SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 195
Xiomara Arredondo
Lo de Xiomara Arredondo todavía estaba ahí. El cuento ese que le inventaron hace días. Que
estaba en tinieblas, cuando apareció el Gran Señor. Ese que, según dicen, la tuvo primero.
Antes de ser ella hoy lo que antes era. Y me di a la tarea de buscarla para escuchar de palabra
suya, si era verdad o mentira. Fui hasta donde vivía antes. Y me dijeron que no; que desde el
siete de febrero se mudó. Que no saben para donde. Y qué razón alguna dejó. Ni para mí ni
para nadie. Solo que se iba y que no la buscaran más. Ni aquí ni allá. Ni en ninguna parte
tampoco.
En verdad tenía afán de encontrarla. Fui por ahí caminando. Preguntando si la han visto
siquiera. Por lo mismo, vuelvo y digo, qué pasará con ella. Abandonó su lugar sin decir adiós ni
nada. Sin siquiera expresar por qué camino cogió. Recuerdo si, que una noche cualquiera, me
dijo no voy más; porque en este mundo voraz no quiero ni vivir ni estar. Que mi dolor es
profundo me dijo. Que no me podía contar lo que en otro lugar pasó con ella.
Y del mismo recuerdo aquel, entresaqué una verdad que deduje cuando de tanto hablar, até
cabos sin par. Y leí lo que logré entrelazar. Siendo una historia absurda y triste a la vez. Que se
hizo mujer en brevedad de tiempo. No tuvo hogar seguro. Ni siquiera como simple apoyo para
ayudarla a caminar en la vida. Que no tuvo edad para amar. Que, por lo mismo, entró en eso
de dar su cuerpo al postor primero y mejor.
Y se siguió yendo. Andando pasos perdidos; sin lograr nunca sentirse amada. Sin encontrar
refugio, que al menos su pulsión descansara. Que, al menos, descanso fuera. Para ella y para
quien llegó a ser fruto sin quererlo. Y de camino en camino, estuvo en la otra orilla. Brincó el
océano raudo. Como rápido es soñar que va a enderezar lo habido. Buscó el atajo siempre;
tratando de no perder la punta del hilo para volver. Aun así, de dolor en dolor, llegó al punto de
no retorno. Como queriendo decir con eso, que tocando fondo estaban su pasión y su albedrío.
Y, con ella, y por supuesto Germancito que crecía; sin hallar lo que quisiera. Que no era otra
cosa que ser sí mismo. Su estructura mental iba más allá que el perfil todo de Xiomara. Era algo
así como un dotado extremo. De esos que no se encuentran ahí no más. Diría yo, ahora, ni
cada doscientos años.
Luego que perdí su rastro no tuve sosiego. Lo mío hacia ella, siempre ha sido y será verla mía.
No más, ahora, vuelven a mí esos dos días en Cali. Ella y yo, en la sola piel. Revoloteando a lo
torbellino. Una danza herética de no acabar nunca. De torsiones ajenas. De esas que ella y yo
vimos cualquier da; en sueños dos. El de ella y el mío. Ella avasallada, como diosa que se
otorga. Yo, como sátiro en bosque, buscando cualquier sexo perdido.
Fui hasta su océano; el mismo que atravesó otrora. Y pregunté por ella al viento. No supo que
decir. Lo increpé por su no recuerdo. Y me devolvió el silencio, como única respuesta. Bajé en
profundo. De agua y sal fue mi bebida. Todo para no encontrarla. Todo para ella seguir
perdida.
En cualquier lugar, un día cualquiera, encontré a Germán. Ya no Germancito. Y me dijo no la he
visto. Ya casi ni la recuerdo. Por lo mismo que mi madre me dejó en el camino. Sin notar
siquiera que yo la amaba y que en disposición estaba de buscar a su lado mi destino. O el de
ella. O el de los dos. Y vagué por el mundo, me dijo. Desde el Pacifico violento. De mar a mar.
De Buenaventura a Malasia. Desde Antofagasta hasta la India. No vi huella de ella. Pero
escuchaba su voz a todo momento. La veía en sueño recurrente. Recordaba sus espasmos; sus
gritos; sus susurros. Como cuando mi padre la amaba. Por lo menos eso dijo una noche. Entre
sueños y desvelos.
Dejé al Germán sin rumbo. Yo cogí el mío. No otro que el mismo, enrutado por mi brújula
doliente. De amor y de vértigo. De ternura y de deseo. Fui a recabar en Angola. Conocí sus
pesares y sus soledades. De Colonia abandonada a su suerte. Una vez saqueada; arrasada,
violentada. Nadie, allí, supo que fue de ella. Ni la conocieron siquiera.
La mañana en que me contaron lo que, según dicen pasó, estuve yendo y viniendo en lo que
hacía. No me interesé al comienzo. Pero, en el mediodía entré en el tósigo de los celos.
Revolqué mi silencio. Una copa tras otra para ahogar, como en la canción, la pena de no
tenerla. Odié a quienes vinieron. A los que, según dicen, la vieron al Gran Señor atada. Como a
remolque. Como suplicante mujer que juntando mil palabras hacía de lo dicho un sonajero de
expresiones, como doliente insaciada. Como náufraga asida a cualquier trozo de viento
benévolo.
Noche aciaga esa. Perdido en las calles. Con pasos de caminante perverso. Que busca lo que ha
perdido y que, a conjuro, envalentonado quiere hacer venganza; así sea lo que fuere; no
importándole si en ella moría Xiomara o su amante. En esas estaba, cuando en la penumbra de
una esquina, encontré a quien fuera su amigo del alma. Santiago era su nombre. Porque hice
que así fuera; como quiera que en su cuerpo clavara tres veces el puñal que llevaba en cinto
desde la víspera. Desde ese día anterior; o desde el mismo día, no sé.
Y seguí con los mismos pasos andando. Ni siquiera corrí; porque para que hacerlo si me di
cuenta que no era Santiago el Señor que a Xiomara poseyera. No recuerdo si por vez primera.
O si primero fui yo en el inventario de sueños que en mi memoria estaban. Azuzándome
siempre para que yo mismo tejiera la urdimbre malparida. Para que buscara siempre en ella su
hendidura hermosa que daba vueltas en mi cabeza. Solo eso; no otra cosa.
La mañana nueva, me encontró en cama tendido. Desnudo, casi rígido. Con mi asta enhiesta.
Con mi mirada puesta en el pubis de Xiomara, la recordada y deseada. Como obnubilado sujeto
de la Inquisición venido. Con la heredad de los machos que van buscando tesoros como ese de
mi mujer deseada.
Otro mediodía, ahora en Sucumbíos. No pierdo el referente del Pacífico trepidante. Estuve en
esa selva hiriente. En esa soledad de caminos. Ni mujeres, ni hombres había. Solo ese viento
ligero que estremece. Por lo mismo que es viento de ausencia. Ninguna indagación posible,
entonces. Simplemente oteando. Aguzando mi olfato de pervertido. Que hace de cada día una
una visión, un relato de ese tesoro acezante; de Xiomara o de cualquiera otra hembra invitando
a ser poseída. Por mí o por cualquiera.
Germán volvió del periplo. Lo encontré un lunes de marzo. Con la sujeción de quien espera ver
a su madre. Con la juntura de palabras desparramadas. Con el arrebato del hijo que extraviado
sigue; sin encontrar nunca lo que quiere y persigue. Desde el día mismo en que, a mitad de
camino, Xiomara Arredondo lo abandonó. Este Germán se hizo mi par en la búsqueda. Juntos
estábamos, allí. Ese día lunes, siendo ya tarde. Cuando nos sorprendió la luz de Luna,
alumbrando el paisaje. Y vimos pasar a Xiomara de la mano del Gran Señor. Diciéndonos adiós
con sus manos. Cuando la luz se apagó; sentimos que una sombra pasó. Siendo, como en
verdad era, un cortejo de muerte. Con Xiomara Arredondo muda, envejecida, diciéndonos no
busquen más que de la tumba he vuelto para verlos de dolor cubiertos. Para decirles que yo
ningún Gran Señor tuve. Solo a ustedes dos. Padre e hijo que son.
Viajero perdido
En vela pasé la noche. Acompañado, no más, por el travieso reloj. Dando cuenta de las horas
perdidas, ya pasadas. En rigor, para mí, las señales del tiempo, no son otra cosa que vivir
ensimismado en mí mismo. Con un sinnúmero de cargas expuestas. Hasta que maduren. En
dejación del espacio. Por lo mismo, succionado por el eterno vagar, cada quien, haciendo del
cuerpo mismo un latir constante.
Y es que tenía pensado jugar a la ruleta. Esperando perder la vida en eso. Y este día que
comienza. Tan ávido de la última proclama del Gran Jefe. En verdad, me siento cansado. Con
los residuos de la madrugada hechos trizas. Y más ahora, que debería tener el cerebro limpio.
Para poder ensayar lo que soy. Al pie del día que no entendiendo. Se vinieron los momentos
juntos. Como tósigos inveterados, parsimoniosos.
También recuerdo a Ariel, mi amante en las sombras milenarias, acompañadas por los estigmas
insaciables. En tiempo pasado, lo amé con la fuerza de Hércules. Siendo, este sujeto, mi yo
primo. Adquirida a fuerza de vivir su nostalgia. Por los tiempos idos. Ariel engarzado por los
hilos de la vida. Desde el mar hasta el obscuro cielo, hasta el obscuro velo. Con sus diminutos
puntos iridiscentes, A cada momento infinito. Sin reconocer la holgura de tiempo pasado.
Además, viviendo entre el estrecho camino al Sol y camino, en vaivén, hasta pasar, de lejos,
viajando hasta el límite de la galaxia nuestra. Tal vez, con ganas de traspasarla hendiendo mi
cuerpo, en su cénit ampuloso. Dotado de una y mil maneras de ser invaria ncia pertinente, al
momento de localizar la bruma, entretejida en los hilos gruesos de los celestes móviles. Los
hechos antes y. los ahora renovados. Siguiendo la huella de los mundos no conocidos.
Y sí, que me quedé perdido en tanta infinitud hecha. Buscándolo a él, penitente extraviado. Una
luciérnaga que nació con solo andar pétreo. Acucioso hombre mío. Dotado de los frutos todos.
En madre natura viviente. Repasé mi bitácora. Como anhelante sujeto que no regresaré nunca
más a mi entorno recordado, querido. Pero, ahora, convertido en simple sujeto, al garete,
Como si no hubiese vivido en él; con la potencia de cuerpo, indisoluble, erguido. Como
prepotente sujeto.
Lo de ahora, en mí, no es aspaviento en palabras torcidas. Es, más bien, una juntura de fuerzas
adormecidas. Como ir yendo hasta que todo mi ser se escurra; en la medianía soterrada. Con o
sin viento a favor del viaje, Simplemente, entiendo que soy expósito ser. Naufragado en esa
totalidad de espacio abierto. En espera de mi Ariel vivido en mí, desde que este escenario fue
creado. Y, él, no está conmigo; precisamente porque hizo de su viaje eterno, una constante
topológica. Como venida a menos. Solo con su cuerpo pegado a las lunas encontradas en la Vía
Láctea como soporte de lo que ya vino y lo que vendrá para ella, Insumisa novia querida. Allá
en los atardeceres vividos a dúo. Acicalados con el viento sereno, a veces. Explosión de mares,
otras.
Mi yo viajero milenario, se hizo hospedante sonoro. A fuerza de escuchar los trinos de los
cantores todos. Como tratando de ilusionar mii sujeto entero. Viviendo de premoniciones
baldías. Allá donde viví la vida, Y que no será más la tuya, ni la mía.
Moviola
Un lugar para amar en silencio. Ha sido lo más deseado, desde que se hizo referente como
persona ajena, a los otros y las otras. En ese mundo de algarabía. En este territorio de infinito
abandono, con respecto a la esperanza. Y a la vida, en lo que esto supone crecer. De ir yendo
en procura de las ilusiones. Un deambular casi sin límites. Como expósito itinerario. En veces de
regreso al pasado. En otras, asumiendo el presente. Y, otras, con la mira puesta hacia allá.
Como rodeando los cuerpos habidos, arropándolos con el manto que cubrió el primer frío.
Y sí que, Luis Ignacio, fue decantando cada una de sus ideas. Como cosas que vuelan. Que
volaron desde que la humanidad empezó el camino. En el proceso de transformación. Todo en
un escenario sin convicciones sinceras. Más bien, como en alusión a lo perdido desde antes de
haber nacido. Y Luisito, como siempre lo llamó su madre, estuvo en la situación de invidente.
Nacido así. En la obscuridad tan íntima. Se fue imaginando el mundo. Y las cosas en él. Y el
perfil de los acompañantes y las acompañantes. Cercanas (os). Y se imaginó los horizontes. Las
fronteras. Los territorios. Todo, en el contexto de lo societario. Y se encumbró en el aire. Y en
las montañas insondables. Y las aguas de mares y ríos. Aprendió a llorar. Y a reír. Editando
cada uno de los momentos, en sucesión.
Al mes de haber nacido, se dio cuenta de su condición de sujeto sin ver. Todo porque su madre
lo supo antes que él. La intuición de todas las madres. Que Luisito la miraba sin verla. Y se
dedicó a enseñarle como se tratan los momentos, sin verlos. Como se hace nexo con la vida de
los otros y las otras. Aprendió, de su mano, a ver volar los volantines de sus pares infantes. A
seguir la huella de los carritos de madera. De los trencitos hechos con el metal que ya existía
antes de él y de ella. Siguió, con sus ojos tristes, velados, el camino que llevaba a la ciudad
centro. A mirar el barrio. Y la casa suya. Y fueron creciendo en la pulsión que significa asumir
retos y resolverlos.
Se acostumbró a sentir y palpar las violencias. Las cercanas. Y las de más lejos. El hilo
conductor de las palabras de Eloísa Valverde, despejaban dudas. Y, en la escuelita, emprendió
la lucha por alcanzar el conocimiento trascedente. A medir la Luna. A imaginar su luz refleja. A
dirigirse, en coordenadas, al Sol. A entender el régimen de la física que estudia los planetas
todos. Allí conoció a su Sonia. La amiguita volantona. Amable, radiante. De ojos como los
suyos. Negros, inescrutables. Vivos en el silencio de la noche constante. Y aprendió a hablar
con ella de todo lo habido. De los rigores del clima. De la exuberante naturaleza amenazada.
De la química del universo. Y de los códigos ocultos de las matemáticas infinitas. Y del
significado de las voces agrias. Atropelladas, envolventes. Ácidas, disolventes. Pero, al mismo
tiempo, las voces de los sueños. De la ilusión. De la vida compartida. En la bondad e
iridiscencia. Y, juntos, vieron los colores mágicos del arco iris. Enhebrando cada instante.
Soplando el azul maravilloso. Y succionando el amarillo cándido. Y vertiendo al mar los tonos
del verde insinuado. Y, avivando el rojo magnífico.
Y aprendieron a conocer sus cuerpos. Con las manos. De aquí y de allá. En un obsequiarse, en
el día a día. Palpando sus cabezas. Y sus caras. Y sus vientres. Y sus piernas. Todo cuerpo
elongado por toda la inmensidad de los decires. Y caminaban camino al Parque. Manos
entrelazadas. Risas volando a lo inmenso del firmamento cercano. Y hablaban, en la banquita
de siempre. Y lloraban de alegría, cuando escuchaban y veían el ruido de los niños y las niñas
jugando. Siempre, ella y él, asumiendo el rol de la gallina ciega estridente. Sabia. Corriendo.
Tratando de superar, en velocidad, al sonido y a la luz, su luz suya y de nadie más.
Fueron creciendo, envueltos en la magnificencia de los árboles. Entendiendo cada hecho. Fino o
grueso. O, simplemente, atado al estar lúcido. Y corrieron, siempre, detrás del viento. Hasta
superarlo. Y sus palabras, orientaban el quehacer del barrio. De sus gentes amigas. Y, cada día,
se contaban los sueños habidos en la noche dentro de su noche profunda. Y nunca sintieron
distanciamientos. Ella y Él, con sus secretos y sus verdades. Escritas en las paredes de cada
cuadra. Dibujos de pulcritud. Las aves. Y los elefantes expandidos. De la María Palitos, en cada
hoja. De los leones anhelantes. De las cebras rotuladas en blanco y negro. Sus colores ciertos.
Posibles.
Le dieron la vuelta al mundo. Desde el África milenaria. Con todos los negros y las negras, en lo
suyo. Con las praderas y los lagos incomparables. Con el sufrimiento originado en el
arrasamiento de sus culturas y de sus vidas. Por la caterva de bandidos armados, pretendiendo
erosionar sus vidas. Y, ella y él, se aventuraron por los caminos a la libertad. Y soñaron con
Mandela. Y con Patricio Lumumba. Y con el traidor Idi Amín. Y recorrieron Asia, en toda la
profundidad de saberes. De rituales. De razas. De la China inconmensurable. Del Japón en la
quietud dinámica de sus valores. Y vieron a las gentes derretidas en el pavoroso fuego
expandido a partir de la explosión nuclear. Jugaron, en simultánea, con los niños y las niñas, en
Nagasaki Hiroshima arrasadas, Entendieron la dialéctica simple de Gandhi. Y sufrieron los
rigores en Vietnam, cuando el Imperio pretendió aniquilar a sus gentes. Sintieron el calor
destructor del Napalm. Y entraron a los túneles en los arrozales. Y Vieron, en ciernes a Australia
y todo lo no conocido antes. Y volaron sobre los glaciales atormentados, amenazados de
muerte. Y estuvieron en Europa. Con todas las contradicciones puestas. Desde la ambición de
los colonizadores. Su entendido de vida. Como esclavistas. Pero, al mismo tiempo, conocieron a
sus pueblos y de sus afugias. Y recorrieron a nuestra América. Sabiendo descifrar los
contenidos de sus divisiones territoriales. Sobre todo, la más profunda. Norte Y Sur. En esa
fracturación aciaga.
Y sí que, Luisito y la Sonia suya, crecieron sintiéndose a cada paso. Y el barrio. Su barrio, se fue
perdiendo. Lo sintieron en la decadencia. Cuando sus vivencias y las de su gente, fueron
arrinconadas, asfixiadas. Y murieron sus padres y sus madres. Y se sintieron en soledad
profunda. Pero, aprendieron a hacer los cortes y las ediciones de vida. Su vida. Y, en su noche
constante y profunda, se fueron acicalando. Aún, ya, en su vejez. Cuando todos y todas
olvidaron a Sonia y a su Luisito. Y, ella y él, siguieron viviendo su vida. Descubriendo, cada día,
las maravillas y las hecatombes en el infinito universo. En esa brillante noche. Iridiscente.
Hecha con su imaginación y sus ilusiones.
Un bello hechizo
Con razón estoy en el desvarío ampliado. Sí, no más, ayer me di cuenta de lo que pasó con
Anita. La niñita mía que amo. Desde antes que ella naciera. Porque la vi en los trazos del
vientre de su madre, Amatista. Y la empecé a cautivar desde el momento mismo en que
empezó a gozar y a reír. Ahí en el caballito de carrusel primario, íntimo. Cuando, en el cuerpo
de su madre, montaba y giraba. Ella, en esa erudición que tienen los niños y las niñas antes de
nacer; se erigió en guía suprema. Yo, viéndola en ese ir y venir momentáneo, le dije que, en
este yo anciano taciturno, prosperaba la ilusión de verla cuando naciera. O de arrebatarla a su
madre, desde ahí. Desde ese cuerpo hecho mujer primera. Y le dije, como susurrante sujeto,
que todo empezaría a nacer cuando ella lo hiciera. Y le seguí hablando aun cuando escucharme
no podía. Simplemente porque su madre, amiga, mujer, se alejó del parquecito en donde
estábamos. Y me quedé mirando a Amatista madre, en poco tiempo concretada. Y la vi subir al
busecito escolar que ella tenía. Pintado de anaranjadas jirafas. Y de verdes hojas nuevas. Y se
alejó, en dirección a casa. Y yo la seguí con mi mirada. Traspasando las líneas del tiempo y de
los territorios. Sin cesar me empinaba para dar rienda suelta a mi vehemente rechazo por
haberte alejado de mí. Niña bella. Niña mañanera.
Y, en el otro día siguiente. Ella, tu madre, volvió a estar donde nos vimos ayer. Amatista madre.
Como voladora alondra prístina, se sentó en el mismo sitio. En ese pedacito de cielo que había
solo para ella y para ti. Y me miró. Como extrañada madre que iba a ser pronto. Y me dijo, con
sus palabras como volantines libertarios surcando el aire, qué ella nunca me dejaría llevarte al
lugar que he hecho para los dos. Que, según ella madre, ese lugar tendría que albergar tres
cuerpos. Uno inmenso, el de ella. Otro, en originalidad absoluta y tierna, el tuyo. Y, el mío,
sería solo rinconcito desde el cual podría verlas regatear el lenguaje. Elevándolo a más no
poder. Casi, entre nubes ciegas, umbrías. Y que, ella, tejería tus vestiditos azules, rojos,
morados, infinitos los colores. Y que, su mano, extendería hasta el más lejano universo. Para
que, siendo dos, me dijeran desde arriba que yo no podría ser tu dueño. Ni nada. Solo vago
recuerdo de cuerpo visto en la calle. En el parque. Más nunca en el aire ensimismado.
Otra tarde hoy. Yo aquí. Esperándolas. Tú en el cuerpo de ella. Y las vi acercarse, desde la
distancia prófuga, Viniendo del barriecito amado por las dos. El de las callecitas amplias.
Benévolas. Desde esa casita impregnada por el arrebato de las dos mujeres vivas.
Transparentes. Orgullosas de lo que son. Y, tú y ella, con los ojos puestos en una negrura
vorazmente bella. Amplia, dadivosa. Y las vi en el agua hendidas. Como en baño sonoro, puro.
Imborrable. Y agucé mis sentidos. El olor fresco de sus cuerpos. Y el escuchar las risas y las
palabras que se decían las dos.
Hoy, en este sábado lento, estoy acá. Esperándolas como siempre. Y veo que llegan mujeres
otras. Con sus hijos y con sus hijas. Niños y niñas nuevos y nuevas aquí. Pero, mi mirada,
buscaba otros cuerpos. El de Amatista y de Anita, como decidí llamarte. Buscándolas por todo
el espacio abierto. Sentí que no podía más con la nostalgia de no verlas. Y me pesaban las
piernas. Como hechas de plomo basto. Y, mis ojos, horadando todo el territorio. Y miraba el
aire que bramaba. Como sujeto celoso. Como fuerza envolvente,
Pero no llegaron. Ni ella. Ni tu cuerpo en ella. Pasando que pasaban las horas, todo estaba
como hendido en la espesura de bosque embrujado. Y me monté, con mi mirada, en los
carritos pintados que veía. Como siguiendo la huella de su cuerpo y el tuyo en el de ella. Viajero
sumiso. Con el vahído espeso de la tristeza, pegado en mí. Viendo calles. Cerradas ahora, para
cualquier asomo de alegría. Así fuese pasajera, Y llegó la noche. Y, el frío con ella. Eché a
caminar. Llegué a la casita mía. Y las encontré. Dibujadas en la pared. Ella riendo y tú también.
Pero eran solo eso. Dos cuerpos hechos. Ahí. Sin vida. Y, esa misma noche, decidí no vivir más.
Y me maté con metal brilloso. Y mis manos embadurnaron con mi sangre los cuerpos dibujados
por no sé quien
Traición manifiesta
La vi pasar, por ahí. Por ese camino andado antes por ella. Lo que pasa, ahora, es que va de la
mano de Ciriaco Cartagena. Negro ramplón. Traicionero de su propia raza. Hecho como de
plomo hechizo. Fundido en otrora expiación inquisidora. Estuvo en el trajín de llevar y traer
mensajes entre obispos y monseñores. Por allá en ese tiempo de martirologio absoluto. En
cuando ensillaba a la bestia religiosa. Para potenciar decapitaciones en la exponencial. O, ese
mismo negro, asumiendo que lo suyo era reclamarles a reyes y gendarmes. Que le facilitaran la
pócima para limpiar su piel.
Yo sé que, ella, lo eligió. Siendo que, antes, fue negra de libertad crecida. Incendiaria, a lo
bien. Trepidante mujer, en combate. Ires y venires, a su nombre. Por ella acicalados con el
negro absoluto, potente, libertario. Y verla, ahora, en ese nudo perdulario con ese sujeto avaro
en lo que se dice de verdades. Henchido de pobre jerigonza vertebrada con palabras aviesas.
Y no lo digo, yo, por resentimiento o por sangrar por herida. La amé. La ama. La amaré por
siempre. Lo que pasa es que uno, como que envuelve la vida y la cree en enhorabuena
perenne. Yo soy, eso sí, un sinfín de contradicciones. Soy, eso que llaman ahora, sujeto de ir y
venir. En diferente, cada vez. Como si, siendo así, pudiese retornar al comienzo. Cuando era,
apenas, sujeto de ida, en vivo simple. En caída libre, en veces. Diciendo lo que fuere con el
énfasis puesto en el no posible. O, tal vez, será. Siendo yo así, fue que la conocí. En el villorio
relajado. Llamado Hondonada de San Belisario. Un sitio de bravía hechura. En ese pasado de
trochas y de mulas en ellas. Yendo enjalmadas, inocentes, cansadas. Con arriero irascible.
Dador de zurriago y de palos hendidos en su cuero. Expósitas sujetas nobles. Leales.
Y, sigo en lo que iba, esa negra Incendiaria Soto, se hizo mujer de plena locura amatoria. Libre.
Pasión pura. Iconoclasta. Herética. Y se encontró con el Ciriaco, allá. En Compostela Moderna.
Sitio ajado, ya. Desde tiempos de las jerarquías apoltronadas en los ribetes de los jalones en
tierra. Esos que se fueron, en el despiste de la libertad, posicionados como instrumentos de
crueldad infinita. Doctorzuelos en el discurso ampuloso. Como si fuesen veletas que desarropan
el viento. Venidos desde tiempos de horizonte hecho para el abismo. O para el asfixiante yugo
de fierros hechos en el incandescente fuego.
Al verlos pasar, Dije: mírenla y mírenlo. Ella y él ufanados. Con la malparidez alborotada. Con la
ponzoña lista. Paira devastar a todos y todas, los de la otra orilla. En ese inventario manifiesto.
De cosas afanadas. De fisuras puestas al servicio de lo enervante. De lo que duele. De lo que
castiga y destruye.
Un venirse, diría yo, en componenda con la cizaña de la que hablaba el hablador bíblico. Mero
sujeto diciente de cualquier cosa. Pero, a decir verdad, en eso atinó. Cizañero y cizañera, son
ahora ella y él. Como vociferantes, impío e impía.
Yo me quedé silente. Dije nada. Ahí. Y después. Varado, digo yo. Corcho oscilante. Para aquí y
para allá. Embolaté la iridiscencia. Casi perdida quedó. Y, lo punzante por lo bajo, fue que no
me afanó la tristeza por ello. Como en la decadencia absoluta. Como vendedor de pasquines
insultantes, apenas. Sin la vehemencia de antes. Metido en esa pocilga agria.
Se me perdieron en el horizonte trazado por mí. Dejé de verlos, casi en la medianía del pasar.
Fijé mis ojos al piso. Me hice sujeto embobado. Inmerso en la jetuda ignorancia supina. Digno
de ser ejecutado en guillotina doble. Simplemente, porque no les advertía a todos y a todas, lo
que vendría encima. A cargo de los ejércitos depravados. Surtidos por la traición de Incendiaría
y de Ciriaco. Negra y negro en deslealtad con la vida. Naciente. Y la ya hecha.
Río mío. Río de ella
Yo te he propuesto volver conmigo. A este territorio expansivo, lleno de opciones y de
imaginarios vertiginosos. Te lo he dicho, por lo mismo que estoy reivindicando el derecho a
mirarte una vez más. En seguilla de palabras y de expresiones corporales; te he visto en todos
mis sueños habidos desde que volaste. Recuerdo bien ese día. Uno de tantos de enero. Te
acompañé hasta el río nuestro. Y, estando allí, me dijiste que no ibas más conmigo. Tu discurso
se volvió lineal, insípido. No como cuando nos conocimos. Este ahora es pura perplejidad para
mí. Habiéndote visto en tu infancia. Danzante. Con tus piecitos atados a las alas del águila
nuestra. La que vimos, por primera vez, en majestuoso bosque de los dos. Lo habíamos
construido juntos. Tú con lo que tenías. Como queriendo decir que no. Y, yo, aportando mi
visión de universos hechos para ti y para mí. En una corredera improvisada. En ese juego con
el mar. Allá, en donde el agua es más densa. Y colocamos arrecifes para detener las olas
encrespadas y dotadas de una fuerza infinita.
Y te lo dije, diciéndote que no te fueras. Pro ya todo estaba dicho. No más palabras que en vez
de arrullar, laceran. Me regresé como perdido de fe y de memoria. Te fabriqué un ícono. Y lo
puse a la entrada de la casita, la que nos albergó tanto tiempo. La puse para que, quien
pasara, supiera que eras mujer absoluta. Y, al caer la noche, cerré puertas y ventanas. Y me
propuse dormir. Buscando los sueños idos. Cuando estábamos los dos. Dormí, en tiempo, trece
veces más que lo eterno. Buscándote en las soledades del desierto. Y vi tus huellas en el
camino todo. Y soñé más. Viéndote en la lejanía del río que te llevó a ti y a tu barca. Hecha del
ilusionario tuyo y mío. Y, ese nuestro río, siguió raudo buscando al mar. Barquita esa de papel
con hilo trabajado por mi madre. Y la recibiste ese día antes de partir. Y la vieja Baltazara, me
dijo que, siendo ella mi madre; era tuya también.
Bajé de los sueños consecutivos. Justo cuando robaba las alas a nuestra águila que, tú y yo,
bautizamos Esperanza. Tal vez recordando lo que hicimos juntos, ese día de calentura
manifiesta. Tanto que derritieron todos y todas. Menos a nosotros. Alzando vuelo magnífico:
Pensábamos ir hasta donde estuviera quien hizo tus ojos. Lo encontramos en ese extremo que
no conocíamos. Y apareció. Así, ¡de golpe ¡Que yo necesitaba tener otro par como los tuyos! En
alzando las manos, como solo él podía hacerlo. Me susurró que su trabajo ya no era ese. Que
buscáramos a la estrellita que vivía todo enfrente. Pasamos a esa otra orilla. Y le dijimos al
notario de la vida, lo mismo que le habíamos dicho al otro hacedor de estigmas. Y, este otro,
nos dijo que lo que pasó con tus ojos, solo fue laminita de agua. Y que ahí se hicieron los
negros luceros de mi alma bella. Mi mujer que vive la vida, viviéndola tantas veces que ya había
perdido la cuenta. Que lo único cierto era que irrepetibles serían siempre.
Volví a soñar con el río. Y con tu barquita bajándola, estabas tú. Y que habías partido ese lunes,
después de haber hablado con los sabios que no pudieron repetir los ojos que miran y
enloquecen al unísono. Que todo lo nuestro había sido. Pero que ya no era. Que la soledad
solita se prolongaría hasta las setenta veces siete universos juntos.
Al despertar de ese enésimo sueño, corrí tanto y tan de prisa que la velocidad de la luz de las
luciérnagas, quedaron en silencio detenidas. Pasé por los bosques. Cada nada me perdía. Pero,
al momento, volvía a encontrar el río referente. Contigo abordo. Te llamaba a voces, en gritos.
Y tú imperturbable. Y llegué al mar antes que tu barca. Y, cuando llegó, venía íngrima. Y me
contó que te habías bajado a la mitad del viaje. Y que, en voz vibrante me llamabas para
regresar conmigo. Y que, la barquita, te respondió diciéndote que ya era muy tarde. Que yo
había ido hasta el mar y que con él me quedaría
Matar en silencio
Viviendo como he vivido en el tiempo; he originado un tipo de vida muy parecido a lo que
fuimos en otro tiempo. Como señuelo convencido de lo que es en sí. Trajinado por miles de
hombres puestos en devenir continuo. Con los pasos suyos enlagunados en lo que pudiera
llamarse camino enjuto. Y, siendo lo mismo, después de haber surtido todos los decires, en
plenitud. Y, como sumiso vértigo, me encuentro embelesado con mi yo. Como creyéndome
sujeto proclamado al comienzo del universo y de la vida en él. O, lo que es lo mismo, sujeto de
mil voces y mil pasos y mil figuras. Todas envueltas en lo sucinto. Sin ampliaciones vertebradas.
Como simple hechura compleja, más no profunda en lo que hace al compromiso con los otros y
con las otras.
Esto que digo, es tanto como pretender descifrar el algoritmo de las pretensiones. Como si,
estas, pudiesen ser lanzadas al vuelo ignoto. Sin lugar y sin sombra. Más bien como concreción
cerrada, inoperante. Eso era yo, entonces, cuando conocí a Mayra Cifuentes Pelayo. Nos
habíamos visto antes en El Camellón. Barrio muy parecido a lo que son las hilaturas de toda
vida compartida, colectiva. Con grandes calles abiertas a lo que se pudiera llamar opciones de
propuestas. Casitas como puestas ahí, al garete. Un viento, su propio viento, soplando el polvo
de los caminos, como dice la canción.
Todas las puertas abiertas, convocantes. Ansiosas de ver entrar a alguien. Así fuese el tormento
de bandidos manifiestos. Un historial de vida, venido desde antes de ser sujetos. Y los
zaguanes impropios. Por lo mismo que fueron hechos al basto. Finitos esbozos de lo que se da,
ahora, en llamar el cuerpo de la cosa en sí. Sin entrar a la discrecionalidad de la palabra hecha
por los vencidos. Palabra seca, no protocolaria. Pero si dubitativa. En la lógica Hegeliana
improvisada. De aquí y de allá. Moldeada en compartimentos estancos. Sin color y sin vida. Solo
en el transitar de sus habitantes. En la noche y en el día.
Y sí que Mayra se hizo vida en plenitud, a partir de haber sido, antes, la novia del barrio. Tanto
como entender que todos la mirábamos con la esperanza puesta en ver su cuerpo desnudo.
Para hacer mucho más preciso el enamoramiento. Su tersura de piel convocante. Sus piernas
absolutas. Con un vuelo de pechos impecables. Y, la imaginación volaba en todos. Así fuera en
la noche o en el día, en cualquier hora. Con ese verla pasar en contoneo rojizo.
Su historia, la de Mayra, venía como recuerdo habido en todo tiempo y lugar. En danzantes
hechos de vida. Nacida en Valparaíso. De madre y padre ceñidos a lo mínimo permitido. En
legendarias brechas y surcos. Caminos impávidos. La escuelita como santuario de los saberes
