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REGULAR CRIPTOLANDIA.
Manfred Nolte
La pérdida de un tercio de su valor en la última semana advierte de la bomba
retardada ‘Bitcoin’.
Bitcoin surgió de un ‘libro blanco’ publicado a finales de 2008 por un tal Satoshi
Nakamoto. En 2.009 apenas valía unos céntimos. Diez años después se cotiza a
13.833 dólares/unidad con un máximo histórico en diciembre de 19.891 euros,
eso sí, acompañado de una enorme volatilidad. El valor en dólares del bitcoin
máximo se ha multiplicado por 10 desde comienzos de este año y por 30.000
desde enero de 2.011.
El valor de capitalización del stock de 16,7 millones de bitcoins en circulación al
día de hoy se eleva a 334.000 millones de dólares, equivalente al valor bursátil
de Apple o al PIB de Austria. Lo que hasta fecha reciente era un audaz
experimento propio de frikis informáticos, una combinación de teoría de los
juegos, finanzas y criptografía que cambiaba de manos en el espacio internet,
observa en la actualidad precios y tendencias altamente preocupantes. Ello
puede sugerir que ha llegado la hora de regular y controlar este críptico mundo
que discurre a sus anchas ante la incomprensible impasibilidad de las
autoridades monetarias y fiscales. Por lo menos para aquellos que consideramos
las políticas públicas como un necesario complemento de la economía de
mercado, sobre todo cuando esta se desboca fruto entre otras razones de una
exuberancia irracional al modo definido por el nobel Robert Shiller.
¿De donde surge la actual criptomanía o cuales son las razones de la frenética
demanda de las más de 2.000 monedas digitales existentes, en general, y de
Bitcoin en particular?
Hay cinco características, al menos, que invitan a enrolarse en el fenómeno
criptodigital. La primera residiría en su escasez, esto es la naturaleza limitada de
la oferta de estas monedas. En el caso de Bitcoin el proceso de minería
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informática se cerrará en 21 millones de unidades. Ni una más. La segunda
podría hallarse en la huida de la depreciación a largo plazo de las divisas
habituales, en especial en épocas de relajación cuantitativa. La tercera es
intrínseca a toda burbuja especulativa: nadie quiere perderse el rally alcista a
pesar que la cotización sufra dramáticos recortes temporales. La cuarta reside
en su capacidad de pago, aunque esta sea muy limitada. Otra quinta explicación
reside en el convencimiento ya más que razonable de que ‘blockchain’, la
tecnología sobre la que rueda bitcoin, es la llave del futuro tecnológico.
Seguramente es verdad, pero lo que conviene aclarar es que cualquier experto
puede crear cadenas de bloques , sin que por ello tengan relación
necesariamente con Bitcoin. La última y probablemente la mas importante es el
anonimato que envuelve a las transacciones en esta moneda.
A partir de estos componentes de la demanda puede construirse el
argumentarlo para promover de forma urgente la entrada de los órganos
reguladores monetarios y fiscales en la vida de las criptomonedas.
Procede regular el mundo de las monedas virtuales, por la dimensión alcanzada
y la incidencia que la desmesurada volatilidad de estos instrumentos suscita
para un conjunto muy amplio de inversores. Son muchos los fondos de
inversión y otros instrumentos financieros que adoptan posiciones en Bitcoin,
con la posibilidad de siniestros que los titulares del fondo desconocen. Máxime
cuando estas monedas están fuera del ámbito de cobertura de los fondos
estatales de garantía de depósitos.
Bitcoin debe regularse para estrechar, en su caso, el intervalo del estallido de su
burbuja. El fenómeno bitcoin carece de subyacente y por lo tanto de valor
intrínseco. El único subyacente sería el que se derive de la utilización de la
tecnología blockchain, que como se ha dicho tiene una aplicación universal.
Quizás unos pocos centenares de dólares. Va contra toda cordura la evolución
no solo de la moneda bitcoin sino de las llamadas ICOs (Initial Coin Offerings
en ingles, Emisiones de nuevas monedas, en castellano). Un ICO es un medio
carente de cualquier regulación para obtener los fondos necesarios para lanzar
al mercado una nueva moneda virtual. Las nuevas monedas alcanzan por lo
general cotizaciones meteóricas en un breve plazo de tiempo.
Pero la intervención y regulación debe encaminarse sobre todo a aflorar el
encubrimiento de ciberdelitos que la moneda digital propicia y facilita. En
concreto, la aplicación ‘Dark Wallet’ hace prácticamente imposible seguir
el rastro de la moneda virtual a través de las sucesivas encriptaciones que
desarrolla. De hecho, diversas investigaciones han demostrado que
organizaciones criminales de toda índole utilizan la desregulada ‘dark web’
(webs ocultas) realizando pagos en monedas electrónicas sin dejar rastro
alguno. Tampoco está de más recordar el caso ‘Wannacry’, un
‘ransomware’ o software de hackeo que secuestró hace unos meses los
archivos de un gran número de ordenadores en 150 países reclamando un
rescate precisamente en bitcoins. ¡Y las autoridades impasibles!
La doble intervención monetaria y fiscal debería producirse por medio de la
equiparación de los estándares de control con las operaciones del sistema
bancario. No se comprende que las transacciones en ciberdivisas no cumplan
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con la regla bancaria básica de identificación cierta del titular y determinación
del origen, naturaleza y destino de los fondos. La normativa aplicable facilitaría
también la persecución de la evasión fiscal, pero sobre todo el tráfico producido
en las llamadas web profundas que encubren potencialmente ciberdelitos y
otras formas de crimen organizado.
La reciente admisión a cotización del bitcoin en el mercado de futuros de
Chicago y Nueva York es un elemento adicional que refuerza la necesidad de la
regulación de las criptomonedas. Lejos de hacer a estas monedas más
transparentes, las encubren y las blanquean, ya que utilizan una plataforma de
contratación admitida en la comunidad financiera, -los mercados de futuros-
pero sin aclarar la naturaleza del subyacente, la naturaleza y destino de bitcoin
en cada transacción concreta.
La Comisión Europea ha reclamado este miércoles a las agencias de supervisión
europeas actualizar urgentemente sus alertas a inversores en relación a Bitcoin,
empezando por advertir de los chiringuitos financieros no regulados que
intermedian este mercado anárquico.
Una medida pusilánime e insuficiente. Bitcoin debe someterse lisa y llanamente
a los mismos controles exhaustivos aplicados a las transacciones ordinarias en
el regulado sistema bancario.