Distintas concepciones filosóficas y sociológicas de la ciencia. Proceso de institucionalización de la ciencia. Ciencia académica, macrociencia y tecnociencia.
24. Grado de Periodismo
Universidad de Sevilla
Curso 2019/20
1. La ciencia académica, investigación básica o little science
2. La macrociencia o big science
3. La revolución tecnocientífica (tecnociencia)
M O D O S D E P R O D U C I R C O N O C I M I E N T O Y O R G A N I Z A R S O C I A L M E N T E L A C
1 . 3 # D E L A C M O D E R N A A L A T E C N O C I E N C I A
Defensa de la objetividad, autonomía, neutralidad y verdad de la C.
El método científico es el hipotético-deductivo: Un algoritmo que, mediante aproximaciones sucesivas, nos acerca a la Verdad. El científico propone hipótesis que le permiten explicar fenómenos empíricos y deducir consecuencias que puedan compararse con la experiencia (contrastación empírica).
Por tanto, su respuesta al problema de la inducción es que la C no avanza confirmando teorías por observación, sino demostrando que no contradicen la experiencia.
La falsación es la norma y actitud crítica para diferenciar con nitidez una teoría científica de lo que no es. Esta norma no se apoya en verificaciones, sino en contrastaciones cruciales que pueden refutar, que no establecer, la teoría contrastada. Las teorías científicas son, por tanto, conjeturas refutables.
El progreso científico es un movimiento hacia teorías con un contenido cada vez más completo.
Defensa de la autonomía, objetividad y verdad, así como de las prácticas sociales regidas por normas y valores (ethos de la ciencia).
Se centra en delimitar las condiciones ideales en las que los científicos deberían producir, juzgar, cooperar y publicar sus investigaciones de forma comunitaria, universalista, desinteresada y críticamente escéptica.
Estos valores (imperativos morales) son el motor de la autonomía de la institución científica, la cual necesita de un entorno social, político y económico que eluda cualquier influencia sobre ella y provea de los suficientes mecanismos y apoyos para la búsqueda de conocimiento verdadero.
La C progresa por acumulación de conocimientos genuinos.
En la década de 1930, los estudios de Robert K. Merton contribuyeron a sentar las bases de lo que hoy se denomina la sociología tradicional de la ciencia. La escuela mertoniana se centró principalmente en determinar cómo influyen los factores sociales en la producción de nuevo conocimiento, y en el comportamiento de los científicos, es decir, en el ethos de la ciencia moderna, o, lo que es lo mismo, en “ese complejo de valores y normas, con tintes afectivos, que se considera obligatorio para el hombre de ciencia” (Merton, 1980: 66).
La sociología de la ciencia propugnada por Merton y sus discípulos se centra en delimitar
las condiciones ideales en las que los científicos deberían producir, juzgar y publicar sus trabajos de forma comunitaria, universalista, desinteresada y críticamente escéptica –escepticismo organizado- de acuerdo con su célebre formulación de los cudeos, aquellos imperativos morales que regulan la competencia por la prioridad en la investigación y que constituyen el ethos de la ciencia. Estos valores son el sustrato último de la autonomía e independencia de la institución científica, la cual necesita de un entorno social, político y económico que, por un lado, eluda cualquier influencia sobre ella y, por otro, provea los suficientes mecanismos y apoyos tendentes al desarrollo del conocimiento –certificado- científico (Blanco e Iranzo, 2000: 90).
El progreso científico no es lineal ni continuo, sino que avanza «a saltos», es decir, a periodos en los que los científicos desarrollan su labor investigadora dentro del marco de pensamiento científico imperante (ciencia normal), le suceden otros que suponen una ruptura total o parcial de ese marco conceptual (revoluciones científicas).
El único criterio válido para demarcar la ciencia de la no-ciencia es el de ciencia normal, esto es, lo que los científicos consideran que es ciencia después de que ha operado una revolución científica, y se adopta un nuevo paradigma. Este criterio de demarcación tiene una marcada base histórica.
El paradigma está constituido por unos determinados sistemas conceptuales, postulados teóricos, supuestos de existencia, modos de percibir el mundo, criterios de relevancia y evaluación, estrategias procedimentales, técnicas experimentales, etc., en cuyo dominio únicamente tiene sentido, esto es, coherencia y significado, la confrontación empírica con la naturaleza.
Coincide con el programa filosófico de los positivistas lógicos (imagen filosófica).
Todavía es hegemónica en la comprensión popular de la C (imagen pública).
Sirve de marco mítico y estratégico para los propios científicos (imagen del establishment científico).
Esta visión se caracteriza por considerar que:
La C es una actividad formal que acumula conocimiento por confrontación directa con el mundo natural.
La C es robusta ontológica y metodológicamente. Consigue resultados concluyentes. Método universal, racional e infalible.
