DE LAS OLIMPIADAS GRIEGAS A LAS DEL MUNDO MODERNO.ppt
Las tumbas
1. LAS TUMBAS
Y conocí a Joaquín Puebla allá, en Villa Pomares. Un día cualquiera. De esos que corren a vuelo y el
riesgo de no ser recordado. Por cierto, Joaco, estaba en lo suyo. Andando y andando entre
malevos. Y sí que lo eran. El de menos contaba con dieciséis entradas a la gayola. La mitad de ellas
por lo que llaman "asalto a mano armada". Y esto se repetía, casi setenta veces siete.
El viejo Joaco ahí. Como si nada. Tan faltón, que me contaba lo que él daba en llamar "mis
travesuras". Y no le importaba, para nada, el sufrimiento de sus mamás. Que eran todas las
mujeres de su entorno. Porque, a decir verdad, sí que lo querían. Como decía mi abuela "más que
a un hijo bobo". Y ojala hubiese sido así. Yo lo preferiría mejor bobo que bandido por lo bajo.
Porque, en eso del bandidaje, nadie me saca de mi dicho: bandidos y bandidas, que más. Pero
siempre y cuando sean a lo Robín Hood. O a lo Sacco y Vanzetti. O ese bacán de Pistochoi, en
nuestra historia criolla no mafiosa; o a lo Garibaldi
Más bien, lo suyo, era la degradación del oficio. Como si nada. Mataba a lo que se le moviera, en el
espectro de sus andanzas. Tanto como decir que no le paraba bolas a nada. Obvio, siempre y
cuando estuviese sobre seguro. Lo que, antes, era una opción ética de lo ortodoxo en términos de
confrontación, pudiera decirse de esos que no se dejaban sonsacar por el dinero inmediato,
pérfido, aciago.
Cuando, de niños, jugábamos en la calle. Al fútbol libre. Ese verdadero. En pleno pavimento. Con
las porterías cifradas en piedras. De doce pasos entre una y otra. Con ese seis y seis, apenas justo
para la amplitud de la calzada. Y para los cien metros de cuadra. Y yo ilusionado con mi ejercicio de
cancerbero. Y él, como eterno huevero. Allí, esperando que Josías vacilara en recortar. O que
soltara el impacto del viejo Peder. Delantero absoluto. Recuerdo que, el Joaco le dañó su rodilla. De
por vida. Y, como si nada. Siguió, el bandido avieso, en sus balandronadas. Solo lo sacó del
camino, el acuerdo tácito de no alinearlo. Ni los de "El combo de la setenta y seis"; ni los de
"Patota de la Ochenta y Cuatro", las dos expresiones máximas de nuestro Manrique Cimero.
Recuerdo. Nostalgia. Qué se yo. Al verlo, ese veinticuatro de abril, anclado en el poste de las
"marianas". Con esas yuntas de los "polis". Sangrando en sus muñecas. Sentí lo que llamaba mi
madre, "un frío en las tripas". Porque, con todo y todo, le tenía afecto todavía. Ante todo, porque,
yendo más allá, a la infancia temprana, primera. Lo veía conmigo. Tentando las gallinas de la
abuela Sara. Sobándole el sapo a las piernas de la tía Altagracia, para aliviarle en algo la reuma.
Con las primas Cecilia Y Marina, jugando a la mamacita y el papacito. Con tocaditas de nalga
incluidas.
Pero, el man, se perdió durante largo tiempo. Como si se la hubiera tragado la tierra. Cuando lo
volví a ver ya era un grandulón hecho y derecho. Ahí, en lo del tío Epifanio. Decía mi mamá
Josefina! Ése sinvergüenza no tiene arreglo refiriéndose a la historia que tenía detrás. Como ese
hecho narrado por Evaristo, cuando viajó como polizón en el barco "Éufrates", siendo todavía un
pelao. Y, así, llegó hasta Barbados. Allí se quedó. Aprendió el idioma inglés, un tanto chapucero.
Pero inglés al fin y al cabo. Después, se dice a cada rato, empezó con lo del contrabando de licores.
