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ÉTICA TRANSCENDENTAL DE LA REALIDAD
DR. JOSÉ MANUEL LÓPEZ GARCÍA
INDICE
1. La actitud ética en Zubiri
2. Moral como apropiación vital
3. La perfección de los actos morales
4. La previsión de la ética cartesiana y la ética de la realidad zubiriana
5. La dimensión transcendental de la ética
6. Conclusión: ética transcendental como plenificación de la realidad
humana

1. LA ACTITUD ÉTICA EN ZUBIRI
Ciertamente, el ethos que analiza Zubiri es el que Aristóteles también
pensó en su ética. Las costumbres o los hábitos son la base de los
comportamientos morales desde la perspectiva aristotélica. Lo que
concuerda, a mi juicio, con el planteamiento general de la ética formal
real de Zubiri usando la definición de Diego Gracia para la
caracterización justificativa de la misma. Como escribe el pensador
español: «las diferencias de ethos son diferencias ante lo que se
considera el bien del hombre». (CLF 47). Y es indudable que a lo largo
de la historia de la filosofía han existido escuelas éticas que han
desarrollado códigos normativos, de carácter consecuencialista y
materialista, y otras han sido más formalistas y espiritualistas, como la
estoica por ejemplo. Se puede afirmar que el realismo ético aristotélico
está más próximo a la forma de entender los comportamientos, y las
acciones humanas por parte de Zubiri. Además, como se sabe, se
muestra disconforme con una consideración formalista de la ética
como es el caso de la kantiana, porque el dualismo entre lo intelectivo y
lo sentiente es superado por el realismo radical zubiriano también en la
dimensión moral o ética.
Porque la razón sentiente posee también una vertiente práctica que se
expresa en actitudes racionales, que se sustancian en reflexiones
críticas acerca de los actos y conductas como modo de crear actitudes
éticas más coherentes y justas, y sobre todo más enriquecedoras para
la vida de las personas. Frente a estereotipos o prejuicios, los seres
humanos a través de su pensamiento crítico y racional pueden

1
justificar de nuevas maneras sus comportamientos, tanto individual
como colectiva o socialmente.
Si bien la justificación moral tiene en Zubiri tres momentos que son el
sistema de referencia, esbozo y experiencia, considero que la
verificación de la razón contempla y analiza desde una perspectiva
que, a mi juicio, se parece algo a lo que se denomina habitualmente
sentido común, aunque no sea identificable con el mismo. En cualquier
caso, a mi modo de ver el proceso metódico de análisis de los hechos es
la clave justificativa de lo razonable moralmente, que no es
equiparable con una ética deontológica como la kantiana.
Me parece altamente positiva una actitud ética que se fundamente en
una atención a la diversidad de situaciones reales, en un mundo tan
complejo e interconectado como el actual. En este sentido, considero
que es plausible la construcción de modelos de resolución de casos
prácticos que siguen la senda abierta por la ética zubiriana. Algo que
ya ha realizado Diego Gracia evitando tanto la tiranía de los principios
morales, como la de los contextos históricos, sociales, antropológicos y
políticos.
Evidentemente, el que actualmente se viva en un mundo global ya fue
anticipado por Zubiri en los años 70 del siglo XX. La sociedad mundial
que señaló nuestro filósofo es también simultáneamente una
corporeidad mundial, lo que implica la afirmación de una
presencialidad que es virtualmente común en determinados aspectos
respecto a los demás, en esta realidad telemática y digital en la que hoy
en día vivimos. Esto abre nuevas posibilidades a la construcción de
éticas diversas, pero que posean unos criterios delimitadores de lo que
es el bien humano, y al menos una moralidad de mínimos
irrenunciables para proteger la dignidad de todos los seres humanos.
La riqueza de la actitud ética zubiriana se pone de relieve, porque está
proyectada de modo inmediato y directo a través de la impresión
sentiente de realidad, al propio mundo empírico en toda su
multiplicidad y diversidad de situaciones. Es cierto que la valoración
de la ética de Zubiri, y de su actitud respecto a los actos morales puede
ser objeto de numerosas controversias. Pero, en mi opinión, Zubiri se
basa principalmente en un planteamiento realista que es coincidente en
parte con el aristotélico, y también en un enfoque descriptivo que si
bien es racionalista y crítico también es fenomenológico, porque se
ocupa de los muy diversos aspectos y contextos de las acciones morales
humanas en la realidad, analizando e interpretando los sentimientos y
las tendencias humanas que forman parte esencial de lo moral, y
consecuentemente de la justificación crítica y racional de la ética.
La profunda terminología zubiriana en el campo de la moral o la ética,
está posibilitada por una matizada antropología y metafísica que
2
sirven de soporte analítico y metodológico para la elaboración de una
actitud ética coherente, que considere la realidad como apropiación de
posibilidades, para una existencia feliz propiciada e impulsada por una
ética que, para Zubiri, debe ser claramente eudemonista.
Lo que Zubiri denomina experiencia por conformación es
característica de la moral, y la religación está en relación, sobre todo,
con la experiencia religiosa en un sentido fenomenológico de
integración con la realidad desde una perspectiva deiformadora. De
todos modos, considero que es válido desde un análisis ético pensar que
la moral puede poseer aspectos fundamentales universalizables,
aunque con una interpretación diferente al formalismo deontológico
kantiano, y que es compatible también con los planteamientos éticos
zubirianos. La actitud ética zubiriana que puede considerarse como
una especie de marcha de la razón es también una ética humanizadora,
porque se abre a la compasión, y a la potencial comunicación empática
con todos los seres vivos. En este sentido, el respeto general a todo tipo
de fenómenos vitales es uno de los principios esenciales de toda
conducta razonable.
Indudablemente, la actividad racional no es algo cómodo y placentero
por sí mismo. Pero esto no presupone que los seres humanos deban
regir sus actitudes, por un relativismo sin condiciones, frente a los
problemas y dilemas que son consustanciales al proceso de la vida. La
función prudencial y evaluadora de la razón o inteligencia sentiente
humana es decisiva, para la determinación de la conducta más
provechosa en cada momento en relación con el contexto y las
circunstancias. La capacidad de ajuste a la realidad, por parte del
hombre, es la expresión de lo justo en las conductas. Lo que se
contrapone claramente al comportamiento animal que depende de lo
estimúlico, y no de la formalidad de realidad. El ser humano, como
señala reiteradamente Zubiri, es un animal de realidades, y esto es lo
que delimita el campo de análisis y justificación argumentativa de la
ética. Ciertamente, la moral se sostiene sobre una base sustentadora
que está conformada por la biología y la psicología. En efecto, la
fundamentación antropológica es clave para la elaboración de una
ética rigurosa, y sobre todo coherente para potenciar la felicidad
humana. Y es que aunque se pueda pensar que toda moral sea de
esencia biológica, como opinó Bergson, ni aún tomando este último
término como él lo hacía, en el más amplio y contundente sentido, no lo
es en un sentido total y absoluto. Lo que tiene en mente Zubiri es que
la ética no es un reino ideal, ya que constituye un capítulo esencial de la
antropología o idea unitaria del hombre.

3
Otro filósofo como Merleau-Ponty, al igual que Zubiri, también se
apoya constantemente en conocimientos biológicos y psicológicos en
sus reflexiones sobre la ética o la moral.
Que el bien es la realidad en tanto que apropiable es decisivo, porque
define una ética que toma como campo de aplicación la propia
realidad, y no supuestos aprióricos abstractos que no proporcionan un
método racional ajustable, en función de los problemas concretos y
específicos que son característicos del mundo humano. Porque los
deberes no son comprendidos, de modo acertado por Zubiri, como algo
separado de la felicidad como sucede con Kant. De hecho, desde la
estructuración de la ética zubiriana, la idea de los deberes es lo que
pone las bases o sirve de fundamento para la elección libre de los actos
o conductas, desde un raciocinio coherente que busca que el hombre
logre la felicidad. Puesto que los deberes no son incondicionados, sino
que están al servicio del bienestar individual y social. Lo que da forma
a una ética realista, transcendental y eudemonista.
Ya desde sus primeros escritos Zubiri afirma claramente que la ética
es fundamentalmente valoración, y distingue de modo muy preciso el
carácter axiológico de los juicios éticos al escribir: «Si juzgamos el
valor de las cosas en función de libres creaciones personales, emitimos
juicios estéticos sobre los objetos. Pero si son éstos, es decir, su
cualidad, como diría Stuart Mill, la que determina nuestro juicio
axiológico (Windelband), el juicio reviste carácter ético». (PE 148).
En efecto, lo cualitativo es resultado de una valoración aplicando la
capacidad judicativa que, en el ámbito de la moral, está en función de
la realidad de las cosas y del mundo. Una de las fuentes de inspiración
de la ética zubiriana es la obra de Max Scheler. Evidentemente, los
valores materiales forman parte de una adecuada concepción de lo
moral, porque son los referentes de una actitud ética más dirigida a los
retos, exigencias y circunstancias de la realidad que están presentes
inevitablemente en la existencia humana. Como escribe Zubiri en sus
Primeros Escritos (PE 350-351): «Y es un libro que es toda una
característica del siglo, Max Scheler nos revelaría además de los
valores formales, únicos conservados por la crítica de Kant, la
inagotable variedad de los valores materiales, que obligarían a la Ética
a superar las fronteras de la intención subjetiva y a atender a la
bondad y perfección objetivas de los actos, de las cosas y de las
personas. La finalidad es una categoría real, mucho más amplia que la
intención voluntaria». Como indica Antonio Ferraz Fayos refiriéndose
a la ética zubiriana (Realismo radical p.194) el bien radical del hombre
es «él mismo». Y por tanto han de considerarse todas las posibilidades
que existen en la realidad, y que son potencial objeto de modulación y
configuración para la máxima autorrealización humana posible en
4
cada ser humano. Que, a mi juicio, es uno de los objetivos esenciales e
irrenunciables de cualquier proyecto vital plausible, y
consecuentemente de cualquier ética pensable.
2. MORAL COMO APROPIACIÓN VITAL
Si bien para Zubiri la moral es la plasmación de la apropiación de
posibilidades, también es cierto que el carácter humano está
constantemente mediatizado por el pensamiento y la deliberación,
respecto a las acciones que se realizan. La actitud realista de Zubiri es
la que mejor define, a mi juicio, el sentido profundo de la ética desde
una perspectiva que intenta la autorrealización del ser real humano
que desarrolla su existencia estando «sobre sí». Lo que significa, como
se sabe, que la conducta moral de cada individuo está en función de su
habilidad y esfuerzo para buscar soluciones en la realidad para el logro
de una vida lo más satisfactoria posible. En lugar de un repertorio de
soluciones prefijadas teóricamente ante las eventualidades,
circunstancias y problemas de la vida, el sujeto ético debe saber
reaccionar de modo racional, prudente y sensato, maximizando sus
posibilidades de apropiación de la realidad en beneficio de su bienestar
individual y social.
Los bienes no son algo puramente abstracto sino que son concretables
en su figura de realidad, y por tanto, son apropiables a través de
conductas razonables. Zubiri utiliza el vocablo fruición para referirse,
entre otras cosas, a la apropiación de lo real, ya que como escribe
Antonio Ferraz: «En la fruición me apropio de la realidad de algo, de
aquello en que estoy complacientemente realizado».En efecto, esta
actitud fruitiva es la que impulsa los comportamientos éticos que se
mueven en el campo de la realidad, y no son únicamente principios
teóricos sin contenido empírico. Que existe un ideal teórico o
especulativo de perfección en todas las conductas y actos de las
personas me parece indudable. Aunque este concepto de perfección
desde un análisis ético puede entenderse acertadamente, a mi juicio,
como la búsqueda de la plenitud en cada decisión y comportamiento.
La felicidad que es, en mi opinión, el eje central de la ética, no es algo
que esté o se dé por sí mismo en la realidad humana. Es preciso un
esfuerzo para que deje de ser una posibilidad en todo ser humano, y se
convierta en una realidad.
El eudemonismo evidente de la ética zubiriana se sustenta entre otras
cosas en la capacidad de apropiación de las posibilidades existentes en
el curso de la vida, de acuerdo con unas pautas racionales, y también
considerando distintos aspectos de la experiencia, como algo

5
fundamental en la determinación de las mejores conductas, en relación
con las circunstancias, y los contextos concretos de la realidad.
Como escribe Zubiri: «Y precisamente porque lo que tenemos presente
es realidad valiosa, nada es «valor sin más» sino que todo es
«realmente valioso». La realidad es, pues, necesaria para el valor y
pertenece intrínsecamente a éste». (SSV, 215).Esto plantea la necesidad
de un giro radical en la consideración del valor que pasa de ser casi
exclusivamente apriorista y especulativo, a convertirse desde una
interpretación filosófica y ética transcendentalmente realista, en una
adecuación de lo moral a las posibilidades efectivas que ofrece la
realidad para la plenificación de las potencialidades de la persona en
su dimensión individual y social.
De hecho, la formalidad de realidad es lo que determina lo valioso de la
realidad en sí misma. Además, como establece Zubiri (SSV 218): «la
presencia de la realidad es necesaria para la estimación». Lo que
aunque es necesario para una moral ajustada a lo real, también causa
problemas, porque la justificación de los actos y las conductas es
cambiante y dinámica e histórica, como lo es inevitablemente la propia
sociedad que es la que, en parte, establece normas morales y sociales
generales. Si bien existe una tradición ética que, a lo largo del tiempo,
pone de manifiesto la existencia de diversas corrientes o escuelas
morales, que influyen en la configuración de la moral social e
individual.
Por tanto, se puede afirmar que existe un bien moral o como dice
Zubiri un bonum moral que regula la realidad moral de cada sujeto,
como aceptadora o rechazadora de posibilidades. (SSV 267). De este
modo, la actividad de libre elección de posibilidades en la realidad vital
es una apropiación racional y sentiente. Porque la estimación
valorativa y la voluntad debe estar guiada por una actitud judicativa
que analice muy racionalmente lo que es mejor para el bienestar
individual, considerando una gran diversidad de aspectos emocionales,
psicológicos, antropológicos, sociales, etc.
Como escribe Zubiri: «El hombre tiene innegablemente una voluntad
de poder, y esa voluntad de poder se va ejercitando a lo largo de su
vida, en todos los momentos de ella». (SSV48).La voluntad humana
debe estar unida al bien e incorporar los aspectos de la realidad, a
través de sus actos de apoderamiento de lo que beneficia la plenitud de
cada individuo. A diferencia de la voluntad de poder de Nietzsche, que
es una fuerza irracional de afirmación de la vida, Zubiri considera que
la racionalidad está presente de modo decisivo en las decisiones
morales. En lo que sí se percibe una cierta similitud es en la concepción
general de una afirmación rotunda de la realidad sensible, y su

6
significación para el logro de una buena existencia en múltiples
sentidos.
Respecto al sentido de apropiación que es esencial en los actos morales,
conviene resaltar la significación de los actos de volición, que deben
estar dirigidos al logro del bien, o al menos de lo que es preferible para
el bienestar del sujeto moral. Porque la voluntad humana es sentiente e
intelectiva, y consecuentemente busca el propio bien. Por esta razón, es
la función volitiva o la capacidad de querer lo primero, en orden a la
fijación o determinación de los bienes particulares mejores para cada
ser humano. Con lo que la apropiación como eje de la moral no posee
un sentido meramente materialista o consecuencialista, sino que es la
expresión de un entendimiento profundo de la inteligencia, y de su
conexión con la realidad en la ética zubiriana.
La razón práctica parte de nuestras actuaciones para determinar si
son correctas, y si hay que modificarlas. La razón no es algo
secundario, sino una capacidad esencial en el ámbito de los actos
morales.
