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Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.

Renuncias: Paulina, Minya, Lila, Hower, Xena, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que
aparecen en la serie Xena: Princesa Guerrera son propiedad exclusiva de MCA/Universal y
Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir ningún copyright al escribir este relato.
Nota sobre el contenido: Este fanfic contiene muestras atracción y sexo entre mujeres.
Menores y no interesados en el tema, abstenerse. Además, aparece una buena cantidad de
lenguaje inadecuado, impropio y hasta malsonante.
Este fanfic sigue al final del episodio "The Play's The Thing", de la 4ª temporada. No es necesario
haberlo visto, aunque sí conveniente. Por tanto, conviene decir que seguir leyendo a partir de
aquí puede significar un cierto "spoiler" respecto a ese episodio, aunque de poca importancia.
Sea como sea, conviene tener en cuenta que el fanfic utiliza como personaje principal a Paulina,
que hace el "papel" de Xena en la infame obra de teatro que se representa en ese episodio. De
todas formas, todo este fanfic tiene poco o nada que ver con "The Play's The Thing", tan sólo
hace un uso probablemente abusivo del personaje de Paulina.

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Nota sobre el lenguaje: Este fanfic incluye muestras de lenguaje coloquial y malsonante
propias del castellano hablado en España. Su comprensión puede ser en ocasiones difícil para
lectores de la América Hispana.
Dedicatoria: a Damiata, para que lo lea sin comer magdalenas (yo ya me entiendo).
Clasificación:

Autora: Iggy

P A U L I N A ,

P R I N C E S A

G U E R R E R A .

A solas en la habitación de la posada, se contempló en el espejo de bronce de cuerpo entero. De acuerdo, sus ojos
no eran azules, sino más bien marrones. Sin embargo, el resto... el resto no estaba nada mal, se dijo Paulina,
ensayando una de sus mejores sonrisas de ¿a –que –estoy –buena? Como siempre, la pregunta no formulada tuvo
el efecto de convencerla a sí misma de que sólo cabía una respuesta: sí. No tenía nada que envidiar a Xena, como
no fueran esos malditos ojos super –mega –hiper –azules de las narices. Todo lo demás resistía sin problemas la
comparación, incluida su melena negra y su espectacular cuerpo serrano. Como para convencerse a sí misma de sus
pensamientos, empezó a quitarse aquel ridículo disfraz de Xena que había conservado de aquella desastrosa
representación teatral. Lanzando uno tras otro los flojos trozos de tela que imitaba cuero, al fin quedó desnuda
frente al espejo y pudo admirarse a sí misma a gusto. No, no estaba nada mal, y además era capaz de dar saltos
mortales casi tan increíbles –no casi, sino tanto o más –como los de la famosa princesa guerrera.
Su sonrisa autocomplaciente se torció cuando echó un vistazo a un lado. Allí, sobre la cama, yacían varias piezas de
ropa de lo más variado. Entre ellas debería encontrar algo apropiado para ella, para una heroína de su talla y
hermosura.
La verdad era que no conseguía decidirse. Por una parte, le convenía algo oscuro y un tanto sado –maso; aquello
daba un aire de estudiado pasado maldito, además de que servía para mantener viva la comparación con Xena. Por
otra parte, le interesaba ir marcando algo de su propio estilo, y la verdad era que el de la princesa guerrera le
resultaba un tanto demasiado siniestro.
Todavía dudando, cogió con dos manos un complicado conjunto de piezas metálicas, en oro y plata, que tintinearon
al alzarse. Un conjunto que a primera vista nadie diría que era un vestido. Se trataba una obra del famoso diseñador
Jean –Paulus Gaulthierus –bueno, en realidad era una imitación –que tenía la extraña virtud de tapar lo que no
hacía falta, enseñando a cambio lo que usualmente se ocultaba. Tras varias contorsiones y esfuerzos, sólo posibles
gracias a su espléndida forma física, logró al fin encasquetárselo. Desde luego, resultaba espectacular. Elevaba sus
pechos de forma asombrosa, y realzaba todo lo realzable y alguna cosa más. Sin embargo, resultaba algo...
incómodo... Paulina gimió al volver a contorsionarse en su intento por quitarse aquel trasto diabólico, hasta que de
repente este saltó por los aires, en miles de trozos metálicos que se dispersaron por la habitación. Tras un instante
de pasmo, la de nuevo desnuda Paulina esbozó un frustrado puchero, al tiempo que daba pataditas en el suelo.
–Jooo, seguro que a la princesa guerrera no le pasan estas cosas... –se dijo. Estaba a punto de empezar a llorar
cuando recordó que la princesa guerrera ni lloriqueaba, ni hacía pucheros, ni tan siquiera daba pataditas de
frustración. Por tanto, debía contenerse, mostrando su rabia poniendo sólo cara de mala leche.
–Grrr... –Su expresión dejó paso a un ceño bien fruncido, pese a que el gesto no la favorecía nada. En fin, tendría
que conformarse con el segundo conjunto, se dijo encogiéndose de hombros. Se trataba de una imitación de la
vestimenta habitual de Xena, realizada en cuero crudo, y por tanto de color no tan negro como el original, además
de ser un tantillo maloliente. Era una imitación semi –barata, no tan cutre como la de tela, pero bastante
insatisfactoria. Paulina, poco convencida, se la puso, comprobando que además le quedaba algo ajustada. Esas
imitaciones no se hacían para cuerpos tan rotundos como el suyo, se dijo, con lo que recuperó parte de su anterior
buen humor.
Sin embargo, subsistía el problema: era demasiado similar al vestuario de Xena. Debía darle un "toque", algo sexy
tal vez... Entonces le vino a la mente la imagen de la pequeña ayudante de Xena, aquella tal Gabrielle. Ella sí que
iba en plan sexy... Ombligo al aire, fardando de tripita plana y abdominales... Maldita fuera... Y sin embargo, sabía
llamar la atención, pese a su cortita estatura. Sonriendo de forma encantadora –o al menos eso pensaba ella –
Paulina agarró sin dudar unas tijeras y la emprendió con el falsificado disfraz. Tras unos cuantos cortes más
decididos que bien dados, el traje quedó convertido en un dos –piezas, que le permitía mostrar su vientre, tan plano
como el que más, y más que el de muchas...
Aquello la llevó a pensar en su ex, Minya. En su entusiasmo tras descubrir que podía ser una heroína tanto o mejor
que Xena, se había liado con ella, pues sabía que necesitaría una adecuada ayudante. Pero pronto se dio cuenta de
las limitaciones de aquella robusta campesina. Minya no era la más apropiada para ella, desde luego, razón por la
que le había dado la patada bien pronto. Aquella mujer no es que fuera una admiradora de Xena, ¡es que se creía
Xena! ¿Cómo podía pretender ser Xena, cómo podía estar tan loca? ¿Acaso no le resultaba evidente, a ella y a todo
el mundo, que Xena sólo podía serlo ella, Paulina?

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Meneando la cabeza ante las locuras de que era capaz la gente, salió de la habitación. Ya se sentía lista para su
manifiesto destino, ser una auténtica princesa guerrera, ¡qué coño! ¡No "una", sino "la" auténtica princesa guerrera!
Su entusiasmo se evaporó al dar apenas tres pasos fuera de la habitación. Olvidaba algo, algo importante... ¡Hostia!
¡Claro! ¡Seguía sin ayudante! ¿Pero dónde podría conseguir una ayudante adecuada, alguien que no desmereciera de
su porte y presencia, aunque sin hacerle sombra? En esto iba pensando, mascullándolo para sí cabizbaja, cuando
casi sin darse cuenta estaba fuera del albergue. Entonces sintió que alguien la agarraba por el hombro, obligándola
a darse la vuelta y a abandonar sus cavilaciones
Sorprendida, y también algo cabreada, se vio frente a un hombrecillo grueso y con delantal, que la miraba enfadado.
–¡No puede irse sin pagar! –le espetó el individuo, algo enrojecido y sudoroso.

¿Quién coño era ese tipo y de qué le hablaba? Entonces, de repente, recordó que se trataba del posadero. Su cara
ansiosa y la forma en que se retorcía nerviosamente las manos acabaron de cabrearla del todo. Sintió su sangre
hervir de manera creciente y peligrosa...
Tras breves instantes, el perplejo y magullado posadero salió de debajo de los destrozados restos de lo que había
sido su mostrador, sólo para escuchar los imperiales gritos de aquella mujer.
–¿Te crees que puedes cobrarle a una heroína como yo? ¿Acaso le cobrarías a Xena, eh? Da gracias que te haya
dejado con vida, ¡gilipollas! Sacudiéndose una mano contra la otra y dándose media vuelta, Paulina salió del lugar
con toda la elegancia y garbo que ella sabía que la caracterizaban.

