El documento resume las definiciones iniciales de la ira propuestas por investigadores en las décadas de 1960 y 1970, y explica que la ira es una emoción que surge ante obstáculos frustrantes que llevan a conductas agresivas para remover dichos obstáculos. También distingue la ira de la hostilidad como un rasgo de personalidad. Luego describe la localización de la ira en la amígdala cerebral y los efectos fisiológicos asociados con la ira, como la expresión facial y cambios cardiovasculares. Finalmente, analiza
1. La Ira
Universidad Yacambú
Facultad de Humanidades
Cátedra: Psicología
Curso: Fisiología y Conducta
Autor:
Fazio, M. Irina F.
Octubre, 2.017 C.I. 18.728.824
2. Entre las definiciones pioneras de la ira se encuentran:
• Buss (1961) incluye factores faciales-esqueléticos y
autonómicos en la definición de la ira;
• Feshbach (1964) la ira es un estado indiferenciado de
activación o arousal emocional;
• Kaufman (1970) que la ve como un estado de activación
física que coexiste con actos fantaseados o
intencionados y que culmina con efectos perjudiciales
para otras personas.
Magai (1996), entiende que la ira es una emoción que viene designada por la aparición de
obstáculos ante nuestras metas y resultados frustrantes, lo que provocaría unos efectos tanto
en la propia persona, como en su relación con los demás, que le llevarían a remover los
obstáculos que se interponen entre él y sus metas, las fuentes de la frustración, y a advertir a
los demás de lo inadecuado de ser atacado con conductas agresivas. Sin embargo, la
hostilidad la va a entender como un rasgo de personalidad en el que las personas tienden a
ser irritables, sensibles a los desaires, cínicas, y que interpretan negativamente las intenciones
ajenas.
La Ira
3. Como las emociones están muy ligadas a los pensamientos, una situación puede ser
“vivida” de formas muy diferentes en función de la persona. Lo correcto, entonces, es
referirse a los pensamientos asociados a la situación que causa ira y a la consiguiente
liberación de atecolaminas para el aumento puntual y rápido de la energía necesaria
para emprender una acción decidida contra el evento amenazante, tal como podría
llegar a ser la lucha o la huida. La descarga de energía perdura el tiempo que sea
necesario de acuerdo con la magnitud que el cerebro le haya dado a la amenaza. Por
otro lado, existe otra oleada energética, activada por la amígdala cerebral, que
permanece aún más tiempo que la anterior y se mueve a través de la excitación de la
rama adrenocortical del sistema nervioso. Su función es la de dar el tono general
adecuado a la respuesta. Esta excitación puede durar horas o incluso días si se
alimenta adecuadamente el estado de alerta.
Cuando esto sucede, la persona es proclive a enfadarse por cualquier cosa. Incluso
vive situaciones insignificantes de manera más reactiva y esto explicaría por qué un
individuo tiende a enojarse cuando ya tuvo alguna situación de ira durante el día, o
cuando está particularmente estresado. Cada uno de los nuevos pensamientos
irritantes se convierte en detonante de una nueva descarga de catecolaminas por
parte de la amígdala, que se ve fortalecida por el impulso hormonal precedente. De
esta forma aumenta vertiginosamente la escalada del nivel de excitación fisiológico.
Localización de la Ira en el Cerebro
4. La amígdala cerebral, pequeña estructura del sistema límbico,
funciona como una especie de “director de orquesta”, cuya
misión principal es el procesamiento y almacenamiento de
las reacciones emocionales.
Nos permite asociar las experiencias que vivimos a sensaciones
de gratificación o de aversión. Gestiona el miedo y las
reacciones de lucha o huida.
El núcleo central de la amígdala es el que mayor participación
tiene en la expresión de la respuesta emocional, tanto a nivel
físico, produciendo sensaciones y reacciones fisiológicas,
como conductual.
