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LA ESCUELA CÍNICA


                                                       Rosario Miranda Juan
                               Departamento Filosofía LE.S. Teror, marzo 1998



     - ¿Qué quieres de mí? -dijo el rey
     - Que te apartes y no me quites el sol -contestó el sabio.
     El sabio y el rey suelen encontrarse en los cuentos, en las leyendas y en las
anécdotas. En ésta el reyes Alejandro Magno, Alejandro el Grande, el monarca
veinteañero, hermoso, rubio, afeitado, aficionado al baño y al aseo, refinado, fas-
tuoso, explorador de la Tierra, amo del mundo, jefe de tropas y señor de pueblos.
Yel sabio es Diógenes el cínico, Diógenes el Perro, el filósofo desarrapado, bar-
budo, maloliente, mendigo, habitante de un tonel, dueño de una capa y de un
morral, dominador de sí mismo y amo de su libertad.
     Diógenes y Alejandro son dos arquetipos, dos símbolos o concepciones del
poder y la gloria: la opulencia ilimitada que exige preocupación y desvelos, y la
indigencia voluntaria y radical que proporciona una autosuficiencia y una liber-
tad invulnerables. Los dos hombres llevan bastón: el de uno es cetro, insignia
de legitimidad real que sólo un hombre de entre todos puede tener y requiere el
reconocimiento de los demás; el del otro es un palo de madera, un pedazo de
leña del que cualquiera puede servirse autónomamente "en la cotidianeidad. Un
hombre lo tiene todo, el otro no quiere nada, uno domina el mundo, el otro se
gobierna a sí mismo, uno es el cero, otro el infinito, uno la plenitud y otro la
nada. ¿Qué vale más?, ¿qué es mejor?, ¿cuál de ellos es más feliz? Este es el
enigma que se dibuja en esta anécdota, y esta es la cuestión esencial del cinismo
como pensamiento.

                                                                               325
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      Como otras anécdotas que ponen a Diógenes, a Crates, y a otros cínicos
frente a un rey o tirano -Filipo, Perdicas o Antípatro-, el encuentro entre
Diógenes y Alejandro carece de base histórica. De haber sucedido realmente
tuvo que haber sido en Corinto, único lugar en que coincidieron los dos y desde
el que Diógenes partió para establecerse en Atenas, donde Alejandro nunca estu-
vo. Pero cuando Alejandro pasó por Corinto todavía no había ido a Asia ni había
dominado el mundo, no era el conquistador magno y magnánimo que da senti-
do y valor simbólico al episodio que coloca a estos dos hombres frente a frente.
Esta falta de historicidad es extensible a casi todo lo relacionado con los prime-
ros cínicos: Antístenes, Diógenes, Crates e Hiparquia.
      El cinismo no fue una escuela a ~esar del título de esta ponencia. Una escue-
la filosófica era una doctrina o inspiración intelectual mantenida por un grupo de
personas dirigidas por un escolarca, y un edificio o sitio fijo de encuentro.
Antístenes acostumbraba a conversar en el gimnasio de Cinosarges, lugar de
donde procedería el nombre "cínico", como "estoico" del pórtico Stoa o, "aca-
démico" del jardín de Academo ; tal gimnasio solía ser frecuentado por jóvenes
y forasteros de baja estofa y condición, lo cual es coherente con el cinismo, que
siempre tuvo marginados entre sus seguidores y desposeídos entre sus adeptos.
Pero los cínicos nunca tuvieron afición por la Escuela; es más, eran enemigos
explícitos de ella, y además Antístenes no compartió el repudio por las ciencias,
las normas y las convenciones, ni tuvo el talante provocador que caracteriza al
cinismo. Por otra parte, este filósofo fue discípulo de Gorgias ante de serlo de
Sócrates, y también maestro sofista ; puede que enseñara en el gimnasio de
Cinosarges y cobrara por ello, que es la forma en que algunos interpretan la noti-
cia de que "espantaba a muchos con su bastón de plata". Cuando conoció a
Sócrates lo dejó todo, posesiones y costumbres; recorría diez kilómetros diarios
para llegar hasta él, fue su discípulo allegado y su amigo y acompañó al Maestro
en sus últimas horas, en la prisión. La mayoría de los historiadores de la filoso-
fía dicen que Antístenes fue un precedente y no el fundador del cinismo, cuyo
nombre y rasgos distintivos se deben a Diógenes el Perro, Kyon, y que no hubo
una cadena de maestros y discípulos desde Sócrates hasta Zenón el estoico :
Sócrates de Antístenes, Antístenes de Diógenes, Diógenes de Crates, Crates de
Zenón. Antístenes y Diógenes habrían sido dos filósofos de formación distinta y
propia, y el primer cínico sería Diógenes.
      Esta manera de ver la Historia no pone en entredicho, pero sí soslaya, el
carácter socrático del cinismo, su tradicional calificación como escuela socráti-
ca. Todas las clasificaciones son arbitrarias, las que establecen una lógica en la
historia del pensamiento también. Las ideas no son luces que se encienden en el
cerebro de un hombre, y luego ese hombre las transfiere, como un testigo, a otros
cerebros. Las ideas están en un ambiente y en un lenguaje que muchos cerebros

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LA ESCUELA CÍNICA




y corazones comparten. La preocupación por la moral y por la práctica del bien,
su dependencia o independencia de la política, o la inquietud por la armonía y
la salud del alma fueron cuestiones que despuntaron, no en una persona u otra,
sino en la conciencia de la Atenas clásica, y por eso todos los filósofos de allí y
de entonces están emparentados. Fuera de eso, el cinismo no sería un movi-
miento filosófico enraizado en las enseñanzas de Sócrates sino una actitud o
manera inaugurada por Diógenes, un pensamiento y un modo de actuar provo-
cador, sarcástico, impúdico y ajeno a la mesura y al tono edificante del maestro
de Platón. Esa "manera" en que consiste el cinismo se transmite en clave de ini-
ciación, no de aprendizaje; no se enseña, se contagia; suscita vocaciones y con-
versiones más que comprensión y conocimiento. En este sentido, si pensamos en
la personalidad magnética, mesiánica, contundente, irradiadora, sentenciosa y
ejemplar de Sócrates, si pensamos en cómo Platón o Antístenes fueron "tocados"
por él, igual que Crates y Metrocles lo fueron por Diógenes, cabría hablar, más
que de un Diógenes socrático, de un Sócrates diogénico.
     La actitud cínica fue iniciada en Occidente por Diógenes de Sinope en el
siglo IV a.e. Sabemos de ella por algunos cronistas de la Antigüedad, el princi-
pal Diógenes Laercio. Más que exposiciones, teorías o doctrinas, los cronistas
refieren algunas máximas y cuentan muchas anécdotas. Esa información proce-
de a su vez de la tradición oral, de libros que habrían escrito los cínicos y de los
que no se conserva nada, y de obras literarias como algunas vidas de Diógenes,
que, como las vidas de Alejandro, proliferaron en la Antigüedad. A partir de esas
parcas fuentes poseemos sobre los cínicos un saber breve, plástico, popular y grá-
fico, en el que es imposible deslindar la ficción o el añadido literario de la reali-
dad. Por tal motivo hay quienes restan peso al cinismo y menosprecian su impor-
tancia filosófica. Pero también puede abordarse este asunto desde otra óptica.
     El cinismo es una forma de ver las cosas que desemboca automáticamente
en una manera de vivir la vida; es una comprensión del hombre que engendra una
dedicación; es una inteligencia práctica, un ideal que se encarna en la cotidianei-
dad. Quien ve el mundo a la manera cínica cambia de vida. Nadie es cínico sin
convertirse en cínico. El cinismo no es una teoría intelectual sino una postura
vital. No hay escuela cínica, hay personas y situaciones. El cínico no es un teóri-
co, es un héroe. Y los héroes se prestan a la anécdota, a la leyenda, al modelo, al
ejemplo, al quién y al qué simbólicos y míticos más que a la veracidad y a la his-
toricidad, sin que ello sea necesariamente peyorativo o descalificatorio. La leyen-
da no tiene menor rango ontológico que la Historia; incluso es más fuerte y
resistente que la realidad. Cuando se hace leyenda, la Historia se queda, vive en
muchos, interesa, está presente, tonifica e ilumina, es memoria viva y no memo-
ria vana. La potencia de la Historia podría medirse en su capacidad de convertir-
se en ficción. Hay una densidad especial, un peso mayor, no menor, en las per-