Ya Brentano que ha influido en el pensamiento zubiriano se
preguntaba por la oscuridad de los procesos de la conciencia propia en
su libro El origen del conocimiento moral. Escribe este filósofo
germano: «Si un pensador como Kant no descubrió las fuentes de
donde mana realmente el conocimiento ético, ¿cómo podemos pensar
que el pueblo ordinario haya llegado a beber en ellas?» (p.45). Me
parece que esas fuentes a las que se refiere Brentano son identificables
con la aplicación racional y prudente del intelecto y el sentir a la
propia realidad, en un proceso ético que es perfectible y mejorable.
Además, es la plasmación de una actividad conductual libre, y por
tanto consciente, que ajusta y modula sus actos y posibilidades
comportamentales, de acuerdo con la diversidad de circunstancias
existentes, para maximizar el bienestar individual en un sentido
fruitivo y plenificante.
Las buenas costumbres y la habitud zubiriana pueden ponerse en
relación con el uso de una razón fundamentada en el buen sentido y en
la prudencia, poseyendo un cierto carácter emotivista en el sentido
humeano. Además, parece incuestionable la justificación de un cierto
intuicionismo moral en los comportamientos humanos, porque el
acceso al bien suele ser inmediato para la conciencia humana, sin
necesidad, generalmente, de muchas mediaciones argumentativas y
analíticas.
Sería deseable que unos buenos principios éticos orientasen las
conductas de los sujetos, porque aumentaría el bienestar general en el
mundo. Zubiri sabe perfectamente que las grandes injusticias
presentes en la realidad también en su tiempo son difícilmente
7
superables sin una adecuada reorientación radical de las fuerzas
sociales, y de la propia actitud ética de la humanidad y de los hombres
que la conforman. Como escribe Brentano: «Los motivos
verdaderamente éticos no son ni mucho menos los decisivos en todas
partes; ni en la vida privada ni en la política interior y exterior».(p.54).
Ciertamente, las tendencias actuales no son muy diferentes en esencia
de lo que señalaba el pensador germano en 1889, cuando se publicó su
libro El origen del conocimiento moral. De todas formas, estoy
convencido que a través de un humanismo transcendental y realista
que deriva del realismo radical zubiriano se puede avanzar, aunque
sea lentamente hacia un consenso ético básico que posibilite una
existencia digna y feliz para todas las personas. La apropiación vital de
unas condiciones existenciales adecuadas es, no solamente un derecho
humano irrenunciable, sino también una exigencia ética insoslayable.
3. LA PERFECCIÓN DE LOS ACTOS MORALES
Evidentemente, en la ética zubiriana la idea de perfección moral
adquiere un nuevo sentido. Porque está supeditada a una estimación y
valoración de la realidad. Y ya se sabe que lo real es imperfecto, y
posee limitaciones de todo tipo. También el ser humano desde un
enfoque antropológico y psicológico es un ser por esencia imperfecto,
aunque se esfuerce a través de su libertad en la autorrealización
personal. Lo perfecto desde un punto de vista moral, aunque puede
teóricamente sustentarse en lo divino, también es posible analizarlo
desde un planteamiento realista que descansa en juicios valorativos
razonados, que estiman la apropiación de posibilidades de lo real, por
parte del ser humano.
De hecho, escribe Zubiri: «Ser feliz es ser hombre en forma plenaria.
(SH 390-391). Pero plenaria tiene aquí el sentido de actual, no el
sentido de un ideal de perfección regulativo. Tan plenaria es la forma
humana de un criminal como la de un santo». (Corominas, J, La ética
de X. Zubiri, pág, 226).La actualidad de los actos es lo que es
perfeccionable en un proceso interminable, porque la personalidad
humana está siempre estructurándose en un desarrollo evolutivo
dinámico, creativo y libre. En consecuencia, la idea de perfección en el
campo ético, a mi juicio, debe estar fundamentada en la realidad
intramundana, sin perjuicio de una posible fundamentación divina en
los sujetos que posean creencias religiosas. Reconozco que lo
suprasensible ya desde los tiempos de Platón y su mundo inteligible es
uno de los modelos de perfección, ya que las ideas son según la
doctrina platónica perfectas, inmutables y eternas. Considero que las
ideas son algo dinámico, lo mismo que lo es la propia realidad
8
empírica e histórica.Y las ideas son entidades claramente históricas,
aunque posean en general una cierta permanencia en el tiempo. Los
principios éticos y las normas morales así como las estimaciones y
valoraciones son también procesuales e históricas. Por tanto, existen
diversas axiologías éticas que pueden disponer de una base mínima
común, pero que pueden variar en relación con los cambios sociales de
la sociedad, y con el transcurso de las generaciones y de los periodos
culturales a ellas asociados.
Estimo que es conseguible una aproximación continua a un cierto ideal
regulativo, que nos acerque a una relativa perfección de los actos
morales. Y esta perfección es como un deseo de justicia general que
debe ser un objetivo, de tal modo que dirija la ética humana hacia un
mayor bienestar y prosperidad. Como escribe J. Corominas: «Lo
miremos por donde lo miremos el problema decisivo para Zubiri es
que el hombre está abierto a un ámbito de la realidad que es la fuente
del valor (SH 358), del deber y de la presión social. Se ha desgajado la
moral de la realidad y lo primero que hay que hacer es volverla a
inscribir en ella». (p. 225 Corominas).
En efecto, la reflexión ética contemporánea además se expresa también
con la bioética y con la protomoral de Diego Gracia, así como su teoría
de los valores, y su gran tarea de formación y creación de comités de
ética clínica en toda Iberoamérica. La práctica médica y la deontología
asociada a la misma es, precisamente, uno de los posibles puntos de
referencia al menos en algunos casos y supuestos de la praxis ética
cotidiana, con las necesarias adaptaciones y matizaciones, como es
natural.
Frente a planteamientos que se centran en los sistemas conceptuales
como lo fundamental para la fijación de las normas morales, y
también para la justificación general de los principios éticos es
necesario un cambio radical. Lo verdaderamente fundamental es el
apoderamiento de la realidad de una manera fruitiva o satisfactoria
por parte del ser humano. Y esto se consigue aplicando la inteligencia
sentiente y la razón junto con la experiencia al análisis ético de la
realidad. Lo que hace posible un comportamiento moral ajustado a
una apropiación de posibilidades que potencie y mejore la vida
humana. Como escribe Zubiri: «La última palabra no la tiene el
sistema de conceptos que el hombre emplea, sino la realidad misma».
(SH 434). Y esta afirmación es pensable como válida, a mi juicio,
desde un nivel metafísico general o filosófico, y desde cualquier teoría
de la inteligencia como lo es su noología.
Que E. Dussel juzgue que Zubiri es uno de los pocos filósofos que
defiende radicalmente, en palabras de Corominas, (p.229) una ética
material o de la realidad en sentido fuerte es algo que clarifica muchas
9
cuestiones. Y que da más razones y argumentos al posible desarrollo de
una ética transcendental de la realidad, entendida como ética realista
y material que sigue la senda abierta por el eudemonismo aristotélico,
aunque con otros modos adaptados a la sociedad actual, que es muy
diferente a la griega antigua.
Otra cuestión esencial es que el mal como también afirma claramente
Zubiri tiene realidad física positiva (SSV235-256), y que no es
reducible en ningún sentido a pura negatividad, como se ha
pretendido desde San Agustín a Hegel. Es cierto que los actos buenos
son los que superan la negatividad del mal real, y por tanto frente a la
potencial justificación dialéctica o metafísica de lo malo como
contrapuesto a lo bueno, es más coherente una ética intramundana que
posee como fundamento una metafísica conexionada con el mundo.
Porque para Zubiri de un modo plenamente coherente, a mi juicio, el
desarrollo del proceso histórico de la realidad no es absoluto, ya que
está en función de servir de lugar de realización de la absolutización
de las personas a través de sus actitudes éticas. El mismo Ellacuría
escribe que: «La historia tiene sentido y ese sentido, es filosóficamente,
un sentido trascendental: tiene que ver con la persona como forma
suprema de realidad». (Corominas 234). En efecto, este es uno de los
fundamentos de una ética que tome como clave referencial la realidad
de la persona o del sujeto, ya que es lo que define auténticamente una
ética transcendental de la realidad.
Frente a la fundamentación fenomenológica de una ética material de
los valores como la de Scheler el planteamiento moral zubiriano se
aleja del formalismo kantiano y scheleriano. Como se sabe Diego
Gracia califica la ética de Zubiri como formal y real. Puesto que no
posee prescripciones o mandatos concretos respecto a los actos y
comportamientos es claramente formal. Lo que pone de manifiesto que
la falacia naturalista no es racional ni adecuada. Tampoco lo son las
morales idealistas o decisionistas que separan de forma absoluta el
bien de la realidad.
El deseo prácticamente innato y espontáneo de la suidad de cada
persona es pensable como una felicidad formal primaria que también
indica Corominas: «me impulsa a la búsqueda de las felicidades
concretas para concretar una figura de la felicidad tengo que poner en
marcha la razón y los deberes que ya no están dados, sino que son
racionales». (Corominas p.236). Porque la racionalidad al aplicarse a
la valoración y estimación de la realidad desde la experiencia, no es
siempre igual a sí misma, sino que desde premisas reales diversas y
diferentes, obtiene distintas conclusiones y orienta de forma específica
cada comportamiento concreto en la realidad.

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Si bien, la actitud dionisíaca no es quizás una comparación inequívoca,
plantea una forma fruitiva de entendimiento de la realidad, desde una
perspectiva conductual humana que busca las mejores posibilidades
vitales en la realidad. El ser uno mismo, y la optimización de las
posibilidades de autodesarrollo o autosuperación personal es uno de
los principios que se observan en la ética zubiriana. La moral debe
partir de actos de aprehensión, afectación y volición que son el
origen y la base de lo que son los juicios y las valoraciones éticas.
El quehacer de la vida del que hablaba Ortega y Gasset con su
raciovitalismo es incorporable a una ética actual de corte realista.
Zubiri está de acuerdo con los planteamientos orteguianos acerca de la
vida como proyecto en construcción, pero elabora una precisa
terminología original para dar expresión adecuada a los matices de los
actos humanos, y también concediendo plena libertad a las decisiones
individuales, que deben ajustarse racionalmente a la infinita casuística
de la realidad moral humana.
La apertura de las acciones humanas es, a mi juicio, muy grande
porque los únicos límites son los que determinan el buen sentido o el
sentido común, y un profundo y claro entendimiento de la dignidad de
las personas. Por tanto, no son indispensables códigos rigurosos y
estrictos de normas en el campo de la ética. En cambio, si son
necesarios en el ámbito jurídico y legal por la naturaleza coercitiva,
garantista y sancionadora del derecho.
Evidentemente, una de las premisas básicas en un primer análisis de la
filosofía moral sería la elaboración de una ética primera, que puede
consistir en la valoración y estimación pormenorizada de la acción
humana.Aunque el mismo sistema procedimental de una ética
transcendental realista se revela en una atención prioritaria a los
numerosos aspectos explícitos e implícitos en todo acto humano. Y
respecto al origen del concepto de lo bueno, aunque proceda como
sostiene Brentano de las representaciones intuitivas de contenido
psíquico, deriva de aprehensiones sentientemente intelectivas de la
realidad. Y es que lo bueno en sí mismo posee un sentido valioso que
es diferente de lo útil.
De todos modos, lo que es indudable es que la actualización que
llamamos bondad (SSV 355), como dice Zubiri, es primordial para
una voluntad volcada a la realidad para apropiarse de sus
posibilidades, de cara al logro de una existencia mejor y más acorde
con el fin esencial del hombre que creo que es su bienestar y felicidad.
Los sentimientos forman parte de cualquier consideración rigurosa de
la ética. Y aunque es cierto que son educables y perfeccionables son el
resultado de las tendencias humanas más primarias, con una base
biológica indiscutible. El que exista una diversidad cualitativa de los
11
sentimientos, como también afirma Zubiri, es una muestra más de la
imperfección inevitable de la naturaleza humana.
4. LA PREVISIÓN DE LA ÉTICA CARTESIANA Y LA ÉTICA DE
LA REALIDAD ZUBIRIANA
Considero que la moral por provisión de Descartes está en una línea
similar a la ética realista de Zubiri. Y es que como escribe Joan Albert
Vicens: «A pesar de las discrepancias, podría decirse que Descartes y
Zubiri comparten una idéntica preocupación por la fundamentación
de una filosofía rigurosa, la voluntad de liberarse tanto como sea
posible de todo tipo de prejuicios, la intención de radicar la reflexión
filosófica en una verdad primera accesible a todo el mundo. (Guía
Comares p. 95 ).
Si bien la gran diferencia de Descartes respecto a Zubiri es que este se
aleja de cualquier clase de idealismo subjetivo, y también rechaza un
conciencialismo solipsista, como el propio de la metafísica cartesiana.
No cabe duda que la moral del filósofo francés no es provisional, ya
que sirve de base y fundamento para el pensar y la vida. Como indica
Javier de Lorenzo: «La finalidad básica cartesiana la enuncia
nítidamente en el Discurso del método: no dejar de vivir lo más
felizmente posible.» (p.106-107). Lo que puede ponerse en relación con
la fruición respecto a la realidad, entendida como una especie de
deleite dionisíaco moderado.
Evidentemente, los planteamientos morales de Descartes estoy
convencido de que son básicamente acertados y coherentes, aunque
con sustanciales matices. El que se tenga que obedecer a las leyes y
costumbres del país en el que se vive es algo que se fundamenta en el
sentido común y en la razón. Respecto a la resolución y firmeza en las
acciones una vez decididas es comprensible, porque la indecisión y las
excesivas dudas son contraproducentes y negativas generalmente para
el buen resultado de los actos humanos. Lo relativo a tratar de
vencerse a uno mismo más que a la fortuna, tercera máxima de la
moral cartesiana, es un planteamiento prudencial derivado del
estoicismo que, en líneas generales, puede ser aceptado por cualquier
ética realista.
En definitiva, parece que lo pretendido por Descartes en el campo de la
moral, aunque es diferente a lo planteado por la ética realista
zubiriana posee aspectos que con los convenientes análisis es definible
desde una óptica intramundana y metafísica. Porque lo que se nota de
modo inmediato es que el interés de Descartes es práctico mostrando
un agudo y profundo conocimiento, tanto de la naturaleza humana

12
como de la realidad mundana, en la que viven las personas de su
tiempo.
Ciertamente. es indudable que la moral cartesiana muestra una
preocupación evidente por las exigencias prácticas de la conducta, y no
tanto por la perfección teórica de unas máximas morales detalladas, y
justificadas abundantemente. En este sentido, el propio Descartes no se
sintió, como se sabe, en disposición de elaborar una perfecta ciencia
moral.Aunque se deduce que el sistema filosófico cartesiano debería
estar coronado por una ética perfectamente establecida, ya que como él
mismo escribe: «la más alta y más perfecta ciencia moral, que,
presuponiendo un conocimiento de las demás ciencias, es el último
grado de sabiduría». (P. F. Descartes Carta prefacio Copleston p.
138).
La eficacia de las tres máximas morales de Descartes descansa en su
adecuada y racional interpretación por medio de la razón, algo similar,
en cierto sentido, a los planteamientos de la ética zubiriana que
también otorga una función decisiva a la intelección sentiente, a la
experiencia y a la racionalidad. De todos modos, la obra de Descartes
titulada Las pasiones del alma en la que muestra que los sentimientos
anímicos poseen una interacción con el cuerpo es clarificadora.