Las modificaciones corporales asociadas a la ira están
guiadas por la parte del sistema nervioso que
gestiona las funciones vitales de modo automático, es
decir, fuera del control de nuestra voluntad.
Algunas de estas reacciones se observan en una
peculiar expresión facial, crispación muscular,
aceleración del ritmo cardiaco, aumento de la
frecuencia respiratoria, subida de la temperatura
Localización de la Ira en el Cerebro
5. El grado en que los trastornos emocionales puedan interferir la vida mental no es nada nuevo para los profesores. Los alumnos
que se sienten ansiosos, enfurecidos o deprimidos no aprenden; la gente que se ve atrapada en esos estados de ánimo no
asimila la información de manera eficaz ni la maneja bien.
La emociones desagradables poderosas (ira, ansiedad, tensión o tristeza) desvían la atención hacia sus propias ocupaciones
interfiriendo el intento de concentración en otra cosa. Cuando las emociones entorpecen la concentración lo que ocurre es
que se paraliza la capacidad mental cognitiva que los científicos llaman “memoria activa”, la capacidad de retener en la mente
toda la información que atañe a la tarea que estamos realizando. La memoria activa es una función ejecutiva por excelencia en
la vida mental, que hace posible todos los otros esfuerzos intelectuales, desde pronunciar una frase hasta de desempeñar una
compleja proposición lógica.
La corteza prefrontal ejecuta la memoria activa y el recuerdo es el punto en el que se unen las sensaciones y emociones.
Cuando el circuito límbico, que converge en la corteza prefrontal, se encuentra sometido por la perturbación, queda afectada
la eficacia de la memoria activa: no podemos pensar correctamente.
Influencia de la Ira en el Aprendizaje
6. Siempre en estas situaciones es importante mantener la calma, las técnicas de respiración
y relajación son muy convenientes, pasear, tomar el aire, hacer deporte. Expresar y
verbalizar ayuda a retomar su control, cuando digo que “estoy enfadado/a”, ya estoy
menos enfadado/a.
Escribir habitualmente nuestras emociones es una buena idea para ser conscientes de lo
que nos pasa.
Modificaciones y Tolerancia
7. Existe el trastorno explosivo intermitente (abreviado TEI) es un trastorno del comportamiento caracterizado por
expresiones extremas de enfado, a menudo hasta el punto de rabia incontrolada, que son desproporcionadas respecto
a las circunstancias en que se producen. Actualmente, dentro del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-IV TR) se categoriza dentro de los trastornos del control de impulsos, junto a la cleptomanía (robo de
objetos llamativos para la persona afectada), la piromanía (provocación de incendios), la tricotilomania (descontrol en
comerse y arrancarse el cabello) y al juego patológico antes conocido como ludopatía, entre otros.
La agresión impulsiva no es premeditada, y se define como una reacción desproporcionada ante cualquier
provocación, real o percibida como tal. Algunos pacientes han referido experimentar cambios afectivos justo antes del
estallido de ira (estrés, cambios de humor, etc.).
Un estudio del año 2006 sugiere que este trastorno tiene una prevalencia considerablemente mayor de lo que se creía.
En un estudio realizado sobre una muestra de 10.000 individuos de 18 años o más, un 7,3% de los sujetos refirieron
haber sufrido un episodio durante su vida, y un 3,9% dijeron haberlo experimentado en los últimos doce meses.
En un estudio realizado en el año 2005 en el estado norteamericano de Rhode Island se halló una prevalencia del 6,3%
(+/- 0.7%) para la experimentación de un episodio de TEI a lo largo de la vida entre 1.300 pacientes que se hallaban
bajo evaluación psiquiátrica. La prevalencia es mayor entre hombres que entre mujeres. El trastorno no es fácilmente
caracterizable, y a menudo existe comorbilidad con otros trastornos del estado de ánimo, principalmente con
el trastorno bipolar. Los pacientes diagnosticados con TEI suelen informar de que sus episodios de ira fueron breves
(con una duración inferior a una hora), con una variedad de síntomas corporales (sudor, opresión en el pecho,
contracciones, palpitaciones) experimentadas por una tercera parte de la muestra. Los actos violentos estaban
frecuentemente acompañados de una sensación de liberación, y en algunos casos, de placer, pero seguidas de
remordimientos una vez concluido el episodio.
