1. Las Primas
Lo dicho. Sebastián Lebrija, estuvo manoseando a la suerte. Comoquiera que vivió en esa lejura de
ciudad. Esta, ahí no más, En la espesura de la selva. Como vil réplica de Manaos. Por lo ponzoñosa
de vida diaria. En cada paso desfasada, Venida a menos. Como cualquier sonsonete monotemático.
Yendo por ahí como vulgar expresión de lo humano que hemos sido y somos. Hoy en día, su
cuerpo parece una sola punzada, Y sí que le dio por sonsacar a la cuarentona de Isaura. La
hermana de Ezequiel Perdomo. Hubo que conseguirle refugio en la ciudad donde viven sus primas.
Esa vida que les tocó sortear. Por lo mismo que enhebraron la desesperanza desde muy niñas.
Ezequiel, no las veía desde la primera comunión de Jacintico el nieto de una de ellas. De Elvira
Inés, para ser más preciso. Inés Elvira era un poco menor que su hermana. Vivían en Marinilla
desde que nacieron. Su mamá tuvo que enfrentar un poco más de mil problemas; después que el
papá, perdió la vida cuando trabajaba para las Empresas Públicas en todo el proceso del
ahogamiento de El Peñol, para construir la presa.
A propósito, lo que llaman hoy por hoy, municipio de El Peñol, no es otra cosa que simple
sumatoria de casas, puestas ahí. Muchas familias se fueron para otros lares, antes que aceptar
esas cajitas de fósforos. Es tal y como había pasado en otros lugares del país. No solo con las
presas. También con la construcción de vías públicas. Una expresión parecida “o lo tomas o lo
dejas”. Así de simple. Como nomenclaturas previstas desde antes que todo sucediera. Es como
descifrar el galimatías constitucional. Nunca he podido entender esa confrontación. La que habla
del bien colectivo versus el bien individual, Como partición del yo individual, cediéndole el paso a
sujetos perdidos en ese maremágnum conceptual. Porque se erige como soporte de cualquier
actuación.
Y, ese tipo de ejercicio, se va metiendo en lo más íntimo. Allí en donde no se puede regresar a la
autonomía, so pena de ser castigado o castigada. Ley, erigida como ley prepotente. Algo así es lo
que le está pasando a Sebastián. Como sujeto íngrimo, a la hora de hacer frente a la vida como
simple sumisión a un todo. Y, entonces, cuando esto pasa se da cuenta de ser sujetos en
minusvalía. Sin la posibilidad de ser ellos mismos y ellas mismas. Entonces todo empieza a suceder
independientemente de la afectación. Y se coloca, como soporte colectivo a los individuos y las
individuas que ruedan por ahí.
Y, volviendo a lo de echarle piropos a la suerte, entiendo que el albur nuestro siempre está ahí
latente. En Ciernes. Siendo así, entonces lo que somos es nada. Porque nos ponen a valer lo que se
necesita para abrigar uno u otro proceso denominado colectivo.
Por ahí yendo, Sebastián se opuso al abandono de su individualidad. Y arengó a sus pares
desprovistos y desprovistas de su yo personal. Sus primas siempre lo han querido mucho. Pero la
distancia había convertido las ilusiones individuales, en mera expresión de menor valía. Casi
inexistentes.
El papá de Inés Elvira y Elvira Inés, siempre fastidiaba con la cantinela de lo público como
expresión avasallante que había que aceptar a toda hora. Por esto, las primas y la mamá de ellas
vivieron cada paso, cada día a lo que dijera su papá Armando.
Cuando Ezequiel llegó al pueblito, sintió ese vahído en el ambiente. Flotando en todo lo habido.
Avanzó hasta la casita de las primitas. Entró en ella de una, porque la puerta estaba abierta. Sin
verlas, en físico, llamó a gritos a las tres. Nadie respondió. Al llegar al patio interno, sintió un golpe
seco en la nuca. No alcanzó a ver quién lo agredió. Lo que si supo después es que don Armando
había enterrado vivas a sus hijas y a la mamá. Salió presuroso. Hablando y hablando, por la calle.
Sin poder emitir palabra entendible. Y regresó al pasado. Vio cómo su cuerpo se fue
desmoronando. Hasta que solo quedó polvo sobre polvo.