1. UNIVERSIDAD YACAMBU
VICERRECTORADO ACADEMICO
FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA/PROGRAMA PSICOLOGÍA
MATERIA/FISIOLOGÍA Y CONDUCTA
Alumno:Marialis Barrios
C.I:V-16.239.767
Profesora: Xiomara Rodríguez
Cabudare Julio del 2017
2. La ira es una emoción que nos acompaña a lo largo de nuestra
vida. No en vano, la ira siempre esta presente en situaciones de
conflicto, ya sean con otros o con nosotros mismos y puede
oscilar desde una leve irritación hasta el más profundo de los
odios.
Cuando percibimos que somos tratados injustamente, cuando nos
sentimos heridos o cuando vemos dificultada la consecución de
alguna meta importante, sentimos ira. Sentir esta emoción en
estas circunstancias nos predispone a la acción en un intento de
protegernos de aquello que nos hace daño y que es el origen de
esta emoción.
3. El cerebro controla nuestras emociones. Sí, por muchos corazones que dibujemos cuando
estamos enamorados o que sintamos que nuestro corazón se puede romper por tristeza,
no es éste el órgano que maneja nuestras emociones. Es cierto que cerebro y corazón
están relacionados, puesto que el corazón palpita a ritmo diferente en función de las
emociones que nuestro cuerpo siente, pero es el cerebro el que tiene el mando. Y no
todo el cerebro, sino una parte muy concreta: el sistema límbico.
El término ‘límbico’ fue acuñado en el año 1878 por el médico y científico francés Paul
Broca, para designar un área compuesta por tres estructuras cuya función está
relacionada con el aprendizaje, la memoria y las respuestas emocionales. Está situado
justo debajo de la corteza cerebral y está formado por el tálamo, el hipotálamo, la
amígdala cerebral y el hipocampo.
4. El sistema límbico es la zona del cerebro que dirige nuestras emociones y
nuestras sensaciones más primitivas: aquellas relacionadas con la supervivencia
(como por ejemplo el miedo y la ira) y con las sensaciones del ser humano en
torno a nuestro comportamiento sexual. De hecho, muchos científicos han llegado
a llamarle el ‘cerebro reptil’ puesto que se encarga de nuestros instintos más
básicos. Es una de las partes de nuestro cerebro que tiene mayor antigüedad.
Tiene más de dos millones de años y aún es capaz de controlar ciertos
comportamientos y sensaciones que hoy en día nos parecen muy racionales: el
cortejo, el buscar pareja para casarse, el buscar otros seres humanos que nos
dirijan o buscar una casa.
5. La ira dificulta la asimilación de conocimientos, en muchas ocasiones impidiendo
totalmente el proceso de aprendizaje.
La ira desvía la atención y paraliza la memoria activa vital para aprender.
Los centros nerviosos y los neurotransmisores que regulan las emociones y la
motivación están involucrados en el proceso de aprendizaje también.
Es necesario regular la intensidad de la emoción (ira) para evitar el bloqueo
inconsciente de la información.
6. El objetivo del manejo de la ira es reducir los sentimientos y el despertar
fisiológico que provoca. A veces no podemos deshacernos de las cosas o las personas
que nos enfurecen, ni se pueden cambiar, pero podemos aprender a controlar
nuestras emociones.
Hay pruebas psicológicas que miden la intensidad de los sentimientos de cólera, la
propensión y la eficacia en su manejo. Pero es muy probable que quien sea colérico
resulte el primero en saberlo. Si actuamos de manera descontrolada o amenazante,
es posible que necesitemos ayuda para encontrar mejores formas de lidiar con esta
emoción.
Las personas que se enojan con facilidad, por lo general tienen, a lo que conocemos
como baja tolerancia a la frustración, sienten que no deberían haber sido sometidos
a la frustración, la incomodidad o molestia. Ellos no pueden tomar las cosas con
calma, y son particularmente exaltados si la situación parece de alguna manera
injusta: por ejemplo, que los demás les corrijan por un error sin importancia.
Hay diferentes causas, por ejemplo genéticas o fisiológicas. Tenemos evidencias de
que algunos niños se muestran más irritables desde edades muy tempranas. Existen
causas socioculturales, la ira se considera un sentimiento negativo, del mismo modo
que se nos facilita la expresión de sentimientos como la ansiedad o la depresión, no
se permite mostrar nuestro enojo con la consiguiente dificultad para aprender
mecanismos que nos permitan manejarlo o canalizarlo constructivamente. La
investigación también ha encontrado que los antecedentes familiares juegan un
papel importante como modelo de aprendizaje asociado a los problemas de
comunicación emocional.
7. Trastorno Explosivo Intermitente (TEI)
Trastorno de Estrés Postraumático Depresión Mayor
Trastorno de Personalidad Limíte Trastorno de Personalidad
Antisocial
Enfermedades del Eje III (hipertensión esnecial, enfermedad
coronaria) En el manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales (DSM)
8. La ira trastorna psicológicamente a la persona y produce alteraciones fisiológicas
que perjudica el sistema circulatorio, eleva a límites peligrosos la tensión arterial,
tensa la musculatura corporal y acelera la respiración, lo que en suma, menoscaba
la salud por el estrés extremo que impulsa. Emergen trastornos del sueño como el
insomnio y perturbaciones en la alimentación y digestión. Todo ello sin mencionar
el perjuicio que les infringe a los demás con sus acometidas verbales o físicas.
