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BREXIT: DEL MAL CAUSADO A LA GRAN INCERTIDUMBRE.
Manfred Nolte
Razonaba en mi anterior columna del lunes, 20 de Junio, en este mismo
periódico, que con Brexit o sin él, el mal inglés ya estaba causado. El resultado
del referéndum británico conocido en la madrugada de ayer, ha sido un mazazo
para la credibilidad de los pronósticos demoscópicos y los azarosos vaticinios de
las casas de apuestas. En sus repercusiones sociales representa el último
capítulo de un libro confuso, lleno de ambigüedades e inconsistencias, donde en
su conjunto, el protagonista es un acaudalado personaje con el que cualquier
esfuerzo de atracción al seno familiar no solo ha sido vano sino
contraproducente. No hay manera de reconducirlo al entorno en el que en su día
decidió instalarse, cuyo presente se le antoja insoportable y los síes que
pronuncia poseen a menudo el cínico timbre que augura un no de fondo, una
indiferencia que transmite un modo forzado de vivir ajeno a sus verdaderas
preferencias.
Bien es verdad que en el referéndum británico ha ganado el ‘leave’ por exigua
mayoría y que la historia no hará distingos entre esta última y la amplia minoría
de ciudadanos que quiso otra cosa y no pudo, porque las consultas
corresponden a las modalidades atléticas de carreras cortas, a esa breve
aceleración explosiva que realiza un corredor durante segundos, más que a las
cadenciosas carreras de fondo donde es obligado otorgar más tiempo al examen
de todas las circunstancias de la carrera, o sea, del problema. Democracia a una
sola carta. Los políticos solo convocan referéndums cuando están seguros de su
resultado y cuando creen que ganando tiempo se apacigua a los disidentes y las
cosas acaban arreglándose solas. El creador de la quimera británica tiene
nombre y apellidos: David Cameron.
Ha sido el Reino Unido un huésped que nunca se ha sentido a gusto en la gran
casa del proyecto unionista europeo, aunque como cualquier comerciante
conocedor de su oficio viese en este último proyecto importantes elementos de
interés para su peculio particular. Pero las cosas importantes están donde está
el corazón de uno y hacía tiempo que el corazón del Reino Unido latía fuera de
Europa y que el Brexit factual – no el jurídico- planeaba sobre el viejo
continente. En realidad, desde que se firmaron los Tratados de Roma, el Reino
Unido ha sido el único país de la Unión Europea que ha conseguido
monopolizar la atención del resto de estados miembros durante meses,
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amenazando con retirarse de la UE si no se revisaban aspectos concretos de su
contrato de asociación: a mediados de los 70, a principios de los 80 y a
mediados de 2010.
Sin duda ya lo saben pero es necesario recordarlo. Con el tiempo, Gran Bretaña,
acumulando las llamadas clausulas ‘opting-out’ o clausulas de exención, que son
la manera de garantizar que cuando un país no desee sumarse a los demás en un
ámbito particular de la política de la Unión Europea(UE) pueda quedarse al
margen e impedir un bloqueo general, se había excluido de las áreas políticas
más importantes de la UE: el euro, La Zona Schengen de tránsito viajero sin
pasaporte, asuntos de justicia y de interior y la Carta de derechos fundamentales
de la UE.
Además, a principios de este año 2.016, desatando una importante controversia
entre los líderes europeos, David Cameron logró ampliar el catálogo de
exenciones tras la negociación de un acuerdo excepcional para evitar la retirada
del Reino Unido de la UE. Cameron aseguró a las autoridades europeas que las
concesiones logradas calmarían los ánimos crispados de la oposición populista y
xenófoba de su país y que él mismo encabezaría la opción ‘Remain’
(permanecer) en un referéndum que desgraciadamente ya estaba
comprometido.
Estas eran algunas de las exenciones: la UE habría creado un freno de
emergencia para que el Reino Unido limitase las prestaciones sociales otorgadas
a inmigrantes comunitarios durante un periodo de cuatro años; la UE no
discriminaría a aquellos países que decidiesen no sumarse al proyecto de la
moneda única y estaría dispuesta a aceptar normativas diferenciadas para los
sectores financieros de los miembros del euro y el Reino Unido; los parlamentos
nacionales podrían vetar leyes comunitarias siempre que se alcanzase el acuerdo
del 55% de ellos; la UE se comprometía a agilizar el mercado único europeo,
especialmente para las pymes, derogando legislaciones burocráticas si ello fuese
necesario; y en particular, el Reino Unido quedaba excluido del objetivo
genérico comunitario de la integración política a través de una Unión cada vez
más cooperativa. El alcance legal de esta última cláusula es tan ambiguo que su
significado político es ilimitado. Pero ya en enero, cualquier observador
imparcial podría concluir que era imposible entender como puede perseguir la
UE un proyecto integrador cada vez mayor si uno de sus socios más importantes
disfruta de una exención permanente.
La realidad, a la vista de estas exenciones, es que la Unión europea ya era antes
del Brexit un proyecto dividido y que Europa era una máquina que se movía a
dos velocidades, o de geometría variable, según se ha dicho. El Barco de la UE
era un medio de transporte común, pero solo los británicos disponían de los
privilegios de la clase de lujo, de la clase preferente.
El Reino Unido ya gozaba de un estatus especial y ya disfrutaba de las
exenciones, concesiones y estatus de privilegio que podrían acallar la voz de los
más reticentes. El problema, en consecuencia, se hallaba en otro lugar. El Reino
Unido no ha sabido por idiosincrasia o no ha querido por interés comercial
participar en lo que podemos llamar los ‘valores’ comunitarios y muy
particularmente en la cesión de soberanía normativa en lo que él ha reputado
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como burocracia de Bruselas. Pero sobre todo Cameron y sus seguidores se han
dejado arrastrar –o no han sabido contener- el miedo demagógico achacado a
las migraciones descontroladas y a los efectos de la desaparición de las fronteras
de las formaciones xenófobas. Léase UKIP.
Obviamente, estos últimos acuerdos quedan ahora derogados con la decisión de
la salida británica del Reino Unido. El mal ya estaba hecho y ahora solamente
queda beber de la larga y amarga copa de la decepción sufrida por quienes
confiaban esperanzados en atraer a la casa común al hijo, padre o pariente
díscolo, llámenlo como quieran.
Pero el Brexit abre ahora la exclusa a un nuevo mal de consecuencias
desconocidas: la incertidumbre y volatilidad que acompañará a un largo y
espinoso camino jurídico de salida de la UE y de renegociación de acuerdos
bilaterales y globales. Las perspectivas son escasamente halagüeñas.