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MORAL SEXUAL Y MATRIMONIAL
(Tomado del Manual de Moral Cristiana; Mons. Javier Muñoz Mora)
(Texto de estudio adaptado para estudiantes de primero de Teología del Seminario
Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima, Diócesis de Pereira)
Cada uno, varón y mujer, es imagen del poder y de la ternura de Dios (Cf. Gn 1,27), aunque
de manera distinta, con una dignidad igual. La unión del varón y la mujer en el matrimonio
es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creado (Cf. Gn 2,24).
Se acentúa el aspecto procreador de la sexualidad allí mismo donde aparecen el varón y la
mujer como coronamiento de la obra creadora de Dios y la unión indisoluble del varón y la
mujer en una sola carne.
Jesús vino a restaurar la creación en su pureza original. A la pregunta de unos fariseos si
puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera, Jesús les responde “¿no habéis oído
que el Creador, desde un comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? De
manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el
hombre” (Mt 19,4-6).
La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana en la unidad de cuerpo y alma.
Particularmente está ordenada a la afectividad, a la capacidad de amar y procrear, y de manera
general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión. A cada uno, varón y mujer,
corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
Comprensión antropológica de la sexualidad
La sexualidad humana, aunque en determinados aspectos es semejante a la sexualidad
animal, tiene sus grandes diferencias que hay que tener en cuenta en una sana visión
antropológica. Esta verdad es mucho más clara para la persona de fe, que mira la sexualidad
humana a la luz de la antropología que nos presenta la Revelación divina, en la que aparece
el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, dotado de razón, llamado a la amistad
con Dios y a ser partícipe de la naturaleza divina.
Así se entiende que el ser humano es mucho más que un ser sexuado, y que su sexualidad no
es más que un elemento de la estructura total de la persona, a la que está ordenada, sentido
en el cual encaja bien la afirmación de que la sexualidad está ordenada a la persona y no ésta
ordenada a la sexualidad.
Aunque la sexualidad es algo que corresponde a la corporeidad, sin embargo penetra toda la
persona, individualiza su carácter personal y ordena a la vida comunitaria, aparece en todos
los comportamientos y diversifica la manera de ser, pensar, de sentir y de amar: hay una
manera propia de ser varón y de ser mujer.
La sexualidad humana no debe ser confundida con la genitalidad ni reducida a una finalidad
procreativa. Reducir la sexualidad a solos actos genitales es desconocer el significado más
profundo de la corporeidad y hacer que el cuerpo se convierta en elemento productor de
satisfacciones materiales y no en lugar de encuentro gozoso y fecundo con el otro.
Dimensión social del cuerpo
El cuerpo humano es instrumento de comunión a través del cual se da la posibilidad del
encuentro, el que hace posible la comunión de unos con otros, teniendo en cuenta que el
sujeto de todas las operaciones que realiza el ser humano, como ser humano, es la persona
en su totalidad; no existen principios diferentes para cada una de las actividades humanas: el
ser humano es la unión sustancial de cuerpo y espíritu; por eso, afirmar que la
comunicación de unos con otros es posible por el cuerpo, no quiere decir que el espíritu
nada tenga que ver con esa relación, es decir, con la dimensión social del ser humano.
La sexualidad, que es una dimensión inseparable del cuerpo, requiere ser tenida en cuenta en
la condición de estar frente al otro en una relación interpersonal.
La totalidad humana se manifiesta como una realidad completamente distinta de cualquier
otro fenómeno viviente; los miembros del cuerpo humano no se pueden mirar solamente
desde el punto de vista anatómico o fisiológico; cualquier expresión corporal se ilumina
cuando se hace lenguaje que se quiere comunicar; el ojo de un ser humano no solamente sirve
para ver, ni la mano sirve solamente para tocar: más allá de lo uno o lo otro está la ternura de
una mirada o el calor amistoso de un apretón de manos.
La corporeidad aparece en la persona con las características de varón y de mujer; cada uno,
varón y mujer, tiene su estilo peculiar y su manera de relacionarse; el espíritu se encarna en
un cuerpo que necesariamente tiene que ser masculino o femenino. Dado que la sexualidad
pertenece al ser de la persona humana, no hay razón para considerarla como algo indigno de
la misma persona. La diferenciación sexual corresponde al plan de Dios; penetra toda la
persona corporal y espiritualmente.
Cuando el amor auténtico acerca con la plenitud, la ofrenda del cuerpo se hace símbolo y
palabra de un diálogo íntimo; así la sexualidad manifiesta una dimensión unitiva. Si la
persona expresa, habla y se manifiesta a través de gestos, el sexo también participa de ese
lenguaje comunicativo. Solamente cuando la actividad sexual está penetrada por el amor
auténtico, deja de ser simplemente una función biológica, para integrarse en una atmósfera
humana, sin la cual no es posible comprender su verdadero simbolismo.
La comunicación honesta y respetuosa es factor positivo e indispensable para lograr la
integración. El proceso de adquisición de un conocimiento creciente y un compartir honesto,
da la capacidad de aceptar tanto la diversidad como la igualdad respecto del otro. Uno de los
síntomas más reveladores de perversión es el carácter apersonal de la conducta sexual,
cuando no se llega a establecer ninguna comunicación verdaderamente humana.
Característica de la sexualidad auténticamente humana es su aspecto oblativo, en una actitud
de verdadero amor interpersonal. Así las energías del instinto se integran de manera armónica
en comunión profunda, aunque sin desaparecer dichas energías. Sucede algo semejante a lo
que acontece con la fuerza del agua que, si no se canaliza, sus efectos pueden resultar
desastrosos. La sexualidad, o se pone al servicio del amor, que dignifica a la persona, o se
convierte en objeto de placer y diversión, que envilece.
La sexualidad es una fuerza que requiere ser integrada desde el vínculo personal; debe ser
vivida desde el dominio interior de la persona, de tal manera que se convierta en fuerza
constructiva del “yo”, de la integración personal y de la relación interpersonal. Juega un papel
importante en el desarrollo de la personalidad; está ordenada al sentido total de la existencia
humana; tiene dinamismo interpersonal.