Porque para el filósofo francés el término pasiones es equivalente a
percepciones. Si bien el racionalismo y espiritualismo subjetivo de la
conciencia pensante cartesiana, y de la actividad causal de los espíritus
aleja su explicación de las pasiones, de la filosofía zubiriana acerca de
los sentimientos que está fundamentada en conceptos antropológicos,
fisiológicos y psicológicos del siglo XX.
La complejidad de la naturaleza humana según Descartes no puede ser
analizada de una forma exhaustiva y rigurosa, ya que es una tarea
científica que él no se cree capaz de realizar. De hecho, de un modo que
pienso que, a mi juicio, concuerda de forma general con el talante
zubiriano o, al menos no difiere excesivamente de él, escribe
Descartes: «No es necesario que nuestra razón nunca se equivoque.
Basta con que nuestra conciencia nos dé testimonio de que nunca
hemos estado faltos de resolución o virtud para realizar todas las cosas
que juzgamos como lo mejor. Y, así, la sola virtud es suficiente para
darnos contento en esta vida». ( Descartes en Copleston p. 141).
Descartes como Zubiri señala la relevancia del contexto colectivo o
grupal de los seres humanos, y del código ético general de la sociedad.
Porque son aspectos que deben ser objeto de reflexión, desde cualquier
doctrina ética que aspire a reflejar la diversidad y multiplicidad de
cosmovisiones y valores que están presentes en la sociedad
contemporánea.

13
A diferencia de Zubiri que se acerca más a una ética influenciada en
buena medida por el eudemonismo aristotélico, en el caso de Descartes
está claro el influjo de la ética estoica, a través de Séneca y otros
pensadores antiguos. Aunque es cierto que Descartes, de un modo
similar a Zubiri, también destaca el valor de los bienes externos, como
base de un bienestar parecido al propuesto por la ética aristotélica. Si
bien la idea de autosuficiencia del hombre, y la insistencia en destacar
la serenidad interior, y la distinción entre cosas que están en nuestro
poder y otras que no, por parte de Descartes, es claramente estoica.
Ciertamente, para el pensador galo la facultad de desear no debe
extenderse más allá de lo que conoce, algo perfectamente coherente
desde una actitud ética claramente basada en el buen sentido y la
prudencia. Algo con lo que está de acuerdo Zubiri comentando que:
«La percepción sensible sólo será verdadera cuando esté de acuerdo
con ideas claras y distintas; la pasión sólo será buena cuando responda
a una decisión racional de la voluntad».
Se puede afirmar que igual que la fruición, tal como la plantea Zubiri,
en el sentido de deleite o gozo en la apropiación de posibilidades de lo
real. Desde un punto de vista ético y éstético es una plasmación del
realismo de su moral, ya que como escribe Zubiri: «La esencia formal
de la volición es fruición. Además frente a disquisiciones teóricas en el
plano de la moral lo fundamental es un entendimiento del bien desde
una perspectiva real y fenoménica. En efecto, dice Zubiri: «El hombre
quiere una cosa distinta, quiere el bien plenario de su propia realidad.
Y el bien plenario de su propia realidad es un bien perfectamente
determinado y concreto».
Considero que la fuerza racional que también está presente y activa en
la ética realista zubiriana se expresa de un modo muy diferente al
cartesiano. Porque la terminología de Descartes se mueve en el ámbito
de la virtud, y de un gozo entendido como contento o alegría respecto
a la realidad. Así escribe el filósofo francés en Las pasiones del alma:
«es cierto que, con tal que el alma tenga siempre con qué contentarse
en su interior, todas las perturbaciones que vienen de otra parte no
tienen poder para perjudicarle, sino que más bien sirven para
aumentar su gozo porque, al ver que no pueden molestarle, le hace
conocer su perfección. Y, para que nuestra alma tenga así de qué estar
contenta, sólo tiene que seguir exactamente la virtud». (p. 221). En este
sentido, se observa que la racionalidad y la prudencia superan las
circunstancias de la realidad que afectan a los seres humanos, e incluso
son un modo de apoderamiento de la realidad, por parte de la
inteligencia. Lo que refuerza la satisfacción del intelecto sentiente al
verse capaz de superar con su reflexividad moral, y su estimación

14
ponderada y sensata de los actos y acciones, respecto a los problemas y
decisiones morales que conforman la existencia.
5. LA DIMENSIÓN TRANSCENDENTAL DE LA ÉTICA
Evidentemente, uno de los caracteres transcendentales del mundo o de
la realidad es el bonum según Zubiri desde una perspectiva metafísica.
Como escribe Zubiri: «Los transcendentales son pura y simplemente
actualidades de lo real en tanto que mundanal; son la realidad en tanto
que principio de actualidad». En el fondo, lo bueno es lo apetecible. Y
lo es en función de la apropiación de posibilidades de cada ser humano.
Por tanto, es perfectamente plausible la construcción de una ética, con
una cierta organización de principios que potencie de forma más eficaz
y eficiente, la legítima aspiración a una vida mejor, tanto a nivel
individual como social.
Es cierto que existen nexos entre el verum, el pulchrum y el bonum,
porque lo bueno en la realidad no es independiente de lo verdadero y
del gozo o la satisfacción. Además la justificación de la dimensión
transcendental de la moral o de la ética proviene de la propia filosofía
zubiriana, ya que dice Zubiri en Problemas fundamentales de la
metafísica occidental: «La transcendentalidad es pura y simplemente
el carácter de realidad. El momento de impresión de realidad, propio
de toda sensación y de toda percepción, es transcendental,…». En
efecto, esta afirmación y otras similares son el fundamento de
cualquier tipo de ética que se considere transcendental.
La tarea pendiente, a mi juicio, en relación con la creación de una ética
transcendental real o de la realidad, es precisamente la especificación
de los criterios axiológicos o valorativos necesarios, para la fijación de
una articulación de principios, que dirijan las conductas en direcciones
convenientes para el bien individual y general de la sociedad. Lo que
supone, indudablemente, el análisis y la discusión minuciosa y
razonada de numerosísimos aspectos relativos a la justificación de los
valores éticos fundamentales, y también a su aplicación práctica a la
realidad cotidiana.
En todo caso, cada escuela ética debe justificar sus principios
esenciales de una forma libre y coherente, porque la moral no es algo
axiomático. Además, como claramente reconoce el propio Zubiri, la
realidad está abierta, y también en relación con el bonum como
transcendental, por el dinamismo inherente y consustancial al mundo
por su dimensión histórica. Consecuentemente, la inteligencia humana
está progresivamente descubriendo las transformaciones de lo real, y
de su dimensión transcendental.

15
Zubiri insiste en Sobre el sentimiento y la voluntad en la
transcendencia de la plenitud humana, ya que escribe: «La plenitud no
sólo psicobiológica sino intencional, querida por mi intencionalidad, es
justamente lo que llamamos moral, en una primera aproximación. El
hombre como realidad físicamente intencional es, desde el punto de
vista de su voluntad, una realidad moral». (SSV 264). Como se puede
apreciar, la dimensión material o biológica del ser humano adquiere
una relevancia decisiva, y no es esencial únicamente el aspecto
intencional del sujeto. Quizás, lo realmente problemático sea la
determinación del enlace real entre lo psicológico, y el campo de las
intenciones, en el ámbito de una ética transcendental real.
Zubiri parece que no quiso construir una ética detallada, porque eso le
hubiese supuesto una delimitación minuciosa de la objetividad del
bonum intencional, que está sujeto a múltiples matizaciones y
valoraciones que son claramente subjetivas, y que dependen de muy
diversos análisis fenomenológicos, sobre las muy diversas
circunstancias de la realidad física o material. Al respecto escribe
Zubiri: «Decir cuál es objetivamente el bonum intencional de mi
propia sustantividad, eso es asunto de la ética. No es nuestro tema. Lo
que aquí nos importa es que, cualquiera que sea la ética, mi realidad –
determinada de distintas maneras, según las éticas- se me presenta en
forma de un bonum para mí». (SSV 264).Aparentemente, este
planteamiento deja abiertas infinidad de éticas posibles, porque parece
que derivan de la sustantividad individual. De todos modos, considero
que existen muchas morales diferentes si bien lo característico, como
también destaca Zubiri, es la determinación o interpretación de la
realidad en relación con la ética utilizada. Porque es lo que proyecta la
libertad, y la voluntad humana hacia campos de apropiación de
posibilidades diferentemente definidos.
Indudablemente, uno de las potencias o facultades esenciales en la ética
es la capacidad volitiva. La voluntad es lo que determina los
comportamientos junto con la inteligencia. Por tanto, en las cuestiones
y problemas morales que están imbricados con la realidad, es natural
que la voluntad del bien sea algo decisivo. De hecho, las experiencias y
circunstancias de la realidad son objeto de la voluntad, porque el ser
humano busca la plenificación de su persona. Como dice Zubiri: «Las
cosas son de buena o de mala condición por la conformidad o
disconformidad de su condición con lo que es el bonum de la
sustantividad humana, es decir, con la sustantividad humana como
condición de sí misma». (SSV 253). Aunque la ética transcendental
real, que yo propongo, es perfectamente compatible con las creencias
religiosas, y con el agnosticismo y ateísmo, porque el fin o la teleología
primordial de la ética es el bienestar humano general y el progreso.
16
Comparto con Zubiri una interpretación optimista de la Humanidad,
ya que es cierto que a pesar de las guerras y de la pobreza, existe un
cierto avance científico que redunda, en general, en un mayor nivel de
bienestar para una buena parte de la población. De todas formas, es
cierto que predomina en la filosofía zubiriana un optimismo
ontológico, antropológico y moral. Lo que considero extrapolable a
cualquier ética realista. Ya que la misma existencia de la realidad abre
un campo de potencialidades en todos los aspectos, que si son
adecuadamente aprovechados por los sujetos, confirman la realidad de
un cierto optimismo ético, aunque sea limitado. Como dice Zubiri:
«En cuanto real, todo es verdadero, bueno y pulcro. En cuanto
limitado, puede ser falso, malo y feo. Pero siempre dominará lo
positivo, es decir, lo verdadero, lo bueno y lo pulcro sobre lo falso, lo
malo y lo feo». (SSV 391).
Incuestionablemente, la filosofía antigua ya atribuía a los
transcendentales y entre ellos a lo bueno, las características de la
realidad por razón de su misma existencia o ser. En este sentido,
considero que el ser de las cosas o de la realidad es el punto clave de
referencia interpretativa, respecto a las cuestiones morales o éticas.
Además, en una ética transcendental de la realidad como la que
propongo, es esencial también la valoración de la realidad del
sentimiento. Porque tanto la inteligencia como la voluntad y el
sentimiento, conforman la realidad ética de los sujetos volitivos y
sentientemente intelectivos.
Lo característico de las actitudes morales es el ejercicio libre de la
voluntad, y lo optable respecto a la diversidad de posibles conductas es
precisamente: «lo optable como bonum». (SSV340) usando la
terminología zubiriana. En efecto, la capacidad de discriminación y
dilucidación de una ética transcendental realista debe ser dirigida
hacia lo bueno o lo mejor en cada circunstancia o momento. Aunque el
esclarecimiento de lo óptimo no sea sencillo o simple. En cualquier
caso, considero que la aplicación de un riguroso y profundo raciocinio
en el ámbito ético también es necesario para una justificación más
argumentada de los actos, y de los principios morales que dirigen los
comportamientos. Además, la verdad es otro transcendental que está
en relación con la adecuación a la realidad de las cosas. Lo que, como
se sabe, también Aristóteles como filósofo realista afirma en sus
obras: el gran valor de la verdad en el conocimiento. La influencia del
hábito en las conductas, que tanto destaca el estagirita, me parece que
debe formar parte de cualquier ética asentada o fundamentada en una
coherente interpretación de los actos, o de la propia naturaleza
humana.

17
Que la realidad es un valor de suyo para la ética es, a mi juicio,
indudable. Como afirma Zubiri: «La realidad es el «de suyo». Y este
«de suyo» queda actualizado no solamente en forma de verdad y
bondad, sino también en forma de atemperante». (SSV 340). Lo que
significa, como es sabido, que el individuo a través del sentimiento se
acomoda a la realidad en la que está existiendo, y esto es decisivo de
cara a la definición de los principios éticos, y de las valoraciones
morales.
Lo apropiable moralmente por el hombre es transcendental porque es
formalidad de realidad y, por tanto, la dimensión de la ética incorpora
el desarrollo de la propia existencia. Porque como también afirma
Zubiri: «Lo moral no es que esté por encima y fuera de lo natural, sino
que está exigido por lo natural». Lo que destaca el primordial valor de
lo físico como dimensión transcendental de lo ético. Incluso se puede
decir sin temor a equivocarse que lo moral también es algo físico,
porque existe una dimensión psicofísica presente tanto en los actos y
decisiones, como en la propia actividad intelectiva y sentiente de cada
sujeto en sus comportamientos y actitudes.
Que la justificación de los actos humanos sea completamente necesaria
para Zubiri se enmarca en un planteamiento vitalista. En efecto, el
enfrentamiento con la realidad es consustancial a la vida.Lo que
supone que el sujeto debe justificar con buenas argumentaciones sus
decisiones y sus actos, apoyándose en la razón, y en la experiencia de la
realidad. Se podría decir que el raciovitalismo orteguiano que parece
que influyó en alguna medida en el pensamiento ético zubiriano, y en
general en su filosofía, puede entenderse también como una especie de
raciovitalismo ético.
La resistencia que ofrece el mundo real a los deseos humanos es una
cuestión que ha sido objeto de investigación por numerosos
pensadores. Y es lógico que así sea, porque al ser las posibilidades tan
diversas, la libre elección de la conducta, aunque tiene unos límites
físicos y temporales es la plasmación de una previa justificación
razonada de lo preferible en cada situación real. Se comprende que
Zubiri diga: «La preferencia es en cierto modo la justificación de las
posibilidades». (SH 350).
Ciertamente, el afán y deseo de realización del hombre es lo que le
mueve a luchar, y a buscar en el campo de lo irreal y todavía
inexistente, posibilidades de acción que conviertan en realidad sus
aspiraciones. Las tendencias, los gustos y deseos son los que impulsan
en cierta forma la conducta. Lo que abre un campo de posibles
voliciones prácticamente ilimitado, porque lo propio de las tendencias
es que se reconstruyan dinámicamente por parte del individuo, con
sus decisiones y actos durante la vida, de un modo autocreativo al que
18
solo pone término la finitud de cada individuo. El campo de la realidad
incluye en sí mismo el ámbito de los deberes. Porque estos se pueden
justificar razonadamente con las estimaciones éticas, que consideran
los diferentes aspectos de la estructura dinámica de la realidad, desde
un punto de vista moral. Ya, que como escribe Zubiri: «Kant ha
separado como dos mundos incomunicados el deber ser y el ser. Ahora
bien, si eso fuera así, ¿cómo se podría hablar de justificación de un
acto? La justificación del acto penderá de la manera como ese acto está
incluido en el orbe de los deberes (en el orbe de la realidad)». (SH 357).
6. CONCLUSIÓN: ÉTICA TRANSCENDENTAL COMO
PLENIFICACIÓN DE LA REALIDAD
La ética transcendental de la realidad que propongo puede basarse en
varios principios básicos: humanización, autonomía, igualdad
complejidad real, solidaridad y justicia.
Principio de humanización porque es evidente que lo que busca la ética
es el aseguramiento de unas condiciones vitales dignas y satisfactorias
para todos los seres humanos. La autonomía individual también es
otro principio necesario, porque es la clara expresión de la capacidad
de decisión, y del ejercicio consciente de la libertad. Además, el deseo
de la mayor igualdad posible entre las personas desde la perspectiva
socioeconómica es el fundamento de un bienestar general compartido.
