Desarrollo y Aplicación de la Administración por Valores
El canto de valentina, vlentinota y otros cantos
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El canto de Valentina, Valentinita, Valentinota
Valentina, perdió su silla. Jugando al gato y la gata, con las niñas que
conocióen la escuelita de Villa Pinzón. Valentina corrió en dirección al
jardín de la casa en que vivía Carmenza. La negrita la llamaban. Fue de
aquí para allá. Y, desde allá, hasta el riachuelo que cruzaba al barrio.
Valentinita la llamaba su papá Argiro. Casi como puro viento. Descansó
allí; como si fuese señuelo para atrapar maripositas. De color negro y
azul. Oh que delicia de suelo este. Le decía Marcolina. La niñita de papá
Milciades y de mamá, doña Paula. Esta sí que iba y venía, Casi todo el
día y media noche. El jilguerito tierno le decía la maestra Úrsula. De
primerito de primaria, apenas, y ya sabía cantar a las golondrinas
pasajeras. Desde media mañana y hasta cuando caía la tarde.
Limoncito, limoncito. Cuéntale a Valentinita de dónde eres. Y cuando
llegaste. Limoncito, verdecito de azúcar empapado. Dile a la naranja
naranjita; lo mucho que has vagado. Por todos los caminos, todos.
Marcolina pedigüeña. Ven para acá con tus pies descalzos. Para que le
cantes. Ahora. Y más tarde a la alondrita que no encontró su nido. Y
que, ahorita mismo, está aturdita. Como asustada. Alondrita que te
meces en esa rama. Alondrita; escucha cantar a tu amiga Marcolina,
Marcolinota.
Valentina. Valentona. Muchachita traviesa. Vente para acá, que el
elefantico está solito. Ahí, no más. En la callecita llamada Cora, la
Batidora. Sí que estás triste, mi trompón azul grana. Sí que lloras por
tus hermosos ojazos. Elefantico de Andrina. Que te encontró. Solo
solito. En el bosque de Los Almendros. Pequeñito. Mucho más de lo
que está ahora.
Prudencia, Prudencita. Niña de cabellos azules. Que llegaste aquí; en
días pasados. Prudencita, Pudenzota. Hazme saber dónde naciste. Y de
dónde has llegado. Soy Valentina; la monita risueña. Ven mi Prudencita.
Dime que no estás triste. Dime, mejor, que llegaste en diciembre
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pasado. Cuando todas estábamos en pleno jolgorio. Celebrando la
fiesta de los fieros hipopótamos. Cuando estábamos en pleno baile de
la matraca, matraquita. Juliana Pesares, con su tambor mayor.
Resonaba y resonaba. Hasta que llegaste vos.
Dímelo a mí, burrita terciopelo. Dime que ya conocías a la piernipeluda
Altagracia. Dímeloa mí solita. Burrita que subes y bajas. Por la callecita
enmermelada. Por el surco que ha visto crecer a todos y todas. Te
quiero, burrita, burrota. Ven acá y me cuentas lo que has visto. Por las
praderas. Dímelo, a mí. Me llamo Valentinita, Valentinota.
Ven pues hasta acá mi Alba Lucía, señora, señorita. Ya conoces a
Prudencita. Prudenzota. Ven y me cuentas que camino tomó la
luciérnaga que se perdió hace ya casi tres días. Dímelo Albita pegotes.
Cuéntales a todas; lo que aprendiste al lado de Simona Salavarrieta. La
diosa de los saberes.
No te tardes mucho chivita Angélica. Dime tú. Cómo se sube al
morrito Don Matías. Pero dímelo rápido, estoy de salida. Viajaré sin
rumbo a buscar mi silla perdida. Tal vez la tenga Hilda. Eso me dijo
Torcoroma, la hija de don Alberto, el vendedor de calamares
adiestrados. No sé si volveré algún día. Dímelo pues chivita, chivota.
Viajaré, pues. Ya te lo dije. Me iré con Hortencia y con la negra Irene.
No sé si volveré algún día. Chivita, chivota. Angélica, Angelota.
Déjalos y déjalas hablar contigo viejo mar
Mar de ayer. Que no el de hoy. Sujeto triste. Llave de agua, que
creíamos perenne. ¿Qué te hemos hecho, viejo vigía de las creaturas
todas que en ti nacieron? Hoy, están como tú. Diezmadas en enésima
potencia. Dime qué siente y que sienten. Qué sintieron antes. Los
pasados, pasados vivos y que perdieron su ruta evolutiva, por las ansias
desbordadas. De viajantes milenarios. De vituperarios en ciernes
siempre. Te mando a decir con el viento, llave de lluvia, que aquí, en el
hoy. Están los únicos sujetos vivos en quienes pueden confiar. Niños y
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niñas veloces en decantar las voces. Las palabras. Las de ayer y las de
hoy. No sabemos si las de mañana. Todo depende, viejo loco intrépido.
Depende de ti mismo. En tu ir y venir. Depende de tu itinerario. Llave
de lluvia. Viejo y perplejo mar. Por lo que te hemos hecho. ¡Anda!.
Habla con ellos y con ellas. A ver qué te dicen.