*

Caminó a grandes pasos por largo rato, hasta que se detuvo de repente. El incidente con el posadero la había
sacado de sus casillas, y estaba caminando deprisa pero sin rumbo. ¿Adónde iba? ¡Ah sí, lo de la ayudante! Pero
seguía sin saber dónde encontrar una, una buena, claro... Xena se había limitado a llevarse a la primera interesada
en el puesto que le salió al paso. Pero a ella no se le cruzaban más que tenderas de gruesos brazos y mediana edad
y campesinas que iban a sus compras y que apenas la miraban de reojo con extrañeza antes de seguir con sus
cosas. Aquello no iba por buen camino... Tenía que pensar algo. ¿Qué era lo más parecido a Gabrielle que podía
encontrar? ¿Qué? ¿¡Qué!? Demonios... ¡Ah sí! Gabrielle tenía una hermana, ¿no era así? Vivía en Potidea, claro. La
cara se le iluminó a Paulina cuando comprendió que lo único que tenía que hacer era llegarse hasta ese pueblo de
mala muerte y llevarse consigo a aquella muchacha.
En consecuencia, debía desplazarse. ¿Cómo se desplazaba Xena? Muy sencillo, a caballo, a yegua para ser exactos.
Por tanto, necesitaba una buena yegua que le hiciera las veces de Argo. El problema era que no tenía dinero
suficiente para comprarse una, y dudaba que se la regalasen, pese a su evidente heroicidad. El asuntillo con aquel
molesto posadero había mostrado que no todo iba a ser fácil por aquel camino.
Sin embargo, Atenas era conocida por su mercado de caballerías de ocasión, lo que le daría la oportunidad de
conseguir una ganga. Tras mucho recorrer establos y cuadras, y ya oliendo toda ella a bosta, le fue mostrado un
ejemplar cuyo precio se ajustaba a su magro presupuesto. Desde luego, ya tenía sus años el animalito, tendía a
cabecear hacia un lado –signo inequívoco de tener un ojo tuerto – y su aspecto era un tanto... subalimentado. Pero
era una yegua, se dijo Paulina forzando su optimismo al máximo. Pagó pues, y la condujo por la rienda por las
calles, alegre. Ahora, debía darle un nombre... ¿Argo Bis? No, demasiado obvio. ¿Argocinante? Puaj... ¿Bella? La
miró de reojo. No era bella, desde luego. Sin embargo, teniendo en cuenta el fascinante cuerpo que la iba a montar,
bien podía llamarse así. ¡Eso era! Se llamaría Bella, y... Delante de ella cruzó otra yegua, esta bien lozana, y
entonces, para estupefacción de Paulina, "Bella" empezó a desarrollar una monstruosa erección. Paulina la miró
espantada. ¡Joder! ¡Se había confundido! No se había fijado demasiado, y... bueno, era un caballo. Qué se le iba a
hacer, concluyó, encogiéndose de hombros y sujetando a "Bella" bien fuerte de las riendas, antes de que en sus
ansias organizara la parda en medio de la calle.

*
–Soooo, Bella. –gritó Paulina, tirando de las riendas. Pese a ello, el macilento caballo así llamado continuó su cansino
trote durante unos cuantos metros más, casi estrellándose contra una pared. Paulina desmontó, no con tanto garbo
como habría deseado. Estaba hecha polvo, y además... ayyy... ¿Cómo se las apañaba Xena para cabalgar de aquí
para allá, apeándose siempre fresca como una rosa?
La nueva heroína se masajeó el dormido trasero, cuidando de no rozar su enrojecidos e irritados muslos. Algo
tendría que hacer para cuidar sus doloridas partes íntimas... ay... Caminando como sólo los jinetes avezados lo
hacen, se dirigió hacia la plaza.
Allí estaba al fin, en Potidea. Por los dioses, vaya villorrio... Ánimo, se dijo, sólo vienes a por tu ayudante, y puerta.
Veamos, Lila se llamaba la hermana de Gabrielle. Sin duda era una rústica campesina, pero al ver a una mujer de su
porte, seguro que perdía el culo por ella y la seguía de inmediato a todas partes, como había hecho su hermana con
Xena. Claro que... ¿y si no le iban las tías? Bah, en ese caso ya se le ocurriría algo.

*
–Pero, ¿por qué habría yo de irme contigo a ninguna parte? –respondió Lila de nuevo con aquella cargante
testarudez tan propia de su familia. Paulina suspiró, desesperada. Pidió al tabernero otra cerveza con un gesto, al
tiempo que se soplaba el flequillo.

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–Vamos a ver... –Habría que probar con otra cosa, en vez de lo de buscar aventuras y hacer justicia. Quizá
funcionara una apelación a los sentimientos fraternales. – ¿No se te ha ocurrido pensar que no sólo tu hermana tiene
derecho a salir por ahí a ver mundo? Ella por ahí, pasándolo bien con Xena, y tú aquí muerta de asco en este jodido
poblacho de mala muerte...
Casi al instante comprendió que se había pasado un poco llamando así a su amado pueblecito. La chica parecía
ofendida, aunque tal vez también desconcertada por la idea que acababa de entrar en su dura mollera. En lugar de
pedir disculpas por lo impropio del comentario, Paulina decidió que lo mejor sería meter aún más el dedo en la llaga.
–Ella se ríe mucho de ti. –le confesó, inclinándose hacia ella como haciéndole una confidencia. – Tu hermana piensa
que eres una pueblerina que jamás será otra cosa que una simple. Eso de ver mundo no va con ella, me decía
cuando le comenté que eras la adecuada para ser mi ayudante.
–¿Eso te ha dicho? ¿Eso te ha dicho? –La muchacha boqueaba como un pez fuera del agua.

Paulina sonrió. La chica no mostraba demasiada inteligencia, de acuerdo, pero al menos era fácil de liar. Ya sólo
había que dar el toque final.
–Eso me dijo, aunque bueno, ejem... No exactamente con esas palabras... No quisiera yo que por esos comentarios,
tú ahora te lanzaras a la aventura, sólo por demostrarle que está equivocada...
La muchacha se puso en pie de repente, sus ojos refulgiendo de ira.
–¡Qué se habrá creído la muy guarra! ¡Vamos!

–¿Cómo dices? –Paulina se mantuvo sentada, con su mejor expresión de inocencia fingida.
–¡Nos vamos! ¿No era eso lo que querías?
–¿Cómo? ¿Así de repente?

–Uh, bueno... Mis pobres padres...

–Ahh... –Paulina simuló estar pensando que sus peores sospechas se habían confirmado. – Ya sabía yo que no eras
como Gab... Se interrumpió cuando Lila salió en tromba de la posada, arrastrando sus faldas. Lo había conseguido,
claro, se dijo sonriendo con malicia al tiempo que la seguía.

*

Paulina iba llevando a Bella por las riendas a lo largo del camino. El triste caballo bastante hacía con transportar sus
bolsas, y no era buena idea obligarlo a más, salvo que quisiera matarlo. Así, además, lo tendría fresco por si era
necesaria una enérgica cabalgada, según dictaran las circunstancias.
Por lo tanto, caminaba junto a Lila, de manera que apenas podía dejar de fijarse en ella. La chica no era fea, ni
mucho menos, aunque no se podía comparar con su guerrera, claro. Tenía cierto encanto campesino, sin duda el tipo
de atractivo que había motivado a Xena hacia Gabrielle. Y si quería seguir los pasos de la princesa guerrera, debía...
La verdad era que en toda la tarde no había captado en la muchacha el menor interés, aunque aquello pareciera
increíble.
En todo caso, montárselo con ella sería lo más conveniente. No sólo por lo apetecible de la muchacha, sino por
mantener el paralelismo. Paulina sabía que la relación de Xena con Gabrielle era tanto o más famosa que sus
mismos hechos heroicos. Xena, princesa guerrera... je... Xena, princesa bollera, sabía que la llamaban por ahí, no en
su cara desde luego. Aquello daba un aire interesante y morboso. Sí. Debía seguir sus pasos.
Puesto que ya casi era de noche, se detuvieron para dormir al raso. El frío de la noche y la realidad de la vida en el
camino parecieron abrumar a Lila, que se sentó junto al fuego con un aspecto mucho menos animoso que al
abandonar Potidea.
–Oye, ¿y qué vamos a hacer a partir de ahora? ¿Adónde vamos? –preguntó la muchacha, abrazándose las rodillas
bajo la falda.
–Bueno, iremos por ahí, haciendo el bien y todo eso, ¿no? –Paulina no tenía muy claro en qué consistía la vida de
princesa guerrera por cuenta propia, aunque eso no la preocupaba. Estaba mucho más interesada en la chica que se
encontraba tan cerca de ella.
–¿Sí? Bueno, no sé, tú sabrás, supongo. ¿Ahora vamos a dormir?
Lila, cuando se concentraba en algo, tendía a bizquear un poco. En aquel momento, a Paulina le resultó algo incluso
atractivo, clara muestra de que estaba un tanto caliente.
–Sí, eso, a dormir. –respondió, extendiendo una única manta sobre la hierba y palmeando el lugar junto al que se
recostó.
–Pero... ¿No tenemos una manta para cada una? Yo creía que...
–No, no, no... –meneó la cabeza Paulina. –Está claro que no sabes mucho de guerreras y ayudantes, ¿eh? Siempre
han de dormir juntas, por si ocurre alguna... emergencia. Pero no te preocupes, yo te lo enseñaré todo. –insistió,
sonriendo al tiempo que se quitaba la armadura de pega y se quedaba en ropa interior.