que no fueron para ella. Por lo mismo que, siendo mujer, no era sujeta de posibilidades distinta
a la de ser soledad en casa. En los trajines propios. En ese tipo de deberes que le permitieron.
Yo la amaba. En ese silencio hermoso que discurre cuando pasa su cuerpo. Y que, para mí, era
como si pasara la vida en ella. Soñando que soñando con ella. Viéndola en el parquecito. O en
la calle hecha de polvo. Pero que, con ella, resurgía en cualquier tiempo. Recuerdo ese día en
que la vi abrazada a Miguel Rubiano. Muchacho entrañable. De buen cuerpo y de mirada
aspaventosa. Con sus ojos color café límpido. Casi sublime. Y la saludé a ella y lo saludé a él.
Tratando de disimular mi tristeza inmensa. Como dándole a eso de retorcer la vida, hasta la
asfixia casi.
Ya, en la noche de ese mismo día, en medio de una intranquilidad crecida, me di al sueño.
Tratando de rescatarla. O de robarla. Diciéndole a Miguelito que me permitiera compartirla. Y
salí a la calle. Y lo busqué y la busqué. Y con el fierro mío hecho lanza lacerante, dolorosa, la
maté y lo maté. Me fui yendo en el mismo silencio. La última mirada de mi Mayra, fue para
Miguelito amante.
Vendimia
Ni que esta vida mía estuviera en latencia básica. Ni que las cosas fueran trazadas de acuerdo
al periplo de un albur. Y, por lo mismo que digo esto, siento que me cruza una nostalgia plena.
Como cuando se tiene enfrente la soledad primaria absoluta. En ese yendo por ahí que voy. De
aquí y de allá, alusiones constantes. A la desvertebración del universo mío de conformidad, sin
poder localizar la participación mía en el entorno. En la manera de ser sin sentir la ausencia de
condiciones para acceder a todo lo habido. Desde antes y ahora. Como subsumido en la
querella conmigo y con el otro yo de afuera. En ese espacio colectivo que no reconozco. Por lo
mismo que sigue siendo una convocatoria a vivir la vida de otra manera. En una figura de
extrañamiento y de extravío. Un andar sin reconocer lo posible adjudicado a la belleza tierna.
Efímera o constante. Es, en mí, una especie de violentación de los supuestos íntimos. Asociados
a todo lo que, en potencia, pueda ser expresado. O, al menos, sentido.
Un organigrama, lo mío, uniforme. Como simple plano a dos voces. En una hon dura de dolor
manifiesto. Como queriéndome ir adonde han ido antes, quienes han muerto. Tal vez en la
intención de no enfrentar más lo habido ahora. Por una vía en la cual no haga presencia la
lucidez. Porque he ido entendiendo que, haber nacido, me sitúa en minusvalía propia. Como
construida desde adentro. En una simpleza de vida. Como hecha en papel calcado. Subsumido
en condiciones inherentes a la vacuidad. Andando y andando caminos que llevan a ninguna
parte.
Sintiendo el malestar de no vivir, viviendo otra instancia. Por ahí en cualquier otra parte
anudada a la desviación. Localizando la volatilidad del viento. Traspasando las ilusiones, con la
espada mía insertada en el vacío. En una urdimbre apretada, asfixiante. En vuelo raudo hacia el
límite del universo lejano. Presintiendo que ya he llegado, Que ya he desnudado lo que soy. Un
yo mismo aplastante, irrelevante, no promiscuo. En lo que esto tiene de incapacidad para ser
uno solo. Y no muchos, desenvolviendo el mismo ovillo.
Una enajenación potente. Absorbente. Vinculada al no ser siendo. En búsqueda de camino de
escape propuesto por mí mismo. En lo que soy y he sido. Como en recordación de lo que, en un
tiempo, fui. Como pretendiendo volver al vientre, para no salir. Como en reversa. Como atado a
la memoria perdida. Envejecida. O, por lo menos, nunca utilizada para hacer posible la largueza
de la esperanza. Una figura, la mía, tan banal. Tan inmersa en la negación de todo. En lo
circunstancial perdido. En el contexto proclamado como aluvión de rigores. De itinerarios
envolventes. Surtidos de simples cosas.
Un yugo que he sentido y siento. Como aspaviento demoledor. En vocinglería innata y rústica.
Con las voces en eco idas. Y de regreso, en lo mismo sonido. Un estar y no estar que me
apabulla. En fin, que, siento que voy muriendo en mi misma tristeza. Como si ya hubiera
llegado el momento de no ser más.
Y sí que, en esa envoltura dispuesta, ha ido erosionando la vida. La mía. Un sentir
desmoronarse. Sin aspirar más a seguir siendo ahí. O allá. Un condicionamiento que se ha
tornado perenne. Un no a mi yo. Una incidencia plena. De todo lo pasado. Como leviatán
áspero. Punzante. Agobiante. En postrer respiro. Ese que antecede, lo inmediato, a la muerte.
Sol viejo. Tu radiante
Ejerciendo como violín de tu danza y canto, me ha dado por recorrer todo lo que vivimos antes.
Toda una expresión que vuelve a revivir el recuerdo. De mi parte te he adjudicado una línea en
el tiempo básico. Para que, conmigo, iniciemos la caminata hacia ese territorio efímero. Un ir y
venir absoluto tratando de encontrar la vida. Aquella que no veo desde el tiempo en que
tratamos de iniciar los pasos por el camino provistos de un y mil aventuras. Como esa, cuando
yo tomé la decisión de vincular mis ilusiones a la vastedad de perspectivas que me dijiste
habías iniciado; desde el mismo momento en que naciste.
Todo fue como arrebato de verdades sin localizar en el universo que ya, desde ese momento,
había empezado su carrera. Y, por lo mismo entonces, la noción de las cosas, no pasaba de ser
diminutivo centrado en posibles expresiones que no irían a fundamentar ninguna opción de
vida. Viendo a Natura explayarse por todos los territorios que han sido espléndidos. Uno a uno
los fuimos contando. Haciendo de ese inventario un emblema sucinto. A propósito de sonsacar
a los tiernos días que viajan. Unitarios y autónomos. En ese recorrido nos situamos en la misma
línea habida. Situada en posición de entender su dinámica. -
La vía nuestra, fue y ha sido, entonces, una bruma falsa. Que impide que veamos todos los
indicios manifiestos. Y que, en su lugar, incorpora a sus hábitos, todo aquello que se venía
insinuando. Desde ese mismo anchuroso rio benévolo. Y, de mi parte, insistí en navegar
contracorriente. Tratando de no eludir ninguna bronca. Todo a su tiempo, te dije. Y esperamos
en esa pasadera de tiempo. Y volvimos, en esos escarceos, a habilitar la doctrina de los
ilusionistas inveterados. Todo, en una gran holgura de haceres trascendentes.
Y, ya que lo mío es ahora, una copia lánguida de todo lo que yo mismo había enunciado en ese
canto a capela. Y que traté de impulsar, como principio aludido y nunca indagado. En esa
sordera de vida. Solo comparable con el momento en que te fuiste. Y entendía que no
escuchaba las voces. Las ajenas y las nuestras, Como tiovivo enjuto. Varado en la primera
vuelta. Y que tú lloraste. Pero seguía el olvido de tus palabras. Porque ya se había instalado, en
mí, la condición de no hablante, no sujeto de escucha. Mil momentos tuve que pasar, antes de
volver a escucharte. Y paso, porque tú ya habías entendido y dominado el rol del silencio y de
la vocinglería. Contradictores frente a frente. Y que empezaste a enhebrar lo justo de las
recomendaciones que te hicieron los dioses chicaneros.
Tu irreverencia se hizo aún más propicia. Yendo para ese lugar que habías heredado de las
otras mujeres plenas. Hurgando, en ese espasmo doloroso, me encontré con tu otro nombre.
No iniciado. Pero que, estando ahí, sin uso. Lograste la licencia para actuar con él. En todas las
acechanzas que te siguieron desde ese día
Yo, entonces, me fui irguiendo como sujeto desamparado. Viviendo mi miseria de vida. Anclada
en suelo de los tuyos. Y me dijiste que era como plantar la esperanza. Para que, después que el
Sol deje de alumbrar; pudiésemos enrolarnos al ejército de los niños y las niñas que, a compás,
de tu música, iban implantando la ilusión en ver otro universo. Sin el mismo Sol. Muerto ya. Tú
debes elegir cual enana roja estrella nos alumbrará
Yo, Universo herido
Quizá estoy enfermo. Es como si todo el cuerpo, estuviera impregnado de ese manto de luz
brillante en tono amarillo. Una agudeza de dolor antes no sentido. Y, el cuerpo, daba vueltas. Y
yo traté de correr. Pero mis piernas se negaban a responder. Como si no fuese su dueño., en el
entendido que soy cuerpo uno. Descendí a lo inapropiado en entorno no visto, por mí, antes.
Siguiendo la huella de quienes ya han pasado. Por todo lo habido como tierra y como sujeto
necesario para ejercer reflexión. Una voladura de percepciones. Dibujando, en el espectro, una
ilusión siquiera. Yendo por ahí, con fruición primera. Apelmazada, siendo memoria abierta. Pero
no fluida. Hecha de material insoluble. Ese cuerpo mío, entonces, dándole vuelta al corcho.
Siendo, hasta cierto punto, proclive al hoy. Succionando todo lo material. Yo, dando la
impresión de sujeto precluido. Un rumbo de vida inane. Por lo mismo sometido a ir y venir en
concurrencia con todos y todas quienes han iniciado su periplo aquietante. Como inmóvil cuerda
de la mano de muchos y muchas, queriendo que sea alondra simultánea. En un oficio de
voladura ya callado. Ya no percibido como elocuente voz. Ni como móvil corriendo hacia la
Luna. Tal vez, en el sentido de espacio exterior vuelto colmena. Y, en esa Luna mía, en contra
sosiego inmediato. Para dejar de ser cuerpo de estigmas dolorosas. Que se aferra a la piel.
Consumiéndola. En una indicación del estar, derritiéndose. Una visión desamparada, Como
demiurgo intentando sopesar al tiempo. Escalando el universo. En esa presencia, Luna lunita
pasajera. Exacerbándose el dolor manifiesto. Como impávido averno dantesco. Sin exhibir largo
vuelo. Simplemente, avejentado como explorador inicuo.
Y empezó, entonces, la cabalgata hacia lo ignorado. Una visibilidad de objetos distorsionados.
Mirando, con los ojos embelesados. Nutridos, también, por la herida vergonzante. Por lo mismo
que ha sido sima vuelta, envolvente. Al vacío yendo. Una nomenclatura desleída. Simples
fijaciones en ese mismo estar. Y, yo, dándole, otra vez, vuelta a la tuerca. Llegando a una
torcedura inmediata. Tornando inmóvil todo asunto de tierra en piso. Y, en esa elongación
cimera, tratando de ver todo el espacio, asfixiado por esas notas mías. Todas consumidas en la
hoguera primera. De los Cruzados retornando en felicidad, después de haber cubierto de
oprobios todo lo que insinuara desarraigo, herejía o simple yunta milenaria. Volviendo a los
dioses idos desde antes de haber nacido.
Y sí que he tornado al cuerpo mío. Centrado en sufrimiento. Vertiendo sombras acezantes. Sin
el faro de Palas Atenea, para orientar mí paso. Como esperando quien empujara el carruaje de
Zeus. Para poder dar nombre al camino. Sin el horizonte perplejo. O el sonido de un violín para
una cantata de Chopin. O para melodía espléndida de Mozart viviendo aún.
Lo cierto, entonces, es mi desarreglo ávido de sentar pies y cabeza e n la Tierra viva. Volviendo
desde allá, desde la Luna hospedante. Blanca o gris. O cualquier color asimilado como propio.
Dejando que el Sol ilumine solo su cara punzante. Dándole a la otra el eterno obscuro.
Por fin entiendo lo que quise ser. Sujeto benevolente consigo mismo. Brújula de mi cuerpo,
convertido en móvil tardío. Que echó vuelo trepidante, pero silencioso. Como ave perdida. En
remolino de viento, ultrajada. Sintiendo, cada nada, la volatilidad subsumida en mí mismo.
Como cuerpo magnánimo fracasado. Por lo que quise ser en tiempo pasado. Como Hermes
violentado. Tal vez, haciendo de mi voz, solo un paraíso perdido. Sin canarios ni gorriones
embelleciendo con sus trinos la doble vía. Expandiéndolos en el confín mismo. Desde acá,
huyendo a cualquier galaxia escondida. O perdida por la fuerza subyugante de la energía
consumida toda. Hasta dar lugar a la absoluta explosión. La última, antes de perder la vida.
Proponer cosas habladas. En insidiosas especulaciones que, ella misma, refería como simples
engarces de verdades. Una tras otra. Una nimiedad de haceres pródigos. Como en esa libertad
de libre albedrío, que no permite inferir, siquiera, ficciones ampulosas. Tal vez en lo que surge
como simple respuesta monocorde. Insincera. Demoniaca, diría Dante.
Por mi parte, ofrecí un entendido como manifiesto originario. Venido desde la melancolía
primera. Atravesada. Estando ahí, siendo yo sujeto milenario, se fue diluyendo el decir.
Cualquiera que haya sido. Me fui por el otro lado. En una evasión tormentosa. Abigarrado
volantín en tinieblas. Sin poder atarle el lazo de control. Y, entonces, desde ese pie de acción;
lo demás se fue extinguiendo.
Sin hablarnos, pasamos durante tiempo prolongado. Sus vivencias, empezaron a buscar un
refugio pertinente. Se fugó de la casa en la que hacía vida societaria. No le dijo a nadie hacia
donde iba. Solo yo logré descifrar esas palabras escritas. Un lenguaje enano. Casi
imperceptible. Y la seguí en su enjuta ruta. Sin ver los caminos andados. Era casi como
levitación de brujos maltratados, lacerados por la ignominia inquisidora. Volaba, ella, en
dirección a la marginalidad
Yo, vulnerador
En lo diferido, en ese entonces, estuve malgastando los recuerdos. Como quiera que son
muchos. Y han viajado, conmigo, en la línea del tiempo profundo. Hacia diferentes medidas de
trayecto lineal. En este día, estoy como al comienzo. Es decir, como aletargado por las palabras
vertidas en todo el camino posible. Uno de los momentos que más me oprimen, tiene que ver
con el incremento de hechos dados. Expósitos. Como esperando que alguien efectúe inventario
de vida alrededor de ellos. Y, en ese proceso de manejo contado, fui hilvanando preguntas.
Algunas, se han quedado sin respuesta. Y, por lo mismo, es un énfasis en litigio. Entre lo que
soy ahora. Y lo contado por mí mismo, como insumos del ayer pasado.
El día en que conocí a Abelarda Alfonsín, fue uno de tantos. Andábamos, ella y yo, en esos
escapes que, en veces, son manifiesto otorgado a la locura. Ella, venida desde el pasado. Un
origen, el suyo, envuelto en esa somnolencia propia de quienes han heredado tósigos. Como
emblema hiriente. Un yo, acezante, dijo el primer día de nuestro encuentro. Iba en esa
aplicación del legado, como infortunio. Aún visto desde la simpleza de la lógica en d esarmonía
con los códigos de vida. En universo de opciones no lúcidas. Más bien, como ejerciendo de
hospedante de las cosas vagas. Esto fue propuesto, por ella, como referencia sin la cual no
podría atravesar ese mar abierto punzante, hiriente. Y yo, en eso de tratar de interpretar lo
mío. Como pretendiendo izar la iconografía, por vía explayada. En la cual, el unísono como
plegaria, hirsuta; hacia destinos perdidos, antes de ser comienzo.
En la noche habitamos ese desierto impávido. Hecho de pedacitos de verdades. En una
perspectiva de ilusiones varadas en su propia longitud de travesía andada. No más nos
miramos, dispusimos una aceptación tácita. Como esas que vienen desde las tristezas
ampliados. Un quehacer de nervio enjuto. Y nos mirábamos, a cada nada. Ella, mi acompañante
vencida por el agobio de los años y de su heredad inviable; empezó a del horizonte kafkiano.
Una rutina de día y noche. Sin intervalos de bondad. Ni de lúdica andante. Y, ella, vio en mí, los
depositarios de sus ilusiones consumidas ya. Y, yo, hice énfasis en lo cotidiano casi como usura
prestataria. Como si, lo mío, fuese entrega válida en, ese su vuelo a ras de la tierra.
Cuando lo hicimos, sentí un placer inapropiado. Ella impávida. Como simple depositaria de mi
largueza hecha punzón. Un rompimiento de himen, doloroso. Y se durmió en mi recostada. Y vi
crecer su vientre a cada minuto. Y la vi, en noveno mes, vencida. Como mirando la nada. Y con
esos ojitos cafés llorando en su mismo silencio.
Vulcano lo llamé yo. Desde ese venirse en plena noche de abrumadora estreches de ver y de
caminar. Y, este, creció ahí mismo. Y, ella, con un odio visceral conmigo y con él. Miraba sin
vernos. Y fue decayendo su poquito ímpetu ya, de por si desguarnecido. Le dije, sottovoce, que
el hijo parido quería hablar con ella. Y lo asumió como escarnio absoluto, pútrido.
La dejamos allí. En ese desierto brumoso. Nos fuimos en dirección mar abierto. Y empezamos a
deletrear los mensajes recibidos. Desde ese vuelo perenne. Y sus códigos aviesos, ya sin ella.
Hasta que recordé que la amaba. Y que le hice daño físico, al hendir lo mío en tierno sitio. Y
dejé que Vulcano se fuera en otra dirección. Yo me quedé ahí. En sitio insano. Sin ninguna
propiedad cálida. Sin ver sus brazos. Y su cuerpo todo. Y me fui yendo de esta vida. Y, rauda,
la vi pasar. En otro vuelo abierto, con dirección a lo insumiso. Como heredad. Como sitio
benévolo.
Siendo yo
Yo me inicié con justa causa. Mucho recorrido en lo que llevo de vida, Mi entorno hosco y
presumido. Como cuando surgen las algarabías perplejas de tanto hacerse paso de recodos
inciertos. Ya había perdido esa juntura exótica que he dado en llamar ingente plusvalía. Un ir
mirando, lo digo yo ahora, lo que se ha hecho puntual de tendencia efímera. Como legado de la
estadística intuitiva, que junta versiones de uno u otro lado. Es ahí, en ese punto de hoyo negro
probabilístico, en el cual encontré la lluvia expiatoria. Un más o menos de recorrido penoso. No
entendido, en comienzo. Y me hice vértigo de mí mismo. Como eso de no saber pulsar lo que
me había sido dado. Un ceniciento sujeto opaco. La voltereta, en ciernes, sumaba hasta
convertirme en ocaso prematuro. Podría decirse que es nimiedad de conceptos. En eso que
tenemos todos y todas, de andar diciendo cualquier cosa. Como si el único requisito para
hacerlo fuera lo que es una propuesta hecha fuego. Un tono y son exportado al aire puro o
impuro.
Rigoberto era como mi otro yo. Lo conocí en octubre primero. Estaba, él, recogiendo las
bondades de lo humano. En un inventario insípido. Como quera que fue tomado de la usura
puesta como principio y como quehacer. Los dos rodamos. Habiéndonos hecho cuerpos de
hechura simple. Como simple fue lo que le dije en tiempo preciso. Lo hice reconocer que él solo
era punto de llegada del trajín teológico. En eso aprendido que instauramos con condición de
ser y estar. Una novedad manifiesta, para esa época langaruta. Mecida en el talismán de los
sujetos hechos poder. Y le dije, además, que no entendía su desarreglo. Habiendo hecho, como
en realidad lo hicimos, un tejido societario. Po por lo mismo, sujeto a las veleidades de los
detentadores de poder afanado. Vuelto gobernanza infinita.
Y, habiendo pasado un siglo, nos juntamos otra vez. Él y yo. Como dualidad ajena a lo
perdulario. Pero que, en sí misma, era com trocadero de puerto inasible. Por lo mismo que
éramos cuerpos incrustados. Uno en el otro. En vencimiento de términos y adportas de
sucumbir como sujetos venidos desde ese más allá interior de cada uno. Como si hubiéciimos
embadurnado todo el pasar, pasando. Una especie de galimatías ramplón.
Holograma
Supe lo que pasó, cuando lo contó Luxila. La que estuvo en ese aspaviento de casa. Lo supe,
entonces, en esa cortedad de tiempo. Vago, como pasa siempre. Como vaga es la verdad
contada a porrazos. Y, en esa casita, rayada. Como dibujo hecho en la penumbra. Como
cuando no se sabe lo que es ser cierto. Y, la Luxila, azotando al viento con sus palabras
vertidas. Así. Dejándolas volar sin prisa. Con la vehemencia de quien ya, antes de hoy, le ha
hablado al mundo. Y es que dicen que, siendo ella niña hechicera, se puso a pasar por encima
del fuego vivo, enhiesto. Empecinado, envolvente. Como potencia misma, sin ocaso. Y, lo dicen
ellos, que ella se fue adueñando de él y de lo circundante. Y que fue creciendo en pulsión y en
calendas. Y que conoció a Cayetano Manrique. Avieso tormento. El mismo que llegó, siendo un
junio soleado. Fugaz. Y se instaló en el predio de los Benjumea. Que los hirió con el punzón
traído desde su época de matón. De funesto cobrador de deudas. En ese peregrinar insaciable
de sus patronos. Vergonzantes aduladores del Jerarca mayor, bandolero por lo bajo.
Y, ese jueves en que pasó lo dicho por ella, se hizo hostigante día de holgura en odio supremo.
Día que pasó lento. Como lenta fue la tortura infringida a los protestantes que habían levantado
voces, juntas. En reclamante expresión primaria. En una seguidilla de opciones propuestas
desde antes. Desde que se hizo evidente la sensación de exterminio palaciego. Y, tal vez, por
eso mismo se fue tejiendo, en anchura, la noción de libertad. En una elucubración de ternura
suprema. Unos ires evolucionados desde adentro.
Y las cosas, según ella, se dieron de tal manera que, cada quien, buscó lo suyo en ese mismo
hilo envolvente. En el ejercicio máximo de fuerza suya. De las condiciones que empezaron a
trepidar en ese adentro letal. En volcamiento de seres que fueron en crecimiento de razón
como quiera que se fue disolviendo la verdad venida desde antes. Y, entonces, en posición
venida se exhibieron las ofertas para horadar la ternura y la esperanza. Y, diciendo ella eso,
supe de su verdadero rol. Y, en esa misma perspectiva, validé mi referente. Ya no era el que
había sido hasta entonces. Ya era lo reducido del ver y del andar. Como si yo fuese taxidermista
improvisado. O rebanador de cerebros. Así se lo hice saber, cuando terminó su letanía pensada
desde antes. Y, en ese mismo destrozo de vida, se fue irguiendo la especulación con la
esperanza. Una voladera de unciones aceitosas. Como simple caparazón que llegó a ser
permeado por los ilustrados empotrados en el cuerpo que heredaron de su anterior extirpe.
Como sujetos magos que, blandiendo las espadas novísimas, se convirtieron en simples
azuzadores de proclamas venidas a menos.
Y ella, entonces, trató de alzar vuelo secuenciado. Como dosificando las palabras habidas desde
allá. Desde esas noches en que ella hizo vigilia para observar la tornasolada transformación de
las noches-días. De la iridiscencia opacada por el vuelo en alas de amargura. Y, en esa casa en
que ella habló, se cerraron puertas y ventanas. Se hizo viento de acerad o frío. De humedades
sarnosas, Como si, en enfermizo entorno, la pudrición pudiera más que la velocidad luz de las
reclamaciones.
En este hoy epopéyicos, ella y yo, juntamos habladurías. Para decirnos a nosotros lo que ya
sabíamos. Pero fingiendo, en tartamudez vergonzante, que ese era nuestro mensaje nuevo.
Traducido de las palabras escuchadas en las montañas frescas. En las cuales surgió la vida. Y
que, en ese diciendo nuestro apestoso, mostramos como languideciendo el futuro. Que, con
nuestras manos, ella y yo, fuimos haciendo hilatura gruesa. Como esa que ha protegido
siempre a los malvados.
Y sí que, en ese juego extremo, nos sentamos a la vera de los caminos. Puliendo la piedra que
habría de darle muerte a los libertarios. Pues sí que, habíamos transformado los tiempos.
Habíamos mimetizado las verdades. Y habíamos hecho del delirio, manifiesta estampa de vida
incierta.
Río mío. Río de ella
Yo te he propuesto volver conmigo. A este territorio expansivo, lleno de opciones y de
imaginarios vertiginosos. Te lo he dicho, por lo mismo que estoy reivindicando el derecho a
mirarte una vez más. En seguilla de palabras y de expresiones corporales; te he visto en todos
mis sueños habidos desde que volaste. Recuerdo bien ese día. Uno de tantos de enero. Te
acompañé hasta el río nuestro. Y, estando allí, me dijiste que no ibas más conmigo. Tu discurso
se volvió lineal, insípido. No como cuando nos conocimos. Este ahora es pura perplejidad para
mí. Habiéndote visto en tu infancia. Danzante. Con tus piecitos atados a las alas del águila
nuestra. La que vimos, por primera vez, en majestuoso bosque de los dos. Lo habíamos
construido juntos. Tú con lo que tenías. Como queriendo decir que no. Y, yo, aportando mi
visión de universos hechos para ti y para mí. En una corredera improvisada. En ese juego con
el mar. Allá, en donde el agua es más densa. Y colocamos arrecifes para detener las olas
encrespadas y dotadas de una fuerza infinita.
Y te lo dije, diciéndote que no te fueras. Pro ya todo estaba dicho. No más palabras que en vez
de arrullar, laceran. Me regresé como perdido de fe y de memoria. Te fabriqué un ícono. Y lo
puse a la entrada de la casita, la que nos albergó tanto tiempo. La puse para que, quien
pasara, supiera que eras mujer absoluta. Y, al caer la noche, cerré puertas y ventanas. Y me
propuse dormir. Buscando los sueños idos. Cuando estábamos los dos. Dormí, en tiempo, trece
veces más que lo eterno. Buscándote en las soledades del desierto. Y vi tus huellas en el
camino todo. Y soñé más. Viéndote en la lejanía del río que te llevó a ti y a tu barca. Hecha del
ilusionario tuyo y mío. Y, ese nuestro río, siguió raudo buscando al mar. Barquita esa de papel
con hilo trabajado por mi madre. Y la recibiste ese día antes de partir. Y la vieja Baltazara, me
dijo que, siendo ella mi madre; era tuya también.
Bajé de los sueños consecutivos. Justo cuando robaba las alas a nuestra águila que, tú y yo,
bautizamos Esperanza. Tal vez recordando lo que hicimos juntos, ese día de calentura
manifiesta. Tanto que derritieron todos y todas. Menos a nosotros. Alzando vuelo magnífico:
Pensábamos ir hasta donde estuviera quien hizo tus ojos. Lo encontramos en ese extremo que
no conocíamos. Y apareció. Así, ¡de golpe ¡Que yo necesitaba tener otro par como los tuyos! En
alzando las manos, como solo él podía hacerlo. Me susurró que su trabajo ya no era ese. Que
buscáramos a la estrellita que vivía todo enfrente. Pasamos a esa otra orilla. Y le dijimos al
notario de la vida, lo mismo que le habíamos dicho al otro hacedor de estigmas. Y, este otro,
nos dijo que lo que pasó con tus ojos, solo fue laminita de agua. Y que ahí se hicieron los
negros luceros de mi alma bella. Mi mujer que vive la vida, viviéndola tantas veces que ya había
perdido la cuenta. Que lo único cierto era que irrepetibles serían siempre.
Volví a soñar con el río. Y con tu barquita bajándola, estabas tú. Y que habías partido ese lunes,
después de haber hablado con los sabios que no pudieron repetir los ojos que miran y
enloquecen al unísono. Que todo lo nuestro había sido. Pero que ya no era. Que la soledad
solita se prolongaría hasta las setenta veces siete universos juntos.
Al despertar de ese enésimo sueño, corrí tanto y tan de prisa que la velocidad de la luz de las
luciérnagas, quedaron en silencio detenidas. Pasé por los bosques. Cada nada me perdía. Pero,
al momento, volvía a encontrar el río referente. Contigo abordo. Te llamaba a voces, en gritos.
Y tú imperturbable. Y llegué al mar antes que tu barca. Y, cuando llegó, venía íngrima. Y me
contó que te habías bajado a la mitad del viaje. Y que, en voz vibrante me llamabas para
regresar conmigo. Y que, la barquita, te respondió diciéndote que ya era muy tarde. Que yo
había ido hasta el mar y que con él me quedaría
Viejo Fredy libertario
La convocación primera me llama, ahora. Teniendo el recuerdo vivo. En el absurdo volcado.
Como lo vi en ese ayer no sereno. Guerrero. Y no dejando pasar el olvido. Ni que se asiente
aquí, ahora. Y me vino la locuacidad del silencio. En un engaño, a veces, traté de hacer
recilencia. Pero pudo más el hecho del recuerdo cierto. En viéndolo ahora como sujeto de
entrenada ternura. Para que no fuese a brotar al lado de quienes nunca la sintieron. Ni la
sentirán. De esa imborrable mirada, suya. Con la suficiencia plena. Por ahí andando. Tratando
de encontrar el futuro pleno. En lo que esto tiene tendrá de amplitud de bondad rebelde: Que
quiso ceder, tal vez, cuando mataron su cuerpo. Una infame perspectiva. Anclada en lo que
somos como sujetos en violencia maldita. Pero, en él estaba, el sueño escondido. Para ponerlo
a vibrar al lado de quienes amó siempre. Sus súbditos voluntarios. Al lado suyo. Queriendo irse
con él. Hacia esa brecha de silencio vivo. Elocuente. Dispuesto a volar en anchuroso vuelo de
libertad prístina.
Y estuvimos a su lado siempre. Aún en esa ausencia del no estar reclamándoles a los dadores
de muerte aciaga. Pero, en eso que tenemos de nervadura oscilante, pero férrea, nos hicimos a
la idea de no haberlo visto partir por ese camino no querido. Pero transitado por otros y otras
muchas y muchos. De los que se fueron antes que él. Pero que le dejaron la huella viva,
abierta. Tal vez para que la recogerá cualquier día. Pensado en eso de que vivir tenemos en
fuerza y en lucha. Y que, esa muerte ahí, al tanto de los cuerpos que ya no respiran. Pero, así
mismo, en ese verlos flotar en el espíritu que tenían. De pura pulsión de vida cimera
Y, en este hoy tardío, aquí. Se va la memoria a rescatarlos. Pero, sobre todo, a él. El sujeto
Fredy. Empalagoso con tanta fuerza puesta al servicio de la libertad. Y, en esa recordadera de
ahora, me encuentro en este yo flagelado por el hecho de no poderlo ver más. Desde ese día.
En su trinchera de verdad. De la academia sin fisuras. Al lado de setenta veces siete volan tines.
Hombres y mujeres. De los niños y las niñas, puestos en primera fila. Para no dejar que el
olvido se asiente. Y deje que cobre fuerza la acechanza pérfida. Ellos y ellas. Pero ante todo
este yo que sintió su voz en la cercanía misma. Ahí en el boquejarro no estridente. Acicalado
por la doctrina cierta, certera. De la teoría y la acción empecinadas en no naufragar nunca.
Es, como si ahora, en este tiempo presente. Venido del pasado. Pero nunca del olvido. Yo
siento que me fui por la verdad como simple sortilegio inusual, innecesario, Tal vez cómplice de
los matadores de hoy y de ayer. Y de los que se van suceder como empotrados en los tronos
de miseria y de poca vida ilustre y lúcida. Es como cuando siento y he sentido, el ave agorera
volando alrededor de nosotros y nosotras. Ave creada por los perdularios. Para extender el
dominio de su ignominiosa presencia. Como Chabacanes que fungen como sujetos de
venganza. Tratando de impedir el vuelo de la esperanza. Como vuelo de vida perenne.
A unísono, mi yo y mi fuerza, seguiremos empecinados en darle vuelta a las cosas. Como en
esa subversión necesaria. Más ahora que quienes fueron libertarios y libertarias con nosotros y
nosotras, otrora; los vemos y las vemos al lado de la democracia vergonzosa. Como querie ndo,
ellos y ellas, dar a creer que lo pasado de la revolución necesaria, hizo crisis. Qué diría el viejo
Fredy, si le hubiese tocado ver esta sangría. Este entregarse a los dueños del poder. De los
que, a cada paso. Nutren de vergüenza y de dolor el territorio que habrá de ser nuestro. Y que
te esperamos, cuando se haga presencia absoluta. Inamovible. Para que nos veas desfilar en la
divertida alegría. De libre vuelo. De esperanza henchidos y henchidas. Haciéndoles morder
polvo a los matadores. Como esos que te mataron el cuerpo. Pero que no mataron tu recuerdo.
La cautiva liberada
Andando el tiempo, entonces, recordé lo que fui en próximo pasado. Y me volví a contar a mí
mismo. Con palabras de los dos. Aquellas que construíamos, viviendo la vida viva
Es como todo lo circunstancial. Cuando regresas ya se ha ido. Y lo persigues. Le das alcance. Y
lo interrogas. Al final te das cuenta que fue solo eso. Por eso es que te defino, a ti, de manera
diferente. Como lo trascendente. Como lo que siempre, estando ahí, es lo mismo. Pero, al
mismo tiempo, es algo diferente. Más humano cada día. Una renovación continua. Pero no
como simple contravía a la repetición. Más bien porque cuenta con lo que somos, como
referente. Y, entonces, se redefine y se expresa, En el día a día. Pero, también, en lo tendencial
que se infiere. Como perspectiva a futuro. Pero de futuro cierto. Pero, no, por cierto,
predecible. Más bien como insumo mágico. Pero sin ser magia en sí. No embolatando la vida. Ni
portándola, en el cajón de doble tejido y doble fondo. Por el contrario, rehaciéndola, cuando
sentimos que declina. O, cuando la vemos desvertebrada.
Siendo, como eres entonces, no ha lugar a regresar a cada rato. Porque, si así lo hiciéramos,
sería vivir con la memoria encajonada. En el pasado. Memoria de lo que no entendimos.
