El Ocio y la Industria del Ocio van adquiriendo una importancia creciente en la vida económica de las personas mas allá de un nivel de satisfacción de las necesidades básicas
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EL VALOR ECONOMICO DEL OCIO.
Manfred Nolte
Las extintas Cajas de Ahorros tenían la vocación y el buen gusto de sumarse a la
celebración mundial del día del ahorro, que tenía lugar todos los años
coincidiendo con el último día del mes de octubre. Bilbao Bizkaia Kutxa,
precursora de Kutxabank, se unía fielmente cada ejercicio a la referida efeméride.
A tal efecto y para otorgar realce a los actos solían requerirse los servicios de
personas de alta cualificación a los que se cedía la tribuna de la central financiera
para pronunciar una disertación relacionada con la noble -hoy duramente
castigada por las políticas monetarias ultralaxas- virtud del ahorro. Al acto
correspondiente a octubre de 1994 fue invitado el prestigioso economista
norteamericano John Kenneth Galbraith. De Galbraith es aquella famosa frase de
que "la memoria financiera dura unos diez años. Éste es aproximadamente el
intervalo entre un episodio de sofisticada estupidez y el siguiente,” recordatorio
que debiera erizar nuestros cabellos ante el cumplimiento largo de la década que
nos separa del estallido de la última gran crisis global.
Pero en aquella ocasión el destacado economista canadiense que cursó una
brillante carrera docente en las Universidades de Harvard y Princeton mencionó
una línea de política económica revolucionaria que ya había presentado de
víspera en la recepción privada que le brindó el Lehendakari Ardanza en Vitoria,
y en la que tuve la suerte de estar presente. “Promuevan Ustedes actividades del
ocio. La industria del ocio está llamada a gozar de un pletórico futuro”,
recomendó vivamente el profesor ante la perplejidad de los presentes, cuando en
Euskadi se vivían entonces días difíciles en un escenario de dura reconversión
industrial.
El término ocio es evidentemente polisémico. Durante siglos se ha tenido al
ocioso como aquel que no se ocupaba de cosa alguna, que ‘no tiene oficio ni
beneficio’ y al ocio como ‘el origen de todos los males’ incluyendo la vagancia y la
desocupación de los marginados y delincuentes. De Ignacio de Loyola se cita su
insistencia porque ‘ninguno de los suyos se hallase ocioso’. El término se ha
transformado hacia un significado valioso, un sinónimo positivo y polifacético de
tiempo libre. Hoy, por ocio se designa el descanso gratificante y necesario con
independencia de quien realiza o ha realizado actividades productivas, “el
elemento compensador de las condiciones de trabajo y de la vida moderna”, como
se describe en la ‘carta del ocio’ elaborada en 1966 en la ciudad francesa de
Colmar. Naturalmente que sigue existiendo un espacio de ocio nocivo, ocupado
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por quienes dedican sus vidas a su propia degradación -alcohol, drogas,
ludopatía- y/o a la de los demás. Ese capítulo constituye el de las externalidades
negativas del ocio, que no nos atañe en este lugar. En 2019 el ocio ocupa un
espacio central en la realidad cultural, social y económica de nuestro planeta,
creciente con el desarrollo de la renta media de sus pobladores, y progresivo,
como queda explicitado en la bien conocida pirámide de las necesidades humanas
y la autorrealización de Abraham Maslow.
La economía nos dice que renta y ocio son bienes sustitutivos, de tal manera que
el desarrollo económico de los individuos de forma natural conduce a mayores
niveles de adopción del bien ocio, una vez que estos se instalan en estratos de
renta y riqueza superiores. En realidad, la disposición de una persona a trabajar
depende de sus preferencias entre trabajo y ocio, el salario vigente, las
características del trabajo y algunos otros factores. El salario es el coste de
oportunidad del ocio. Un aumento del salario produce en la persona un efecto
precio, cediendo ocio y ampliando su tiempo de trabajo (efecto sustitución
Slutsky/ Hicks) pero a su vez el referido aumento mejora su situación económica
con lo que cederá horas de trabajo en busca de un mayor ocio debido a un efecto
renta. El efecto conjunto es variable según personas.
El ocio se considera también en economía por su asociación con la productividad
laboral. Un número de horas óptimo influye positivamente en aquella, pero más
allá de dicho valor el ocio puede tener un efecto de sustitución en el trabajo e
influir negativamente en la referida productividad.
La industria del ocio considera al turismo, la cultura y el deporte como aquellas
actividades de ocio más directamente monetizadas y medibles. El cómputo del
impacto económico tiene en cuenta su incidencia en el PIB, pero también el
empleo, la tributación, el efecto intersectorial, la imagen territorial y otros
factores. No es fácil dar cifras agregadas y homogéneas de lo que el mundo del
ocio mueve en el planeta en términos de porcentaje de PIB, y tampoco son muy
tenaces los intentos por alcanzarlas institucionalmente, a pesar de existir
convenios y compromisos de diverso alcance. Puede estimarse que, en España, el
turismo represente en torno al 11% del PIB, la cultura el 3% y el deporte un 2,6%.
Cuantificar y homogeneizar las cifras de la cadena de producción del ocio a nivel
planetario no es tarea posible pero la muestra de la economía española es
suficiente para extrapolar la estimación de su gran impacto económico.
El ocio tradicional está al alcance solo de personas cuyas necesidades básicas
están cubiertas. Pero existe paralelamente un ocio altruista o simplemente no
compensador, cultural, deportivo o de evasión, que no se incluye en el PIB. En el
PIB solo cabe incluir la economía monetizada y como tal debe tener un precio.
Son millones de personas las que dedican su ocio a labores no monetizadas. A
aquellas actividades u ocupaciones dotadas de un gran valor pero que no tiene
precio.