El ataque de ira, o ataque explosivo intermitente, se caracteriza por episodios
coléricos y violentos, en los que la persona no puede controlar estos impulsos de
ferocidad y de pérdida del control mental y emocional, comprometiendo la
seguridad de otros, insultándolos o lesionando, o dañando todo a su alrededor sin
medir las consecuencias.
El control de la ira comienza al tomar conciencia de que se tiene un problema y se
busca ayuda profesional.
La terapia se centra en reorganizar la forma de pensar, aprendiendo a hacerlo de
forma positiva y abandonando los pensamientos negativos. Asimismo, se busca dotar
a la persona de herramientas y mecanismos que le permitan proporcionar los hechos
acorde a su justa dimensión, con razonamientos lógicos. Se le enseña al paciente a
mantener el control emocional de manera permanente y a suprimir, con técnicas de
pensamiento y respiración, el momentum explosivo.
9. Relajación
Técnicas sencillas de relajación como el control de la respiración y la visualización de
imágenes agradables, se han demostrado muy eficaces así como, ejercicios de control como
el yoga y la meditación. Ver también en nuestro apartado de «Preguntas Frecuentes» la
técnica de relajación de Jacobson y la técnica de relajación para niños de Koeppen.
Reestructuración cognitiva
En muy pocas palabras podríamos decir que esto significa “cambiar la forma de pensar”. Las
personal coléricas tienden a maldecir, jurar y expresarse en términos muy alterados que
reflejan sus pensamientos internos. Cuando estamos enfadados los pensamientos suelen ser
muy exagerados y dramáticos. Se trataría de sustituir estos pensamientos por otros más
racionales y adaptativos, huyendo de descalificaciones y términos “absolutos” que no nos
permiten procesar con relatividad la situación que desencadena nuestra rabia. Es normal que
tengamos sentimientos encontrados con alguna persona o situación, es lógico sentirse
frustrado, decepcionado o dolido con ello pero sin llegar a generar ira o emociones tan
desproporcionadas. Este proceso no es fácil ni automático, es más bien el resultado de un
esfuerzo y un cambio gradual para el que podemos necesitar la ayuda de un especialista.
10. Solución de problemas
En ocasiones la ira y la frustración son causadas por problemas reales e ineludibles de
nuestras vidas, son respuestas naturales. También aumenta la frustración la falsa
creencia de que todo problema tiene una solución, cuando descubrimos que este no es
el caso, resulta más adaptativo dejar de centrarse en la búsqueda de la solución y
buscar las estrategias para manejar y enfrentar el problema.
Se trata de hacer un plan y controlar su evolución a lo largo del proceso, no tanto de
encontrar salidas inmediatas al problema evitando creencias del tipo “todo o nada”
Mejorar la comunicación
Las personas enojadas tienden a centrarse en los hechos y en las conclusiones que,
muchas veces son del todo inexactas. Lo primero que debemos hacer en una discusión
acalorada es reducir la velocidad y el volumen de nuestro discurso y pensar bien lo que
decimos, no decir lo primero que se nos venga a la cabeza. Al mismo tiempo hay que
escuchar al otro y tomarnos nuestro tiempo antes de contestar. Es normal ponerse a la
defensiva cuando nos sentimos criticados, pero no “luchar”. Mantener la calma puede
prevenir que la conversación no acabe siendo un desastre.
11. Usar el humor
A veces el humor puede ayudar a calmar la rabia, nos ofrece una perspectiva más
equilibrada y relativiza los hechos.
El doctor Deffenbacher comenta que el discurso subyacente de las personas enfurecidas
suele coincidir con afirmaciones como “las cosas son como yo digo” “es lo lógico, lo
moralmente correcto” cambiar de opinión para ellos es una humillación insoportable. El
doctor nos anima a imaginarnos como dueños del mundo y de la situación con el resto de
las personas a nuestros pies hasta que la idea resulte absurda e irrisoria, no poseemos
verdades absolutas, no somos dioses.
Hay que tener precauciones con el uso del humor, no se trata de reírse de nuestro
problemas, más bien utilizar el humos para enfrentarlos de manera más constructiva.
Tampoco nos podemos dejar llevar por el humor sarcástico y ácido que puede convertirse en
expresión agresiva. Se trata de tomarse las cosas algo menos en serio y de manera menos
negativa.
12. Cambiar el entorno
A veces es nuestro entorno inmediato el que nos da motivos para estar irritados, las
responsabilidades y los problemas pueden convertirse en “trampas” llenas de
acontecimientos y personas que nos alteran.
Es necesario tomarse un descanso que podemos programar en las horas más estresantes
de la jornada. Se pueden establecer códigos como el dedicarnos a nosotros mismos
unos minutos después del trabajo y antes de afrontar las rutinas caseras y las demandas
de los demás componentes del núcleo familiar.
Se pueden controlar variables del ambiente como el hecho de evitar discutir si nos
encontramos cansados, basta con cambiar los tiempos dedicados a hablar de hechos
relevantes, para que la conversación no se convierta en discusión. Se puede moderar el
volumen de la comunicación, se pueden plantear alternativas de cambio, modificar los
espacios para conversar, no centrarnos selectivamente aquello que nos irrita, etcétera.
El objetivo es mantener la calma.
13. Cuando la ira está realmente fuera de control, si nos perturba en nuestras
relaciones interpersonales o en los aspectos importantes de la vida; se puede
valorar la posibilidad de buscar ayuda profesional y asesoramiento para aprender
a manejar con eficacia estos sentimientos. Un psicólogo clínico puede trabajar
con nosotros en el desarrollo de las estrategias necesarias para cambiar nuestros
pensamientos y nuestro comportamiento.