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sanas que devienen personajes y en las acciones que, por atinadas, paradigmáti-
cas o reveladoras, se convierten en anécdotas. Lo legendario y lo anecdótico son
signo de la originalidad, la fascinación, el poderío, la capacidad de repercusión y
de resonancia de los hombres y gestos que les dieron origen y que, habiendo o no
existido en la realidad, han surcado la Historia en alas de la memoria viva y han
sido actualidad en todos los tiempos. El gesto simbólico, el acto significativo son,
como el mito, populares, universales y siempre actuales. Alejandro y Diógenes,
el nudo gordiano y el tonel, el perro y el dios, han traspasado el tiempo perece-
dero de la Historia y se han situado en el ubicuo lugar del tópico y en el eterno
presente de los mitos, los símbolos, los personajes y los héroes.
     El cínico materializa un ideal, es un hombre valeroso, decidido y emprende-
dor frente a los deseos superfluos: es un héroe. Y el héroe es ejemplar, da ejem-
plo, afecta a los ojos de los otros y a la conciencia ajena. Diógenes manejaba deli-
beradamente esta faceta de la acción, pues se ofrecía a sus contemporáneos en
espectáculo; también por eso son anécdotas lo que nos ha llegado de él. Era el
artista de una representación en la que obra y vida coincidían, "actuaba" en el
sentido histriónico, además de moral, de la palabra; su obra era su vida, su acción
su actuación y sus actos escenas. Su incidencia no venía dada por su palabra sino
por su singularidad. No era un maestro, era una curiosidad. La comunicación de
Diógenes con sus conciudadanos no pasaba por el argumento coherente o el dis-
curso persuasivo: se establecía a través del espectáculo impactante, del dicho
ocurrente, del gesto memorable y teatral, elementos de una representación escan-
dalosa cuyo objeto era provocar. El lunático, el santo, el Sócrates furioso o enlo-
quecido, como le llamaron, cultivaba en realidad, de manera no espontánea ni
natural, sino calculada, ensayada y afectada, un estilo insolente, irónico, grosero,
soez, sarcástico, cáustico, agresivo, desvergonzado, indecente, mordaz, exagera-
do, chillón, desagradable, caricaturesco, desafiante, amante de la desfachatez, la
mueca, el exhibicionismo y el improperio, formas estudiadas y asumidas con la
finalidad de causar una impresión, de lograr un efecto escénico que escandaliza-
se, zarandease, y revolviese una respetabilidad hipócrita y necia y una idelogía
estúpida. "Cínico" designa, por ello, también, una actitud o discurso de absoluta
franqueza, una mirada descamada, radiografiadora de las cosas por la que quizá,
a pesar de ser golpeada en sus objetivos y en su autocomplacencia, la ciudad
aceptó sus críticas tremendas e incluyó a Diógenes entre sus sabios.
     Para el cínico la doctrina es vida y la vida es testimonio, y el intelectualis-
mo carece de interés. El cinismo es un camino pretendidamente breve y volun-
tarioso hacia la virtud en contra del proceder habitual de las escuelas filosófi-
cas, que consideraban indispensable la acumulación de conocimientos como
propedéutica para la filosofía y además vivían hipócrita o imperfectamente lo
que decían. Es una forma de pensar crítica y subversiva que, frente a la filosofía

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LA ESCUELA CÍNICA




teorética y a la retórica, desenmascara la seriedad, el engolamiento, la pesadez y
la inutilidad de las ideas solemnes. El cinismo fue una militancia contra la pro-
pia práctica de la filosofía, un desinterés por la teoría y una manera de filosofar
deliberadamente ajena a los sistemas y accesible a cualquiera dotado de volun-
tad. El cinismo es un camino corto, simple, claro y contundente hacia la virtud,
se realiza sólo en la acción y no necesita del conocimiento, sólo de la voluntad
y del esfuerzo. Hacer filosofía consiste en conducirnos bien. Lo que hay que
hacer con el conocimiento es desaprenderlo.
     Este rechazo de los sistemas filosóficos y de la teoría en general, además de
la circunstancia de estar anclado en la leyenda y en la anécdota más que en la
historicidad, ha proporcionado al cinismo la etiqueta de escuela o filosofía
"menor". Con la hermenéutica y la importancia de los filósofos pasa lo mismo
que con la medicina y el valor de las costumbres para la salud del cuerpo: hay
modas, clasificaciones varias y distintos criterios. Son motivos extrínsecos a un
pensamiento los que deciden su carácter importante o periférico. Que Sócrates,
Platón y Aristóteles sean "mayores" y Diógenes, Epicuro o Zenón "menores" es
una convención de los historiadores que, como los astrónomos cuando estaban
apegados al círculo, privilegian el clasiscismo, consideran el helenismo una
decadencia y juzgan la decadencia menos digna que el esplendor. A ese prejui-
cio se debe también que se hable de presocráticos, socráticos y escuelas socráti-
cas. Que entre nosotros Platón y Aristóteles sean los grandes filósofos, y cínicos,
epicúreos o estoicos sean pequeños o menores, obedece a la tradición escolásti-
ca desde la que se confeccionan todavía los programas académicos de Historia
de la Filosofía. Seguramente no hay filósofos mayores o menores sino más o
menos relevantes o pertinentes en cada momento. Las abstractas construcciones
metafísicas del escolarca del Liceo, fabulosamente erudito, rico, metódico, dis-
ciplinado, sistemático, enciclopédico, y las muecas y las concretas recomenda-
ciones cotidianas del exiliado mendigo, calculadamente grosero y ofensivo,
autor de pocas obras si es que escribió alguna, y detractor de toda ciencia, son
igualmente fascinantes e interesantes. Pero en una época como ésta en que los
hombres se crean necesidades falsas y se rodean de cosas inservibles para que la
economía siga creciendo, y producen para trabajar en lugar de trabajar para pro-
ducir, a lo mejor, contra los prejuicios académicos de lo mayor y lo menor, es
más conveniente hablar del cinismo que de la materia, la forma, la sustancia y el
accidente a la hora de dar a la gente cultura general. Porque Diógenes, Crates e
Hiparquia, a despecho de su simpleza y de su obscenidad, tenían un pensamien-
to fuerte y sacaban a relucir cuestiones importantes.
     Es importante lo que todo el mundo hace, y lo que todo el mundo hace todos
los días. El cínico toma en consideración las cosas comunes, primarias, elemen-
tales, humildes de la vida; las saca de la intimidad y de la privacidad y les con-

                                                                               329
SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA -   AÑo VII



fiere valor simbólico. Asearse, comer, vestirse, orinar, fornicar, masturbarse, de
esas "vulgaridades" se ocuparon los cínicos, y esas son las cosas que salen a
colación cuando se habla de ellos.
     El hombre es un ser hipócrita. Ha desarrollado una inmensa parafernalia de
instituciones, normas y convenciones a la que llama cultura y progreso, con la
finalidad de ocultar y disfrazar, de sofisticar, complicar y convertir en secunda-
ria y respetable la simplicidad en que consistimos. Complicamos esa simplici-
dad mediante el atuendo elaborado, el arte culinario, la palabra rebuscada, la
ciencia o el matrimonio, herramientas que lejos de mejoramos nos esclavizan, y
no por orden de nadie sino por obra nuestra y voluntad propia. La cultura es una
carga de falsas necesidades y convenciones agobiantes y falaces. El progreso no
nos sirve para ser felices, que es lo que todo el mundo quiere ser; sus ventajas
son una ilusión. Pero esta situación es reversible: como hemos sido nosotros
quienes hemos entrado en ella, también nosotros podemos salir. Podemos alla-
nar lo que hemos embrollado, desaprender lo que hemos aprendido, destruir lo
que hemos construido, deshacer lo que hemos hecho. Podemos volver atrás, qui-
tar vigencia a los códigos aceptados, despreciar las conquistas técnicas y cultu-
rales ; podemos desheroizar a Prometeo, volver a la naturaleza y asilvestrar la
vida. Podemos cambiar el valor de las cosas y volver del revés la cultura.
     En este sentido se suele interpretar desde un punto de vista simbólico un
episodio de la vida de Diógenes y su máxima correspondiente : Diógenes fue
condenado en Sinope al destierro por falsificar moneda ; esa fue la causa de
que llegara a Atenas, donde dijo: "yo soy un monedero falso", o "yo trnsfor-
mo las monedas". Dado que "nomisma" (moneda) y "nomos"(ley, convención,
institución) derivan de la misma raíz, se traduce la máxima con el doble senti-
do de "yo falsifico las monedas" y "yo trasmuto los valores", con lo que
Diógenes se habría vanagloriado a la vez de un delito común y~ de una subver-
sión espiritual a gran escala. Más que traicionar al traducir, el traductor y el
hermeneuta, como el científico con los hechos, construyen mientras interpre-
tan, y después de Nietzsche seguimos construyendo a Diógenes, seguimos
dando de él versiones. Dijera o no dijera la sentencia de Nietzsche, Diógenes
fue un superhombre, y "yo transmuto los valores" podría haber sido su lema
toda la vida.
     Podemos cambiar el valor de las cosas y dejar de necesitar todo lo que no
es imprescindible y a cambio de lo cual hipotecamos la vida y la libertad. La
voluntad puede lograrlo. Cada individuo puede hacerlo siguiendo una consigna:
autosuficiencia, autarquía práctica, individual y libertaria. La tarea de la volun-
tad es el endurecimiento personal, la disciplina, el ascetismo, una especie de
atletismo moral que elimina los deseos superfluos y nos hace invulnerables a
cualquier contratiempo, logrando así que la vida sea excelente.

330
LA ESCUELA CÍNICA




     El cínico consiente con la privación cuando se le presenta, pero también la
busca como entrenamiento: se expone al hambre, al frío, al calor, a los insultos.
Diógenes se revolcaba desnudo en la nieve y en las arenas ardientes, y cuando
Alejandro y su séquito se encontraron en Oriente con los gimnosofistas, una secta
de ascetas faquires hindúes, los tomaron por cínicos. En este ascetismo no hay
lógica de mortificación, sacrificio, culpa o castigo; es un camino hacia la libertad
y no un objetivo de la voluntad. La insensibilidad -apatía- y la serenidad, frutos
de la impasibilidad ante los bienes externos, los placeres y las pasiones, constitu-
yen la suprema aspiración del sabio cínico, y cualquiera puede ser un sabio cínico
con la sola ayuda de su voluntad. El cinismo, tan cáustico y nihilista, tan destruc-
tivo y negativo, tan disolvente más que disoluto, tiene sin embargo una confianza
ilimitada en la voluntad humana y en la buena dote del hombre desde el punto de
vista moral. El cinismo desprecia el intelecto y sobrevalora la voluntad.
     La voluntad no tiene que remediar, reformar o salvar al hombre: tiene que
destruirlo como construcción. Todas las cosas de las que el hombre se vanaglo-
ria y por las que se siente superior a los animales no valen nada. Debemos dejar-
nos de ínfulas y vanidades y volver a la naturaleza tomando por modelo a los
animales. Lo que llamamos humano no es loable; el hombre no es el más inteli-
gente sino el más necio, risible y ridículo de los seres. Vive mal, en constantes
presiones, daños mutuos y preocupaciones innecesarias mientras el ratón juega,
las cigüeñas y las grullas cambian de residencia ligeras de equipaje y los perros
aceptan lo que les echan de comer, copulan en público, se mean en las estatuas
de los dioses, no tienen oficio ni propiedades, no ansían dinero ni honores y
viven una vida sencilla y autosuficiente ajenos a la vergüenza, a la codicia y a
las convenciones sociales. Por eso, cuando Diógenes recibió el mote de "Perro"
como un insulto, se lo apropió con orgullo diciendo: "aquello por lo que nos lla-
máis perros son las cualidades que nos hacen superiores"
     Superiores se veían a sí mismos los cínicos. El "menos que humano" por el
que abogan es un "más que humano" también. Los rasgos salvajes y bestiales y
los rasgos divinos se tocan. Hay un parentesco entre lo natural y lo sagrado.
Diógenes juzga despectivamente al hombre, lo busca con la linterna y no lo
encuentra, lo desprecia. Y lo hace desde una posición de superioridad que no es
la del animal, o sólo la del animal. También los dioses, además de los perros, son
autosuficientes y están por encima o más allá de los modales de los hombres.
     La autosuficiencia es el criterio del juicio de Diógenes sobre la bondad o
maldad de la vida, ese es el rasgo de la animalidad que defiende. Y en pro de la
autosuficiencia deben perder vigencia todas las convenciones, hasta las más ele-
mentales y aceptadas : ir vestido, orinar, defecar, copular, masturbarse o comer
en la intimidad. Diógenes comía y se masturbaba en el ágora, y Crates e
Hiparquia fornicaban en público. Hacían profesión de animalidad. Transgredían

