Este documento describe la aparición de una nueva forma de "motines" que expresan el descontento con la globalización a través de movimientos políticos como el Brexit, la elección de Trump, y partidos populistas en Europa. Estos "motines legales" cuestionan el orden económico establecido pero carecen de alternativas claras. El documento analiza cómo estos movimientos están ganando terreno electoralmente y socavan la ortodoxia económica globalizadora.
1. LOS MOTINES DE HOY.
Manfred Nolte
Se acerca, titubeante, la quinta revolución industrial, la de la sostenibilidad.
Unida a los ingredientes de la vigente era digital, el progreso carece de una
definición nítida y previsible. Solo intuimos que nada será ya igual.
En el ámbito de la economía, como es lógico, también van surgiendo nuevos
fenómenos que es preciso analizar con ojos críticos para captar enteramente su
mensaje innovador.
Uno de estos nuevos sucesos consiste en la aparición de una peculiar cepa de
motines, que se expande a lo ancho y largo del planeta. Múltiples motines de
hondas consecuencias económicas, que conviven con las viejas revueltas y
rebeliones.
Un motín es algo que se remonta a la noche de los tiempos -la rebelión de
Espartaco- y muchos son de gran notoriedad. Por ejemplo, el sucedido en abril
de 1789 en la fragata británica ‘The Bounty’, argumento de cinco filmes, el último
rodado en 1984 con Anthony Hopkins y Mel Gibson como actores principales. El
Motín del Bounty simboliza el conflicto clásico entre la tiranía y una causa justa.
Otros motines recogen episodios famosos de nuestra propia historia pasada. Así,
por ejemplo, el Motín de Aranjuez, en marzo de 1808, que provocó la caída del
ministro Godoy. Igualmente, el Motín de Esquilache de 1776, una revuelta
popular con importantes reivindicaciones sociales.
2. En todos los casos se trata de reacciones violentas a situaciones de injusticia que
no alcanzan a ser solventadas por los cauces legales ordinarios. Motines y
rebeliones pueden ser represaliados o salir indemnes y airosos al término de sus
reivindicaciones, dependiendo de que sus cabecillas hayan ganado o perdido el
pulso lanzado a la legalidad. Pero en todos los ejemplos contienen los siguientes
ingredientes: ataque al orden establecido, reacción airada de hastío ante unos
hechos puntuales y ausencia de ambición para introducir de forma ordenada un
modelo sustitutivo de convivencia social. Estamos básicamente, ante un estallido
frente a una situación particular de avasallamiento y despotismo.
Pues bien, la nueva era nos ha sorprendido con una modalidad distinta de
motines, una variante influyente y novedosa. Los motines a los que nos referimos
no conculcan la legalidad, poseen homologación democrática, aunque conjuguen
la acción callejera con la propiamente parlamentaria y se distancien de la
democracia representativa por promover un cierto caudillismo, y expresan
singularmente -esto es lo crítico- un hartazgo ante un elemento central
económico del vigente sistema económico: la globalización. Estamos, en
consecuencia, ante motines antiglobalización.
Se preguntará el perplejo lector a qué tipo de motines podemos estar
refiriéndonos, sin percatarse de que los motines legales a los que aludimos ya
están influyendo decisivamente en nuestra vida diaria, copando los titulares de
los medios, y socavando la ortodoxia económica vigente con repetidas dosis de
proselitismo conceptual en todos sus ámbitos de influencia.
He aquí algunos ejemplos: el Brexit, el acceso de Trump al poder, el auge del
Frente nacional en Francia, el fenómeno de la Liga norte italiana, la iniciativa
AFD en Alemania y en alguna medida la irrupción de formaciones antisistema en
el escenario español, pertenecientes tanto a la derecha como a la izquierda
radical. El último de la lista es el motín del ‘Spexit’, el Brexit español, de escasa
intensidad por el momento.
Los partidos tradicionales se hallan cada vez más acorralados electoralmente por
los de nuevo cuño, que, de la mano del hallazgo de Branco Milanovic que constata
el empobrecimiento de las clases medias mundiales en el transcurso de la
globalización, abogan por el desmantelamiento de la misma, por el cierre de las
fronteras a la migración y a su competencia desleal, y por un comercio con
aranceles protectores de la producción propia. Todo en aras de rescatar la
soberanía nacional y recuperar el control del país, un mantra que comparten los
partidarios de Trump, los Brexiteers y los seguidores del Frente Nacional francés,
junto al resto de arriba citados.
La deriva nacionalista, proteccionista, xenófoba y autoritaria de grandes masas
de electores que votan a los partidos anti-establishment, se traduce en mensajes
simples, ingenuos y aun falsos, que pretenden dar soluciones a cuestiones muy
complejas. Asistimos a motines legales diversos contra un capitalismo
manifiestamente mejorable. Pero nadie, ni los amotinados ni los poderes
institucionales vigentes han encontrado hasta el momento, como sistema, una
alternativa creíble y eficiente que lo sustituya.