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Lila, con aspecto poco convencido, se la quedó mirando con evidente desconfianza. Sin embargo, al fin se tendió a
su lado, muy despacito y sin hacer el menor atisbo de quitarse ni una sola de sus múltiples y voluminosas prendas.
Cogiendo un extremo de la manta, Paulina se envolvió en ella. La maniobra tuvo el conveniente efecto –nada casual
– de acabar rodeando a Lila tanto con la manta como con su brazo. La chica se había tendido dándole la espalda, de
modo que así la atrajo hacia ella por la cintura.
–¿Eh? ¿Qué haces? –le preguntó, juntando sus brazos ante su pecho aunque sin moverse.

–Bueno, la noche es fría, y nos podemos dar un poco de calor... –Paulina no desperdició la ocasión de darle un buen
magreo mientras hablaba, acariciando las caderas y trasero de la muchacha. Espléndidamente firmes, se decía
cuando, esta vez sí, Lila se revolvió, zafándose de su abrazo y gritando con mucho más énfasis:
–¡Ehh! ¿¡Qué haces!?

Se había liberado de su abrazo y vuelto hacia ella. Sus estrábicos ojos brillaban de indignación en la oscuridad.

–Bueno, bueno, no te pongas así. –Paulina comprendió que la chica no se iba a dejar. Por incomprensible que
aquello resultase, parecía que no se sentía atraída por una mujer tan despampanante como ella. En fin, se dijo, lo
mejor sería dejarlo correr, de momento. No debía arriesgarse a perderla tan pronto. Ni siquiera Xena había
conseguido tirarse a Gabrielle en la primera noche. O al menos eso creía.
–Tranquila, era sólo el típico "buenas noches" de camaradas guerreras. –Aquello se lo había contado su hermano
mayor de cuando se enroló en el ejército de un señor de la guerra. – Acabo de recordar que, después de todo, sí
que tenemos otra manta. Mira en las alforjas...

*

El lago tenía un aspecto inmejorable. Paulina se olisqueó un sobaco, arrugando la nariz ante el tufo. Era el problema
de la vida campestre. Lo mejor sería aprovechar el soleado día, el cristalino lago... y la compañía. Echó una mirada
de reojo a Lila. Tampoco parecía fresca como una rosa, precisamente. Además, durante todos aquellos días, la
muchacha no se había quitado su vestido de campesina en ningún momento. Paulina se dijo que ya estaba harta de
imaginar sus formas... Tenía que verlas, y a ser posible... jeje... Además, ya empezaba a estar algo más que
caliente...
–Creo que podríamos darnos un buen baño, ¿no crees, Lila?

Su ayudante la miró con instantánea desconfianza. Durante aquel tiempo, siempre había reaccionado así ante sus
muestras de confianza. Los pellizcos en el trasero no eran de su agrado, eso ya lo sabía Paulina, e incluso la hacían
reaccionar de mala manera. La marca del bofetón que le diera la última vez ya casi se había borrado de su cara,
pero no el recuerdo.
–Está bien. Tú vigila mientras yo me desvisto tras esos matorrales, y...
Paulina la interrumpió al comprobar por dónde iba la cosa.

–Nada de "tú vigila". Mejor si nos bañamos juntas, que así ahorraremos agua.

–¿Ahorrar agua? ¿¿En un lago?? –Lila no era tan tonta, después de todo. Habría que idear un engaño un poco más
sofisticado.
–No, bueno, jeje, era broma... Lo que pasa es que hay un monstruo en este lago. Pero no te preocupes, –insistió, al
ver la cara de susto de la chica, –que conmigo en el agua no tienes nada que temer. –terminó, pensando que no
tenía "casi" nada que temer, para ser exactos...
Tras un buen rato tranquilizándola sobre el peligro del monstruo –aunque no tanto como para que se atreviera a
meterse en el agua sola –al fin logró que accediera, refunfuñando. Sin embargo, se desvistió dándole la espalda,
desconfiada y tímida a la vez. La chica, como había sospechado, no estaba mal sin ropa. Un trasero algo más grande
que el de su hermana, sí, pero con una piel blanca y rosada muy interesante. Paulina se quitó su ropa con rapidez,
metiéndose en el agua antes que Lila.
–¡Ven, vamos, no seas tímida! –la animó, con un gesto con el brazo.
Lila entró mucho más despacio, cubriéndose los pechos con los brazos. Llevaba el jabón, y se mantuvo alejada de
ella, enjabonándose mientras seguía dándole la espalda. Paulina al fin se le acercó.
–¿Me pasas el jabón, por favor? –le preguntó con seriedad, alargando el brazo. La chica la miró con timidez,
eludiendo fijarse en sus exuberantes pechos, pese a que casi los tenía a la altura de la cara.
–Sí, ten. –respondió tan sólo, tendiéndoselo y dándose de nuevo la vuelta. Paulina aprovechó el movimiento para
pasarle el jabón por los hombros.

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–Te enjabono la espalda. Eso es todo. –dijo con su mejor voz tranquilizadora. Lila no contestó, de modo que ella
siguió con lo suyo, pasándole el jabón más abajo. Cuando parecía que la chica se había relajado, Paulina dejó caer el
jabón. Sus manos se deslizaron bajo los brazos y se posaron como quien no quiere la cosa sobre ambos pechos de
su atractiva ayudante. Por un segundo, la muchacha no reaccionó, incluso pareció soltar un suspiro. Aprovechó para
pellizcarle ambos pezones, satisfactoriamente erectos, cuando de repente se revolvió, escapando del abrazo como
una anguila.
–¡Ehhh! –exclamó. – ¡Ya está bien! ¡Quiero que dejes de sobarme de una vez!

–Vamos, vaaamos... –la tranquilizó Paulina. – No es para tanto. Sólo una muestra de afecto, nada más...
–¡Ni afecto ni nada! Te acompaño, cocino, limpio, de acuerdo, ¡pero nada más!

–Vamos Lila, no seas niña. Supongo que ya sabes lo que hace tu hermana con Xena, ¿no?

–Me da igual. Ya está bien, y punto. O eso, o me vuelvo a Potidea y que te haga de ayudante tu abuela.

–Está bieeen, tranquila, como tú quieras... –sonrió, apaciguadora. – Y ahora, no te muevas, que tengo que bucear
para buscar el jabón. Debe estar entre tus piernas... –¡Paulina!

*

Las dos se hallaban tendidas sobre un terraplén que las ocultaba del cercano camino. Paulina miró de reojo a Lila,
tendida muy cerca de ella y con la mirada fija al frente. Parecía animada ante la posibilidad, al fin, de tomar parte en
algo de acción. También ella deseaba algo de eso. Ya estaba harta de ir de aquí para allá sin que les saliera al paso
ni un miserable señor de la guerra, ni monstruo, ni siquiera un gigante, aunque fuera bajito. ¿Cómo se lo montaba
Xena para verse envuelta en tantísimas aventuras? La vida de guerrera por libre parecía excitante, cuando en
realidad había sido hasta entonces más bien aburrida. Ahora tal vez les saliera al paso alguna aventura. Paulina
abrió y cerró los puños, deseando patear algún culo. Necesitaba algo de acción, aunque sólo fuera para dar rienda
suelta a su calentura... Además, viéndola repartir leches, Lila se encandilaría con ella al fin. Era lo mismo que había
pasado a Gabrielle con Xena, ¿no?
Allí, a lo lejos, se veía avanzar una carreta en dirección al punto en que estaban. Serían esclavistas o asesinos,
seguro. Tenían que serlo. Si no empezaba a repartir hostias de una vez, acabaría violando a la ingenua muchacha
que se encontraba tendida a su lado.
Lila, tan crédula como siempre, miraba al frente, convencida de estar ante su primera aventura. Paulina, a su lado,
apenas podía concentrarse en la carreta, echando constantes miradas de soslayo a la muchacha. No era gran cosa,
de acuerdo, pero... todos esos días compartiendo con ella todo menos la cama la hacían tan atractiva como Helena
de Troya...
–¡Mira, mira, ya se acercan! –gritó la muchacha a su lado, señalando con el dedo. Paulina le lanzó una mirada de
reproche, que recordó la necesidad de mantenerse en silencio.
–Muy bien, –susurró ella. – ya los veo. Sin duda se trata de un grupo de esclavistas, ¿ves?

