Trabajo no remunerado de las mujeres en México.pptx
El bien comun: de Felber a Tirole
1. 1
EL BIEN COMUN: DE FELBER A TIROLE.
Manfred Nolte
Todos aspiramos a un mundo mejor. Dado que nuestra vida cotidiana se halla
muy influida por los avatares económicos, se sigue que todos deseamos una
economía mejor, es decir, un sistema económico más perfecto, de más quilates,
al servicio del destinatario último del aparato productivo que es el consumidor.
Somos nosotros, los ciudadanos consumidores, el objeto final de todas las
relaciones y proporciones sociales y productivas. Lo que se desvíe de dicho
objetivo, se aparta del fin estricto de la economía.
Como consecuencia de lo anterior, transitan en la reciente historia económica
algunos modelos de economía colaborativa, social y asamblearia que propugnan
un nuevo orden económico distinto al vigente de economía de mercado. Se trata
de una modesta restricción mental, ya que al referirse a un ‘nuevo’ orden aluden
sin duda al consenso general arriba enunciado: un orden mejor.
Por lo tanto nadie, en uso de sus facultades racionales, deseará desmarcarse del
ansia por un modelo económico ‘mejor’, y ello coincidimos liberales y
totalitaristas, socialistas y conservadores, proteccionistas y defensores de la
globalización. En la conocida dicotomía de Friedrich Von Hayek igual anhelo
comparten los defensores de la ‘Nomocracia’, un gobierno basado en un sistema
democrático de leyes, que los partidarios de la ‘Teleocracia’, régimen este que
subordina todos los fines particulares a la obtención del fin optimo dictado por
la autoridad suprema.
No es en el fin, en consecuencia, en el que discrepan los discursos ideológicos,
sino en los medios utilizados para la consecución de dicho fin y de la eficacia y
eficiencia de los mismos. Dado que en esta vida que nos concierne, los bienes
son escasos y los usos alternativos, la disciplina económica debe aplicarse
administrar dichos escasos elementos disponibles con la máxima eficiencia y
validez. Todo lo demás no pertenecerá al paradigma económico sino que se
2. 2
insertará en los amplios dominios que giran desde la buena voluntad y el
altruismo a la utopía, en ocasiones disruptiva y perniciosa.
Bajo el titulo de ‘Economía del bien común’ (EBC) giran desde hace algunos
años algunas propuestas que se encasillan en esta segunda categoría,
caracterizadas básicamente por constituirse en una alternativa superior a la
economía de mercado. Dos autores destacan con luz propia al frente de este
movimiento de carácter democrático renovador no rupturista.
El austriaco Christian Felber y el nobel francés Jean Tirole son dos economistas
renombrados, autores de sendos libros que llevan por título el también
atribuido al movimiento renovador ‘La Economía del Bien Común’. Sus
publicaciones están separadas por un lapso de 6 años (2010 y 2016,
respectivamente) aunque sus enfoques y conclusiones difieran sustancialmente.
Felber, cofundador de Attac en Austria vuelca en sus planeamientos los
anteriores postulados altermundistas del referido movimiento civil hasta
auparlo a la consideración de un pretendido sistema económico, superador del
neoliberalismo, calificativo que otorga la formación radical al vigente modelo de
economía de mercado. Así, la EBC prioriza valores como la confianza,
cooperación, aprecio, democracia, solidaridad frente al afán de lucro y
competencia. El beneficio empresarial se sustituye por el beneficio común y el
PIB por el Producto del bien común. Las empresas adscritas a la EBC tendrán
impuestos reducidos, aranceles ventajosos, créditos baratos, y privilegios en las
compras públicas y en el acceso a programas de investigación. Los salarios
máximos estarán limitados a 20 veces los mínimos, ninguna propiedad excederá
de un determinado techo, las herencias serán socializadas, engrosando una ‘dote
democrática’ para futuras generaciones. El horario de trabajo retribuido se verá
reducido escalonadamente hacia las 30 horas semanales y cada décimo año el
trabajador disfrutará un “año sabático” que será financiado a través de un
salario mínimo incondicional.