Tal vez que también han sido vejados y vejadas. En el día y noche
truculentos. Han andado caminos al dolor expuestos. Han subsumido
lo suyo. Como equívoco navegante. Han dejado atrás sus territorios
que sintieron su primer llanto. Pero también el primer susurro en voz.
De las mujeres madres todas. Diles algo, llave de lluvia. Háblales de tus
pactos con el viento. Y con esa fuerza potente latente entre nubes.
Fuerza desbordada. Luz y sonido en estrecho abrazo.
Esto de hablar con infantes es bien difícil. Porque a socaire. Voces en
una locución de idéntica tersura. De inspiración primigenia. De vuelo
señor. En aires avallasante. De vuelo que cruje. Que se enternece
cuando, como águila, te localiza. Allá. En lo tuyo. En lo que sabes y has
sabido hacer siempre. En esa estremecedora voz de fuerza contra las
peñas acantilados. Subidas en sí mismas, para verte y sentirte bramar.
Como millones de toros condensados en un solo. Vamos, viejo
intrépido. Habla con ellos y ellas. No te quedes como mudo sonsonete.
Por lo triste. Tal vez. Pero puede que en ellas y ellos encuentres el
rumbo que parece perdido. Son (ellos, ellas), viajantes empedernidos.
Sacrílegos en el mundo de los señores. De los imperios que devastan.
Que han maltratado tu cuerpo de agua vasta. Casi infinita.
Déjalos hablar. Puede ser que te digan, en palabras, lo que tú y el
viento han hecho lenguaje sonoro por milenios. Ya sé que has visitado
todos los lugares.Que has estado con tus amigos, los glaciares. Sé que
has llevado y has traído todos los barcos posibles. Qué te han
penetradolos submarinos. Que te han engañado, algunos. Porque han
sido a la guerra lo que las tramas celulares, han sido a la vida. Es misma
que siempre llevas en tu vientre. Y que se han esparcido en el infinito
envolvente.
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Déjalos y déjalas que, a viva voz, te digan en sus palabras; lo que tal vez
ya tú conoces a través de las heridas que han hecho en ti, melancolía.
Cuéntales lo mucho que conoces. Del mil de millones de historias.
Cuéntales que conoces la química del universo. Que, como llave de
lluvia, has prodigado vida. En todos los entornos. En todos los lugares.
Aunque, algunos y algunas no te conozcan en tu vigor físico. Ni de tu
pasado violento. Cuando irrumpías contra natura en formación.
Hasta es posible que te inciten a vivir viviendo la vida tuya de otra
manera. Como la de ellos y ellas, vástagos de futuro. Tal vez no de la
iridiscencia de esa bravía hecha espuma punzante. Pero si de esa
ternura primigenia. Como si fuera lectura en mapa genético. Tal vez de
la anchura extendida. Cercana a la de alfa tendiendo al infinito. Pero si
para que te cuenten de las palabras voces de sus madres en cuna. Y las
de sus palabras en esa acezante motivación para el crecer alegre y
creativo.
En fin de cuentas. Déjalos, viejo mar, que estén contigo. Para que no
estés triste, llave de lluvias. Déjalos ser como ellos quieren que tú seas,
yo te lo digo.
Viajero
Caballito de sorpresas. Estando, a cada nada, volando por ahí. En una
vida pasada sujeta a la alegría de los pájaros sueltos, cantores, Caballito
que va por ahí, desafiando a las nubes densas, fuertes. Nubes que
vagan como él. Pero que se quedan en el surco que lleva al Sol.
Caballito de mil sorpresas. Como si nada. Alegre. Versátil. Animalito
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henchidode alegría y de emoción. De la esperanza casi perdida, En ese
viento voraz. Que mide sus fuerzas con el mar. Que exhibe la voluntad
para seguir de largo. Tal vez, en efímera nostalgia.
Caballito de mar que va y viene. Como incertidumbre volátil. Como
ensayo general para cualquier alborada. Con música color verde. Como
verde fuera su vida antes. Al lado de sus pares amigos. Volando en
excelso volumen ansiado. Como transitando en todos los caminos
habidos. Como ávido sediento que otrora encontró el desierto. Como
correcaminos impávido. Como lanza llamas sacrílego. Como pertinaz
vocero de los niños y las niñas, Como centinela plantado en el
horizonte potente. Rojizo. Vulnerable. Pero con las alas dispuestas a
llevar de viaje por todo el universo. Caballito veloz, supremo. Que
encontraste la fuerza que había sido robada. En enhiesto cuerpo.
Arboleo. Sutil, triste.
De volar, volando caballito diáfano. Rodeado en flores voladoras.
Puestas en pura fuerza. Como andando al mismo tiempo. En carrera
loca, pero no aviesa. Corazón predispuesto. Como pura sensibilidad no
enajenada. Como voluntad que recorre el universo. Tratando de
localizara quienes se habían perdido. En la búsqueda de sí mismo y de
todos y todas.
Caballito libertad te llaman hoy. Caballito de andanzas. Llevando a
lomo a quienes habían perdido sus alas. Antes de ser vos mismo.