Aprovechó la excitación de Lila para pasarle una mano en torno a la cintura, al tiempo que señalaba con la otra
mano ante ella. La chica se comportaba como una niña, expectante, y pareció no darse cuenta del contacto. Paulina
sonrió.
–Er... Sí, puede ser... –La carreta ya estaba cerca, y en efecto, estaba conducida por tres hombres de no muy buen
aspecto, armados como soldados o mercenarios. Tras ellos, sobre la alargada carreta descubierta, se veía un grupo
de unas ocho mujeres jóvenes, sentadas en sendas hileras.
–Si, sí. Mira, ¡deben ser vírgenes de Hestia secuestradas por esos miserables! –apuntó Paulina, excitada ahora
también por la posibilidad de caza, tanto como para olvidar la necesidad de silencio.
–Uh... –De repente, la muchacha no parecía tan entusiasmada, sino dubitativa. – No sé... No parecen vírgenes de
Hestia. Van un poco... ligeritas de ropa, ¿no?
Ahora que estaban casi a su lado, vio que era cierto. Las ocho mujeres vestían ropas de colores, y sus cabelleras no
estaban recatadamente recogidas, como correspondía, sino extendidas en amplias melenas. Sus vestidos, además,
dejaban poco a la imaginación, con amplios escotes.
–Estooo... Sí, bueno, seguro que esos miserables las obligan a vestir así para... para venderlas luego como...
Lila interrumpió sus improvisadas explicaciones con una nueva muestra de desconfianza.
–Pero... No parece que vayan atadas ni nada, y... Parecen un poco vulgares para ser vírgenes de Hestia...
–Nada de eso. Son vírgenes de Hestia, ¡estoy segura! –Paulina no se iba a dejar chafar la ocasión, ahora que la
tenía. Eran vírgenes, secuestradas y listas para ser vendidas como esclavas, y ella las liberaría. ¡Y pobre de quien se
opusiera!
–No, no... Espera, ahora que lo pienso... este es el camino hacia Corinto, y la feria es dentro de nada. Ya sabes
cómo es Corinto en época de feria... O eso me han contado... –se ruborizó. – Creo que  van a Corinto a... esto... Ya
me entiendes, que son... y esos tipos deben ser sus... eh...

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De improviso, y dejando a Lila con la palabra en la boca, Paulina se puso en pie de un salto. Montando en Bella, la
espoleó hacia el grupo, dejando a la joven atrás y lanzando al tiempo su grito de guerra, sospechosamente parecido
al de Xena.
–¡Que no son vírgenes, que son putas! –oyó que Lila exclamaba a sus espaldas, aunque no le hizo el menor caso,
espoleando en cambio a Bella hacia la carreta.
Conociendo la costumbre que tenía aquel jamelgo de frenar veinte metros más adelante de lo adecuando, tiró de las
riendas mucho antes de alcanzar su objetivo. Y como era de temer, el grandísimo hijo de yegua clavó
instantáneamente los cascos, lanzando a su jinete por encima de su cabeza. Con un nuevo grito muy parecido al
anterior aunque esta vez motivado por el espanto, Paulina salió volando y acabó por estrellarse contra la parte
trasera de la carreta, quedando inconsciente.
Lila se había puesto en pie para no peder de vista el repentino ataque de su guerrera. Pudo así ver el desenlace de
la cabalgada, y se llevó un apretado puño a la boca en cuanto Paulina se estrelló. Sin embargo, en cuanto vio que
los tres hombres de la carreta se apeaban, sorprendidos, y rodeaban a la indefensa Paulina, no lo dudó. La
obligación de una ayudante era socorrer a su guerrera, incluso en las situaciones más desesperadas.
Saltó el terraplén por tanto, y remangándose sus faldas echó a correr hacia el grupo. Se plantó así tras los hombres
que rodeaban a Paulina, y ruborizada y jadeante por el esfuerzo de la carrera, les gritó:
–¡No os atreváis a tocarla!

Los tres sujetos se volvieron con parsimonia. En cuanto la vieron allí, sonrieron. Sus sonrisas no los hacían parecer
menos amenazadores, sino más. Uno de ellos dijo:
–Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Otra jovencita perdida... ¿No querrás unirte también a nuestra expedición?

–¡No! –respondió Lila con firmeza, más de la que sentía. La voz le tembló algo al proseguir, aunque intentó parecer
dura amenazándolos con el dedo. – ¡Dejadla en paz! Marchaos, o...
–¿O qué? –sonrió aún más el primero, avanzando hacia ella lentamente, seguido por los otros dos a su lado.

–Uh... –Lila se dio entonces cuenta de lo indefensa que estaba. Ni siquiera tenía un palito como el de su hermana, y
aunque lo hubiera tenido, no habría sabido qué hacer con él. Retrocedió un paso, mientras los tres hombres la
rodeaban.
Paulina recobró la conciencia poco a poco, con la típica sensación de "¿dónde estoy?". Se masajeó la dolorida
cabeza, incorporándose. ¡Ah, sí, las vírgenes a las que había que salvar! Pero...
Vio entonces las espaldas de los tres hombres. Rodeaban a una chica, que se debatía y gritaba. La estaban atando o
algo... ¡Era Lila!
Paulina se puso en pie de un salto, dispuesta a lo que fuera... Trastabilló y a punto estuvo de caer de nuevo. El
golpe la había mareado y desorientado. Pese a ello, se sobrepuso, dirigiéndose hacia la espalda del más próximo de
los hombres, sin que este se diera cuenta de ello.
–¡Ejem! Hola... –dijo, al tiempo que palmeaba su espalda. Como era de esperar, el tipo se volvió, sorprendido.
Paulina no perdió el tiempo con explicaciones, sino que le arreó tal patada en la entrepierna que el sujeto dio un
saltito en el aire. Su cara de sorpresa se acentuó entonces, y con los ojos bien abiertos y los carrillos hinchados cayó
al suelo, al tiempo que gemía débilmente.
–¡Paulina! ¡Menos mal! –gritó entonces Lila al verla, con una satisfactoria expresión de alivio en su cara. Los otros
dos se volvieron entonces, al tiempo que ella sacaba su espada, una buena imitación de la de Xena.
Procedió a moverla en molinete por encima de su cabeza. Al primer giro pasó justo por delante de las narices de uno
de los asaltantes, que quedó lívido del susto.
–¡Malditos secuestradores de vírgenes de Hestia! –gritó Paulina, fuera de sí, entusiasmada. – ¡Os voy a cortar los
cojones!
Los dos aludidos quedaron pasmados ante ella, y no dudaron ni un instante en volverse y salir huyendo
despavoridos hacia el bosque.
Lila se le acercó entonces, con su pelo revuelto –tanto como sus ropas; a saber qué habían intentado esos tipos – y
una expresión arrebatada de alivio. Paulina recibió un muy interesante abrazo, que aprovechó para pasar su mano
por la cintura de la muchacha.
–¿Cómo estás? ¿Te has hecho daño? –El interés que mostraba Lila por su salud era muy agradable, se dijo Paulina
mientras la tranquilizaba.
–Nada, nada, no te preocupes. No hay quien pueda con Paulina... –sonrió, al tiempo que bajaba aquella mano hasta
un amplio aunque firme trasero, que agarró con fuerza.
–¡Paulina! ¿Ya estamos? –La muchacha se apartó entonces de su lado, escapando como siempre... Maldición, se dijo
Paulina... Ni por esas... joder... Habría que cambiar de tema, otra vez...

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–Bueno, ahora tenemos que ocuparnos de estas pobres vírgenes secuestradas. –dijo, al tiempo que se volvía hacia
las ocho mujeres. Estas se habían reunido en un grupo al pie de la carreta, y no parecían ni asustadas ni aliviadas.
Además, la verdad era que sus ropas no eran las propias de unas vírgenes de Hestia; no dejaban mucho a la
imaginación, por no decir que lo que se veía resultaba muy interesante...
–Podéis marchar por donde habéis venido, hacia del templo de Hestia. –les anunció con expresión magnánima.
Extrañamente, siguieron sin parecer agradecidas, antes bien sorprendidas o preocupadas.
–No tenéis nada que temer ahora... –insistió, dirigiéndose hacia ellas. Aprovechó para echar un buen vistazo hacia
aquellos escotes, que tantas y tan bien formadas cosas dejaban ver... – Yo misma os escoltaré hasta el templo, si
hace falta...
El grupo se cerró en un corrillo entonces, al tiempo que varias de ellas se encogían de hombros y hacían algún
curioso gesto con sus índices contra sus sienes. Tras una larga sesión de cuchicheos entre el corrillo de las presuntas
"vírgenes", al fin este se disolvió y varias de ellas se dirigieron hacia Paulina, sonriendo.
–Muy bien, hermosa y valiente guerrera, te agradeceremos nuestra liberación como sólo nosotras podemos hacer...
–le dijo una de ellas, mientras las demás le sonreían de forma claramente provocativa y la rodeaban por todos
lados. "Coño, qué vírgenes más raras", se dijo Paulina, muy consciente de lo insinuante de los gestos que le dirigían.
Tras un buen rato de reflexiones –por no mencionar las excitantes caricias que le fueron dedicadas por aquellas
"vírgenes" –Paulina se encogió de hombros y se dijo "¡qué carajo!". Sonriendo también, se dejó arrastrar por todas
ellas tras unos cercanos matorrales. Allí, en medio de una confusión de brazos y piernas y oyéndose una variedad
de "ooohs" y "aahhhs", ocurrieron durante largo rato una serie de cosas que provocaron que Lila, que se había
limitado a contemplar el desarrollo de la escena paralizada de asombro, acabara con toda su cara de un intenso color
rojo tomate.
FIn
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Paulina, princesa guerrera de Iggy