                                                                                331
SEMINARIO «ÜROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA -   AÑo VII



el pudor, la decencia, la vergüenza, el respeto cívico, el aidós, uno de los rega-
los de Zeus a los hombres para civilizar la vida según el mito referido por
Protágoras, algo cuyo valor todos los griegos compartían.
     La transgresión cínica de la decencia se expresa además en el no reconoci-
miento del tabú que pesa sobre prácticas que en los animales están desproble-
matizadas, como el incesto, el canibalismo, la necrofagia o la no sepultura de los
muertos. Edipo, Tiestes o Antígona no son personajes trágicos desde la óptica
cínica, aunque uno haya fornicado con su madre, otro haya comido la carne de
sus hijos y la tercera se enfrentara a la Ciudad para enterrar el cadáver de su her-
mano. Ningún animal ni ningún dios sufriría por tales cosas.
     El sexo es una necesidad corporal que debe satisfacerse del modo más lige-
ro posible, sin enredarlo con instituciones, amores, placeres o pasiones. El pla-
cer hace del hombre un insensato y un esclavo, la mujer es una tentación y una
fuente de daño, el amor es una enfermedad y un peligro, y el matrimonio una
complicación. Ni Afrodita, diosa del placer sexual, ni Cécrope, segundo rey de
Atenas, inventor de la monogamia y héroe civilizador, han hecho bien alguno a
los hombres. Hay que volver al salvajismo y aliviar los humores sexuales en
cualquier cuerpo, aunque sea de la misma sangre. En este asunto, y a pesar de la
apología del incesto -que heredaron los estoicos-, los cínicos fueron más radi-
cales que originales. Platón propone en la República un comunismo sexual, si
bien sólo para los guardianes, y más tarde los epicúreos predicaron una promis-
cuidad parca y funcional que permita relajar la tensión sexual y preserve del
amor apasionado. Descargar el semen -que se atribuía también a las mujeres-
contra un cuerpo cualquiera fue un ideal extendido en Grecia. También cínicos
y epicúreos rechazan el adulterio; no lo consideran malo, pero sí incómodo por-
que acarrea odios y problemas legales.
     A pesar de este parecer sobre el sexo, hay fragmentos cínicos que tachan la
homosexualidad de gratuita y degradante, cosa que no se entiende si se trata,
como dijimos, de librarse del semen con el primer cuerpo que pasa. Quizá sea
ésta una fisura en la coherencia aplastante del cinismo, igual que la inconse-
cuencia de Crates, que decía que antes morir que amar y luego vivió con
Hiparquia -hermana de uno de sus discípulos, una niña bien que se empeñó en
romper con todo para vivir junto a él y como él- una curiosa, intensa y alegre
historia de amor hasta el fin de sus días.
     Un cuerpo de tu sangre es un cuerpo más, y la carne humana es una comi-
da como otra cualquiera. Repelerla es efecto de prejuicios que los cínicos no tie-
nen. Comernos unos a otros no es tabú, y cada cual debería comer a su gente una
vez muerta. El hombre, como el buitre, puede comer cadáveres. El cadáver es un
fruto espontáneo de la tierra que preserva de trabajar para comer, pues es útil
como alimento al hombre y a los demás animales. Los cínicos no sienten la pro-

332
LA ESCUELA CÍNICA




pensión a proteger el cadáver enterrándolo. No hay que ofrecer a los muertos
honores funerarios sino comérselos o echarlos a las bestias. Lo mismo da pudrir-
se encima que debajo de la tierra, y nada repulsivo o reprobable hay en ser devo-
rado por aves, peces, gusanos u otros hombres hambrientos. Diógenes pidió que
se dejara su cuerpo insepulto para que cogieran pedazos los perros, o que lo arro-
jaran al río Ilisos para servir de alimento a los peces. Todo esto revela una des-
preocupación absoluta, sincera, literal, por el más allá de la muerte. No sólo por
la vida de ultratumba, que los cínicos tachan de superstición -Diógenes dice al
sacerdote órfico que la predica que si cree en ella por qué no se mata ya-, sino
por el propio cuerpo una vez ha dejado de vivir. Los cínicos entendieron de
manera radical y brutal lo que los epicúreos dijeron después: "cuando estoy yo
la muerte no está, y cuando está la muerte entonces ya no estoy yo". Acordes con
esta falta de reparo ante la muerte los cínicos defienden, como tantos griegos, el
suicidio. Aconsejan una muerte voluntaria, digna y responsable cuando circuns-
tancias demasiado adversas o una vejez extrema no dejen a la vida otra salida.
Dice la leyenda -que atribuye siempre una muerte propia a los héroes- que
Diógenes murió de indigestión a causa de haber ingerido un pedazo de pulpo
crudo; otra versión dice que murió a consecuencia de la mordida de un perro, al
que le disputaba, para comérselo, un pedazo de pulpo crudo; y otra que, como
Metrocles, otro cínico, y Zenón el estoico, se asfixió voluntariamente conte-
niendo la respiración, una técnica precisa de separación del alma del cuerpo
practicada en los círculos mágico-místicos, una forma de suicidio limpia y fácil
para un cuerpo anciano. Lo que sabemos de cierto es que ni peces ni perros se
lo comieron. Su cadáver recibió sepultura, y tiempo después de su muerte se
construyó sobre su tumba una estatua de perro, de fino mármol de Paros.
     Como el matrimonio, la privacidad, el enterramiento o la costumbre de
cocer los alimentos, la riqueza y la propiedad son instituciones desechables. Las
posesiones están en el alma, no en el bolsillo o en el corazón, no son materiales
ni afectivas. Tener no sacia y no sirve. La felicidad no consiste en tener cosas
sino en perder el deseo de ellas. La única riqueza es la libertad, y la pobreza
extrema es su fundamento. En este orden de cosas encaja el que Crates dijera
"Crates libera a Crates" cuando, joven acomodado como era y de extrema bon-
dad y dulzura, repartió todo cuanto poseía; y también encaja aquí el episodio de
Diógenes y el tonel, y el manto raído de los cínicos, y la costumbre de ungirse
el cuerpo con las sobras de aceites de los gimnasios, y la mendicidad, el dormir
en los templos o identificarse con el ratón.
     También para los cínicos es una convención fatua y desechable la patria, la
ciudad. Diógenes no reconocía obediencia a Sinope, donde nació, ni a Atenas,
donde vivía. El fundador del cinismo no reconocía la polis como institución, ya
antes de que Alejandro la aboliera como construcción política. De hecho, fue

                                                                              333
SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA -   AÑo VII



Diógenes quien acuñó la palabra "Kosmopolités", y con ello volvió la espalda a
siglos enteros de historia helena. En lo demás no estaba tan en desacuerdo con
valores vigentes en Grecia, como la autosuficiencia, aunque los llevara al extre-
mo y a sus últimas consecuencias. Pero entre los griegos era un axioma que su
superioridad descansaba en el hecho de ser ciudadanos de ciudades pequeñas; a
pesar de los cambios políticos de Alejandro, Aristóteles afirmó que ninguna polis
estaría bien gobernada si sus ciudadanos eran tan numerosos que no se conocí-
an entre sí, o su tamaño tal que la voz del heraldo no podía oírse de un lado a
otro. La ciudad como marco y como nodriza, como entidad acogedora y educa-
dora, era uno de los fundamentos de la cultura clásica. Aunque la polis no era
idílica y quizá no fuera tan traumática como dicen, su abolición, la autonomía de
la ciudad-estado, era para los griegos sinónimo de libertad. En cambio Diógenes
juzgaba la ciudad externa e innecesaria, y enraizaba al hombre en el cosmos en
vez de en la polis.
     Diógenes no propone suprimir diferencias entre Estados, ni construir un
Estado universal o una comunidad fraternal entre los pueblos. Su concepto de
cosmopolitismo es destructivo y negativo: "sin ciudad", "sin casa", "sin patria".
Manifiesta desdén hacia el Estado y la comunidad. El individuo, circunscrito a
sí mismo, es la base de la existencia moral, está desvinculado del ciudadano y su
único lazo válido es la amistad. Diógenes saca la ética de la polis, igual que
Sócrates, que quizá murió por ello a pesar de que decía que al Estado hay que
obedecerlo, mientras Diógenes -a quien Atenas no importunó- proponía des-
truirlo. La autonomía colectiva y la autosuficiencia individual, la acción política
y la acción sobre sí, la ética y la política, el alma y la ciudad se separan. Pero no
desde Diógenes ni como consecuencia de que la polis acabara bajo las reformas
de Alejandro. En Atenas se empieza a poner el acento en el individuo desde la
democracia, una democracia que no hizo de la ciudad ninguna maravilla, a pesar
de la idea que tenemos de ella. El individualismo y las filosofías de la conducta
que lo arropan se venían fraguando antes de que, con Alejandro, dejara de regir
la entidad política que el ciudadano tenía. Alejandro no fue un extraterrestre que
por la fuerza de las armas impuso una idea estrafalaria para cuya asimilación
nacieron las filosofías de la conducta. Sócrates ya había dicho que la política es
un instrumento corrompido y generador de corrupción, los sofistas ya habían
hecho del individuo la sede del valor, la verdad y la realidad, y Diógenes había
escupido sobre la patria antes de que Alejandro la aboliera, dejando a los grie-
gos, como es habitual que se diga, abandonados a su individualidad.
     Eliminar la polis como referencia conlleva anular las demarcaciones entre
hombres que marcan las fronteras: ciudadano-extranjero, griego-bárbaro. Diógenes
termina así con otra diferencia aceptada por el sentido común griego, con la sola
excepción de algunos sofistas. La oposición entre nacional y meteco, y por tanto

