EL mito sobre la quiebra de los Bancos Islandeses adocx
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EL MITO SOBRE LA QUIEBRA DE LOS BANCOS ISLANDESES.
Manfred Nolte.
Ya sabemos lo de las postverdades, las medias verdades, los bulos, mentiras y
demás variantes epistemológicas que impiden que nuestra comprensión
subjetiva y los sucesos objetivos que están ahí, coincidan suficientemente. Por el
contrario lo objetivo se queda en tierra incógnita y lo subjetivo, en numerosas
ocasiones, se proyecta en todo tipo de interpretaciones fantasiosas. No siempre,
es cierto, de forma deliberada.
Como ejemplo, hace unos días escuche en un foro ilustrado que ojalá muchos
países hubiesen seguido el ejemplo de Islandia, cuando dejaron de rescatar sus
Bancos insolventes en la crisis financiera de 2.008 sin afectar de esta manera
los bolsillos de los contribuyentes. Aunque el ejemplo se refiere a una pequeña
isla situada al norte de Europa de 320.000 habitantes y su influencia sistémica
sea reducida, conviene chequear el consejo y juzgar su consistencia.
En el estallido de la gran crisis global de 2.008, cuando se desplomaron sin
excepción los PIBs de todos los países del planeta, el paro se desbocó y los
Bancos se volvieron súbitamente ilíquidos e insolventes, los Gobiernos
occidentales y también los de los países menos desarrollados intervinieron
masivamente en el rescate directo –nacionalización- o en la financiación directa
del sector financiero, conscientes de que sin una Banca apuntalada no hay
funcionamiento posible para el sistema económico. Los Bancos definitivamente
insolventes fueron rescatados por el sector público y aunque alguno
excepcionalmente se llevó a la liquidación, en su mayoría fueron recapitalizados
y privatizados o se hallan aun en compas de espera para su privatización.
Frente a este fenómeno estadístico mayoritario, la proposición arriba citada,
defendía la bondad del modelo adoptado en 2.008 por las autoridades
islandesas, consistente en no rescatar a sus Bancos insolventes, conducirlos a la
quiebra, evitar de esta manera la aportación financiera de los contribuyentes en
el rescate y concentrarse alternativamente en todo tipo de políticas sociales para
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rescatar – eso sí- a los propios ciudadanos y reconstruir más pronto que tarde
los estragos producidos por la Gran Crisis.
Paradójicamente, el no rescate del sistema financiero islandés se concilia
malamente con la realidad. Veamos.
En Octubre de 2.008 los tres grandes Bancos de Islandia - Glitnir, Landsbanki y
Kaupthing- habían visto retiradas todas sus líneas internacionales de
refinanciación a corto plazo y fueron absorbidos por el Gobierno islandés en
base una ley de emergencia nacional con la creación de una ‘Autoridad
financiera regulatoria’(AFR). ‘Absorbido’ significa aquí la acción de toma de
control o responsabilidad, distinta de una posible nacionalización previa al
rescate y recapitalización. El primer elemento diferencial del modelo islandés es
que el Estado era absolutamente incapaz de rescatar a su sector bancario, un
sector de crecimiento anárquico y desbocado en la década anterior, con una
cifra de balance total de 110.000 millones de euros, cuando el PIB del país era
de 14.700 millones de euros. Casi 10 veces su PIB y 20 veces su presupuesto
fiscal. La mera incapacidad financiera hacía de la nacionalización una opción
inviable.
La AFR procedió a la creación de tres nuevos bancos, o bancos buenos, -el
‘Nuevo Glitnir’, el ‘Nuevo Landsbanki’ y el ‘Nuevo Kaupthing’- Bancos que
asumieron todos los activos y pasivos domésticos de los anteriores (Bancos
‘malos’) y que ofrecían la garantía estatal sobre todos los depósitos de
ciudadanos residentes en Islandia. El resto del patrimonio neto de los Bancos
malos se destinaría a la financiación de las necesidades de los Bancos buenos y
subsidiariamente al repago de deudas contraídas con personas físicas y jurídicas
no residentes en Finlandia. Adicionalmente el Estado recapitalizó fuertemente
los nuevos bancos. Sin embargo, con el mero trasvase de saldos, las nuevas
entidades no podían operar. Necesitaban un mínimo de fondos propios que
sirviera de colchón para las eventuales pérdidas futuras. Para ello, les inyectó
fondos por valor equivalente al 20% del PIB del país. El gobierno rescataba a los
acreedores nacionales. Otra cosa es lo que sucedería a los extranjeros.
Irrumpe aquí una segunda condicionalidad del modelo bancario finlandés: su
muy importante base de negocio internacional, operado por filiales –con
naturaleza jurídica independiente y sometidos a la tutela del país receptor- o
alternativamente por sucursales –sin personalidad jurídica distinta de la matriz
y sometidas a tutela nacional islandesa-. Tras el colapso de los bancos malos , el
gobierno de Islandia debía a depositantes online extranjeros – entre ellos
ayuntamientos, fundaciones o universidades- 7.070 millones de dólares,
alrededor del 50% del PIB del país. Con la resolución de los bancos malos, una
buena parte de acreedores extranjeros perdió la totalidad de su inversión en los
bancos malos, fundamentalmente los bonistas y titulares de instrumentos
similares. También perdieron la totalidad de su inversión los accionistas
titulares de los referidos bancos. En cuanto a los depositantes extranjeros la
normativa del área de libre comercio europeo en la que operaban las filiales y
sucursales extranjeras de los bancos malos ofrecía la suficiente ambigüedad
como para legitimar su resistencia al pago de los depósitos mínimos
garantizados, del orden de los 20.800 euros por persona física. Los países mas
afectados, Reino Unido y Holanda hicieron frente a estas reclamaciones
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repercutiéndolas posteriormente al Gobierno Islandés. El Parlamento de la
Nación aprobó en dos ocasiones la activación de un impuesto para indemnizar a
los depositantes no residentes. Consistía en un pago equivalente a 100 euros al
mes por habitante durante ocho años. Como será posiblemente conocido, el
primer ministro de Islandia vetó las proposiciones y las sometió a referéndum,
que resultaron en una unánime negativa a secundar las propuestas del
Parlamento, respuesta que suscitó los aplausos cerrados por parte de
formaciones radicales fuera y dentro del continente europeo. David batía de
nuevo a Goliat.
Estigmatizada y aislada por la comunidad financiera internacional, Islandia
recurrió a unas ayudas de alrededor de 5.000 millones de euros, en parte del
FMI y el resto de sus vecinos nórdicos.
Con un PIB de 14.000 millones de euros, las cantidades expuestas suman un
porcentaje muy significativo como factura de la crisis bancaria. El
endeudamiento sucesivo para seguir atendiendo la morosidad surgida de los
bancos buenos, la recuperación de la corona islandesa y otros factores elevaron
la deuda islandesa hasta el 100% de su PIB. Al fin y al cabo, la deuda pública
acumulada es solución interina para hoy y más impuestos para las generaciones
futuras.
Resumiendo, Islandia, la tierra del hielo, se recupera hoy con paso firme. Es
cierto que se vio obligada a forzar unas quitas leoninas en los pasivos de sus
bancos malos y con ello atesora la dudosa dignidad del infractor. Contra lo que
se oye con alguna frecuencia, los bancos islandeses también fueron rescatados,
aunque fundamentalmente para beneficio de los depositantes y resto de
acreedores islandeses. Fue un rescate sufragado conjuntamente por
contribuyentes nacionales y extranjeros. Pero rescate, haberlo, hubo y muy
oneroso: un 50% de su PIB, aproximadamente.