  • 1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias. Renuncias: Paulina, Minya, Lila, Hower, Xena, Gabrielle, Argo y todos los demás personajes que aparecen en la serie Xena: Princesa Guerrera son propiedad exclusiva de MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir ningún copyright al escribir este relato. Nota sobre el contenido: Este fanfic contiene muestras atracción y sexo entre mujeres. Menores y no interesados en el tema, abstenerse. Además, aparece una buena cantidad de lenguaje inadecuado, impropio y hasta malsonante. Este fanfic sigue al final del episodio "The Play's The Thing", de la 4ª temporada. No es necesario haberlo visto, aunque sí conveniente. Por tanto, conviene decir que seguir leyendo a partir de aquí puede significar un cierto "spoiler" respecto a ese episodio, aunque de poca importancia. Sea como sea, conviene tener en cuenta que el fanfic utiliza como personaje principal a Paulina, que hace el "papel" de Xena en la infame obra de teatro que se representa en ese episodio. De todas formas, todo este fanfic tiene poco o nada que ver con "The Play's The Thing", tan sólo hace un uso probablemente abusivo del personaje de Paulina. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Nota sobre el lenguaje: Este fanfic incluye muestras de lenguaje coloquial y malsonante propias del castellano hablado en España. Su comprensión puede ser en ocasiones difícil para lectores de la América Hispana. Dedicatoria: a Damiata, para que lo lea sin comer magdalenas (yo ya me entiendo). Clasificación: Autora: Iggy P A U L I N A , P R I N C E S A G U E R R E R A . A solas en la habitación de la posada, se contempló en el espejo de bronce de cuerpo entero. De acuerdo, sus ojos no eran azules, sino más bien marrones. Sin embargo, el resto... el resto no estaba nada mal, se dijo Paulina, ensayando una de sus mejores sonrisas de ¿a –que –estoy –buena? Como siempre, la pregunta no formulada tuvo el efecto de convencerla a sí misma de que sólo cabía una respuesta: sí. No tenía nada que envidiar a Xena, como no fueran esos malditos ojos super –mega –hiper –azules de las narices. Todo lo demás resistía sin problemas la comparación, incluida su melena negra y su espectacular cuerpo serrano. Como para convencerse a sí misma de sus pensamientos, empezó a quitarse aquel ridículo disfraz de Xena que había conservado de aquella desastrosa representación teatral. Lanzando uno tras otro los flojos trozos de tela que imitaba cuero, al fin quedó desnuda frente al espejo y pudo admirarse a sí misma a gusto. No, no estaba nada mal, y además era capaz de dar saltos mortales casi tan increíbles –no casi, sino tanto o más –como los de la famosa princesa guerrera. Su sonrisa autocomplaciente se torció cuando echó un vistazo a un lado. Allí, sobre la cama, yacían varias piezas de ropa de lo más variado. Entre ellas debería encontrar algo apropiado para ella, para una heroína de su talla y hermosura. La verdad era que no conseguía decidirse. Por una parte, le convenía algo oscuro y un tanto sado –maso; aquello daba un aire de estudiado pasado maldito, además de que servía para mantener viva la comparación con Xena. Por otra parte, le interesaba ir marcando algo de su propio estilo, y la verdad era que el de la princesa guerrera le resultaba un tanto demasiado siniestro. Todavía dudando, cogió con dos manos un complicado conjunto de piezas metálicas, en oro y plata, que tintinearon al alzarse. Un conjunto que a primera vista nadie diría que era un vestido. Se trataba una obra del famoso diseñador Jean –Paulus Gaulthierus –bueno, en realidad era una imitación –que tenía la extraña virtud de tapar lo que no hacía falta, enseñando a cambio lo que usualmente se ocultaba. Tras varias contorsiones y esfuerzos, sólo posibles gracias a su espléndida forma física, logró al fin encasquetárselo. Desde luego, resultaba espectacular. Elevaba sus pechos de forma asombrosa, y realzaba todo lo realzable y alguna cosa más. Sin embargo, resultaba algo... incómodo... Paulina gimió al volver a contorsionarse en su intento por quitarse aquel trasto diabólico, hasta que de repente este saltó por los aires, en miles de trozos metálicos que se dispersaron por la habitación. Tras un instante de pasmo, la de nuevo desnuda Paulina esbozó un frustrado puchero, al tiempo que daba pataditas en el suelo. –Jooo, seguro que a la princesa guerrera no le pasan estas cosas... –se dijo. Estaba a punto de empezar a llorar cuando recordó que la princesa guerrera ni lloriqueaba, ni hacía pucheros, ni tan siquiera daba pataditas de frustración. Por tanto, debía contenerse, mostrando su rabia poniendo sólo cara de mala leche. –Grrr... –Su expresión dejó paso a un ceño bien fruncido, pese a que el gesto no la favorecía nada. En fin, tendría que conformarse con el segundo conjunto, se dijo encogiéndose de hombros. Se trataba de una imitación de la vestimenta habitual de Xena, realizada en cuero crudo, y por tanto de color no tan negro como el original, además de ser un tantillo maloliente. Era una imitación semi –barata, no tan cutre como la de tela, pero bastante insatisfactoria. Paulina, poco convencida, se la puso, comprobando que además le quedaba algo ajustada. Esas
  • 2. imitaciones no se hacían para cuerpos tan rotundos como el suyo, se dijo, con lo que recuperó parte de su anterior buen humor. Sin embargo, subsistía el problema: era demasiado similar al vestuario de Xena. Debía darle un "toque", algo sexy tal vez... Entonces le vino a la mente la imagen de la pequeña ayudante de Xena, aquella tal Gabrielle. Ella sí que iba en plan sexy... Ombligo al aire, fardando de tripita plana y abdominales... Maldita fuera... Y sin embargo, sabía llamar la atención, pese a su cortita estatura. Sonriendo de forma encantadora –o al menos eso pensaba ella – Paulina agarró sin dudar unas tijeras y la emprendió con el falsificado disfraz. Tras unos cuantos cortes más decididos que bien dados, el traje quedó convertido en un dos –piezas, que le permitía mostrar su vientre, tan plano como el que más, y más que el de muchas... Aquello la llevó a pensar en su ex, Minya. En su entusiasmo tras descubrir que podía ser una heroína tanto o mejor que Xena, se había liado con ella, pues sabía que necesitaría una adecuada ayudante. Pero pronto se dio cuenta de las limitaciones de aquella robusta campesina. Minya no era la más apropiada para ella, desde luego, razón por la que le había dado la patada bien pronto. Aquella mujer no es que fuera una admiradora de Xena, ¡es que se creía Xena! ¿Cómo podía pretender ser Xena, cómo podía estar tan loca? ¿Acaso no le resultaba evidente, a ella y a todo el mundo, que Xena sólo podía serlo ella, Paulina? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Meneando la cabeza ante las locuras de que era capaz la gente, salió de la habitación. Ya se sentía lista para su manifiesto destino, ser una auténtica princesa guerrera, ¡qué coño! ¡No "una", sino "la" auténtica princesa guerrera! Su entusiasmo se evaporó al dar apenas tres pasos fuera de la habitación. Olvidaba algo, algo importante... ¡Hostia! ¡Claro! ¡Seguía sin ayudante! ¿Pero dónde podría conseguir una ayudante adecuada, alguien que no desmereciera de su porte y presencia, aunque sin hacerle sombra? En esto iba pensando, mascullándolo para sí cabizbaja, cuando casi sin darse cuenta estaba fuera del albergue. Entonces sintió que alguien la agarraba por el hombro, obligándola a darse la vuelta y a abandonar sus cavilaciones Sorprendida, y también algo cabreada, se vio frente a un hombrecillo grueso y con delantal, que la miraba enfadado. –¡No puede irse sin pagar! –le espetó el individuo, algo enrojecido y sudoroso. ¿Quién coño era ese tipo y de qué le hablaba? Entonces, de repente, recordó que se trataba del posadero. Su cara ansiosa y la forma en que se retorcía nerviosamente las manos acabaron de cabrearla del todo. Sintió su sangre hervir de manera creciente y peligrosa... Tras breves instantes, el perplejo y magullado posadero salió de debajo de los destrozados restos de lo que había sido su mostrador, sólo para escuchar los imperiales gritos de aquella mujer. –¿Te crees que puedes cobrarle a una heroína como yo? ¿Acaso le cobrarías a Xena, eh? Da gracias que te haya dejado con vida, ¡gilipollas! Sacudiéndose una mano contra la otra y dándose media vuelta, Paulina salió del lugar con toda la elegancia y garbo que ella sabía