Este documento discute cómo la economía afecta el comportamiento electoral y el voto económico. Explica que cuando la economía está en auge, los votantes tienden a apoyar al partido gobernante, pero cuando la economía se debilita, los votantes castigan al partido gobernante votando por otros partidos. Analiza cómo después de la gran recesión de 2008, los partidos gobernantes en Europa fueron castigados en las elecciones debido a las políticas de austeridad. También señala que los votantes insatisfechos a veces apoyan alternativ
1. Economía y comportamiento electoral.
Manfred Nolte
El reciente sondeo elaborado por Sigma Dos que sitúa al partido en el Gobierno
al nivel de intención de voto más bajo en 20 años nos recuerda que no es
obligatorio ser marxista para admitir que la economía afecta frontalmente a la
política. Pero del despliegue y ajuste fino de esta evidencia, -correcta en su
enunciado aunque ambigua en su direccionalidad-, ha surgido una parcela
multidisciplinar en el campo de las ciencias sociales cuyo objeto es el ‘voto
económico’(‘economic voting’), es decir, los condicionantes y motivaciones del
voto inducido por lo económico o, lo que es lo mismo, el comportamiento
electoral derivado de los hechos y factores económicos vigentes en un espacio
político –Nación, Región o Ente corporativo- con capacidad y autonomía de
sufragio. Responsabilidad compartida entre politólogos y economistas, el
perímetro del voto económico viene ganando atractivo y popularidad.
Wagner (2008) ha popularizado el tema al indagar las circunstancias en las que
un partido totalitario como el Nacionalsocialista liderado por Adolfo Hitler se
hizo con el control de la República de Weimar tras unas elecciones
intachablemente democráticas. Las profundas implicaciones de una hipotética
repetición del escenario alemán prebélico activan las alertas ante posibles
florecimientos de partidos radicales o populistas en el mundo actual. El análisis
pormenorizado de la situación conduce no obstante a apreciar que el ‘voto
económico’ de los alemanes se desarrolló bajo patrones ordinarios congruentes
con sus intereses y básicamente coincidentes con los parámetros que revelan las
reacciones democráticas en las elecciones de la Europa actual: una evidencia
contrastada de la elevada correlación entre la situación económica de un país y
la popularidad del Gobierno que lo dirige. Un votante racional gratifica con su
voto al ejecutivo de turno si el ciclo es alcista y le castiga con la exclusión cuando
las circunstancias económicas se muestran adversas.
Las incursiones analíticas en el ‘voto económico’ son aun exploratorias como
advierten (Kriesi, 2013) quienes se esfuerzan por alcanzar conclusiones no solo
de índole genérica o macroeconómica sino aquellas otras que intentan
desentrañar los resortes subjetivos de la conducta humana en su faceta de
votante(arena electoral) y, ocasionalmente, como sujeto de protesta
ciudadana(arena reivindicativa). Las conclusiones son generalmente inestables
y contienen un alto grado especulativo por lo que son más proclives a
interpretar las circunstancias pasadas que a aventurar pronósticos futuros. Con
el actual utillaje doctrinal no resulta sencillo explicar, por ejemplo, por qué
perdió Al Gore las presidenciales estadounidenses de 2000 en un entorno
económico favorable.
El caldo de cultivo sicológico se sitúa en la queja. Shocks como el provocado por
la gran recesión en curso inducen, como es lógico, a una situación generalizada
de descontento popular. La ciudadanía se expresa o alternativamente se inhibe
si su nivel de decepción es absoluto. El grado de expresión dependerá de su
capacidad de organización y en general, en las sociedades democráticas,
elegirán el derecho al voto como arma punitiva, si bien los episodios de protesta
son relativamente mas frecuentes. Los países europeos occidentales se tornan
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2. ‘sociedades dinámicas’, un termino acuñado por Meyer y Tarrow (1998) al
constatar que la protesta no es un recurso de última instancia sino que forma
parte integral del concepto democrático. Dieter Fuchs describe esta situación
como ‘la normalización de lo no-convencional’
Un repaso (Kriesi,2011) a las primeras elecciones parlamentarias posteriores al
colapso de Lehman Brothers de 2008 en 30 países europeos (los 27 miembros
de la UE, Noruega, Islandia y Suiza) confirma las secuelas políticas de la crisis
en términos de actuación del ‘voto económico’. En ellas, los partidos
gobernantes fueron castigados por las consecuencias perniciosas de la crisis, las
políticas de austeridad, tanto más severamente cuanto los electores les
achacasen una responsabilidad directa en los infortunios. Islandia, Irlanda,
Francia, Grecia, Portugal, Italia y España son casos de estudio aunque con
ajustes peculiares y motivaciones específicas, dependiendo de los contextos. En
algunos(Italia y Grecia) el tránsito se produce de lo político a lo tecnocrático.
Por el contrario los resultados muestran mayor indulgencia cuando el
electorado percibe que la capacidad de actuación de los gobiernos está más o
menos condicionada. La doble inexcusable pleitesía a la Troika de un lado y a
los ‘mercados’ de otra, han relativizado en ocasiones la intensidad del castigo.
Dutch y Stevenson(2008) sostienen que la motivación económica del voto es al
menos de igual importancia y vigor que el factor ideológico, de tal manera que lo
material, el bolsillo, se sitúa en estas circunstancias extremas a igual nivel que el
corazón o el credo político.
La rotación política –cambiar el signo del partido votado- se combina en
algunos países con la erosión de los partidos dominantes que, sin perder
mayorías relativas, se ven obligados a formar coaliciones. En segunda instancia
los votantes pueden mostrar un resentimiento en general hacia los partidos
‘clásicos’ tradicionalmente dominantes y desvían su voto hacia nuevos partidos,
en ocasiones de signo populista, en particular en los países de Europa oriental
con un sistema de partidos más volátil y menos institucionalizado, aunque
también en Europa occidental se observan signos incipientes pero inquietantes
de institucionalización de partidos de dudoso talante democrático. Finalmente
los votantes mas desilusionados apoyan alternativas ‘anti-partidos’, como las del
cómico Jon Gnarr en Islandia, Beppe Grillo en Italia o Manuel Coelho en
Portugal.
En el contexto de una crisis que apenas remite, cabe preguntarse qué sucederá
cuando los electores concluyan que los sustitutos de los partidos penalizados no
han mejorado la situación de sus antecesores. Con el peligro que ello conlleva de
volcarse hacia opciones populistas o segregacionistas, peligro apuntado por el
Vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia en su reciente visita a
Bilbao. Las encuestas de intención de voto pueden darnos la pauta.
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