Caballito melancólico, a veces. Pero sabio y prudente. Exhalando la
propuesta que siempre te ha distinguido. Aquello de lo cual decían que
era irreparable.
Todo, pues, predispuesto. Toda alegría avizorada desde temprano día.
Desde las ilusiones habidas desde remoto tiempo. Caballito alado.
Manifiesto sujeto de energía no silente. Enhebrando la letra de la
alegría. Enrutando los pasos hacia caminos antes perdidos.
Caballito que dibujaste los paisajes. Que levantaste la cabeza en
búsqueda del futuro. Como futuro cierto es, la vida de todos y todas
que no han claudicado. Caballito, pájaro, sonsonete canto iluminado.
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Se hizo, para ti, la vida. Pajarito, caballito, ruiseñor andante.
Correcaminos ansioso. Corderito hecho potencia. Gaviota pulcra,
alegre. Águila viviente. Corazón puro. Corresponsal de la vivencia. No
latente. Si pura fuerza. Caballito de empatía. Con todos y todas.
Animalito vocero de la ternura. Caballito volador incansable. En puro
pulso con el viento.
Sea lo que sea, mi caballito azul dorado, negro. Mi animalito con alas
ampliadas siempre. Que vas y vienes. En pura fuerza desatada.
Coloquial señuelo. Que convocas a quienes por tu lado pasan y vuelan.
No te vayas nunca, animalito bullicioso. Te llaman aquellos y aquellas
que te anhelan siempre. Como pura fuerza no anclada. Nunca
sometida. Que vas y vienes. Caballito alado no superfluo. Pura
expresión de la risa desbordada.
Comoquiera, entonces, animalito veloz, supremo. Vuelve tu mirada
hacia atrás. Para aligerar el paso de quienes caminan lento. Ruiseñor
alado. Perspicaz andante. Volantón fantasmita. Que te quedaste
cualquier día. Esperandoa Ámbar a Vulcano, a Esperanza. Y a Paula; y a
Andreina.
Veloz sujeto no hiriente. Pertinaz viajero de siempre. Alegre sujeto
empalagoso. Ávido sujeto que encontraste el camino. Y que, paso a
paso, llevaste a niños y niñas. En el carrusel. En Tiovivo,, como canto
universal; como gozo no silente.
Sigue yendo por ahí
Sé que vienes por ahí; oh diablillo envidioso. Tal vez es que te contaron
de mi cuerpo hermoso. O será que, por ser de día, no hallaste el
camino de tu casita olvidada. O, será que quieres quedarte a rogarle
perdón al Sol, por lo mucho que has vagado.
De lo que sea será, chiquilla habladora. No vengo ni voy tampoco. Solo
espero la noche, aquí en este lugar que no brilla, ni calor tiene; ni risas
tampoco. Yo siendo tú niña de alto vuelo, correría a buscar refugio en
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cualquier lado; antes que yo te convierta en bruja y viajes por las nubes
con la escoba y el gorro.
No me digas que debo hacer; no tienes por qué decirlo. Yo a ti no te
creo, ni te quiero siquiera un poco. Anda ve y te pierdes. Espera la
noche solo; como tiene que ser y como será siempre por lo que eres,
diablillo mentiroso.
Si tuviera aquí mi tridente te ensartara en él sin remedio. Y te haría
arder en el fuego mío que tengo. Desde ayer y todos los días más; para
vivir sin estorbos. Vete tú ahora no quiero ver ni tu rostro, ni tu pelo ni
tus zapatos que tienen el color que no quiero; porque me hace
recordar el día aquel en que partí la Luna en dos trazos. Uno para mí y
el otro para mi hijo que se ha quedado allá solo.
Vuelvoy te digo señor, que no te tengo miedo ni respeto. Eres para mí
solo huella pasajera; que no puede anidar aquí; ni allí; ni allá en la
casita de todos. Sigue tu marcha, pues, no vaya a ser que te conviertas
en sumiso escorpión que no tenga aguijón, ni de a poco.
Qué suerte la mía, digo ahora, encontrarme esta niña hoy; cuando yo
llegué a creer que no había nadie aquí; en este bosque y ciudad que
quierotanto; por ser ella y él mi universo primero. Y buscando siempre
estuve a quien robar y a quien soplar para que no viva más como
ahora; sino como animal que ni pelo tenga. Ni muchos menos lindos
ojos.
Cuéntale eso a cualquiera que no te conozca. Yo, por lo pronto, sé
quién eres y quien fuiste, porque me lo contó la alondrita mía que amo.
Y que me avisó también, que vendrías muy solo, como para poder
engañar; a ella, a mí y las otras también. Sigue andando pues, hasta
que puedas hallar a quien engañar y a quien pelar para a la olla llevar y
prepara así suculento festín y para reírte sin fin.
Ya ni ganas tengo de seguir hablando contigo; muchacha necia y sabia;
me voy por otros caminos; buscando a quien agradar y ofrecerle mis
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mimos. No sabes lo que te has perdido, por andar hablando demás y
por meterte conmigo.