Memoria de lo que es prerrequisito. Siendo, por lo mismo, memoria no ávida de recordarse a sí
misma. Por temor, tal vez, a encontrar la fisura que no advertimos. Y, hallándola, reivindicarla
como promesa a no reconocerla. Como eso que, en veces, llamamos estoicismo burdo.
Y, ahí en esa piel de laberinto formal, anclaríamos. Sin cambiarla. Sin deshacernos de lo que ya
vivimos sin verlo. Por lo mismo que somos una cosa hoy. Y otra, diferente, mañana. Pero en el
mismo cuento de ser tejido que no repite trenza. Que no repite aguja. Que se extiende a
infinita textura. Perdurando lo necesario. Muriendo cuando es propio. Renaciendo ahí, en el
mismo, pero distinto entorno.
Quien lo creyera, pues. Quién lo diría, sin oírse. Quien eres tú. Y quien soy yo. Sino esa
secuencia efímera y perenne. De corto vuelo y de alzada con las alas, todas, desplegadas.
Como cóndores milenarios. Sucesivos eventos diversos. Sin repetir, siquiera, sueños; en lo que
estos tienen de magnetismo biológico. Que ha atrapado y atrapa lo que se creía perdido.
Volviéndolo escenario de la duermevela enquistada.
Y, sigo diciéndolo así ahora, todo lo pasado ha pasado. Todo lo que viene vendrá. Y todo lo
tuyo estará ahí. En lo pasado, pasado. En lo que viene y vendrá. En lo que se volverá afán; mas
no necesidad formal. Más bien, inminente presagio que será así sin serlo como simple simpleza
sí misma. Ni como mera luz refleja. Siendo necesaria, más no obvia entrega.
Y siendo, como en verdad es, sin sentido de rutina. Ni nobiliario momento. Ni, mucho menos,
infeliz recuerdo de lo mal pasado, como cosa mal habida; sino como encina de latente calor
como blindaje. Para que hoy y siempre, lo que es espíritu vivo, es decir, lo tuyo; permanezca.
Siendo hoy, no mañana. Siendo mañana, por haber sido hoy...y, así, hasta que yo sucumba.
Pero, por lo tanto, hasta que tú perdures. Siendo siempre hoy. Siendo, siempre mañana. Todo
vivido. Todo por vivir. Todo por morir y volver a nacer. En mí, no sé. Pero, de seguro sí, en ti
como luciérnaga adherida a la vida. Iluminándola en lo que esto es posible. Es decir, en lo que
tiene que ser. Sin ser, por esto mismo, volver atrás por el mismo camino. Como si ya no lo
hubieras andado. Como si ya no lo hubieras conocido. Con sus coordenadas precisas. Como
vivencias que fueron. Y hoy no son. Y que, habiendo sido hoy, no lo será mañana.
Y es ahí en donde quedo. Como en remolino envolvente. Porque no sé si decirte que, al morir
por verte, estoy en el énfasis no permitido, si siempre he querido no verte atada, subsumida;
repetida. Como quien le llora a la noche por lo negra que es. Y no como quien ríe en la noche,
por todo lo que es. Incluido su color. Incluido sus brillosos puntos titilantes. Como mensajes
que vienen del universo ignoto. Por allá perdido. O, por lo menos, no percibido aquí; ni por ti ni
por mí.
Y sí que, entonces, siendo yo como lo que soy; advierto en tí lo que serás como guía de
quienes vendrán no sé qué día. Pero si sé que lo harán, buscando tu faro. Aquí y allá. En el
universo lejano. O en el entorno que amamos.
Ella, la mujer. Ella Fantasía
Yo sí que he tenido dificultades. De esas que uno dice, espontáneamente, que se parecen a
algún castigo premeditado. A pesar de mi ateísmo declarado, ahora como que meto en saco
roto esa posición. La cual la advertí, en mí, hace mucho tiempo. Así, de rapidez. Como cuando
se entiende una dinámica de vida que no se corresponde con la lógica elemental de los hechos
y acciones asignados por uno mismo. Pero que, condiciones de similitud con respecto a las
ilusiones, se parecen a esos tejidos de arañas. Que te dejan ahí. Encadenado. Viviendo al gasto
cotidiano. Y, entonces, te das cuenta que todo lo habido como que se constituye en insumo que
aturde. Que te deja a merced de lo absurdo. Cuando no, de lo ridículo. Y claro que se sigue
viviendo. En sucesión, las cosas, adquieren vida propia. Y te asfixian. Se colocan por encima del
sujeto que las vive y las siente. No habiendo lugar, a partir de esa sumatoria de momentos,
para reclamar la identidad. Esta como que se disuelve en las eventualidades del día a día.
Por lo tanto, en consecuencia, es un recuerdo que hace daño. Es decir, siendo yo hoy, lo que se
perfiló desde ayer, ese mismo hoy me condiciona. Como una pulsión que me deja varado,
inmóvil, tratando de cruzar el rio. Y la realidad se convierte en escenario de cosas punzantes.
Que hiere. Y te vuelven a remitir a lo primero. Siendo esto lo que ya dije del ayer. Y tal parece
que lo estoy asimilando por una vía inapropiada. En eso de que lo uno sigue a lo otro. Y que
este otro es, precisamente porque fue primero lo que advierto como ese uno abstracto. Como
cosificación que inmola. Que te obliga a padecer ese hoy, como tormento.
Y qué decir, entonces, de la posibilidad de retornar al origen. Es decir, como tratar de rehacer
la vida. Tratando de reconciliar creencias con las decisiones. En suposición de que sea factible
corregir. Emprender camino con otras connotaciones. Y con otras opciones que no traduzcan lo
que ya está cifrado. En ese tipo de ilusión que no había sido contemplada. Al menos que no
había sido requerida como otra ruta. Distinta a la que, al final, fue. En esa locura de
realizaciones. Contenidos impropios. Por cuanto se asemejan a la pasión convertida en
insensatez. En revoltijo de concreciones generadoras de desencanto.
En ese tipo de reflexión estaba, cuando se me dibujó su cuerpo. En película que yo llamo la
línea de percepción inmediata. Una negra convocante. En desnudez. Sin admitir ninguna
erosión entre la percepción y la cosa en sí. Yo me detuve, tratando de increparme, para
despertar del sueño creído. Pero no era sueño. Porque la palpé. Cogí sus manos. Luego deslice
mi mirada y mis dedos por el vientre puro. Aprisioné su cintura. Con mis labios recorrí su cuello.
Extasiado. Yo ya sabía que era una de aquellas mujeres en venta. De esas que se compran por
ratos. Para deshacer con ellas la soledad. Ya me había pasado antes. En el mismo sitio. Pero
esta ejercía una sensación hipnótica. Pujaba, todo en ella, por la seducción imprecisa. Mágica.
Y le dije que lo mío iba más allá. Que no la quería ver ahí. Que la deseaba. Y se lo dije en
condición de sujeto que vive el éxtasis no premeditado. No como con las otras a las cuales
acosé con mi libido enfermiza. Que maltraté en lo físico y en lo del alma también. Y le dije que
la deseaba. Para mí. Para que espantara mi soledad y mí entendido de vida. Y que la amaba
desde antes. Siendo ese antes, la primera pasión y visión. No en montonera de cosas estáticas.
Sino en secuencias de gratificación universal. Como cuando se vuelve a localizar el camino
perdido.
Y vino a mí. Y me besó. Con ternura de mujer total. Y caminamos. Por la calle tan visitada. Tan
vilipendiada. Y fuimos el uno y el otro. Un crecimiento de pasión. De cuerpos entrelazados. Y la
tuve y me tuvo.
Siendo, ya, el amanecer; me despedí de ella. Y no la volví a ver. A pesar de que todos los días y
las noches la he buscado desde entonces. Indagando por ella; me dijeron que no había sido
nunca cuerpo de ahí. No era sujeta en venta. Simplemente porque nunca, ella, había estado.
Porque ese nombre “Ternura”, no había sido conocido, ni visto. En fin, que, lo mío, no era más
que una fantasía. Una locura habida. Ahí en donde yo decía que puse mi vida.
La Diosa Amada
El erizado cabello estaba ahí. En cabeza de ella; la que solo conocí en ciernes. Como al
relámpago no sutil. Por lo mismo que como afanoso convocante. Siendo, como es en verdad,
una especie de alondra pasajera y mensajera. Se me parece al verdor de los bosques que
crecen en silencio. Sin sentir unos ojos ensimismados por su pureza; siempre presente.
Creciendo en lentitud. Pero, siempre, en ebullición de células, en trabajo constante. Haciendo
real lo que potencial al sembrarlos era.
En verdad no la había visto pasar nunca. Como si la urdimbre de la vida en ella, no fuera más
que simple expresión de fugaz cantinela. Abarcando circunstancias y momentos. En
sentimientos explayada. Como momentos de transitorio paso. Por cada lugar, mu chas veces
umbríos. Como simple pasar de largo. Sintiendo lo que está; como si no estuviera.
Y así fue siempre. Cada ícono suyo, más velado que el anterior. Como Medusa incorpórea. Solo
latente. Sin Prometeo ahí. Vigilante. Hacedor del hombre. Acurrucado en esa veta grisácea.
Tejiendo el lodo. Amasándolo. Hasta lograr cuerpo preciso. Y, soplado por Hera, vivo aparece.
En los mares primero. Tierra adentro después. Locuaz a más no poder. Por lo mismo que el
jocoso Hermes robó el tesoro vacuno de Apolo. Y lo paseó en praderas voluntarias. Que
ofrecieron sus tejidos en hojas convertidos.
En esto estaba mi pensamiento ahora. Cuando vi surgir el agua. Desde ahí. Desde ese sitio en
cautiverio. Y la vi correr hacia abajo. Rauda. Persistente. Siendo, en esto mismo, niña ahora. Y
va pasando de piedra en piedra hasta hacerse agua adulta. En ríos inmortales. Y la Afrodita
coqueta, mirándola no más. Tomándola en sus manos después. Besándola triunfal. Haciéndola
límpida a más no poder. Y juntas. Agua y Diosa, recibiendo el yo navegante. Inmerso en ellas.
Con la mirada puesta en el Océano más lejano. El de Jonios. O el de Ulises. Desafiando a
Poseidón. El Dios agrio e insensible. El mismo que robó tierra a la Diosa cercana al Padre
Mayor. Y que fue conminado a devolverla. Y que, por esto, secó todos los ríos y lagunas. Solo el
nuestro permaneció. Por estar ella presente.
Déjalos y déjalas hablar contigo viejo mar
Mar de ayer. Que no el de hoy. Sujeto triste. Llave de agua, que creíamos perenne. ¿Qué te
hemos hecho, viejo vigía de las creaturas todas que en ti nacieron? Hoy, están como tú.
Diezmadas en enésima potencia. Dime qué siente y que sienten. Qué sintieron antes. Los
pasados, pasados vivos y que perdieron su ruta evolutiva, por las ansias desbordadas. De
viajantes milenarios. De vituperarios en ciernes siempre. Te mando a decir con el viento, llave
de lluvia, que aquí, en el hoy. Están los únicos sujetos vivos en quienes pueden confiar. Niños y
niñas veloces en decantar las voces. Las palabras. Las de ayer y las de hoy. No sabemos si las
de mañana. Todo depende, viejo loco intrépido. Depende de ti mismo. En tu ir y venir.
Depende de tu itinerario. Llave de lluvia. Viejo y perplejo mar. Por lo que te hemos hecho.
¡Anda! Habla con ellos y con ellas. A ver qué te dicen.
Tal vez que también han sido vejados y vejadas. En el día y noche truculentos. Han andado
caminos al dolor expuestos. Han subsumido lo suyo. Como equívoco navegante. Han dejado
atrás sus territorios que sintieron su primer llanto. Pero también el primer susurro en voz. De
las mujeres madres todas. Diles algo, llave de lluvia. Háblales de tus pactos con el viento. Y con
esa fuerza potente latente entre nubes. Fuerza desbordada. Luz y sonido en estrecho abrazo.
Esto de hablar con infantes es bien difícil. Porque a socaire. Voces en una locución de idéntica
tersura. De inspiración primigenia. De vuelo señor. En aires avallasante. De vuelo que cruje.
Que se enternece cuando, como águila, te localiza. Allá. En lo tuyo. En lo que sabes y has
sabido hacer siempre. En esa estremecedora voz de fuerza contra las peñas acantilados.
Subidas en sí mismas, para verte y sentirte bramar. Como millones de toros condensados en un
solo. Vamos, viejo intrépido. Habla con ellos y ellas. No te quedes como mudo sonsonete. Por lo
triste. Tal vez. Pero puede que en ellas y ellos e ncuentres el rumbo que parece perdido. Son
(ellos, ellas), viajantes empedernidos. Sacrílegos en el mundo de los señores. De los imperios
que devastan. Que han maltratado tu cuerpo de agua vasta. Casi infinita.
Déjalos hablar. Puede ser que te digan, en palabras, lo que tú y el viento han hecho lenguaje
sonoro por milenios. Ya sé que has visitado todos los lugares. Que has estado con tus amigos,
los glaciares. Sé que has llevado y has traído todos los barcos posibles. Qué te han penetrado
los submarinos. Que te han engañado, algunos. Porque han sido a la guerra lo que las tramas
celulares, han sido a la vida. Es misma que siempre llevas en tu vientre. Y que se han esparcido
en el infinito envolvente.
Déjalos y déjalas que, a viva voz, te digan en sus palabras; lo que tal vez ya tú conoces a
través de las heridas que han hecho en tì, melancolía. Cuéntales lo mucho que conoces. Del mil
de millones de historias. Cuéntales que conoces la química del universo. Que, como llave de
lluvia, has prodigado vida. En todos los entornos. En todos los lugares. Aunque, algunos y
algunas no te conozcan en tu vigor físico. Ni de tu pasado violento. Cuando irrumpías contra
natura en formación.
Hasta es posible que te inciten a vivir viviendo la vida tuya de otra manera. Como la de ellos y
ellas, vástagos de futuro. Tal vez no de la iridiscencia de esa bravía hecha espuma punzante.
Pero si de esa ternura primigenia. Como si fuera lectura en mapa genético. Tal vez de la
anchura extendida. Cercana a la de alfa tendiendo al infinito. Pero si para que te cuenten de las
palabras voces de sus madres en cuna. Y las de sus palabras en esa acezante motivación para
el crecer alegre y creativo.
En fin, de cuentas. Déjalos, viejo mar, que estén contigo. Para que no estés triste, llave de
lluvias. Déjalos ser como ellos quieren que tú seas, yo te lo digo.
Hetaira nuestra
La conocí en el universo habido. Siendo ella mujer de libertad primera. En esa exuberancia que
me tuvo perplejo. Durante toda la vida mía. Siempre indagándola por su pasado sin fin. Siendo
este presente su expresión afín a lo que se ama en anchura inmensa. Siendo su belleza el
asidero de la ternura. En su andar vibrante. En caminos por ella pensados. En ese ejercicio
lujurioso sublime, herético. Me fui haciendo a su lado, como s ujeto de verso ampliado. Me dijo,
en el ahora suyo, lo mucho que podía amarme. Diciéndole yo lo de mí viaje al límite
gravitatorio. Ofreciéndole todo el ozono vertido en el fugaz comienzo que se hizo eterno. No
por esto siendo mera expresión de momento. Ella, a su vez, me enseñó sus títulos. Siendo el
primero de toda su holgura en lectura y en palabras. Yendo en caravana de las otras. Con ellas
deambulando de la mejor manera. Por ahí. Por los anchurosos valles. Por los mares
empecinados en demostrar su fuerza. Cogiendo el viento en sus manos y arropándolo para que
no se perdiera. En fin, que, la mujer mía libre; se fue haciendo, cada vez más explayada en
recoger lo cierto. En lucha constante con la gendarmería despótica. Fue cubriendo con su
cuerpo todos los lugares no conocidos antes.
La vi llorar de alegría inmensa. Cuando encontró la yerba de verde nítido. Y las aves volando
que vuelan con ella. Me dijo lo que no decir podían las otras. Juró liberarlas. Y sí que lo hizo.
Con su ejército de potenciado. Uno a uno. Una a una, fueron apareciendo. Espléndidos y
espléndidas. Con el traje robado a la Luna nuestra. Sin oropeles. Pero si hechos con tesitura
amable. Elocuente. Enhiesto. En ese andar que anda como sólo ella puede hacerlo. Todos los
lugares, todos, se fueron convenciendo de lo que había en esa belleza extraña. No efímera.
Cambiante siempre. Siendo negra que fuere. Y amarilla superlativa. Y blanca venida a la
solidaridad de cuerpo. En mestizaje abierto, profundo.
Como queriendo, yo, decirle mis palabras, me enseñó a tejerlas de tal manera que surgió la
letra, el lenguaje más pleno. Siendo, ella, lingüista abrumadora en lo que esto tiene de amplitud
posible, para enhebrar las voluntades todas. Haciéndose vértebra ansiosa, a la vez que lúcida
para la espera. Me trajo, ese día, los mensajes emitidos en todas partes. Conociéndola, como
en realidad es, me fui deslizando hasta la orilla del cántico soberbio. Y, estando ahí, triné cual
pájaro milenario. Convocando a mis pares para ofrecerle corona áurea, a ella. Para efectuar el
divertimento nuestro, ante su potente mirada. Negra, en sus ojos bellos. Locuaz conversadora
en la historia entendida o, simplemente, en latencia perpendicular, en veces, sinuosa en
curvatura envolvente, en otras. De todas maneras, permitiendo el encantamiento ilustrado.
Este territorio que piso hoy; se convertirá en paraíso para las y los herejes todos y todas. Para
quienes han ido decantando sus vidas. Evolucionando enardecidas. Como decir que el ahínco se
hace cada vez más cierto; por la vía de la presunción leal, no despótica. Aclamando la voz
escuchada. Voz de ella sensible. De iracunda enjundia permitida, plena, elocuente. Conocí, lo
de ella en ese tiempo en que casi habíamos perdido nuestros cuerpos. Y nuestras palabras
todas. Y sí que, en ese viaje permitido, me hice sujeto mensajero suyo. Llevando la fe suya;
como quiera que es fe de la libertad encontrada.
Uno a uno, entonces. Una a una, entonces; nos fuimos elevando en las hechuras de ella.
Transferidas a lo que somos. Conocimos las nubes no habidas antes. Y los colores ignotos hasta
entonces. Y las lluvias nuevas. Venidas desde el origen de la mujer que ya es mía. Y digo esto,
porque primero me hizo suyo, en algarabía de voces niñas, trepidantes en potencia de
ilusiones, engarzadas en el cordón obsequiado por Ariadna; hija de ella. Concebida en libertaria
relación con el dios uno, llamado por ella misma, dios de amplio espectro. Hecho no de sí
mismo; sino por todos y todas. Siendo, por eso mismo, dios no impuesto desde la nada. Más
bien dios dispuesto como esperanza viva vivida.
Cuando terminó mi vida, al lado de ella, me fui al espacio soñándola como el primer día.
Cuando, con ella, comenzó Natura embriagante, nítida. Dominante.
Protista
Cuando tuve ese sueño complejo, me sentí inmerso en las condiciones primeras. Cuando no
había aprendido a navegar. A andar. Por la vía de sujeto próspero en ilusiones coincidentes con
mi instar. La soñé en lo recóndito de su belleza plena, avasallante. Y me hice viajero cohibido,
en el significante de ser intrépido. Como convocante al ejercicio de vida. Con hilatura limpia,
absoluta. Ella estaba, entonces, en la cumbre potenciada de su amplitud. De su holgura de
creyente en la sabiduría como conocimiento sutil. Abierto a toda perspectiva; afín a la
locomoción herética. Inasible para los gendarmes de vuelo a ras de la tierra. Hice, por lo tanto,
recorrido en territorio áspero, en procura de la imponente mujer establecida. En conocido
terreno. Y, en lo desconocido en universo todo. Supe que no podía emularla. Por lo mismo que
ella es sujeta de inmenso enhebramiento. En esa seguidilla de seres cambiantes. Con la mira
puesta en la velocidad del tiempo luz. Pero, en el entretanto inmediato, sabía asir la vida en la
evolución máxima posible. Sabía, ella, del pundonor aplicado al crescendo nutriente de lo móvil,
en veces imperceptible. Yendo hacia los entornos amados por todos y todas. Algo así como
sopladura del viento tierno. Pero, al mismo tiempo, en ese ir prefigurando la visión de la
vibrante hechura, en vida.
Se fue creciendo mi cortejo hacia ella. Yo, en esa condición envolvente, de lo palaciego. En
condición de simple heredero de nichos ululantes. Hice del caminar en camino entero, no otra
cosa que hacedor torpe de lo orgánico viviente. No lo pude entender en esa velocidad
soportada en el paso que paso de lo suyo. De ella. Orientadora de la pulsión coqueta. Ella,
entreviendo la juntura explayada de las condiciones vivas. En ese proceso. En eso de entender
lo cambiante; como ejecución en la lentitud misma. Como si anhelara lo consciente. En el
entendido de Natura. Iridiscente, en veces. En lo opaco imperceptible, en otras.
Subiendo, ella, que subiendo fue legítima pieza corpórea. En ese estar en ciernes. Sin los
predicamentos formales, lineales. Más bien en ese avizorar el futuro, por la vía de proponer una
bitácora cierta. Siendo, entonces ella, el sonido hecho, aupado. Con ella mirada suya como
miríada vertebradora de lo concreto. Por la vía de lo complejo del paso a paso. No volátil. Como
si fuese mero nutriente impávido. Más bien cómo hacer primero. Sin nostalgias entendidas
como haber sido sujetas y sujetos ya. Impulsando el quehacer ahí. En donde el ser y ser está
cifrado de manera cambiante, dialéctica. Como soporte ampliado de su conocer, de su
concepto, de su impronta azuzada siempre por aquella noción de lo vivo, no premeditado. Más
como insumo que viene desde el ayer lo milenario. En tiempo no recogido. No contado. Como
entendiendo lo suyo como inmensidad. Con patrones de vocería, siempre inconclusos. Pero
nunca atados al olvido de lo ya aprendido. En, digo de nuevo, posibilidad en albur que fue
evidenciado lo inmediato, como hechura de lo tendencial. En las probabilidades, siendo razón. Y
siendo no-razón al mismo tiempo. En la diatriba convertida en ternura. Siempre ella, nunca ella
misma primera, igual.
Al fin no tuve que volar buscándola, en el horizonte ya percibido. Pero nunca hecho fin eterno.
Me vi avocado en premura instantánea. En ese ir sin ella. Ya posicionada de su rol. En lo
inverso y directo. Yo la vi, vuelvo y digo, como diosa guía. Como en posición de ser
instrumento. A la vez constante. A la vez cambiante. Y yo icé banderas relampagueantes. Como
mojones imponentes, por lo mismo que fueron y son herencia de ella. Después d haber sido
convidado a su nombre. Para convertir la vida simple, en cimera compleja. Sin cronología
formal.
Y, en lo que digo hoy mismo, está cifrada su vida punzante. Cada nada hecha la misma, pero
distinta. En equilibrio imposible. Porque Natura sigue yendo. En infinita potencia. Ella solo es
momento. Yo seré, también, un momento que paso a paso pasa.
Recreando a Eros
Que la vida es una, no lo sé. Sé si, que tiene que ser vivida en el ahora presente. De futuro
incierto. Como si fuera no válido, para abrigarla. Y de pasado opulento, a veces, pero sin
mirada posible, en el ahora, vivido. Como si fuese, ella, profanadora en ímpetu. De la belleza
ingrávida. O de la tristeza necesaria. Fungiendo como ave arpía; que no se duele de ella. Pero
que causa dolor pasmoso, insólito; por lo mismo que siendo tal, se exhibe y vuela, pero no se
pierde.
Por lo tanto, en vida esta, siento que se desparrama lo habido. Como si fuese etéreo patrimonio
no vigente. Como si, en larga esa vida, manifestara el dolor como primer recurso. Como
atadura infame. Como torcedura que atranca lo que pudiera discurrir como cosa pura. O, al
menos, como nervadura de alma, que la hace empinada y susurrante de ternura. Y, siendo así
esa vida doliente, se empecina en retrotraer lo que fue. Allá en el no recuerdo nunca. O como si
estuviera atada a la invariante locura de quienes no han sido y nunca fueron en sí, sí mismos.
Tanto como sentir que revolotean en memoria. Sin alas suyas. Siendo prestadas las que usan,
para planear sobre los entornos; de esa vida que duele y es agria. Como la hiel que le dieron a
probar al Maestro. Ese en que cree ella; mi amante que vive. En un no estar ahí.
Y la herrumbre se ensancha. Como ensancha esa vida el mortal quehacer que vuelve y duele.
Como aguijón de escorpión en desierto. Como con atadura a la rueda inquisitorial. Partiendo los
huesos de cuerpo que duele tanto que hasta muere de ese dolor inmenso. Que casi como,
impensado. No más vuelve avanzando a zancadas. En noche plena de Luna; pero insípida por
no verte. Es como si ensanchando lo profundo, volviese a momentos. Punzante como ahora.
Siendo, tal vez, punzante siempre.
Y vuelvo a mirar esa vida, no vida. Por lo mismo, vuelvo y digo, que no están. O que, esa
misma vida mía, te hizo perder en lontananza. En periferia escabrosa. Como silencio absoluto.
Siseando solo la voz de la serpiente engalanada. Con sus aires de domestica de esa vida mía.
Como acechándome sin contera. Como palpando el aire. Localizando mi cuerpo casi yerto.
Y se expande, con absoluta holgura, la ceguera de los ojos míos que no lo siento ahora; porque
han volado las ansias, agotadas por no sentirte. Y sigue viva esa vida lacerante. En corpúsculos
hirientes. Como aristas del tridente que es alzado por Dante Aglieri, simulando sus inframundos,
como infiernos. Y todo, así, entonces, se vuelve y se volverá recinto de tortura. En proclama
avivando mi dolor in situ. De lo que fue y lo que será. Pasando por el es ahora. Hibernando en
soledad. En locomoción estática. Como móvil arbitrario. Que no se mueve ni deja mover. Como
supongo que es la nada. Es decir, como sintiendo que faltas en este universo pequeño mío,
hoy.
Todo así, como si fuera el todo total existente, Como si fuera lugar perenne. En donde habitan
las sombras de tenacidad impía. Como el vociferar de los dioses venidos a menos. Como las
Parcas de Zeus. Colocadas ahí no más. Vigilando la vida para, algún día y por siempre, volverla
muerte incesante. Como constante variación de la ternura. Como disecando la felicidad que
sentía antes. Cuando te veía siempre. Todos los días, más días. Más soleados de Sol alegre.
Como cuando te veía enhebrar la risa, como obsequio a cualquier suceso; por simple que fuese.
Con la voz desafinada. Más de lo que antes fuera. Con las manos buscando la puerta de la
ventana tuya. Del símil de vida, ésa si vida plena. Y navego, entonces. Desde aquí y para allá,
perdido. Siendo lo mío final estando apenas en el principio. Por ahí; en tumbos, por lo mismo
inciertos. Como palabra no generosa. Más bien como estallido de las armas en todas las
guerras. En tronera las siento ahora. En esa pavura como cantata de aspavientos. Lóbrega al
infinito. Frío carnaval de la desesperanza. Con la hidra de mil ramas y mil espinas, como
oferente.
Siendo el día que es hoy. Siendo el antes de mañana. Sigo diciendo que necesito tu voz. No
echada al aire a través de ondas invisibles. Sino como voz fresca, incitante, persuasiva. Siendo,
entonces, este hoy sin ser mañana, estoy aquí; o ahí. O no sé dónde. Pero donde sea siempre
estaré esperando tu abrigo. De Sol naciente.
Sigue yendo por ahí
Sé que vienes por ahí; oh diablillo envidioso. Tal vez es que te contaron de mi cuerpo hermoso.
O será que, por ser de día, no hallaste el camino de tu casita olvidada. O, será que quieres
quedarte a rogarle perdón al Sol, por lo mucho que has vagado.
De lo que sea será, chiquilla habladora. No vengo ni voy tampoco. Solo espero la noche, aquí
en este lugar que no brilla, ni calor tiene; ni risas tampoco. Yo siendo tú niña de alto vuelo,
correría a buscar refugio en cualquier lado; antes que yo te convierta en bruja y viajes por las
nubes con la escoba y el gorro.
No me digas que debo hacer; no tienes por qué decirlo. Yo a ti no te creo, ni te quiero siquiera
un poco. Anda ve y te pierdes. Espera la noche solo; como tiene que ser y como será siempre
por lo que eres, diablillo mentiroso.
Si tuviera aquí mi tridente te ensartara en él sin remedio. Y te haría arder en el fuego mío que
tengo. Desde ayer y todos los días más; para vivir sin estorbos. Vete tú ahora no quiero ver ni
tu rostro, ni tu pelo ni tus zapatos que tienen el color que no quiero; porque me hace recordar
el día aquel en que partí la Luna en dos trazos. Uno para mí y el otro para mi hijo que se ha
quedado allá solo.
Vuelvo y te digo señor, que no te tengo miedo ni respeto. Eres para mí solo huella pasajera;
que no puede anidar aquí; ni allí; ni allá en la casita de todos. Sigue tu marcha, pues, no vaya a
ser que te conviertas en sumiso escorpión que no tenga aguijón, ni de a poco.
Qué suerte la mía, digo ahora, encontrarme esta niña hoy; cuando yo llegué a creer que no
había nadie aquí; en este bosque y ciudad que quiero tanto; por ser ella y él mi universo
primero. Y buscando siempre estuve a quien robar y a quien soplar para que no viva más como
ahora; sino como animal que ni pelo tenga. Ni muchos menos lindos ojos.
Cuéntale eso a cualquiera que no te conozca. Yo, por lo pronto, sé quién eres y quien fuiste,
porque me lo contó la alondrita mía que amo. Y que me avisó también, que vendrías muy solo,
como para poder engañar; a ella, a mí y las otras también. Sigue andando pues, hasta que
puedas hallar a quien engañar y a quien pelar para a la olla llevar y prepara así suculento festín
y para reírte sin fin.
Ya ni ganas tengo de seguir hablando contigo; muchacha necia y sabia; me voy por otros
caminos; buscando a quien agradar y ofrecerle mis mimos. No sabes lo que te has perdido, por
andar hablando demás y por meterte conmigo.
Que te vaya mal deseo, diablillo de ojos vivos. Tú seguirás tu camino y yo a vivir aquí me
quedo. Como cuando no estabas, ni habías llegado siquiera. Saluda a tu hijo de mi parte;
porque si es aún niño debe ser hermoso, cálido y tierno; como somos todos y todas las que,
siendo niños y niñas vivimos la vida siempre, con la mirada hecha para amar ahora y por
siempre
Luna fugada
Tanto huirle a la vida. Es como evitar ser tu amante. Las dos cosas trascendentes. Una, por ser
la vida misma. Lo otro que sería igual a hurgar la tierra, en búsqueda del tesoro pedido, que
sería cual faro absoluto. Entre lo yerto y lo móvil vivamente vivido. Todo se aviene a que mi
canto no sea escuchado. Fundamentalmente por ti, diosa infinita. Por eso, me puse a esperar
cualquier vuelo. De cualquier ave pasajera. Nocturna o diurna. Sería, para mí el mismo impacto
y el mismo oficio. El de doliente sujeto que hizo de su vida; la no vida estando sin el refugio de
tus brazos. Y, al tiempo habido, le conté mi sentimiento. Y me respondió con la verdad del
viento. Fugado, sin poder asirlo. Y revolqué la tierra, en todo sitio. En cualquier lugar fecundo.
Y el mismo tiempo y el viento, hicieron una trenza para ahogar mis ímpetus. Para que yo no
pudiera entrar en ese cuerpo tuyo. Viajé en ellos, en el tiempo y el viento. Llegué, no recuerdo
ni el día ni la hora. Simplemente, bajé, otra vez, al sitio en que te he amado. Encontrándote,
susurrando palabras. Como las de ese Sol potente. Estaba en espacio frío. Y te fuiste, en el
tiempo y el viento. Y te vi ascender. Traspasando la línea que protege a la Tierra nuestra. No
pude alzar vuelo contigo. Simplemente porque, viento y tiempo, te arroparon y desecharon mi
presencia, mi cuerpo.
En este otro día, En esta soledad tan manifiesta. Tan hecha de retazos de tu mundo ya fugado.
Me dije que ya era hora de ser libre. ¡Para qué libertad, sin estar contigo! Eso dije. Y retomé el
camino arado, por siglos. Por gentes sencillas. Bienamadas, solidarias. E hice andar mis piernas.
Hice que todo mi cuerpo te buscara. Y encontré a la vieja esperanza, maltrecha, pero nunca
vencida. Al tiempo encontré a la ternura toda. Me dijo: si nos has de ir, mejor quédate ahí.
Llegando la noche, entonces, te vi dibujada en la Luna. Y gozabas, jugando con su arena
inmensa. Con su gravedad hecha cuerpo. Y, siendo ese cuerpo, tú. Me enviabas voces,
palabras. Pero a mitad de camino se perdían. Ruidoso rayo, envolvente. Dos en uno. Energía
potente. Sonido anclado en toda la energía hecha. Pasando la noche, pasando se, hizo más
borrosa tu figura que volví mis ojos al lado obscuro de tu hospedante Luna. Haciéndose fugaz
lo que antes era permanente para mí. Esa risa tuya. Esos tus ojos tiernos en pasado; ahora
voraces y lacerantes miradas. Mudez impávida, enervante ahora.
Hoy, camino… ¿Yendo adonde? No sé. Como si se hubiese perdido la brújula. Esa que siempre
llevabas en tus manos. Y, siendo cierto esto, traté de retomar el camino perdido. Traté de alzar
vuelo. Pero seguía ahí mismo. En la yesca infame, Todos miraban mi dolor. Todos y todas,
mostrando su insolaridad por ti endosada. Tal vez como revancha absurda. Pero era eso y no
otra cosa. Era tu pulsión de vida. Perdida ya. Y recordé que, en otrora, éramos boyantes
personajes. Absorbiendo la luz y la ternura en ella.
En este sitio, para mi memorable, quedará escrito, con el lápiz de tus ojos, la pulsión de vida
mía. Pasajera. Casi irreal. Casi cenicienta simple, engañada. Y si digo esto ahora, es porque te
fuiste. Y está en esa Luna tuya, inmensa. Pero, para mí, Luna Fugaz. Luna hechicera
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria
Sumatoria