El vestido
En un sentido personal y social, el vestido cumple una función particular. En la concepción
bíblica es condición primordial de la existencia humana, junto con el alimento y el techo.
Cambiar de vestido puede significar que se pasa de lo profano a lo sagrado (Cf Ex 19,10; Gn
35,2), y que se están realizando funciones de particular significado (cf Re 22,30; Hch 12,21).
El sumo sacerdote recibió la investidura para vestir los ornamentos propios del culto (cf. Lv
21,10), mientras que el pueblo extiende sus vestidos al paso del rey (cf Re 9,13; Mt 21,8),
como señal de acogida y júbilo.
Vestido y desnudez aparecen como símbolos de las realidades espirituales: Adán y Eva, por
el pecado, experimentaron la falta de armonía y tuvieron conciencia de su desnudez (cf Gn
3,7). Dios los viste con túnicas de piel (cf Gn 3,21), vestido que afirma la dignidad del
hombre, aunque caído, y la posibilidad de revestirse de la gloria perdida.
A menudo la historia de la alianza aparece simbolizada por el vestido que significa la gloria
prometida o perdida. El pueblo de Dios es infiel como esposa que se prostituye desnuda (Cf
Ez 16,15-18). El fiel está llamado a despojarse del hombre viejo con sus obras, y revestirse
del hombre nuevo (Cf Col 3,9-10; Ef 4,24).
El vestido cumple especialmente estas funciones: protege la salud corporal, ayuda a adaptarse
a las variaciones de los climas y temperaturas. Está al servicio del pudor. Cumple una
finalidad estética: el cuidado y el buen gusto en el vestir son como el espejo de la
personalidad. La virtud de la elegancia exige que se evite tanto la extravagancia y vanidad
en el ornato, como el descuido y el desorden en el modo de vestir.
El vestido tiene una función social. A menudo sirve para caracterizar funciones o situaciones
sociales o representativas; así, por ejemplo, el sacerdote en el ejercicio de las celebraciones
litúrgicas se reviste de ornamentos suntuosos o artísticamente decorados, no por jactancia o
vanidad, sino para significar la grandeza y esplendor de lo que está realizando, mientras que
los penitentes se visten sencillamente para significar abajamiento y mortificarse, como
manifestación de sobriedad y templanza.
Posiciones extremas ante la sexualidad humana
En torno a la sexualidad humana se han presentado especialmente dos posiciones extremas:
la maniquea y la hedonista.
Según el maniqueísmo, el cuerpo y la materia son creados por el reino de las tinieblas, por
tanto también la dimensión sexual. Esta visión tiene sus raíces en el estoicismo, que llevó a
una visión unilateral de la sexualidad, según la cual la procreación es considerada como su
fin exclusivo. También tiene el maniqueísmo sus raíces en el dualismo helénico, son su
posición despreciativa de la materia; en el gnosticismo, que considera la materia como
habitáculo del mal. Los gnósticos y las tendencias maniqueas tuvieron su prolongación en
los cátaros de la Edad Media, que sostenían la coexistencia de dos principios fundamentales:
el bien y el mal, y afirmaban que Dios creó a los ángeles y a los espíritus puros, y que Satanás
creó los seres materiales.
En el renacimiento el maniqueísmo tuvo su prolongación en los “alumbrados o místicos”,
para quienes el único método ascético es la contemplación intelectual de la esencia divina y
el total abandono del alma en esa intelección, con lo cual se lograba, según afirmaban, tal
estado de santidad que colocaba a sus miembros fuera de toda responsabilidad, por actuar
bajo la directa inspiración de Dios, lo cual dio origen a toda clase de abusos, perversiones y
errores. A sí mismos se llamaban “alumbrados”, “deseados” o “perfectos”.
El estoicismo tuvo una gran influencia, igual que el epicureísmo, ya que logró extenderse
hasta los pensadores romanos. El sabio estoico rechaza el hedonismo. En contra de los
fugaces placeres, se afianza la virtud, que todo lo puede, se satisface a sí misma; es
autosuficiente. El verdadero sabio, según el estoicismo, encuentra en la virtud un escudo
contra los embates del mundo exterior y los apremios de la sensibilidad.
El concepto de autarquía (autosuficiencia) es esencial en la ética estoica. Relacionado con
este concepto está otro importante que los estoicos llama apatía, o carencia de afecciones.
Según los estoicos, para ser feliz hay que tener apatía, librarse de todas las pasiones y apetitos,
pues solamente así se llegará a ser realmente sabio, que debe librarse de las pasiones y
mostrar indiferencia o imperturbabilidad ante los placeres, los honores, las riquezas, los
halagos. El sabio es, entonces, un ser imperturbable y, por tanto, independiente y libre.
Es innegable el hecho de que el estoicismo tuvo una influencia directa en el pensamiento de
algunos Padres de la Iglesia, que se difundió en el cristianismo primitivo. Especialmente en
el campo de la moral sexual no son pocos los aspectos en que se nota esta influencia,
particularmente en la visión unilateral de la sexualidad en orden al fin exclusivo de la
procreación.
El dualismo helénico, con su posición despreciativa de la materia, también tuvo su influencia
en el pensamiento cristiano en torno a la sexualidad, al menos hasta el renacimiento. En la
filosofía helénica se afirmaba la autonomía y la superioridad del intelecto sobre el cuerpo,
con el pensamiento de que el intelecto está arriba y el cuerpo abajo. De ahí la división de la
sociedad en filósofos y esclavos: la actividad intelectual, típica de los filósofos, en tanto que
el trabajo corporal era cuestión de las categorías inferiores y debía confiarse a los esclavos.
En el pensamiento helénico, la dimensión corpórea representa una condición transitoria
negativa en la cual el alma, elemento divino, se ve precisada a permanecer en espera de ser
liberada. El cuerpo no solamente constituye una realidad limitativa, causa de la incapacidad
del espíritu para realizarse, sino que también representa una realidad culpable, en cuanto es
origen y causa del error del mal en el hombre. Verdadero hombre es aquel que sale al
encuentro de la muerte para librarse del cuerpo, considerado como una realidad que aísla y
separa, principio de individuación y distinción, más bien que de pertenencia a una familia
común y de lazos recíprocos; no funda la comunidad, como en el pensamiento bíblico, sino
que, por el contrario, determina la existencia individual y, por ende, el individualismo.
