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EL PUZZLE DE LOS TIPOS NEGATIVOS.
Manfred Nolte
Dese una vuelta, amable lector, por cualquiera de los establecimientos de
crédito de nuestra Villa o de los pueblos que la rodean y pregunte qué
rentabilidad anual le ofrecen por un depósito, digamos, de 20.000 euros al
plazo de un año. En primera instancia tratarán de persuadirle de que existen
otras maneras de ahorrar, fundamentalmente fondos de inversión, que pueden
acomodarse fácilmente a su perfil de riesgo y plazo de recuperación, productos
con liquidez inmediata y con pedigrís de rentabilidades pasadas –no futuras-
interesantes. Si tiene usted la osadía de insistir, le replicarán finamente que no
se paga nada por los depósitos de ahorro. Bueno, tal vez algún punto básico a la
altura del segundo decimal. O sea, nada. Y la razón es bien sencilla: la Banca
española tiene acceso ilimitado al dinero del Banco central europeo al irrisorio
precio del 0,05 por ciento anual.
Vivimos en un entorno de tipos nulos, ‘ZIRP’, por sus siglas en inglés que se
traduce como política de tipos de interés cero’. ZIRP es un ciudadano que lleva
instalado un cierto tiempo entre nosotros vendiendo condiciones de tipos de
interés monetarios muy bajos dentro de su cartapacio de instrumentos de
política monetaria no convencional. ZIRP ha entrado en escena cuando se han
corrido los cortinones de la crisis y han surgido esos personajes profundamente
antipáticos que se llaman deflación, paro, desapalancamiento y en general todo
el séquito de maldades que acompañan a los crecimientos anémicos o negativos
de la economía. Piensan las autoridades monetarias y económicas –y en
principio piensan bien- que si la economía se desliza por derroteros peligrosos,
siempre será interesante aflojar las compuertas de la liquidez para abaratar la
materia prima del crédito y llevar su precio a los umbrales de la ganga, para que
los consumidores se animen a pedir prestado y consumir y los inversores se
animen a firmar créditos y dedicarse a invertir. De esta manera el tirón del
consumo y la inversión harán de corcel de una economía famélica o estancada.
O sea que lo que al sufrido ahorrador le desagrada y desalienta profundamente,
al deudor–en particular el deudor hipotecario- le viene de perlas. Cada uno lo
suyo. Paralelamente, al abaratarse el dinero se deprecia la divisa con lo que el
país gana competitividad e incrementa sus exportaciones, otro componente
crítico de la demanda agregada.
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El caso es que aun cabía otra vuelta de tuerca a esta sorprendente política
monetaria. Y es que nos habían contado muchas cosas que ahora pueden quedar
desmentidas por la mera realidad. La política monetaria convencional –la de
toda la vida- se detenía en los tipos cero, ya que según argumentaban sus
defensores hay una cosa que se llama ‘la trampa de la liquidez’ y que entra en
acción cuando hay mucho más ahorro que inversión y los tipos de interés –se
suponía- ya no podían bajar más al estar en el suelo del cero. Pero los
monetaristas replican que con las medidas de política monetaria no
convencional hay aun espacio de acción anticíclico mediante las compras
masivas de bonos por parte de los Bancos centrales, y la apelación los tipos de
interés negativos, episodios que se incluyen en la rúbrica de la ‘relajación
cuantitativa’.
De paso, un mito desmontado ha resultado ser el del valor intrínseco de los
tipos de interés. La ortodoxia defiende ingenuamente que el tipo de interés es la
compensación fijada por diferir el uso del dinero o sea de diferir el consumo.
Dejado a su propia iniciativa el dinero es una mercancía que coordina en el
tiempo la oferta con su demanda. O sea que cuanto mas interfieran los
reguladores la libre formación de los tipos de interés, más se desajusta la
demanda y oferta de dinero en el tiempo y más complicado resultará el
realineamiento posterior de la oferta y de la demanda para volver a una
economía de crecimiento razonablemente sostenible en el tiempo.
Y aquí salta una información relevante adicional: por mucho que las economías
actuales sigan confiando en el libre mercado para la asignación eficiente de
recursos , la mano bien visible del Estado ha propinado un solemne capirotazo a
la mano invisible de Adam Smith. El mercado del dinero está totalmente
intervenido en Occidente como lo pudo estar en cualquier economía comunista
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de plan central en el pasado. Aunque pueda apostillarse que se hace para el bien
común, aquellos credos políticos que aun postulan en nuestros días el desmonte
del sistema neoliberal haría bien en abrir los ojos para percatarse que nuestro
sistema de mercado está muy lejos de ser neoliberal.
Decíamos mas arriba que aun caben más vueltas a la tuerca: se llaman tipos de
interés negativos(NIRP). Por ejemplo, desde el 9 de diciembre de 2015 el Banco
Central europeo penaliza con un 0,30% los depósitos que depositen en sus cajas
los bancos operantes en la Eurozona. Cinco bancos centrales más adoptan
análoga decisión. El objetivo perseguido con una tasa negativa es forzar a los
bancos a que presten a la clientela su liquidez excedentaria. La pregunta es si
hay crédito solvente para colocar tanta liquidez.
Los Bonos también se han infiltrado en territorio negativo, pero aquí juega un
papel importante la calidad de ‘refugio’ que represente para los prestamistas el
país emisor. Cerca de siete billones de dólares de bonos gubernamentales están
comercializándose en los mercados a tipos negativos.
Podemos concluir que a no mucho tardar podríamos tener que pagar a nuestro
Banco por el cuidado de nuestros depósitos. Ello llevaría a un reverdecer del
atesoramiento domestico, de las cajas de seguridad y del amplio elenco de
conceptos que giran en torno a guardar el dinero debajo de nuestros colchones.
Como la autoridad correspondiente ya ha advertido el peligro, está calentando
motores para retirar de la circulación las denominaciones de 500 euros y quizás
las de 200. La otra gran incognita es si, con el EURIBOR negativo, los bancos
acabarán pagándonos intereses por los prestamos que ellos mismos nos han
concedido.
Fotografía: El Correo
La utilidad final de la política monetaria ultralaxa divide a los expertos. Alivia
en momentos de crisis, pero no resuelve los problemas estructurales. La
proyección económica de un país depende sobre todo de su productividad y en
consecuencia de su competitividad. Para sintetizar esa medicina hacen falta
otros ingredientes. Habrá que recordar la política fiscal, pero no para financiar
gasto corriente sino para crear inversión pública productiva, o financiar
educación e investigación en su mas amplio sentido. A los tipos de hoy, esa
fracción de deuda que la sufrague contaría con la complicidad casi unánime de
las distintas coloraciones políticas.