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molina2005Johana
 
De esta vida mía, sola, absorta, demirriada
De esta vida mía, sola, absorta, demirriadaDe esta vida mía, sola, absorta, demirriada
De esta vida mía, sola, absorta, demirriadaLuis Parmenio Cano Gómez
 
RSA1 Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008
RSA1   Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008RSA1   Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008
RSA1 Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008SaborArtistico
 
Luis alberto spinetta guitarra negra
Luis alberto spinetta   guitarra negraLuis alberto spinetta   guitarra negra
Luis alberto spinetta guitarra negraEduardo Carnevale
 
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho   matias sanchez ferreLa bomba debajo del pecho   matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferreaeroxis
 
Jalil Habrim El Profeta
Jalil Habrim El ProfetaJalil Habrim El Profeta
Jalil Habrim El ProfetaMMRS
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaLesly Posso
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinacristyyasmin
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaNicky Djpl
 
Analisis de juan ramon molina
Analisis de juan ramon molinaAnalisis de juan ramon molina
Analisis de juan ramon molinaGMC11
 
La mujer loca (prosa poética)
La mujer loca (prosa poética)La mujer loca (prosa poética)
La mujer loca (prosa poética)tomasvila
 
Análisis biográfico poemas juan ramón molina
Análisis biográfico poemas juan ramón molinaAnálisis biográfico poemas juan ramón molina
Análisis biográfico poemas juan ramón molinaYolany Deras
 

La actualidad más candente (17)

Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molina
 
De esta vida mía, sola, absorta, demirriada
De esta vida mía, sola, absorta, demirriadaDe esta vida mía, sola, absorta, demirriada
De esta vida mía, sola, absorta, demirriada
 
RSA1 Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008
RSA1   Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008RSA1   Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008
RSA1 Sabor Artístico, La Revista Agosto 2008
 
Luis alberto spinetta guitarra negra
Luis alberto spinetta   guitarra negraLuis alberto spinetta   guitarra negra
Luis alberto spinetta guitarra negra
 
Juan ramón molina
Juan ramón molinaJuan ramón molina
Juan ramón molina
 
Susanita (una vida compleja)
Susanita (una vida compleja)Susanita (una vida compleja)
Susanita (una vida compleja)
 
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho   matias sanchez ferreLa bomba debajo del pecho   matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
 
PALOMA NEGRA DE LOS EXCESOS
PALOMA NEGRA DE LOS EXCESOSPALOMA NEGRA DE LOS EXCESOS
PALOMA NEGRA DE LOS EXCESOS
 
Jalil Habrim El Profeta
Jalil Habrim El ProfetaJalil Habrim El Profeta
Jalil Habrim El Profeta
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molina
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molina
 
Ramon molina
Ramon molinaRamon molina
Ramon molina
 
Poemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molinaPoemas de juan ramon molina
Poemas de juan ramon molina
 
En las-cimas-de-la-desesperacian-completo
En las-cimas-de-la-desesperacian-completoEn las-cimas-de-la-desesperacian-completo
En las-cimas-de-la-desesperacian-completo
 
Analisis de juan ramon molina
Analisis de juan ramon molinaAnalisis de juan ramon molina
Analisis de juan ramon molina
 
La mujer loca (prosa poética)
La mujer loca (prosa poética)La mujer loca (prosa poética)
La mujer loca (prosa poética)
 
Análisis biográfico poemas juan ramón molina
Análisis biográfico poemas juan ramón molinaAnálisis biográfico poemas juan ramón molina
Análisis biográfico poemas juan ramón molina
 

Similar a Sumatoria (20)

Juvenal y juliana
Juvenal y julianaJuvenal y juliana
Juvenal y juliana
 
Desde mi silencio
Desde mi silencioDesde mi silencio
Desde mi silencio
 
Desde mi silencio
Desde mi silencioDesde mi silencio
Desde mi silencio
 
Nunca en silencio
Nunca en silencioNunca en silencio
Nunca en silencio
 
Perfiles y secuencias
Perfiles y secuenciasPerfiles y secuencias
Perfiles y secuencias
 
Ancizar alma mia
Ancizar alma miaAncizar alma mia
Ancizar alma mia
 
Ancizar alma mia
Ancizar alma miaAncizar alma mia
Ancizar alma mia
 
Palabras y fuego (5)
Palabras y fuego (5)Palabras y fuego (5)
Palabras y fuego (5)
 
filosofía liviana
filosofía livianafilosofía liviana
filosofía liviana
 
Mi Otro Yo Viene De Otro - Rafael Bejarano
Mi Otro Yo Viene De Otro - Rafael BejaranoMi Otro Yo Viene De Otro - Rafael Bejarano
Mi Otro Yo Viene De Otro - Rafael Bejarano
 
Esquinita bravata
Esquinita bravataEsquinita bravata
Esquinita bravata
 
Canto desollado
Canto desolladoCanto desollado
Canto desollado
 
Ella
EllaElla
Ella
 
Europa sangría
Europa sangríaEuropa sangría
Europa sangría
 
Cero profundo
Cero profundoCero profundo
Cero profundo
 
Oda a la palabra
Oda a la palabraOda a la palabra
Oda a la palabra
 
Relatos friedrich
Relatos friedrichRelatos friedrich
Relatos friedrich
 
Anastasia, una diosa sin par
Anastasia, una diosa sin parAnastasia, una diosa sin par
Anastasia, una diosa sin par
 
áNgeles caídos
áNgeles caídosáNgeles caídos
áNgeles caídos
 
El canto de valentina, vlentinota y otros cantos
El  canto de valentina, vlentinota y otros cantosEl  canto de valentina, vlentinota y otros cantos
El canto de valentina, vlentinota y otros cantos
 

Más de Luis Parmenio Cano Gómez

apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docx
apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docxapuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docx
apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docxLuis Parmenio Cano Gómez
 