El platonismo condena el amor carnal como un pecado contra el espíritu. El abrazo carnal
entraña una degradación de la forma en sustancia y de la idea en sensación; el eros es
invisible, no una presencia; es la oscuridad que rodea la psiquis y la arrastra en una caída sin
fin. Para Platón, la sexualidad y la relación carnal en cierto modo conducían a la divinidad;
la alegría del amor estaba en el amor mismo, mientras que para Aristóteles amar tiene sentido
de servir.
Posición opuesta al maniqueísmo es el hedonismo, que ha hecho del placer un fin último y
lo ha constituido en regla y norma de la moralidad: considera moralmente bueno y lícito lo
que produzca placer. No se trata de algo nuevo, pues en tiempos remotos pensadores paganos
consideraron el placer como el sentido propio de la sexualidad. También aparecieron
corrientes hedonistas entre algunos discípulos de Sócrates, contra las que tuvo que
enfrentarse el cristianismo primitivo. Esas corrientes, que en el transcurso de la historia
tuvieron diversas manifestaciones, han reaparecido en el tiempo actual con una fuerza
sorprendente.
El hedonismo actual exalta el placer sexual como fuente de bienestar y alegría, y considera
como un éxito el aniquilamiento de todo obstáculo que impida el logro de cualquier
satisfacción placentera; proclama el derecho a utilizar el cuerpo sin limitación alguna.
Representa una total ruptura con la mentalidad anterior respecto de la sexualidad humana,
que llega a un extremo radicalismo. Si antes se despreciaba lo corpóreo-sexual como indigno
del ser humano, y se fomentaba un espiritualismo desencarnado, ahora se va cayendo casi en
una visión puramente biológica, materialista, con olvido de la dimensión espiritual.
Lo cierto es que se trata de un campo en el que fácilmente brota la anarquía, el caos y el
libertinaje. De tal manera se va cambiando el sentido de la sexualidad, que se despoja de su
sentido humano, como si fuera simplemente un fenómeno animal, o una forma vulgar de
entretenimiento o diversión. Así, hay el peligro de considerar el sexo como sola anatomía o
mera función biológica, frente al placer momentáneo, llegando a convertirse en mecanismo
despersonalizado y en un elemento de consumo, pues al desaparecer la relación con la
persona, considerada simplemente un instrumento de placer, lo sexual queda reducido a una
mercancía, a una oportunidad de experimentar placer.
La consecuencia de ello es un sentimiento de vacío, de decepción. Se exalta el placer
momentáneo, al tiempo que la personase siente amenazada por el hastío, el desencanto de
una experiencia que resulta frustrante y que se repite con obsesión como intento de
compensarse por el engaño sufrido, y al fin aparece el cansancio psicológico y la sensación
de vacío. Cuando “lo ordinario” no satisface, sino que produce la sensación de aburrimiento,
resulta la tendencia a la perversión, como camino para encontrar nuevos estímulos.
Búsqueda del centro
El lugar destacado que la sexualidad ocupa en el desenvolvimiento de la persona y en la
interpersonalidad, la importancia de sus significados y las condiciones en que vive el mundo
contemporáneo, urgen el redescubrimiento de los valores auténticos de la misma sexualidad
desde una perspectiva humana y sobrenatural. La fe católica siempre ha tenido una valoración
positiva de la sexualidad, que distingue al ser humano como varón y como mujer.
Tanto en la Sagrada Escritura como en el testimonio de los santos y sabios de la tradición de
la Iglesia se encuentran luces muy claras que ayudan a comprender el sentido y el valor de la
sexualidad humana en la perspectiva de un amor redimido.
El cristianismo ha considerado la sexualidad como un valor integrado en el valor total de la
persona, subordinada al espíritu, nunca considerada como fin último. En el pensamiento
cristiano de la sexualidad no es más que un elemento de la estructura total de la persona; se
ha dado el justo valor a la sexualidad, sin caer en el extremo del desprecio o del temor a lo
corpóreo-sexual, ni la indebida exaltación del sexo. El cristianismo ha deducido de la
Revelación criterios concretos de comportamiento en el campo sexual, aunque
históricamente no ha escapado de la influencia de corrientes y posiciones nocivas, como el
gnosticismo, el maniqueísmo y el hedonismo.
Para una recta visión respecto de la sexualidad humana es necesario tener en cuenta,
conjuntamente, el sexo como obra de Dios, las consecuencias del pecado original y la obra
de la redención. Cualquier visión que se tome aisladamente, haciendo a un lado u olvidando
las demás, conduce a una valoración errónea de la misma sexualidad. El cristiano debe tener
en cuenta que la persona humana, varón o mujer, mucho más que un ser sexuado, es imagen
de Dios, y que realmente por razón del pecado original, en el campo sexual, como en los
demás aspectos de la vida humana, está ante una lucha de la cual solamente podrá salir
victorioso mediante el recurso a una oración constante, a un santo respeto por el orden de la
sabiduría divina, y a una lucha incansable contra el mal, y que para esa victoria no le bastará
el solo respeto ante el misterio de la creación, ni el optimismo que inspira el hecho de la
redención, ni el acudir a la desconfianza o a la fuga.
En el libro del Génesis se revela la presencia de Dios en la creación de la persona humana en
su cualidad de varón y mujer, creación que no aparece con origen en ningún principio
mitológico, ni su dimensión sexual causada por potencia maligna alguna, sino que todo es
fruto de la Palabra de Dios. Desde el principio el varón y la mujer, al unirse, están llamados
a formar una realidad inseparable, “una sola carne”. Esta llamada, también desde el
principio, está orientada a una relación personal, íntima; a un encuentro en la unidad, a una
comunidad de vida y de amor, a un diálogo afectivo y totalizante cuya expresión más
significativa es la entrega corporal; y está orientada también, inseparablemente, a una
fecundidad que brota como fruto y consecuencia de la misma entrega.
