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Hombres que hunden Bancos.
Manfred Nolte
El reciente escándalo protagonizado por el banquero Javier Martín-Artajo
reabre la polémica sobre una casta de especímenes fraudulentos que prosperan
en las entidades financieras globales al calor de determinadas coyunturas
favorables, pero que muestran todo su potencial destructivo cuando los vientos
de los mercados son contrarios a sus intereses.
Martín-Artajo es el más reciente en el ranking de un tipo de personajes
estereotipados: todos ellos han gozado en sus respectivas Entidades financieras
de la aureola de cambistas reconocidos, operadores –„traders‟- especializados
con amplias atribuciones para la adopción de riesgos en complejas operaciones
especulativas fundamentalmente en el espinoso mundo de los derivados y que
estuvieron a punto de llevar a la bancarrota al Banco al que se suponía debían
lealtad.
En algún caso famoso, como el de Nick Leeson, la quiebra rebasó el umbral de la
mera posibilidad para convertirse en realidad. Leeson era responsable máximo
de operaciones de derivados en la oficina de Singapur de „Barings Bank‟, el
Banco de Inversión decano del Reino Unido, fundado en 1762. Durante años de
actividad altamente especulativa contribuyó a generar alrededor del 10% de los
beneficios brutos de la entidad, pero cuando la situación se tornó hostil utilizó
una cuenta transitoria que adquirió notoriedad –la 88888- para intentar
solventar las pérdidas. En febrero de 1995 éstas superaban los 1.300 millones de
dólares, cuando Leeson huyó de la entidad dejando una nota con un lacónico:
“lo siento”. Fue adquirido por el grupo ING al precio simbólico de una libra.
Leeson cumplió 6 años de prisión y al salir escribió dos libros, uno de ellos
titulado „El cambista infiel: Como aniquilé a Barings Bank y estremecí al mundo
financiero‟, que sirvió de guión de un film de relativo éxito titulado en su versión
española „El gran farol‟, dirigido en 1999 por James Dearden.
El fraude de Leeson sucedió poco después del de Joseph Jett, operador de
Kidder Peabody en Nueva York, que había ocultado pérdidas de 74 millones de
dólares, lo que en 1994 representaba el primer quebranto de envergadura
registrado hasta la fecha. Jett evitó la cárcel y la Firma tuvo que adjudicarse
apresuradamente a Paine Webber. En Setiembre de 1995 se conoció la
confesión de Toshihide Iguchi, un „trader‟ de bonos soberanos que realizó a lo
largo de 12 años mas de 300.000 operaciones no autorizadas y que ocasionó
pérdidas de 1.100 millones de dólares al Daiwa Bank en Nueva York.
La lista continúa con Yasuo Hamanaka, que en 1996 destapó daños irreversibles
por valor de 2.600 millones de dólares a Sumitomo Corporación como
consecuencia de operaciones fallidas en el mercado del cobre de Londres. Seis
años después se produciría el arresto de John Rusnak, un operador de Allied
Irish Bank en Baltimore, que perdió 691 millones en posiciones en divisas. En
2004, un grupo de cuatro operadores de opciones en el Banco Nacional de
Australia en Melbourne confesaban unas pérdidas irregulares de 360 millones
de dólares australianos. Ya en fechas más recientes, en 2011, Kweku Adoboli, un
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trader de 31 años de edad nacido en Ghana y educado en Inglaterra, ha sido
acusado de fraude por ocultar $ 2.300 millones de pérdidas fraudulentas en la
mesa de derivados de „Delta One Equity‟ del grupo suizo UBS. Por último y
ostentando el record de la clasificación, el sumario aun en juicio de apelación de
Jérôme Kerviel, un tipo que ha incurrido en 6.700 millones de dólares de
pérdidas, equivalentes a la capitalización del Banco que lo contrató, Société
Genérale de Paris.
El caso de Javier Martín-Artajo, un ejecutivo que cobró 10 millones de euros en
2010 y a la fecha se halla en paradero desconocido, reviste perfiles similares. En
la carta de despido que su empleador JP Morgan le entregó el 12 de julio de
2012, el Banco estadounidense acusaba al español de ocultar las pérdidas
originadas en el departamento de derivados que dirigía en Londres, y que
finalmente ascendieron a 6.200 millones de dólares, en conexión con un
macrofraude conocido como „la ballena londinense‟. Para poner en referencia
estas cifras bastará recordar que el presupuesto español para educación en 2013
no llegará a los 2.000 millones de euros y el de sanidad rondará los 3.900.
Hace tan solo unos días, la fiscalía neoyorquina ha presentado una orden de
arresto contra Martín-Artajo por los cargos de conspiración y fraude, al falsear
las cuentas de JP Morgan, la información pública sobre sus activos y los estados
financieros reglamentarios que la entidad debe presentar al regulador.
Estos operadores desleales y fraudulentos, que presentan un perfil „de libro‟, son
unos especimenes cuyos siniestros concitan junto al escándalo social derivado
de las perdidas millonarias acarreadas a sus entidades y a la clientela de estas,
algunas preguntas decisivas. Operando en un marco delegado por cuenta de sus
superiores, lo irregular surge cuando realizan operaciones no autorizadas, que
una vez traducidas a pérdidas tratan de ocultar, al tiempo que inician una
desesperada huida hacia ninguna parte. Esta doble virtualidad que concurre en
un empleado legítimo que realiza operaciones ilegitimas sitúa a estos cambistas
en un intervalo difuso entre la ilegalidad civil y la penal. El común denominador
es que operan siempre sobre inversiones especulativas de alto riesgo que
pueden generar beneficios sustanciosos, pero igualmente pérdidas cuantiosas, a
veces irreparables.
Todo ello nos lleva a formular unas críticas frontales a esta operativa de las
entidades financieras globales. No siempre parece probada la cordura de un
sistema de retribución variable ligado a resultados, que en ocasiones multiplica
por diez los emolumentos fijos, lo que representan una clara incitación a la
adopción de riesgos desmesurados. En este caso el empleador es cooperador
necesario en los siniestros potenciales, exhibiendo un deficiente control interno
y alentando una especulación financiada no solo con los fondos propios de la
entidad sino también los de la clientela en un proceso de exaltación del
beneficio de dudosa legitimidad. En relación al último de los escándalos
narrados, el Senado americano, tras 9 meses de investigación, publicó en marzo
de 2013 que JP Morgan había confundido a inversores y reguladores en relación
a una operativa “monstruosa” en los mercados de derivados. Según las
manifestaciones de Carl Levin, Presidente del panel investigador, JP Morgan
llevó a cabo “unas operaciones cargadas de riesgo, ignorando los límites de la
asunción de riesgos, ocultando pérdidas, esquivando la supervisión y pasando
información falsa al público”.
Para terminar, una mención a la deficitaria regulación de gran parte de las
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operaciones especulativas en particular en los mercados de derivados. Ello va
unido a la consideración de la escasa o nula aportación social de este género de
conductas a la economía real, lo que recomienda una drástica limitación . Desde
la introducción del teleproceso en las oficinas bancarias, seguida de los cajeros
automáticos y las tarjetas de pago, la innovación financiera discurre por
caladeros poco fértiles y sospechosos. En una reciente comparecencia de
Francisco González en Bilbao, descubría éste la determinación de la entidad que
preside para introducir una revolución tecnológica financiera en la telefonía
móvil, asociada a los medios de pago. Ese parece un buen camino por el que
avanzar.