334
LA ESCUELA CÍNICA




entre griego y bárbaro, es convencional y no responde a la naturaleza. Ni el
extranjero es por definición un extraño o un enemigo, ni hay superioridad
natural de los griegos sobre los demás pueblos, ni los griegos son hombres y
los no griegos instrumentos al servicio de los hombres, como decía Aristóteles.
El iconoclasta y maloliente Diógenes somete el orden de su tiempo -y del
nuestro- a una subversión radical, y como en todo, encarnó esta subversión en
su cuerpo y su vida: era extranjero en Atenas, emigrante, y además exiliado y des-
terrado de su patria, cosa que para un griego era la peor condena después de la
muerte, pero nunca tuvo la menor sensación de inferioridad ni ninguna inclinación
a volver a su tierra. Vivía a sus anchas en Atenas, con un desarraigo propio de quien
sabe que da lo mismo ser devorado por el fuego, los perros, los gusanos, los hom-
bres o los cuervos, y que es indiferente el lugar donde se viva y donde se muera.
Sólo otro hombre manifestó en la práctica la misma falta de prejuicios con respec-
to a la extranjería: Alejandro. El díscolo pupilo de Aristóteles nunca hizo osten-
tación de superioridad helena, lució vestimenta persa, organizó la boda de diez
mil oficiales griegos con otras tantas hembras persas, se casó con dos orientales,
repuso en su puesto a los sátrapas tras su rendición, se enamoró del efebo favori-
to de Daría, y guardaba en el cofre precioso de este rey el manuscrito de la llíada
que Aristóteles le había copiado cuando era niño. Continuamente su práctica des-
dijo que los extranjeros fuesen corruptos y los griegos sus señores naturales.
     La postura política de Diógenes se expresó también -si es que la escribió-
en una "Politeia" o "República" en la que hay comunidad de bienes, de cuerpos,
de hijos, incesto, antropofagia, eutanasia, economía no monetaria e igualdad de
los sexos en la educación; una sociedad libertaria, sin Estado, sin dirigentes,
modelo de la de Zenón. A colación de la política se dice que no fue Diógenes,
sino su padre Hicesio quien falsificó dinero en Sinope, y que el delito que le
valió al filósofo la expulsión fue la rebelión política contra un tirano que había
tomado el poder en la que por aquellos años era su ciudad. También se cuenta
que Cércides, un cínico del siglo III a.c., llamó a la lucha política y a la revolu-
ción social, exigió distribuir los bienes y amenazó a los propietarios con liqui-
darles la riqueza. Aparte de esto, ni Diógenes ni los cínicos fueron activistas ni
políticamente revolucionarios en su contexto histórico. La esclavitud a la que
querían poner remedio era la espiritual, no la social, y predicaban la aceptación
de la adversidad y la adaptación a cualquier circunstancia. Bión de Borístenes,
cínico del siglo III a.c., establece la metáfora del actor, muy querida por los
estoicos: como el buen actor con los papeles que le encarga el poeta, principa-
les, secundarios, de rey o de mendigo, el hombre ha de querer su destino; se
sufre por no aceptar una situación, y hay que estar educado para cualquier situa-
ción. Sin entrar en el fino límite ni en la sutil diferencia entre la aquiescencia y
el conformismo, ni en la capacidad de subversión política del cinismo puesto que

                                                                                335
SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA -   AÑo VII



ni los generales hacen la historia ni la política mejora el mundo, sí podemos afir-
mar que los cínicos fueron más sarcásticos y demoledores que activistas, más
displicentes que reformadores y más radicales que revolucionarios. Eran indivi-
duos desagradables pero inocuos; escandalizaban, pero no desposeían. Todos los
hombres, pobres y ricos, eran para los ellos víctimas del mismo engaño. Su crí-
tica era demasiado global o general como para poner en peligro las instituciones
colectivas o las propiedades de nadie. Eran críticos cómodos de soportar, aunque
arremetieran contra todo y contra todos, o quizá precisamente por eso. Los ate-
nienses mataron a Sócrates el tábano, pero dejaron tranquilo a Diógenes el Perro.
No se parecía en nada a ellos. Tenía la inmunidad del loco.
     El cinismo corrió buena suerte en la historia además de en la leyenda. Zenón
pasó años oyendo a los moralistas cínicos, como a los lógicos megáricos, antes
de elaborar su propio pensamiento; luego los reivindicó como sus antecesores
directos y los elevó a la respetabilidad. En el mundo romano Dión Crisóstomo y
Epicteto escribieron extensas y laudatorias exposiciones de la filosofía de
Diógenes, a quien se refieren también Séneca, Marco Aurelio y Juliano el
Apóstata. Muchas tesis cínicas, limadas, pasaron a la ideología estoica. El estoi-
cismo convirtió la arisca manera cínica en una moral elegante y edificante sus-
ceptible de ser adoptada por los funcionarios de los grandes imperios que suce-
dieron a la polis. Por eso es el adjetivo "estoico", no "cínico", el que aplicamos
al sabio imperturbable que afronta sin pestañear la adversidad, y por eso es el
estoicismo, no el cinismo, el concepto de pensamiento al que nos referimos
cuando en momentos de desgracia aconsejamos a alguien que se tome las cosas
con filosofía.
      El cinismo como pensamiento no fue más allá de sus proclamas iniciales,
pero hubo cínicos practicantes en Roma, Alejandría, Pérgamo, Antioquía y todos
los grandes espacios urbanos de la Antigüedad griega y romana; ninguno, al pare-
cer, con el ingenio de Diógenes o la filantropía de Crates. Sí evolucionó en la
literatura. Quizá los cínicos, a pesar de su repudio del progreso, se sirvieron de
algunas convenciones y técnicas, por ejemplo de la escritura, aunque los histo-
riadores no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que Diógenes escribió tragedias
y diálogos filosóficos en clave paródica, además de la "República" o "Politeia",
y Crates tragedias, elegías, parodias y poemas. Su escritura fue tan ajena a los
moldes clásicos como su ideología al espíritu clásico y cívico del gran arte ate-
niense, y convirtieron la tragedia en algo paródico, grotesco y esperpéntico. Por
eso serían ellos los iniciadores de la sátira, la parodia, la anécdota o la fábula,
géneros algunos con continuadores importantes, como Luciano de Samósata en
el siglo II d.C. Dado que no sabemos nada seguro, quizá, después de todo,
Diógenes y Crates frecuentaran círculos filosóficos y literarios y asistieran a los
simposios o banquetes. Sí sabemos que Menedemo de Eretria, un cínico poste-

336
LA ESCUELA CÍNICA




rior, un hombre de gran inteligencia, carácter y personalidad, a quien sus amigos
comparaban con Sócrates, fue el centro de un brillante círculo literario.
      En su lucha contra las convenciones, el pensamiento cínico erige sin darse
cuenta una convención a la que se plega sin crítica o distancia alguna : la propia
naturaleza. En la época era habitual contraponer physis a nomos para justificar
la sociedad a partir de la naturaleza, se interpretara ésta como lugar de dominio
o de igualdad. Los cínicos propusieron vivir conforme a la naturaleza de espal-
das a toda convención y cultura, pero no se percataron de que la naturaleza es
tan cruel, derrochadora y cretina como la cultura, y además es una convención
como otra cualquiera.
      El cinismo es también una filosofía apegada a la escasez. Perder duele, y la
lógica cínica es no tener para no perder. Para no perder, los cínicos pierden de
antemano. Creen que hay que prescindir de los bienes externos para no sentir
apego por ellos, matan a la muerte prefiriéndola de antemano, son ajenos a los
placeres en vez de ser sus señores. En este sentido, la cínica es una moral hirsu-
ta, abrupta, masoquista, excesivamente vigilante y temerosa, desmesuradamen-
te previsora, áspera, desabrida, seca y carente por completo de sensualidad. Y,
por supuesto, el cinismo fue, es, una crítica admirable y espléndida a la estupi-
dez humana. El sarcasmo que convierte toda acción en vana y toda cuestión en
ridícula es una forma esbelta, trágica, inteligente e interesante de la risa.