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdfLuis Parmenio Cano Gómez
 
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento 2019
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento  2019Ley de financiamiento 1943 de crecimiento  2019
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento 2019Luis Parmenio Cano Gómez
 

Más de Luis Parmenio Cano Gómez (20)

Documento 74.pdf
Documento 74.pdfDocumento 74.pdf
Documento 74.pdf
 
gobernabilidad (1).pdf
gobernabilidad (1).pdfgobernabilidad (1).pdf
gobernabilidad (1).pdf
 
Negociación con El ELN (3).pdf
Negociación con El ELN (3).pdfNegociación con El ELN (3).pdf
Negociación con El ELN (3).pdf
 
actual.pdf
actual.pdfactual.pdf
actual.pdf
 
apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docx
apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docxapuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docx
apuntes para una reforma al sistema de educación en Colombia.docx
 
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf
(1)Notas para una crítica al proyecto de reforma laboral.pdf
 
Antonia Santos (1).pdf
Antonia Santos (1).pdfAntonia Santos (1).pdf
Antonia Santos (1).pdf
 
reformas.pdf
reformas.pdfreformas.pdf
reformas.pdf
 
Tiniebla (1).pdf
Tiniebla (1).pdfTiniebla (1).pdf
Tiniebla (1).pdf
 
La politica.pdf
La politica.pdfLa politica.pdf
La politica.pdf
 
entrampado.docx
entrampado.docxentrampado.docx
entrampado.docx
 
decisiones.docx
decisiones.docxdecisiones.docx
decisiones.docx
 
en casa de liboria.docx
en casa de liboria.docxen casa de liboria.docx
en casa de liboria.docx
 
La soledad de Francia Márquez Mina.docx
La soledad de Francia Márquez Mina.docxLa soledad de Francia Márquez Mina.docx
La soledad de Francia Márquez Mina.docx
 
Mujeres bajo fuego
Mujeres bajo fuegoMujeres bajo fuego
Mujeres bajo fuego
 
La luna seguía
La luna seguíaLa luna seguía
La luna seguía
 
Del fútbol como deporte de atletas
Del fútbol como deporte de atletasDel fútbol como deporte de atletas
Del fútbol como deporte de atletas
 
Yo, claudia
Yo, claudiaYo, claudia
Yo, claudia
 
El baile del mentiroso mayor
El baile del mentiroso mayorEl baile del mentiroso mayor
El baile del mentiroso mayor
 
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento 2019
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento  2019Ley de financiamiento 1943 de crecimiento  2019
Ley de financiamiento 1943 de crecimiento 2019
 

Último

Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESO
Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESOPrueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESO
Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESOluismii249
 
animalesdelaproincia de beunos aires.pdf
animalesdelaproincia de beunos aires.pdfanimalesdelaproincia de beunos aires.pdf
animalesdelaproincia de beunos aires.pdfSofiaArias58
 
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLAACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLAJAVIER SOLIS NOYOLA
 
La Sostenibilidad Corporativa. Administración Ambiental
La Sostenibilidad Corporativa. Administración AmbientalLa Sostenibilidad Corporativa. Administración Ambiental
La Sostenibilidad Corporativa. Administración AmbientalJonathanCovena1
 
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto grado
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto gradoUNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto grado
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto gradoWilian24
 
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA Ccesa007.pdf
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA  Ccesa007.pdfLas Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA  Ccesa007.pdf
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA Ccesa007.pdfDemetrio Ccesa Rayme
 
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN PARÍS. Por JAVIER SOL...
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN  PARÍS. Por JAVIER SOL...ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN  PARÍS. Por JAVIER SOL...
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN PARÍS. Por JAVIER SOL...JAVIER SOLIS NOYOLA
 
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 20241ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024hlitocs
 
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17 MAYO 2024 comunicación.pdf
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17  MAYO  2024 comunicación.pdfsesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17  MAYO  2024 comunicación.pdf
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17 MAYO 2024 comunicación.pdfmaria luisa pahuara allcca
 
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docxcandy torres
 
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptx
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptxAEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptx
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptxhenarfdez
 
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdf
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdfApunte clase teorica propiedades de la Madera.pdf
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdfGonella
 
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ 2024 MAESTRA JANET.pdf
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ  2024 MAESTRA JANET.pdfFICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ  2024 MAESTRA JANET.pdf
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ 2024 MAESTRA JANET.pdfPaulaAnglicaBustaman
 
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...Agrela Elvixeo
 
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdf
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdfEFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdf
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdfsalazarjhomary
 

Último (20)

Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESO
Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESOPrueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESO
Prueba de evaluación Geografía e Historia Comunidad de Madrid 2º de la ESO
 
animalesdelaproincia de beunos aires.pdf
animalesdelaproincia de beunos aires.pdfanimalesdelaproincia de beunos aires.pdf
animalesdelaproincia de beunos aires.pdf
 
PP_Comunicacion en Salud: Objetivación de signos y síntomas
PP_Comunicacion en Salud: Objetivación de signos y síntomasPP_Comunicacion en Salud: Objetivación de signos y síntomas
PP_Comunicacion en Salud: Objetivación de signos y síntomas
 
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLAACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
ACERTIJO EL NÚMERO PI COLOREA EMBLEMA OLÍMPICO DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
 
La Sostenibilidad Corporativa. Administración Ambiental
La Sostenibilidad Corporativa. Administración AmbientalLa Sostenibilidad Corporativa. Administración Ambiental
La Sostenibilidad Corporativa. Administración Ambiental
 
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto grado
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto gradoUNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto grado
UNIDAD 3 -MAYO - IV CICLO para cuarto grado
 
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA Ccesa007.pdf
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA  Ccesa007.pdfLas Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA  Ccesa007.pdf
Las Preguntas Educativas entran a las Aulas CIAESA Ccesa007.pdf
 
Sesión de clase APC: Los dos testigos.pdf
Sesión de clase APC: Los dos testigos.pdfSesión de clase APC: Los dos testigos.pdf
Sesión de clase APC: Los dos testigos.pdf
 
Novena de Pentecostés con textos de san Juan Eudes
Novena de Pentecostés con textos de san Juan EudesNovena de Pentecostés con textos de san Juan Eudes
Novena de Pentecostés con textos de san Juan Eudes
 
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN PARÍS. Por JAVIER SOL...
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN  PARÍS. Por JAVIER SOL...ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN  PARÍS. Por JAVIER SOL...
ACERTIJO LA RUTA DEL MARATÓN OLÍMPICO DEL NÚMERO PI EN PARÍS. Por JAVIER SOL...
 
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 20241ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024
1ERGRA~2.PDF EVALUACION DIAGNOSTICA 2024
 
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17 MAYO 2024 comunicación.pdf
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17  MAYO  2024 comunicación.pdfsesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17  MAYO  2024 comunicación.pdf
sesion de aprendizaje 1 SEC. 13- 17 MAYO 2024 comunicación.pdf
 
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx
2° SEM32 WORD PLANEACIÓN PROYECTOS DARUKEL 23-24.docx
 
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptx
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptxAEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptx
AEC 2. Aventura en el Antiguo Egipto.pptx
 
TÉCNICAS OBSERVACIONALES Y TEXTUALES.pdf
TÉCNICAS OBSERVACIONALES Y TEXTUALES.pdfTÉCNICAS OBSERVACIONALES Y TEXTUALES.pdf
TÉCNICAS OBSERVACIONALES Y TEXTUALES.pdf
 
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdf
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdfApunte clase teorica propiedades de la Madera.pdf
Apunte clase teorica propiedades de la Madera.pdf
 
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ 2024 MAESTRA JANET.pdf
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ  2024 MAESTRA JANET.pdfFICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ  2024 MAESTRA JANET.pdf
FICHA CUENTO BUSCANDO UNA MAMÁ 2024 MAESTRA JANET.pdf
 
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...
POEMAS ILUSTRADOS DE LUÍSA VILLALTA. Elaborados polos alumnos de 4º PDC do IE...
 
Power Point E. S.: Los dos testigos.pptx
Power Point E. S.: Los dos testigos.pptxPower Point E. S.: Los dos testigos.pptx
Power Point E. S.: Los dos testigos.pptx
 
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdf
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdfEFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdf
EFEMERIDES DEL MES DE MAYO PERIODICO MURAL.pdf
 