En el pueblo de Israel aparece la fecundidad como una bendición de Dios, como un valor
fundamental: “No habrá mujer que aborte ni que sea estéril, y colmaré el número de sus
días” (Ex 23,26). En este contexto la esterilidad es considerada como un castigo, una
vergüenza o maldición, o un oprobio: “su rival la zahería y vejaba de continuo, porque
Yahveh la había hecho estéril” (1Sm 1,6). El matrimonio aparece como símbolo de la
alianza; la prostitución y el adulterio, como figuras de la infidelidad a la alianza por parte del
pueblo de Israel (Cf Jr 3,20). En la Revelación neotestamentaria aparece el simbolismo
nupcial aplicado a la alianza de Cristo con la Iglesia: “Gran misterio es éste, lo digo respecto
a Cristo y la Iglesia” (Ef 5,32).
Toda persona, hasta en su estructura corporal, ha sido transformada por la presencia salvadora
de Cristo, por razón del bautismo. Por tanto, el cuerpo no es para la fornicación: “Pero el
cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13).
Pues la donación del cuerpo supone la ofrenda de la persona total, lo que no se realiza en la
unión con una meretriz: “¿No sabéis que nuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había
de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún
modo! ¿O no sabéis que quien se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella?”
(1Co 6,15-16).
La sexualidad humana pierde su sentido y valor cuando se trastorna el orden procedente de
la sabiduría divina; tiene una resonancia tal que afecta toda la persona; sus raíces penetran
todos los ámbitos de la vida humana, favoreciendo una plena comunión, o impidiéndola. El
encuentro sexual tiene unos presupuestos para vivirlo en un ambiente verdaderamente
humano. La sexualidad humana está de tal modo ordenada por el Creador que su actuación
regular, por naturaleza, debe producir determinados efectos y tender a ellos, de lo cual se
desprende que la persona debe actuar su sexualidad de tal forma que corresponda a los efectos
a los cuales está ordenada; solamente así obra rectamente. Los órganos genitales, masculino
y femenino, están constituidos de tal forma que al unirse corporalmente se puedan unir
células procreadoras para la generación de una nueva vida humana; descartar de la actividad
sexual la procreación, por voluntad humana, es desintegrar su valor y su significado; el
significado unitivo y el significado procreador de la sexualidad humana son inseparables. La
procreación humana hay que mirarla desde un ángulo distinto de la procreación
(reproducción) animal, por razón del designio amoroso de Dios de crear al ser humano a su
imagen y semejanza, con un destino trascendente.
Hay que tener siempre en cuenta que la procreación humana no es puro fenómeno
reproductivo que termine con el alumbramiento, sino que supone un largo período de tiempo
y unas condiciones espirituales, psicológicas y ambientales que condicionan la evolución
posterior del nuevo ser. Como persona, el hijo debe ser mucho más fruto del amor que de la
biología paterna y materna. Son muchas las heridas que se dan en el proceso de su
desenvolvimiento por falta de acogida, de cariño, de protección, de seguridad. Amor y
procreación se exigen y complementan cuando la genitalidad se efectúa dentro de una
relación personal. Entre la sexualidad humana y la sexualidad animal existe la gran diferencia
de que en la persona la sexualidad debe estar regida por la razón, en tanto que en el animal
está regida por el instinto.
En la estructura humana, la sexualidad debe ocupar un lugar subordinado al espíritu, y nunca
podrá ser considerada como la razón de ser de la persona, ni como su destino último; ella no
es más que un elemento de la estructura total de la persona humana, y a esa totalidad está
ordenada; por eso la potencia sexual en la persona debe ir más allá de la simple función
genital; no está destinada, como en el animal, al simple acoplamiento, sino a la comunidad
conyugal y a la procreación y educación de nuevos seres a imagen y semejanza de Dios.
La unió sexual no es la única forma de unión personal; más aun, cuando la unión sexual no
está penetrada por el amor de Dios, impide la auténtica unión personal. Considerada en su
totalidad humana, no meramente biológica y psicológica, la unión sexual puede y debe ser
expresión de auténtico amor, y contribuir a al conservación y afirmación de ese amor. Pero
hay que tener en cuenta que esa unión solamente podrá ser totalmente humana si corresponde
al plan de Dios.
Es tarea de la persona establecer un orden razonable en sus actuaciones sexuales. A diferencia
del animal, cuya actividad sexual está regida por las leyes de la naturaleza, manifestadas en
el instinto, en la persona es tarea que corresponde a la razón, por tanto, a la responsabilidad
personal; es decir, que la persona no se debe entregar al impulso del instinto, sino que debe
someter su actuación sexual a un recto orden de la razón.
Ni siquiera en el cristiano, por razón de ser cristiano, los movimientos sexuales se integran
por sí mismos en un recto orden general de la vida, sino que es tarea suya integrarlos en ese
orden mediante su cuidado y esfuerzo. No obra rectamente quien no quiera reconocer o
asumir su responsabilidad y da rienda suelta a los impulsos del instinto. Es equivocado y
perjudicial el intento de querer resolver la situación no queriendo saber nada de la sexualidad
o considerándola como algo negativo, o tratando de desterrarla de la conciencia. Muchas
veces esa realidad, desterrada de la conciencia o reprimida, irrumpe en forma de neurosis o
de perversión sexual, y causa estragos.
Hay quienes afirman que es imposible un dominio sobre el instinto sexual, y hacen aparecer
la actuación sexual como una necesidad fisiológica irresistible; de acuerdo con ello,
contrariar esta necesidad sería perjudicial para la salud corporal y mental. Para quienes hacen
tal afirmación, la continencia sexual impediría la solución natural de tensiones y conduciría
a perturbaciones que darían origen a neurosis. Pero contra tales teorías, está el hecho
atestiguado por la historia de tantas personas continentes a base de domino de sí mismas, y
al mismo tiempo sanas física y psíquicamente. Médicos y psicólogos honrados afirman, por
razón de la experiencia, que la persona continente conserva más sus energías físicas, mentales
y espirituales. Es convicción de muchos, aun paganos, que por el libre albedrío la persona
tiene suficiente capacidad para ordenar debidamente su sexualidad. La solución está en un
recto ordenamiento de la persona en el que la educación en la disciplina de sí mismo
desempeña un papel muy importante.