                                                                              337
SEMINARIO «ÜROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA -   AÑo VII



BmLIOGRAFÍA

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      - Jaeger, W. : "Paideia". F. C. E. Madrid 1.962

      - Nestlé, W. : "Historia del espíritu griego". Ariel. Barcelona 1.981

      - Tam, W. : "La civilización helenística". F. C. E. México1.962

      - Tovar, A. : "Vida de Sócrates". Alianza. Madrid 1.986

      - Schwartz, E. : "Figuras del mundo antiguo". Alianza. Madrid 1.986

      - GarcíaGual, C. : "La secta del perro". Alianza. Madrid 1.990

      - "Filósofos cínicos y cirenaicos. Antología comentada". Círculo de
        Lectores. Barcelona 1.997

      - Cioran, E. M. : "Adiós a la filosofía y otros textos". Tauros. Madrid 1.998

      - Borges, J. L. : ''Diálogos del asceta y el rey" . La nación, 9-IX-1953

      - Daraki, M. y Romeyer-Dherbey, G. : "El mundo helenístico: cínicos,
        estoicos y epicúreos". Akal. Madrid 1.996

      - Mosterín, J. : "Historia de la Filosofía". Tomo 5. Alianza. Madrid 1.985

      - Mossé, C. : "Las doctrinas políticas en Grecia". A. Redondo Editor.
        Barcelona 1.970




