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Democracia, Solidaridad y Crisis Europea.
Manfred Nolte
A sus 84 años, Jürgen Habermas, es quizás el filósofo moral y sociólogo en vida
más reconocido, uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo. Su
diagnóstico exhaustivo de las paradojas de la sociedad contemporánea y el sutil
análisis de las bases normativas de la democracia le han convertido en un
referente incuestionable. Director del prestigioso Instituto Max Planck alemán,
catedrático de filosofía en Frankfurt, estudioso teórico y ciudadano
comprometido, es difícil hallarlo ausente de cualquiera de los grandes debates
ideológicos surgidos en Europa desde la postguerra mundial. Incluso después
de su jubilación en 1994, Habermas ha mantenido una actividad divulgadora
febril fiel al eje central de su pensamiento, recogido en su obra monumental
„Teoría de la acción comunicativa‟, construida sobre los varios supuestos
implícitos en la acción del individuo a cuyo término alerta sobre la colonización
social practicada tanto por los mercados como por la acción del Estado, que,
aun resultando irreemplazables, pueden producir notables patologías. La
Globalización no ha hecho sino acentuar las dificultades de la gobernanza
democrática de los Estados tradicionales, siendo esta –a través de un debate
parlamentario abierto y justo y el imperio de la ley- la única vía para asegurar
que la economía(mercados) y burocracia(Estados) sirvan al ciudadano y no al
revés.
El 26 de abril pasado, Habermas pronunció una conferencia ante una
multitudinaria concurrencia de la Universidad KU de Lovaina, que llevaba por
título el que encabeza este artículo. En él, el sabio alemán señala –entre otras
conclusiones- que corresponde a su propio País asumir la responsabilidad del
destino de la Unión Europea.
La conferencia de Habermas se abre con un análisis de los agudos problemas
que arrostra la Unión Europea. Nunca antes el euroescepticismo había
cosechado niveles de adhesión tan altos mientras los políticos bruselenses
proclaman „más Europa‟ por el solo temor a una salida en estampida del euro de
uno o varios de sus socios. Las necesarias reformas copan todo el protagonismo
eclipsando el hecho democrático que queda supeditado a la tecnocracia.
"Estamos atrapados en un dilema entre las políticas económicas requeridas para
preservar el euro, por un lado, y las medidas políticas para una mayor
integración, por otro. Un aumento de la cooperación es impopular entre los
ciudadanos europeos, pero es necesario si se desea salvar el proyecto europeo ",
dice Habermas.
Como alternativa el ideólogo germano solo ve la luz al fondo de un largo túnel
rebasando la actual unión monetaria y convirtiéndola en una genuina unión
política. Naturalmente ello consagraría la clasificación de la Europa a dos
velocidades, la periférica y la central, aparcando de una vez por todas los
resabios de puritanismo mal entendido que aun fingen ignorarlo. En tal Unión
política los estados nacionales dejan de ser los sujetos soberanos de los tratados
aunque mantengan su identidad e integridad. También el Parlamento y el
Consejo Europeo deben someterse a profundos cambios. Todo ello asumiendo
lo que Dani Rodrik ha definido como el „trilema político‟: No podemos disfrutar
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de la globalización, la democracia y la soberanía nacional de forma simultanea.
Debemos elegir dos de las tres. Dado que la globalización es irreversible y la
autarquía una quimera, el ajuste se centra en las soberanías nacionales,
mientras se constituye a la democracia supranacional como un objetivo
declarado a largo plazo, cuyo déficit transitorio concita todo tipo de peligros.
En este contexto, Habermas apunta al rol decisivo que le toca jugar al reticente
coloso centroeuropeo. “Alemania tiene las llaves del destino de la Unión
europea en sus manos. Si existe un gobierno entre los estados miembros capaz
de tomar la iniciativa para la necesaria revisión de los tratados, es el Gobierno
alemán”. Pero como puntualiza con extrema sutileza y cuidado ello conduce a
una „Alemania en Europa‟ y no a una „Europa alemana‟. Aprendiendo de las
lecciones del pasado Alemania debe evitar cualquier tentación hegemónica en el
viejo continente, y ello por su propio interés, dado que un estatus como el citado
n la segunda opción solo conduciría a nuevos y graves conflictos. Para ello
Alemania debe justificar su iniciativa de reforma mas allá del interés
tecnocrático de una nueva viabilidad para todos los estados miembros: el interés
de la solidaridad, esto es un acto político y en ningún caso una forma de
altruismo moral, una decisión que acarrea dividendos a largo plazo dentro del
principio de la „reciprocidad predecible‟ o un ejercicio de inteligencia guiado por
beneficios comunes.
Esta transformación de la unión monetaria en una unión mutualizante y
solidaria es recurrente en los últimos tiempos. El filántropo Georges Soros la ha
convertido en su lanza dialéctica sobre Alemania pidiéndole que asuma la
responsabilidad histórica que le compete. Pero las voces más nítidas quedan
representada por INET, o el Consejo alemán de expertos, cuando establecen que
no hay futuro a largo plazo en Europa en tanto la carga histórica („legacy
overhang‟) perniciosa de una UE mal concebida que se traduce en desequilibrios
de la deuda, ausencia de competitividad y descapitalización bancaria, no haya
sida redimida por el esfuerzo colectivo de todos los actores europeos
capitaneados por la República Federal. „Pactos de Redención Europeos‟ y
„Fondos de redención‟ se estipulan como mecanismos inexcusables de
resolución de la crisis europea a largo plazo.
Los préstamos del Mecanismo de estabilidad u otras instituciones europeos son
necesarios y apropiados. Pero insuficientes para promover la idea de una
Europa total, en crecimiento y nuevamente competitiva. Las quitas de diversa
graduación que sobre los volúmenes insostenibles de deuda acumularán los
periféricos, incluida España, deberán ser liderados por Alemania, en la
convicción de que la solidaridad de hoy juega en el interés a largo plazo de
todos, también de ella misma. Pero solo representarán el peaje a una nueva
autopista democrática paneuropea.
Cuando, previsiblemente, la descomposición de la idea europea aun no ha
alcanzado su punto álgido, para rescatarla del fracaso, Alemania debe mudar su
rol dejando de ser parte del problema para convertirse en el líder de la solución.