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Documento moral sexual y matrimonial

  • 1. MORAL SEXUAL Y MATRIMONIAL (Tomado del Manual de Moral Cristiana; Mons. Javier Muñoz Mora) (Texto de estudio adaptado para estudiantes de primero de Teología del Seminario Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima, Diócesis de Pereira) Cada uno, varón y mujer, es imagen del poder y de la ternura de Dios (Cf. Gn 1,27), aunque de manera distinta, con una dignidad igual. La unión del varón y la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creado (Cf. Gn 2,24). Se acentúa el aspecto procreador de la sexualidad allí mismo donde aparecen el varón y la mujer como coronamiento de la obra creadora de Dios y la unión indisoluble del varón y la mujer en una sola carne. Jesús vino a restaurar la creación en su pureza original. A la pregunta de unos fariseos si puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera, Jesús les responde “¿no habéis oído que el Creador, desde un comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19,4-6). La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana en la unidad de cuerpo y alma. Particularmente está ordenada a la afectividad, a la capacidad de amar y procrear, y de manera general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión. A cada uno, varón y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual. Comprensión antropológica de la sexualidad La sexualidad humana, aunque en determinados aspectos es semejante a la sexualidad animal, tiene sus grandes diferencias que hay que tener en cuenta en una sana visión antropológica. Esta verdad es mucho más clara para la persona de fe, que mira la sexualidad humana a la luz de la antropología que nos presenta la Revelación divina, en la que aparece el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, dotado de razón, llamado a la amistad con Dios y a ser partícipe de la naturaleza divina. Así se entiende que el ser humano es mucho más que un ser sexuado, y que su sexualidad no es más que un elemento de la estructura total de la persona, a la que está ordenada, sentido en el cual encaja bien la afirmación de que la sexualidad está ordenada a la persona y no ésta ordenada a la sexualidad. Aunque la sexualidad es algo que corresponde a la corporeidad, sin embargo penetra toda la persona, individualiza su carácter personal y ordena a la vida comunitaria, aparece en todos los comportamientos y diversifica la manera de ser, pensar, de sentir y de amar: hay una manera propia de ser varón y de ser mujer.
  • 2. La sexualidad humana no debe ser confundida con la genitalidad ni reducida a una finalidad procreativa. Reducir la sexualidad a solos actos genitales es desconocer el significado más profundo de la corporeidad y hacer que el cuerpo se convierta en elemento productor de satisfacciones materiales y no en lugar de encuentro gozoso y fecundo con el otro. Dimensión social del cuerpo El cuerpo humano es instrumento de comunión a través del cual se da la posibilidad del encuentro, el que hace posible la comunión de unos con otros, teniendo en cuenta que el sujeto de todas las operaciones que realiza el ser humano, como ser humano, es la persona en su totalidad; no existen principios diferentes para cada una de las actividades humanas: el ser humano es la unión sustancial de cuerpo y espíritu; por eso, afirmar que la comunicación de unos con otros es posible por el cuerpo, no quiere decir que el espíritu nada tenga que ver con esa relación, es decir, con la dimensión social del ser humano. La sexualidad, que es una dimensión inseparable del cuerpo, requiere ser tenida en cuenta en la condición de estar frente al otro en una relación interpersonal. La totalidad humana se manifiesta como una realidad completamente distinta de cualquier otro fenómeno viviente; los miembros del cuerpo humano no se pueden mirar solamente desde el punto de vista anatómico o fisiológico; cualquier expresión corporal se ilumina cuando se hace lenguaje que se quiere comunicar; el ojo de un ser humano no solamente sirve para ver, ni la mano sirve solamente para tocar: más allá de lo uno o lo otro está la ternura de una mirada o el calor amistoso de un apretón de manos. La corporeidad aparece en la persona con las características de varón y de mujer; cada uno, varón y mujer, tiene su estilo peculiar y su manera de relacionarse; el espíritu se encarna en un cuerpo que necesariamente tiene que ser masculino o femenino. Dado que la sexualidad pertenece al ser de la persona humana, no hay razón para considerarla como algo indigno de la misma persona. La diferenciación sexual corresponde al plan de Dios; penetra toda la persona corporal y espiritualmente. Cuando el amor auténtico acerca con la plenitud, la ofrenda del cuerpo se hace símbolo y palabra de un diálogo íntimo; así la sexualidad manifiesta una dimensión unitiva. Si la persona expresa, habla y se manifiesta a través de gestos, el sexo también participa de ese lenguaje comunicativo. Solamente cuando la actividad sexual está penetrada por el amor auténtico, deja de ser simplemente una función biológica, para integrarse en una atmósfera humana, sin la cual no es posible comprender su verdadero simbolismo. La comunicación honesta y respetuosa es factor positivo e indispensable para lograr la integración. El proceso de adquisición de un conocimiento creciente y un compartir honesto, da la capacidad de aceptar tanto la diversidad como la igualdad respecto del otro. Uno de los síntomas más reveladores de perversión es el carácter apersonal de la conducta sexual, cuando no se llega a establecer ninguna comunicación verdaderamente humana.