En el ámbito jurídico el principio de la igualdad ante la ley está
universalizado en todas las legislaciones democráticas de un modo
explícito, y que está presente en la conciencia colectiva de una forma
espontánea, ya que es expresión de un bien ético y político, a mi juicio,
indiscutible. Respecto al principio de complejidad real estoy
convencido de su gran significación en el campo ético. Porque en los
actos de cada persona se deben tomar en consideración múltiples
aspectos de la realidad, que no siempre se pueden conocer de forma
completa o en su totalidad. Este margen de indecisión derivado de una
información que no es absoluta, sobre la mejor decisión posible en
cada situación y momento, es una de las cuestiones irresolubles que
forman parte de la existencia. Si bien, siempre queda la posibilidad de
decidirse por un curso de acción que maximice lo bueno en nuestro
libre comportamiento. En relación con el principio ético de solidaridad
considero que se parece en cierto sentido a una actitud compasiva y
activa ante el sufrimiento y dolor humanos, en cualquier parte del
mundo. La justicia es, en mi opinión, el último principio ético esencial,
porque agrupa y concentra numerosos aspectos relativos al mérito, y a

19
la dignidad, y también al respeto debido a cada persona por el hecho
de existir.
Con estos principios éticos propios de una ética transcendental de la
realidad como la que propongo, pienso que se podría lograr con el
esfuerzo de todos, una plenificación de la realidad humana, tanto desde
un enfoque antropológico e individual, como desde una perspectiva
social y política.
Ciertamente, este planteamiento ético es desarrollable, y puede ser
objeto de discusión. Como dice Zubiri: «El hombre, efectivamente,
recibe de los demás un sistema de moral, que luego puede desechar».
(SH 423). En este sentido, considero que los principios éticos expuestos
anteriormente, son plenamente válidos de modo universal porque son
muy abiertos, y no determinan y condicionan los actos concretos de las
personas. Puesto que estimo inadecuado el establecimiento de unas
prescripciones muy cerradas y específicas acerca de las conductas
óptimas. Me parece que el relativismo moral no debe ser guía de las
decisiones morales de los hombres, porque la universalidad de los
principios éticos explicitados es lo que garantiza un progreso
adecuado, en unos niveles más elevados y generales de justicia y
solidaridad.
La idea de hombre de la que habla Zubiri es lo que realmente delimita
el sistema de deberes de cualquier ética. Algo que considero
absolutamente apropiado, ya que la estructuración antropológica de la
persona y sus posibilidades de apropiación moral de la realidad es lo
esencial, en la práctica de una ética de la libertad responsable, inmersa
en una realidad humanizada. La búsqueda de la perfección en la
sustancialidad o sustantividad humana es lo más coherente y profundo,
si se desea una vida lo más plena posible. La proyección de la idea de sí
es decisiva, desde una perspectiva moral, que transciende lo orgánico
y lo estimúlico, algo que no sucede en los animales. Como escribe
Zubiri: «Si se quiere hablar, absurdamente, de un «dentro» de la
aprehensión, diremos que la transcendencia es algo que juega «dentro»
de la aprehensión misma». (SH 25). Efectivamente, lo real es el núcleo
de lo transcendental presente en toda aprehensión o percepción del
mundo. Y la formalidad de realidad de las cosas en la intelección
sentiente debe estar presente en una actitud ética que se caracterice
por un interés en comprender de una forma lo más completa posible,
el campo de realidad en el que actúa cada ser humano.
Indudablemente, la ética transcendental de la realidad parte de la
aprehensión impresiva de lo real, que es transcendentalidad de modo
no conceptivo. Lo que pone de relieve la significación de una matizada
aplicación de los principios éticos al mundo real, en función de la
diversidad de circunstancias, y posibilidades de apropiación. Que
20
también están mediatizadas, por los deseos de autorrealización
específicos de cada ser humano, en cada momento histórico.
Los tipos de realidad según Zubiri son funciones transcendentales y,
por tanto, la capacidad intelectiva de cada individuo es la que orienta
el comportamiento o la ética individual. Indudablemente, lo
fundamental es saber que la realidad es lo que define la situación
humana y, por tanto, lo decisivo es que el ser humano adopte una
actitud ética razonada y basada en los principios
expuestos
anteriormente. Porque como dice Zubiri: «La vida del hombre, repito,
como la de todos los animales, consiste en poseerse». (EDR 221). Si
bien, como es natural, la libertad de los individuos es tan amplia que
aunque se pueda pensar en un relativo determinismo respecto a los
actos, en realidad, la capacidad decisoria supera cualquier enfoque
determinista, si se considera la libre volición de cada sujeto a lo largo
del tiempo.
De todos modos, conviene darse cuenta de que en una ética
transcendental de la realidad, como la que propongo, el sentir o si se
quiere un cierto emotivismo moral es admisible y perfectamente
entendible en los comportamientos morales de las personas. Ya que es
claro, a mi juicio, que la aprehensión intelectual de lo real es
simultáneamente sentiente siguiendo los planteamientos zubirianos.
Desde el punto de vista del emotivismo, como el propio de Hume, las
conductas responden a emociones o sentimientos de agrado o
desagrado, o de gusto y disgusto de una forma inmediata, y sin
necesidad de razonamientos. Considero que es pensable y defendible
que el agrado ante una conducta, también está fundamentado en la
intelección en mayor o menor grado, sobre todo, si se piensa que lo
sentiente o lo relativo al sentir forma parte inextricable de lo
intelectual.
Por otra parte, es indudable que la apertura vital del ser humano se
expresa en el mundo personal propio de cada individuo, a través de su
actitud
moral específica. Al respecto, también escribe Zubiri:
«Precisamente porque estoy en el mundo total, en la realidad toda, es
por lo que me es posible, y además necesario, bosquejar precisamente,
en esa totalidad de realidad, o tratar de encontrar en ella, o de aceptar
cuanto ella me ofrece, este sistema de posibilidades que constituyen
«mi» mundo». (AM 18). De hecho, las posibilidades están en función de
del mundo que me rodea, y en el que existe cada sujeto. Además, frente
a un enfoque de la vida como búsqueda de estabilidad es más positivo y
enriquecedor poseer una actitud vital y ética fundamentada, no solo en
la felicidad o el bienestar, sino en una forma de existencia creativa, y
hasta cierto punto lúdica, en el mejor sentido del término. Porque es lo
que realmente potencia la autorrealización y plenificación del ser
21
humano en la realidad. Algo que también remarca Zubiri al decir: «Se
dice, y con razón que la vida no es solamente estabilidad, que es
juego». (AM 128).
Otra cuestión que considero esencial es la conformación de buenos
hábitos de conducta, que si bien no son la última razón del
comportamiento, si son fundamentales en la estructuración de una
buena actitud ética. Las virtudes descritas por los filósofos antiguos
como Aristóteles y Platón son contemplables como modelos razonables
de conducta, aunque valorando el cambio social, y las grandes
transformaciones de mentalidades en el curso de la historia. Otro
aspecto importante en una ética transcendental es el valor de la
firmeza en la ejecución de los actos. Porque por medio del ejercicio
activo de la voluntad, el hombre consigue autorrealizarse en la medida
de sus posibilidades, apropiándose de aspectos de la realidad que están
a su alcance. El mismo Zubiri está en esta línea de estimación acerca
de la volición porque escribe: «En todo acto de voluntad el hombre se
realiza». (SSV 70).
Ante el problema del dominio de sí, que es uno de los temas más
analizados por la moral, estoy convencido que el planteamiento más
coherente es desarrollar un auténtico disfrute o goce de la realidad,
pero en un sentido similar al epicúreo más que al estoico. Puesto que
lo más apropiado para el ser humano, en mi opinión, es no eliminar de
modo casi absoluto las tendencias y los deseos para lograr la
tranquilidad o ataraxía estoica, sino potenciar las buenas aspiraciones.
Porque además la superación de los deseos como también reconoce
Zubiri es quimérico. (SSV 78).
Ciertamente, el comportamiento humano es algo fundamentalmente
activo, ya que existe una resistencia del medio o de la realidad a la
realización de nuestros propósitos. Se entiende, por tanto, que la virtud
o la buena actitud ética requieren de un esfuerzo más o menos
prolongado en el tiempo. Y esto supone la puesta entre paréntesis de la
ataraxía estoica, ya que la tranquilidad perfecta como ausencia
completa de deseos y pasiones, no forma parte de la real naturaleza
humana. Otra cosa bien diferente y alcanzable, es la modulación y
regulación de la intensidad de los sentimientos y deseos con un cierto
esfuerzo volitivo, que proporciona la capacidad de gozar
autorrealizándose en la realidad. En este sentido, son muy claras las
afirmaciones de Zubiri al decir que: «El hombre necesita restaurar su
capacidad radical de fruición: hacer que el ser querido sea el ser sido,
y que tenga esa modesta, limitada y penosa, si se quiere, pero auténtica
fruición: pisar real y efectivamente el terreno que pisa». (SSV 81). En
efecto, el esfuerzo por vivir de un modo ético, puede sentirse como algo
penoso, pero también simultáneamente desde una interpretación más
22
amplia como algo satisfactorio y gozoso. Incuestionablemente, la
capacidad volitiva está presente en todos los seres humanos, en cambio,
la potencia de querer es diferente, o no es la misma, en todas las
personas.
Ciertamente, una de las cuestiones éticas y antropológicas
fundamentales es, a mi juicio, la conversión de lo querido en lo logrado
o realizado en la propia realidad en la que vive cada persona. Ya que,
como también afirma Zubiri: «El modo de ser de esa realidad es el
carácter de libertad». (SSV 95). En efecto, la forma de realización de la
existencia está en profunda relación con las posibilidades reales que el
ser humano consigue hacer suyas, para plenificar e intensificar
positivamente la vida. Además, el proceso de autorrealización humano
no acaba más que con la muerte. Por tanto, los deseos son una de las
expresiones de la libertad, y de las enormes potencialidades de las que
dispone cada individuo.
Los actos de la voluntad son fruitivos en sí mismos por su referencia a
la realidad, y porque no son el resultado del simple contento con las
decisiones tomadas, sino algo más profundo y radical que no es
identificable con la alegría. Puesto que como escribe Zubiri:«Ahora
bien, como en definitiva vivir consiste en poseerse, en ser
plenariamente en sí mismo con las cosas, consigo mismo y con los
demás hombres, quiere decirse que la fruición es la forma suprema de
la vida; es el acto radical y formal de la voluntad». (SSV 45). Este
enfoque considero que es coincidente con la ética transcendental y real
que defiendo, ya que uno de los componentes esenciales de la fruición o
de la satisfacción es el libre y provechoso ejercicio de la libertad en la
realidad.
Considero que la cuestión crucial es propiciar una ética que promueva
unos principios de comportamiento, y unos valores morales que hagan
posible ser lo que cada persona desee ser en función de sus capacidades
y de sus esfuerzos. O matizando más, se puede decir que la capacidad
de cada individuo debe ser maximizada, para que de este modo cada
sujeto logre ser lo que ya es, pero de una forma aún mejor. A
diferencia del voluntarismo ético de Guillermo de Ockham, desde el
análisis zubiriano está claro que la razón forma parte de la voluntad, y
no existe, por tanto, la disociación que afirmaba el venerabilis inceptor.
Porque para este teólogo y filósofo nominalista el bien y el mal
dependen de la voluntad divina.
El hombre debe pensar que la verdadera actitud ética está
inevitablemente dirigida a la realidad para aprovechar sus
posibilidades en relación con la construcción de la propia realidad. Y
en este sentido, la plenificación que buscan los sujetos éticos está
mediada por una realidad actualizada fruitivamente en la forma de
23
ser. El mismo Zubiri escribe: «La fruición es la satisfacción
acomodada a la realidad actualizada en el sentimiento. Es el disfrute
en esta actualidad». (SSV 341). Ciertamente, la satisfacción humana o
el goce con la existencia debe ser la base fundamentadora de los
comportamientos, desde una perspectiva ética realista. Lo que la
historia de la ética pone de manifiesto, a mi juicio, es que no se ha
puesto suficiente atención en la dimensión real de lo moral. Porque han
sido frecuentes los planteamientos éticos, que afirmaban un
racionalismo, que no consideraba suficientemente lo empírico. Una
cuestión esencial es como dice Zubiri que: «Los sentimientos nos
presentan cada uno facetas distintas de la realidad, y todos ellos están
calificados como sentimientos en fruición o en no fruición». ( SSV 354).
Y este aspecto diferencial, creo que ha pasado desapercibido a gran
parte de las escuelas éticas del siglo XX.
Considero que el hombre actual vive demasiado condicionado por el
futuro, por la proyección de sus planes y deseos. Lo que supone, en mi
opinión, una minusvaloración, quizás inconsciente, del presente. Y
todo esto desde la perspectiva ética es preocupante. Probablemente en
determinados aspectos de la vida convenga volver al sosiego y la
lentitud, como forma de aumentar la calidad del existir humano. En
este sentido, parecen premonitorias las palabras de Zubiri: «El
hombre de hoy necesita entre otras cosas la higiene de la fruición.
Parece que el hombre actual se halla en tal forma disparado hacia el
futuro que carece de tiempo y de holgura para saber dónde tiene
apoyados sus pies; no tiene fruiciones, sino perpetuos proyectos en que
se devora a sí mismo».(SSV 404). Crítica también realizada por
Ortega, y por otros pensadores, y que estoy convencido que es
plenamente coherente con lo que se observa en la realidad
contemporánea, ya que en los últimos años con la denominada era
digital alcanza proporciones enormes.
El nivel de desconcierto moral en la sociedad me parece que es
considerable, por muy diversos motivos. La globalización es uno de
ellos, porque procesos como la deslocalización, y los procedimientos
injustos de cierto capitalismo financiero y especulativo, causan pérdida
de bienestar, e incluso pobreza a grandes capas de la población en
muchos países. Algo, reconocido incluso, por una alta autoridad como
es Jean Ziegler Vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de
Derechos Humanos de Naciones Unidas de modo explícito y rotundo.
Ante esta situación de desorganización económica, social y hasta cierto
punto política, el sujeto se puede encontrar y sentir desorientado, sin
puntos de referencia confiables y creíbles.
Como escribe Zubiri: «El futurismo reacciona sobre el presente
disolviéndolo en angustia. El hombre necesita además un mínimo de
24
estabilidad social, jurídica y nacional. Pero esto no lo es todo. El
hombre necesita ir reconquistando el sentido de la realidad, esto es,
recobrar íntimamente su moralización. Y esto no se logrará sin la
reconquista de convicciones morales profundas». (SSV404). En efecto,
es necesario que los seres humanos comprendan que el esfuerzo por
mejorar la realidad social es indispensable, y va unido a la elaboración
de una moral que afirme unos principios o valores éticos generales,
pero que determinen las condiciones mínimas exigibles desde un punto
de vista político a los gobernantes de los estados, y también a los
ciudadanos.
Incluso un pensador como Michael J. Sander, profesor de Filosofía
Política en la Universidad de Harvard dice: «Los discursos políticos
están vacíos de grandes temas éticos».Y también avisa y alerta acerca
de la creciente frustración en las democracias, porque se debate sobre
términos técnicos y no morales o éticos. Porque es muy cierto que la
tecnocracia por sí misma no es suficiente para la resolución de los
grandes problemas de la humanidad. Como también argumenta el
profesor José Luis Pardo: «Queda poco espacio para un nuevo
humanismo cuando la humanidad subsiste en un estadio aún
infrahumano». Por estas razones, es imprescindible la utilización de
criterios éticos racionales y ajustados a la realidad, porque es la
manera de reforzar e impulsar el bienestar de todos sin exclusiones.
