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BIBLIA CATOLICA, ANTIGUO TESTAMENTO, INTRODUCCION A LOS PROFETAS, PARTE 18 DE 47
1. lntroducción
a los Profetas
Hablando entre cristianos, debemos siempre precisar qué entendemos por profeta y
profetismo, pues por lo general estas palabras se interpretan en una manera bastante
discutible. Para muchos, los profetas son algo así como videntes que ya antes de Cris-
to anunciaron su venida para salvar al mundo. Y cuando estas personas se ponen en
contacto con los escritos proféticos quedan desconcertadas, no encuentran lo que bus-
caban, y la idea que tienen de ellos les impide descubrir ei senticlo de ios textos.
El profaa en fsrael
Desde la más remota antigriedad el hombre ha tratado de conjurar la fatalidad de
un porv'enk que se le escapa. Adivinos, necrománticos y astrólogos han pululado en
las cortes reales para predecir a los grandes de este mundo su futuro. Asimismo, los
que adivinaban la suerte cumplían en medio del pueblo las mismas funciones, tal
como lo hacen hoy las gitanas, los mediums y los redactores de horóscopos. En el
Antiguo Testamento encontramos muchas manifestaciones de este intento de unos y
oEos por conocer el powenir: Saúl, disf¡azado de campesino, se dirige a la aldea de
En Dor para consultar a los muertos (l Sam 28), miantras que un siglo y medio des-
pués, cuaro profetas capitaneados por Sedecías, hijo de Canana, predicen la victoria
de los reyes de Israel y Judá reunidos en la corte de Samaria (l Re 22).
Los <<hermanos profetas»» que aparecen en los primeros tiempos de la monarquia
tendrán algunos puntos en común con esos profetas de profesión. Dios, en su peda-
gogía de padre, respetará las etapas necesarias para llevar a su pueblo a una madurez
más plena; por eso, aceptará por un tiempo hablar a su pueblo a través de esos medios
primitivos y ambiguos. Sin embargo, los profetas de Israel se apartarán muy Épida-
mente tanto de las bandes de exaltados, como de Ia gente muchas veces sencilla y sin-
cera que estimulaba la fe popular a través de sus manifestaciones carismáticas, así
como también de los charlatanes que abusaban del miedo ante el futuro y que viüan a
costa de ello (cf Am 7,12).
Cuando se na¡rará la historia de la ascensión de Saúl alarealeza, será aprovechada
esta ocasión para precisar que antes se decía <<vidente>», pero que ahora se dice <<profe-
ta» (1 Sam 9,1l). Si bien se puede traducir por <<vidente» la palabra hebrea Ro'éH, es
muy dificil, en cambio, acertar el sentido exacto de la palabra NaBI', que significa
tanto el que es <<llamado»> como el que <<proclama»». La Biblia griega zanjlla cue¡¡ión
al decir que «profetar» es el que «habla en nombre de Dios».
Mientras en las cortes orientales los «üdentes» constituyeron un cuerpo particular
al lado de otros funcionarios reales, en Israel, en cambio, el profeta llarnado por Dios
y que vivía en la fe hablar¿ de parte de Dios con total independencia.
Un pueblo de profaos
El profetismo en Israel era, pues, en primer lugar, un acto de fe en la inagotable
fidelidad de Dios; un acto de fe que se comunica p¿ra provocar la conversión del
corazón y la respuesta activa al llamado de Dios. Y a esto se debe el que en varios
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pasajes de la Biblia parezca extrañarse de que el espíritu de los profetas no se haya
comunicado a todo el pueblo de Dios. Ya en el Pentateuco encontramos ese episodio
en que el Espíritu se comunica no sólo a los que habían venido a recibir a Moisés
§úm 11,24), sino también a ios que no habían podido venir, y vemos cómo interpre-
ta Moisés ese hecho. Más tarde, Joel volverá sobre este punto: al fin de los tiempos el
espíritu de los profetas será comunicado a todos (Jl 3,1).
Existe, pues, en la Biblia una época de los profetas, que corresponde más o menos
al período de los Reyes, desde el reinado de David hasta el siglo II después del regre-
so del destierro. Pero cuando parecía que se extinguía el Espíritu y que el «cielo se
cerrabo>, el pueblo permaneció a la espera de los tiempos del Mesías, en los que sería
restablecida la comunicación con Dios.
Verdaderos hontbres
EI profetismo no está ligado a un tipo de caracter o a una condición social. Isaías
era un noble, uno de esos a quienes el Nuevo Testamento llamará los Ancianos y que
eran los descendientes de los jefes de las tribus o clanes de la época nómada.
Jeremías, Ezequiel y Zacartas, después del exilio, eran sacerdotes del templo de Jen¡-
salén; pertenecían, por tanto, a la tribu de Leví, elegida para el culto divino. Amós no
era probablemente el <grofeta pastoD), aunque la imagen sea bell4 pues el término
utilizado para designarlo sugiere más bie¡r un escriba que tenía a su cargo el ganado
real dado en arriendo. Oseas y Jonás, hijo de Amitay, inmortalizado por el cuento del
que es protagonista, son originarios del reino del norte, donde ejercen su ministerio.
En cambio Sofonías probablemente vino del norte de Jerusalén en medio de los refu-
giados que huían de la invasión asiria al reino de Samaria. Miqueas es de origen cam-
pesino, de Moreset, al sudoeste de Jerusalén, pero es de familia culta, probablemente
cercana a los «sabios>> de Judá.
Los profetas no son títeres inanimados en las manos de Dios, sino hombres poseí-
dos por el Espíritu que han madurado a través de una experiencia espiritual excepcio-
nal, llamados a hablar a su pueblo en nombre de Yavé y que conservan en su predica-
ción las riquezas y limitaciones de una época determinada, de un medio y de una
historia personal que hizo de cada uno de ellos un ser bien caracterizado e indiüduali-
zado, un ser único.
Una visión profética de la Hktoría
Los profetas acompañan a Israel a lo largo de todo su andar, porque Israel tiene un
camino que recorrer. En la fe de Israel la Historia no.se arrastra en el ciclo infemal de
un etemó empezar de nuevo, tal como lo veían los paganos. El Pueblo de Dios sabe
que el hombre ha salido de Dios y que vuelve a Dios. Su historia no es ciertamente un
camino rectilíneo, sino que esá iembrada de debilidades, fracasos y pruebas, y tam-
bién de tiempos de prosperidad, de alegrías y luces; pero para el hombre de fe una
cosa es cierta: el camino está siempre abierto, abierto al amor y a la misericordia de
Dios, reordenado por el poder de su Salvación y que al final desemboca en una comu-
nión etema con é1. Es desde esta perspectiva que debemos leer y releer todos los tex-
tos de los profetas, a favés de los cuales «ha hablado el Espíritu Santo», tal como nos
lo dice el Credo. Reproches y amen¿rzas, palabras de esperanza y de restauración,
todo ello manifiesta el amor del Padre que prepar4 corrige y moldea a su pueblo, para
que sea capaz así de acoger en su Hijo la plenitud de la Luz y de Ia Salvación (cf Heb
l, l-2).
No hay, pues, que extrañarse de que gran parte de la historia de lsrael haya sido
escrita en torno a los profetas. Para ellos no se trataba de relatar una crónica de los
hechos pasados, sino de interpretarlos para descubrir en ellos el modo de actuar de
Dios y los cambios por los que fue pasando su Alianza.