Sumatoria

  • 1. Xiomara Arredondo Lo de Xiomara Arredondo todavía estaba ahí. El cuento ese que le inventaron hace días. Que estaba en tinieblas, cuando apareció el Gran Señor. Ese que, según dicen, la tuvo primero. Antes de ser ella hoy lo que antes era. Y me di a la tarea de buscarla para escuchar de palabra suya, si era verdad o mentira. Fui hasta donde vivía antes. Y me dijeron que no; que desde el siete de febrero se mudó. Que no saben para donde. Y qué razón alguna dejó. Ni para mí ni para nadie. Solo que se iba y que no la buscaran más. Ni aquí ni allá. Ni en ninguna parte tampoco. En verdad tenía afán de encontrarla. Fui por ahí caminando. Preguntando si la han visto siquiera. Por lo mismo, vuelvo y digo, qué pasará con ella. Abandonó su lugar sin decir adiós ni nada. Sin siquiera expresar por qué camino cogió. Recuerdo si, que una noche cualquiera, me dijo no voy más; porque en este mundo voraz no quiero ni vivir ni estar. Que mi dolor es profundo me dijo. Que no me podía contar lo que en otro lugar pasó con ella. Y del mismo recuerdo aquel, entresaqué una verdad que deduje cuando de tanto hablar, até cabos sin par. Y leí lo que logré entrelazar. Siendo una historia absurda y triste a la vez. Que se hizo mujer en brevedad de tiempo. No tuvo hogar seguro. Ni siquiera como simple apoyo para ayudarla a caminar en la vida. Que no tuvo edad para amar. Que, por lo mismo, entró en eso de dar su cuerpo al postor primero y mejor. Y se siguió yendo. Andando pasos perdidos; sin lograr nunca sentirse amada. Sin encontrar refugio, que al menos su pulsión descansara. Que, al menos, descanso fuera. Para ella y para quien llegó a ser fruto sin quererlo. Y de camino en camino, estuvo en la otra orilla. Brincó el océano raudo. Como rápido es soñar que va a enderezar lo habido. Buscó el atajo siempre; tratando de no perder la punta del hilo para volver. Aun así, de dolor en dolor, llegó al punto de no retorno. Como queriendo decir con eso, que tocando fondo estaban su pasión y su albedrío. Y, con ella, y por supuesto Germancito que crecía; sin hallar lo que quisiera. Que no era otra cosa que ser sí mismo. Su estructura mental iba más allá que el perfil todo de Xiomara. Era algo así como un dotado extremo. De esos que no se encuentran ahí no más. Diría yo, ahora, ni cada doscientos años. Luego que perdí su rastro no tuve sosiego. Lo mío hacia ella, siempre ha sido y será verla mía. No más, ahora, vuelven a mí esos dos días en Cali. Ella y yo, en la sola piel. Revoloteando a lo torbellino. Una danza herética de no acabar nunca. De torsiones ajenas. De esas que ella y yo vimos cualquier da; en sueños dos. El de ella y el mío. Ella avasallada, como diosa que se otorga. Yo, como sátiro en bosque, buscando cualquier sexo perdido. Fui hasta su océano; el mismo que atravesó otrora. Y pregunté por ella al viento. No supo que decir. Lo increpé por su no recuerdo. Y me devolvió el silencio, como única respuesta. Bajé en profundo. De agua y sal fue mi bebida. Todo para no encontrarla. Todo para ella seguir perdida. En cualquier lugar, un día cualquiera, encontré a Germán. Ya no Germancito. Y me dijo no la he visto. Ya casi ni la recuerdo. Por lo mismo que mi madre me dejó en el camino. Sin notar siquiera que yo la amaba y que en disposición estaba de buscar a su lado mi destino. O el de ella. O el de los dos. Y vagué por el mundo, me dijo. Desde el Pacifico violento. De mar a mar. De Buenaventura a Malasia. Desde Antofagasta hasta la India. No vi huella de ella. Pero escuchaba su voz a todo momento. La veía en sueño recurrente. Recordaba sus espasmos; sus gritos; sus susurros. Como cuando mi padre la amaba. Por lo menos eso dijo una noche. Entre sueños y desvelos. Dejé al Germán sin rumbo. Yo cogí el mío. No otro que el mismo, enrutado por mi brújula doliente. De amor y de vértigo. De ternura y de deseo. Fui a recabar en Angola. Conocí sus pesares y sus soledades. De Colonia abandonada a su suerte. Una vez saqueada; arrasada, violentada. Nadie, allí, supo que fue de ella. Ni la conocieron siquiera.
  • 2. La mañana en que me contaron lo que, según dicen pasó, estuve yendo y viniendo en lo que hacía. No me interesé al comienzo. Pero, en el mediodía entré en el tósigo de los celos. Revolqué mi silencio. Una copa tras otra para ahogar, como en la canción, la pena de no tenerla. Odié a quienes vinieron. A los que, según dicen, la vieron al Gran Señor atada. Como a remolque. Como suplicante mujer que juntando mil palabras hacía de lo dicho un sonajero de expresiones, como doliente insaciada. Como náufraga asida a cualquier trozo de viento benévolo. Noche aciaga esa. Perdido en las calles. Con pasos de caminante perverso. Que busca lo que ha perdido y que, a conjuro, envalentonado quiere hacer venganza; así sea lo que fuere; no importándole si en ella moría Xiomara o su amante. En esas estaba, cuando en la penumbra de una esquina, encontré a quien fuera su amigo del alma. Santiago era su nombre. Porque hice que así fuera; como quiera que en su cuerpo clavara tres veces el puñal que llevaba en cinto desde la víspera. Desde ese día anterior; o desde el mismo día, no sé. Y seguí con los mismos pasos andando. Ni siquiera corrí; porque para que hacerlo si me di cuenta que no era Santiago el Señor que a Xiomara poseyera. No recuerdo si por vez primera. O si primero fui yo en el inventario de sueños que en mi memoria estaban. Azuzándome siempre para que yo mismo tejiera la urdimbre malparida. Para que buscara siempre en ella su hendidura hermosa que daba vueltas en mi cabeza. Solo eso; no otra cosa. La mañana nueva, me encontró en cama tendido. Desnudo, casi rígido. Con mi asta enhiesta. Con mi mirada puesta en el pubis de Xiomara, la recordada y deseada. Como obnubilado sujeto de la Inquisición venido. Con la heredad de los machos que van buscando tesoros como ese de mi mujer deseada. Otro mediodía, ahora en Sucumbíos. No pierdo el referente del Pacífico trepidante. Estuve en esa selva hiriente. En esa soledad de caminos. Ni mujeres, ni hombres había. Solo ese viento ligero que estremece. Por lo mismo que es viento de ausencia. Ninguna indagación posible, entonces. Simplemente oteando. Aguzando mi olfato de pervertido. Que hace de cada día una una visión, un relato de ese tesoro acezante; de Xiomara o de cualquiera otra hembra invitando a ser poseída. Por mí o por cualquiera. Germán volvió del periplo. Lo encontré un lunes de marzo. Con la sujeción de quien espera ver a su madre. Con la juntura de palabras desparramadas. Con el arrebato del hijo que extraviado sigue; sin encontrar nunca lo que quiere y persigue. Desde el día mismo en que, a mitad de camino, Xiomara Arredondo lo abandonó. Este Germán se hizo mi par en la búsqueda. Juntos estábamos, allí. Ese día lunes, siendo ya tarde. Cuando nos sorprendió la luz de Luna, alumbrando el paisaje. Y vimos pasar a Xiomara de la mano del Gran Señor. Diciéndonos adiós con sus manos. Cuando la luz se apagó; sentimos que una sombra pasó. Siendo, como en verdad era, un cortejo de muerte. Con Xiomara Arredondo muda, envejecida, diciéndonos no busquen más que de la tumba he vuelto para verlos de dolor cubiertos. Para decirles que yo ningún Gran Señor tuve. Solo a ustedes dos. Padre e hijo que son. Viajero perdido En vela pasé la noche. Acompañado, no más, por el travieso reloj. Dando cuenta de las horas perdidas, ya pasadas. En rigor, para mí, las señales del tiempo, no son otra cosa que vivir ensimismado en mí mismo. Con un sinnúmero de cargas expuestas. Hasta que maduren. En dejación del espacio. Por lo mismo, succionado por el eterno vagar, cada quien, haciendo del cuerpo mismo un latir constante. Y es que tenía pensado jugar a la ruleta. Esperando perder la vida en eso. Y este día que comienza. Tan ávido de la última proclama del Gran Jefe. En verdad, me siento cansado. Con los residuos de la madrugada hechos trizas. Y más ahora, que debería tener el cerebro limpio. Para poder ensayar lo que soy. Al pie del día que no entendiendo. Se vinieron los momentos juntos. Como tósigos inveterados, parsimoniosos.
  • 3. También recuerdo a Ariel, mi amante en las sombras milenarias, acompañadas por los estigmas insaciables. En tiempo pasado, lo amé con la fuerza de Hércules. Siendo, este sujeto, mi yo primo. Adquirida a fuerza de vivir su nostalgia. Por los tiempos idos. Ariel engarzado por los hilos de la vida. Desde el mar hasta el obscuro cielo, hasta el obscuro velo. Con sus diminutos puntos iridiscentes, A cada momento infinito. Sin reconocer la holgura de tiempo pasado. Además, viviendo entre el estrecho camino al Sol y camino, en vaivén, hasta pasar, de lejos, viajando hasta el límite de la galaxia nuestra. Tal vez, con ganas de traspasarla hendiendo mi cuerpo, en su cénit ampuloso. Dotado de una y mil maneras de ser invaria ncia pertinente, al momento de localizar la bruma, entretejida en los hilos gruesos de los celestes móviles. Los hechos antes y. los ahora renovados. Siguiendo la huella de los mundos no conocidos. Y sí, que me quedé perdido en tanta infinitud hecha. Buscándolo a él, penitente extraviado. Una luciérnaga que nació con solo andar pétreo. Acucioso hombre mío. Dotado de los frutos todos. En madre natura viviente. Repasé mi bitácora. Como anhelante sujeto que no regresaré nunca más a mi entorno recordado, querido. Pero, ahora, convertido en simple sujeto, al garete, Como si no hubiese vivido en él; con la potencia de cuerpo, indisoluble, erguido. Como prepotente sujeto. Lo de ahora, en mí, no es aspaviento en palabras torcidas. Es, más bien, una juntura de fuerzas adormecidas. Como ir yendo hasta que todo mi ser se escurra; en la medianía soterrada. Con o sin viento a favor del viaje, Simplemente, entiendo que soy expósito ser. Naufragado en esa totalidad de espacio abierto. En espera de mi Ariel vivido en mí, desde que este escenario fue creado. Y, él, no está conmigo; precisamente porque hizo de su viaje eterno, una constante topológica. Como venida a menos. Solo con su cuerpo pegado a las lunas encontradas en la Vía Láctea como soporte de lo que ya vino y lo que vendrá para ella, Insumisa novia querida. Allá en los atardeceres vividos a dúo. Acicalados con el viento sereno, a veces. Explosión de mares, otras. Mi yo viajero milenario, se hizo hospedante sonoro. A fuerza de escuchar los trinos de los cantores todos. Como tratando de ilusionar mii sujeto entero. Viviendo de premoniciones baldías. Allá donde viví la vida, Y que no será más la tuya, ni la mía. Moviola Un lugar para amar en silencio. Ha sido lo más deseado, desde que se hizo referente como persona ajena, a los otros y las otras. En ese mundo de algarabía. En este territorio de infinito abandono, con respecto a la esperanza. Y a la vida, en lo que esto supone crecer. De ir yendo en procura de las ilusiones. Un deambular casi sin límites. Como expósito itinerario. En veces de regreso al pasado. En otras, asumiendo el presente. Y, otras, con la mira puesta hacia allá. Como rodeando los cuerpos habidos, arropándolos con el manto que cubrió el primer frío. Y sí que, Luis Ignacio, fue decantando cada una de sus ideas. Como cosas que vuelan. Que volaron desde que la humanidad empezó el camino. En el proceso de transformación. Todo en un escenario sin convicciones sinceras. Más bien, como en alusión a lo perdido desde antes de haber nacido. Y Luisito, como siempre lo llamó su madre, estuvo en la situación de invidente. Nacido así. En la obscuridad tan íntima. Se fue imaginando el mundo. Y las cosas en él. Y el perfil de los acompañantes y las acompañantes. Cercanas (os). Y se imaginó los horizontes. Las fronteras. Los territorios. Todo, en el contexto de lo societario. Y se encumbró en el aire. Y en las montañas insondables. Y las aguas de mares y ríos. Aprendió a llorar. Y a reír. Editando cada uno de los momentos, en sucesión. Al mes de haber nacido, se dio cuenta de su condición de sujeto sin ver. Todo porque su madre lo supo antes que él. La intuición de todas las madres. Que Luisito la miraba sin verla. Y se dedicó a enseñarle como se tratan los momentos, sin verlos. Como se hace nexo con la vida de los otros y las otras. Aprendió, de su mano, a ver volar los volantines de sus pares infantes. A
  • 4. seguir la huella de los carritos de madera. De los trencitos hechos con el metal que ya existía antes de él y de ella. Siguió, con sus ojos tristes, velados, el camino que llevaba a la ciudad centro. A mirar el barrio. Y la casa suya. Y fueron creciendo en la pulsión que significa asumir retos y resolverlos. Se acostumbró a sentir y palpar las violencias. Las cercanas. Y las de más lejos. El hilo conductor de las palabras de Eloísa Valverde, despejaban dudas. Y, en la escuelita, emprendió la lucha por alcanzar el conocimiento trascedente. A medir la Luna. A imaginar su luz refleja. A dirigirse, en coordenadas, al Sol. A entender el régimen de la física que estudia los planetas todos. Allí conoció a su Sonia. La amiguita volantona. Amable, radiante. De ojos como los suyos. Negros, inescrutables. Vivos en el silencio de la noche constante. Y aprendió a hablar con ella de todo lo habido. De los rigores del clima. De la exuberante naturaleza amenazada. De la química del universo. Y de los códigos ocultos de las matemáticas infinitas. Y del significado de las voces agrias. Atropelladas, envolventes. Ácidas, disolventes. Pero, al mismo tiempo, las voces de los sueños. De la ilusión. De la vida compartida. En la bondad e iridiscencia. Y, juntos, vieron los colores mágicos del arco iris. Enhebrando cada instante. Soplando el azul maravilloso. Y succionando el amarillo cándido. Y vertiendo al mar los tonos del verde insinuado. Y, avivando el rojo magnífico. Y aprendieron a conocer sus cuerpos. Con las manos. De aquí y de allá. En un obsequiarse, en el día a día. Palpando sus cabezas. Y sus caras. Y sus vientres. Y sus piernas. Todo cuerpo elongado por toda la inmensidad de los decires. Y caminaban camino al Parque. Manos entrelazadas. Risas volando a lo inmenso del firmamento cercano. Y hablaban, en la banquita de siempre. Y lloraban de alegría, cuando escuchaban y veían el ruido de los niños y las niñas jugando. Siempre, ella y él, asumiendo el rol de la gallina ciega estridente. Sabia. Corriendo. Tratando de superar, en velocidad, al sonido y a la luz, su luz suya y de nadie más. Fueron creciendo, envueltos en la magnificencia de los árboles. Entendiendo cada hecho. Fino o grueso. O, simplemente, atado al estar lúcido. Y corrieron, siempre, detrás del viento. Hasta superarlo. Y sus palabras, orientaban el quehacer del barrio. De sus gentes amigas. Y, cada día, se contaban los sueños habidos en la noche dentro de su noche profunda. Y nunca sintieron distanciamientos. Ella y Él, con sus secretos y sus verdades. Escritas en las paredes de cada cuadra. Dibujos de pulcritud. Las aves. Y los elefantes expandidos. De la María Palitos, en cada hoja. De los leones anhelantes. De las cebras rotuladas en blanco y negro. Sus colores ciertos. Posibles. Le dieron la vuelta al mundo. Desde el África milenaria. Con todos los negros y las negras, en lo suyo. Con las praderas y los lagos incomparables. Con el sufrimiento originado en el arrasamiento de sus culturas y de sus vidas. Por la caterva de bandidos armados, pretendiendo erosionar sus vidas. Y, ella y él, se aventuraron por los caminos a la libertad. Y soñaron con Mandela. Y con Patricio Lumumba. Y con el traidor Idi Amín. Y recorrieron Asia, en toda la profundidad de saberes. De rituales. De razas. De la China inconmensurable. Del Japón en la quietud dinámica de sus valores. Y vieron a las gentes derretidas en el pavoroso fuego expandido a partir de la explosión nuclear. Jugaron, en simultánea, con los niños y las niñas, en Nagasaki Hiroshima arrasadas, Entendieron la dialéctica simple de Gandhi. Y sufrieron los rigores en Vietnam, cuando el Imperio pretendió aniquilar a sus gentes. Sintieron el calor destructor del Napalm. Y entraron a los túneles en los arrozales. Y Vieron, en ciernes a Australia y todo lo no conocido antes. Y volaron sobre los glaciales atormentados, amenazados de muerte. Y estuvieron en Europa. Con todas las contradicciones puestas. Desde la ambición de los colonizadores. Su entendido de vida. Como esclavistas. Pero, al mismo tiempo, conocieron a sus pueblos y de sus afugias. Y recorrieron a nuestra América. Sabiendo descifrar los contenidos de sus divisiones territoriales. Sobre todo, la más profunda. Norte Y Sur. En esa fracturación aciaga. Y sí que, Luisito y la Sonia suya, crecieron sintiéndose a cada paso. Y el barrio. Su barrio, se fue perdiendo. Lo sintieron en la decadencia. Cuando sus vivencias y las de su gente, fueron arrinconadas, asfixiadas. Y murieron sus padres y sus madres. Y se sintieron en soledad profunda. Pero, aprendieron a hacer los cortes y las ediciones de vida. Su vida. Y, en su noche
  • 5. constante y profunda, se fueron acicalando. Aún, ya, en su vejez. Cuando todos y todas olvidaron a Sonia y a su Luisito. Y, ella y él, siguieron viviendo su vida. Descubriendo, cada día, las maravillas y las hecatombes en el infinito universo. En esa brillante noche. Iridiscente. Hecha con su imaginación y sus ilusiones. Un bello hechizo Con razón estoy en el desvarío ampliado. Sí, no más, ayer me di cuenta de lo que pasó con Anita. La niñita mía que amo. Desde antes que ella naciera. Porque la vi en los trazos del vientre de su madre, Amatista. Y la empecé a cautivar desde el momento mismo en que empezó a gozar y a reír. Ahí en el caballito de carrusel primario, íntimo. Cuando, en el cuerpo de su madre, montaba y giraba. Ella, en esa erudición que tienen los niños y las niñas antes de nacer; se erigió en guía suprema. Yo, viéndola en ese ir y venir momentáneo, le dije que, en este yo anciano taciturno, prosperaba la ilusión de verla cuando naciera. O de arrebatarla a su madre, desde ahí. Desde ese cuerpo hecho mujer primera. Y le dije, como susurrante sujeto, que todo empezaría a nacer cuando ella lo hiciera. Y le seguí hablando aun cuando escucharme no podía. Simplemente porque su madre, amiga, mujer, se alejó del parquecito en donde estábamos. Y me quedé mirando a Amatista madre, en poco tiempo concretada. Y la vi subir al busecito escolar que ella tenía. Pintado de anaranjadas jirafas. Y de verdes hojas nuevas. Y se alejó, en dirección a casa. Y yo la seguí con mi mirada. Traspasando las líneas del tiempo y de los territorios. Sin cesar me empinaba para dar rienda suelta a mi vehemente rechazo por haberte alejado de mí. Niña bella. Niña mañanera. Y, en el otro día siguiente. Ella, tu madre, volvió a estar donde nos vimos ayer. Amatista madre. Como voladora alondra prístina, se sentó en el mismo sitio. En ese pedacito de cielo que había solo para ella y para ti. Y me miró. Como extrañada madre que iba a ser pronto. Y me dijo, con sus palabras como volantines libertarios surcando el aire, qué ella nunca me dejaría llevarte al lugar que he hecho para los dos. Que, según ella madre, ese lugar tendría que albergar tres cuerpos. Uno inmenso, el de ella. Otro, en originalidad absoluta y tierna, el tuyo. Y, el mío, sería solo rinconcito desde el cual podría verlas regatear el lenguaje. Elevándolo a más no poder. Casi, entre nubes ciegas, umbrías. Y que, ella, tejería tus vestiditos azules, rojos, morados, infinitos los colores. Y que, su mano, extendería hasta el más lejano universo. Para que, siendo dos, me dijeran desde arriba que yo no podría ser tu dueño. Ni nada. Solo vago recuerdo de cuerpo visto en la calle. En el parque. Más nunca en el aire ensimismado. Otra tarde hoy. Yo aquí. Esperándolas. Tú en el cuerpo de ella. Y las vi acercarse, desde la distancia prófuga, Viniendo del barriecito amado por las dos. El de las callecitas amplias. Benévolas. Desde esa casita impregnada por el arrebato de las dos mujeres vivas. Transparentes. Orgullosas de lo que son. Y, tú y ella, con los ojos puestos en una negrura vorazmente bella. Amplia, dadivosa. Y las vi en el agua hendidas. Como en baño sonoro, puro. Imborrable. Y agucé mis sentidos. El olor fresco de sus cuerpos. Y el escuchar las risas y las palabras que se decían las dos. Hoy, en este sábado lento, estoy acá. Esperándolas como siempre. Y veo que llegan mujeres otras. Con sus hijos y con sus hijas. Niños y niñas nuevos y nuevas aquí. Pero, mi mirada, buscaba otros cuerpos. El de Amatista y de Anita, como decidí llamarte. Buscándolas por todo el espacio abierto. Sentí que no podía más con la nostalgia de no verlas. Y me pesaban las piernas. Como hechas de plomo basto. Y, mis ojos, horadando todo el territorio. Y miraba el aire que bramaba. Como sujeto celoso. Como fuerza envolvente, Pero no llegaron. Ni ella. Ni tu cuerpo en ella. Pasando que pasaban las horas, todo estaba como hendido en la espesura de bosque embrujado. Y me monté, con mi mirada, en los carritos pintados que veía. Como siguiendo la huella de su cuerpo y el tuyo en el de ella. Viajero sumiso. Con el vahído espeso de la tristeza, pegado en mí. Viendo calles. Cerradas ahora, para cualquier asomo de alegría. Así fuese pasajera, Y llegó la noche. Y, el frío con ella. Eché a caminar. Llegué a la casita mía. Y las encontré. Dibujadas en la pared. Ella riendo y tú también. Pero eran solo eso. Dos cuerpos hechos. Ahí. Sin vida. Y, esa misma noche, decidí no vivir más.
  • 6. Y me maté con metal brilloso. Y mis manos embadurnaron con mi sangre los cuerpos dibujados por no sé quien Traición manifiesta La vi pasar, por ahí. Por ese camino andado antes por ella. Lo que pasa, ahora, es que va de la mano de Ciriaco Cartagena. Negro ramplón. Traicionero de su propia raza. Hecho como de plomo hechizo. Fundido en otrora expiación inquisidora. Estuvo en el trajín de llevar y traer mensajes entre obispos y monseñores. Por allá en ese tiempo de martirologio absoluto. En cuando ensillaba a la bestia religiosa. Para potenciar decapitaciones en la exponencial. O, ese mismo negro, asumiendo que lo suyo era reclamarles a reyes y gendarmes. Que le facilitaran la pócima para limpiar su piel. Yo sé que, ella, lo eligió. Siendo que, antes, fue negra de libertad crecida. Incendiaria, a lo bien. Trepidante mujer, en combate. Ires y venires, a su nombre. Por ella acicalados con el negro absoluto, potente, libertario. Y verla, ahora, en ese nudo perdulario con ese sujeto avaro en lo que se dice de verdades. Henchido de pobre jerigonza vertebrada con palabras aviesas. Y no lo digo, yo, por resentimiento o por sangrar por herida. La amé. La ama. La amaré por siempre. Lo que pasa es que uno, como que envuelve la vida y la cree en enhorabuena perenne. Yo soy, eso sí, un sinfín de contradicciones. Soy, eso que llaman ahora, sujeto de ir y venir. En diferente, cada vez. Como si, siendo así, pudiese retornar al comienzo. Cuando era, apenas, sujeto de ida, en vivo simple. En caída libre, en veces. Diciendo lo que fuere con el énfasis puesto en el no posible. O, tal vez, será. Siendo yo así, fue que la conocí. En el villorio relajado. Llamado Hondonada de San Belisario. Un sitio de bravía hechura. En ese pasado de trochas y de mulas en ellas. Yendo enjalmadas, inocentes, cansadas. Con arriero irascible. Dador de zurriago y de palos hendidos en su cuero. Expósitas sujetas nobles. Leales. Y, sigo en lo que iba, esa negra Incendiaria Soto, se hizo mujer de plena locura amatoria. Libre. Pasión pura. Iconoclasta. Herética. Y se encontró con el Ciriaco, allá. En Compostela Moderna. Sitio ajado, ya. Desde tiempos de las jerarquías apoltronadas en los ribetes de los jalones en tierra. Esos que se fueron, en el despiste de la libertad, posicionados como instrumentos de crueldad infinita. Doctorzuelos en el discurso ampuloso. Como si fuesen veletas que desarropan el viento. Venidos desde tiempos de horizonte hecho para el abismo. O para el asfixiante yugo de fierros hechos en el incandescente fuego. Al verlos pasar, Dije: mírenla y mírenlo. Ella y él ufanados. Con la malparidez alborotada. Con la ponzoña lista. Paira devastar a todos y todas, los de la otra orilla. En ese inventario manifiesto. De cosas afanadas. De fisuras puestas al servicio de lo enervante. De lo que duele. De lo que castiga y destruye. Un venirse, diría yo, en componenda con la cizaña de la que hablaba el hablador bíblico. Mero sujeto diciente de cualquier cosa. Pero, a decir verdad, en eso atinó. Cizañero y cizañera, son ahora ella y él. Como vociferantes, impío e impía. Yo me quedé silente. Dije nada. Ahí. Y después. Varado, digo yo. Corcho oscilante. Para aquí y para allá. Embolaté la iridiscencia. Casi perdida quedó. Y, lo punzante por lo bajo, fue que no me afanó la tristeza por ello. Como en la decadencia absoluta. Como vendedor de pasquines insultantes, apenas. Sin la vehemencia de antes. Metido en esa pocilga agria. Se me perdieron en el horizonte trazado por mí. Dejé de verlos, casi en la medianía del pasar. Fijé mis ojos al piso. Me hice sujeto embobado. Inmerso en la jetuda ignorancia supina. Digno de ser ejecutado en guillotina doble. Simplemente, porque no les advertía a todos y a todas, lo que vendría encima. A cargo de los ejércitos depravados. Surtidos por la traición de Incendiaría y de Ciriaco. Negra y negro en deslealtad con la vida. Naciente. Y la ya hecha.
  • 7. Río mío. Río de ella Yo te he propuesto volver conmigo. A este territorio expansivo, lleno de opciones y de imaginarios vertiginosos. Te lo he dicho, por lo mismo que estoy reivindicando el derecho a mirarte una vez más. En seguilla de palabras y de expresiones corporales; te he visto en todos mis sueños habidos desde que volaste. Recuerdo bien ese día. Uno de tantos de enero. Te acompañé hasta el río nuestro. Y, estando allí, me dijiste que no ibas más conmigo. Tu discurso se volvió lineal, insípido. No como cuando nos conocimos. Este ahora es pura perplejidad para mí. Habiéndote visto en tu infancia. Danzante. Con tus piecitos atados a las alas del águila nuestra. La que vimos, por primera vez, en majestuoso bosque de los dos. Lo habíamos construido juntos. Tú con lo que tenías. Como queriendo decir que no. Y, yo, aportando mi visión de universos hechos para ti y para mí. En una corredera improvisada. En ese juego con el mar. Allá, en donde el agua es más densa. Y colocamos arrecifes para detener las olas encrespadas y dotadas de una fuerza infinita. Y te lo dije, diciéndote que no te fueras. Pro ya todo estaba dicho. No más palabras que en vez de arrullar, laceran. Me regresé como perdido de fe y de memoria. Te fabriqué un ícono. Y lo puse a la entrada de la casita, la que nos albergó tanto tiempo. La puse para que, quien pasara, supiera que eras mujer absoluta. Y, al caer la noche, cerré puertas y ventanas. Y me propuse dormir. Buscando los sueños idos. Cuando estábamos los dos. Dormí, en tiempo, trece veces más que lo eterno. Buscándote en las soledades del desierto. Y vi tus huellas en el camino todo. Y soñé más. Viéndote en la lejanía del río que te llevó a ti y a tu barca. Hecha del ilusionario tuyo y mío. Y, ese nuestro río, siguió raudo buscando al mar. Barquita esa de papel con hilo trabajado por mi madre. Y la recibiste ese día antes de partir. Y la vieja Baltazara, me dijo que, siendo ella mi madre; era tuya también. Bajé de los sueños consecutivos. Justo cuando robaba las alas a nuestra águila que, tú y yo, bautizamos Esperanza. Tal vez recordando lo que hicimos juntos, ese día de calentura manifiesta. Tanto que derritieron todos y todas. Menos a nosotros. Alzando vuelo magnífico: Pensábamos ir hasta donde estuviera quien hizo tus ojos. Lo encontramos en ese extremo que no conocíamos. Y apareció. Así, ¡de golpe ¡Que yo necesitaba tener otro par como los tuyos! En alzando las manos, como solo él podía hacerlo. Me susurró que su trabajo ya no era ese. Que buscáramos a la estrellita que vivía todo enfrente. Pasamos a esa otra orilla. Y le dijimos al notario de la vida, lo mismo que le habíamos dicho al otro hacedor de estigmas. Y, este otro, nos dijo que lo que pasó con tus ojos, solo fue laminita de agua. Y que ahí se hicieron los negros luceros de mi alma bella. Mi mujer que vive la vida, viviéndola tantas veces que ya había perdido la cuenta. Que lo único cierto era que irrepetibles serían siempre. Volví a soñar con el río. Y con tu barquita bajándola, estabas tú. Y que habías partido ese lunes, después de haber hablado con los sabios que no pudieron repetir los ojos que miran y enloquecen al unísono. Que todo lo nuestro había sido. Pero que ya no era. Que la soledad solita se prolongaría hasta las setenta veces siete universos juntos. Al despertar de ese enésimo sueño, corrí tanto y tan de prisa que la velocidad de la luz de las luciérnagas, quedaron en silencio detenidas. Pasé por los bosques. Cada nada me perdía. Pero, al momento, volvía a encontrar el río referente. Contigo abordo. Te llamaba a voces, en gritos. Y tú imperturbable. Y llegué al mar antes que tu barca. Y, cuando llegó, venía íngrima. Y me contó que te habías bajado a la mitad del viaje. Y que, en voz vibrante me llamabas para regresar conmigo. Y que, la barquita, te respondió diciéndote que ya era muy tarde. Que yo había ido hasta el mar y que con él me quedaría Matar en silencio Viviendo como he vivido en el tiempo; he originado un tipo de vida muy parecido a lo que fuimos en otro tiempo. Como señuelo convencido de lo que es en sí. Trajinado por miles de hombres puestos en devenir continuo. Con los pasos suyos enlagunados en lo que pudiera llamarse camino enjuto. Y, siendo lo mismo, después de haber surtido todos los decires, en
  • 8. plenitud. Y, como sumiso vértigo, me encuentro embelesado con mi yo. Como creyéndome sujeto proclamado al comienzo del universo y de la vida en él. O, lo que es lo mismo, sujeto de mil voces y mil pasos y mil figuras. Todas envueltas en lo sucinto. Sin ampliaciones vertebradas. Como simple hechura compleja, más no profunda en lo que hace al compromiso con los otros y con las otras. Esto que digo, es tanto como pretender descifrar el algoritmo de las pretensiones. Como si, estas, pudiesen ser lanzadas al vuelo ignoto. Sin lugar y sin sombra. Más bien como concreción cerrada, inoperante. Eso era yo, entonces, cuando conocí a Mayra Cifuentes Pelayo. Nos habíamos visto antes en El Camellón. Barrio muy parecido a lo que son las hilaturas de toda vida compartida, colectiva. Con grandes calles abiertas a lo que se pudiera llamar opciones de propuestas. Casitas como puestas ahí, al garete. Un viento, su propio viento, soplando el polvo de los caminos, como dice la canción. Todas las puertas abiertas, convocantes. Ansiosas de ver entrar a alguien. Así fuese el tormento de bandidos manifiestos. Un historial de vida, venido desde antes de ser sujetos. Y los zaguanes impropios. Por lo mismo que fueron hechos al basto. Finitos esbozos de lo que se da, ahora, en llamar el cuerpo de la cosa en sí. Sin entrar a la discrecionalidad de la palabra hecha por los vencidos. Palabra seca, no protocolaria. Pero si dubitativa. En la lógica Hegeliana improvisada. De aquí y de allá. Moldeada en compartimentos estancos. Sin color y sin vida. Solo en el transitar de sus habitantes. En la noche y en el día. Y sí que Mayra se hizo vida en plenitud, a partir de haber sido, antes, la novia del barrio. Tanto como entender que todos la mirábamos con la esperanza puesta en ver su cuerpo desnudo. Para hacer mucho más preciso el enamoramiento. Su tersura de piel convocante. Sus piernas absolutas. Con un vuelo de pechos impecables. Y, la imaginación volaba en todos. Así fuera en la noche o en el día, en cualquier hora. Con ese verla pasar en contoneo rojizo. Su historia, la de Mayra, venía como recuerdo habido en todo tiempo y lugar. En danzantes hechos de vida. Nacida en Valparaíso. De madre y padre ceñidos a lo mínimo permitido. En legendarias brechas y surcos. Caminos impávidos. La escuelita como santuario de los saberes que no fueron para ella. Por lo mismo que, siendo mujer, no era sujeta de posibilidades distinta a la de ser soledad en casa. En los trajines propios. En ese tipo de deberes que le permitieron. Yo la amaba. En ese silencio hermoso que discurre cuando pasa su cuerpo. Y que, para mí, era como si pasara la vida en ella. Soñando que soñando con ella. Viéndola en el parquecito. O en la calle hecha de polvo. Pero que, con ella, resurgía en cualquier tiempo. Recuerdo ese día en que la vi abrazada a Miguel Rubiano. Muchacho entrañable. De buen cuerpo y de mirada aspaventosa. Con sus ojos color café límpido. Casi sublime. Y la saludé a ella y lo saludé a él. Tratando de disimular mi tristeza inmensa. Como dándole a eso de retorcer la vida, hasta la asfixia casi. Ya, en la noche de ese mismo día, en medio de una intranquilidad crecida, me di al sueño. Tratando de rescatarla. O de robarla. Diciéndole a Miguelito que me permitiera compartirla. Y salí a la calle. Y lo busqué y la busqué. Y con el fierro mío hecho lanza lacerante, dolorosa, la maté y lo maté. Me fui yendo en el mismo silencio. La última mirada de mi Mayra, fue para Miguelito amante. Vendimia Ni que esta vida mía estuviera en latencia básica. Ni que las cosas fueran trazadas de acuerdo al periplo de un albur. Y, por lo mismo que digo esto, siento que me cruza una nostalgia plena. Como cuando se tiene enfrente la soledad primaria absoluta. En ese yendo por ahí que voy. De aquí y de allá, alusiones constantes. A la desvertebración del universo mío de conformidad, sin poder localizar la participación mía en el entorno. En la manera de ser sin sentir la ausencia de condiciones para acceder a todo lo habido. Desde antes y ahora. Como subsumido en la querella conmigo y con el otro yo de afuera. En ese espacio colectivo que no reconozco. Por lo mismo que sigue siendo una convocatoria a vivir la vida de otra manera. En una figura de extrañamiento y de extravío. Un andar sin reconocer lo posible adjudicado a la belleza tierna.