Desde la sociología Richard Sennett afirma que se desprecia la praxis,
puesto que el capitalismo financiero ha cambiado el mundo, si bien, no
para mejor. Y es que como argumenta este pensador la aversión al
largo plazo ha sido uno de los factores que han originado la crisis
actual, y que ha cambiado radicalmente nuestras vidas en las últimas
décadas.
En definitiva, una ética transcendental de la realidad que se
fundamente en principios como la humanización, autonomía, igualdad,
complejidad, solidaridad y justicia es la que aportará las directrices
que más benefician a los seres humanos, y a su calidad de vida y
felicidad.
Porque como se sabe, ya Thomas Jefferson señaló en la Declaración de
Independencia de 1776 el derecho inalienable a la búsqueda de la
felicidad. O, expresado de otro modo, que los ciudadanos poseen un
derecho, al menos teórico, a ser felices. Además también el primer
artículo de la Declaración de Virginia de los derechos del hombre
afirma el derecho al gozo de la vida cotidiana. (George Mason.
Thomas Ludwell Lee).

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ÉTICA TRANSCENDENTAL DE LA REALIDAD

  • 1. ÉTICA TRANSCENDENTAL DE LA REALIDAD DR. JOSÉ MANUEL LÓPEZ GARCÍA INDICE 1. La actitud ética en Zubiri 2. Moral como apropiación vital 3. La perfección de los actos morales 4. La previsión de la ética cartesiana y la ética de la realidad zubiriana 5. La dimensión transcendental de la ética 6. Conclusión: ética transcendental como plenificación de la realidad humana 1. LA ACTITUD ÉTICA EN ZUBIRI Ciertamente, el ethos que analiza Zubiri es el que Aristóteles también pensó en su ética. Las costumbres o los hábitos son la base de los comportamientos morales desde la perspectiva aristotélica. Lo que concuerda, a mi juicio, con el planteamiento general de la ética formal real de Zubiri usando la definición de Diego Gracia para la caracterización justificativa de la misma. Como escribe el pensador español: «las diferencias de ethos son diferencias ante lo que se considera el bien del hombre». (CLF 47). Y es indudable que a lo largo de la historia de la filosofía han existido escuelas éticas que han desarrollado códigos normativos, de carácter consecuencialista y materialista, y otras han sido más formalistas y espiritualistas, como la estoica por ejemplo. Se puede afirmar que el realismo ético aristotélico está más próximo a la forma de entender los comportamientos, y las acciones humanas por parte de Zubiri. Además, como se sabe, se muestra disconforme con una consideración formalista de la ética como es el caso de la kantiana, porque el dualismo entre lo intelectivo y lo sentiente es superado por el realismo radical zubiriano también en la dimensión moral o ética. Porque la razón sentiente posee también una vertiente práctica que se expresa en actitudes racionales, que se sustancian en reflexiones críticas acerca de los actos y conductas como modo de crear actitudes éticas más coherentes y justas, y sobre todo más enriquecedoras para la vida de las personas. Frente a estereotipos o prejuicios, los seres humanos a través de su pensamiento crítico y racional pueden 1
  • 2. justificar de nuevas maneras sus comportamientos, tanto individual como colectiva o socialmente. Si bien la justificación moral tiene en Zubiri tres momentos que son el sistema de referencia, esbozo y experiencia, considero que la verificación de la razón contempla y analiza desde una perspectiva que, a mi juicio, se parece algo a lo que se denomina habitualmente sentido común, aunque no sea identificable con el mismo. En cualquier caso, a mi modo de ver el proceso metódico de análisis de los hechos es la clave justificativa de lo razonable moralmente, que no es equiparable con una ética deontológica como la kantiana. Me parece altamente positiva una actitud ética que se fundamente en una atención a la diversidad de situaciones reales, en un mundo tan complejo e interconectado como el actual. En este sentido, considero que es plausible la construcción de modelos de resolución de casos prácticos que siguen la senda abierta por la ética zubiriana. Algo que ya ha realizado Diego Gracia evitando tanto la tiranía de los principios morales, como la de los contextos históricos, sociales, antropológicos y políticos. Evidentemente, el que actualmente se viva en un mundo global ya fue anticipado por Zubiri en los años 70 del siglo XX. La sociedad mundial que señaló nuestro filósofo es también simultáneamente una corporeidad mundial, lo que implica la afirmación de una presencialidad que es virtualmente común en determinados aspectos respecto a los demás, en esta realidad telemática y digital en la que hoy en día vivimos. Esto abre nuevas posibilidades a la construcción de éticas diversas, pero que posean unos criterios delimitadores de lo que es el bien humano, y al menos una moralidad de mínimos irrenunciables para proteger la dignidad de todos los seres humanos. La riqueza de la actitud ética zubiriana se pone de relieve, porque está proyectada de modo inmediato y directo a través de la impresión sentiente de realidad, al propio mundo empírico en toda su multiplicidad y diversidad de situaciones. Es cierto que la valoración de la ética de Zubiri, y de su actitud respecto a los actos morales puede ser objeto de numerosas controversias. Pero, en mi opinión, Zubiri se basa principalmente en un planteamiento realista que es coincidente en parte con el aristotélico, y también en un enfoque descriptivo que si bien es racionalista y crítico también es fenomenológico, porque se ocupa de los muy diversos aspectos y contextos de las acciones morales humanas en la realidad, analizando e interpretando los sentimientos y las tendencias humanas que forman parte esencial de lo moral, y consecuentemente de la justificación crítica y racional de la ética. La profunda terminología zubiriana en el campo de la moral o la ética, está posibilitada por una matizada antropología y metafísica que 2
  • 3. sirven de soporte analítico y metodológico para la elaboración de una actitud ética coherente, que considere la realidad como apropiación de posibilidades, para una existencia feliz propiciada e impulsada por una ética que, para Zubiri, debe ser claramente eudemonista. Lo que Zubiri denomina experiencia por conformación es característica de la moral, y la religación está en relación, sobre todo, con la experiencia religiosa en un sentido fenomenológico de integración con la realidad desde una perspectiva deiformadora. De todos modos, considero que es válido desde un análisis ético pensar que la moral puede poseer aspectos fundamentales universalizables, aunque con una interpretación diferente al formalismo deontológico kantiano, y que es compatible también con los planteamientos éticos zubirianos. La actitud ética zubiriana que puede considerarse como una especie de marcha de la razón es también una ética humanizadora, porque se abre a la compasión, y a la potencial comunicación empática con todos los seres vivos. En este sentido, el respeto general a todo tipo de fenómenos vitales es uno de los principios esenciales de toda conducta razonable. Indudablemente, la actividad racional no es algo cómodo y placentero por sí mismo. Pero esto no presupone que los seres humanos deban regir sus actitudes, por un relativismo sin condiciones, frente a los problemas y dilemas que son consustanciales al proceso de la vida. La función prudencial y evaluadora de la razón o inteligencia sentiente humana es decisiva, para la determinación de la conducta más provechosa en cada momento en relación con el contexto y las circunstancias. La capacidad de ajuste a la realidad, por parte del hombre, es la expresión de lo justo en las conductas. Lo que se contrapone claramente al comportamiento animal que depende de lo estimúlico, y no de la formalidad de realidad. El ser humano, como señala reiteradamente Zubiri, es un animal de realidades, y esto es lo que delimita el campo de análisis y justificación argumentativa de la ética. Ciertamente, la moral se sostiene sobre una base sustentadora que está conformada por la biología y la psicología. En efecto, la fundamentación antropológica es clave para la elaboración de una ética rigurosa, y sobre todo coherente para potenciar la felicidad humana. Y es que aunque se pueda pensar que toda moral sea de esencia biológica, como opinó Bergson, ni aún tomando este último término como él lo hacía, en el más amplio y contundente sentido, no lo es en un sentido total y absoluto. Lo que tiene en mente Zubiri es que la ética no es un reino ideal, ya que constituye un capítulo esencial de la antropología o idea unitaria del hombre. 3
  • 4. Otro filósofo como Merleau-Ponty, al igual que Zubiri, también se apoya constantemente en conocimientos biológicos y psicológicos en sus reflexiones sobre la ética o la moral. Que el bien es la realidad en tanto que apropiable es decisivo, porque define una ética que toma como campo de aplicación la propia realidad, y no supuestos aprióricos abstractos que no proporcionan un método racional ajustable, en función de los problemas concretos y específicos que son característicos del mundo humano. Porque los deberes no son comprendidos, de modo acertado por Zubiri, como algo separado de la felicidad como sucede con Kant. De hecho, desde la estructuración de la ética zubiriana, la idea de los deberes es lo que pone las bases o sirve de fundamento para la elección libre de los actos o conductas, desde un raciocinio coherente que busca que el hombre logre la felicidad. Puesto que los deberes no son incondicionados, sino que están al servicio del bienestar individual y social. Lo que da forma a una ética realista, transcendental y eudemonista. Ya desde sus primeros escritos Zubiri afirma claramente que la ética es fundamentalmente valoración, y distingue de modo muy preciso el carácter axiológico de los juicios éticos al escribir: «Si juzgamos el valor de las cosas en función de libres creaciones personales, emitimos juicios estéticos sobre los objetos. Pero si son éstos, es decir, su cualidad, como diría Stuart Mill, la que determina nuestro juicio axiológico (Windelband), el juicio reviste carácter ético». (PE 148). En efecto, lo cualitativo es resultado de una valoración aplicando la capacidad judicativa que, en el ámbito de la moral, está en función de la realidad de las cosas y del mundo. Una de las fuentes de inspiración de la ética zubiriana es la obra de Max Scheler. Evidentemente, los valores materiales forman parte de una adecuada concepción de lo moral, porque son los referentes de una actitud ética más dirigida a los retos, exigencias y circunstancias de la realidad que están presentes inevitablemente en la existencia humana. Como escribe Zubiri en sus Primeros Escritos (PE 350-351): «Y es un libro que es toda una característica del siglo, Max Scheler nos revelaría además de los valores formales, únicos conservados por la crítica de Kant, la inagotable variedad de los valores materiales, que obligarían a la Ética a superar las fronteras de la intención subjetiva y a atender a la bondad y perfección objetivas de los actos, de las cosas y de las personas. La finalidad es una categoría real, mucho más amplia que la intención voluntaria». Como indica Antonio Ferraz Fayos refiriéndose a la ética zubiriana (Realismo radical p.194) el bien radical del hombre es «él mismo». Y por tanto han de considerarse todas las posibilidades que existen en la realidad, y que son potencial objeto de modulación y configuración para la máxima autorrealización humana posible en 4
  • 5. cada ser humano. Que, a mi juicio, es uno de los objetivos esenciales e irrenunciables de cualquier proyecto vital plausible, y consecuentemente de cualquier ética pensable. 2. MORAL COMO APROPIACIÓN VITAL Si bien para Zubiri la moral es la plasmación de la apropiación de posibilidades, también es cierto que el carácter humano está constantemente mediatizado por el pensamiento y la deliberación, respecto a las acciones que se realizan. La actitud realista de Zubiri es la que mejor define, a mi juicio, el sentido profundo de la ética desde una perspectiva que intenta la autorrealización del ser real humano que desarrolla su existencia estando «sobre sí». Lo que significa, como se sabe, que la conducta moral de cada individuo está en función de su habilidad y esfuerzo para buscar soluciones en la realidad para el logro de una vida lo más satisfactoria posible. En lugar de un repertorio de soluciones prefijadas teóricamente ante las eventualidades, circunstancias y problemas de la vida, el sujeto ético debe saber reaccionar de modo racional, prudente y sensato, maximizando sus posibilidades de apropiación de la realidad en beneficio de su bienestar individual y social. Los bienes no son algo puramente abstracto sino que son concretables en su figura de realidad, y por tanto, son apropiables a través de conductas razonables. Zubiri utiliza el vocablo fruición para referirse, entre otras cosas, a la apropiación de lo real, ya que como escribe Antonio Ferraz: «En la fruición me apropio de la realidad de algo, de aquello en que estoy complacientemente realizado».En efecto, esta actitud fruitiva es la que impulsa los comportamientos éticos que se mueven en el campo de la realidad, y no son únicamente principios teóricos sin contenido empírico. Que existe un ideal teórico o especulativo de perfección en todas las conductas y actos de las personas me parece indudable. Aunque este concepto de perfección desde un análisis ético puede entenderse acertadamente, a mi juicio, como la búsqueda de la plenitud en cada decisión y comportamiento. La felicidad que es, en mi opinión, el eje central de la ética, no es algo que esté o se dé por sí mismo en la realidad humana. Es preciso un esfuerzo para que deje de ser una posibilidad en todo ser humano, y se convierta en una realidad. El eudemonismo evidente de la ética zubiriana se sustenta entre otras cosas en la capacidad de apropiación de las posibilidades existentes en el curso de la vida, de acuerdo con unas pautas racionales, y también considerando distintos aspectos de la experiencia, como algo 5
  • 6. fundamental en la determinación de las mejores conductas, en relación con las circunstancias, y los contextos concretos de la realidad. Como escribe Zubiri: «Y precisamente porque lo que tenemos presente es realidad valiosa, nada es «valor sin más» sino que todo es «realmente valioso». La realidad es, pues, necesaria para el valor y pertenece intrínsecamente a éste». (SSV, 215).Esto plantea la necesidad de un giro radical en la consideración del valor que pasa de ser casi exclusivamente apriorista y especulativo, a convertirse desde una interpretación filosófica y ética transcendentalmente realista, en una adecuación de lo moral a las posibilidades efectivas que ofrece la realidad para la plenificación de las potencialidades de la persona en su dimensión individual y social. De hecho, la formalidad de realidad es lo que determina lo valioso de la realidad en sí misma. Además, como establece Zubiri (SSV 218): «la presencia de la realidad es necesaria para la estimación». Lo que aunque es necesario para una moral ajustada a lo real, también causa problemas, porque la justificación de los actos y las conductas es cambiante y dinámica e histórica, como lo es inevitablemente la propia sociedad que es la que, en parte, establece normas morales y sociales generales. Si bien existe una tradición ética que, a lo largo del tiempo, pone de manifiesto la existencia de diversas corrientes o escuelas morales, que influyen en la configuración de la moral social e individual. Por tanto, se puede afirmar que existe un bien moral o como dice Zubiri un bonum moral que regula la realidad moral de cada sujeto, como aceptadora o rechazadora de posibilidades. (SSV 267). De este modo, la actividad de libre elección de posibilidades en la realidad vital es una apropiación racional y sentiente. Porque la estimación valorativa y la voluntad debe estar guiada por una actitud judicativa que analice muy racionalmente lo que es mejor para el bienestar individual, considerando una gran diversidad de aspectos emocionales, psicológicos, antropológicos, sociales, etc. Como escribe Zubiri: «El hombre tiene innegablemente una voluntad de poder, y esa voluntad de poder se va ejercitando a lo largo de su vida, en todos los momentos de ella». (SSV48).La voluntad humana debe estar unida al bien e incorporar los aspectos de la realidad, a través de sus actos de apoderamiento de lo que beneficia la plenitud de cada individuo. A diferencia de la voluntad de poder de Nietzsche, que es una fuerza irracional de afirmación de la vida, Zubiri considera que la racionalidad está presente de modo decisivo en las decisiones morales. En lo que sí se percibe una cierta similitud es en la concepción general de una afirmación rotunda de la realidad sensible, y su 6