que la caracterizaban. * Caminó a grandes pasos por largo rato, hasta que se detuvo de repente. El incidente con el posadero la había sacado de sus casillas, y estaba caminando deprisa pero sin rumbo. ¿Adónde iba? ¡Ah sí, lo de la ayudante! Pero seguía sin saber dónde encontrar una, una buena, claro... Xena se había limitado a llevarse a la primera interesada en el puesto que le salió al paso. Pero a ella no se le cruzaban más que tenderas de gruesos brazos y mediana edad y campesinas que iban a sus compras y que apenas la miraban de reojo con extrañeza antes de seguir con sus cosas. Aquello no iba por buen camino... Tenía que pensar algo. ¿Qué era lo más parecido a Gabrielle que podía encontrar? ¿Qué? ¿¡Qué!? Demonios... ¡Ah sí! Gabrielle tenía una hermana, ¿no era así? Vivía en Potidea, claro. La cara se le iluminó a Paulina cuando comprendió que lo único que tenía que hacer era llegarse hasta ese pueblo de mala muerte y llevarse consigo a aquella muchacha. En consecuencia, debía desplazarse. ¿Cómo se desplazaba Xena? Muy sencillo, a caballo, a yegua para ser exactos. Por tanto, necesitaba una buena yegua que le hiciera las veces de Argo. El problema era que no tenía dinero suficiente para comprarse una, y dudaba que se la regalasen, pese a su evidente heroicidad. El asuntillo con aquel molesto posadero había mostrado que no todo iba a ser fácil por aquel camino. Sin embargo, Atenas era conocida por su mercado de caballerías de ocasión, lo que le daría la oportunidad de conseguir una ganga. Tras mucho recorrer establos y cuadras, y ya oliendo toda ella a bosta, le fue mostrado un ejemplar cuyo precio se ajustaba a su magro presupuesto. Desde luego, ya tenía sus años el animalito, tendía a cabecear hacia un lado –signo inequívoco de tener un ojo tuerto – y su aspecto era un tanto... subalimentado. Pero era una yegua, se dijo Paulina forzando su optimismo al máximo. Pagó pues, y la condujo por la rienda por las calles, alegre. Ahora, debía darle un nombre... ¿Argo Bis? No, demasiado obvio. ¿Argocinante? Puaj... ¿Bella? La miró de reojo. No era bella, desde luego. Sin embargo, teniendo en cuenta el fascinante cuerpo que la iba a montar, bien podía llamarse así. ¡Eso era! Se llamaría Bella, y... Delante de ella cruzó otra yegua, esta bien lozana, y entonces, para estupefacción de Paulina, "Bella" empezó a desarrollar una monstruosa erección. Paulina la miró espantada. ¡Joder! ¡Se había confundido! No se había fijado demasiado, y... bueno, era un caballo. Qué se le iba a hacer, concluyó, encogiéndose de hombros y sujetando a "Bella" bien fuerte de las riendas, antes de que en sus ansias organizara la parda en medio de la calle. * –Soooo, Bella. –gritó Paulina, tirando de las riendas. Pese a ello, el macilento caballo así llamado continuó su cansino
  • 3. trote durante unos cuantos metros más, casi estrellándose contra una pared. Paulina desmontó, no con tanto garbo como habría deseado. Estaba hecha polvo, y además... ayyy... ¿Cómo se las apañaba Xena para cabalgar de aquí para allá, apeándose siempre fresca como una rosa? La nueva heroína se masajeó el dormido trasero, cuidando de no rozar su enrojecidos e irritados muslos. Algo tendría que hacer para cuidar sus doloridas partes íntimas... ay... Caminando como sólo los jinetes avezados lo hacen, se dirigió hacia la plaza. Allí estaba al fin, en Potidea. Por los dioses, vaya villorrio... Ánimo, se dijo, sólo vienes a por tu ayudante, y puerta. Veamos, Lila se llamaba la hermana de Gabrielle. Sin duda era una rústica campesina, pero al ver a una mujer de su porte, seguro que perdía el culo por ella y la seguía de inmediato a todas partes, como había hecho su hermana con Xena. Claro que... ¿y si no le iban las tías? Bah, en ese caso ya se le ocurriría algo. * –Pero, ¿por qué habría yo de irme contigo a ninguna parte? –respondió Lila de nuevo con aquella cargante testarudez tan propia de su familia. Paulina suspiró, desesperada. Pidió al tabernero otra cerveza con un gesto, al tiempo que se soplaba el flequillo. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –Vamos a ver... –Habría que probar con otra cosa, en vez de lo de buscar aventuras y hacer justicia. Quizá funcionara una apelación a los sentimientos fraternales. – ¿No se te ha ocurrido pensar que no sólo tu hermana tiene derecho a salir por ahí a ver mundo? Ella por ahí, pasándolo bien con Xena, y tú aquí muerta de asco en este jodido poblacho de mala muerte... Casi al instante comprendió que se había pasado un poco llamando así a su amado pueblecito. La chica parecía ofendida, aunque tal vez también desconcertada por la idea que acababa de entrar en su dura mollera. En lugar de pedir disculpas por lo impropio del comentario, Paulina decidió que lo mejor sería meter aún más el dedo en la llaga. –Ella se ríe mucho de ti. –le confesó, inclinándose hacia ella como haciéndole una confidencia. – Tu hermana piensa que eres una pueblerina que jamás será otra cosa que una simple. Eso de ver mundo no va con ella, me decía cuando le comenté que eras la adecuada para ser mi ayudante. –¿Eso te ha dicho? ¿Eso te ha dicho? –La muchacha boqueaba como un pez fuera del agua. Paulina sonrió. La chica no mostraba demasiada inteligencia, de acuerdo, pero al menos era fácil de liar. Ya sólo había que dar el toque final. –Eso me dijo, aunque bueno, ejem... No exactamente con esas palabras... No quisiera yo que por esos comentarios, tú ahora te lanzaras a la aventura, sólo por demostrarle que está equivocada... La muchacha se puso en pie de repente, sus ojos refulgiendo de ira. –¡Qué se habrá creído la muy guarra! ¡Vamos! –¿Cómo dices? –Paulina se mantuvo sentada, con su mejor expresión de inocencia fingida. –¡Nos vamos! ¿No era eso lo que querías? –¿Cómo? ¿Así de repente? –Uh, bueno... Mis pobres padres... –Ahh... –Paulina simuló estar pensando que sus peores sospechas se habían confirmado. – Ya sabía yo que no eras como Gab... Se interrumpió cuando Lila salió en tromba de la posada, arrastrando sus faldas. Lo había conseguido, claro, se dijo sonriendo con malicia al tiempo que la seguía. * Paulina iba llevando a Bella por las riendas a lo largo del camino. El triste caballo bastante hacía con transportar sus bolsas, y no era buena idea obligarlo a más, salvo que quisiera matarlo. Así, además, lo tendría fresco por si era necesaria una enérgica cabalgada, según dictaran las circunstancias. Por lo tanto, caminaba junto a Lila, de manera que apenas podía dejar de fijarse en ella. La chica no era fea, ni mucho menos, aunque no se podía comparar con su guerrera, claro. Tenía cierto encanto campesino, sin duda el tipo de atractivo que había motivado a Xena hacia Gabrielle. Y si quería seguir los pasos de la princesa guerrera, debía... La verdad era que en toda la tarde no había captado en la muchacha el menor interés, aunque aquello pareciera increíble. En todo caso, montárselo con ella sería lo más conveniente. No sólo por lo apetecible de la muchacha, sino por mantener el paralelismo. Paulina sabía que la relación de Xena con Gabrielle era tanto o más famosa que sus mismos hechos heroicos. Xena, princesa guerrera... je... Xena, princesa bollera, sabía que la llamaban por ahí, no en su cara desde luego. Aquello daba un aire interesante y morboso. Sí. Debía seguir sus pasos. Puesto que ya casi era de noche, se detuvieron para dormir al raso. El frío de la noche y la realidad de la vida en el camino parecieron abrumar a Lila, que se sentó junto al fuego con un aspecto mucho menos animoso que al abandonar Potidea. –Oye, ¿y qué vamos a hacer a partir de ahora? ¿Adónde vamos? –preguntó la muchacha, abrazándose las rodillas
