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Decepcionante desenlace de la ‘tasa Tobin’.
Manfred Nolte
En el futuro, los manuales que instruyan sobre la vieja táctica de
marear la perdiz, a gran escala y en tribunas globales, recogerán en
lugar destacado las maniobras de implantación de una ‘tasa sobre
las transacciones financieras’, una propuesta innovadora e solidaria
que a fuerza de idas y vueltas, dimes y diretes quedará aguada sin
remedio y convertida en la mera caricatura de su diseño original.
En la reunión del Eurogrupo del pasado 1 de abril, la tasa ha sido
tratada en los descansos de las reuniones y como conversación de
relleno acompañando al te o al café de turno. Aunque el ministro
Guindos haya asegurado que el tema está hecho, y que se implantará
a partir de 2015, la realidad es que no se hace mención alguna al
hecho en la reseña de la sesión, redactada por su Presidente, y
deberá someterse a varios tramites formales -aprobación por parte
del Parlamento, Comisión y Consejo- antes de su entrada en vigor.
Según relatan las fuentes oficiales aun quedan muchos flecos por
negociar.
De todas formas el contenido avanzado por el ministro de economía
español no puede ser más decepcionante: la tasa se aplicaría
exclusivamente a las compraventas de acciones (contado y
derivados) aparcándose la aplicación el resto de transacciones de los
mercados financieros(divisas, obligaciones y bonos, y otras
transacciones en derivados), lo que representa reducir la base de
exacción a un 20% aproximadamente de lo que constituía su
hipótesis inicial. Pero es que además el destino de los fondos lejos de
nutrir el presupuesto de la Unión Europea, se ingresará en las arcas
de cada uno de los 11 países firmantes del presunto acuerdo. Se
desvanecen así las esperanzas de que el producto de la recaudación
sea destinado a la promoción del desarrollo y/o a paliar las
consecuencias del cambio climático. Para ese viaje no se necesitan
alforjas como señala el refranero y en cualquier caso las
circunstancias han segado una noble aspiración de la sociedad civil.
Se dice –y con toda la razón del mundo que en la City Londinense
están brindando con champán por lo que es un tiro al propio pie de
los 11 firmantes. De todas formas todo pronostico es arriesgado
hasta no conocer el texto definitivo de la norma reguladora.
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Hagamos un poco de historia:
Desde el nacimiento de la idea hace más de 40 años tres han sido básicamente
las razones que los diversos agentes sociales han invocado para la implantación
de un impuesto sobre la práctica totalidad de las transacciones financieras de
los mercados planetarios, tanto en los de divisas como en los de títulos valores y
otros asimilados, a las que se aplicaría un tipo de gravamen diminuto –
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prácticamente simbólico-. Universalidad de la aplicación y recato en el
porcentaje de exacción son pilares esenciales de la propuesta. En la medida en
la que el sector financiero ostenta el monopolio transaccional sobre la parte del
león de las operaciones aludidas, el impuesto se viene considerando como un
impuesto sobre la industria bancaria y asimilados.
Vayamos con las tres razones.
1.-La historia de la tasa arranca en agosto de 1971, con la finalización del
régimen del ‘patrón-cambio-oro’ y la adopción por el Presidente Nixon de la
inconvertibilidad de la divisa americana en el metal amarillo, decisión a la que
seguiría dos años después la implantación generalizada de un sistema de
cambios flotantes. Los graves movimientos erráticos producidos por los nuevos
tipos de cambio, inducen al nobel americano James Tobin a proponer un
gravamen sobre las transacciones en divisas para desincentivar los movimientos
de capitales a corto plazo, recortar la profundidad de los mercados cambiarios y
controlar o disminuir la volatilidad y oscilaciones de los precios. Esta primera
justificación sigue vigente en aras de ir desmontando el Casino que ha
configurado en los últimos 20 años una buena parte de las finanzas globales. No
hace falta ser keynesiano para denunciar una innovación financiera que no solo
ha carecido de utilidad social, sino que se sitúa como colaborador necesario de
la gran crisis global y que no ha cesado hasta nuestros días.