Que te vaya mal deseo, diablillo de ojos vivos. Tú seguirás tu camino y
yo a vivir aquí me quedo. Como cuando no estabas, ni habías llegado
siquiera. Saluda a tu hijo de mi parte; porque si es aún niño debe ser
hermoso, cálido y tierno; como somos todos y todas las que, siendo
niños y niñas vivimos la vida siempre, con la mirada hecha para amar
ahora y por siempre.
Benjamines y Jacintos
Todo era, como era todo. Eso decía Benjamincito. El hijo de Benjamina
y Benjaminón. Todos y todas, en el pueblo, remedaban su manera de
hacer sonar las palabras. Decían que él era, lo que, en un tiempo fuera
don Bejazmin El Puyo. Coloquiando, Coloquiando. Se iba yendo. Casi
siempre como pura lagartija viva. Risueña. Amable. Y le dio por
acumular palabras feas y bonitas. Y se le dio por recordar a Benjamina
Benjamin. La abuela de Benjamin el risueño. Como recordando a
Benjamín el hosco. El hombre de pura pataleta endemoniada.
Y así, entre insultos e insultos; se abrió camino el canto de la melodía
venida desde lejanas tierras. Melodía ansiada. Recóndita. En veces
amarga. Otras veces más amargas que las otras veces. Y, otras, no tan
amargas como las primeras. Pero si tan embolatadas, como las
palabras de los primeros Benjamines de la tierra.
Y sí que, Benjamín, el primero. Vivió cerca de tres siglos. Al menos eso
decían quienes habían llegado antes que ellos; a estás vastas tierras
enlagunadas. Y se fueron haciendo cábalas. Que tal vez, vinieron desde
la lejanía. Allí donde las aves se posaron por primera vez. Que, tal vez,
se hicieron recónditos secreteros. De los que hablan por hablar. Y,
hablando por hablar, dicen cosas que nadie entiende. Ni entenderán
quienes lleguen después de nosotros y nosotras. Que, es posible que
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hayan venido volando. A la casa de los Benjamines, los dueños de los
árboles. Los Jancitos les llamaban. Que, tal vez, el holograma hubiese
estado dispuesto; para ser asignado como emblema de gatuperios.
En fin que, con el tiempo, siguieron llegando los herederos de los
Jacintos. En pura carrera llegaronampliadas. Y se hicieron andariegos.
Casi como saltimbanquis adornados con las túnicas. Hechas con punto
fino de dedal, aguja e hilos. Por lo pronto, yo, no puedo decir, ni lo uno
ni lo otro. Simplemente soy viajero de otro tiempo. De aquel que
conocieron mis padres y mis amigos. Tiempos de mil y un Jacintos.
Como también de mil y un Benjamines. Puro diseño en vértigo. Pura
palabra empeñada. Atada a los primeros niños y niñas. Puro cuento de
vieja envergadura. De peor literatura que aquella que estaba antes.
Cuando leyendo que leyendo, se fueran formando las danzas
sincopadas, manifiestas.
Y sí que, entonces, Benjamines y Jacintos unieron sus voces para, a
capela, saludar los tiempos idos. Y hablar en los tiempos ciertos. De
ahora. Como abarcando el horizonte con solo mirar. Viéndolos agitar
sus desmirriadas banderas. En puro acezar de voces. En puro cuerpo
acongojado. Y sí que, vinieron, viniendo. Las estolas y las ditirámbicas
expresiones. De puro mirar, mirando. Los árboles casi muertos. Y las
plantas, todas. Como si estuviesen embrujadas. Dicen que, esto, sí que
es cierto. Dicen que, en ese tiempo, la voladura de los gavilanes. De
ojos impávidos. Gruesos. Adormilaron con su canto todo lo que vivía
en esta tierra.
De Benjamines. De Jacintos y otras voces; dirá la historia que fueron
presas del pánico. Que, simplemente, cundió. A su vuelo. A su
vocinglería a ras de la tierra. Presos, mágicos, estólidos. Jacintos y
Benjamines. Amantes de los cuervos y las lunas planetarias todas.
Cuervos, Benjamines, Jacintos. Embadurnados de betunes agrios.
Colores fuertes. Como pura extensión de tósigos. En veces, hirientes.
En fin, pues, que Los unos y los otros. Benjamines y Jacintos; hicieron
de la vida aquí. Pura algarabía. En conciertos efímeros, pasados. No
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otra cosa nos contó el mayor de las dos extirpes. Como cantando al
viento. A la vida, que pasa pasando.. Todo era, como era todo, dijeron
Benjamines y Jacintos.
Luna, Lunita de todos los tiempos
Luna, que lunita amada. Luna de la esperanza, ansiosa. Girando al vuelo
invertido. Esa otra cara indefensa. Lóbrega, fría. Lunita que juegas en
los sueños, con Rafaela. Y con Constanza. Y con Evita lavandera mía.
Espacio obscuro. Metido en la lejura de los años luz. Lunita que vas y
vienes. En los sueños de todos y todas. Lunita, he ensayado mil formas
para llegar a ti. Una de ellas en vuelo herético, ajeno al Sol. Otra en
pasos adormilados. Como decantando cada metro y cada segundo.
Luna, lunita mágica. Que haces mover los mares todos. Lunita de
imantación manifiesta, nítida.
