5.2 ENLACE QUÍMICO manual teoria pre universitaria
El libro blanco de jean claude juncker
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UNA EUROPA DE DISTINTAS VELOCIDADES.
Manfred Nolte
La alta velocidad aplicada a los sistemas de transporte por raíl es un concepto
asociado a las limitaciones de la orografía, a los topes de los presupuestos por su
exorbitado coste económico y al criterio de oportunidad, dado que inversiones
alternativas pueden traducirse en beneficios menos elitistas y más apropiados
en términos de alcance general. Una red tupida de alta velocidad es sinónimo de
desarrollo económico de vanguardia aunque en ocasiones esconda una política
de derroche de recursos y de desafecciones sociales. El ejemplo citado contiene
algunos ingredientes que pueden trasladarse a la contradictoria estela de la
unión de los países de Europa.
La conmemoración del 60 aniversario de la firma de los Tratados de Roma el
pasado 25 de marzo, tratados que constituyeron la semilla de la actual Unión
Europea, se produjo sin brindis de victoria ni alardes publicitarios. Días antes,
el 1 de marzo, el Presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker presentaba el
‘libro blanco’ sobre el futuro del viejo continente, un documento abierto que
deberá ser debatido por los gobiernos de la Unión en el plazo que se abre hasta
el 2.025.
El mesiánico proyecto firmado en 1955 por Paul Henri-Spaak, Antonio Segni y
Konrad Adenauer entre otros, para exorcizar sobre todo los demonios de la
guerra, se ha convertido al día de hoy en una realidad dual, como casi todo en la
vida, repleta de luces pero envuelto también por las indisimuladas sombras del
pesimismo. Cincuenta años de progreso se han visto eclipsados por la última
década de crisis; el crecimiento anémico y la alta tasa de paro constituyen el
núcleo conceptual de una desafección social importante; el golpeo de la
globalización a las clases medias ha disparado los movimientos populistas; la
ola de movimientos migratorios desde Oriente medio y el norte de África ha
dado rienda suelta a los movimientos nacionalistas y xenófobos, y el mazazo del
Brexit ha inoculado en el paciente europeo el virus de la inseguridad y de la
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duda, alentando la aparición de líderes autoritarios sobre los habituales cauces
parlamentarios de la distensión democrática.
La Europa post-Brexit se ha revelado un animal de profundas tensiones internas
no solo entre los distintos segmentos de ciudadanías afectados
diferenciadamente por sus respectivas situaciones económicas, sino por las
diversas inercias y velocidades de crucero de los países agrupados en los bloques
central y periférico respectivamente. El Reino Unido ha constituido en todo
momento un foco desestabilizador y su desanexión final no ha sido sino el
epilogo de un drama de desamor nunca ocultado.
El libro blanco de Juncker pregunta a los Jefes de Estado y de Gobierno cual de
los siguientes cinco escenarios desean erigir para representar el futuro devenir
europeo: seguir igual, limitarse al mercado único, establecer distintas
velocidades de integración, hacer menos pero de forma más eficiente o hacer
mucho más conjuntamente. Sin constituir una respuesta formal y sin que ello
tenga por el momento una traducción jurídica en los tratados comunitarios se
atisba con cierta determinación una postura institucional en favor de los grados
o velocidades de integración al proyecto europeo del futuro. La solemne
‘Declaración de Roma’ firmada por los 27 el pasado mes de marzo recoge entre
sus postulados que “la unidad es una necesidad y nuestra libre decisión.
Permanecer unidos es el mejor camino para defender nuestros intereses y
valores comunes”. Para agregar a continuación que “actuaremos juntos con
diferente ritmo e intensidad cuando sea necesario…dejando la puerta abierta
para los que quieran adherirse con posterioridad”.
El párrafo citado abre la puerta, o más bien propone positivamente, una Europa
de diferentes velocidades en el programa de su progresiva integración. ¿Cómo
se traduce ello a la práctica? Veamos algunos ejemplos.
Por medio de unas ‘coaliciones de voluntad’ –procedimiento de ‘cooperación
reforzada ya previsto en los textos legales- un grupo de Estados miembros
decide cooperar estrechamente en asuntos de defensa, mediante la contratación
pública conjunta, una actuación militar coordinada y la llevanza de misiones
unitarias en zonas de conflicto.
Otros países pueden unirse en materia de seguridad y justicia coordinado las
fuerzas policiales y los servicios de inteligencia e intercambiando información
relativa a la lucha contra la delincuencia organizada y las actividades terroristas.
Una fiscalía conjunta, investiga el fraude, el blanqueo de capitales y el tráfico de
drogas y armas, abocando finalmente en la creación de un espacio común de
justicia civil.
Un tercer grupo de países, decide colaborar estrechamente en asuntos fiscales
hasta erradicar los centros off-shore.
O aun, los trabajadores de un conjunto de Estados pueden acceder a derechos
laborales y esquemas de protección social adicionales y cada vez más
homogéneos lo que otorga seguridad jurídica a las empresas y protección a los
trabajadores.
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El ritmo de un convoy siempre viene dictado por el más lento de los navíos. La
Europa de dos velocidades permite contemplar y secundar las diversas
sensibilidades de los distintos estratos sociales y nacionales. Permite dar un
paso al frente a quienes avanzan sin complejos en el proyecto federalista
europeo y deja la puerta abierta a la incorporación posterior de los menos
proclives al afán unionista. Por otra parte la diferenciación de ritmos de
integración no son nada nuevo en la Unión Europa. Diez países no comparten la
moneda única. Irlanda no adopta el acuerdo Schengen. Dinamarca ha rechazado
las políticas comunes de seguridad y defensa. Polonia no se adhiere a la carta de
Derechos fundamentales y los Checos se sitúan al margen del Pacto Fiscal. De
modo que institucionalizar una Europa de dos velocidades supone meramente
aceptar una realidad que ya funciona.
Claro que la geometría variable también tiene sus detractores a la que se acusa
de perpetuar las divisiones. Consagrar naciones de primera y de segunda clase
atenta contra los ideales fundacionales de la Unión. Todos los países son iguales
bajo un único tratado. Una Europa de varias velocidades acabará creando
comunidades rivales y perpetuando las divisiones entre los que están y los que
no están. Algo similar–corregido y aumentado- de la dicotomía ya existente
entre los halcones centroeuropeos y las palomas periféricas.
La geometría variable- se argumenta- socava la solidaridad. Francia y Alemania
dictarán las reglas y el resto las obedecerá, lo que acrecentará el resentimiento y
finamente la desconexión.
Una Europa a la carta resultará finalmente muy compleja. La arquitectura de las
decisiones en las actuales Instituciones comunitaria es suficientemente
compleja como para profundizar en su gobernabilidad. El nuevo diseño de
mayorías en las decisiones implicaría cambios en los tratados y una alienación
creciente en los ciudadanos que asimilan Bruselas a un jeroglífico enigmático y
discriminatorio.
La Europa a dos velocidades ya existe pero no sería conveniente exacerbar las
familias de países y la identidad de los bloques. Unidad como criterio central
con una flexibilidad adaptativa.
España ha gozado repetidas veces de una velocidad muy corta y flexible en su
corrección del déficit fiscal y ello ha sido muy beneficioso para nuestros
intereses. Hay que desalentar el maniqueísmo de bloques, pero si se estableciera
una diferenciación transitoria, el gobierno español siempre debería apostar por
el bloque más integracionista, aunque las excepciones están ahí para confirmar
las reglas.