La C es una actividad que descubre hechos por medio de la observación/experimentación, base de las hipótesis y teorías. Énfasis en la noción de descubrimiento. Actividad dedicada a la búsqueda desinteresada de conocimiento.
La C es una forma singular y única de indagación que tiende a la Verdad.
La C es una institución libre de valores: ideológicamente neutral, objetiva e independiente de los intereses políticos y económicos.
Los científicos se autorregulan gracias a que se acogen a una serie de imperativos morales de conducta (ethos) y a unos mecanismos de control de la calidad que se aplican entre ellos (sistema de revisión por pares y replicación de experimentos).
CIENTIFICISMO
Hegemonía de la tradición instrumental de la C con su lenguaje de hechos innegables y razones inapelables.
La C es una actividad elitista que descubre la naturaleza real de las cosas (naturales o sociales), con muy poco margen para la duda o el error. Tiene autoridad cognitiva por encima de cualquier otra forma de conocimiento.
La C es un cuerpo de conocimientos fidedigno que avanza inexorablemente hacia la Verdad.
La C, gracias a su aplicación en la T, nos provee de la realización material de los ideales ilustrados:
TECNOCRACIA
Si un problema no tiene una solución técnica, es que no debe ser un problema real. Se trataría, pues, de un problema ilusorio, una ficción nacida de alguna tendencia cultural agresiva.
Necesidad de una orientación técnica y no política de la sociedad.
Los expertos son los únicos agentes cualificados para dictaminar sobre cuestiones de hecho.
El primero, denominado amateur (1600-1800), se caracteriza por el aislamiento de la ciencia. Ésta se desarrolla al margen de las universidades, de los organismos estatales y de la industria, tal como hoy se definen estas instituciones. Para los amateurs la ciencia representaba un campo virgen de experimentación e innovación y, en muchos casos, sus éxitos dependieron de sus habilidades técnicas y de un eficaz patronazgo.
El primero, denominado amateur (1600-1800), se caracteriza por el aislamiento de la ciencia. Ésta se desarrolla al margen de las universidades, de los organismos estatales y de la industria, tal como hoy se definen estas instituciones. Para los amateurs la ciencia representaba un campo virgen de experimentación e innovación y, en muchos casos, sus éxitos dependieron de sus habilidades técnicas y de un eficaz patronazgo.
Los nuevos «filósofos de la naturaleza» tuvieron que enfrentarse tanto a la inmovilista estructura eclesiástica de corte medieval como a la académica, anclada en la autoridad aristotélica.
Como consecuencia de ello, en una primera etapa, el experimentalismo que practicaban estos amateurs fue forzado a confinarse en asociaciones de nuevo cuño: las sociedades científicas, formadas por profesionales económicamente independientes que se reunían de manera informal y cuyos trabajos científicos eran sufragados por ellos mismos o por mecenas. En sus inicios, muchas de estas sociedades fueron meros centros recreativos, pero su auge y el prestigio que les aportaron algunos de sus miembros las convirtió con el paso del tiempo en academias científicas reconocidas oficialmente, como la Royal Society (1662), de Londres, o la Académie des Sciences (1666), de París.
En este periodo el papel cognitivo del público lego fue muy importante. Se suponía que el neófito podía mediar entre hipótesis científicas en conflicto porque se le otorgaba una posición neutral en la controversia y una capacidad natural para juzgar los méritos de ambas partes. Es bien conocida la posición de privilegio que Galileo le asigna a un no especialista (Sagredo) en su Diálogo sobre los dos sistemas del mundo (Fehér, 1990: 423-424). Además, la ciencia experimental para ser aceptada presuponía y exigía la presencia de grupos de personas heterogéneas que actuaran como testigos no expertos para legitimar o no los resultados empíricos obtenidos. Fue Robert Boyle, fundador de la Royal Society y acérrimo defensor del experimentalismo, el que propuso, como condición sine qua non para sancionar la veracidad de los resultados, que los experimentos científicos fuesen públicos. Tanto él como sus partidarios tachaban de acientíficos los experimentos en los que no había público presente (Shapin, 1990). Cuando esta norma se violaba no faltaban las voces autorizadas que recriminaban tal desviación.
Sin embargo, defensores de los métodos analíticos y deductivos, como Thomas Hobbes, arremetieron contra la Royal Society por invitar a las reuniones experimentalistas solamente a los miembros más selectos de la sociedad, por lo que su carácter de públicos resultaba engañoso (Elena citado en Féher, 1990: 425).
Por otra parte, una de las consecuencias fundamentales de las sociedades científicas fue contribuir a la institucionalización de la ciencia, dotándola de los tintes solemnes y, hasta cierto punto, de la pompa y pedantería que aún ostenta. Además, se convirtieron en una especie de tribunal inquisitorial con la suficiente autoridad para dictaminar lo que era o no pertinente según el patrón científico que adoptaran (Bernal, 1989).