  • 7. significación para el logro de una buena existencia en múltiples sentidos. Respecto al sentido de apropiación que es esencial en los actos morales, conviene resaltar la significación de los actos de volición, que deben estar dirigidos al logro del bien, o al menos de lo que es preferible para el bienestar del sujeto moral. Porque la voluntad humana es sentiente e intelectiva, y consecuentemente busca el propio bien. Por esta razón, es la función volitiva o la capacidad de querer lo primero, en orden a la fijación o determinación de los bienes particulares mejores para cada ser humano. Con lo que la apropiación como eje de la moral no posee un sentido meramente materialista o consecuencialista, sino que es la expresión de un entendimiento profundo de la inteligencia, y de su conexión con la realidad en la ética zubiriana. La razón práctica parte de nuestras actuaciones para determinar si son correctas, y si hay que modificarlas. La razón no es algo secundario, sino una capacidad esencial en el ámbito de los actos morales. Ya Brentano que ha influido en el pensamiento zubiriano se preguntaba por la oscuridad de los procesos de la conciencia propia en su libro El origen del conocimiento moral. Escribe este filósofo germano: «Si un pensador como Kant no descubrió las fuentes de donde mana realmente el conocimiento ético, ¿cómo podemos pensar que el pueblo ordinario haya llegado a beber en ellas?» (p.45). Me parece que esas fuentes a las que se refiere Brentano son identificables con la aplicación racional y prudente del intelecto y el sentir a la propia realidad, en un proceso ético que es perfectible y mejorable. Además, es la plasmación de una actividad conductual libre, y por tanto consciente, que ajusta y modula sus actos y posibilidades comportamentales, de acuerdo con la diversidad de circunstancias existentes, para maximizar el bienestar individual en un sentido fruitivo y plenificante. Las buenas costumbres y la habitud zubiriana pueden ponerse en relación con el uso de una razón fundamentada en el buen sentido y en la prudencia, poseyendo un cierto carácter emotivista en el sentido humeano. Además, parece incuestionable la justificación de un cierto intuicionismo moral en los comportamientos humanos, porque el acceso al bien suele ser inmediato para la conciencia humana, sin necesidad, generalmente, de muchas mediaciones argumentativas y analíticas. Sería deseable que unos buenos principios éticos orientasen las conductas de los sujetos, porque aumentaría el bienestar general en el mundo. Zubiri sabe perfectamente que las grandes injusticias presentes en la realidad también en su tiempo son difícilmente 7
  • 8. superables sin una adecuada reorientación radical de las fuerzas sociales, y de la propia actitud ética de la humanidad y de los hombres que la conforman. Como escribe Brentano: «Los motivos verdaderamente éticos no son ni mucho menos los decisivos en todas partes; ni en la vida privada ni en la política interior y exterior».(p.54). Ciertamente, las tendencias actuales no son muy diferentes en esencia de lo que señalaba el pensador germano en 1889, cuando se publicó su libro El origen del conocimiento moral. De todas formas, estoy convencido que a través de un humanismo transcendental y realista que deriva del realismo radical zubiriano se puede avanzar, aunque sea lentamente hacia un consenso ético básico que posibilite una existencia digna y feliz para todas las personas. La apropiación vital de unas condiciones existenciales adecuadas es, no solamente un derecho humano irrenunciable, sino también una exigencia ética insoslayable. 3. LA PERFECCIÓN DE LOS ACTOS MORALES Evidentemente, en la ética zubiriana la idea de perfección moral adquiere un nuevo sentido. Porque está supeditada a una estimación y valoración de la realidad. Y ya se sabe que lo real es imperfecto, y posee limitaciones de todo tipo. También el ser humano desde un enfoque antropológico y psicológico es un ser por esencia imperfecto, aunque se esfuerce a través de su libertad en la autorrealización personal. Lo perfecto desde un punto de vista moral, aunque puede teóricamente sustentarse en lo divino, también es posible analizarlo desde un planteamiento realista que descansa en juicios valorativos razonados, que estiman la apropiación de posibilidades de lo real, por parte del ser humano. De hecho, escribe Zubiri: «Ser feliz es ser hombre en forma plenaria. (SH 390-391). Pero plenaria tiene aquí el sentido de actual, no el sentido de un ideal de perfección regulativo. Tan plenaria es la forma humana de un criminal como la de un santo». (Corominas, J, La ética de X. Zubiri, pág, 226).La actualidad de los actos es lo que es perfeccionable en un proceso interminable, porque la personalidad humana está siempre estructurándose en un desarrollo evolutivo dinámico, creativo y libre. En consecuencia, la idea de perfección en el campo ético, a mi juicio, debe estar fundamentada en la realidad intramundana, sin perjuicio de una posible fundamentación divina en los sujetos que posean creencias religiosas. Reconozco que lo suprasensible ya desde los tiempos de Platón y su mundo inteligible es uno de los modelos de perfección, ya que las ideas son según la doctrina platónica perfectas, inmutables y eternas. Considero que las ideas son algo dinámico, lo mismo que lo es la propia realidad 8
  • 9. empírica e histórica.Y las ideas son entidades claramente históricas, aunque posean en general una cierta permanencia en el tiempo. Los principios éticos y las normas morales así como las estimaciones y valoraciones son también procesuales e históricas. Por tanto, existen diversas axiologías éticas que pueden disponer de una base mínima común, pero que pueden variar en relación con los cambios sociales de la sociedad, y con el transcurso de las generaciones y de los periodos culturales a ellas asociados. Estimo que es conseguible una aproximación continua a un cierto ideal regulativo, que nos acerque a una relativa perfección de los actos morales. Y esta perfección es como un deseo de justicia general que debe ser un objetivo, de tal modo que dirija la ética humana hacia un mayor bienestar y prosperidad. Como escribe J. Corominas: «Lo miremos por donde lo miremos el problema decisivo para Zubiri es que el hombre está abierto a un ámbito de la realidad que es la fuente del valor (SH 358), del deber y de la presión social. Se ha desgajado la moral de la realidad y lo primero que hay que hacer es volverla a inscribir en ella». (p. 225 Corominas). En efecto, la reflexión ética contemporánea además se expresa también con la bioética y con la protomoral de Diego Gracia, así como su teoría de los valores, y su gran tarea de formación y creación de comités de ética clínica en toda Iberoamérica. La práctica médica y la deontología asociada a la misma es, precisamente, uno de los posibles puntos de referencia al menos en algunos casos y supuestos de la praxis ética cotidiana, con las necesarias adaptaciones y matizaciones, como es natural. Frente a planteamientos que se centran en los sistemas conceptuales como lo fundamental para la fijación de las normas morales, y también para la justificación general de los principios éticos es necesario un cambio radical. Lo verdaderamente fundamental es el apoderamiento de la realidad de una manera fruitiva o satisfactoria por parte del ser humano. Y esto se consigue aplicando la inteligencia sentiente y la razón junto con la experiencia al análisis ético de la realidad. Lo que hace posible un comportamiento moral ajustado a una apropiación de posibilidades que potencie y mejore la vida humana. Como escribe Zubiri: «La última palabra no la tiene el sistema de conceptos que el hombre emplea, sino la realidad misma». (SH 434). Y esta afirmación es pensable como válida, a mi juicio, desde un nivel metafísico general o filosófico, y desde cualquier teoría de la inteligencia como lo es su noología. Que E. Dussel juzgue que Zubiri es uno de los pocos filósofos que defiende radicalmente, en palabras de Corominas, (p.229) una ética material o de la realidad en sentido fuerte es algo que clarifica muchas 9
  • 10. cuestiones. Y que da más razones y argumentos al posible desarrollo de una ética transcendental de la realidad, entendida como ética realista y material que sigue la senda abierta por el eudemonismo aristotélico, aunque con otros modos adaptados a la sociedad actual, que es muy diferente a la griega antigua. Otra cuestión esencial es que el mal como también afirma claramente Zubiri tiene realidad física positiva (SSV235-256), y que no es reducible en ningún sentido a pura negatividad, como se ha pretendido desde San Agustín a Hegel. Es cierto que los actos buenos son los que superan la negatividad del mal real, y por tanto frente a la potencial justificación dialéctica o metafísica de lo malo como contrapuesto a lo bueno, es más coherente una ética intramundana que posee como fundamento una metafísica conexionada con el mundo. Porque para Zubiri de un modo plenamente coherente, a mi juicio, el desarrollo del proceso histórico de la realidad no es absoluto, ya que está en función de servir de lugar de realización de la absolutización de las personas a través de sus actitudes éticas. El mismo Ellacuría escribe que: «La historia tiene sentido y ese sentido, es filosóficamente, un sentido trascendental: tiene que ver con la persona como forma suprema de realidad». (Corominas 234). En efecto, este es uno de los fundamentos de una ética que tome como clave referencial la realidad de la persona o del sujeto, ya que es lo que define auténticamente una ética transcendental de la realidad. Frente a la fundamentación fenomenológica de una ética material de los valores como la de Scheler el planteamiento moral zubiriano se aleja del formalismo kantiano y scheleriano. Como se sabe Diego Gracia califica la ética de Zubiri como formal y real. Puesto que no posee prescripciones o mandatos concretos respecto a los actos y comportamientos es claramente formal. Lo que pone de manifiesto que la falacia naturalista no es racional ni adecuada. Tampoco lo son las morales idealistas o decisionistas que separan de forma absoluta el bien de la realidad. El deseo prácticamente innato y espontáneo de la suidad de cada persona es pensable como una felicidad formal primaria que también indica Corominas: «me impulsa a la búsqueda de las felicidades concretas para concretar una figura de la felicidad tengo que poner en marcha la razón y los deberes que ya no están dados, sino que son racionales». (Corominas p.236). Porque la racionalidad al aplicarse a la valoración y estimación de la realidad desde la experiencia, no es siempre igual a sí misma, sino que desde premisas reales diversas y diferentes, obtiene distintas conclusiones y orienta de forma específica cada comportamiento concreto en la realidad. 10
  • 11. Si bien, la actitud dionisíaca no es quizás una comparación inequívoca, plantea una forma fruitiva de entendimiento de la realidad, desde una perspectiva conductual humana que busca las mejores posibilidades vitales en la realidad. El ser uno mismo, y la optimización de las posibilidades de autodesarrollo o autosuperación personal es uno de los principios que se observan en la ética zubiriana. La moral debe partir de actos de aprehensión, afectación y volición que son el origen y la base de lo que son los juicios y las valoraciones éticas. El quehacer de la vida del que hablaba Ortega y Gasset con su raciovitalismo es incorporable a una ética actual de corte realista. Zubiri está de acuerdo con los planteamientos orteguianos acerca de la vida como proyecto en construcción, pero elabora una precisa terminología original para dar expresión adecuada a los matices de los actos humanos, y también concediendo plena libertad a las decisiones individuales, que deben ajustarse racionalmente a la infinita casuística de la realidad moral humana. La apertura de las acciones humanas es, a mi juicio, muy grande porque los únicos límites son los que determinan el buen sentido o el sentido común, y un profundo y claro entendimiento de la dignidad de las personas. Por tanto, no son indispensables códigos rigurosos y estrictos de normas en el campo de la ética. En cambio, si son necesarios en el ámbito jurídico y legal por la naturaleza coercitiva, garantista y sancionadora del derecho. Evidentemente, una de las premisas básicas en un primer análisis de la filosofía moral sería la elaboración de una ética primera, que puede consistir en la valoración y estimación pormenorizada de la acción humana.Aunque el mismo sistema procedimental de una ética transcendental realista se revela en una atención prioritaria a los numerosos aspectos explícitos e implícitos en todo acto humano. Y respecto al origen del concepto de lo bueno, aunque proceda como sostiene Brentano de las representaciones intuitivas de contenido psíquico, deriva de aprehensiones sentientemente intelectivas de la realidad. Y es que lo bueno en sí mismo posee un sentido valioso que es diferente de lo útil. De todos modos, lo que es indudable es que la actualización que llamamos bondad (SSV 355), como dice Zubiri, es primordial para una voluntad volcada a la realidad para apropiarse de sus posibilidades, de cara al logro de una existencia mejor y más acorde con el fin esencial del hombre que creo que es su bienestar y felicidad. Los sentimientos forman parte de cualquier consideración rigurosa de la ética. Y aunque es cierto que son educables y perfeccionables son el resultado de las tendencias humanas más primarias, con una base biológica indiscutible. El que exista una diversidad cualitativa de los 11
  • 12. sentimientos, como también afirma Zubiri, es una muestra más de la imperfección inevitable de la naturaleza humana. 4. LA PREVISIÓN DE LA ÉTICA CARTESIANA Y LA ÉTICA DE LA REALIDAD ZUBIRIANA Considero que la moral por provisión de Descartes está en una línea similar a la ética realista de Zubiri. Y es que como escribe Joan Albert Vicens: «A pesar de las discrepancias, podría decirse que Descartes y Zubiri comparten una idéntica preocupación por la fundamentación de una filosofía rigurosa, la voluntad de liberarse tanto como sea posible de todo tipo de prejuicios, la intención de radicar la reflexión filosófica en una verdad primera accesible a todo el mundo. (Guía Comares p. 95 ). Si bien la gran diferencia de Descartes respecto a Zubiri es que este se aleja de cualquier clase de idealismo subjetivo, y también rechaza un conciencialismo solipsista, como el propio de la metafísica cartesiana. No cabe duda que la moral del filósofo francés no es provisional, ya que sirve de base y fundamento para el pensar y la vida. Como indica Javier de Lorenzo: «La finalidad básica cartesiana la enuncia nítidamente en el Discurso del método: no dejar de vivir lo más felizmente posible.» (p.106-107). Lo que puede ponerse en relación con la fruición respecto a la realidad, entendida como una especie de deleite dionisíaco moderado. Evidentemente, los planteamientos morales de Descartes estoy convencido de que son básicamente acertados y coherentes, aunque con sustanciales matices. El que se tenga que obedecer a las leyes y costumbres del país en el que se vive es algo que se fundamenta en el sentido común y en la razón. Respecto a la resolución y firmeza en las acciones una vez decididas es comprensible, porque la indecisión y las excesivas dudas son contraproducentes y negativas generalmente para el buen resultado de los actos humanos. Lo relativo a tratar de vencerse a uno mismo más que a la fortuna, tercera máxima de la moral cartesiana, es un planteamiento prudencial derivado del estoicismo que, en líneas generales, puede ser aceptado por cualquier ética realista. En definitiva, parece que lo pretendido por Descartes en el campo de la moral, aunque es diferente a lo planteado por la ética realista zubiriana posee aspectos que con los convenientes análisis es definible desde una óptica intramundana y metafísica. Porque lo que se nota de modo inmediato es que el interés de Descartes es práctico mostrando un agudo y profundo conocimiento, tanto de la naturaleza humana 12
