La poesía de posguerra en España se desarrolló principalmente de dos formas: 1) La poesía arraigada de los años 40 se centró en temas amorosos, religiosos y patrióticos usando formas clásicas como el soneto. 2) La poesía desarraigada o existencial de la misma década expresó el dolor, desesperación y angustia individual ante un mundo caótico usando un lenguaje directo. En los 50 surgió la poesía social que pretendía denunciar injusticias y solidarizarse con
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La lírica de posguerra
1. LA LÍRICA DE POSGUERRA, DESDE LOS AÑOS
CUARENTA A LOS SESENTA
Sus antecedentes los encontramos en la poesía de los años treinta, cuando ésta abandona
el tono deshumanizado vanguardista y comienza la rehumanización. Durante la guerra,
la poesía alcanza una gran actividad como arma de propaganda política.
Panorama de la poesía tras la guerra
La Guerra Civil supuso una fractura traumática en todos los ámbitos de la vida española
y, por supuesto, también afectó a la literatura. Al acabar la contienda, el panorama
cultural quedó profundamente empobrecido, debido tanto a la muerte y al exilio de
numerosos escritores, como al clima de censura, aislamiento y desconfianza hacia la
cultura.
Unamuno y García Lorca murieron en 1936, aunque, tras la guerra, permanecen en
España algunos componentes de la generación del 27 como Dámaso Alonso, Vicente
Aleixandre y Gerardo Diego. Junto a ellos, encontramos otro grupo de poetas que
comenzaron a escribir en los años treinta, la llamada generación del 36 (la primera
generación de autores después de la guerra).
La poesía de los años cuarenta. La generación del 36
Componen este grupo los poetas que vivieron y padecieron la guerra en plena juventud
y la mayoría luchó en uno u otro bando, de ahí que también se les califique como
generación escindida.
Tras la guerra, se marcan las dos grandes tendencias poéticas representativas de los años
cuarenta: la poesía arraigada, que se manifiesta en forma de neoclasicismo garcilasista,
y la poesía desarraigada o existencial, de tono trágico y expresión más sencilla.
a. La poesía arraigada. La lírica de la generación del 36, recogida en las
revistas Escorial y Garcilaso, aspiraba a la serenidad clásica renacentista.
Recibe el nombre de poesía arraigada porque es aquella que crece y se nutre
sin angustia en un mundo que consideran harmónico y ordenado.
El garcilasismo, o la revaloración de Garcilaso, había comenzado en 1936,
con la celebración del cuarto aniversario de la muerte del poeta renacentista.
Pero, en los años de posguerra deriva hacia la valoración de las formas
clásicas, sobretodo del soneto, y el predominio del tema amoroso religioso y
patriótico. Se inscriben en esta tendencia Luis Rosales o Dionisio Ridruejo.
b. La poesía existencial o desarraigada . Esta corriente lírica aparece en 1944
con Hijos de la ira de Dámaso Alonso y revistas como Espadaña. También
aparece en 1944 Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre, de tono menos
desgarrado, pero de concepción existencial.
2. La poesía desarraigada, de tono trágico, existencial, se centra en el ser
humano, en su dolor, desesperación y angustia ante un mundo caótico.
Manifiesta un sentimiento de desarraigo, emparentado con el tremendismo
narrativo del momento.
El tema religioso, frecuente en esta poesía también, adquiere un tono
existencial, patente en las abundante invocaciones y preguntas a Dios sobre
el sentido del sufrimiento humano. A veces, subyace en esta poesía cierto
tono social, por ejemplo cuando alude al entorno y expresa el sufrimiento
colectivo, no sólo el individual. En ese sentido, la lírica existencial prepara el
camino hacia la poesía social de los años cincuenta.
En cuanto al estilo, rechazan la estética serena y armónica del garcilasismo y
se inclinan por un lenguaje directo, coloquial, duro y apasionado.
Representan esta tendencia Dámaso Alonso, Eugenio de Nora, y en cierta
forma, José Hierro, que es un poeta de difícil clasificación y, al mismo
tiempo, muy representativo de su época, porque combina poemas de tono
existencial con la aceptación de la realidad.
La poesía social de los años cincuenta
En torno a 1950 la poesía existencial evoluciona hacia la poesía social, se pasa de
expresar la angustia individual a manifestar la solidaridad con los demás. En 1955 se
publicaron dos libros que marcan el nuevo concepto de la poesía, Pido la paz y la
palabra, de Blas de Otero, y Cantos Íberos, de Gabriel Celaya. Ambas obras abandonan
el tono existencial y proponen una lírica que sea testimonio de la realidad, que recoja los
problemas del ser humano en su entorno.
Es la lírica paralela al realismo social narrativo y, como la novela, pretende incidir en la
vida política mediante la denuncia de la injusticia y la solidaridad con los oprimidos.
Así, se considera la poesía como un instrumento para transformar la realidad, por eso
recibe también la denominación de poesía de urgencias.
Los temas de que trata la poesía social son la alienación, la injusticia y la solidaridad. Es
decir, plantea temas que afectan a la colectividad. El estilo es sencillo, cercano al
lenguaje coloquial, a veces prosaico y muy expresivo, pues pretende llegar a la
“inmensa mayoría”.
El auge de la poesía social se dio entre 1955 y 1960; sin embargo, en los primeros años
sesenta, como ocurría con la novela, comienzan las primeras críticas al simplismo y a la
baja calidad de la poesía social.
La evolución de la poesía social en la década de los años sesenta
Hacia 1960 comienzan algunas críticas a la poesía social, por su esquematismo temático
y por su pobreza estilística y, como sucede en los otros géneros, se tiende a una
renovación. Los nuevos poetas muestran una sensibilidad diferente que caracteriza la
lírica de la década de los sesenta. Sus representantes son los componentes de la
generación de los años cincuenta, también conocida como la promoción de 1955.
3. La promoción de 1955. Forman la promoción de 1955 los poetas nacidos entre 1925 y
1934, que vivieron la guerra en la infancia e iniciaron la edad adulta en la inmediata
posguerra. Por eso se les conoce también como el grupo de los niños de la guerra.
Aunque casi todos empezaron a escribir a finales de los años cincuenta, su poesía es la
que marca el tono en la década de 1960 y supone un cambio respecto a la poesía social.
Representan este grupo Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel
Valente, Francisco Brines, Claudio Rodríguez... y los poetas de la “Escuela de
Barcelona”: Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín de Goytisolo. A pesar de
las diferencias individuales, estos escritores comparten unos rasgos que distinguen su
obra de la poesía social; éstas son sus principales características:
a. En los temas, la poesía expresa la experiencia personal y, aunque no
abandona lo social, interesa fundamentalmente la perspectiva del yo del
poeta. A menudo las composiciones parten de una anécdota de la vida
cotidiana y, sobre ella, se construye el poema como una reflexión. Así,
vuelven los temas intimistas, entre ellos el amor o el erotismo, la soledad, la
amistad y los recuerdos de la niñez o la adolescencia.
b. La actitud crítica ante el entorno, característica de la poesía social, se
manifiesta como una reflexión cívica o ética. La lírica se aleja del tono
político y aparece la expresión irónica, confidencial o cómplice respecto al
lector.
c. Tiende a valorar la expresión poética, es decir, recupera el gusto por la forma
y se aleja del prosaísmo o del tono dramático de la poesía existencial.
Emplea un lenguaje natural y antirretórico, a veces coloquial, que recuerda a
Cernuda, pero nunca vulgar ni altisonante. En conjunto, supone una poesía
más minoritaria que la social, porque se expresa mediante cierto simbolismo
y con tono irónico.