la paridad con el dólar. Si
bien el Banco Central poseía reservas en divisas suficientes para canjear el total de la
base monetaria, no las tenía a la vista. No era un problema de solvencia sino de
vencimientos. Finalmente, la quiebra de algunas entidades bancarias aceleró el sistema
hasta su extinción.
La dolarización supone un paso más sobre la convertibilidad de la década del 90
practicada con Carlos Menem. En esta última el peso estaba cubierto con la misma
cantidad de dólares en las reservas del Banco Central, mientras la dolarización implica
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directamente la desaparición del peso. Para ello se decreta al dólar como divisa de curso
legal del país, lo que implica la sustitución de todos los pesos que forman la base
monetaria, por dólares. Una objeción determinante reside en saber de dónde se sacarán
los dólares necesarios para el canje. Desgraciadamente, el Banco Central argentino no
solo carece de reservas, sino que a la fecha acumula una deuda por 7.000 millones de
dólares, por lo que implementar esta completa dolarización requeriría necesariamente
un préstamo externo. Considerando el total de pesos a rescatar -29 billones a la fecha-,
debería considerarse un colchón de 40.000 millones de dólares para dolarizar el sistema
a una cotización estimada de 700 pesos por dólar.
Además, y de forma automática, la dolarización implicaría la pérdida de la soberanía
monetaria en cuanto a movimientos de tipos de interés o de cambio, así como la
eliminación de un prestamista de última instancia, un Banco Central que inyecte la
liquidez necesaria para frenar, en su caso, una crisis crediticia o bancaria. La economía
argentina quedaría sujeta al ciclo estadounidense, en el que sus gobernantes y la FED
toman sus decisiones de política unilateralmente, que no tienen por qué coincidir con
las argentinas.
Sin embargo, uno de los principales argumentos a favor de la dolarización en Argentina
es el hecho de que el uso de dólares no sería una imposición por parte del gobierno, sino
simplemente un reconocimiento del estado actual de las cosas. La dolarización, en
algunos aspectos, ya se ha producido. Por ejemplo, las grandes transacciones no se
realizan en moneda local. Nadie compra ni vende una casa en pesos. Además, y sin
distinción de clases sociales, todos en Argentina saben que, si quieren ahorrar, deben
hacerlo en dólares. La debilidad del peso procede de la conducta manirrota del gobierno
continúa imprimiendo dinero para financiar su déficit. Por lo tanto, eliminar la capacidad
del gobierno para crear dinero no garantiza que este dejará de producir déficits. Por el
contrario, de abordarse en primer lugar la absorción gradual del déficit fiscal, la
dolarización sería superflua ya que la inflación desaparecería. Incluso si la dolarización
fuera factible, una vinculación dura al dólar no garantizaría de una flexibilidad nominal
alternativa en salarios, gasto fiscal y otros campos para compensar la pérdida del tipo de
cambio como instrumento de política monetaria. El dólar por sí solo no sería la solución
al problema global de Argentina.
Con dolarización o sin ella, el destino marcará si hay que volver o no a llorar por
Argentina.