Una encuesta de la Agencia Oficial de Estadística de Euskadi da pistas sobre el hecho de que las clases altas pueden ser mas felices que otras de menor poder adquisitivo.
1. 1
EUSKADI FELIZ.
Manfred Nolte
Los vascos somos bastante felices. Lo ha valorado Eustat a través de un panel
de encuestas que ha arrojado una nota media de 7,6 sobre diez. Sin embargo, el
hecho de que la mejor puntación (8,4) se haya observado entre las personas que
declaran pertenecer a una clase social alta o media alta nos invita a
preguntarnos si la felicidad y la prosperidad económica son la misma cosa o si,
cuando menos, se parecen bastante. ¿Qué dicen los economistas al respecto?
En 1.929, Simon Kuznets desarrolló un concepto contable revolucionario
llamado PIB. A pesar de su unánime aceptación, el PIB está sujeto a críticas más
que razonables. Robert Kennedy fue lapidario al destacar que el PIB medía todo,
menos aquello que hacía de la vida una experiencia irrepetible. Nuevos índices
han surgido en régimen de concurrencia entre los que se pueden destacar los de
‘desarrollo humano’ y de ‘felicidad global’ ambos de Naciones Unidas. Bruselas
presenta periódicamente su ‘Panorámica de la calidad de vida europea’ y la
OCDE ofrece cada año su ‘Índice de calidad de vida’. Existen muchos más.
Pero aunque los nuevos indicadores incluyan variables menos materialistas
como la libertad política, la fe en las Instituciones públicas, la ausencia de
corrupción , la generosidad ciudadana, o los espacios de ocio, hay que subrayar
que siempre vienen acompañados de los componentes tradicionales: el nivel de
la educación y la sanidad, la calidad del empleo, el PIB per cápita, la
degradación medioambiental y otras.
Existe una convergencia razonable sobre la materia en el mundo académico.
Sacks,D.W. (2010) establece a través de estudios empíricos una clara
correlación entre renta y nivel de bienestar subjetivo, aunque este no sea
permanente y llegado a un nivel aceptable patrimonial, la satisfacción general se
desacelere o permanezca estacionaria.
Kushlev, Dunn & Lucas (2015) han evaluado la relación del dinero con el estado
de ánimo. Concluyen que los individuos con rentas más altas experimentan
menos incertidumbre y desasosiego diarios, pero no necesariamente mayor
bienestar.
2. 2
Settle,R. (2014): (‘¿De verdad el dinero compra la felicidad?’) se centra en los
factores que contribuyen a la felicidad en 56 países. Los resultados reflejan un
paralelismo significativo entre dinero y felicidad, pero acompañados por
factores tales como la salud o la religiosidad.
La ‘teoría de la autorrealización’ gradúa las necesidades humanas según la
pirámide de Maslow (1970). La relación entre dinero y felicidad es muy directa
en los niveles inferiores de la pirámide pero decrece a medida que se asciende
de nivel.
La teoría ‘comparativa social’ argumenta que la satisfacción vital depende de
cómo se comparan los individuos en su entorno social. En otras palabras, la
renta relativa es casi tan importante como la renta absoluta.
La ‘teoría de la adaptación’ (Brickman, P., Coates, D., & Janoff-Bulman, R.
1978)se basa en la idea de la adaptación al placer, sugiriendo que aunque el
individuo reaccione positivamente a mejoras en sus condiciones de vida,
rápidamente banaliza la conquista lograda. Un ejemplo refiere a los ganadores
de la lotería que retornan a su nivel de felicidad inicial una vez pasada la euforia
del premio.
Un factor adicional cabe hallarse en las diferencias genéticas de los ciudadanos.
Diversos estudios llevados a cabo (Lykken & Tellegen, 1996; Weiss y otros.
2008) sostienen la idea de que la genética puede jugar un papel relevante en el
nivel subjetivo de bienestar y felicidad.
Otra importante línea de investigación (Dunn y otros, 2008) ha cuestionado si
el ‘modo’ en que gastamos nuestro dinero es un factor que influye sobre nuestro
nivel de felicidad. Un gasto ‘social’ o altruista, gastando en ‘los demás’ puede
producir impactos más positivos en el bienestar que el gasto meramente
egocéntrico.
Existen cientos de estudios más, aunque los hallazgos principales son los
citados.
En resumen: ¿se corresponde una mayor felicidad con mayores niveles de
bienestar económico? No cabe una respuesta categórica excepto en los estratos
sociales más modestos donde un aumento de la capacidad adquisitiva se traduce
inmediatamente en la satisfacción de necesidades perentorias de una enorme
utilidad objetiva. Entretanto debemos mirarnos en el espejo del progreso social
y reconocer que esa conquista denominada Estado del Bienestar es un reflejo
bastante adecuado de lo que entendemos como una felicidad de mínimos.
En Euskadi hay progreso económico y un Estado del bienestar encomiable. De
ahí el notable alcanzado en felicidad.