Te conocí en otro tiempo. Cuando recién fundabas tu territorio.
Cuando, sin llamarte, entonces, Luna. Ya conocía tu brillo, hermoso.
Pero, en veces, frío. Como soliloquio seco, punzante. De tu palabra se
hicieron las notas iniciáticas. De tiempo. De condensaciones
fascinantes. Siendo tú, Lunita que Lunita sola. De tu tiempo, en el
origen de lo que eres; se conoció ya tarde. Cuando Planeta Tierra se
contagió de todos los fuegos. Cando, esta Tierra belicosa; fuera
centrándose en puro equilibrio de fuerzas. Y hasta ahora no
dominadas.
Y si que, en puro escape de líneas apresuradas, heterogéneas. Te
hiciste reflejo de Sol potente. Alumbrando lo que llegó a ser tu propia
prisión. Imantación, para ti, en veces lúgubre. Casi siempre desolado. Y,
en esto de andar, buscándote; volaron todos mis imaginarios.
Extraviados. Casi truculentos. Siendo lo mío, puro discurso acuoso.
Sonámbulo. Vertiginoso.
Luna, Lunita. Pletórico cuerpo. Derrochas imágenes, en tu cuerpo
suturados. Cuerpo satelital embriagante. Surtidor de ideas para poetas
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y poetisas. Cuerpo lunarioprofanado. Cuando te hirieron tu inocentes
arenas. Cuerpo no solapado. Luna, Lunita agraviada. Por todos los
visores que te siguen en tus movimientos. Cuerpo que ha sido
matematizado. En hechura de postulados de la física, buscona.
Y, siguiendotu huella, casi fija, he ido midiendo mi pulsión. Desde acá.
Desde cualquier sitio. Embelesado sujeto, yo. Simple andante que te
mira. Con la nostalgia engalanada. Tratando de preguntarte acerca de
los orígenes. En toda explosión potente. Como sujeto, yo, de
inequívoca admiración. Como queriendo llegar a ti. Luna, Lunita
hermosa. Cuerpo de brillo lechoso, Como nuestra Vía Láctea. Que te
retiene, a través de todos los vuelos y de todos los cuerpos. Y de todas
las posiciones ya calculadas.
Luna, Lunita. De locomoción exacta. Cómplice de todos los cálculos
realizados, sin contar contigo. De eclipses lunarios. De eclipses en
relación a tu dueño mayor, el Sol. Como en coloquio no efímero; te han
cantado y cantan: luna lunita, cascabelera; Lunita de octubre; la Luna
lunita naciente. Luna Lunita en cuentos de hadas. En los juegos y las
voces alegres de niños y niñas.
Luna de los tiempos. Cuerpo, soñado hechizo durmiente. Luna, lLunita.
Fémina convocante. Cuerpo que quisieran hacer suyo, Mercurio, con
sus soledades. Con el calor ardiente en día. Y con soledad fría, en sus
noches. Cuerpo fémino que te ansía el planeta Venus. De por sí, el
mismo, dador de nombres en la Tierra. Luna, Lunita de ti enamorado el
coloso Marte, a pesar de ser suyas Phobos y Deimos. Europa y las otras
lunas de Júpiter te envidian; por lo mismo que eres inspiración
inmediata. Luna, Lunita nuestra. Más bella que Dionea, Pandora y Tetis,
que imanta el potente Saturno. Luna, Lunita. Fémina. Cuerpo más bello
que Ariel, Belinda y Bianca, lunas del casi yerto Urano. Lunita nuestra,
imaginario más potente que Despina, Galatea y Larissa algunas de las
Lunas del lejano Neptuno. Ni Charon, Nix o Hydra, Lunas del enano
Plutón, se atreven a viajar para competir contigo. Lo mismo que
Namaka e Hriaka. Que circundan al extraño y lejano Haumea.
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Dysnomia, fría y serena, que retiene Eris; creo que ni podrían llegar a
conocerte.
En fin que, Lunita de mis pesares y alegrías, te amo por lo que eres.
Puro cuerpo celeste mágico, embriagante; embrujador..
Buscador-preguntón
Y que sería del muchachito que vi otro día. Y de la niña volantona. De
palabra va y viene. De recordaciones. El niño de siete mares. Olvidadizo
de continuo. Que vio una y mil veces, en pasado casi remoto, a
Pocahontas. Niña que miró y mira por ahí. De calle en calle. Como
tratando de tejer más de una ilusión. Niños de escasos dientes todavía.
Que están cosiendo, ahora, las hojas de cuaderno. Para garabatear en
próximos días. La libélula aspaventosa. Y el gato de mil botas nuevas. Y
a la lechucita andariega en noche. Niñas que juntan brazos y ojos. Para
ver y coger. Las Lunas nuevas y llenas. Los Soles vestidos de rojo. En
estos atardeceres de ensueño.
Y que sería de esos niños de negro cabello. Y todos negros. De pies a
cabeza. Con esos ojazos de negrura también expresa. Y las negras
niñas. De trompa bravía. Ceñudas. Hijas de cuenteras y cuenteros. La
última vez la vi en Pacífico de Caloto. De Tumaco y Buenaventura.