  • 3. Característica de la sexualidad auténticamente humana es su aspecto oblativo, en una actitud de verdadero amor interpersonal. Así las energías del instinto se integran de manera armónica en comunión profunda, aunque sin desaparecer dichas energías. Sucede algo semejante a lo que acontece con la fuerza del agua que, si no se canaliza, sus efectos pueden resultar desastrosos. La sexualidad, o se pone al servicio del amor, que dignifica a la persona, o se convierte en objeto de placer y diversión, que envilece. La sexualidad es una fuerza que requiere ser integrada desde el vínculo personal; debe ser vivida desde el dominio interior de la persona, de tal manera que se convierta en fuerza constructiva del “yo”, de la integración personal y de la relación interpersonal. Juega un papel importante en el desarrollo de la personalidad; está ordenada al sentido total de la existencia humana; tiene dinamismo interpersonal. El vestido En un sentido personal y social, el vestido cumple una función particular. En la concepción bíblica es condición primordial de la existencia humana, junto con el alimento y el techo. Cambiar de vestido puede significar que se pasa de lo profano a lo sagrado (Cf Ex 19,10; Gn 35,2), y que se están realizando funciones de particular significado (cf Re 22,30; Hch 12,21). El sumo sacerdote recibió la investidura para vestir los ornamentos propios del culto (cf. Lv 21,10), mientras que el pueblo extiende sus vestidos al paso del rey (cf Re 9,13; Mt 21,8), como señal de acogida y júbilo. Vestido y desnudez aparecen como símbolos de las realidades espirituales: Adán y Eva, por el pecado, experimentaron la falta de armonía y tuvieron conciencia de su desnudez (cf Gn 3,7). Dios los viste con túnicas de piel (cf Gn 3,21), vestido que afirma la dignidad del hombre, aunque caído, y la posibilidad de revestirse de la gloria perdida. A menudo la historia de la alianza aparece simbolizada por el vestido que significa la gloria prometida o perdida. El pueblo de Dios es infiel como esposa que se prostituye desnuda (Cf Ez 16,15-18). El fiel está llamado a despojarse del hombre viejo con sus obras, y revestirse del hombre nuevo (Cf Col 3,9-10; Ef 4,24). El vestido cumple especialmente estas funciones: protege la salud corporal, ayuda a adaptarse a las variaciones de los climas y temperaturas. Está al servicio del pudor. Cumple una finalidad estética: el cuidado y el buen gusto en el vestir son como el espejo de la personalidad. La virtud de la elegancia exige que se evite tanto la extravagancia y vanidad en el ornato, como el descuido y el desorden en el modo de vestir. El vestido tiene una función social. A menudo sirve para caracterizar funciones o situaciones sociales o representativas; así, por ejemplo, el sacerdote en el ejercicio de las celebraciones litúrgicas se reviste de ornamentos suntuosos o artísticamente decorados, no por jactancia o vanidad, sino para significar la grandeza y esplendor de lo que está realizando, mientras que los penitentes se visten sencillamente para significar abajamiento y mortificarse, como manifestación de sobriedad y templanza.
  • 4. Posiciones extremas ante la sexualidad humana En torno a la sexualidad humana se han presentado especialmente dos posiciones extremas: la maniquea y la hedonista. Según el maniqueísmo, el cuerpo y la materia son creados por el reino de las tinieblas, por tanto también la dimensión sexual. Esta visión tiene sus raíces en el estoicismo, que llevó a una visión unilateral de la sexualidad, según la cual la procreación es considerada como su fin exclusivo. También tiene el maniqueísmo sus raíces en el dualismo helénico, son su posición despreciativa de la materia; en el gnosticismo, que considera la materia como habitáculo del mal. Los gnósticos y las tendencias maniqueas tuvieron su prolongación en los cátaros de la Edad Media, que sostenían la coexistencia de dos principios fundamentales: el bien y el mal, y afirmaban que Dios creó a los ángeles y a los espíritus puros, y que Satanás creó los seres materiales. En el renacimiento el maniqueísmo tuvo su prolongación en los “alumbrados o místicos”, para quienes el único método ascético es la contemplación intelectual de la esencia divina y el total abandono del alma en esa intelección, con lo cual se lograba, según afirmaban, tal estado de santidad que colocaba a sus miembros fuera de toda responsabilidad, por actuar bajo la directa inspiración de Dios, lo cual dio origen a toda clase de abusos, perversiones y errores. A sí mismos se llamaban “alumbrados”, “deseados” o “perfectos”. El estoicismo tuvo una gran influencia, igual que el epicureísmo, ya que logró extenderse hasta los pensadores romanos. El sabio estoico rechaza el hedonismo. En contra de los fugaces placeres, se afianza la virtud, que todo lo puede, se satisface a sí misma; es autosuficiente. El verdadero sabio, según el estoicismo, encuentra en la virtud un escudo contra los embates del mundo exterior y los apremios de la sensibilidad. El concepto de autarquía (autosuficiencia) es esencial en la ética estoica. Relacionado con este concepto está otro importante que los estoicos llama apatía, o carencia de afecciones. Según los estoicos, para ser feliz hay que tener apatía, librarse de todas las pasiones y apetitos, pues solamente así se llegará a ser realmente sabio, que debe librarse de las pasiones y mostrar indiferencia o imperturbabilidad ante los placeres, los honores, las riquezas, los halagos. El sabio es, entonces, un ser imperturbable y, por tanto, independiente y libre. Es innegable el hecho de que el estoicismo tuvo una influencia directa en el pensamiento de algunos Padres de la Iglesia, que se difundió en el cristianismo primitivo. Especialmente en el campo de la moral sexual no son pocos los aspectos en que se nota esta influencia, particularmente en la visión unilateral de la sexualidad en orden al fin exclusivo de la procreación. El dualismo helénico, con su posición despreciativa de la materia, también tuvo su influencia en el pensamiento cristiano en torno a la sexualidad, al menos hasta el renacimiento. En la filosofía helénica se afirmaba la autonomía y la superioridad del intelecto sobre el cuerpo, con el pensamiento de que el intelecto está arriba y el cuerpo abajo. De ahí la división de la