Fue también prioritario para las sociedades científicas difundir las virtudes del nuevo método experimental empleado y la calidad de los nuevos conocimientos adquiridos con su aplicación. Esto se logró gracias a un fructífero intercambio epistolar entre sus miembros, que pronto derivó en la aparición e implantación de medios de comunicación más formales: las revistas científicas (Woolgar, 1991: 30). Desde la publicación en 1665 de la primera, Le Journal des Savants, el ritmo de crecimiento de las revistas científicas ha sido espectacular: en solo un siglo el número se elevó a 500; en 1865 ya era de 5.000 publicaciones; y en la actualidad la cifra supera las cien mil (Calvo Hernando, 1997: 41).
El segundo periodo, descrito como académico (1800-1940), supone la inserción de la ciencia entre las actividades universitarias más prometedoras. El apoyo académico que recibió la práctica científica contribuyó a incrementar la adquisición de nuevo conocimiento. Esto provocó la emergencia de dos tendencias, hoy plenamente vigentes. Por una parte, el vertiginoso incremento cognitivo y su creciente complejidad condujeron inevitablemente a la especialización de la ciencia, esto es, a la parcelación convencional del saber.
Por otra parte, la necesidad de controlar, aumentar y comunicar eficazmente la producción de ese novedoso y complejo conocimiento requirió la profesionalización de los miembros que integraban la incipiente comunidad científica.
Profesionalizar la actividad científica trajo consigo elaborar programas educativos de formación técnica prolongada.
Es importante señalar -como hace Woolgar- que a pesar de que cada vez con mayor frecuencia la ciencia recibía subvenciones gubernamentales, los científicos gozaban de libertad académica a la hora de orientar su quehacer científico, lo cual permitió que la investigación básica se desarrollara en las universidades sin injerencias externas (Woolgar, 1991: 30).
El actual estadio de desarrollo científico, definido como profesional, se caracteriza por entender que la ciencia ha pasado de ser una actividad relativamente libre de presiones externas y limitada en cuanto a sus recursos (little science), a establecer complejas interconexiones con el resto de las instituciones políticas e industriales, dado el enorme coste de la investigación científica y la importancia de sus contribuciones para el tejido socioeconómico de las democracias liberales modernas (Torres Albero, 1994: 5).
Hace su aparición la llamada «gran ciencia» (big science), que prima la confección de grandes y costosos proyectos de investigación en los que la ciencia y la tecnología (tecnociencia) se ponen al servicio de los esfuerzos cooperativos de gran número de científicos especializados en distintos campos.
Así, por ejemplo, la culminación en febrero de 2001 del Proyecto Genoma Humano involucró a decenas de científicos competentes en áreas tan específicas como la computación, la bioquímica y la genética molecular. Cada grupo especializado se repartió el trabajo de diseñar programas informáticos, identificar y aislar las secuencias de genes que codifican proteínas de interés económico, reconstruir el archivo genético humano gen a gen, interpretar los datos y, a la postre, publicar los resultados en una sola monografía, firmada por decenas de autores, que, en función de sus méritos y posición jerárquica, buscaban cierto grado de «reconocimiento» por su aportación al acervo de conocimientos científicos (Ziman, 1986: 167).
Proyectos de esta envergadura, que asumen grandes inversiones económicas y comprometen equipos de investigación en los que trabajan numerosos científicos de reconocido prestigio durante largos periodos de tiempo, son juzgados en función de criterios de aplicabilidad y utilidad inmediata, así como de la prosperidad económica y bienestar social que se prevé generen (Woolgar, 1991: 31).
La llamada investigación básica se suele referir a un “trabajo experimental o teórico dirigido principalmente a obtener nuevos conocimientos sobre el origen de los fenómenos y hechos observables, sin vistas a ninguna aplicación particular.”
La ciencia académica (ciencia que se desarrolla en universidades y otros centros de investigación, sin ánimo de lucro) es un estereotipo de la ciencia, un tipo ideal en su forma más pura.
Sin embargo, políticos y empresarios están interesados sobre todo en proyectos de I+D, claramente orientados a las aplicaciones prácticas.
La alianza entre científicos, tecnólogos, militares e industriales se reveló mutuamente beneficiosa (Proyecto Manhattan).
El Gobierno de EE.UU decide institucionalizar y dirigir políticamente dicha alianza (alianza estratégica). Para ello remodela el sistema científico y tecnológico (sistema CyT) estadounidense.
Se atribuye a Vannevar Bush (ingeniero del MIT y asesor científico de Roosevelt) el informe de 1945 (Science, the Endless Frontier), en el que se plantea el diseño básico del sistema CyT norteamericano.