Negritas juguetonas. De palabra limpia y atrevida. Y esas volantonas.
Diciendoy jugando. Y cantando Duerme Negrito. Y los sones cantos en
repetido alegre. Creativo.
Y… ¿será que se perdieron del todo? Si no más los vi y las vi. Hace
poco. El mismo día en que mataron a los dos paeces. ¡Sí los de palabra
y ruta de autonomía! Y sí que dolió eso. Así, de una. Lo hicieron los de
manos agrestes. Y peor contera de vida. Los del por ahí afanado
mentiroso. ¿Será que por eso se escondieron los piojosos?
Y me revolqué en preguntadera. En duda dudosa. Casi impía. Y los
busqué en todo abierto terreno. Viviendo lo vivido. Preguntando lo
preguntado ya. Por toda esquina. Y toda calle. Llamándolos. A grito
amplio. Nombrándolos. Qué los negros negrura. Que las negras
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negruminas porfiadas. Qué las blanquitas y blanquitos perezosos y
perezosas.
Y ya en la vacancia de escuela. Vuelvo y paso. Pregunte que pregunte.
Qué si pasaron o se rajaron. Qué si juegos nuevos van a jugar. Y qué
dónde y cuándo. Para estar ahí. Embelesado. Como sujeto nuevo viejo.
El mismo que vuelve y dice hoy, lo mismo de ayer y del año pasado.
Y me metí, a vuelo, por el ladito. En esa esquina de barrio viejo. El de
antes. Volviendo al tiempo ido. Y qué Barrio ese. En el cual hicimos
rondas y las jugamos y las cantamos. Y recordando me fui yendo. Hasta
encontrarme a mí mismo. En esos fines de año. Bien vividos y jugados.
En lo justo de lo subversivo. En la perseguidora de globos. En la
sonadera de sonajeros hechos a pulso. De puras tapas y alambres. Y
me seguí metiendo. Volviendo a ver esas ilusiones hechas por los de la
patota limpia. Frentera. Deconstruyendo verdades no ciertas.
Y, de reversa, me devolví. Y volví a los y las de aquí y ahora. Negros
cejudos. Negras coquetas. Blancuzcos. Cachetones. Coloradotes. Y dele
a la fregadera berrionda. Como si nada. Jodiéndolos con eso de que
me cuenten que están jugando. Si le están dando a la pelota. La de
patear. O a la grandecita del baloncesto. O si se le están dedicando
solo a la tele. Medio podrida, digo yo.
Y, en fin, que me cansé de ir yendo por ahí. Todo día y Toda hora.
Buscándolos y buscándolas. Para hablarles de eso y de lo otro también.
Niña Virgilia
Desde que te conozco, dulce Virgilia. Caminas que caminas. Supongo,
yo, que te convoca el horizonte hecho. Para todos y para todas. Virgilia
amiguita de quienes contigo crecen. Esos bosques, otrora pletóricos.
Bosques, ahora, desmirriados. Por lo que vienes diciendo. Por tanta
voracidad ciega. Que te amputan, constantemente. Avasalladores
sujetos. Que te van lacerando, en lo mejor que tienen: la exuberancia
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nítida. Con el verdor que, por siglos, mantuvieron. Hasta la llegada de
mercaderes implacables.
Viirgelinita. La de la golosa latente y cierta. De los juegos sucesivos. De
la candelita, candela. De la efervescencia de pasos corriendo. En veloz
carrera constante. En el embrujo de lo que tú cantas. A cada expresión.
Del día a día. De la noche silente. Que te atrapa en sueño tendido. Y
que viajas en ellos hasta territorios ignotos, vivos.
Se trata, entonces, Virgilia de seguirte en tu tropelera y constante
guerra tierna y dulce. En escapes dominante. Por los entornos viajera. A
cada nada, llamas a Valentina, la ígnea mujer envolvente, tierna.
También llamaste, en otro tiempo, a la niña Venus dichosa. Engalanada.
De cuerpo nítido y de palabra cautivante. Convocas a la divina
Dulcinea. Aquella por la cual vibró don Quijote. A la cual Cervantes le
adjudicó la premisa válida. Como relación de ensueño. Como potente
mujer lúcida.
Virgilia que te llaman, quienes no te conocen. Pero que te imaginan en
todos los tiempos. Y sí que vuelas. En todo proceso hilvanado.
Localizandolos meridianos. Aquella que se ha unido a la Estrella Polar
y la Rosa de los vientos. Andante traviesa. Alegre señuelo que
inmovilizas. A pájaros, peces, leones y leonas. Al rimbombante tigre ágil
en su carrera. Felino referente de todas las cosas que vuelan. De
aquellas mariposas dadoras de colores.
Virgilia amiga. De todas las mujeres niñas. De su presencia no grotesca.
De las Karen. De las Lucías bulliciosas. Virgilia de opciones gratificantes.
Puro nervio punzante y lúcido. Hasta ti llegaron las hilanderas y las
vendedoras de rosas y claveles. Las mujeres niñas que soñaron en
pasado. De aquellas que postularon y postulan, aún hoy, aquella del
presente. Que las fascinantes ilusiones válidas, necesarias.