  • 13. como de la realidad mundana, en la que viven las personas de su tiempo. Ciertamente. es indudable que la moral cartesiana muestra una preocupación evidente por las exigencias prácticas de la conducta, y no tanto por la perfección teórica de unas máximas morales detalladas, y justificadas abundantemente. En este sentido, el propio Descartes no se sintió, como se sabe, en disposición de elaborar una perfecta ciencia moral.Aunque se deduce que el sistema filosófico cartesiano debería estar coronado por una ética perfectamente establecida, ya que como él mismo escribe: «la más alta y más perfecta ciencia moral, que, presuponiendo un conocimiento de las demás ciencias, es el último grado de sabiduría». (P. F. Descartes Carta prefacio Copleston p. 138). La eficacia de las tres máximas morales de Descartes descansa en su adecuada y racional interpretación por medio de la razón, algo similar, en cierto sentido, a los planteamientos de la ética zubiriana que también otorga una función decisiva a la intelección sentiente, a la experiencia y a la racionalidad. De todos modos, la obra de Descartes titulada Las pasiones del alma en la que muestra que los sentimientos anímicos poseen una interacción con el cuerpo es clarificadora. Porque para el filósofo francés el término pasiones es equivalente a percepciones. Si bien el racionalismo y espiritualismo subjetivo de la conciencia pensante cartesiana, y de la actividad causal de los espíritus aleja su explicación de las pasiones, de la filosofía zubiriana acerca de los sentimientos que está fundamentada en conceptos antropológicos, fisiológicos y psicológicos del siglo XX. La complejidad de la naturaleza humana según Descartes no puede ser analizada de una forma exhaustiva y rigurosa, ya que es una tarea científica que él no se cree capaz de realizar. De hecho, de un modo que pienso que, a mi juicio, concuerda de forma general con el talante zubiriano o, al menos no difiere excesivamente de él, escribe Descartes: «No es necesario que nuestra razón nunca se equivoque. Basta con que nuestra conciencia nos dé testimonio de que nunca hemos estado faltos de resolución o virtud para realizar todas las cosas que juzgamos como lo mejor. Y, así, la sola virtud es suficiente para darnos contento en esta vida». ( Descartes en Copleston p. 141). Descartes como Zubiri señala la relevancia del contexto colectivo o grupal de los seres humanos, y del código ético general de la sociedad. Porque son aspectos que deben ser objeto de reflexión, desde cualquier doctrina ética que aspire a reflejar la diversidad y multiplicidad de cosmovisiones y valores que están presentes en la sociedad contemporánea. 13
  • 14. A diferencia de Zubiri que se acerca más a una ética influenciada en buena medida por el eudemonismo aristotélico, en el caso de Descartes está claro el influjo de la ética estoica, a través de Séneca y otros pensadores antiguos. Aunque es cierto que Descartes, de un modo similar a Zubiri, también destaca el valor de los bienes externos, como base de un bienestar parecido al propuesto por la ética aristotélica. Si bien la idea de autosuficiencia del hombre, y la insistencia en destacar la serenidad interior, y la distinción entre cosas que están en nuestro poder y otras que no, por parte de Descartes, es claramente estoica. Ciertamente, para el pensador galo la facultad de desear no debe extenderse más allá de lo que conoce, algo perfectamente coherente desde una actitud ética claramente basada en el buen sentido y la prudencia. Algo con lo que está de acuerdo Zubiri comentando que: «La percepción sensible sólo será verdadera cuando esté de acuerdo con ideas claras y distintas; la pasión sólo será buena cuando responda a una decisión racional de la voluntad». Se puede afirmar que igual que la fruición, tal como la plantea Zubiri, en el sentido de deleite o gozo en la apropiación de posibilidades de lo real. Desde un punto de vista ético y éstético es una plasmación del realismo de su moral, ya que como escribe Zubiri: «La esencia formal de la volición es fruición. Además frente a disquisiciones teóricas en el plano de la moral lo fundamental es un entendimiento del bien desde una perspectiva real y fenoménica. En efecto, dice Zubiri: «El hombre quiere una cosa distinta, quiere el bien plenario de su propia realidad. Y el bien plenario de su propia realidad es un bien perfectamente determinado y concreto». Considero que la fuerza racional que también está presente y activa en la ética realista zubiriana se expresa de un modo muy diferente al cartesiano. Porque la terminología de Descartes se mueve en el ámbito de la virtud, y de un gozo entendido como contento o alegría respecto a la realidad. Así escribe el filósofo francés en Las pasiones del alma: «es cierto que, con tal que el alma tenga siempre con qué contentarse en su interior, todas las perturbaciones que vienen de otra parte no tienen poder para perjudicarle, sino que más bien sirven para aumentar su gozo porque, al ver que no pueden molestarle, le hace conocer su perfección. Y, para que nuestra alma tenga así de qué estar contenta, sólo tiene que seguir exactamente la virtud». (p. 221). En este sentido, se observa que la racionalidad y la prudencia superan las circunstancias de la realidad que afectan a los seres humanos, e incluso son un modo de apoderamiento de la realidad, por parte de la inteligencia. Lo que refuerza la satisfacción del intelecto sentiente al verse capaz de superar con su reflexividad moral, y su estimación 14
  • 15. ponderada y sensata de los actos y acciones, respecto a los problemas y decisiones morales que conforman la existencia. 5. LA DIMENSIÓN TRANSCENDENTAL DE LA ÉTICA Evidentemente, uno de los caracteres transcendentales del mundo o de la realidad es el bonum según Zubiri desde una perspectiva metafísica. Como escribe Zubiri: «Los transcendentales son pura y simplemente actualidades de lo real en tanto que mundanal; son la realidad en tanto que principio de actualidad». En el fondo, lo bueno es lo apetecible. Y lo es en función de la apropiación de posibilidades de cada ser humano. Por tanto, es perfectamente plausible la construcción de una ética, con una cierta organización de principios que potencie de forma más eficaz y eficiente, la legítima aspiración a una vida mejor, tanto a nivel individual como social. Es cierto que existen nexos entre el verum, el pulchrum y el bonum, porque lo bueno en la realidad no es independiente de lo verdadero y del gozo o la satisfacción. Además la justificación de la dimensión transcendental de la moral o de la ética proviene de la propia filosofía zubiriana, ya que dice Zubiri en Problemas fundamentales de la metafísica occidental: «La transcendentalidad es pura y simplemente el carácter de realidad. El momento de impresión de realidad, propio de toda sensación y de toda percepción, es transcendental,…». En efecto, esta afirmación y otras similares son el fundamento de cualquier tipo de ética que se considere transcendental. La tarea pendiente, a mi juicio, en relación con la creación de una ética transcendental real o de la realidad, es precisamente la especificación de los criterios axiológicos o valorativos necesarios, para la fijación de una articulación de principios, que dirijan las conductas en direcciones convenientes para el bien individual y general de la sociedad. Lo que supone, indudablemente, el análisis y la discusión minuciosa y razonada de numerosísimos aspectos relativos a la justificación de los valores éticos fundamentales, y también a su aplicación práctica a la realidad cotidiana. En todo caso, cada escuela ética debe justificar sus principios esenciales de una forma libre y coherente, porque la moral no es algo axiomático. Además, como claramente reconoce el propio Zubiri, la realidad está abierta, y también en relación con el bonum como transcendental, por el dinamismo inherente y consustancial al mundo por su dimensión histórica. Consecuentemente, la inteligencia humana está progresivamente descubriendo las transformaciones de lo real, y de su dimensión transcendental. 15
  • 16. Zubiri insiste en Sobre el sentimiento y la voluntad en la transcendencia de la plenitud humana, ya que escribe: «La plenitud no sólo psicobiológica sino intencional, querida por mi intencionalidad, es justamente lo que llamamos moral, en una primera aproximación. El hombre como realidad físicamente intencional es, desde el punto de vista de su voluntad, una realidad moral». (SSV 264). Como se puede apreciar, la dimensión material o biológica del ser humano adquiere una relevancia decisiva, y no es esencial únicamente el aspecto intencional del sujeto. Quizás, lo realmente problemático sea la determinación del enlace real entre lo psicológico, y el campo de las intenciones, en el ámbito de una ética transcendental real. Zubiri parece que no quiso construir una ética detallada, porque eso le hubiese supuesto una delimitación minuciosa de la objetividad del bonum intencional, que está sujeto a múltiples matizaciones y valoraciones que son claramente subjetivas, y que dependen de muy diversos análisis fenomenológicos, sobre las muy diversas circunstancias de la realidad física o material. Al respecto escribe Zubiri: «Decir cuál es objetivamente el bonum intencional de mi propia sustantividad, eso es asunto de la ética. No es nuestro tema. Lo que aquí nos importa es que, cualquiera que sea la ética, mi realidad – determinada de distintas maneras, según las éticas- se me presenta en forma de un bonum para mí». (SSV 264).Aparentemente, este planteamiento deja abiertas infinidad de éticas posibles, porque parece que derivan de la sustantividad individual. De todos modos, considero que existen muchas morales diferentes si bien lo característico, como también destaca Zubiri, es la determinación o interpretación de la realidad en relación con la ética utilizada. Porque es lo que proyecta la libertad, y la voluntad humana hacia campos de apropiación de posibilidades diferentemente definidos. Indudablemente, uno de las potencias o facultades esenciales en la ética es la capacidad volitiva. La voluntad es lo que determina los comportamientos junto con la inteligencia. Por tanto, en las cuestiones y problemas morales que están imbricados con la realidad, es natural que la voluntad del bien sea algo decisivo. De hecho, las experiencias y circunstancias de la realidad son objeto de la voluntad, porque el ser humano busca la plenificación de su persona. Como dice Zubiri: «Las cosas son de buena o de mala condición por la conformidad o disconformidad de su condición con lo que es el bonum de la sustantividad humana, es decir, con la sustantividad humana como condición de sí misma». (SSV 253). Aunque la ética transcendental real, que yo propongo, es perfectamente compatible con las creencias religiosas, y con el agnosticismo y ateísmo, porque el fin o la teleología primordial de la ética es el bienestar humano general y el progreso. 16
  • 17. Comparto con Zubiri una interpretación optimista de la Humanidad, ya que es cierto que a pesar de las guerras y de la pobreza, existe un cierto avance científico que redunda, en general, en un mayor nivel de bienestar para una buena parte de la población. De todas formas, es cierto que predomina en la filosofía zubiriana un optimismo ontológico, antropológico y moral. Lo que considero extrapolable a cualquier ética realista. Ya que la misma existencia de la realidad abre un campo de potencialidades en todos los aspectos, que si son adecuadamente aprovechados por los sujetos, confirman la realidad de un cierto optimismo ético, aunque sea limitado. Como dice Zubiri: «En cuanto real, todo es verdadero, bueno y pulcro. En cuanto limitado, puede ser falso, malo y feo. Pero siempre dominará lo positivo, es decir, lo verdadero, lo bueno y lo pulcro sobre lo falso, lo malo y lo feo». (SSV 391). Incuestionablemente, la filosofía antigua ya atribuía a los transcendentales y entre ellos a lo bueno, las características de la realidad por razón de su misma existencia o ser. En este sentido, considero que el ser de las cosas o de la realidad es el punto clave de referencia interpretativa, respecto a las cuestiones morales o éticas. Además, en una ética transcendental de la realidad como la que propongo, es esencial también la valoración de la realidad del sentimiento. Porque tanto la inteligencia como la voluntad y el sentimiento, conforman la realidad ética de los sujetos volitivos y sentientemente intelectivos. Lo característico de las actitudes morales es el ejercicio libre de la voluntad, y lo optable respecto a la diversidad de posibles conductas es precisamente: «lo optable como bonum». (SSV340) usando la terminología zubiriana. En efecto, la capacidad de discriminación y dilucidación de una ética transcendental realista debe ser dirigida hacia lo bueno o lo mejor en cada circunstancia o momento. Aunque el esclarecimiento de lo óptimo no sea sencillo o simple. En cualquier caso, considero que la aplicación de un riguroso y profundo raciocinio en el ámbito ético también es necesario para una justificación más argumentada de los actos, y de los principios morales que dirigen los comportamientos. Además, la verdad es otro transcendental que está en relación con la adecuación a la realidad de las cosas. Lo que, como se sabe, también Aristóteles como filósofo realista afirma en sus obras: el gran valor de la verdad en el conocimiento. La influencia del hábito en las conductas, que tanto destaca el estagirita, me parece que debe formar parte de cualquier ética asentada o fundamentada en una coherente interpretación de los actos, o de la propia naturaleza humana. 17
  • 18. Que la realidad es un valor de suyo para la ética es, a mi juicio, indudable. Como afirma Zubiri: «La realidad es el «de suyo». Y este «de suyo» queda actualizado no solamente en forma de verdad y bondad, sino también en forma de atemperante». (SSV 340). Lo que significa, como es sabido, que el individuo a través del sentimiento se acomoda a la realidad en la que está existiendo, y esto es decisivo de cara a la definición de los principios éticos, y de las valoraciones morales. Lo apropiable moralmente por el hombre es transcendental porque es formalidad de realidad y, por tanto, la dimensión de la ética incorpora el desarrollo de la propia existencia. Porque como también afirma Zubiri: «Lo moral no es que esté por encima y fuera de lo natural, sino que está exigido por lo natural». Lo que destaca el primordial valor de lo físico como dimensión transcendental de lo ético. Incluso se puede decir sin temor a equivocarse que lo moral también es algo físico, porque existe una dimensión psicofísica presente tanto en los actos y decisiones, como en la propia actividad intelectiva y sentiente de cada sujeto en sus comportamientos y actitudes. Que la justificación de los actos humanos sea completamente necesaria para Zubiri se enmarca en un planteamiento vitalista. En efecto, el enfrentamiento con la realidad es consustancial a la vida.Lo que supone que el sujeto debe justificar con buenas argumentaciones sus decisiones y sus actos, apoyándose en la razón, y en la experiencia de la realidad. Se podría decir que el raciovitalismo orteguiano que parece que influyó en alguna medida en el pensamiento ético zubiriano, y en general en su filosofía, puede entenderse también como una especie de raciovitalismo ético. La resistencia que ofrece el mundo real a los deseos humanos es una cuestión que ha sido objeto de investigación por numerosos pensadores. Y es lógico que así sea, porque al ser las posibilidades tan diversas, la libre elección de la conducta, aunque tiene unos límites físicos y temporales es la plasmación de una previa justificación razonada de lo preferible en cada situación real. Se comprende que Zubiri diga: «La preferencia es en cierto modo la justificación de las posibilidades». (SH 350). Ciertamente, el afán y deseo de realización del hombre es lo que le mueve a luchar, y a buscar en el campo de lo irreal y todavía inexistente, posibilidades de acción que conviertan en realidad sus aspiraciones. Las tendencias, los gustos y deseos son los que impulsan en cierta forma la conducta. Lo que abre un campo de posibles voliciones prácticamente ilimitado, porque lo propio de las tendencias es que se reconstruyan dinámicamente por parte del individuo, con sus decisiones y actos durante la vida, de un modo autocreativo al que 18
  • 19. solo pone término la finitud de cada individuo. El campo de la realidad incluye en sí mismo el ámbito de los deberes. Porque estos se pueden justificar razonadamente con las estimaciones éticas, que consideran los diferentes aspectos de la estructura dinámica de la realidad, desde un punto de vista moral. Ya, que como escribe Zubiri: «Kant ha separado como dos mundos incomunicados el deber ser y el ser. Ahora bien, si eso fuera así, ¿cómo se podría hablar de justificación de un acto? La justificación del acto penderá de la manera como ese acto está incluido en el orbe de los deberes (en el orbe de la realidad)». (SH 357). 6. CONCLUSIÓN: ÉTICA TRANSCENDENTAL COMO PLENIFICACIÓN DE LA REALIDAD La ética transcendental de la realidad que propongo puede basarse en varios principios básicos: humanización, autonomía, igualdad complejidad real, solidaridad y justicia. Principio de humanización porque es evidente que lo que busca la ética es el aseguramiento de unas condiciones vitales dignas y satisfactorias para todos los seres humanos. La autonomía individual también es otro principio necesario, porque es la clara expresión de la capacidad de decisión, y del ejercicio consciente de la libertad. Además, el deseo de la mayor igualdad posible entre las personas desde la perspectiva socioeconómica es el fundamento de un bienestar general compartido. En el ámbito jurídico el principio de la igualdad ante la ley está universalizado en todas las legislaciones democráticas de un modo explícito, y que está presente en la conciencia colectiva de una forma espontánea, ya que es expresión de un bien ético y político, a mi juicio, indiscutible. Respecto al principio de complejidad real estoy convencido de su gran significación en el campo ético. Porque en los actos de cada persona se deben tomar en consideración múltiples aspectos de la realidad, que no siempre se pueden conocer de forma completa o en su totalidad. Este margen de indecisión derivado de una información que no es absoluta, sobre la mejor decisión posible en cada situación y momento, es una de las cuestiones irresolubles que forman parte de la existencia. Si bien, siempre queda la posibilidad de decidirse por un curso de acción que maximice lo bueno en nuestro libre comportamiento. En relación con el principio ético de solidaridad considero que se parece en cierto sentido a una actitud compasiva y activa ante el sufrimiento y dolor humanos, en cualquier parte del mundo. La justicia es, en mi opinión, el último principio ético esencial, porque agrupa y concentra numerosos aspectos relativos al mérito, y a 19