La propiedad de las grandes empresas pasará a empleados y ciudadanos y en lo
político se erigen ‘parlamentos económicos’ con prelación sobre los gobiernos
dictaminando sobre la categoría y alcance de los ‘bienes democráticos’ entre los
que destaca un ‘banco democrático’ controlado de forma asamblearia y el
Estado se financia sin intereses en el Banco Central. Los tipos de interés
desaparecen. A nivel local distintas monedas regionales conviven con la moneda
nacional. En todas las instancias la democracia representativa será completada
por la democracia directa y la democracia participativa.
Este idílico cuento de hadas no explica como se producirá la información
transitiva en los mercados, ni como se financiarán los proyectos, ni quien fijará
los bienes comunes que pasarán a ser mayoritarios a través del juego
asambleario, ni qué mecanismo sustituirá al mercado en la asignación de
recursos. La exoneración de la economía de mercado de su supuesto egoísmo y
maldad intrínsecas, se basa justamente en su solidaridad indirecta. Adam Smith
el inventor de la mano invisible recordaba una y otra vez que la eficiencia del
librecambio pasaba por la ausencia de posiciones dominantes. La división del
trabajo no es otra cosa que una magna estructura de cooperación. La
competencia es un mecanismo de discriminación entre los planes empresariales
3. 3
que satisfacen o no los deseos soberanos de los consumidores. El consumidor
dice si o no. La competencia es consustancial a la escasez de los recursos. La
concurrencia legitima la persecución de los fines propios a cambio de permitir el
desarrollo de los ajenos. El capitalismo, es un sistema individualista que
pretende conseguir el Bien Común a través de la persecución de los propios
intereses personales. Son los consumidores los que refrendan la calidad y
número de aquel.
Como ha concluido Juan Ramón Rallo: ‘ La Economía del Bien Común es un
experimento de ingeniería social que lleva en su diseño su condena al fracaso.
Sus tres mayores errores son pretender objetivar la idea de bien común, pensar
que es posible coordinar la actividad de miles de millones de personas
desatendiendo el sistema de precios y obviar la ruina que supondría una brutal
descapitalización de la economía derivada de la persecución de la propiedad, en
sus dos facetas: acumulación patrimonial y control de la gestión empresarial.
El Nobel Tirole discurre por otros derroteros. “La victoria de la economía de
mercado solo ha sido una victoria a medias, pues no se ha ganado a la gente. Su
supremacía se acepta con fatalismo, unido en algunos casos a la indignación”.
La economía del bien común consiste sobre todo en la ambición de que las
Instituciones económicas contribuyan al interés general. El director de la
escuela de economía de Toulouse(Francia) destaca el concepto de la ‘Teoría de
la Información’ basada en la evidencia de que las decisiones de consumidores y
empresas gozan de una información limitada en la construcción de sus bienes
comunes. Como ejemplo señala que, “las personas no quieren aceptar que un
endeudamiento público creciente pone en peligro el sistema de bienestar social
y, por tanto, se resiste a las políticas de austeridad.”
El curso de la economía se halla sesgado a menudo por intereses bastardos, por
lobbies poderosos y por el rechazo de las Instituciones a compartir o abandonar
el poder. De ahí la necesaria refundación de los poderes públicos en el ámbito
regulatorio, aspecto que constituye el corazón de su ‘Economía del Bien común’.
La mano invisible (el mercado) y la mano más visible (el Estado) son
complementarios: La labor de este último es corregir los múltiples fallos de
aquel.
Entre ambas doctrinas, o al margen de ellas, se encuentra la inquietante
exhortación ‘Evangelii Gaudium’ del Papa Bergoglio cuando advierte que
“tenemos que decir ‘no’ a la economía de la exclusión y de la inequidad: esa
economía mata”. Un aldabonazo para la reflexión.