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EN DEFENSA DEL EURO.
Manfred Nolte
Corren malos tiempos para los valedores del Euro. La reciente crisis griega no es
sino el último y más dramático episodio del trance institucional de la moneda
única que se adivinó en 2008 con la llegada a Europa del ébola financiero
importado de Wall Street y se hizo realidad en 2010 con el primer rescate de la
economía helénica. Luego vendrían tres programas de ayuda más a Irlanda,
Portugal y Chipre, además de la línea condicional firmada con España para el
saneamiento de su sistema financiero. Demasiadas emociones negativas en
estos siete años, restregadas constantemente con el plomizo latiguillo del ‘yo ya
lo dije’, sustentado en plumas de diversa intención y autoridad, procedentes en
su mayoría del otro lado del atlántico.
Para la mayoría de estos adivinos agoreros, la Unión Monetaria Europea (UME)
estaba viciada de origen. El argumento mayoritario aducido era que la eurozona
carecía de los rasgos de un ‘área monetaria óptima’ en terminología del
economista Robert Mundell. Según la definición habitual, un área monetaria
óptima se caracteriza por una perfecta movilidad de los trabajadores, una
flexibilidad salarial perfecta y un sistema de mutualización o socialización del
riesgo cuando una región, o un país miembro, resulte afectado por un choque
económico o financiero de carácter asimétrico. Asimétrico representa un
eufemismo para una grave crisis no cíclica o coyuntural sino estructural y
profunda. Nada de eso responde a la eurozona –no al menos en su versión ideal
- y los rescates de emergencia, aun cuando demuestran la solidaridad europea,
no han hecho sino probar las contradicciones internas –por utilizar la
terminología podemita- de la frágil construcción de la moneda única. Una
segunda ronda de descalificaciones y vaticinios sombríos se ha derivado de la
introducción del concepto ‘austeridad’ en el restablecimiento de las reglas
vulneradas por los países rescatados en relación a sus más esenciales pactos con
el club europeo. La austeridad que ha sido impuesta al hilo de los planes de
salvamento, -dicen los detractores- lejos de paliar los males del euro, los ha
exacerbado hasta el límite, dibujando un escenario de paro, desesperanza y
desafección.
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Pueden Vds. poner a continuación las firmas de los grandes detractores del
euro, desde Barry Eichengreen, para quien la UME conducirá a “la madre de
todas las crisis” hasta el ínclito Paul Krugman, auténtico látigo de la
construcción monetaria europea, de quien Wolfgang Schäuble, harto de tanto
compadreo sobre casa ajena ha dicho en una entrevista a ‘Der Spiegel’ que
“Krugman sabe mucho de comercio internacional (materia por la que recibió el
Nobel de economía) pero que no tiene ni idea de cómo funciona la eurozona”.
Otros apellidos incluidos en la línea hostil son los Milton Friedman, Margaret
Thatcher, Martin Feldstein, Steen Jakobsen, Wynne Godley, Arnulf Baring,
Mathew Forstater, Costas Simitis, Stephanie Bell Kelton, Warren Mosler, L.
Randall Wray y un largo etcétera. Como se ha dicho al principio de estas líneas
salir en defensa del euro resulta un ejercicio arriesgado, dado el estado general
de la cuestión. Sobre todo, porque es de ley reconocer que en su estado actual,
efectivamente, el euro no refleja fielmente un área monetaria óptima. Por otro
lado, los partidarios ideológicos y las Instituciones europeas no actúan de
contrapeso y no son muy proclives a justificar las bondades de la construcción
actual.
¿Cómo puede osar alguien, en consecuencia, salir en defensa del euro? La
respuesta apunta a algunas consideraciones tan esenciales como
frecuentemente olvidadas.
Porque la Unión europea y la UME son, en su finalidad última, mucho más que
un proyecto económico, para transformarse en el proyecto político de una
Europa federal o una federación de países: los Estados Unidos de Europa. Lo
cual es congruente con las raíces en las que se hunde su proyecto. Esta visión
supera la situación económica puntual de sus países miembros. Se trata de un
proyecto de décadas para transformar Europa de un escenario de guerra en otro
de paz y estabilidad. Antes de 1945, Europa ha sufrido centurias de
conflagraciones devastadoras. Con el proyecto europeo la situación cambia, de
tal modo que no cabe interpretar lo que sucede en la eurozona sin contemplar
este diseño más amplio. Asimismo la Unión Europea ha expandido el principio
democrático, al aceptar en su seno solamente países de corte demócrata. Junto
a la OTAN ha contribuido decisivamente a la consolidación de la democracia en
los países del este europeo en los últimos años de 1990.
Si pocos discuten las bondades de la integración no todos piensan en el euro de
la misma manera. Pero no hay solución de continuidad en el proyecto político.
Legalmente los 28 países de la Unión europea están abocados a asumir la
moneda única. El euro surge en 1991 del Tratado de Maastricht, y se firma con
la terminación de la guerra fría, que alimenta la indefensión de los europeos
propiciando la activación de una marcha más en su proceso de identidad
común. El euro representa, sobre todo, más Europa. Y el euro regaló a los países
adheridos entre 2000 y 2008 una época de oro. Para España fue tiempo de
orgullo contenido al formar parte del club más prestigioso del planeta. También
de crecimientos medios del PIB del 3,5%, empleo cercano al pleno, una inflación
controlada, y una reducción de los costes de la financiación exterior
sencillamente espectacular. La explosión de la burbuja inmobiliaria, ámbito
sobre el que descansaba en gran medida el modelo productivo español, cebó una
crisis que ha obligado al país a una hercúlea devaluación interna y lo ha
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devuelto a una senda esperanzadora de convergencia europea. La UME tiene
unas reglas muy duras, que necesariamente han de cumplirse. Pero nadie quiere
despegarse del euro. Ni siquiera Grecia que en plena exaltación nacionalista
votó en referéndum un ‘no’ a la gigantesca reconversión nacional que se les
venía encima, dudó en postularse abrumadoramente en favor al euro. Un 74%
de los griegos votó por seguir con la moneda única.
El problema de la Europa actual no es el de una moneda compartida, sino de
una moneda compartida sin gobierno compartido. La unión bancaria y el
proyecto de tesoro europeo avanzado en el ‘Informe de los 5’ va en esa línea. En
su singladura hacia la Unión Política la clave está en más Europa, nunca en
menos Europa. Que sus líderes tengan la clarividencia necesaria y estén por la
labor, es cuestión separada.
“La UME es imperfecta, frágil, vulnerable y no produce todos los beneficios que
cabría esperar si estuviera completada. El futuro abre pasos decisivos a una
mayor integración”, ha sentenciado el mago de Roma, Mario Draghi.
Evolución
del
Bono
español
a
10
años,
de
1993
hasta
hoy.(Fuente
Bloomberg)