2. Todos los rones del Caribe pasaron por sus manos y lo enriquecieron. Decía que vi al Joaco ese día.
Había acentuado y profundizado su bandolerismo. Gruesas cadenas y pulseras de oro puro.
Camisas de seda Bombyx mori. Reloj Rolex absoluto. Yo me olía algo raro. Como cuando vos sentís
que algo anda mal. Y recordé lo que decía mi prima Eugenia: "...lo que mal comienza, mal
termina". Y, viéndolo ahora en retrospectiva, así fue.
Se le dio por meterse con el negro Abel. Tenaz broncote ese. No lo digo porque sea negro. Lo digo
más bien porque se le medía a lo que fuera. Dicen que tuvo algo que ver con el robo de armas en
el Cantón Norte. Al lado de la Comandante Uno. La misma que actúo en la toma a la Embajada de
República Dominicana. Y que, por lo demás, se hizo presente en el gran robo al Banco de la
República en 1994. Abel le enseñó a mirar como Pedro Navajas. Es decir para un lado y para el
otro, en la avenida y en la vida. De reojo, mirando quien viene y cómo robarlo o matarlo.
Me llamó el sábado desde la Alpujarra. Lo habían detenido el viernes en la noche. Tal vez por lo de
siempre. Pero, además, por algo nuevo: se metió con nadie menos que "El Ángel". El tipejo ese,
mandón en La Zona Tres. Desde el municipio de Bello, hacia el suroccidente. Hasta El Volador,
pasando por la Terminal del Norte. Ni más ni menos que "metérsele al rancho". Ese amplio
espectro de lo que ahora se llama el microtráfico. De todo al menudeo. Desde bazuco ordinario,
hasta la blanquita pura.
Y, entonces, lo aventaron. Los mismos del combo suyo (Los Alacranes). Dizque "concierto para
delinquir". Un aspaviento ni el verraco. Los abogados toderos al acecho. Allí. A bocajarro.
Ofreciendo todo tipo de servicios. A una, dos y tres bandas. Dependiendo de lo uno o de lo otro.
De una u otra tipificación, que llaman, cuando se trata de interpretar el Código de Procedimiento y
el Código Penal. Desde "hablar con el fiscal"; hasta "hablar con el señor Juez". Todo a precio de
ganga. Según el día y la hora. Leguleyos de más de un tono y color. Desde azul celeste, hasta el
rojo punible.
Y yo me fui hay mismo para donde el viejo Joaco. Porque, a pesar de todo, todo le cogí cariño al
gañán ese. Me metí por lo bajo. Es decir, supongo, algo parecido a lo que llaman "El Hueco", en el
cruce por la frontera entre Méjico y Estados Unidos. Unos calabozos tétricos y pútridos. Recordé
un dicho de la mamá de un amigo:"...el entendido humano de un país, se mide por el trato que le
dan a sus presos, a los ancianos y a los niños y las niñas...". Inteligente señora. Por cierto, se
llamaba Fulgencia. La mató el papá de mi amigo porque no quiso servir de mula interurbana.
Que feura de espacios. Y que hediondez. El viejo Joaco estaba allí. Con otros cuarenta sujetos. Le
llevé un pollito asado, con todo: papa salada, arepitas fritas, guacamole, etc. Y quien dijo hambre.
A Joaco, a duras penas, le tocó una alita. Me dijo que debía hablar con el doctor Blas Posada.
Dueño del séquito supremo de abogados al servicio de cualquiera de las bandas. Desde la de "El
Ángel", hasta la de "Moisés", su contrincante.
Y sí que hablé con el tal doctor Blas. Que pichurria de tipo. Blasfemo, en lo que este término tiene
de burdo para hablar. Sin conocer mucho del lenguaje jurídico, me dio la impresión de que
confunde casuística con soda cáustica; delación con Adela en un balcón; prolegómenos con la prole
de Diógenes. A pesar de mi fastidio, le pregunté por el caso de Joaco. Me dijo, algo así como que el
man está jodido. Porque el equilibrio entre las bandolas ya estaba saturado. Solo me queda un
cupo para el hablar con el Juez Eustasio Sastoque. Y ese ya lo comprometí con Efímero Palacios, un
pirobo que lo detuvieron en Necoclí, tratando de pasar dos quilitos de la refinada hasta Panamá.