  • 9. Efímera o constante. Es, en mí, una especie de violentación de los supuestos íntimos. Asociados a todo lo que, en potencia, pueda ser expresado. O, al menos, sentido. Un organigrama, lo mío, uniforme. Como simple plano a dos voces. En una hon dura de dolor manifiesto. Como queriéndome ir adonde han ido antes, quienes han muerto. Tal vez en la intención de no enfrentar más lo habido ahora. Por una vía en la cual no haga presencia la lucidez. Porque he ido entendiendo que, haber nacido, me sitúa en minusvalía propia. Como construida desde adentro. En una simpleza de vida. Como hecha en papel calcado. Subsumido en condiciones inherentes a la vacuidad. Andando y andando caminos que llevan a ninguna parte. Sintiendo el malestar de no vivir, viviendo otra instancia. Por ahí en cualquier otra parte anudada a la desviación. Localizando la volatilidad del viento. Traspasando las ilusiones, con la espada mía insertada en el vacío. En una urdimbre apretada, asfixiante. En vuelo raudo hacia el límite del universo lejano. Presintiendo que ya he llegado, Que ya he desnudado lo que soy. Un yo mismo aplastante, irrelevante, no promiscuo. En lo que esto tiene de incapacidad para ser uno solo. Y no muchos, desenvolviendo el mismo ovillo. Una enajenación potente. Absorbente. Vinculada al no ser siendo. En búsqueda de camino de escape propuesto por mí mismo. En lo que soy y he sido. Como en recordación de lo que, en un tiempo, fui. Como pretendiendo volver al vientre, para no salir. Como en reversa. Como atado a la memoria perdida. Envejecida. O, por lo menos, nunca utilizada para hacer posible la largueza de la esperanza. Una figura, la mía, tan banal. Tan inmersa en la negación de todo. En lo circunstancial perdido. En el contexto proclamado como aluvión de rigores. De itinerarios envolventes. Surtidos de simples cosas. Un yugo que he sentido y siento. Como aspaviento demoledor. En vocinglería innata y rústica. Con las voces en eco idas. Y de regreso, en lo mismo sonido. Un estar y no estar que me apabulla. En fin, que, siento que voy muriendo en mi misma tristeza. Como si ya hubiera llegado el momento de no ser más. Y sí que, en esa envoltura dispuesta, ha ido erosionando la vida. La mía. Un sentir desmoronarse. Sin aspirar más a seguir siendo ahí. O allá. Un condicionamiento que se ha tornado perenne. Un no a mi yo. Una incidencia plena. De todo lo pasado. Como leviatán áspero. Punzante. Agobiante. En postrer respiro. Ese que antecede, lo inmediato, a la muerte. Sol viejo. Tu radiante Ejerciendo como violín de tu danza y canto, me ha dado por recorrer todo lo que vivimos antes. Toda una expresión que vuelve a revivir el recuerdo. De mi parte te he adjudicado una línea en el tiempo básico. Para que, conmigo, iniciemos la caminata hacia ese territorio efímero. Un ir y venir absoluto tratando de encontrar la vida. Aquella que no veo desde el tiempo en que tratamos de iniciar los pasos por el camino provistos de un y mil aventuras. Como esa, cuando yo tomé la decisión de vincular mis ilusiones a la vastedad de perspectivas que me dijiste habías iniciado; desde el mismo momento en que naciste. Todo fue como arrebato de verdades sin localizar en el universo que ya, desde ese momento, había empezado su carrera. Y, por lo mismo entonces, la noción de las cosas, no pasaba de ser diminutivo centrado en posibles expresiones que no irían a fundamentar ninguna opción de vida. Viendo a Natura explayarse por todos los territorios que han sido espléndidos. Uno a uno los fuimos contando. Haciendo de ese inventario un emblema sucinto. A propósito de sonsacar a los tiernos días que viajan. Unitarios y autónomos. En ese recorrido nos situamos en la misma línea habida. Situada en posición de entender su dinámica. -
  • 10. La vía nuestra, fue y ha sido, entonces, una bruma falsa. Que impide que veamos todos los indicios manifiestos. Y que, en su lugar, incorpora a sus hábitos, todo aquello que se venía insinuando. Desde ese mismo anchuroso rio benévolo. Y, de mi parte, insistí en navegar contracorriente. Tratando de no eludir ninguna bronca. Todo a su tiempo, te dije. Y esperamos en esa pasadera de tiempo. Y volvimos, en esos escarceos, a habilitar la doctrina de los ilusionistas inveterados. Todo, en una gran holgura de haceres trascendentes. Y, ya que lo mío es ahora, una copia lánguida de todo lo que yo mismo había enunciado en ese canto a capela. Y que traté de impulsar, como principio aludido y nunca indagado. En esa sordera de vida. Solo comparable con el momento en que te fuiste. Y entendía que no escuchaba las voces. Las ajenas y las nuestras, Como tiovivo enjuto. Varado en la primera vuelta. Y que tú lloraste. Pero seguía el olvido de tus palabras. Porque ya se había instalado, en mí, la condición de no hablante, no sujeto de escucha. Mil momentos tuve que pasar, antes de volver a escucharte. Y paso, porque tú ya habías entendido y dominado el rol del silencio y de la vocinglería. Contradictores frente a frente. Y que empezaste a enhebrar lo justo de las recomendaciones que te hicieron los dioses chicaneros. Tu irreverencia se hizo aún más propicia. Yendo para ese lugar que habías heredado de las otras mujeres plenas. Hurgando, en ese espasmo doloroso, me encontré con tu otro nombre. No iniciado. Pero que, estando ahí, sin uso. Lograste la licencia para actuar con él. En todas las acechanzas que te siguieron desde ese día Yo, entonces, me fui irguiendo como sujeto desamparado. Viviendo mi miseria de vida. Anclada en suelo de los tuyos. Y me dijiste que era como plantar la esperanza. Para que, después que el Sol deje de alumbrar; pudiésemos enrolarnos al ejército de los niños y las niñas que, a compás, de tu música, iban implantando la ilusión en ver otro universo. Sin el mismo Sol. Muerto ya. Tú debes elegir cual enana roja estrella nos alumbrará Yo, Universo herido Quizá estoy enfermo. Es como si todo el cuerpo, estuviera impregnado de ese manto de luz brillante en tono amarillo. Una agudeza de dolor antes no sentido. Y, el cuerpo, daba vueltas. Y yo traté de correr. Pero mis piernas se negaban a responder. Como si no fuese su dueño., en el entendido que soy cuerpo uno. Descendí a lo inapropiado en entorno no visto, por mí, antes. Siguiendo la huella de quienes ya han pasado. Por todo lo habido como tierra y como sujeto necesario para ejercer reflexión. Una voladura de percepciones. Dibujando, en el espectro, una ilusión siquiera. Yendo por ahí, con fruición primera. Apelmazada, siendo memoria abierta. Pero no fluida. Hecha de material insoluble. Ese cuerpo mío, entonces, dándole vuelta al corcho. Siendo, hasta cierto punto, proclive al hoy. Succionando todo lo material. Yo, dando la impresión de sujeto precluido. Un rumbo de vida inane. Por lo mismo sometido a ir y venir en concurrencia con todos y todas quienes han iniciado su periplo aquietante. Como inmóvil cuerda de la mano de muchos y muchas, queriendo que sea alondra simultánea. En un oficio de voladura ya callado. Ya no percibido como elocuente voz. Ni como móvil corriendo hacia la Luna. Tal vez, en el sentido de espacio exterior vuelto colmena. Y, en esa Luna mía, en contra sosiego inmediato. Para dejar de ser cuerpo de estigmas dolorosas. Que se aferra a la piel. Consumiéndola. En una indicación del estar, derritiéndose. Una visión desamparada, Como demiurgo intentando sopesar al tiempo. Escalando el universo. En esa presencia, Luna lunita pasajera. Exacerbándose el dolor manifiesto. Como impávido averno dantesco. Sin exhibir largo vuelo. Simplemente, avejentado como explorador inicuo. Y empezó, entonces, la cabalgata hacia lo ignorado. Una visibilidad de objetos distorsionados. Mirando, con los ojos embelesados. Nutridos, también, por la herida vergonzante. Por lo mismo que ha sido sima vuelta, envolvente. Al vacío yendo. Una nomenclatura desleída. Simples fijaciones en ese mismo estar. Y, yo, dándole, otra vez, vuelta a la tuerca. Llegando a una torcedura inmediata. Tornando inmóvil todo asunto de tierra en piso. Y, en esa elongación cimera, tratando de ver todo el espacio, asfixiado por esas notas mías. Todas consumidas en la hoguera primera. De los Cruzados retornando en felicidad, después de haber cubierto de
  • 11. oprobios todo lo que insinuara desarraigo, herejía o simple yunta milenaria. Volviendo a los dioses idos desde antes de haber nacido. Y sí que he tornado al cuerpo mío. Centrado en sufrimiento. Vertiendo sombras acezantes. Sin el faro de Palas Atenea, para orientar mí paso. Como esperando quien empujara el carruaje de Zeus. Para poder dar nombre al camino. Sin el horizonte perplejo. O el sonido de un violín para una cantata de Chopin. O para melodía espléndida de Mozart viviendo aún. Lo cierto, entonces, es mi desarreglo ávido de sentar pies y cabeza e n la Tierra viva. Volviendo desde allá, desde la Luna hospedante. Blanca o gris. O cualquier color asimilado como propio. Dejando que el Sol ilumine solo su cara punzante. Dándole a la otra el eterno obscuro. Por fin entiendo lo que quise ser. Sujeto benevolente consigo mismo. Brújula de mi cuerpo, convertido en móvil tardío. Que echó vuelo trepidante, pero silencioso. Como ave perdida. En remolino de viento, ultrajada. Sintiendo, cada nada, la volatilidad subsumida en mí mismo. Como cuerpo magnánimo fracasado. Por lo que quise ser en tiempo pasado. Como Hermes violentado. Tal vez, haciendo de mi voz, solo un paraíso perdido. Sin canarios ni gorriones embelleciendo con sus trinos la doble vía. Expandiéndolos en el confín mismo. Desde acá, huyendo a cualquier galaxia escondida. O perdida por la fuerza subyugante de la energía consumida toda. Hasta dar lugar a la absoluta explosión. La última, antes de perder la vida. Proponer cosas habladas. En insidiosas especulaciones que, ella misma, refería como simples engarces de verdades. Una tras otra. Una nimiedad de haceres pródigos. Como en esa libertad de libre albedrío, que no permite inferir, siquiera, ficciones ampulosas. Tal vez en lo que surge como simple respuesta monocorde. Insincera. Demoniaca, diría Dante. Por mi parte, ofrecí un entendido como manifiesto originario. Venido desde la melancolía primera. Atravesada. Estando ahí, siendo yo sujeto milenario, se fue diluyendo el decir. Cualquiera que haya sido. Me fui por el otro lado. En una evasión tormentosa. Abigarrado volantín en tinieblas. Sin poder atarle el lazo de control. Y, entonces, desde ese pie de acción; lo demás se fue extinguiendo. Sin hablarnos, pasamos durante tiempo prolongado. Sus vivencias, empezaron a buscar un refugio pertinente. Se fugó de la casa en la que hacía vida societaria. No le dijo a nadie hacia donde iba. Solo yo logré descifrar esas palabras escritas. Un lenguaje enano. Casi imperceptible. Y la seguí en su enjuta ruta. Sin ver los caminos andados. Era casi como levitación de brujos maltratados, lacerados por la ignominia inquisidora. Volaba, ella, en dirección a la marginalidad Yo, vulnerador En lo diferido, en ese entonces, estuve malgastando los recuerdos. Como quiera que son muchos. Y han viajado, conmigo, en la línea del tiempo profundo. Hacia diferentes medidas de trayecto lineal. En este día, estoy como al comienzo. Es decir, como aletargado por las palabras vertidas en todo el camino posible. Uno de los momentos que más me oprimen, tiene que ver con el incremento de hechos dados. Expósitos. Como esperando que alguien efectúe inventario de vida alrededor de ellos. Y, en ese proceso de manejo contado, fui hilvanando preguntas. Algunas, se han quedado sin respuesta. Y, por lo mismo, es un énfasis en litigio. Entre lo que soy ahora. Y lo contado por mí mismo, como insumos del ayer pasado. El día en que conocí a Abelarda Alfonsín, fue uno de tantos. Andábamos, ella y yo, en esos escapes que, en veces, son manifiesto otorgado a la locura. Ella, venida desde el pasado. Un origen, el suyo, envuelto en esa somnolencia propia de quienes han heredado tósigos. Como emblema hiriente. Un yo, acezante, dijo el primer día de nuestro encuentro. Iba en esa aplicación del legado, como infortunio. Aún visto desde la simpleza de la lógica en d esarmonía con los códigos de vida. En universo de opciones no lúcidas. Más bien, como ejerciendo de hospedante de las cosas vagas. Esto fue propuesto, por ella, como referencia sin la cual no podría atravesar ese mar abierto punzante, hiriente. Y yo, en eso de tratar de interpretar lo
  • 12. mío. Como pretendiendo izar la iconografía, por vía explayada. En la cual, el unísono como plegaria, hirsuta; hacia destinos perdidos, antes de ser comienzo. En la noche habitamos ese desierto impávido. Hecho de pedacitos de verdades. En una perspectiva de ilusiones varadas en su propia longitud de travesía andada. No más nos miramos, dispusimos una aceptación tácita. Como esas que vienen desde las tristezas ampliados. Un quehacer de nervio enjuto. Y nos mirábamos, a cada nada. Ella, mi acompañante vencida por el agobio de los años y de su heredad inviable; empezó a del horizonte kafkiano. Una rutina de día y noche. Sin intervalos de bondad. Ni de lúdica andante. Y, ella, vio en mí, los depositarios de sus ilusiones consumidas ya. Y, yo, hice énfasis en lo cotidiano casi como usura prestataria. Como si, lo mío, fuese entrega válida en, ese su vuelo a ras de la tierra. Cuando lo hicimos, sentí un placer inapropiado. Ella impávida. Como simple depositaria de mi largueza hecha punzón. Un rompimiento de himen, doloroso. Y se durmió en mi recostada. Y vi crecer su vientre a cada minuto. Y la vi, en noveno mes, vencida. Como mirando la nada. Y con esos ojitos cafés llorando en su mismo silencio. Vulcano lo llamé yo. Desde ese venirse en plena noche de abrumadora estreches de ver y de caminar. Y, este, creció ahí mismo. Y, ella, con un odio visceral conmigo y con él. Miraba sin vernos. Y fue decayendo su poquito ímpetu ya, de por si desguarnecido. Le dije, sottovoce, que el hijo parido quería hablar con ella. Y lo asumió como escarnio absoluto, pútrido. La dejamos allí. En ese desierto brumoso. Nos fuimos en dirección mar abierto. Y empezamos a deletrear los mensajes recibidos. Desde ese vuelo perenne. Y sus códigos aviesos, ya sin ella. Hasta que recordé que la amaba. Y que le hice daño físico, al hendir lo mío en tierno sitio. Y dejé que Vulcano se fuera en otra dirección. Yo me quedé ahí. En sitio insano. Sin ninguna propiedad cálida. Sin ver sus brazos. Y su cuerpo todo. Y me fui yendo de esta vida. Y, rauda, la vi pasar. En otro vuelo abierto, con dirección a lo insumiso. Como heredad. Como sitio benévolo. Siendo yo Yo me inicié con justa causa. Mucho recorrido en lo que llevo de vida, Mi entorno hosco y presumido. Como cuando surgen las algarabías perplejas de tanto hacerse paso de recodos inciertos. Ya había perdido esa juntura exótica que he dado en llamar ingente plusvalía. Un ir mirando, lo digo yo ahora, lo que se ha hecho puntual de tendencia efímera. Como legado de la estadística intuitiva, que junta versiones de uno u otro lado. Es ahí, en ese punto de hoyo negro probabilístico, en el cual encontré la lluvia expiatoria. Un más o menos de recorrido penoso. No entendido, en comienzo. Y me hice vértigo de mí mismo. Como eso de no saber pulsar lo que me había sido dado. Un ceniciento sujeto opaco. La voltereta, en ciernes, sumaba hasta convertirme en ocaso prematuro. Podría decirse que es nimiedad de conceptos. En eso que tenemos todos y todas, de andar diciendo cualquier cosa. Como si el único requisito para hacerlo fuera lo que es una propuesta hecha fuego. Un tono y son exportado al aire puro o impuro. Rigoberto era como mi otro yo. Lo conocí en octubre primero. Estaba, él, recogiendo las bondades de lo humano. En un inventario insípido. Como quera que fue tomado de la usura puesta como principio y como quehacer. Los dos rodamos. Habiéndonos hecho cuerpos de hechura simple. Como simple fue lo que le dije en tiempo preciso. Lo hice reconocer que él solo era punto de llegada del trajín teológico. En eso aprendido que instauramos con condición de ser y estar. Una novedad manifiesta, para esa época langaruta. Mecida en el talismán de los sujetos hechos poder. Y le dije, además, que no entendía su desarreglo. Habiendo hecho, como en realidad lo hicimos, un tejido societario. Po por lo mismo, sujeto a las veleidades de los detentadores de poder afanado. Vuelto gobernanza infinita. Y, habiendo pasado un siglo, nos juntamos otra vez. Él y yo. Como dualidad ajena a lo perdulario. Pero que, en sí misma, era com trocadero de puerto inasible. Por lo mismo que éramos cuerpos incrustados. Uno en el otro. En vencimiento de términos y adportas de
  • 13. sucumbir como sujetos venidos desde ese más allá interior de cada uno. Como si hubiéciimos embadurnado todo el pasar, pasando. Una especie de galimatías ramplón. Holograma Supe lo que pasó, cuando lo contó Luxila. La que estuvo en ese aspaviento de casa. Lo supe, entonces, en esa cortedad de tiempo. Vago, como pasa siempre. Como vaga es la verdad contada a porrazos. Y, en esa casita, rayada. Como dibujo hecho en la penumbra. Como cuando no se sabe lo que es ser cierto. Y, la Luxila, azotando al viento con sus palabras vertidas. Así. Dejándolas volar sin prisa. Con la vehemencia de quien ya, antes de hoy, le ha hablado al mundo. Y es que dicen que, siendo ella niña hechicera, se puso a pasar por encima del fuego vivo, enhiesto. Empecinado, envolvente. Como potencia misma, sin ocaso. Y, lo dicen ellos, que ella se fue adueñando de él y de lo circundante. Y que fue creciendo en pulsión y en calendas. Y que conoció a Cayetano Manrique. Avieso tormento. El mismo que llegó, siendo un junio soleado. Fugaz. Y se instaló en el predio de los Benjumea. Que los hirió con el punzón traído desde su época de matón. De funesto cobrador de deudas. En ese peregrinar insaciable de sus patronos. Vergonzantes aduladores del Jerarca mayor, bandolero por lo bajo. Y, ese jueves en que pasó lo dicho por ella, se hizo hostigante día de holgura en odio supremo. Día que pasó lento. Como lenta fue la tortura infringida a los protestantes que habían levantado voces, juntas. En reclamante expresión primaria. En una seguidilla de opciones propuestas desde antes. Desde que se hizo evidente la sensación de exterminio palaciego. Y, tal vez, por eso mismo se fue tejiendo, en anchura, la noción de libertad. En una elucubración de ternura suprema. Unos ires evolucionados desde adentro. Y las cosas, según ella, se dieron de tal manera que, cada quien, buscó lo suyo en ese mismo hilo envolvente. En el ejercicio máximo de fuerza suya. De las condiciones que empezaron a trepidar en ese adentro letal. En volcamiento de seres que fueron en crecimiento de razón como quiera que se fue disolviendo la verdad venida desde antes. Y, entonces, en posición venida se exhibieron las ofertas para horadar la ternura y la esperanza. Y, diciendo ella eso, supe de su verdadero rol. Y, en esa misma perspectiva, validé mi referente. Ya no era el que había sido hasta entonces. Ya era lo reducido del ver y del andar. Como si yo fuese taxidermista improvisado. O rebanador de cerebros. Así se lo hice saber, cuando terminó su letanía pensada desde antes. Y, en ese mismo destrozo de vida, se fue irguiendo la especulación con la esperanza. Una voladera de unciones aceitosas. Como simple caparazón que llegó a ser permeado por los ilustrados empotrados en el cuerpo que heredaron de su anterior extirpe. Como sujetos magos que, blandiendo las espadas novísimas, se convirtieron en simples azuzadores de proclamas venidas a menos. Y ella, entonces, trató de alzar vuelo secuenciado. Como dosificando las palabras habidas desde allá. Desde esas noches en que ella hizo vigilia para observar la tornasolada transformación de las noches-días. De la iridiscencia opacada por el vuelo en alas de amargura. Y, en esa casa en que ella habló, se cerraron puertas y ventanas. Se hizo viento de acerad o frío. De humedades sarnosas, Como si, en enfermizo entorno, la pudrición pudiera más que la velocidad luz de las reclamaciones. En este hoy epopéyicos, ella y yo, juntamos habladurías. Para decirnos a nosotros lo que ya sabíamos. Pero fingiendo, en tartamudez vergonzante, que ese era nuestro mensaje nuevo. Traducido de las palabras escuchadas en las montañas frescas. En las cuales surgió la vida. Y que, en ese diciendo nuestro apestoso, mostramos como languideciendo el futuro. Que, con nuestras manos, ella y yo, fuimos haciendo hilatura gruesa. Como esa que ha protegido siempre a los malvados.
  • 14. Y sí que, en ese juego extremo, nos sentamos a la vera de los caminos. Puliendo la piedra que habría de darle muerte a los libertarios. Pues sí que, habíamos transformado los tiempos. Habíamos mimetizado las verdades. Y habíamos hecho del delirio, manifiesta estampa de vida incierta. Río mío. Río de ella Yo te he propuesto volver conmigo. A este territorio expansivo, lleno de opciones y de imaginarios vertiginosos. Te lo he dicho, por lo mismo que estoy reivindicando el derecho a mirarte una vez más. En seguilla de palabras y de expresiones corporales; te he visto en todos mis sueños habidos desde que volaste. Recuerdo bien ese día. Uno de tantos de enero. Te acompañé hasta el río nuestro. Y, estando allí, me dijiste que no ibas más conmigo. Tu discurso se volvió lineal, insípido. No como cuando nos conocimos. Este ahora es pura perplejidad para mí. Habiéndote visto en tu infancia. Danzante. Con tus piecitos atados a las alas del águila nuestra. La que vimos, por primera vez, en majestuoso bosque de los dos. Lo habíamos construido juntos. Tú con lo que tenías. Como queriendo decir que no. Y, yo, aportando mi visión de universos hechos para ti y para mí. En una corredera improvisada. En ese juego con el mar. Allá, en donde el agua es más densa. Y colocamos arrecifes para detener las olas encrespadas y dotadas de una fuerza infinita. Y te lo dije, diciéndote que no te fueras. Pro ya todo estaba dicho. No más palabras que en vez de arrullar, laceran. Me regresé como perdido de fe y de memoria. Te fabriqué un ícono. Y lo puse a la entrada de la casita, la que nos albergó tanto tiempo. La puse para que, quien pasara, supiera que eras mujer absoluta. Y, al caer la noche, cerré puertas y ventanas. Y me propuse dormir. Buscando los sueños idos. Cuando estábamos los dos. Dormí, en tiempo, trece veces más que lo eterno. Buscándote en las soledades del desierto. Y vi tus huellas en el camino todo. Y soñé más. Viéndote en la lejanía del río que te llevó a ti y a tu barca. Hecha del ilusionario tuyo y mío. Y, ese nuestro río, siguió raudo buscando al mar. Barquita esa de papel con hilo trabajado por mi madre. Y la recibiste ese día antes de partir. Y la vieja Baltazara, me dijo que, siendo ella mi madre; era tuya también. Bajé de los sueños consecutivos. Justo cuando robaba las alas a nuestra águila que, tú y yo, bautizamos Esperanza. Tal vez recordando lo que hicimos juntos, ese día de calentura manifiesta. Tanto que derritieron todos y todas. Menos a nosotros. Alzando vuelo magnífico: Pensábamos ir hasta donde estuviera quien hizo tus ojos. Lo encontramos en ese extremo que no conocíamos. Y apareció. Así, ¡de golpe ¡Que yo necesitaba tener otro par como los tuyos! En alzando las manos, como solo él podía hacerlo. Me susurró que su trabajo ya no era ese. Que buscáramos a la estrellita que vivía todo enfrente. Pasamos a esa otra orilla. Y le dijimos al notario de la vida, lo mismo que le habíamos dicho al otro hacedor de estigmas. Y, este otro, nos dijo que lo que pasó con tus ojos, solo fue laminita de agua. Y que ahí se hicieron los negros luceros de mi alma bella. Mi mujer que vive la vida, viviéndola tantas veces que ya había perdido la cuenta. Que lo único cierto era que irrepetibles serían siempre. Volví a soñar con el río. Y con tu barquita bajándola, estabas tú. Y que habías partido ese lunes, después de haber hablado con los sabios que no pudieron repetir los ojos que miran y enloquecen al unísono. Que todo lo nuestro había sido. Pero que ya no era. Que la soledad solita se prolongaría hasta las setenta veces siete universos juntos. Al despertar de ese enésimo sueño, corrí tanto y tan de prisa que la velocidad de la luz de las luciérnagas, quedaron en silencio detenidas. Pasé por los bosques. Cada nada me perdía. Pero, al momento, volvía a encontrar el río referente. Contigo abordo. Te llamaba a voces, en gritos. Y tú imperturbable. Y llegué al mar antes que tu barca. Y, cuando llegó, venía íngrima. Y me contó que te habías bajado a la mitad del viaje. Y que, en voz vibrante me llamabas para regresar conmigo. Y que, la barquita, te respondió diciéndote que ya era muy tarde. Que yo había ido hasta el mar y que con él me quedaría
  • 15. Viejo Fredy libertario La convocación primera me llama, ahora. Teniendo el recuerdo vivo. En el absurdo volcado. Como lo vi en ese ayer no sereno. Guerrero. Y no dejando pasar el olvido. Ni que se asiente aquí, ahora. Y me vino la locuacidad del silencio. En un engaño, a veces, traté de hacer recilencia. Pero pudo más el hecho del recuerdo cierto. En viéndolo ahora como sujeto de entrenada ternura. Para que no fuese a brotar al lado de quienes nunca la sintieron. Ni la sentirán. De esa imborrable mirada, suya. Con la suficiencia plena. Por ahí andando. Tratando de encontrar el futuro pleno. En lo que esto tiene tendrá de amplitud de bondad rebelde: Que quiso ceder, tal vez, cuando mataron su cuerpo. Una infame perspectiva. Anclada en lo que somos como sujetos en violencia maldita. Pero, en él estaba, el sueño escondido. Para ponerlo a vibrar al lado de quienes amó siempre. Sus súbditos voluntarios. Al lado suyo. Queriendo irse con él. Hacia esa brecha de silencio vivo. Elocuente. Dispuesto a volar en anchuroso vuelo de libertad prístina. Y estuvimos a su lado siempre. Aún en esa ausencia del no estar reclamándoles a los dadores de muerte aciaga. Pero, en eso que tenemos de nervadura oscilante, pero férrea, nos hicimos a la idea de no haberlo visto partir por ese camino no querido. Pero transitado por otros y otras muchas y muchos. De los que se fueron antes que él. Pero que le dejaron la huella viva, abierta. Tal vez para que la recogerá cualquier día. Pensado en eso de que vivir tenemos en fuerza y en lucha. Y que, esa muerte ahí, al tanto de los cuerpos que ya no respiran. Pero, así mismo, en ese verlos flotar en el espíritu que tenían. De pura pulsión de vida cimera Y, en este hoy tardío, aquí. Se va la memoria a rescatarlos. Pero, sobre todo, a él. El sujeto Fredy. Empalagoso con tanta fuerza puesta al servicio de la libertad. Y, en esa recordadera de ahora, me encuentro en este yo flagelado por el hecho de no poderlo ver más. Desde ese día. En su trinchera de verdad. De la academia sin fisuras. Al lado de setenta veces siete volan tines. Hombres y mujeres. De los niños y las niñas, puestos en primera fila. Para no dejar que el olvido se asiente. Y deje que cobre fuerza la acechanza pérfida. Ellos y ellas. Pero ante todo este yo que sintió su voz en la cercanía misma. Ahí en el boquejarro no estridente. Acicalado por la doctrina cierta, certera. De la teoría y la acción empecinadas en no naufragar nunca. Es, como si ahora, en este tiempo presente. Venido del pasado. Pero nunca del olvido. Yo siento que me fui por la verdad como simple sortilegio inusual, innecesario, Tal vez cómplice de los matadores de hoy y de ayer. Y de los que se van suceder como empotrados en los tronos de miseria y de poca vida ilustre y lúcida. Es como cuando siento y he sentido, el ave agorera volando alrededor de nosotros y nosotras. Ave creada por los perdularios. Para extender el dominio de su ignominiosa presencia. Como Chabacanes que fungen como sujetos de venganza. Tratando de impedir el vuelo de la esperanza. Como vuelo de vida perenne. A unísono, mi yo y mi fuerza, seguiremos empecinados en darle vuelta a las cosas. Como en esa subversión necesaria. Más ahora que quienes fueron libertarios y libertarias con nosotros y nosotras, otrora; los vemos y las vemos al lado de la democracia vergonzosa. Como querie ndo, ellos y ellas, dar a creer que lo pasado de la revolución necesaria, hizo crisis. Qué diría el viejo Fredy, si le hubiese tocado ver esta sangría. Este entregarse a los dueños del poder. De los que, a cada paso. Nutren de vergüenza y de dolor el territorio que habrá de ser nuestro. Y que te esperamos, cuando se haga presencia absoluta. Inamovible. Para que nos veas desfilar en la divertida alegría. De libre vuelo. De esperanza henchidos y henchidas. Haciéndoles morder polvo a los matadores. Como esos que te mataron el cuerpo. Pero que no mataron tu recuerdo. La cautiva liberada Andando el tiempo, entonces, recordé lo que fui en próximo pasado. Y me volví a contar a mí mismo. Con palabras de los dos. Aquellas que construíamos, viviendo la vida viva