Vamos yendo, entonces, Virgilia amiga. Reincidente pregonera de
ávidas propuestas del Mar que cruje. De las olas inmensas. Como lago
salino. Aquel que recibe, en su vientre, aguas de todos los ríos. Virgilia
que floreces en cada día y en cada vida. Eres absorbente sujeta
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libertaria. En envoltura tenue, aproximada a los glaciales. Aquellos que
están en puro riesgo de perecer. Virgilia. Niña dueña de los vientos del
sur. De la nubes viajeras de todos los días.
Niñita de perenne risa. Caudalosa niña que incitas la alegría. Aquí y allá.
En todos los tiempos. Niñita dueña de las exuberantes sabanas. De los
enormes picos montañosos. Que vuelve a volar. Empalagosa mujer que
renuevas la fe en los iconoclastas sujetos. Hombres viajeros. Tal vez,
como niños manifiestos. Andariegos y admiradores de Arquímedes;
Leonardo, Miguel Ángel, Newton y aquellos otros que desafiaron a
inquisidores perversos.
Te llevo en mí, Virgilia. Contigo estoy dispuesto a viajar hasta los
infinitos límites. Hasta llegar hasta cada uno de los millones de cuerpos
celestes. Ávidos del fuego inmenso. Como nuestro Sol paternal.
Y sí que, te quiero, quiero. Virgilia, niña de amor dispuesto. Mujer
correcaminos. Niñita de ojos verdes y traviesos.
El Negro Salatiel
Como irreverente sujeto distante. Niño Salatiel. Dicen que vienes,
vienes. Desde el comienzodel universo. Niñito que siempre has volado.
En esos sueños todos. Desde el comienzo de la noche. Hasta la última
hora del amanecer ocioso. Volantín dichoso que desafiaste al viento.
Desde el pasado bullicioso. Hasta este hoy, un tanto lánguido.
Salatielito, te llama mamá Fortunata. La negra de cabellos crespos. Y
huías de ella. Sin que cayera en cuenta ella. Y engalanabas el barrio con
tu potente risa.
Te fui conociendo poco, a poco. Negro de ínfulas manifiestas,
adornadas con tus ojazos color verde. Siempre ajeno a cualquiera
tropelía dañina. No eres cicatero. Ni rufián prepotente. Eres, en
contrario, muchachón de palabra fuerte, pero tierna. Salatiel que
ensayas, cada hora, el canto de los alegres sapos. De las ranitas álgidas
en sus pozos de pantano e hierbas. Como decía Demetrio el Galante.
Eres todo encanto. De inocencia latente. Contrario a las aviesas
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costumbres. Amigo de siempre. Decían de ti “las Marielas”. Mariela
Augusta; Mariela José y Mariela Gertrudis. Todas tres; siendo
muchachitas, en el tiempo ido, como el tuyo también.
Una voladura de cometas. De arlequines yde ansiosas estrellas, hechas
a puro pulso societario. Melquisedec, el Brujo, dijo de ti zartal de
palabras huidizas. Un tanto insólitas, planas. Y, yo mismo le dije al
Brujo, que tú eras mucho más que eso. Que fuiste y, aún eres sujeto de
voz amable, dichosa. Salatiel que jugaste a la pelota de cuero nítido. En
los picaditos de calles 46 y 47. En el hermoso sitio. Nos juntábamos
todos y todas la algarabía. En tiempo prolongado. Vibrando con los
goles, golazos. Número 9 empedernido. Gol tras gol fuiste
acumulando. Salatiel de la voltereta propia. Con ese giro en el aire que
era tuyo, solo tuyo.
Y visitábamos tu casita . De colores vivos pintada. El azul de los techos,
el verde de los zócalos y el amarillo de las paredes. Y allí, en tu humilde
casa, jugábamos al naipe. En la treinta una. El dominó continuo. El
parqués sonoro. Con sus dados al vuelo. En fin que, todos y todas,
hacíamos de ese sitio pulcro un horizonte benévolo.
Llegada la noche, casi siempre, éramos vencidos y vencidas por el
cansancio y el sueño. Y empezaría el tránsito de búfalos y búfalas. De
los cóndores en pleno vuelo. De los acezantes orangutanes. Cuando
pasamos al medio caminode la idolatría benévola. Aparecían las jirafas
volantonas. Los pájaros azules y negros. De puro canto señero.
Al despertar, todos y todas, comíamos melones, papayas, naranjas y
dulces piñas. Riendo a cada nada. Suspirando en todo nuestros
cuerpos. Iríamos, a cada sitio de nuestro barrio. Rondando las esquinas.
Viajeros y viajeras de pura ansiedad vestidos y vestidas.
Pues sí, negrito Salatiel, mamá Fortunata ya te llama para ir a la
escuelita “María Brisa”. Nosotros y nosotras seguiremos el punto que tú
dejaras. Con el dedal, el hilo y las tijeritas de doña Inocencia.
