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¿Quién dicta el déficit fiscal?
Manfred Nolte
Crece la opinión entre la población española, compartida por el resto de países
periféricos e incluso por quienes no lo son, como Francia o Italia, que la causa
central de la persistencia de la crisis traducida en una insufrible cuota de
desempleo se debe al empecinamiento de los poderes fácticos europeos,
básicamente Alemania, por mantener una política económica de recortes en el
gasto público, reduciendo irracionalmente el déficit presupuestario, obligando
de forma inducida a los Estados a una rebaja sangrante de las prestaciones
sociales y del estado del bienestar. Detrás de este convencimiento se va
construyendo una austerofobia indisimulada, que amenaza con quebrar la
progresión de los programas en curso, e incluso la propia estabilidad del
Gobierno. La paciencia que este solicita no parece encontrar eco en una
ciudadanía extenuada, hostil a los postulados oficiales. Con distinta
fundamentación, pero similar objetivo, la derecha más conservadora-azuzada
por las desafortunadas declaraciones del expresidentes Aznar- ataca al Gobierno
por un flanco alternativo, solicitando con vehemencia una rebaja de los actuales
tipos impositivos, argumentando que se hallan, incomprensiblemente, a la
cabeza de los más exigentes del continente europeo. Finalmente, algunos
utópicos encabezan un manifiesto para romper la baraja del sistema: ha llegado
el momento –manifiestan- de dar carpetazo al nefasto experimento del euro.
Desde el mayor respeto a quienes sufren en propias carnes los estragos de la
recesión más amarga y pertinaz de entre las conocidas por las generaciones en
vida, las opiniones descritas y las iniciativas que se ofrecen como alternativas ni
soportan el filtro del razonamiento económico, ni representan alternativas
realistas.
Comencemos por la incipiente y más radical de las posturas según la cual habría
llegado la hora de consumar el abandono de la moneda única. Son muchas,
algunas respetables, las voces que se alzan a favor de esta idea. Oskar
Lafontaine, expresidente del SPD alemán y uno de los impulsores de la moneda
única. Antes que él el filántropo-especulador George Soros, al conminar a
Alemania a abandonar la eurozona si no accedía a ponerse a la cabeza de la
manifestación. Premios Nóbel de Economía como Krugman, Stiglitz o
Pissarides, en clave precautoria. Y formaciones políticas como ‘Alternativa para
Alemania’, Syriza, o UKIP. A este coro de heterogéneos disidentes se acaba de
unir en nuestro país el movimiento ‘Iniciativa ciudadana por la soberanía’ que
cuenta entre sus promotores con un grupo de la oposición política aunque el
número de firmantes se dispare por todo el arco electoral. Sin embargo, lo que
ninguno de los citados explica es como repagaría España una deuda privada
exterior de dos billones de euros y una pública de 910.000 millones con una
moneda devaluada. Salvo que sus mentores contemplen un impago
generalizado de los pasivos internacionales, ‘a la argentina’, lo que a su vez
empujaría al país al aislamiento total, al cierre indefinido de los mercados
internacionales de financiación y a la postre a una crisis de proporciones
incalculables con el consiguiente aumento, aun mayor, del nivel de desempleo.
Un retroceso de décadas, según el consenso de estimaciones.
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En cuanto a quién impone las políticas de austeridad hay que distinguir entre
los voceros de la ortodoxia y la aritmética pura y dura de las cuentas públicas.
Es innegable que la Señora Merkel reza a diario sus plegarias ordoliberales –el
liberalismo de genuino tinte calvinista que impregna la conducta de la dirigente
teutona- invocando el alejamiento de sus fronteras de la plaga de la inflación y
el contagio de la molicie sureña. Tampoco es disimulable que como primer
contribuyente de fondos en todos los programas europeos exija a Bruselas el
cumplimento a rajatabla de la normativa comunitaria, papel que Olli Rehn y sus
acólitos ejecutan disciplinadamente. El Pacto fiscal está ahí y el procedimiento
de déficit excesivo debe acercar las situaciones fácticas a los objetivos pactados.
Pero todo esto son reglamentos interpretables y nadie puede imputar falta de
flexibilidad a Bruselas. Por ejemplo, el ritmo de reducción del déficit español va
a ser ralentizado por tercera vez en tres años.
¿Dónde reside, entonces, el imperativo de nuestras políticas de austeridad? La
respuesta es bastante evidente: en la viabilidad de nuestra economía a medio y
aun a corto plazo. La economía española sigue estando seriamente amenazada y
no nos percatamos de que el aparentemente cómodo porcentaje del 6,3%
asignado al déficit fiscal español para 2013 es en realidad un caramelo
envenenado que supone en el mejor de los casos 63.000 millones de gasto
público que no se cubrirán con ingresos presupuestarios. Y,¿cómo se financia
esa diferencia? Pues sencillamente, llamando a la puerta de los mercados
financieros y emitiendo un importe adicional de deuda pública. ¡Y van 910.000
millones de deuda total en un escenario de suma y sigue! Contener el gasto y
aun recortarlo constituye una experiencia dolorosa, pero es menor que el que se
produciría con la quiebra del país, como estuvo a punto de ocurrir a mediados
de 2012.
¿Significa esto exonerar a la Señora Merkel de la crisis periférica y aun de la
crisis de la eurozona en su conjunto? En modo alguno. Porque Alemania no está
respondiendo con las correspondientes políticas expansivas en justa
reciprocidad a las contractivas de los países deudores. Elevar la retribución de la
nómina pública teutona y reducir el nivel de los impuestos de su ciudadanía
desembalsaría cuantiosas sumas de Renta disponible, una parte de las cuales se
destinarían al consumo de bienes y servicios españoles que engrosan nuestra
Balanza comercial. Suspenso, con rabia, por lo tanto, a Alemania y, de paso, al
resto de sus halcones superavitarios.
Entretanto, al día de hoy, el flanco financiero de nuestra economía atraviesa un
periodo de estabilidad. La coyuntura es propicia para adelgazar la estructura
productiva del país y hacerla más competitiva en un futuro estable que todos
deseamos próximo. Para ello es necesario concluir la travesía en el desierto
impuesta por una abrupta pero ineludible devaluación interna, de la mano de
las políticas de oferta. No es aventurado concluir que se adivinan signos
esperanzadores de que progresamos por el buen camino.
Un apunte final. Los que presionan a favor de una rebaja de los impuestos,
incluido el expresidente Aznar, deberían repasar la teoría de la equivalencia
ricardiana que recuerda cómo las reducciones fiscales en escenarios de crisis no
estimulan el consumo sino que se dedican a engrosar el ahorro. Además se
incrementaría el déficit fiscal, incumpliendo la senda de ajuste y se aumentaría