El documento analiza el posible declive del orden liberal internacional debido a los ataques del presidente Trump contra pilares del librecambio como el NAFTA y acuerdos con la UE y China. Trump justifica sus aranceles por razones de seguridad nacional pero su enfoque "América primero" es difícil de compatibilizar con el orden librecambista. Aunque la globalización ha aumentado los ingresos en general, también ha perjudicado a las clases medias occidentales, lo que ha alimentado el populismo y fenómenos como el Brexit. Si Estados Un
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EL OTOÑO DE LA GLOBALIZACION.
Manfred Nolte
El ataque en tromba desatado por la administración americana, y
particularmente por el presidente Trump, sobre determinados pilares esenciales
del librecambio, nos alerta acerca del posible declive del orden liberal
internacional, un concepto ambiguo que será necesario precisar. El acceso al
mandato presidencial del magnate neoyorquino nació cuajado de exabruptos.
Comenzó con la cancelación de las negociaciones en marcha sobre el TTIP
(Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) entre los Estados
Unidos y la Unión europea y la retirada de los Acuerdos de Paris sobre el
cambio climático. Trump repudió el NAFTA ( Zona de libre comercio entre
Canadá, Estados Unidos y México) –amenazando con construir una valla en la
frontera mexicana- e inició la denuncia del acuerdo nuclear con Irán. Su
reticencia hacia un partenariado secular con la OTAN fue otro de sus
aspavientos sonoras.
Y ahora provoca un ataque de nervios en la comunidad internacional con la
imposición de aranceles a las importaciones de aluminio y acero, -con la excusa
de su incidencia sobre la propia seguridad nacional- al tiempo que abre una
subasta de dispensas y exenciones propias de un dictadorzuelo de una aldea
tercermundista. Anteayer ha abierto la caja de Pandora con el múltiple ataque
tarifario a China o el ninguneo de la Organización mundial del Comercio, en la
que, por cierto, tiene voto mayoritario. Aunque de índole distinta, la última
carga contra Amazon puede ser el prólogo de otra hazaña novedosa. Desde el
principio sospechábamos todos que el ‘America first’ (lo primero, América),
resultaba un alegato difícil de compatibilizar con el orden librecambista vigente.
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Decíamos más arriba que el orden librecambista liberal amenazado es un
concepto ambiguo e incluso contradictorio que exige alguna precisión. En
amplios contextos se refiere tanto al rechazo del aislacionismo reaccionario
como de un socialismo asfixiante e inmovilista. Distanciado también del
pensamiento libertario radical, acepta plenamente el estado del bienestar y la
influencia compensatoria del Estado democrático, pero tiene su eje de progreso
en la iniciativa privada y el libre mercado.
Comenzando por el final, ningún lector familiarizado con la historia económica
dejará de admitir que el liberalismo de hoy es un concepto fuertemente tutelado
por la iniciativa pública y que nuestro capitalismo social nada tiene que ver con
la romántica mano invisible de los padres de la economía.
Hagamos memoria. Dejando de lado las derivaciones radicales del pensamiento
marxiano incluidas en el materialismo económico adoptado por algunos países
a lo largo del siglo XX, el látigo del dogma liberal-naif fue sin duda el británico
John Maynard Keynes(1883-1946), apóstol del moderno equilibrio Estado-
iniciativa privada, desmontando los postulados utópicos defendidos por los
clásicos, según los cuales, a largo plazo, eran los precios y los salarios los que
por el juego de la oferta y la demanda restablecían el equilibrio tras las crisis
incurridas por las economías de mercado.
La crisis financiera mundial de 2007–08 le prestó nueva credibilidad a la
corriente keynesiana, y las tesis del británico dieron sustento teórico a la
mayoría de las políticas económicas adoptadas por los gobiernos occidentales
para recuperar la normalidad. Al día de hoy la actividad económica en todos sus
frentes se encuentra altamente regulada y la presencia del Estado en la
economía, medida por el gasto público presupuestario, oscila en occidente entre
el 30/35% del escalón bajo hasta el 56% del PIB en países más intervencionistas
como puede ser el caso de Francia. En España, el porcentaje del gasto público
sobre el PIB en 2017 ha sido del 41.2%.
Pero la introducción de la figura del estado como agente relevante en la correa
de transmisión económica nunca excluyó para Keynes la prevalencia de un
mercado liderado por la demanda y producción privadas. Muy al contrario, el
sector privado se erigía en el tractor de la economía, el mercado se consagraba
como el único mecanismo posible para la eficiente asignación de los recursos y
el Estado actuaba en segundo plano, bajo el principio de subsidiariedad, como
factor anticíclico y promotor de una redistribución social de la rentas a través de
la recaudación fiscal.
Bajo este principio y en la estela del lema ricardiano de la ventaja comparativa,
la economía mundial ha experimentado en la última centuria una prosperidad
sin precedentes. Con Estados Unidos como artífice de un nuevo orden , los
países más desarrollados del planeta se comprometieron al término de la
segunda guerra mundial a crear un marco de convivencia comercial
librecambista, alrededor de Instituciones como Naciones Unidas, el Banco
Mundial o el Fondo Monetario Internacional y después la Organización Mundial
del Comercio.
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Ha sucedido que, recientemente, la curva de ganancia difundida por Branko
Milanovic ha cuantificado el efecto de la globalización entre 1988 y 2012 en un
crecimiento promedio del 25% para todos los niveles de ingresos. Pero el gráfico
del investigador del Banco Mundial señala también a los perdedores del
globalización, los que no han ganado con ella, los sujetos pasivos de una
globalización adversa. Se trata de los perceptores de renta en los deciles
comprendidos entre el 80 y el 95% de la distribución global del ingresos: las
clases medias de los países occidentales, de las economías avanzadas del
mundo.
A partir de este dato, el librecambio como postulado generalmente admitido se
halla amenzado. Las democracias sufren en sus carnes la presencia y el
crecimiento de los populismos tanto de izquierdas como de derechas, que
comparten su hostilidad a la economía global y en ocasiones la xenofobia. Los
partidos políticos ‘ultras’ de ideario extremista han ganado terreno en Europa. Y
finalmente, el fenómeno Brexit y el nombramiento de Trump como Presidente
americano surgen como reacción a una globalización desigual. Los regímenes
autoritarios crecen en popularidad incluyendo a China, Rusia o Turquía. En
Hungría y Polonia algunos flancos democráticos se resienten.
El presidente americano ha visto en los déficits bilaterales comerciales con
terceros países un fantasma inexistente pero para eliminarlo amenaza ahora con
prender fuego al edificio entero de la liberalización. Su miopía alcanza solo el
corto plazo ya que los empleos que hoy promueve serán parados en el medio
plazo. Y finalmente abstrae inexplicablemente del efecto que la aleatoriedad de
sus decisiones supone en incertidumbre para los mercados, factor que supone el
antídoto por excelencia del progreso, la producción y el empleo.
Si Estados Unidos no solo abdica de sus propias raíces sino que las pisotea,
¿asistimos al principio de una involución neoproteccionista y neonacionalista
que nos aboca a un mundo de comercio más protegido y por tanto de menor
prosperidad?