La última ‘Encuesta trienal de Bancos Centrales sobre el volumen de
negociación en divisas’ realizada por el Banco de Pagos Internacionales (BPI) al
cierre de abril de 2013 registra un movimiento promedio diario de 12,6 billones
de dólares equivalente a un agregado de 3.276 billones de dólares a anuales.
Teniendo en cuenta que el PIB mundial rozó en 2012 los 85 billones de dólares,
llegamos a la simple verificación aritmética de que los movimientos financieros
anuales en divisas representan alrededor de 38 veces el valor del PIB mundial
en el mismo periodo. Si ampliamos el cálculo a las transacciones en títulos
valores –acciones y obligaciones- tanto en los mercados de contado como de
derivados, las transacciones financieras multiplican el PIB mundial 48 veces en
2004, 70 veces en 2007 y previsiblemente mas del 100 veces en 2013. La
conclusión es meridiana. La esquizofrenia y bipolaridad que registran los
guarismos de la economía real medidos por el PIB en relación con las cifras de
los mercados financieros alertan de la grave enfermedad que aqueja a las bases
de nuestra interpretación de la actividad económica.
2.-La segunda razón responde a una larga reivindicación de la sociedad civil.
Destinemos –se dice- una contribución infinitesimal e imperceptible sobre una
base global gigantesca de transacciones financieras a la causa de la solidaridad.
Al alivio de aquellos centenares de millones de seres atrapados en la trampa de
la pobreza y que además siguen siendo los mayores damnificados por no haber
podido engancharse al tren de la globalización. La ayuda oficial al desarrollo
concedida por la OCDE ronda los 140.000 millones de dólares anuales. Una
‘tasa Tobin’ generalmente adoptada reforzaría y aun rebasaría dicha cantidad.
Pero la introducción de un impuesto es una decisión nacional y la adopción de
una tasa global requiere una comunión global de intereses que hasta la fecha ha
chocado frontalmente contra el muro de la indiferencia.
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3.-La tercera y más reciente se encuentra en una iniciativa de la Unión Europea
que arrincona a las anteriores. Se trata ahora de la financiación directa de los
abultados déficits incurridos por los presupuestos públicos comunitarios. Se
basa esta proposición en las ingentes sumas de dinero volcadas en el rescate de
la Banca desde 2008. En setiembre de 2011, Durao Barroso recordó al
Parlamento Europeo que “durante los tres últimos años, los Estados miembros
(esto es, los contribuyentes) han concedido ayudas y garantías por un total de
4,6 billones de euros al sector financiero. Ya es hora de que este devuelva lo que
debe a la sociedad. Es una cuestión de justicia que podría generar ingresos
superiores a 55 000 millones de euros anuales”. En Junio de 2012, y a falta de
acuerdo entre los 27, once países europeos, entre los que figura España, se
asociaron para la creación del nuevo impuesto siguiendo el procedimiento de
‘Cooperación reforzada’. Al fervor inicial ha seguido una abrumadora reacción
de la profesión bancaria que ha hecho flaquear algunas de las voluntades más
férreas –como la francesa- derivando el proyecto hacia un tibio sucedáneo de las
formulaciones iniciales. Un documento interno del Consejo Europeo califica el
boceto de directiva de ilegal por discriminatorio y Gran Bretaña ha presentado
un recurso de amparo ante el Tribunal de Justicia porque teme que su
aplicación afecte a la City londinense.
Paris y Berlín quieren ahora sacudirse la patata caliente y abogan por una
iniciativa descafeinada antes de las elecciones europeas, para ver y juzgar.
España que estaba desde el principio a la cabeza de la manifestación también ha
sucumbido a las presiones de la Banca.
Conclusión: James Tobin y los movimientos alterglobalización tienen sobrados
motivos para el enojo: les han robado la idea y además no le profesan ningún
afecto y van a adoptar una versión mezquina e injustificada.