  • 5. sociedad en filósofos y esclavos: la actividad intelectual, típica de los filósofos, en tanto que el trabajo corporal era cuestión de las categorías inferiores y debía confiarse a los esclavos. En el pensamiento helénico, la dimensión corpórea representa una condición transitoria negativa en la cual el alma, elemento divino, se ve precisada a permanecer en espera de ser liberada. El cuerpo no solamente constituye una realidad limitativa, causa de la incapacidad del espíritu para realizarse, sino que también representa una realidad culpable, en cuanto es origen y causa del error del mal en el hombre. Verdadero hombre es aquel que sale al encuentro de la muerte para librarse del cuerpo, considerado como una realidad que aísla y separa, principio de individuación y distinción, más bien que de pertenencia a una familia común y de lazos recíprocos; no funda la comunidad, como en el pensamiento bíblico, sino que, por el contrario, determina la existencia individual y, por ende, el individualismo. El platonismo condena el amor carnal como un pecado contra el espíritu. El abrazo carnal entraña una degradación de la forma en sustancia y de la idea en sensación; el eros es invisible, no una presencia; es la oscuridad que rodea la psiquis y la arrastra en una caída sin fin. Para Platón, la sexualidad y la relación carnal en cierto modo conducían a la divinidad; la alegría del amor estaba en el amor mismo, mientras que para Aristóteles amar tiene sentido de servir. Posición opuesta al maniqueísmo es el hedonismo, que ha hecho del placer un fin último y lo ha constituido en regla y norma de la moralidad: considera moralmente bueno y lícito lo que produzca placer. No se trata de algo nuevo, pues en tiempos remotos pensadores paganos consideraron el placer como el sentido propio de la sexualidad. También aparecieron corrientes hedonistas entre algunos discípulos de Sócrates, contra las que tuvo que enfrentarse el cristianismo primitivo. Esas corrientes, que en el transcurso de la historia tuvieron diversas manifestaciones, han reaparecido en el tiempo actual con una fuerza sorprendente. El hedonismo actual exalta el placer sexual como fuente de bienestar y alegría, y considera como un éxito el aniquilamiento de todo obstáculo que impida el logro de cualquier satisfacción placentera; proclama el derecho a utilizar el cuerpo sin limitación alguna. Representa una total ruptura con la mentalidad anterior respecto de la sexualidad humana, que llega a un extremo radicalismo. Si antes se despreciaba lo corpóreo-sexual como indigno del ser humano, y se fomentaba un espiritualismo desencarnado, ahora se va cayendo casi en una visión puramente biológica, materialista, con olvido de la dimensión espiritual. Lo cierto es que se trata de un campo en el que fácilmente brota la anarquía, el caos y el libertinaje. De tal manera se va cambiando el sentido de la sexualidad, que se despoja de su sentido humano, como si fuera simplemente un fenómeno animal, o una forma vulgar de entretenimiento o diversión. Así, hay el peligro de considerar el sexo como sola anatomía o mera función biológica, frente al placer momentáneo, llegando a convertirse en mecanismo despersonalizado y en un elemento de consumo, pues al desaparecer la relación con la persona, considerada simplemente un instrumento de placer, lo sexual queda reducido a una mercancía, a una oportunidad de experimentar placer.
  • 6. La consecuencia de ello es un sentimiento de vacío, de decepción. Se exalta el placer momentáneo, al tiempo que la personase siente amenazada por el hastío, el desencanto de una experiencia que resulta frustrante y que se repite con obsesión como intento de compensarse por el engaño sufrido, y al fin aparece el cansancio psicológico y la sensación de vacío. Cuando “lo ordinario” no satisface, sino que produce la sensación de aburrimiento, resulta la tendencia a la perversión, como camino para encontrar nuevos estímulos. Búsqueda del centro El lugar destacado que la sexualidad ocupa en el desenvolvimiento de la persona y en la interpersonalidad, la importancia de sus significados y las condiciones en que vive el mundo contemporáneo, urgen el redescubrimiento de los valores auténticos de la misma sexualidad desde una perspectiva humana y sobrenatural. La fe católica siempre ha tenido una valoración positiva de la sexualidad, que distingue al ser humano como varón y como mujer. Tanto en la Sagrada Escritura como en el testimonio de los santos y sabios de la tradición de la Iglesia se encuentran luces muy claras que ayudan a comprender el sentido y el valor de la sexualidad humana en la perspectiva de un amor redimido. El cristianismo ha considerado la sexualidad como un valor integrado en el valor total de la persona, subordinada al espíritu, nunca considerada como fin último. En el pensamiento cristiano de la sexualidad no es más que un elemento de la estructura total de la persona; se ha dado el justo valor a la sexualidad, sin caer en el extremo del desprecio o del temor a lo corpóreo-sexual, ni la indebida exaltación del sexo. El cristianismo ha deducido de la Revelación criterios concretos de comportamiento en el campo sexual, aunque históricamente no ha escapado de la influencia de corrientes y posiciones nocivas, como el gnosticismo, el maniqueísmo y el hedonismo. Para una recta visión respecto de la sexualidad humana es necesario tener en cuenta, conjuntamente, el sexo como obra de Dios, las consecuencias del pecado original y la obra de la redención. Cualquier visión que se tome aisladamente, haciendo a un lado u olvidando las demás, conduce a una valoración errónea de la misma sexualidad. El cristiano debe tener en cuenta que la persona humana, varón o mujer, mucho más que un ser sexuado, es imagen de Dios, y que realmente por razón del pecado original, en el campo sexual, como en los demás aspectos de la vida humana, está ante una lucha de la cual solamente podrá salir victorioso mediante el recurso a una oración constante, a un santo respeto por el orden de la sabiduría divina, y a una lucha incansable contra el mal, y que para esa victoria no le bastará el solo respeto ante el misterio de la creación, ni el optimismo que inspira el hecho de la redención, ni el acudir a la desconfianza o a la fuga. En el libro del Génesis se revela la presencia de Dios en la creación de la persona humana en su cualidad de varón y mujer, creación que no aparece con origen en ningún principio mitológico, ni su dimensión sexual causada por potencia maligna alguna, sino que todo es fruto de la Palabra de Dios. Desde el principio el varón y la mujer, al unirse, están llamados