Su aprobación parlamentaria pone en práctica las directrices que sintetizan la fase inicial de la macrociencia. Además, anticipa sugerencias que 4 décadas después propiciarán la emergencia de la tecnociencia, como la necesidad de que la empresa privada invierta en I+D.
Creación de un Consejo Científico adscrito a la Presidencia del país, el White House Science Council.
Creación de una Agencia Nacional de coordinación (National Science Foundation), para impulsar la educación e investigación (no médica) en ciencia y tecnología (los National Institutes of Health para la investigación médica operaban desde finales del siglo XIX).
Diseño y puesta en valor de una política científica (inexistente hasta ese momento) para tiempos de paz (posguerra).
Fomento de la I+D destinando el Gobierno una importante partida de los presupuestos generales (El Gobierno debe ser el principal agente científico del país). Este giro político-financiero es la propuesta central de Bush a Roosvelt. Representa el gran cambio estructural, imitado luego por otros países (UK, Alemania, Japón…).
Potencial fomento de la investigación científica en las empresas, mediante una adecuada política de impuestos y patentes. Sin embargo, estas sugerencias no fueron puestas en práctica hasta la década de los 80 por la Administración Reagan y fueron decisivas para la emergencia de la tecnociencia, propiamente dicha, basada en:
- La privatización del conocimiento científico.
- La rentabilización ulterior de ese conocimiento mediante patentes, licencias de uso, transferencia de conocimiento, inversiones bursátiles, compra-venta de empresas tecnocientíficas, etc.
Fortalecimiento del llamado modelo lineal de la ciencia y el progreso social.
Fomento de una economía de mercado y una posición de liberalismo económico.
Defiende que el conocimiento científico ya no es un bien en sí mismo, sino un bien económico, en concreto, un capital. Anticipa así los postulados de la llamada Sociedad del Conocimiento. Este es un postulado básico del Informe Bush y de la revolución tecnocientífica posterior. El paso no se dio hasta décadas después, pero ya se preconiza la estrecha vinculación que debe existir entre la ciencia académica y el mundo empresarial. Por tanto, el conocimiento científico pasa de ser un bien epistémico a un bien económico (y militar y social y sanitario).
Apoyo activo a los científicos que pasan a ser formados y becados. Se potencia la enseñanza reglada de la C y la T.
Estrechamiento de los vínculos colaborativos entre científicos con ingenieros, militares, empresarios y políticos en sus investigaciones, saliendo de la tradicional torre de marfil de la ciencia académica.
Fomento del nacimiento de nuevas industrias más competitivas que hagan nuevos productos, mejores y más baratos. Estas nuevas empresas deben basarse en la investigación científica básica. Se pretende con ello que EE.UU se desligue de la dependencia que tenía de la ciencia europea.
Apoyo decidido a la difusión del conocimiento científico a la sociedad, potenciando nuevos canales de comunicación, específicos de la macrociencia y la tecnociencia: revistas, magacines, suplementos de divulgación científica, cine y literatura de ciencia-ficción, mass media, etc.: Se cree que un ciudadano informado de los logros de la investigación apoyará los objetivos de la ciencia. Así, al tradicional sistema educativo se le superpuso un segundo sistema de difusión del conocimiento científico, basado en las nuevas TIC.
Bush intenta que las relaciones C y Sociedad fueran tradicionales: dejar hacer a los expertos (política de laissez faire).
Sin embargo, Bush postula a la vez que es el Gobierno el que tiene que ser el principal agente que impulse la investigación científica.
La tensión entre libertad de investigación y control de esta es uno de los conflictos de valores más relevantes de la tecnociencia.
Se inicia en los EE.UU en la época de la II Guerra Mundial, se consolida con la Guerra Fría y ulteriormente se ha ido expandiendo a otros países, en particular por Europa, Japón y Canadá.
El surgimiento de la tecnociencia no implica la desaparición de la ciencia académica, aunque sí su arrinconamiento a proyectos menores en el ámbito de la I+D+i.
Se pueden distinguir tres etapas:
Etapa de 1940-1965: Emerge la macrociencia (Big science), precursora o primera modalidad de la tecnociencia. La investigación básica desempeña un papel fundamental como motor de la macrociencia, sobre todo en el dominio de la física, la química y, también, las matemáticas.
Etapa 1966-1976: Se trata de una década de crisis y estancamiento, provocada por el fracaso norteamericano en Vietnam, la crisis energética de 1973 y el surgimiento de movimientos sociales contestatarios en contra de la macrociencia militarizada.
Etapa 1977-actualidad: surge la tecnociencia propiamente dicha, impulsada por algunas grandes empresas, más que por los Estados, y centrada en el desarrollo de nuevas tecnologías.