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  • 1. LA ESCUELA CÍNICA Rosario Miranda Juan Departamento Filosofía LE.S. Teror, marzo 1998 - ¿Qué quieres de mí? -dijo el rey - Que te apartes y no me quites el sol -contestó el sabio. El sabio y el rey suelen encontrarse en los cuentos, en las leyendas y en las anécdotas. En ésta el reyes Alejandro Magno, Alejandro el Grande, el monarca veinteañero, hermoso, rubio, afeitado, aficionado al baño y al aseo, refinado, fas- tuoso, explorador de la Tierra, amo del mundo, jefe de tropas y señor de pueblos. Yel sabio es Diógenes el cínico, Diógenes el Perro, el filósofo desarrapado, bar- budo, maloliente, mendigo, habitante de un tonel, dueño de una capa y de un morral, dominador de sí mismo y amo de su libertad. Diógenes y Alejandro son dos arquetipos, dos símbolos o concepciones del poder y la gloria: la opulencia ilimitada que exige preocupación y desvelos, y la indigencia voluntaria y radical que proporciona una autosuficiencia y una liber- tad invulnerables. Los dos hombres llevan bastón: el de uno es cetro, insignia de legitimidad real que sólo un hombre de entre todos puede tener y requiere el reconocimiento de los demás; el del otro es un palo de madera, un pedazo de leña del que cualquiera puede servirse autónomamente "en la cotidianeidad. Un hombre lo tiene todo, el otro no quiere nada, uno domina el mundo, el otro se gobierna a sí mismo, uno es el cero, otro el infinito, uno la plenitud y otro la nada. ¿Qué vale más?, ¿qué es mejor?, ¿cuál de ellos es más feliz? Este es el enigma que se dibuja en esta anécdota, y esta es la cuestión esencial del cinismo como pensamiento. 325
  • 2. ..t ---- SEMINARJO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII Como otras anécdotas que ponen a Diógenes, a Crates, y a otros cínicos frente a un rey o tirano -Filipo, Perdicas o Antípatro-, el encuentro entre Diógenes y Alejandro carece de base histórica. De haber sucedido realmente tuvo que haber sido en Corinto, único lugar en que coincidieron los dos y desde el que Diógenes partió para establecerse en Atenas, donde Alejandro nunca estu- vo. Pero cuando Alejandro pasó por Corinto todavía no había ido a Asia ni había dominado el mundo, no era el conquistador magno y magnánimo que da senti- do y valor simbólico al episodio que coloca a estos dos hombres frente a frente. Esta falta de historicidad es extensible a casi todo lo relacionado con los prime- ros cínicos: Antístenes, Diógenes, Crates e Hiparquia. El cinismo no fue una escuela a ~esar del título de esta ponencia. Una escue- la filosófica era una doctrina o inspiración intelectual mantenida por un grupo de personas dirigidas por un escolarca, y un edificio o sitio fijo de encuentro. Antístenes acostumbraba a conversar en el gimnasio de Cinosarges, lugar de donde procedería el nombre "cínico", como "estoico" del pórtico Stoa o, "aca- démico" del jardín de Academo ; tal gimnasio solía ser frecuentado por jóvenes y forasteros de baja estofa y condición, lo cual es coherente con el cinismo, que siempre tuvo marginados entre sus seguidores y desposeídos entre sus adeptos. Pero los cínicos nunca tuvieron afición por la Escuela; es más, eran enemigos explícitos de ella, y además Antístenes no compartió el repudio por las ciencias, las normas y las convenciones, ni tuvo el talante provocador que caracteriza al cinismo. Por otra parte, este filósofo fue discípulo de Gorgias ante de serlo de Sócrates, y también maestro sofista ; puede que enseñara en el gimnasio de Cinosarges y cobrara por ello, que es la forma en que algunos interpretan la noti- cia de que "espantaba a muchos con su bastón de plata". Cuando conoció a Sócrates lo dejó todo, posesiones y costumbres; recorría diez kilómetros diarios para llegar hasta él, fue su discípulo allegado y su amigo y acompañó al Maestro en sus últimas horas, en la prisión. La mayoría de los historiadores de la filoso- fía dicen que Antístenes fue un precedente y no el fundador del cinismo, cuyo nombre y rasgos distintivos se deben a Diógenes el Perro, Kyon, y que no hubo una cadena de maestros y discípulos desde Sócrates hasta Zenón el estoico : Sócrates de Antístenes, Antístenes de Diógenes, Diógenes de Crates, Crates de Zenón. Antístenes y Diógenes habrían sido dos filósofos de formación distinta y propia, y el primer cínico sería Diógenes. Esta manera de ver la Historia no pone en entredicho, pero sí soslaya, el carácter socrático del cinismo, su tradicional calificación como escuela socráti- ca. Todas las clasificaciones son arbitrarias, las que establecen una lógica en la historia del pensamiento también. Las ideas no son luces que se encienden en el cerebro de un hombre, y luego ese hombre las transfiere, como un testigo, a otros cerebros. Las ideas están en un ambiente y en un lenguaje que muchos cerebros 326
  • 3. LA ESCUELA CÍNICA y corazones comparten. La preocupación por la moral y por la práctica del bien, su dependencia o independencia de la política, o la inquietud por la armonía y la salud del alma fueron cuestiones que despuntaron, no en una persona u otra, sino en la conciencia de la Atenas clásica, y por eso todos los filósofos de allí y de entonces están emparentados. Fuera de eso, el cinismo no sería un movi- miento filosófico enraizado en las enseñanzas de Sócrates sino una actitud o manera inaugurada por Diógenes, un pensamiento y un modo de actuar provo- cador, sarcástico, impúdico y ajeno a la mesura y al tono edificante del maestro de Platón. Esa "manera" en que consiste el cinismo se transmite en clave de ini- ciación, no de aprendizaje; no se enseña, se contagia; suscita vocaciones y con- versiones más que comprensión y conocimiento. En este sentido, si pensamos en la personalidad magnética, mesiánica, contundente, irradiadora, sentenciosa y ejemplar de Sócrates, si pensamos en cómo Platón o Antístenes fueron "tocados" por él, igual que Crates y Metrocles lo fueron por Diógenes, cabría hablar, más que de un Diógenes socrático, de un Sócrates diogénico. La actitud cínica fue iniciada en Occidente por Diógenes de Sinope en el siglo IV a.e. Sabemos de ella por algunos cronistas de la Antigüedad, el princi- pal Diógenes Laercio. Más que exposiciones, teorías o doctrinas, los cronistas refieren algunas máximas y cuentan muchas anécdotas. Esa información proce- de a su vez de la tradición oral, de libros que habrían escrito los cínicos y de los que no se conserva nada, y de obras literarias como algunas vidas de Diógenes, que, como las vidas de Alejandro, proliferaron en la Antigüedad. A partir de esas parcas fuentes poseemos sobre los cínicos un saber breve, plástico, popular y grá- fico, en el que es imposible deslindar la ficción o el añadido literario de la reali- dad. Por tal motivo hay quienes restan peso al cinismo y menosprecian su impor- tancia filosófica. Pero también puede abordarse este asunto desde otra óptica. El cinismo es una forma de ver las cosas que desemboca automáticamente en una manera de vivir la vida; es una comprensión del hombre que engendra una dedicación; es una inteligencia práctica, un ideal que se encarna en la cotidianei- dad. Quien ve el mundo a la manera cínica cambia de vida. Nadie es cínico sin convertirse en cínico. El cinismo no es una teoría intelectual sino una postura vital. No hay escuela cínica, hay personas y situaciones. El cínico no es un teóri- co, es un héroe. Y los héroes se prestan a la anécdota, a la leyenda, al modelo, al ejemplo, al quién y al qué simbólicos y míticos más que a la veracidad y a la his- toricidad, sin que ello sea necesariamente peyorativo o descalificatorio. La leyen- da no tiene menor rango ontológico que la Historia; incluso es más fuerte y resistente que la realidad. Cuando se hace leyenda, la Historia se queda, vive en muchos, interesa, está presente, tonifica e ilumina, es memoria viva y no memo- ria vana. La potencia de la Historia podría medirse en su capacidad de convertir- se en ficción. Hay una densidad especial, un peso mayor, no menor, en las per- 327
  • 4. SEMINARIO «ÜROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII sanas que devienen personajes y en las acciones que, por atinadas, paradigmáti- cas o reveladoras, se convierten en anécdotas. Lo legendario y lo anecdótico son signo de la originalidad, la fascinación, el poderío, la capacidad de repercusión y de resonancia de los hombres y gestos que les dieron origen y que, habiendo o no existido en la realidad, han surcado la Historia en alas de la memoria viva y han sido actualidad en todos los tiempos. El gesto simbólico, el acto significativo son, como el mito, populares, universales y siempre actuales. Alejandro y Diógenes, el nudo gordiano y el tonel, el perro y el dios, han traspasado el tiempo perece- dero de la Historia y se han situado en el ubicuo lugar del tópico y en el eterno presente de los mitos, los símbolos, los personajes y los héroes. El cínico materializa un ideal, es un hombre valeroso, decidido y emprende- dor frente a los deseos superfluos: es un héroe. Y el héroe es ejemplar, da ejem- plo, afecta a los ojos de los otros y a la conciencia ajena. Diógenes manejaba deli- beradamente esta faceta de la acción, pues se ofrecía a sus contemporáneos en espectáculo; también por eso son anécdotas lo que nos ha llegado de él. Era el artista de una representación en la que obra y vida coincidían, "actuaba" en el sentido histriónico, además de moral, de la palabra; su obra era su vida, su acción su actuación y sus actos escenas. Su incidencia no venía dada por su palabra sino por su singularidad. No era un maestro, era una curiosidad. La comunicación de Diógenes con sus conciudadanos no pasaba por el argumento coherente o el dis- curso persuasivo: se establecía a través del espectáculo impactante, del dicho ocurrente, del gesto memorable y teatral, elementos de una representación escan- dalosa cuyo objeto era provocar. El lunático, el santo, el Sócrates furioso o enlo- quecido, como le llamaron, cultivaba en realidad, de manera no espontánea ni natural, sino calculada, ensayada y afectada, un estilo insolente, irónico, grosero, soez, sarcástico, cáustico, agresivo, desvergonzado, indecente, mordaz, exagera- do, chillón, desagradable, caricaturesco, desafiante, amante de la desfachatez, la mueca, el exhibicionismo y el improperio, formas estudiadas y asumidas con la finalidad de causar una impresión, de lograr un efecto escénico que escandaliza- se, zarandease, y revolviese una respetabilidad hipócrita y necia y una idelogía estúpida. "Cínico" designa, por ello, también, una actitud o discurso de absoluta franqueza, una mirada descamada, radiografiadora de las cosas por la que quizá, a pesar de ser golpeada en sus objetivos y en su autocomplacencia, la ciudad aceptó sus críticas tremendas e incluyó a Diógenes entre sus sabios. Para el cínico la doctrina es vida y la vida es testimonio, y el intelectualis- mo carece de interés. El cinismo es un camino pretendidamente breve y volun- tarioso hacia la virtud en contra del proceder habitual de las escuelas filosófi- cas, que consideraban indispensable la acumulación de conocimientos como propedéutica para la filosofía y además vivían hipócrita o imperfectamente lo que decían. Es una forma de pensar crítica y subversiva que, frente a la filosofía 328
  • 5. LA ESCUELA CÍNICA teorética y a la retórica, desenmascara la seriedad, el engolamiento, la pesadez y la inutilidad de las ideas solemnes. El cinismo fue una militancia contra la pro- pia práctica de la filosofía, un desinterés por la teoría y una manera de filosofar deliberadamente ajena a los sistemas y accesible a cualquiera dotado de volun- tad. El cinismo es un camino corto, simple, claro y contundente hacia la virtud, se realiza sólo en la acción y no necesita del conocimiento, sólo de la voluntad y del esfuerzo. Hacer filosofía consiste en conducirnos bien. Lo que hay que hacer con el conocimiento es desaprenderlo. Este rechazo de los sistemas filosóficos y de la teoría en general, además de la circunstancia de estar anclado en la leyenda y en la anécdota más que en la historicidad, ha proporcionado al cinismo la etiqueta de escuela o filosofía "menor". Con la hermenéutica y la importancia de los filósofos pasa lo mismo que con la medicina y el valor de las costumbres para la salud del cuerpo: hay modas, clasificaciones varias y distintos criterios. Son motivos extrínsecos a un pensamiento los que deciden su carácter importante o periférico. Que Sócrates, Platón y Aristóteles sean "mayores" y Diógenes, Epicuro o Zenón "menores" es una convención de los historiadores que, como los astrónomos cuando estaban apegados al círculo, privilegian el clasiscismo, consideran el helenismo una decadencia y juzgan la decadencia menos digna que el esplendor. A ese prejui- cio se debe también que se hable de presocráticos, socráticos y escuelas socráti- cas. Que entre nosotros Platón y Aristóteles sean los grandes filósofos, y cínicos, epicúreos o estoicos sean pequeños o menores, obedece a la tradición escolásti- ca desde la que se confeccionan todavía los programas académicos de Historia de la Filosofía. Seguramente no hay filósofos mayores o menores sino más o menos relevantes o pertinentes en cada momento. Las abstractas construcciones metafísicas del escolarca del Liceo, fabulosamente erudito, rico, metódico, dis- ciplinado, sistemático, enciclopédico, y las muecas y las concretas recomenda- ciones cotidianas del exiliado mendigo, calculadamente grosero y ofensivo, autor de pocas obras si es que escribió alguna, y detractor de toda ciencia, son igualmente fascinantes e interesantes. Pero en una época como ésta en que los hombres se crean necesidades falsas y se rodean de cosas inservibles para que la economía siga creciendo, y producen para trabajar en lugar de trabajar para pro- ducir, a lo mejor, contra los prejuicios académicos de lo mayor y lo menor, es más conveniente hablar del cinismo que de la materia, la forma, la sustancia y el accidente a la hora de dar a la gente cultura general. Porque Diógenes, Crates e Hiparquia, a despecho de su simpleza y de su obscenidad, tenían un pensamien- to fuerte y sacaban a relucir cuestiones importantes. Es importante lo que todo el mundo hace, y lo que todo el mundo hace todos los días. El cínico toma en consideración las cosas comunes, primarias, elemen- tales, humildes de la vida; las saca de la intimidad y de la privacidad y les con- 329