El inventario
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Agapito que llegaste a la madrugada del día en que comenzaría la
fiesta de los unicornios sordos. Que cada día que pasó, dice él, don
Otoniel el cirquero, invitarían a las llamadas “tres abejitas que no han
podido fabricar la miel”. Miel necesaria para poder asar los panes
hechos de harina sacada de los girasoles, cultivados en la tierrita que
tiene la mariposa Antonia. Y sí que, este Agapito andariego, llegaría
hasta el Planeta Azulado. El mismo que servirá de casa a las dos
águilas cautivas. María Selene y Selene María. El mismo planeta me lo
dijo el día previo a la aparición de las tres flores mustias. Llamadas
Piedad Sofía, Sofía Piedad y Sofía del Carmen.
Y si que el tal Agapito Palafrenero, se hizo visible, cuando subiera a
Monte Ojeroso. Un pedacito de tierra, que había sido comprado por el
papá de Agapito, don Alfonsito Tatequieto. El mismo que había llegado
al Mar de las Aguas Perdidas. Diciéndolo como dicen que lo dijo. Es
decir, siendo lo mismo que dijera antes don Abrelatas Marroquín. O lo
que es lo mismo, dijo la cucarachita Arritoquieta, que le sucediera a
don Piojòn Abelardo. El papá del niño Reanacuajito Otoniel. En fin,
metió baza la paloma Mireya. La misma que estaría después en la
piñata de la chigüiro Alejandra. Que se celebraría el día menos pensado
por la tarde. A la misma en que los dos pájaros de doña Rosalbita (un
canario y un ruiseñor), llamados Alberto Jesús y Jesús Alberto.
Y sí que, entonces, don Fabio, llamado cantarín cantaròn. Por lo mismo
que, su abuela doña Serapia Antonia, le dijo a él mismo, siendo
pequeñita de solo tres añitos, que cuando sonaran las tres campanas
del Castillo Villa Cecilia, retumbarían los tambores (menor y mayor) de
propiedadde Eliseo Sanjuán. El mismo que le dijo, cualquier día por la
mañana, don Pancracio el Dichoso. El mismo que ante de ese día
cualquiera que vaticinara Hermenegildo Iguaràn, llamado el Pulpo de
Mil Brazos. Llegaría hasta la casa de doña Romelia, llamada en el barrio,
la Vaca Golosa. Que en el que manda más, mandaría lo menos. El
mismo mes en que las tres garzas trillizas, levantarían el vuelo, en
busca de los cuatro caracoles ciegos, llamados: Ruperto Exequiel;
Exequiel Alberto; Humberto Exequiel y Exequiel José. Estos se
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perdieron el día que viene en la tarde; cuando dijeron que visitarían a la
negra Sèfora, la largartijita hija de doña Matilde y de don Eufrasio.
Lo mismo había pasado, dijo don Tertuliano, llamado el Bagre Feliz,
cuando, en una noche cualquiera, se aparecieron tres marmotas (Hilda
Sacramento; Hilda Amatista e Hilda Josefa); cuando viajaban desde el
municipio Dolores, hasta el corregimiento Visto Bueno. O lo que es lo
mismo, dijo don Aniceto Preclaro; el dueño del burro Salomón
Torrente. Y que, a su vez, había venido desde Llano Adentro, en
compañía de la mona Nicolasa, una cebra que había traído, desde el
segundo año bisiesto, doña Leonor, llamada la piojosa.
Resulta y pasa, entonces, que Abigail Florencia, resultó ser tía de
Agapito. Pero, él mismo lo dice, no la había visto nunca hasta el día
pasado. Pero no recordaba el día. Ni tampoco se era pasado, presente
o futuro. Lo único cierto, dijo Ágata, la lombriz vista en el jardincito de
doña Epopeya Ventarrón. La mamá de Dioselina la alacrana; prima de
Diosdado Jarrete, llamado Alacrán Mayor. El mismo que solo aprendió
a hablar cuandotenía treinta años. Y, sin contar que habló, tragándose
tres o cuatro palabras al mismo tiempo.
Este Agapito como que no tiene arreglo. Sigue siendo nene volantón.
No le hace caso a nadie. Ni siquiera a los tres hermanos faisanes
(Heriberto Soquete; Heriberto Donjuán y Heriberto Mosca). Ni más ni
menos, se iría por el mismo camino que recorrieron las hormigas Berta
Lucia; Lucia Alberta y Alberta Cecilia. Que lo que fuera sería terminó
diciendo el muy remilgado Agapito. No se le da nada por nada, como
decía de su esposo doña Bertilda, la araña más vieja en el solar de las
tres angélicas(Angélica Patricia, PatriciaAngélica y Angélica Artura); las
mismas que habían llegado recomendadas por Gertrudis Aurelia, la
primera polilla que se conocería en Vigía Málaga. La misma que, un día
sin señalar, se hizo novia del empalagoso Grillo, llamado Marìo
En fin, pues. Pues ya se está volviendo cansón, Agapito Tragaldabas;
me iré yendo por ahí. Sin que nadie me mime ni me mire. Por cuanto
soy nadie. O mejor, si soy alguien, llamado el Invisible Jonás. Primo
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Tercero de Agapito el Ocioso. El mismo que, cualquier noche, dijo que
se casaría con la primera hija de Agapito Silencio y Agapita Risueña.