3. Le sugiero patrón que hable con Eufrasio Molinara. Él es nuestro Plan B. Un poco más barato. Y,
por lo mismo, no del todo garantizado. Tiene poco talento. Es muy lento. Además que le debe
unas coimas a varios jueces y, por lo tanto, ya no le caminan. Pero dígale, de todas maneras, que
va recomendado por mí, a ver qué pasa.
Y si, que hablé con el tal Eufrasio. Mucho más áspero que Blas. Y Más bruto. Le dije que le iba a
exponer el caso de Joaco con todos sus intríngulis. Me dijo que ese último término no lo entendía,
pero que estaba dispuesto a escucharme, sin eso de los intríngulis. Y me mandé con la historia.
Cuando terminé, me dijo: “el caso lo veo muy difícil. Y, fuera de eso, estoy escaso de billete. Usted
entiende; para eso de fotocopias y de untadas. Pero lo más tenaz es que la bandola de “El Ángel”,
me tiene asediado. Están que me levantan, porque me pasé del tope permitido en el acuerdo.
¡Puta la Madre¡ dije. Y, ahora, que hago. Porque lo cierto es que yo no me puedo envainar por lo
de Joaco. Ni tengo plata. Ni tiempo. Ni valentía. Qué tal que me tumben por ahí, como si nada.
Aunque, viéndolo bien, podría intentar con Luis Alfonso Céspedes. Hice con él la primaria y el
bachillerato. Ahora es una especie de reyezuelo en el Ministerio de Interior. Con decir que elaboró
el pre borrador del proyecto de reforma a la justicia en 2012. Dicen que Irragorri le tiene físico
miedo. Es voz campante en los pasillos del Congreso. Comoquiera que le sabe llevar los caprichos a
cada congresista. De Senado y Cámara. Y eso, de por sí, es mucho decir.
Llamé a Luis Alfonso, de ahí. Desde un teléfono público. De esos de Une, en los cuales uno marca
el 03 y el número de la flecha a contactar. Tan de buenas que me contestó rápido y de una. Lo
saludé y le pregunté por Valerio, su compañero sentimental. Lo de rutina. Me dijo que bien. Que
Vale estaba sin trabajo. Se queda en el apartamento arreglándolo y cocinando. Me llama cada
media hora. Es muy intenso. Pero lo amo. Cada que puedo saco algunos días libres y nos vamos a
pasear, Nos encanta el mar.
Y me le fui con todo. Le conté que estaba ahora con Luciano. Me embarqué con él, tan pronto supe
que había terminado con el Coronel Salatiel Aldana. Como su ruptura fue un tanto brusca; este
Coronel me la montó. Cada nada me enviaba emisarios en posición amenazante, para ablandarme
y obligarme a no seguir con Luciano.
Sin más rodeos le conté grosso modo lo de Joaco. Y, ahí mismo, le solicité que me ayudara. Por
los viejos tiempos. Cuando desafiamos medio mundo con nuestras herejías. Cuando lo amé sin
fronteras. Me dijo: creo que sé que podemos hacer. Voy hablar con el juez Venancio Herrera. No si
lo recuerdas. Estuvo de novio con Maximiliano Benjumea, el piloto de los chárter que cruzaban,
cada nada, el Caribe hasta Jamaica. En varias ocasiones estuvimos allí.
Y sí que, al día siguiente, me llamó. Todo arreglado, me dijo. De paso, te invito a celebrar. Ven
con Luciano al apartacho. Valerio se muere por verte. Quiere conocer, en vivo, como estás;
después de más de diez años sin verte.
Cuando me vi con Joaco, ese sábado, no sabía lo que me esperaba. Tan pronto lo saludé, escuché
tremendo estruendo. Como cuando entran en pelotera muchas personas. Nos sacaron de la casa.
Vendados nos llevaron a no sé qué sitio. Lo cierto es que empezaron con Joaquín. Lo
desmembraron. Cuando llegó mi turno perdí el conocimiento, pero creo que hicieron lo mismo
conmigo.
4. i Ladrón de bancos en Medellín en la década del cincuenta.Compartía lo robado con la gente