Trastornos Comunes
8. Los criterios del DSM-IV para el TEI incluyen:
1.La ocurrencia de episodios aislados de fracaso al resistir los impulsos
agresivos, y que tienen como consecuencia asaltos violentos o destrucción
de la propiedad;
2.El grado de agresividad expresada durante un episodio es
desproporcionada con relación a la provocación sufrida o al estresor
psicosocial precipitante, y,
3.Debe haberse descartado la presencia de otros trastornos mentales que
puedan causar comportamientos violentos, como el trastorno antisocial de
la personalidad, el trastorno límite de la personalidad o el trastorno por
déficit de atención con hiperactividad. Además, los actos de agresión no
pueden estar provocados por algún tipo de condición médica (por
ejemplo, un dolor de cabeza, la enfermedad de Alzheimer, etc.) o por el
efecto de un abuso de sustancias o de un medicamento. El diagnóstico se
realiza mediante una entrevista psiquiátrica, durante la que se comprueba
el ajuste de la sintomatología comportamental y afectiva a los criterios
listados en el DSM-IV.
Trastornos Comunes
9. El tratamiento puede conllevar una mezcla de terapia cognitivo-conductual y tratamiento farmacológico. La terapia puede ayudar al
paciente a reconocer los impulsos para facilitar la adquisición de un mayor nivel de conciencia y control de los accesos de ira, así
como a tratar el estrés emocional que acompaña estos episodios. Existen diversos tratamientos farmacológicos indicados para este
tipo de pacientes. Los antidepresivos tricíclicos y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) como la fluoxetina,
la fluvoxamina y la sertralina parecen aliviar algunos de los síntomas psicopatológicos. Los estabilizadores de ánimo gabaérgicos y las
drogas anticonvulsivas como la gabapentina, el litio y la carbamazepina parecen ayudar a controlar la aparición de los accesos de ira.
Los ansiolíticos ayudan a aliviar la tensión y pueden favorecer la reducción de los ataques de ira mediante el incremento de la
tolerancia a los estímulos que los provocan, y están especialmente indicados en pacientes que también sufren de un trastorno
obsesivo-compulsivo, u otros trastornos de ansiedad.
La conducta impulsiva, y especialmente la predisposición impulsiva a la violencia, se ha correlacionado con bajo índice de niveles
cerebrales de serotonina, según indica la baja concentración de ácido 5-hidroxindolacético en el fluido cerebroespinal. Este sustrato
parece actuar sobre el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, que es el centro al que llega la serotonina desde los núcleos del
rafe dorsal y medio, desempeñando un papel en el mantenimiento de los ritmos circadianos y en la regulación de la glucemia. Se ha
propuesto que la baja concentración de ácido 5-hidroxindolacético podría tener un componente hereditario. Otros rasgos que
correlacionan con el TEI son un tono vagal bajo y un incremento en la secreción de insulina.
Se ha sugerido una explicación al TEI como un polimorfismo del gen para el triptófano hidroxilasa, que produce un precursor
químico de la serotonina. Este genotipo se encuentra más comúnmente en individuos con comportamientos impulsivos.
El TEI también puede estar asociado a lesiones en el córtex prefrontal, incluyendo la amígdala, aumentando la incidencia de
comportamientos impulsivos y agresivos, así como la incapacidad de predecir el propio comportamiento. Las lesiones en estas áreas
también se han asociado a un control inapropiado de la glucemia, lo que conduce a una disminución de la función cerebral en estas
áreas, que están relacionadas con la planificación y la toma de decisiones
Tratamientos