  • 6. SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII fiere valor simbólico. Asearse, comer, vestirse, orinar, fornicar, masturbarse, de esas "vulgaridades" se ocuparon los cínicos, y esas son las cosas que salen a colación cuando se habla de ellos. El hombre es un ser hipócrita. Ha desarrollado una inmensa parafernalia de instituciones, normas y convenciones a la que llama cultura y progreso, con la finalidad de ocultar y disfrazar, de sofisticar, complicar y convertir en secunda- ria y respetable la simplicidad en que consistimos. Complicamos esa simplici- dad mediante el atuendo elaborado, el arte culinario, la palabra rebuscada, la ciencia o el matrimonio, herramientas que lejos de mejoramos nos esclavizan, y no por orden de nadie sino por obra nuestra y voluntad propia. La cultura es una carga de falsas necesidades y convenciones agobiantes y falaces. El progreso no nos sirve para ser felices, que es lo que todo el mundo quiere ser; sus ventajas son una ilusión. Pero esta situación es reversible: como hemos sido nosotros quienes hemos entrado en ella, también nosotros podemos salir. Podemos alla- nar lo que hemos embrollado, desaprender lo que hemos aprendido, destruir lo que hemos construido, deshacer lo que hemos hecho. Podemos volver atrás, qui- tar vigencia a los códigos aceptados, despreciar las conquistas técnicas y cultu- rales ; podemos desheroizar a Prometeo, volver a la naturaleza y asilvestrar la vida. Podemos cambiar el valor de las cosas y volver del revés la cultura. En este sentido se suele interpretar desde un punto de vista simbólico un episodio de la vida de Diógenes y su máxima correspondiente : Diógenes fue condenado en Sinope al destierro por falsificar moneda ; esa fue la causa de que llegara a Atenas, donde dijo: "yo soy un monedero falso", o "yo trnsfor- mo las monedas". Dado que "nomisma" (moneda) y "nomos"(ley, convención, institución) derivan de la misma raíz, se traduce la máxima con el doble senti- do de "yo falsifico las monedas" y "yo trasmuto los valores", con lo que Diógenes se habría vanagloriado a la vez de un delito común y~ de una subver- sión espiritual a gran escala. Más que traicionar al traducir, el traductor y el hermeneuta, como el científico con los hechos, construyen mientras interpre- tan, y después de Nietzsche seguimos construyendo a Diógenes, seguimos dando de él versiones. Dijera o no dijera la sentencia de Nietzsche, Diógenes fue un superhombre, y "yo transmuto los valores" podría haber sido su lema toda la vida. Podemos cambiar el valor de las cosas y dejar de necesitar todo lo que no es imprescindible y a cambio de lo cual hipotecamos la vida y la libertad. La voluntad puede lograrlo. Cada individuo puede hacerlo siguiendo una consigna: autosuficiencia, autarquía práctica, individual y libertaria. La tarea de la volun- tad es el endurecimiento personal, la disciplina, el ascetismo, una especie de atletismo moral que elimina los deseos superfluos y nos hace invulnerables a cualquier contratiempo, logrando así que la vida sea excelente. 330
  • 7. LA ESCUELA CÍNICA El cínico consiente con la privación cuando se le presenta, pero también la busca como entrenamiento: se expone al hambre, al frío, al calor, a los insultos. Diógenes se revolcaba desnudo en la nieve y en las arenas ardientes, y cuando Alejandro y su séquito se encontraron en Oriente con los gimnosofistas, una secta de ascetas faquires hindúes, los tomaron por cínicos. En este ascetismo no hay lógica de mortificación, sacrificio, culpa o castigo; es un camino hacia la libertad y no un objetivo de la voluntad. La insensibilidad -apatía- y la serenidad, frutos de la impasibilidad ante los bienes externos, los placeres y las pasiones, constitu- yen la suprema aspiración del sabio cínico, y cualquiera puede ser un sabio cínico con la sola ayuda de su voluntad. El cinismo, tan cáustico y nihilista, tan destruc- tivo y negativo, tan disolvente más que disoluto, tiene sin embargo una confianza ilimitada en la voluntad humana y en la buena dote del hombre desde el punto de vista moral. El cinismo desprecia el intelecto y sobrevalora la voluntad. La voluntad no tiene que remediar, reformar o salvar al hombre: tiene que destruirlo como construcción. Todas las cosas de las que el hombre se vanaglo- ria y por las que se siente superior a los animales no valen nada. Debemos dejar- nos de ínfulas y vanidades y volver a la naturaleza tomando por modelo a los animales. Lo que llamamos humano no es loable; el hombre no es el más inteli- gente sino el más necio, risible y ridículo de los seres. Vive mal, en constantes presiones, daños mutuos y preocupaciones innecesarias mientras el ratón juega, las cigüeñas y las grullas cambian de residencia ligeras de equipaje y los perros aceptan lo que les echan de comer, copulan en público, se mean en las estatuas de los dioses, no tienen oficio ni propiedades, no ansían dinero ni honores y viven una vida sencilla y autosuficiente ajenos a la vergüenza, a la codicia y a las convenciones sociales. Por eso, cuando Diógenes recibió el mote de "Perro" como un insulto, se lo apropió con orgullo diciendo: "aquello por lo que nos lla- máis perros son las cualidades que nos hacen superiores" Superiores se veían a sí mismos los cínicos. El "menos que humano" por el que abogan es un "más que humano" también. Los rasgos salvajes y bestiales y los rasgos divinos se tocan. Hay un parentesco entre lo natural y lo sagrado. Diógenes juzga despectivamente al hombre, lo busca con la linterna y no lo encuentra, lo desprecia. Y lo hace desde una posición de superioridad que no es la del animal, o sólo la del animal. También los dioses, además de los perros, son autosuficientes y están por encima o más allá de los modales de los hombres. La autosuficiencia es el criterio del juicio de Diógenes sobre la bondad o maldad de la vida, ese es el rasgo de la animalidad que defiende. Y en pro de la autosuficiencia deben perder vigencia todas las convenciones, hasta las más ele- mentales y aceptadas : ir vestido, orinar, defecar, copular, masturbarse o comer en la intimidad. Diógenes comía y se masturbaba en el ágora, y Crates e Hiparquia fornicaban en público. Hacían profesión de animalidad. Transgredían 331
  • 8. SEMINARIO «ÜROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII el pudor, la decencia, la vergüenza, el respeto cívico, el aidós, uno de los rega- los de Zeus a los hombres para civilizar la vida según el mito referido por Protágoras, algo cuyo valor todos los griegos compartían. La transgresión cínica de la decencia se expresa además en el no reconoci- miento del tabú que pesa sobre prácticas que en los animales están desproble- matizadas, como el incesto, el canibalismo, la necrofagia o la no sepultura de los muertos. Edipo, Tiestes o Antígona no son personajes trágicos desde la óptica cínica, aunque uno haya fornicado con su madre, otro haya comido la carne de sus hijos y la tercera se enfrentara a la Ciudad para enterrar el cadáver de su her- mano. Ningún animal ni ningún dios sufriría por tales cosas. El sexo es una necesidad corporal que debe satisfacerse del modo más lige- ro posible, sin enredarlo con instituciones, amores, placeres o pasiones. El pla- cer hace del hombre un insensato y un esclavo, la mujer es una tentación y una fuente de daño, el amor es una enfermedad y un peligro, y el matrimonio una complicación. Ni Afrodita, diosa del placer sexual, ni Cécrope, segundo rey de Atenas, inventor de la monogamia y héroe civilizador, han hecho bien alguno a los hombres. Hay que volver al salvajismo y aliviar los humores sexuales en cualquier cuerpo, aunque sea de la misma sangre. En este asunto, y a pesar de la apología del incesto -que heredaron los estoicos-, los cínicos fueron más radi- cales que originales. Platón propone en la República un comunismo sexual, si bien sólo para los guardianes, y más tarde los epicúreos predicaron una promis- cuidad parca y funcional que permita relajar la tensión sexual y preserve del amor apasionado. Descargar el semen -que se atribuía también a las mujeres- contra un cuerpo cualquiera fue un ideal extendido en Grecia. También cínicos y epicúreos rechazan el adulterio; no lo consideran malo, pero sí incómodo por- que acarrea odios y problemas legales. A pesar de este parecer sobre el sexo, hay fragmentos cínicos que tachan la homosexualidad de gratuita y degradante, cosa que no se entiende si se trata, como dijimos, de librarse del semen con el primer cuerpo que pasa. Quizá sea ésta una fisura en la coherencia aplastante del cinismo, igual que la inconse- cuencia de Crates, que decía que antes morir que amar y luego vivió con Hiparquia -hermana de uno de sus discípulos, una niña bien que se empeñó en romper con todo para vivir junto a él y como él- una curiosa, intensa y alegre historia de amor hasta el fin de sus días. Un cuerpo de tu sangre es un cuerpo más, y la carne humana es una comi- da como otra cualquiera. Repelerla es efecto de prejuicios que los cínicos no tie- nen. Comernos unos a otros no es tabú, y cada cual debería comer a su gente una vez muerta. El hombre, como el buitre, puede comer cadáveres. El cadáver es un fruto espontáneo de la tierra que preserva de trabajar para comer, pues es útil como alimento al hombre y a los demás animales. Los cínicos no sienten la pro- 332
  • 9. LA ESCUELA CÍNICA pensión a proteger el cadáver enterrándolo. No hay que ofrecer a los muertos honores funerarios sino comérselos o echarlos a las bestias. Lo mismo da pudrir- se encima que debajo de la tierra, y nada repulsivo o reprobable hay en ser devo- rado por aves, peces, gusanos u otros hombres hambrientos. Diógenes pidió que se dejara su cuerpo insepulto para que cogieran pedazos los perros, o que lo arro- jaran al río Ilisos para servir de alimento a los peces. Todo esto revela una des- preocupación absoluta, sincera, literal, por el más allá de la muerte. No sólo por la vida de ultratumba, que los cínicos tachan de superstición -Diógenes dice al sacerdote órfico que la predica que si cree en ella por qué no se mata ya-, sino por el propio cuerpo una vez ha dejado de vivir. Los cínicos entendieron de manera radical y brutal lo que los epicúreos dijeron después: "cuando estoy yo la muerte no está, y cuando está la muerte entonces ya no estoy yo". Acordes con esta falta de reparo ante la muerte los cínicos defienden, como tantos griegos, el suicidio. Aconsejan una muerte voluntaria, digna y responsable cuando circuns- tancias demasiado adversas o una vejez extrema no dejen a la vida otra salida. Dice la leyenda -que atribuye siempre una muerte propia a los héroes- que Diógenes murió de indigestión a causa de haber ingerido un pedazo de pulpo crudo; otra versión dice que murió a consecuencia de la mordida de un perro, al que le disputaba, para comérselo, un pedazo de pulpo crudo; y otra que, como Metrocles, otro cínico, y Zenón el estoico, se asfixió voluntariamente conte- niendo la respiración, una técnica precisa de separación del alma del cuerpo practicada en los círculos mágico-místicos, una forma de suicidio limpia y fácil para un cuerpo anciano. Lo que sabemos de cierto es que ni peces ni perros se lo comieron. Su cadáver recibió sepultura, y tiempo después de su muerte se construyó sobre su tumba una estatua de perro, de fino mármol de Paros. Como el matrimonio, la privacidad, el enterramiento o la costumbre de cocer los alimentos, la riqueza y la propiedad son instituciones desechables. Las posesiones están en el alma, no en el bolsillo o en el corazón, no son materiales ni afectivas. Tener no sacia y no sirve. La felicidad no consiste en tener cosas sino en perder el deseo de ellas. La única riqueza es la libertad, y la pobreza extrema es su fundamento. En este orden de cosas encaja el que Crates dijera "Crates libera a Crates" cuando, joven acomodado como era y de extrema bon- dad y dulzura, repartió todo cuanto poseía; y también encaja aquí el episodio de Diógenes y el tonel, y el manto raído de los cínicos, y la costumbre de ungirse el cuerpo con las sobras de aceites de los gimnasios, y la mendicidad, el dormir en los templos o identificarse con el ratón. También para los cínicos es una convención fatua y desechable la patria, la ciudad. Diógenes no reconocía obediencia a Sinope, donde nació, ni a Atenas, donde vivía. El fundador del cinismo no reconocía la polis como institución, ya antes de que Alejandro la aboliera como construcción política. De hecho, fue 333
