La reacción suscitada en el Reino Unido por el borrador de acuerdo del BREXIT presagia lo peor en términos de estabilidad política del Gobierno conservador y una salida caótica.
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FUENTE:FINANCIAL TIMES.
BREXIT: UNA PENOSA FANTASIA.
Manfred Nolte
Una explosiva polémica y negros presagios rodean al reciente acuerdo técnico
entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre el Brexit. Políticos, ciudadanos y
medios de comunicación otorgan de forma unánime a Theresa May el triste
mérito de haber aunado a los habitantes de las Islas en torno al juicio que el
borrador del divorcio les merece: un conjunto de proposiciones terribles para
los intereses de los británicos, una propuesta intolerable y, de aceptarse, una
claudicación vergonzante.
En Bruselas se otorga con el silencio que confiere el deber cumplido: un
documento redactado para que ningún otro miembro de la Unión caiga en la
tentación de seguir el ejemplo británico. Una directriz básica de la Unión en las
negociaciones ha sido que el Reino Unido tenía que sufrir pérdidas con la
desanexión. Y así ha sucedido. Por ello, en el bando europeo solamente se
producen comentarios apenas musitados en voz baja a la espera de que el
acuerdo se ratifique por mayoría simple en el Parlamento Europeo y mayoría
cualificada en el Consejo.
Por el contrario, en la quinta economía más grande del mundo y socio de la
Unión durante 46 años crecen las manifestaciones de estupor, desencanto y
cólera. El espectro del fracaso británico en Suez en 1956 bajo el mandato de
Anthony Eden resucita con análogo mensaje decepcionante. Donde se esperaba
el renovado esplendor del poder imperial ha surgido el desengaño inesperado.
El mensaje mesiánico lanzado por los partidarios del ‘leave’ en vísperas del
referéndum de 2016 prometiendo un Reino Unido global y renacido,
expandiéndose libre de ataduras por los cinco continentes ha dado paso al
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fundado temor de verse ahora sometidos a los términos y condiciones de una
capital, Bruselas, a la que deseaban olvidar para siempre.
Las primeras lecturas del documento de desanexión han provocado un tsunami
inmediato entre propios y ajenos a las filas de la primera ministra británica.
May se ha enfrentado a una ola de dimisiones entre sus colaboradores más
cercanos que ha capeado como ha podido, pero desde las huestes conservadoras
los rebeldes urden una campaña de firmas exigiendo su dimisión y la
convocatoria de nuevas elecciones. El documento se someterá en breve plazo al
Parlamento británico, pero todo apunta a que Theresa May no obtendrá los
votos necesarios para sacar adelante su proyecto. De los 318 votos que necesita
apenas hay combinaciones viables entre propios y ajenos que avalen un
resultado positivo. De rechazarse el borrador de acuerdo se abre una nueva
etapa de desconcierto y amenazas, si como se anticipa por parte comunitaria, la
fecha última de ejecución del Brexit –sean cuales sean los términos del pacto
alcanzado- queda fijada en el próximo 29 de marzo. La posibilidad de un Brexit
duro, esto es sin acuerdo de transición, cobra verosimilitud aunque los estragos
de esta alternativa puedan calificarse de caóticos. Bruselas, los Países de la
Unión, y todos los lobbies y órganos de gestión sectoriales del viejo continente
harían bien en trazar desde ya un plan de emergencia para hacer frente a esta
posibilidad.
¿Pueden destacarse aquellos puntos del Acuerdo que han suscitado la reacción
de repulsa generalizada de la ciudadanía y del establishment británico? Se
puede, con riesgo de hipersimplificar. Citemos dos: las consecuencias del
‘backstop’ (barrera) de las fronteras entre Republica de Irlanda e Irlanda del
Norte y las reglas del ‘level playing field’ (igualdad de condiciones), derivadas
de la entrada del Reino Unido en una Unión Aduanera.
La provincia británica de Irlanda del Norte es un Gibraltar elevado a la enésima
potencia. Al formar parte de la Unión Europea el tráfico de factores entre ellos y
la Republica de Irlanda es total y absoluto. El Brexit obligaba en consecuencia a
la separación drástica –a la erección de vallas y aduanas- entre las dos Irlandas,
extremo que ambas partes ha deseado evitar, para no erosionar el ‘Acuerdo de
paz del Viernes Santo’, que en 1998 puso fin a 30 años de sangriento conflicto
en Irlanda del Norte.
El pacto pasaba por conferir a Irlanda del Norte el estatus de territorio asociado
‘ad hoc’ (unión aduanera) a la Unión Europea. Ello permitiría evitar las
fronteras y los aranceles y la circulación de personas, pero en contrapartida
Bruselas exigía el sometimiento de la zona a amplios capítulos de la normativa
comunitaria. Obviamente los negociadores británicos no podían admitir tal
división de soberanía con lo que el acuerdo final extiende la Unión aduanera
‘temporal’ a la totalidad del Reino Unido pero con las contrapartidas aludidas.
Este acuerdo permanecerá vigente hasta que ambas partes acuerden la
modificación futura de dicho statu quo. La Unión aduanera permite el libre flujo
de mercancías entre fronteras, pero según el acuerdo, supeditado a que el Reino
Unido acepte un gran porcentaje de normas comunitarias, en particular las
referidas a Ayudas de estado, fiscalidad beligerante, condiciones laborales y con
la prohibición expresa de firmar acuerdos comerciales con terceros países. Estas
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rígidas condiciones impuestas por Bruselas culminan con el acuerdo de que la
Corte Europea de Justicia será la instancia final de apelación de conflictos.
Puede fácilmente entenderse la consternación de los críticos británicos que
consideran el acuerdo como una traición. Bajo las reglas citadas el Reino Unido
puede quedar atrapado años o incluso décadas en una unión aduanera en la que
carecen de atribuciones regulatorias, sin capacidad unilateral para abandonarla.
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Lo anterior se complementa con las reglas concernientes al ‘level playing field’ el
acuerdo que garantiza que las contrapartes juegan con unas mismas reglas del
juego en lo que se refiere a las reglas de la competencia. Hasta el final del
periodo transitorio que se extiende a Diciembre de 20120 la industria y los
servicios británicos deberán acatar todas las directivas, estándares
medioambientales y precios energéticos de la Unión europea, eso si, sin
capacidad de influencia en la legislación aplicada y sometida en última instancia
a los Tribunales de la Corte Europea de Justicia. A esto llaman los más críticos
un tratado de ‘vasallaje’.
Los partidarios del ‘remain’ están obviamente furiosos, pero igualmente lo están
los votantes del ‘leave’. El sueño del soberanismo se ha roto y, en consecuencia,
será muy difícil que Teresa May logre alcanzar el ‘si’ mayoritario al acuerdo en
las dos cámaras del Parlamento de Londres. La primera Ministra jugará la baza
de que cualquier alternativa sería peor.
Dos conclusiones finales. La primera que, para los británicos, el abandono de la
Unión sin consecuencias no fue sino una penosa fantasía. La segunda, que
tenemos Brexit para largo.