  • 20. la dignidad, y también al respeto debido a cada persona por el hecho de existir. Con estos principios éticos propios de una ética transcendental de la realidad como la que propongo, pienso que se podría lograr con el esfuerzo de todos, una plenificación de la realidad humana, tanto desde un enfoque antropológico e individual, como desde una perspectiva social y política. Ciertamente, este planteamiento ético es desarrollable, y puede ser objeto de discusión. Como dice Zubiri: «El hombre, efectivamente, recibe de los demás un sistema de moral, que luego puede desechar». (SH 423). En este sentido, considero que los principios éticos expuestos anteriormente, son plenamente válidos de modo universal porque son muy abiertos, y no determinan y condicionan los actos concretos de las personas. Puesto que estimo inadecuado el establecimiento de unas prescripciones muy cerradas y específicas acerca de las conductas óptimas. Me parece que el relativismo moral no debe ser guía de las decisiones morales de los hombres, porque la universalidad de los principios éticos explicitados es lo que garantiza un progreso adecuado, en unos niveles más elevados y generales de justicia y solidaridad. La idea de hombre de la que habla Zubiri es lo que realmente delimita el sistema de deberes de cualquier ética. Algo que considero absolutamente apropiado, ya que la estructuración antropológica de la persona y sus posibilidades de apropiación moral de la realidad es lo esencial, en la práctica de una ética de la libertad responsable, inmersa en una realidad humanizada. La búsqueda de la perfección en la sustancialidad o sustantividad humana es lo más coherente y profundo, si se desea una vida lo más plena posible. La proyección de la idea de sí es decisiva, desde una perspectiva moral, que transciende lo orgánico y lo estimúlico, algo que no sucede en los animales. Como escribe Zubiri: «Si se quiere hablar, absurdamente, de un «dentro» de la aprehensión, diremos que la transcendencia es algo que juega «dentro» de la aprehensión misma». (SH 25). Efectivamente, lo real es el núcleo de lo transcendental presente en toda aprehensión o percepción del mundo. Y la formalidad de realidad de las cosas en la intelección sentiente debe estar presente en una actitud ética que se caracterice por un interés en comprender de una forma lo más completa posible, el campo de realidad en el que actúa cada ser humano. Indudablemente, la ética transcendental de la realidad parte de la aprehensión impresiva de lo real, que es transcendentalidad de modo no conceptivo. Lo que pone de relieve la significación de una matizada aplicación de los principios éticos al mundo real, en función de la diversidad de circunstancias, y posibilidades de apropiación. Que 20
  • 21. también están mediatizadas, por los deseos de autorrealización específicos de cada ser humano, en cada momento histórico. Los tipos de realidad según Zubiri son funciones transcendentales y, por tanto, la capacidad intelectiva de cada individuo es la que orienta el comportamiento o la ética individual. Indudablemente, lo fundamental es saber que la realidad es lo que define la situación humana y, por tanto, lo decisivo es que el ser humano adopte una actitud ética razonada y basada en los principios expuestos anteriormente. Porque como dice Zubiri: «La vida del hombre, repito, como la de todos los animales, consiste en poseerse». (EDR 221). Si bien, como es natural, la libertad de los individuos es tan amplia que aunque se pueda pensar en un relativo determinismo respecto a los actos, en realidad, la capacidad decisoria supera cualquier enfoque determinista, si se considera la libre volición de cada sujeto a lo largo del tiempo. De todos modos, conviene darse cuenta de que en una ética transcendental de la realidad, como la que propongo, el sentir o si se quiere un cierto emotivismo moral es admisible y perfectamente entendible en los comportamientos morales de las personas. Ya que es claro, a mi juicio, que la aprehensión intelectual de lo real es simultáneamente sentiente siguiendo los planteamientos zubirianos. Desde el punto de vista del emotivismo, como el propio de Hume, las conductas responden a emociones o sentimientos de agrado o desagrado, o de gusto y disgusto de una forma inmediata, y sin necesidad de razonamientos. Considero que es pensable y defendible que el agrado ante una conducta, también está fundamentado en la intelección en mayor o menor grado, sobre todo, si se piensa que lo sentiente o lo relativo al sentir forma parte inextricable de lo intelectual. Por otra parte, es indudable que la apertura vital del ser humano se expresa en el mundo personal propio de cada individuo, a través de su actitud moral específica. Al respecto, también escribe Zubiri: «Precisamente porque estoy en el mundo total, en la realidad toda, es por lo que me es posible, y además necesario, bosquejar precisamente, en esa totalidad de realidad, o tratar de encontrar en ella, o de aceptar cuanto ella me ofrece, este sistema de posibilidades que constituyen «mi» mundo». (AM 18). De hecho, las posibilidades están en función de del mundo que me rodea, y en el que existe cada sujeto. Además, frente a un enfoque de la vida como búsqueda de estabilidad es más positivo y enriquecedor poseer una actitud vital y ética fundamentada, no solo en la felicidad o el bienestar, sino en una forma de existencia creativa, y hasta cierto punto lúdica, en el mejor sentido del término. Porque es lo que realmente potencia la autorrealización y plenificación del ser 21
  • 22. humano en la realidad. Algo que también remarca Zubiri al decir: «Se dice, y con razón que la vida no es solamente estabilidad, que es juego». (AM 128). Otra cuestión que considero esencial es la conformación de buenos hábitos de conducta, que si bien no son la última razón del comportamiento, si son fundamentales en la estructuración de una buena actitud ética. Las virtudes descritas por los filósofos antiguos como Aristóteles y Platón son contemplables como modelos razonables de conducta, aunque valorando el cambio social, y las grandes transformaciones de mentalidades en el curso de la historia. Otro aspecto importante en una ética transcendental es el valor de la firmeza en la ejecución de los actos. Porque por medio del ejercicio activo de la voluntad, el hombre consigue autorrealizarse en la medida de sus posibilidades, apropiándose de aspectos de la realidad que están a su alcance. El mismo Zubiri está en esta línea de estimación acerca de la volición porque escribe: «En todo acto de voluntad el hombre se realiza». (SSV 70). Ante el problema del dominio de sí, que es uno de los temas más analizados por la moral, estoy convencido que el planteamiento más coherente es desarrollar un auténtico disfrute o goce de la realidad, pero en un sentido similar al epicúreo más que al estoico. Puesto que lo más apropiado para el ser humano, en mi opinión, es no eliminar de modo casi absoluto las tendencias y los deseos para lograr la tranquilidad o ataraxía estoica, sino potenciar las buenas aspiraciones. Porque además la superación de los deseos como también reconoce Zubiri es quimérico. (SSV 78). Ciertamente, el comportamiento humano es algo fundamentalmente activo, ya que existe una resistencia del medio o de la realidad a la realización de nuestros propósitos. Se entiende, por tanto, que la virtud o la buena actitud ética requieren de un esfuerzo más o menos prolongado en el tiempo. Y esto supone la puesta entre paréntesis de la ataraxía estoica, ya que la tranquilidad perfecta como ausencia completa de deseos y pasiones, no forma parte de la real naturaleza humana. Otra cosa bien diferente y alcanzable, es la modulación y regulación de la intensidad de los sentimientos y deseos con un cierto esfuerzo volitivo, que proporciona la capacidad de gozar autorrealizándose en la realidad. En este sentido, son muy claras las afirmaciones de Zubiri al decir que: «El hombre necesita restaurar su capacidad radical de fruición: hacer que el ser querido sea el ser sido, y que tenga esa modesta, limitada y penosa, si se quiere, pero auténtica fruición: pisar real y efectivamente el terreno que pisa». (SSV 81). En efecto, el esfuerzo por vivir de un modo ético, puede sentirse como algo penoso, pero también simultáneamente desde una interpretación más 22
  • 23. amplia como algo satisfactorio y gozoso. Incuestionablemente, la capacidad volitiva está presente en todos los seres humanos, en cambio, la potencia de querer es diferente, o no es la misma, en todas las personas. Ciertamente, una de las cuestiones éticas y antropológicas fundamentales es, a mi juicio, la conversión de lo querido en lo logrado o realizado en la propia realidad en la que vive cada persona. Ya que, como también afirma Zubiri: «El modo de ser de esa realidad es el carácter de libertad». (SSV 95). En efecto, la forma de realización de la existencia está en profunda relación con las posibilidades reales que el ser humano consigue hacer suyas, para plenificar e intensificar positivamente la vida. Además, el proceso de autorrealización humano no acaba más que con la muerte. Por tanto, los deseos son una de las expresiones de la libertad, y de las enormes potencialidades de las que dispone cada individuo. Los actos de la voluntad son fruitivos en sí mismos por su referencia a la realidad, y porque no son el resultado del simple contento con las decisiones tomadas, sino algo más profundo y radical que no es identificable con la alegría. Puesto que como escribe Zubiri:«Ahora bien, como en definitiva vivir consiste en poseerse, en ser plenariamente en sí mismo con las cosas, consigo mismo y con los demás hombres, quiere decirse que la fruición es la forma suprema de la vida; es el acto radical y formal de la voluntad». (SSV 45). Este enfoque considero que es coincidente con la ética transcendental y real que defiendo, ya que uno de los componentes esenciales de la fruición o de la satisfacción es el libre y provechoso ejercicio de la libertad en la realidad. Considero que la cuestión crucial es propiciar una ética que promueva unos principios de comportamiento, y unos valores morales que hagan posible ser lo que cada persona desee ser en función de sus capacidades y de sus esfuerzos. O matizando más, se puede decir que la capacidad de cada individuo debe ser maximizada, para que de este modo cada sujeto logre ser lo que ya es, pero de una forma aún mejor. A diferencia del voluntarismo ético de Guillermo de Ockham, desde el análisis zubiriano está claro que la razón forma parte de la voluntad, y no existe, por tanto, la disociación que afirmaba el venerabilis inceptor. Porque para este teólogo y filósofo nominalista el bien y el mal dependen de la voluntad divina. El hombre debe pensar que la verdadera actitud ética está inevitablemente dirigida a la realidad para aprovechar sus posibilidades en relación con la construcción de la propia realidad. Y en este sentido, la plenificación que buscan los sujetos éticos está mediada por una realidad actualizada fruitivamente en la forma de 23
  • 24. ser. El mismo Zubiri escribe: «La fruición es la satisfacción acomodada a la realidad actualizada en el sentimiento. Es el disfrute en esta actualidad». (SSV 341). Ciertamente, la satisfacción humana o el goce con la existencia debe ser la base fundamentadora de los comportamientos, desde una perspectiva ética realista. Lo que la historia de la ética pone de manifiesto, a mi juicio, es que no se ha puesto suficiente atención en la dimensión real de lo moral. Porque han sido frecuentes los planteamientos éticos, que afirmaban un racionalismo, que no consideraba suficientemente lo empírico. Una cuestión esencial es como dice Zubiri que: «Los sentimientos nos presentan cada uno facetas distintas de la realidad, y todos ellos están calificados como sentimientos en fruición o en no fruición». ( SSV 354). Y este aspecto diferencial, creo que ha pasado desapercibido a gran parte de las escuelas éticas del siglo XX. Considero que el hombre actual vive demasiado condicionado por el futuro, por la proyección de sus planes y deseos. Lo que supone, en mi opinión, una minusvaloración, quizás inconsciente, del presente. Y todo esto desde la perspectiva ética es preocupante. Probablemente en determinados aspectos de la vida convenga volver al sosiego y la lentitud, como forma de aumentar la calidad del existir humano. En este sentido, parecen premonitorias las palabras de Zubiri: «El hombre de hoy necesita entre otras cosas la higiene de la fruición. Parece que el hombre actual se halla en tal forma disparado hacia el futuro que carece de tiempo y de holgura para saber dónde tiene apoyados sus pies; no tiene fruiciones, sino perpetuos proyectos en que se devora a sí mismo».(SSV 404). Crítica también realizada por Ortega, y por otros pensadores, y que estoy convencido que es plenamente coherente con lo que se observa en la realidad contemporánea, ya que en los últimos años con la denominada era digital alcanza proporciones enormes. El nivel de desconcierto moral en la sociedad me parece que es considerable, por muy diversos motivos. La globalización es uno de ellos, porque procesos como la deslocalización, y los procedimientos injustos de cierto capitalismo financiero y especulativo, causan pérdida de bienestar, e incluso pobreza a grandes capas de la población en muchos países. Algo, reconocido incluso, por una alta autoridad como es Jean Ziegler Vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas de modo explícito y rotundo. Ante esta situación de desorganización económica, social y hasta cierto punto política, el sujeto se puede encontrar y sentir desorientado, sin puntos de referencia confiables y creíbles. Como escribe Zubiri: «El futurismo reacciona sobre el presente disolviéndolo en angustia. El hombre necesita además un mínimo de 24
  • 25. estabilidad social, jurídica y nacional. Pero esto no lo es todo. El hombre necesita ir reconquistando el sentido de la realidad, esto es, recobrar íntimamente su moralización. Y esto no se logrará sin la reconquista de convicciones morales profundas». (SSV404). En efecto, es necesario que los seres humanos comprendan que el esfuerzo por mejorar la realidad social es indispensable, y va unido a la elaboración de una moral que afirme unos principios o valores éticos generales, pero que determinen las condiciones mínimas exigibles desde un punto de vista político a los gobernantes de los estados, y también a los ciudadanos. Incluso un pensador como Michael J. Sander, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard dice: «Los discursos políticos están vacíos de grandes temas éticos».Y también avisa y alerta acerca de la creciente frustración en las democracias, porque se debate sobre términos técnicos y no morales o éticos. Porque es muy cierto que la tecnocracia por sí misma no es suficiente para la resolución de los grandes problemas de la humanidad. Como también argumenta el profesor José Luis Pardo: «Queda poco espacio para un nuevo humanismo cuando la humanidad subsiste en un estadio aún infrahumano». Por estas razones, es imprescindible la utilización de criterios éticos racionales y ajustados a la realidad, porque es la manera de reforzar e impulsar el bienestar de todos sin exclusiones. Desde la sociología Richard Sennett afirma que se desprecia la praxis, puesto que el capitalismo financiero ha cambiado el mundo, si bien, no para mejor. Y es que como argumenta este pensador la aversión al largo plazo ha sido uno de los factores que han originado la crisis actual, y que ha cambiado radicalmente nuestras vidas en las últimas décadas. En definitiva, una ética transcendental de la realidad que se fundamente en principios como la humanización, autonomía, igualdad, complejidad, solidaridad y justicia es la que aportará las directrices que más benefician a los seres humanos, y a su calidad de vida y felicidad. Porque como se sabe, ya Thomas Jefferson señaló en la Declaración de Independencia de 1776 el derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad. O, expresado de otro modo, que los ciudadanos poseen un derecho, al menos teórico, a ser felices. Además también el primer artículo de la Declaración de Virginia de los derechos del hombre afirma el derecho al gozo de la vida cotidiana. (George Mason. Thomas Ludwell Lee). 25
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