  • 7. a formar una realidad inseparable, “una sola carne”. Esta llamada, también desde el principio, está orientada a una relación personal, íntima; a un encuentro en la unidad, a una comunidad de vida y de amor, a un diálogo afectivo y totalizante cuya expresión más significativa es la entrega corporal; y está orientada también, inseparablemente, a una fecundidad que brota como fruto y consecuencia de la misma entrega. En el pueblo de Israel aparece la fecundidad como una bendición de Dios, como un valor fundamental: “No habrá mujer que aborte ni que sea estéril, y colmaré el número de sus días” (Ex 23,26). En este contexto la esterilidad es considerada como un castigo, una vergüenza o maldición, o un oprobio: “su rival la zahería y vejaba de continuo, porque Yahveh la había hecho estéril” (1Sm 1,6). El matrimonio aparece como símbolo de la alianza; la prostitución y el adulterio, como figuras de la infidelidad a la alianza por parte del pueblo de Israel (Cf Jr 3,20). En la Revelación neotestamentaria aparece el simbolismo nupcial aplicado a la alianza de Cristo con la Iglesia: “Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (Ef 5,32). Toda persona, hasta en su estructura corporal, ha sido transformada por la presencia salvadora de Cristo, por razón del bautismo. Por tanto, el cuerpo no es para la fornicación: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13). Pues la donación del cuerpo supone la ofrenda de la persona total, lo que no se realiza en la unión con una meretriz: “¿No sabéis que nuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella?” (1Co 6,15-16). La sexualidad humana pierde su sentido y valor cuando se trastorna el orden procedente de la sabiduría divina; tiene una resonancia tal que afecta toda la persona; sus raíces penetran todos los ámbitos de la vida humana, favoreciendo una plena comunión, o impidiéndola. El encuentro sexual tiene unos presupuestos para vivirlo en un ambiente verdaderamente humano. La sexualidad humana está de tal modo ordenada por el Creador que su actuación regular, por naturaleza, debe producir determinados efectos y tender a ellos, de lo cual se desprende que la persona debe actuar su sexualidad de tal forma que corresponda a los efectos a los cuales está ordenada; solamente así obra rectamente. Los órganos genitales, masculino y femenino, están constituidos de tal forma que al unirse corporalmente se puedan unir células procreadoras para la generación de una nueva vida humana; descartar de la actividad sexual la procreación, por voluntad humana, es desintegrar su valor y su significado; el significado unitivo y el significado procreador de la sexualidad humana son inseparables. La procreación humana hay que mirarla desde un ángulo distinto de la procreación (reproducción) animal, por razón del designio amoroso de Dios de crear al ser humano a su imagen y semejanza, con un destino trascendente. Hay que tener siempre en cuenta que la procreación humana no es puro fenómeno reproductivo que termine con el alumbramiento, sino que supone un largo período de tiempo y unas condiciones espirituales, psicológicas y ambientales que condicionan la evolución posterior del nuevo ser. Como persona, el hijo debe ser mucho más fruto del amor que de la
  • 8. biología paterna y materna. Son muchas las heridas que se dan en el proceso de su desenvolvimiento por falta de acogida, de cariño, de protección, de seguridad. Amor y procreación se exigen y complementan cuando la genitalidad se efectúa dentro de una relación personal. Entre la sexualidad humana y la sexualidad animal existe la gran diferencia de que en la persona la sexualidad debe estar regida por la razón, en tanto que en el animal está regida por el instinto. En la estructura humana, la sexualidad debe ocupar un lugar subordinado al espíritu, y nunca podrá ser considerada como la razón de ser de la persona, ni como su destino último; ella no es más que un elemento de la estructura total de la persona humana, y a esa totalidad está ordenada; por eso la potencia sexual en la persona debe ir más allá de la simple función genital; no está destinada, como en el animal, al simple acoplamiento, sino a la comunidad conyugal y a la procreación y educación de nuevos seres a imagen y semejanza de Dios. La unió sexual no es la única forma de unión personal; más aun, cuando la unión sexual no está penetrada por el amor de Dios, impide la auténtica unión personal. Considerada en su totalidad humana, no meramente biológica y psicológica, la unión sexual puede y debe ser expresión de auténtico amor, y contribuir a al conservación y afirmación de ese amor. Pero hay que tener en cuenta que esa unión solamente podrá ser totalmente humana si corresponde al plan de Dios. Es tarea de la persona establecer un orden razonable en sus actuaciones sexuales. A diferencia del animal, cuya actividad sexual está regida por las leyes de la naturaleza, manifestadas en el instinto, en la persona es tarea que corresponde a la razón, por tanto, a la responsabilidad personal; es decir, que la persona no se debe entregar al impulso del instinto, sino que debe someter su actuación sexual a un recto orden de la razón. Ni siquiera en el cristiano, por razón de ser cristiano, los movimientos sexuales se integran por sí mismos en un recto orden general de la vida, sino que es tarea suya integrarlos en ese orden mediante su cuidado y esfuerzo. No obra rectamente quien no quiera reconocer o asumir su responsabilidad y da rienda suelta a los impulsos del instinto. Es equivocado y perjudicial el intento de querer resolver la situación no queriendo saber nada de la sexualidad o considerándola como algo negativo, o tratando de desterrarla de la conciencia. Muchas veces esa realidad, desterrada de la conciencia o reprimida, irrumpe en forma de neurosis o de perversión sexual, y causa estragos. Hay quienes afirman que es imposible un dominio sobre el instinto sexual, y hacen aparecer la actuación sexual como una necesidad fisiológica irresistible; de acuerdo con ello, contrariar esta necesidad sería perjudicial para la salud corporal y mental. Para quienes hacen tal afirmación, la continencia sexual impediría la solución natural de tensiones y conduciría a perturbaciones que darían origen a neurosis. Pero contra tales teorías, está el hecho atestiguado por la historia de tantas personas continentes a base de domino de sí mismas, y al mismo tiempo sanas física y psíquicamente. Médicos y psicólogos honrados afirman, por razón de la experiencia, que la persona continente conserva más sus energías físicas, mentales y espirituales. Es convicción de muchos, aun paganos, que por el libre albedrío la persona tiene suficiente capacidad para ordenar debidamente su sexualidad. La solución está en un
  • 9. recto ordenamiento de la persona en el que la educación en la disciplina de sí mismo desempeña un papel muy importante.