  • 10. SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII Diógenes quien acuñó la palabra "Kosmopolités", y con ello volvió la espalda a siglos enteros de historia helena. En lo demás no estaba tan en desacuerdo con valores vigentes en Grecia, como la autosuficiencia, aunque los llevara al extre- mo y a sus últimas consecuencias. Pero entre los griegos era un axioma que su superioridad descansaba en el hecho de ser ciudadanos de ciudades pequeñas; a pesar de los cambios políticos de Alejandro, Aristóteles afirmó que ninguna polis estaría bien gobernada si sus ciudadanos eran tan numerosos que no se conocí- an entre sí, o su tamaño tal que la voz del heraldo no podía oírse de un lado a otro. La ciudad como marco y como nodriza, como entidad acogedora y educa- dora, era uno de los fundamentos de la cultura clásica. Aunque la polis no era idílica y quizá no fuera tan traumática como dicen, su abolición, la autonomía de la ciudad-estado, era para los griegos sinónimo de libertad. En cambio Diógenes juzgaba la ciudad externa e innecesaria, y enraizaba al hombre en el cosmos en vez de en la polis. Diógenes no propone suprimir diferencias entre Estados, ni construir un Estado universal o una comunidad fraternal entre los pueblos. Su concepto de cosmopolitismo es destructivo y negativo: "sin ciudad", "sin casa", "sin patria". Manifiesta desdén hacia el Estado y la comunidad. El individuo, circunscrito a sí mismo, es la base de la existencia moral, está desvinculado del ciudadano y su único lazo válido es la amistad. Diógenes saca la ética de la polis, igual que Sócrates, que quizá murió por ello a pesar de que decía que al Estado hay que obedecerlo, mientras Diógenes -a quien Atenas no importunó- proponía des- truirlo. La autonomía colectiva y la autosuficiencia individual, la acción política y la acción sobre sí, la ética y la política, el alma y la ciudad se separan. Pero no desde Diógenes ni como consecuencia de que la polis acabara bajo las reformas de Alejandro. En Atenas se empieza a poner el acento en el individuo desde la democracia, una democracia que no hizo de la ciudad ninguna maravilla, a pesar de la idea que tenemos de ella. El individualismo y las filosofías de la conducta que lo arropan se venían fraguando antes de que, con Alejandro, dejara de regir la entidad política que el ciudadano tenía. Alejandro no fue un extraterrestre que por la fuerza de las armas impuso una idea estrafalaria para cuya asimilación nacieron las filosofías de la conducta. Sócrates ya había dicho que la política es un instrumento corrompido y generador de corrupción, los sofistas ya habían hecho del individuo la sede del valor, la verdad y la realidad, y Diógenes había escupido sobre la patria antes de que Alejandro la aboliera, dejando a los grie- gos, como es habitual que se diga, abandonados a su individualidad. Eliminar la polis como referencia conlleva anular las demarcaciones entre hombres que marcan las fronteras: ciudadano-extranjero, griego-bárbaro. Diógenes termina así con otra diferencia aceptada por el sentido común griego, con la sola excepción de algunos sofistas. La oposición entre nacional y meteco, y por tanto 334
  • 11. LA ESCUELA CÍNICA entre griego y bárbaro, es convencional y no responde a la naturaleza. Ni el extranjero es por definición un extraño o un enemigo, ni hay superioridad natural de los griegos sobre los demás pueblos, ni los griegos son hombres y los no griegos instrumentos al servicio de los hombres, como decía Aristóteles. El iconoclasta y maloliente Diógenes somete el orden de su tiempo -y del nuestro- a una subversión radical, y como en todo, encarnó esta subversión en su cuerpo y su vida: era extranjero en Atenas, emigrante, y además exiliado y des- terrado de su patria, cosa que para un griego era la peor condena después de la muerte, pero nunca tuvo la menor sensación de inferioridad ni ninguna inclinación a volver a su tierra. Vivía a sus anchas en Atenas, con un desarraigo propio de quien sabe que da lo mismo ser devorado por el fuego, los perros, los gusanos, los hom- bres o los cuervos, y que es indiferente el lugar donde se viva y donde se muera. Sólo otro hombre manifestó en la práctica la misma falta de prejuicios con respec- to a la extranjería: Alejandro. El díscolo pupilo de Aristóteles nunca hizo osten- tación de superioridad helena, lució vestimenta persa, organizó la boda de diez mil oficiales griegos con otras tantas hembras persas, se casó con dos orientales, repuso en su puesto a los sátrapas tras su rendición, se enamoró del efebo favori- to de Daría, y guardaba en el cofre precioso de este rey el manuscrito de la llíada que Aristóteles le había copiado cuando era niño. Continuamente su práctica des- dijo que los extranjeros fuesen corruptos y los griegos sus señores naturales. La postura política de Diógenes se expresó también -si es que la escribió- en una "Politeia" o "República" en la que hay comunidad de bienes, de cuerpos, de hijos, incesto, antropofagia, eutanasia, economía no monetaria e igualdad de los sexos en la educación; una sociedad libertaria, sin Estado, sin dirigentes, modelo de la de Zenón. A colación de la política se dice que no fue Diógenes, sino su padre Hicesio quien falsificó dinero en Sinope, y que el delito que le valió al filósofo la expulsión fue la rebelión política contra un tirano que había tomado el poder en la que por aquellos años era su ciudad. También se cuenta que Cércides, un cínico del siglo III a.c., llamó a la lucha política y a la revolu- ción social, exigió distribuir los bienes y amenazó a los propietarios con liqui- darles la riqueza. Aparte de esto, ni Diógenes ni los cínicos fueron activistas ni políticamente revolucionarios en su contexto histórico. La esclavitud a la que querían poner remedio era la espiritual, no la social, y predicaban la aceptación de la adversidad y la adaptación a cualquier circunstancia. Bión de Borístenes, cínico del siglo III a.c., establece la metáfora del actor, muy querida por los estoicos: como el buen actor con los papeles que le encarga el poeta, principa- les, secundarios, de rey o de mendigo, el hombre ha de querer su destino; se sufre por no aceptar una situación, y hay que estar educado para cualquier situa- ción. Sin entrar en el fino límite ni en la sutil diferencia entre la aquiescencia y el conformismo, ni en la capacidad de subversión política del cinismo puesto que 335
  • 12. SEMINARIO «OROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII ni los generales hacen la historia ni la política mejora el mundo, sí podemos afir- mar que los cínicos fueron más sarcásticos y demoledores que activistas, más displicentes que reformadores y más radicales que revolucionarios. Eran indivi- duos desagradables pero inocuos; escandalizaban, pero no desposeían. Todos los hombres, pobres y ricos, eran para los ellos víctimas del mismo engaño. Su crí- tica era demasiado global o general como para poner en peligro las instituciones colectivas o las propiedades de nadie. Eran críticos cómodos de soportar, aunque arremetieran contra todo y contra todos, o quizá precisamente por eso. Los ate- nienses mataron a Sócrates el tábano, pero dejaron tranquilo a Diógenes el Perro. No se parecía en nada a ellos. Tenía la inmunidad del loco. El cinismo corrió buena suerte en la historia además de en la leyenda. Zenón pasó años oyendo a los moralistas cínicos, como a los lógicos megáricos, antes de elaborar su propio pensamiento; luego los reivindicó como sus antecesores directos y los elevó a la respetabilidad. En el mundo romano Dión Crisóstomo y Epicteto escribieron extensas y laudatorias exposiciones de la filosofía de Diógenes, a quien se refieren también Séneca, Marco Aurelio y Juliano el Apóstata. Muchas tesis cínicas, limadas, pasaron a la ideología estoica. El estoi- cismo convirtió la arisca manera cínica en una moral elegante y edificante sus- ceptible de ser adoptada por los funcionarios de los grandes imperios que suce- dieron a la polis. Por eso es el adjetivo "estoico", no "cínico", el que aplicamos al sabio imperturbable que afronta sin pestañear la adversidad, y por eso es el estoicismo, no el cinismo, el concepto de pensamiento al que nos referimos cuando en momentos de desgracia aconsejamos a alguien que se tome las cosas con filosofía. El cinismo como pensamiento no fue más allá de sus proclamas iniciales, pero hubo cínicos practicantes en Roma, Alejandría, Pérgamo, Antioquía y todos los grandes espacios urbanos de la Antigüedad griega y romana; ninguno, al pare- cer, con el ingenio de Diógenes o la filantropía de Crates. Sí evolucionó en la literatura. Quizá los cínicos, a pesar de su repudio del progreso, se sirvieron de algunas convenciones y técnicas, por ejemplo de la escritura, aunque los histo- riadores no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que Diógenes escribió tragedias y diálogos filosóficos en clave paródica, además de la "República" o "Politeia", y Crates tragedias, elegías, parodias y poemas. Su escritura fue tan ajena a los moldes clásicos como su ideología al espíritu clásico y cívico del gran arte ate- niense, y convirtieron la tragedia en algo paródico, grotesco y esperpéntico. Por eso serían ellos los iniciadores de la sátira, la parodia, la anécdota o la fábula, géneros algunos con continuadores importantes, como Luciano de Samósata en el siglo II d.C. Dado que no sabemos nada seguro, quizá, después de todo, Diógenes y Crates frecuentaran círculos filosóficos y literarios y asistieran a los simposios o banquetes. Sí sabemos que Menedemo de Eretria, un cínico poste- 336
  • 13. LA ESCUELA CÍNICA rior, un hombre de gran inteligencia, carácter y personalidad, a quien sus amigos comparaban con Sócrates, fue el centro de un brillante círculo literario. En su lucha contra las convenciones, el pensamiento cínico erige sin darse cuenta una convención a la que se plega sin crítica o distancia alguna : la propia naturaleza. En la época era habitual contraponer physis a nomos para justificar la sociedad a partir de la naturaleza, se interpretara ésta como lugar de dominio o de igualdad. Los cínicos propusieron vivir conforme a la naturaleza de espal- das a toda convención y cultura, pero no se percataron de que la naturaleza es tan cruel, derrochadora y cretina como la cultura, y además es una convención como otra cualquiera. El cinismo es también una filosofía apegada a la escasez. Perder duele, y la lógica cínica es no tener para no perder. Para no perder, los cínicos pierden de antemano. Creen que hay que prescindir de los bienes externos para no sentir apego por ellos, matan a la muerte prefiriéndola de antemano, son ajenos a los placeres en vez de ser sus señores. En este sentido, la cínica es una moral hirsu- ta, abrupta, masoquista, excesivamente vigilante y temerosa, desmesuradamen- te previsora, áspera, desabrida, seca y carente por completo de sensualidad. Y, por supuesto, el cinismo fue, es, una crítica admirable y espléndida a la estupi- dez humana. El sarcasmo que convierte toda acción en vana y toda cuestión en ridícula es una forma esbelta, trágica, inteligente e interesante de la risa. 337
  • 14. SEMINARIO «ÜROTAVA» DE HISTORIA DE LA CIENCIA - AÑo VII BmLIOGRAFÍA - Finley, M. : "Aspectos de la Antigüedad". Ariel. Barcelona 1.996 - Jaeger, W. : "Paideia". F. C. E. Madrid 1.962 - Nestlé, W. : "Historia del espíritu griego". Ariel. Barcelona 1.981 - Tam, W. : "La civilización helenística". F. C. E. México1.962 - Tovar, A. : "Vida de Sócrates". Alianza. Madrid 1.986 - Schwartz, E. : "Figuras del mundo antiguo". Alianza. Madrid 1.986 - GarcíaGual, C. : "La secta del perro". Alianza. Madrid 1.990 - "Filósofos cínicos y cirenaicos. Antología comentada". Círculo de Lectores. Barcelona 1.997 - Cioran, E. M. : "Adiós a la filosofía y otros textos". Tauros. Madrid 1.998 - Borges, J. L. : ''Diálogos del asceta y el rey" . La nación, 9-IX-1953 - Daraki, M. y Romeyer-Dherbey, G. : "El mundo helenístico: cínicos, estoicos y epicúreos". Akal. Madrid 1.996 - Mosterín, J. : "Historia de la Filosofía". Tomo 5. Alianza. Madrid 1.985 - Mossé, C. : "Las doctrinas políticas en Grecia". A. Redondo Editor. Barcelona 1.970 338