  • 16. Es como todo lo circunstancial. Cuando regresas ya se ha ido. Y lo persigues. Le das alcance. Y lo interrogas. Al final te das cuenta que fue solo eso. Por eso es que te defino, a ti, de manera diferente. Como lo trascendente. Como lo que siempre, estando ahí, es lo mismo. Pero, al mismo tiempo, es algo diferente. Más humano cada día. Una renovación continua. Pero no como simple contravía a la repetición. Más bien porque cuenta con lo que somos, como referente. Y, entonces, se redefine y se expresa, En el día a día. Pero, también, en lo tendencial que se infiere. Como perspectiva a futuro. Pero de futuro cierto. Pero, no, por cierto, predecible. Más bien como insumo mágico. Pero sin ser magia en sí. No embolatando la vida. Ni portándola, en el cajón de doble tejido y doble fondo. Por el contrario, rehaciéndola, cuando sentimos que declina. O, cuando la vemos desvertebrada. Siendo, como eres entonces, no ha lugar a regresar a cada rato. Porque, si así lo hiciéramos, sería vivir con la memoria encajonada. En el pasado. Memoria de lo que no entendimos. Memoria de lo que es prerrequisito. Siendo, por lo mismo, memoria no ávida de recordarse a sí misma. Por temor, tal vez, a encontrar la fisura que no advertimos. Y, hallándola, reivindicarla como promesa a no reconocerla. Como eso que, en veces, llamamos estoicismo burdo. Y, ahí en esa piel de laberinto formal, anclaríamos. Sin cambiarla. Sin deshacernos de lo que ya vivimos sin verlo. Por lo mismo que somos una cosa hoy. Y otra, diferente, mañana. Pero en el mismo cuento de ser tejido que no repite trenza. Que no repite aguja. Que se extiende a infinita textura. Perdurando lo necesario. Muriendo cuando es propio. Renaciendo ahí, en el mismo, pero distinto entorno. Quien lo creyera, pues. Quién lo diría, sin oírse. Quien eres tú. Y quien soy yo. Sino esa secuencia efímera y perenne. De corto vuelo y de alzada con las alas, todas, desplegadas. Como cóndores milenarios. Sucesivos eventos diversos. Sin repetir, siquiera, sueños; en lo que estos tienen de magnetismo biológico. Que ha atrapado y atrapa lo que se creía perdido. Volviéndolo escenario de la duermevela enquistada. Y, sigo diciéndolo así ahora, todo lo pasado ha pasado. Todo lo que viene vendrá. Y todo lo tuyo estará ahí. En lo pasado, pasado. En lo que viene y vendrá. En lo que se volverá afán; mas no necesidad formal. Más bien, inminente presagio que será así sin serlo como simple simpleza sí misma. Ni como mera luz refleja. Siendo necesaria, más no obvia entrega. Y siendo, como en verdad es, sin sentido de rutina. Ni nobiliario momento. Ni, mucho menos, infeliz recuerdo de lo mal pasado, como cosa mal habida; sino como encina de latente calor como blindaje. Para que hoy y siempre, lo que es espíritu vivo, es decir, lo tuyo; permanezca. Siendo hoy, no mañana. Siendo mañana, por haber sido hoy...y, así, hasta que yo sucumba. Pero, por lo tanto, hasta que tú perdures. Siendo siempre hoy. Siendo, siempre mañana. Todo vivido. Todo por vivir. Todo por morir y volver a nacer. En mí, no sé. Pero, de seguro sí, en ti como luciérnaga adherida a la vida. Iluminándola en lo que esto es posible. Es decir, en lo que tiene que ser. Sin ser, por esto mismo, volver atrás por el mismo camino. Como si ya no lo hubieras andado. Como si ya no lo hubieras conocido. Con sus coordenadas precisas. Como vivencias que fueron. Y hoy no son. Y que, habiendo sido hoy, no lo será mañana. Y es ahí en donde quedo. Como en remolino envolvente. Porque no sé si decirte que, al morir por verte, estoy en el énfasis no permitido, si siempre he querido no verte atada, subsumida; repetida. Como quien le llora a la noche por lo negra que es. Y no como quien ríe en la noche, por todo lo que es. Incluido su color. Incluido sus brillosos puntos titilantes. Como mensajes que vienen del universo ignoto. Por allá perdido. O, por lo menos, no percibido aquí; ni por ti ni por mí. Y sí que, entonces, siendo yo como lo que soy; advierto en tí lo que serás como guía de quienes vendrán no sé qué día. Pero si sé que lo harán, buscando tu faro. Aquí y allá. En el universo lejano. O en el entorno que amamos.
  • 17. Ella, la mujer. Ella Fantasía Yo sí que he tenido dificultades. De esas que uno dice, espontáneamente, que se parecen a algún castigo premeditado. A pesar de mi ateísmo declarado, ahora como que meto en saco roto esa posición. La cual la advertí, en mí, hace mucho tiempo. Así, de rapidez. Como cuando se entiende una dinámica de vida que no se corresponde con la lógica elemental de los hechos y acciones asignados por uno mismo. Pero que, condiciones de similitud con respecto a las ilusiones, se parecen a esos tejidos de arañas. Que te dejan ahí. Encadenado. Viviendo al gasto cotidiano. Y, entonces, te das cuenta que todo lo habido como que se constituye en insumo que aturde. Que te deja a merced de lo absurdo. Cuando no, de lo ridículo. Y claro que se sigue viviendo. En sucesión, las cosas, adquieren vida propia. Y te asfixian. Se colocan por encima del sujeto que las vive y las siente. No habiendo lugar, a partir de esa sumatoria de momentos, para reclamar la identidad. Esta como que se disuelve en las eventualidades del día a día. Por lo tanto, en consecuencia, es un recuerdo que hace daño. Es decir, siendo yo hoy, lo que se perfiló desde ayer, ese mismo hoy me condiciona. Como una pulsión que me deja varado, inmóvil, tratando de cruzar el rio. Y la realidad se convierte en escenario de cosas punzantes. Que hiere. Y te vuelven a remitir a lo primero. Siendo esto lo que ya dije del ayer. Y tal parece que lo estoy asimilando por una vía inapropiada. En eso de que lo uno sigue a lo otro. Y que este otro es, precisamente porque fue primero lo que advierto como ese uno abstracto. Como cosificación que inmola. Que te obliga a padecer ese hoy, como tormento. Y qué decir, entonces, de la posibilidad de retornar al origen. Es decir, como tratar de rehacer la vida. Tratando de reconciliar creencias con las decisiones. En suposición de que sea factible corregir. Emprender camino con otras connotaciones. Y con otras opciones que no traduzcan lo que ya está cifrado. En ese tipo de ilusión que no había sido contemplada. Al menos que no había sido requerida como otra ruta. Distinta a la que, al final, fue. En esa locura de realizaciones. Contenidos impropios. Por cuanto se asemejan a la pasión convertida en insensatez. En revoltijo de concreciones generadoras de desencanto. En ese tipo de reflexión estaba, cuando se me dibujó su cuerpo. En película que yo llamo la línea de percepción inmediata. Una negra convocante. En desnudez. Sin admitir ninguna erosión entre la percepción y la cosa en sí. Yo me detuve, tratando de increparme, para despertar del sueño creído. Pero no era sueño. Porque la palpé. Cogí sus manos. Luego deslice mi mirada y mis dedos por el vientre puro. Aprisioné su cintura. Con mis labios recorrí su cuello. Extasiado. Yo ya sabía que era una de aquellas mujeres en venta. De esas que se compran por ratos. Para deshacer con ellas la soledad. Ya me había pasado antes. En el mismo sitio. Pero esta ejercía una sensación hipnótica. Pujaba, todo en ella, por la seducción imprecisa. Mágica. Y le dije que lo mío iba más allá. Que no la quería ver ahí. Que la deseaba. Y se lo dije en condición de sujeto que vive el éxtasis no premeditado. No como con las otras a las cuales acosé con mi libido enfermiza. Que maltraté en lo físico y en lo del alma también. Y le dije que la deseaba. Para mí. Para que espantara mi soledad y mí entendido de vida. Y que la amaba desde antes. Siendo ese antes, la primera pasión y visión. No en montonera de cosas estáticas. Sino en secuencias de gratificación universal. Como cuando se vuelve a localizar el camino perdido. Y vino a mí. Y me besó. Con ternura de mujer total. Y caminamos. Por la calle tan visitada. Tan vilipendiada. Y fuimos el uno y el otro. Un crecimiento de pasión. De cuerpos entrelazados. Y la tuve y me tuvo. Siendo, ya, el amanecer; me despedí de ella. Y no la volví a ver. A pesar de que todos los días y las noches la he buscado desde entonces. Indagando por ella; me dijeron que no había sido nunca cuerpo de ahí. No era sujeta en venta. Simplemente porque nunca, ella, había estado. Porque ese nombre “Ternura”, no había sido conocido, ni visto. En fin, que, lo mío, no era más que una fantasía. Una locura habida. Ahí en donde yo decía que puse mi vida.
  • 18. La Diosa Amada El erizado cabello estaba ahí. En cabeza de ella; la que solo conocí en ciernes. Como al relámpago no sutil. Por lo mismo que como afanoso convocante. Siendo, como es en verdad, una especie de alondra pasajera y mensajera. Se me parece al verdor de los bosques que crecen en silencio. Sin sentir unos ojos ensimismados por su pureza; siempre presente. Creciendo en lentitud. Pero, siempre, en ebullición de células, en trabajo constante. Haciendo real lo que potencial al sembrarlos era. En verdad no la había visto pasar nunca. Como si la urdimbre de la vida en ella, no fuera más que simple expresión de fugaz cantinela. Abarcando circunstancias y momentos. En sentimientos explayada. Como momentos de transitorio paso. Por cada lugar, mu chas veces umbríos. Como simple pasar de largo. Sintiendo lo que está; como si no estuviera. Y así fue siempre. Cada ícono suyo, más velado que el anterior. Como Medusa incorpórea. Solo latente. Sin Prometeo ahí. Vigilante. Hacedor del hombre. Acurrucado en esa veta grisácea. Tejiendo el lodo. Amasándolo. Hasta lograr cuerpo preciso. Y, soplado por Hera, vivo aparece. En los mares primero. Tierra adentro después. Locuaz a más no poder. Por lo mismo que el jocoso Hermes robó el tesoro vacuno de Apolo. Y lo paseó en praderas voluntarias. Que ofrecieron sus tejidos en hojas convertidos. En esto estaba mi pensamiento ahora. Cuando vi surgir el agua. Desde ahí. Desde ese sitio en cautiverio. Y la vi correr hacia abajo. Rauda. Persistente. Siendo, en esto mismo, niña ahora. Y va pasando de piedra en piedra hasta hacerse agua adulta. En ríos inmortales. Y la Afrodita coqueta, mirándola no más. Tomándola en sus manos después. Besándola triunfal. Haciéndola límpida a más no poder. Y juntas. Agua y Diosa, recibiendo el yo navegante. Inmerso en ellas. Con la mirada puesta en el Océano más lejano. El de Jonios. O el de Ulises. Desafiando a Poseidón. El Dios agrio e insensible. El mismo que robó tierra a la Diosa cercana al Padre Mayor. Y que fue conminado a devolverla. Y que, por esto, secó todos los ríos y lagunas. Solo el nuestro permaneció. Por estar ella presente. Déjalos y déjalas hablar contigo viejo mar Mar de ayer. Que no el de hoy. Sujeto triste. Llave de agua, que creíamos perenne. ¿Qué te hemos hecho, viejo vigía de las creaturas todas que en ti nacieron? Hoy, están como tú. Diezmadas en enésima potencia. Dime qué siente y que sienten. Qué sintieron antes. Los pasados, pasados vivos y que perdieron su ruta evolutiva, por las ansias desbordadas. De viajantes milenarios. De vituperarios en ciernes siempre. Te mando a decir con el viento, llave de lluvia, que aquí, en el hoy. Están los únicos sujetos vivos en quienes pueden confiar. Niños y niñas veloces en decantar las voces. Las palabras. Las de ayer y las de hoy. No sabemos si las de mañana. Todo depende, viejo loco intrépido. Depende de ti mismo. En tu ir y venir. Depende de tu itinerario. Llave de lluvia. Viejo y perplejo mar. Por lo que te hemos hecho. ¡Anda! Habla con ellos y con ellas. A ver qué te dicen. Tal vez que también han sido vejados y vejadas. En el día y noche truculentos. Han andado caminos al dolor expuestos. Han subsumido lo suyo. Como equívoco navegante. Han dejado atrás sus territorios que sintieron su primer llanto. Pero también el primer susurro en voz. De las mujeres madres todas. Diles algo, llave de lluvia. Háblales de tus pactos con el viento. Y con esa fuerza potente latente entre nubes. Fuerza desbordada. Luz y sonido en estrecho abrazo. Esto de hablar con infantes es bien difícil. Porque a socaire. Voces en una locución de idéntica tersura. De inspiración primigenia. De vuelo señor. En aires avallasante. De vuelo que cruje. Que se enternece cuando, como águila, te localiza. Allá. En lo tuyo. En lo que sabes y has sabido hacer siempre. En esa estremecedora voz de fuerza contra las peñas acantilados. Subidas en sí mismas, para verte y sentirte bramar. Como millones de toros condensados en un solo. Vamos, viejo intrépido. Habla con ellos y ellas. No te quedes como mudo sonsonete. Por lo triste. Tal vez. Pero puede que en ellas y ellos e ncuentres el rumbo que parece perdido. Son
  • 19. (ellos, ellas), viajantes empedernidos. Sacrílegos en el mundo de los señores. De los imperios que devastan. Que han maltratado tu cuerpo de agua vasta. Casi infinita. Déjalos hablar. Puede ser que te digan, en palabras, lo que tú y el viento han hecho lenguaje sonoro por milenios. Ya sé que has visitado todos los lugares. Que has estado con tus amigos, los glaciares. Sé que has llevado y has traído todos los barcos posibles. Qué te han penetrado los submarinos. Que te han engañado, algunos. Porque han sido a la guerra lo que las tramas celulares, han sido a la vida. Es misma que siempre llevas en tu vientre. Y que se han esparcido en el infinito envolvente. Déjalos y déjalas que, a viva voz, te digan en sus palabras; lo que tal vez ya tú conoces a través de las heridas que han hecho en tì, melancolía. Cuéntales lo mucho que conoces. Del mil de millones de historias. Cuéntales que conoces la química del universo. Que, como llave de lluvia, has prodigado vida. En todos los entornos. En todos los lugares. Aunque, algunos y algunas no te conozcan en tu vigor físico. Ni de tu pasado violento. Cuando irrumpías contra natura en formación. Hasta es posible que te inciten a vivir viviendo la vida tuya de otra manera. Como la de ellos y ellas, vástagos de futuro. Tal vez no de la iridiscencia de esa bravía hecha espuma punzante. Pero si de esa ternura primigenia. Como si fuera lectura en mapa genético. Tal vez de la anchura extendida. Cercana a la de alfa tendiendo al infinito. Pero si para que te cuenten de las palabras voces de sus madres en cuna. Y las de sus palabras en esa acezante motivación para el crecer alegre y creativo. En fin, de cuentas. Déjalos, viejo mar, que estén contigo. Para que no estés triste, llave de lluvias. Déjalos ser como ellos quieren que tú seas, yo te lo digo. Hetaira nuestra La conocí en el universo habido. Siendo ella mujer de libertad primera. En esa exuberancia que me tuvo perplejo. Durante toda la vida mía. Siempre indagándola por su pasado sin fin. Siendo este presente su expresión afín a lo que se ama en anchura inmensa. Siendo su belleza el asidero de la ternura. En su andar vibrante. En caminos por ella pensados. En ese ejercicio lujurioso sublime, herético. Me fui haciendo a su lado, como s ujeto de verso ampliado. Me dijo, en el ahora suyo, lo mucho que podía amarme. Diciéndole yo lo de mí viaje al límite gravitatorio. Ofreciéndole todo el ozono vertido en el fugaz comienzo que se hizo eterno. No por esto siendo mera expresión de momento. Ella, a su vez, me enseñó sus títulos. Siendo el primero de toda su holgura en lectura y en palabras. Yendo en caravana de las otras. Con ellas deambulando de la mejor manera. Por ahí. Por los anchurosos valles. Por los mares empecinados en demostrar su fuerza. Cogiendo el viento en sus manos y arropándolo para que no se perdiera. En fin, que, la mujer mía libre; se fue haciendo, cada vez más explayada en recoger lo cierto. En lucha constante con la gendarmería despótica. Fue cubriendo con su cuerpo todos los lugares no conocidos antes. La vi llorar de alegría inmensa. Cuando encontró la yerba de verde nítido. Y las aves volando que vuelan con ella. Me dijo lo que no decir podían las otras. Juró liberarlas. Y sí que lo hizo. Con su ejército de potenciado. Uno a uno. Una a una, fueron apareciendo. Espléndidos y espléndidas. Con el traje robado a la Luna nuestra. Sin oropeles. Pero si hechos con tesitura amable. Elocuente. Enhiesto. En ese andar que anda como sólo ella puede hacerlo. Todos los lugares, todos, se fueron convenciendo de lo que había en esa belleza extraña. No efímera. Cambiante siempre. Siendo negra que fuere. Y amarilla superlativa. Y blanca venida a la solidaridad de cuerpo. En mestizaje abierto, profundo. Como queriendo, yo, decirle mis palabras, me enseñó a tejerlas de tal manera que surgió la letra, el lenguaje más pleno. Siendo, ella, lingüista abrumadora en lo que esto tiene de amplitud posible, para enhebrar las voluntades todas. Haciéndose vértebra ansiosa, a la vez que lúcida para la espera. Me trajo, ese día, los mensajes emitidos en todas partes. Conociéndola, como en realidad es, me fui deslizando hasta la orilla del cántico soberbio. Y, estando ahí, triné cual pájaro milenario. Convocando a mis pares para ofrecerle corona áurea, a ella. Para efectuar el
  • 20. divertimento nuestro, ante su potente mirada. Negra, en sus ojos bellos. Locuaz conversadora en la historia entendida o, simplemente, en latencia perpendicular, en veces, sinuosa en curvatura envolvente, en otras. De todas maneras, permitiendo el encantamiento ilustrado. Este territorio que piso hoy; se convertirá en paraíso para las y los herejes todos y todas. Para quienes han ido decantando sus vidas. Evolucionando enardecidas. Como decir que el ahínco se hace cada vez más cierto; por la vía de la presunción leal, no despótica. Aclamando la voz escuchada. Voz de ella sensible. De iracunda enjundia permitida, plena, elocuente. Conocí, lo de ella en ese tiempo en que casi habíamos perdido nuestros cuerpos. Y nuestras palabras todas. Y sí que, en ese viaje permitido, me hice sujeto mensajero suyo. Llevando la fe suya; como quiera que es fe de la libertad encontrada. Uno a uno, entonces. Una a una, entonces; nos fuimos elevando en las hechuras de ella. Transferidas a lo que somos. Conocimos las nubes no habidas antes. Y los colores ignotos hasta entonces. Y las lluvias nuevas. Venidas desde el origen de la mujer que ya es mía. Y digo esto, porque primero me hizo suyo, en algarabía de voces niñas, trepidantes en potencia de ilusiones, engarzadas en el cordón obsequiado por Ariadna; hija de ella. Concebida en libertaria relación con el dios uno, llamado por ella misma, dios de amplio espectro. Hecho no de sí mismo; sino por todos y todas. Siendo, por eso mismo, dios no impuesto desde la nada. Más bien dios dispuesto como esperanza viva vivida. Cuando terminó mi vida, al lado de ella, me fui al espacio soñándola como el primer día. Cuando, con ella, comenzó Natura embriagante, nítida. Dominante. Protista Cuando tuve ese sueño complejo, me sentí inmerso en las condiciones primeras. Cuando no había aprendido a navegar. A andar. Por la vía de sujeto próspero en ilusiones coincidentes con mi instar. La soñé en lo recóndito de su belleza plena, avasallante. Y me hice viajero cohibido, en el significante de ser intrépido. Como convocante al ejercicio de vida. Con hilatura limpia, absoluta. Ella estaba, entonces, en la cumbre potenciada de su amplitud. De su holgura de creyente en la sabiduría como conocimiento sutil. Abierto a toda perspectiva; afín a la locomoción herética. Inasible para los gendarmes de vuelo a ras de la tierra. Hice, por lo tanto, recorrido en territorio áspero, en procura de la imponente mujer establecida. En conocido terreno. Y, en lo desconocido en universo todo. Supe que no podía emularla. Por lo mismo que ella es sujeta de inmenso enhebramiento. En esa seguidilla de seres cambiantes. Con la mira puesta en la velocidad del tiempo luz. Pero, en el entretanto inmediato, sabía asir la vida en la evolución máxima posible. Sabía, ella, del pundonor aplicado al crescendo nutriente de lo móvil, en veces imperceptible. Yendo hacia los entornos amados por todos y todas. Algo así como sopladura del viento tierno. Pero, al mismo tiempo, en ese ir prefigurando la visión de la vibrante hechura, en vida. Se fue creciendo mi cortejo hacia ella. Yo, en esa condición envolvente, de lo palaciego. En condición de simple heredero de nichos ululantes. Hice del caminar en camino entero, no otra cosa que hacedor torpe de lo orgánico viviente. No lo pude entender en esa velocidad soportada en el paso que paso de lo suyo. De ella. Orientadora de la pulsión coqueta. Ella, entreviendo la juntura explayada de las condiciones vivas. En ese proceso. En eso de entender lo cambiante; como ejecución en la lentitud misma. Como si anhelara lo consciente. En el entendido de Natura. Iridiscente, en veces. En lo opaco imperceptible, en otras. Subiendo, ella, que subiendo fue legítima pieza corpórea. En ese estar en ciernes. Sin los predicamentos formales, lineales. Más bien en ese avizorar el futuro, por la vía de proponer una bitácora cierta. Siendo, entonces ella, el sonido hecho, aupado. Con ella mirada suya como
  • 21. miríada vertebradora de lo concreto. Por la vía de lo complejo del paso a paso. No volátil. Como si fuese mero nutriente impávido. Más bien cómo hacer primero. Sin nostalgias entendidas como haber sido sujetas y sujetos ya. Impulsando el quehacer ahí. En donde el ser y ser está cifrado de manera cambiante, dialéctica. Como soporte ampliado de su conocer, de su concepto, de su impronta azuzada siempre por aquella noción de lo vivo, no premeditado. Más como insumo que viene desde el ayer lo milenario. En tiempo no recogido. No contado. Como entendiendo lo suyo como inmensidad. Con patrones de vocería, siempre inconclusos. Pero nunca atados al olvido de lo ya aprendido. En, digo de nuevo, posibilidad en albur que fue evidenciado lo inmediato, como hechura de lo tendencial. En las probabilidades, siendo razón. Y siendo no-razón al mismo tiempo. En la diatriba convertida en ternura. Siempre ella, nunca ella misma primera, igual. Al fin no tuve que volar buscándola, en el horizonte ya percibido. Pero nunca hecho fin eterno. Me vi avocado en premura instantánea. En ese ir sin ella. Ya posicionada de su rol. En lo inverso y directo. Yo la vi, vuelvo y digo, como diosa guía. Como en posición de ser instrumento. A la vez constante. A la vez cambiante. Y yo icé banderas relampagueantes. Como mojones imponentes, por lo mismo que fueron y son herencia de ella. Después d haber sido convidado a su nombre. Para convertir la vida simple, en cimera compleja. Sin cronología formal. Y, en lo que digo hoy mismo, está cifrada su vida punzante. Cada nada hecha la misma, pero distinta. En equilibrio imposible. Porque Natura sigue yendo. En infinita potencia. Ella solo es momento. Yo seré, también, un momento que paso a paso pasa. Recreando a Eros Que la vida es una, no lo sé. Sé si, que tiene que ser vivida en el ahora presente. De futuro incierto. Como si fuera no válido, para abrigarla. Y de pasado opulento, a veces, pero sin mirada posible, en el ahora, vivido. Como si fuese, ella, profanadora en ímpetu. De la belleza ingrávida. O de la tristeza necesaria. Fungiendo como ave arpía; que no se duele de ella. Pero que causa dolor pasmoso, insólito; por lo mismo que siendo tal, se exhibe y vuela, pero no se pierde. Por lo tanto, en vida esta, siento que se desparrama lo habido. Como si fuese etéreo patrimonio no vigente. Como si, en larga esa vida, manifestara el dolor como primer recurso. Como atadura infame. Como torcedura que atranca lo que pudiera discurrir como cosa pura. O, al menos, como nervadura de alma, que la hace empinada y susurrante de ternura. Y, siendo así esa vida doliente, se empecina en retrotraer lo que fue. Allá en el no recuerdo nunca. O como si estuviera atada a la invariante locura de quienes no han sido y nunca fueron en sí, sí mismos. Tanto como sentir que revolotean en memoria. Sin alas suyas. Siendo prestadas las que usan, para planear sobre los entornos; de esa vida que duele y es agria. Como la hiel que le dieron a probar al Maestro. Ese en que cree ella; mi amante que vive. En un no estar ahí. Y la herrumbre se ensancha. Como ensancha esa vida el mortal quehacer que vuelve y duele. Como aguijón de escorpión en desierto. Como con atadura a la rueda inquisitorial. Partiendo los huesos de cuerpo que duele tanto que hasta muere de ese dolor inmenso. Que casi como, impensado. No más vuelve avanzando a zancadas. En noche plena de Luna; pero insípida por no verte. Es como si ensanchando lo profundo, volviese a momentos. Punzante como ahora. Siendo, tal vez, punzante siempre. Y vuelvo a mirar esa vida, no vida. Por lo mismo, vuelvo y digo, que no están. O que, esa misma vida mía, te hizo perder en lontananza. En periferia escabrosa. Como silencio absoluto. Siseando solo la voz de la serpiente engalanada. Con sus aires de domestica de esa vida mía. Como acechándome sin contera. Como palpando el aire. Localizando mi cuerpo casi yerto. Y se expande, con absoluta holgura, la ceguera de los ojos míos que no lo siento ahora; porque han volado las ansias, agotadas por no sentirte. Y sigue viva esa vida lacerante. En corpúsculos hirientes. Como aristas del tridente que es alzado por Dante Aglieri, simulando sus inframundos, como infiernos. Y todo, así, entonces, se vuelve y se volverá recinto de tortura. En proclama
  • 22. avivando mi dolor in situ. De lo que fue y lo que será. Pasando por el es ahora. Hibernando en soledad. En locomoción estática. Como móvil arbitrario. Que no se mueve ni deja mover. Como supongo que es la nada. Es decir, como sintiendo que faltas en este universo pequeño mío, hoy. Todo así, como si fuera el todo total existente, Como si fuera lugar perenne. En donde habitan las sombras de tenacidad impía. Como el vociferar de los dioses venidos a menos. Como las Parcas de Zeus. Colocadas ahí no más. Vigilando la vida para, algún día y por siempre, volverla muerte incesante. Como constante variación de la ternura. Como disecando la felicidad que sentía antes. Cuando te veía siempre. Todos los días, más días. Más soleados de Sol alegre. Como cuando te veía enhebrar la risa, como obsequio a cualquier suceso; por simple que fuese. Con la voz desafinada. Más de lo que antes fuera. Con las manos buscando la puerta de la ventana tuya. Del símil de vida, ésa si vida plena. Y navego, entonces. Desde aquí y para allá, perdido. Siendo lo mío final estando apenas en el principio. Por ahí; en tumbos, por lo mismo inciertos. Como palabra no generosa. Más bien como estallido de las armas en todas las guerras. En tronera las siento ahora. En esa pavura como cantata de aspavientos. Lóbrega al infinito. Frío carnaval de la desesperanza. Con la hidra de mil ramas y mil espinas, como oferente. Siendo el día que es hoy. Siendo el antes de mañana. Sigo diciendo que necesito tu voz. No echada al aire a través de ondas invisibles. Sino como voz fresca, incitante, persuasiva. Siendo, entonces, este hoy sin ser mañana, estoy aquí; o ahí. O no sé dónde. Pero donde sea siempre estaré esperando tu abrigo. De Sol naciente. Sigue yendo por ahí Sé que vienes por ahí; oh diablillo envidioso. Tal vez es que te contaron de mi cuerpo hermoso. O será que, por ser de día, no hallaste el camino de tu casita olvidada. O, será que quieres quedarte a rogarle perdón al Sol, por lo mucho que has vagado. De lo que sea será, chiquilla habladora. No vengo ni voy tampoco. Solo espero la noche, aquí en este lugar que no brilla, ni calor tiene; ni risas tampoco. Yo siendo tú niña de alto vuelo, correría a buscar refugio en cualquier lado; antes que yo te convierta en bruja y viajes por las nubes con la escoba y el gorro. No me digas que debo hacer; no tienes por qué decirlo. Yo a ti no te creo, ni te quiero siquiera un poco. Anda ve y te pierdes. Espera la noche solo; como tiene que ser y como será siempre por lo que eres, diablillo mentiroso. Si tuviera aquí mi tridente te ensartara en él sin remedio. Y te haría arder en el fuego mío que tengo. Desde ayer y todos los días más; para vivir sin estorbos. Vete tú ahora no quiero ver ni tu rostro, ni tu pelo ni tus zapatos que tienen el color que no quiero; porque me hace recordar el día aquel en que partí la Luna en dos trazos. Uno para mí y el otro para mi hijo que se ha quedado allá solo. Vuelvo y te digo señor, que no te tengo miedo ni respeto. Eres para mí solo huella pasajera; que no puede anidar aquí; ni allí; ni allá en la casita de todos. Sigue tu marcha, pues, no vaya a ser que te conviertas en sumiso escorpión que no tenga aguijón, ni de a poco. Qué suerte la mía, digo ahora, encontrarme esta niña hoy; cuando yo llegué a creer que no había nadie aquí; en este bosque y ciudad que quiero tanto; por ser ella y él mi universo primero. Y buscando siempre estuve a quien robar y a quien soplar para que no viva más como ahora; sino como animal que ni pelo tenga. Ni muchos menos lindos ojos. Cuéntale eso a cualquiera que no te conozca. Yo, por lo pronto, sé quién eres y quien fuiste, porque me lo contó la alondrita mía que amo. Y que me avisó también, que vendrías muy solo, como para poder engañar; a ella, a mí y las otras también. Sigue andando pues, hasta que
  • 23. puedas hallar a quien engañar y a quien pelar para a la olla llevar y prepara así suculento festín y para reírte sin fin. Ya ni ganas tengo de seguir hablando contigo; muchacha necia y sabia; me voy por otros caminos; buscando a quien agradar y ofrecerle mis mimos. No sabes lo que te has perdido, por andar hablando demás y por meterte conmigo. Que te vaya mal deseo, diablillo de ojos vivos. Tú seguirás tu camino y yo a vivir aquí me quedo. Como cuando no estabas, ni habías llegado siquiera. Saluda a tu hijo de mi parte; porque si es aún niño debe ser hermoso, cálido y tierno; como somos todos y todas las que, siendo niños y niñas vivimos la vida siempre, con la mirada hecha para amar ahora y por siempre Luna fugada Tanto huirle a la vida. Es como evitar ser tu amante. Las dos cosas trascendentes. Una, por ser la vida misma. Lo otro que sería igual a hurgar la tierra, en búsqueda del tesoro pedido, que sería cual faro absoluto. Entre lo yerto y lo móvil vivamente vivido. Todo se aviene a que mi canto no sea escuchado. Fundamentalmente por ti, diosa infinita. Por eso, me puse a esperar cualquier vuelo. De cualquier ave pasajera. Nocturna o diurna. Sería, para mí el mismo impacto y el mismo oficio. El de doliente sujeto que hizo de su vida; la no vida estando sin el refugio de tus brazos. Y, al tiempo habido, le conté mi sentimiento. Y me respondió con la verdad del viento. Fugado, sin poder asirlo. Y revolqué la tierra, en todo sitio. En cualquier lugar fecundo. Y el mismo tiempo y el viento, hicieron una trenza para ahogar mis ímpetus. Para que yo no pudiera entrar en ese cuerpo tuyo. Viajé en ellos, en el tiempo y el viento. Llegué, no recuerdo ni el día ni la hora. Simplemente, bajé, otra vez, al sitio en que te he amado. Encontrándote, susurrando palabras. Como las de ese Sol potente. Estaba en espacio frío. Y te fuiste, en el tiempo y el viento. Y te vi ascender. Traspasando la línea que protege a la Tierra nuestra. No pude alzar vuelo contigo. Simplemente porque, viento y tiempo, te arroparon y desecharon mi presencia, mi cuerpo. En este otro día, En esta soledad tan manifiesta. Tan hecha de retazos de tu mundo ya fugado. Me dije que ya era hora de ser libre. ¡Para qué libertad, sin estar contigo! Eso dije. Y retomé el camino arado, por siglos. Por gentes sencillas. Bienamadas, solidarias. E hice andar mis piernas. Hice que todo mi cuerpo te buscara. Y encontré a la vieja esperanza, maltrecha, pero nunca vencida. Al tiempo encontré a la ternura toda. Me dijo: si nos has de ir, mejor quédate ahí. Llegando la noche, entonces, te vi dibujada en la Luna. Y gozabas, jugando con su arena inmensa. Con su gravedad hecha cuerpo. Y, siendo ese cuerpo, tú. Me enviabas voces, palabras. Pero a mitad de camino se perdían. Ruidoso rayo, envolvente. Dos en uno. Energía potente. Sonido anclado en toda la energía hecha. Pasando la noche, pasando se, hizo más borrosa tu figura que volví mis ojos al lado obscuro de tu hospedante Luna. Haciéndose fugaz lo que antes era permanente para mí. Esa risa tuya. Esos tus ojos tiernos en pasado; ahora voraces y lacerantes miradas. Mudez impávida, enervante ahora. Hoy, camino… ¿Yendo adonde? No sé. Como si se hubiese perdido la brújula. Esa que siempre llevabas en tus manos. Y, siendo cierto esto, traté de retomar el camino perdido. Traté de alzar vuelo. Pero seguía ahí mismo. En la yesca infame, Todos miraban mi dolor. Todos y todas, mostrando su insolaridad por ti endosada. Tal vez como revancha absurda. Pero era eso y no otra cosa. Era tu pulsión de vida. Perdida ya. Y recordé que, en otrora, éramos boyantes personajes. Absorbiendo la luz y la ternura en ella. En este sitio, para mi memorable, quedará escrito, con el lápiz de tus ojos, la pulsión de vida mía. Pasajera. Casi irreal. Casi cenicienta simple, engañada. Y si digo esto ahora, es porque te fuiste. Y está en esa Luna tuya, inmensa. Pero, para mí, Luna Fugaz. Luna hechicera