  • 4. bajo la falda. –Bueno, iremos por ahí, haciendo el bien y todo eso, ¿no? –Paulina no tenía muy claro en qué consistía la vida de princesa guerrera por cuenta propia, aunque eso no la preocupaba. Estaba mucho más interesada en la chica que se encontraba tan cerca de ella. –¿Sí? Bueno, no sé, tú sabrás, supongo. ¿Ahora vamos a dormir? Lila, cuando se concentraba en algo, tendía a bizquear un poco. En aquel momento, a Paulina le resultó algo incluso atractivo, clara muestra de que estaba un tanto caliente. –Sí, eso, a dormir. –respondió, extendiendo una única manta sobre la hierba y palmeando el lugar junto al que se recostó. –Pero... ¿No tenemos una manta para cada una? Yo creía que... –No, no, no... –meneó la cabeza Paulina. –Está claro que no sabes mucho de guerreras y ayudantes, ¿eh? Siempre han de dormir juntas, por si ocurre alguna... emergencia. Pero no te preocupes, yo te lo enseñaré todo. –insistió, sonriendo al tiempo que se quitaba la armadura de pega y se quedaba en ropa interior. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Lila, con aspecto poco convencido, se la quedó mirando con evidente desconfianza. Sin embargo, al fin se tendió a su lado, muy despacito y sin hacer el menor atisbo de quitarse ni una sola de sus múltiples y voluminosas prendas. Cogiendo un extremo de la manta, Paulina se envolvió en ella. La maniobra tuvo el conveniente efecto –nada casual – de acabar rodeando a Lila tanto con la manta como con su brazo. La chica se había tendido dándole la espalda, de modo que así la atrajo hacia ella por la cintura. –¿Eh? ¿Qué haces? –le preguntó, juntando sus brazos ante su pecho aunque sin moverse. –Bueno, la noche es fría, y nos podemos dar un poco de calor... –Paulina no desperdició la ocasión de darle un buen magreo mientras hablaba, acariciando las caderas y trasero de la muchacha. Espléndidamente firmes, se decía cuando, esta vez sí, Lila se revolvió, zafándose de su abrazo y gritando con mucho más énfasis: –¡Ehh! ¿¡Qué haces!? Se había liberado de su abrazo y vuelto hacia ella. Sus estrábicos ojos brillaban de indignación en la oscuridad. –Bueno, bueno, no te pongas así. –Paulina comprendió que la chica no se iba a dejar. Por incomprensible que aquello resultase, parecía que no se sentía atraída por una mujer tan despampanante como ella. En fin, se dijo, lo mejor sería dejarlo correr, de momento. No debía arriesgarse a perderla tan pronto. Ni siquiera Xena había conseguido tirarse a Gabrielle en la primera noche. O al menos eso creía. –Tranquila, era sólo el típico "buenas noches" de camaradas guerreras. –Aquello se lo había contado su hermano mayor de cuando se enroló en el ejército de un señor de la guerra. – Acabo de recordar que, después de todo, sí que tenemos otra manta. Mira en las alforjas... * El lago tenía un aspecto inmejorable. Paulina se olisqueó un sobaco, arrugando la nariz ante el tufo. Era el problema de la vida campestre. Lo mejor sería aprovechar el soleado día, el cristalino lago... y la compañía. Echó una mirada de reojo a Lila. Tampoco parecía fresca como una rosa, precisamente. Además, durante todos aquellos días, la muchacha no se había quitado su vestido de campesina en ningún momento. Paulina se dijo que ya estaba harta de imaginar sus formas... Tenía que verlas, y a ser posible... jeje... Además, ya empezaba a estar algo más que caliente... –Creo que podríamos darnos un buen baño, ¿no crees, Lila? Su ayudante la miró con instantánea desconfianza. Durante aquel tiempo, siempre había reaccionado así ante sus muestras de confianza. Los pellizcos en el trasero no eran de su agrado, eso ya lo sabía Paulina, e incluso la hacían reaccionar de mala manera. La marca del bofetón que le diera la última vez ya casi se había borrado de su cara, pero no el recuerdo. –Está bien. Tú vigila mientras yo me desvisto tras esos matorrales, y... Paulina la interrumpió al comprobar por dónde iba la cosa. –Nada de "tú vigila". Mejor si nos bañamos juntas, que así ahorraremos agua. –¿Ahorrar agua? ¿¿En un lago?? –Lila no era tan tonta, después de todo. Habría que idear un engaño un poco más sofisticado. –No, bueno, jeje, era broma... Lo que pasa es que hay un monstruo en este lago. Pero no te preocupes, –insistió, al ver la cara de susto de la chica, –que conmigo en el agua no tienes nada que temer. –terminó, pensando que no tenía "casi" nada que temer, para ser exactos... Tras un buen rato tranquilizándola sobre el peligro del monstruo –aunque no tanto como para que se atreviera a meterse en el agua sola –al fin logró que accediera, refunfuñando. Sin embargo, se desvistió dándole la espalda,
  • 5. desconfiada y tímida a la vez. La chica, como había sospechado, no estaba mal sin ropa. Un trasero algo más grande que el de su hermana, sí, pero con una piel blanca y rosada muy interesante. Paulina se quitó su ropa con rapidez, metiéndose en el agua antes que Lila. –¡Ven, vamos, no seas tímida! –la animó, con un gesto con el brazo. Lila entró mucho más despacio, cubriéndose los pechos con los brazos. Llevaba el jabón, y se mantuvo alejada de ella, enjabonándose mientras seguía dándole la espalda. Paulina al fin se le acercó. –¿Me pasas el jabón, por favor? –le preguntó con seriedad, alargando el brazo. La chica la miró con timidez, eludiendo fijarse en sus exuberantes pechos, pese a que casi los tenía a la altura de la cara. –Sí, ten. –respondió tan sólo, tendiéndoselo y dándose de nuevo la vuelta. Paulina aprovechó el movimiento para pasarle el jabón por los hombros. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –Te enjabono la espalda. Eso es todo. –dijo con su mejor voz tranquilizadora. Lila no contestó, de modo que ella siguió con lo suyo, pasándole el jabón más abajo. Cuando parecía que la chica se había relajado, Paulina dejó caer el jabón. Sus manos se deslizaron bajo los brazos y se posaron como quien no quiere la cosa sobre ambos pechos de su atractiva ayudante. Por un segundo, la muchacha no reaccionó, incluso pareció soltar un suspiro. Aprovechó para pellizcarle ambos pezones, satisfactoriamente erectos, cuando de repente se revolvió, escapando del abrazo como una anguila. –¡Ehhh! –exclamó. – ¡Ya está bien! ¡Quiero que dejes de sobarme de una vez! –Vamos, vaaamos... –la tranquilizó Paulina. – No es para tanto. Sólo una muestra de afecto, nada más... –¡Ni afecto ni nada! Te acompaño, cocino, limpio, de acuerdo, ¡pero nada más! –Vamos Lila, no seas niña. Supongo que ya sabes lo que hace tu hermana con Xena, ¿no? –Me da igual. Ya está bien, y punto. O eso, o me vuelvo a Potidea y que te haga de ayudante tu abuela. –Está bieeen, tranquila, como tú quieras... –sonrió, apaciguadora. – Y ahora, no te muevas, que tengo que bucear para buscar el jabón. Debe estar entre tus piernas... –¡Paulina! * Las dos se hallaban tendidas sobre un terraplén que las ocultaba del cercano camino. Paulina miró de reojo a Lila, tendida muy cerca de ella y con la mirada fija al frente. Parecía animada ante la posibilidad, al fin, de tomar parte en algo de acción. También ella deseaba algo de eso. Ya estaba harta de ir de aquí para allá sin que les saliera al paso ni un miserable señor de la guerra, ni monstruo, ni siquiera un gigante, aunque fuera bajito. ¿Cómo se lo montaba Xena para verse envuelta en tantísimas aventuras? La vida de guerrera por libre parecía excitante, cuando en realidad había sido hasta entonces más bien aburrida. Ahora tal vez les saliera al paso alguna aventura. Paulina abrió y cerró los puños, deseando patear algún culo. Necesitaba algo de acción, aunque sólo fuera para dar rienda suelta a su calentura... Además, viéndola repartir leches, Lila se encandilaría con ella al fin. Era lo mismo que había pasado a Gabrielle con Xena, ¿no? Allí, a lo lejos, se veía avanzar una carreta en dirección al punto en que estaban. Serían esclavistas o asesinos, seguro. Tenían que serlo. Si no empezaba a repartir hostias de una vez, acabaría violando a la ingenua muchacha que se encontraba tendida a su lado. Lila, tan crédula como siempre, miraba al frente, convencida de estar ante su primera aventura. Paulina, a su lado, apenas podía concentrarse en la carreta, echando constantes miradas de soslayo a la muchacha. No era gran cosa, de acuerdo, pero... todos esos días compartiendo con ella todo menos la cama la hacían tan atractiva como Helena de Troya... –¡Mira, mira, ya se acercan! –gritó la muchacha a su lado, señalando con el dedo. Paulina le lanzó una mirada de reproche, que recordó la necesidad de mantenerse en silencio. –Muy bien, –susurró ella. – ya los veo. Sin duda se trata de un grupo de esclavistas, ¿ves? Aprovechó la excitación de Lila para pasarle una mano en torno a la cintura, al tiempo que señalaba con la otra mano ante ella. La chica se comportaba como una niña, expectante, y pareció no darse cuenta del contacto. Paulina sonrió. –Er... Sí, puede ser... –La carreta ya estaba cerca, y en efecto, estaba conducida por tres hombres de no muy buen aspecto, armados como soldados o mercenarios. Tras ellos, sobre la alargada carreta descubierta, se veía un grupo de unas ocho mujeres jóvenes, sentadas en sendas hileras. –Si, sí. Mira, ¡deben ser vírgenes de Hestia secuestradas por esos miserables! –apuntó Paulina, excitada ahora también por la posibilidad de caza, tanto como para olvidar la necesidad de silencio. –Uh... –De repente, la muchacha no parecía tan entusiasmada, sino dubitativa. – No sé... No parecen vírgenes de Hestia. Van un poco... ligeritas de ropa, ¿no? Ahora que estaban casi a su lado, vio que era cierto. Las ocho mujeres vestían ropas de colores, y sus cabelleras no
  • 6. estaban recatadamente recogidas, como correspondía, sino extendidas en amplias melenas. Sus vestidos, además, dejaban poco a la imaginación, con amplios escotes. –Estooo... Sí, bueno, seguro que esos miserables las obligan a vestir así para... para venderlas luego como... Lila interrumpió sus improvisadas explicaciones con una nueva muestra de desconfianza. –Pero... No parece que vayan atadas ni nada, y... Parecen un poco vulgares para ser vírgenes de Hestia... –Nada de eso. Son vírgenes de Hestia, ¡estoy segura! –Paulina no se iba a dejar chafar la ocasión, ahora que la tenía. Eran vírgenes, secuestradas y listas para ser vendidas como esclavas, y ella las liberaría. ¡Y pobre de quien se opusiera! –No, no... Espera, ahora que lo pienso... este es el camino hacia Corinto, y la feria es dentro de nada. Ya sabes cómo es Corinto en época de feria... O eso me han contado... –se ruborizó. – Creo que  van a Corinto a... esto... Ya me entiendes, que son... y esos tipos deben ser sus... eh... V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m De improviso, y dejando a Lila con la palabra en la boca, Paulina se puso en pie de un salto. Montando en Bella, la espoleó hacia el grupo, dejando a la joven atrás y lanzando al tiempo su grito de guerra, sospechosamente parecido al de Xena. –¡Que no son vírgenes, que son putas! –oyó que Lila exclamaba a sus espaldas, aunque no le hizo el menor caso, espoleando en cambio a Bella hacia la carreta. Conociendo la costumbre que tenía aquel jamelgo de frenar veinte metros más adelante de lo adecuando, tiró de las riendas mucho antes de alcanzar su objetivo. Y como era de temer, el grandísimo hijo de yegua clavó instantáneamente los cascos, lanzando a su jinete por encima de su cabeza. Con un nuevo grito muy parecido al anterior aunque esta vez motivado por el espanto, Paulina salió volando y acabó por estrellarse contra la parte trasera de la carreta, quedando inconsciente. Lila se había puesto en pie para no peder de vista el repentino ataque de su guerrera. Pudo así ver el desenlace de la cabalgada, y se llevó un apretado puño a la boca en cuanto Paulina se estrelló. Sin embargo, en cuanto vio que los tres hombres de la carreta se apeaban, sorprendidos, y rodeaban a la indefensa Paulina, no lo dudó. La obligación de una ayudante era socorrer a su guerrera, incluso en las situaciones más desesperadas. Saltó el terraplén por tanto, y remangándose sus faldas echó a correr hacia el grupo. Se plantó así tras los hombres que rodeaban a Paulina, y ruborizada y jadeante por el esfuerzo de la carrera, les gritó: –¡No os atreváis a tocarla! Los tres sujetos se volvieron con parsimonia. En cuanto la vieron allí, sonrieron. Sus sonrisas no los hacían parecer menos amenazadores, sino más. Uno de ellos dijo: –Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Otra jovencita perdida... ¿No querrás unirte también a nuestra expedición? –¡No! –respondió Lila con firmeza, más de la que sentía. La voz le tembló algo al proseguir, aunque intentó parecer dura amenazándolos con el dedo. – ¡Dejadla en paz! Marchaos, o... –¿O qué? –sonrió aún más el primero, avanzando hacia ella lentamente, seguido por los otros dos a su lado. –Uh... –Lila se dio entonces cuenta de lo indefensa que estaba. Ni siquiera tenía un palito como el de su hermana, y aunque lo hubiera tenido, no habría sabido qué hacer con él. Retrocedió un paso, mientras los tres hombres la rodeaban. Paulina recobró la conciencia poco a poco, con la típica sensación de "¿dónde estoy?". Se masajeó la dolorida cabeza, incorporándose. ¡Ah, sí, las vírgenes a las que había que salvar! Pero... Vio entonces las espaldas de los tres hombres. Rodeaban a una chica, que se debatía y gritaba. La estaban atando o algo... ¡Era Lila! Paulina se puso en pie de un salto, dispuesta a lo que fuera... Trastabilló y a punto estuvo de caer de nuevo. El golpe la había mareado y desorientado. Pese a ello, se sobrepuso, dirigiéndose hacia la espalda del más próximo de los hombres, sin que este se diera cuenta de ello. –¡Ejem! Hola... –dijo, al tiempo que palmeaba su espalda. Como era de esperar, el tipo se volvió, sorprendido. Paulina no perdió el tiempo con explicaciones, sino que le arreó tal patada en la entrepierna que el sujeto dio un saltito en el aire. Su cara de sorpresa se acentuó entonces, y con los ojos bien abiertos y los carrillos hinchados cayó al suelo, al tiempo que gemía débilmente. –¡Paulina! ¡Menos mal! –gritó entonces Lila al verla, con una satisfactoria expresión de alivio en su cara. Los otros dos se volvieron entonces, al tiempo que ella sacaba su espada, una buena imitación de la de Xena. Procedió a moverla en molinete por encima de su cabeza. Al primer giro pasó justo por delante de las narices de uno de los asaltantes, que quedó lívido del susto. –¡Malditos secuestradores de vírgenes de Hestia! –gritó Paulina, fuera de sí, entusiasmada. – ¡Os voy a cortar los cojones!
  • 7. Los dos aludidos quedaron pasmados ante ella, y no dudaron ni un instante en volverse y salir huyendo despavoridos hacia el bosque. Lila se le acercó entonces, con su pelo revuelto –tanto como sus ropas; a saber qué habían intentado esos tipos – y una expresión arrebatada de alivio. Paulina recibió un muy interesante abrazo, que aprovechó para pasar su mano por la cintura de la muchacha. –¿Cómo estás? ¿Te has hecho daño? –El interés que mostraba Lila por su salud era muy agradable, se dijo Paulina mientras la tranquilizaba. –Nada, nada, no te preocupes. No hay quien pueda con Paulina... –sonrió, al tiempo que bajaba aquella mano hasta un amplio aunque firme trasero, que agarró con fuerza. –¡Paulina! ¿Ya estamos? –La muchacha se apartó entonces de su lado, escapando como siempre... Maldición, se dijo Paulina... Ni por esas... joder... Habría que cambiar de tema, otra vez... V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m –Bueno, ahora tenemos que ocuparnos de estas pobres vírgenes secuestradas. –dijo, al tiempo que se volvía hacia las ocho mujeres. Estas se habían reunido en un grupo al pie de la carreta, y no parecían ni asustadas ni aliviadas. Además, la verdad era que sus ropas no eran las propias de unas vírgenes de Hestia; no dejaban mucho a la imaginación, por no decir que lo que se veía resultaba muy interesante... –Podéis marchar por donde habéis venido, hacia del templo de Hestia. –les anunció con expresión magnánima. Extrañamente, siguieron sin parecer agradecidas, antes bien sorprendidas o preocupadas. –No tenéis nada que temer ahora... –insistió, dirigiéndose hacia ellas. Aprovechó para echar un buen vistazo hacia aquellos escotes, que tantas y tan bien formadas cosas dejaban ver... – Yo misma os escoltaré hasta el templo, si hace falta... El grupo se cerró en un corrillo entonces, al tiempo que varias de ellas se encogían de hombros y hacían algún curioso gesto con sus índices contra sus sienes. Tras una larga sesión de cuchicheos entre el corrillo de las presuntas "vírgenes", al fin este se disolvió y varias de ellas se dirigieron hacia Paulina, sonriendo. –Muy bien, hermosa y valiente guerrera, te agradeceremos nuestra liberación como sólo nosotras podemos hacer... –le dijo una de ellas, mientras las demás le sonreían de forma claramente provocativa y la rodeaban por todos lados. "Coño, qué vírgenes más raras", se dijo Paulina, muy consciente de lo insinuante de los gestos que le dirigían. Tras un buen rato de reflexiones –por no mencionar las excitantes caricias que le fueron dedicadas por aquellas "vírgenes" –Paulina se encogió de hombros y se dijo "¡qué carajo!". Sonriendo también, se dejó arrastrar por todas ellas tras unos cercanos matorrales. Allí, en medio de una confusión de brazos y piernas y oyéndose una variedad de "ooohs" y "aahhhs", ocurrieron durante largo rato una serie de cosas que provocaron que Lila, que se había limitado a contemplar el desarrollo de la escena paralizada de asombro, acabara con toda su cara de un intenso color rojo tomate. FIn TU OPINIÓN EN EL FORO