Junto a los estragos humanitarios y sanitarios el Coronavirus empieza a afectar muy negativamente a la economía. La reacción de los Bancos Centrales puede ser contraproducente.
Son adecuadas las medidas monetarias para combatir los daños económicos del Covid-19
1. ¿SON ADECUADAS LAS MEDIDAS MONETARIAS PARA COMBATIR
LOS DAÑOS ECONOMICOS DEL COVID-19?
Manfred Nolte
Las cifras hablan de una expansión del COVID-19 en el terreno médico cuyo
alcance final resulta muy difícil de predecir. Aunque la serenidad sea una actitud
imprescindible en cualquier iniciativa personal o social, pública o privada, las
autoridades sanitarias se ven amenazadas por un problema inicialmente mayor
que la curación de los afectados por el virus asiático. El desafío consiste en no ser
desbordados por los efectos de una multiplicación meteórica de los contagios, en
evitar el colapso del sistema sanitario y la carencia de los artículos, fármacos y
recursos humanos que intervienen en su dinámica curativa.
Paralelamente a la crisis sanitaria, resulta incontestable al día de hoy que los
estragos económicos producidos por la epidemia no cesan de crecer y amenazan
igualmente con hacer retroceder la dinámica productiva del planeta hasta niveles
similares a los registrados durante el estallido de la gran crisis de Wall Street en
2008. Las cadenas de producción sufren retrasos o se paralizan debido a la falta
de suministros en gran parte de las economías occidentales. El turismo se colapsa
ante las cancelaciones en bloque de los operadores internacionales y las
restricciones impuestos por las autoridades de entrada en muchos países. Las
líneas aéreas computan pérdidas millonarias por el descenso del tráfico y su
capitalización en bolsa no atisba el fondo. Las pequeñas empresas, dependiendo
del grado de endeudamiento, comienzan a visualizar un escenario de
insuficiencia financiera. Otras, no solo las pequeñas y medianas, reducen
temporalmente plantillas. Alguna se ve ya abocada a la quiebra. Se clausuran
ferias, centros docentes y eventos deportivos. Los grandes organismos
multilaterales, el FMI, la OCDE o la Comisión europea compiten en sus
pronósticos pesimistas con asociaciones privadas o Lobbies sectoriales para
determinar la caída de los PIB nacionales y del PIB global. Los malos datos de
hoy se ven superados por los de mañana. Los vigentes se convierten rápidamente
en obsoletos.
No sería correcto, por el momento, calificar de crisis económica lo que se esconde
tras la tormenta de los mercados. Para ello el PIB global y en su caso el de cada
país, debería incurrir en terreno negativo. No es previsible tal situación para el
conjunto de occidente, aunque algunas excepciones estén en boca de los analistas
como pueda resultar, en nuestro entorno, el caso de Italia o Alemania. Pero si
2. cabe hablar de un enérgico retroceso, un shock productivo y financiero que
contiene muchos de los elementos de las crisis económicas.
La nota más llamativa de lo que llamaremos el actual shock económico es su
naturaleza novedosa, su penosa originalidad. Por primera vez desde que tenemos
registros fiables de crecimientos del PIB, en particular a partir de la primera
revolución industrial a finales del siglo XVIII, el shock, la pseudo-crisis actual no
tiene su origen ni en un derrumbamiento del sistema financiero, ni en un
desequilibrio masivo debida a una superproducción del sistema, que son las dos
causas más frecuentes, por no de decir exclusivas, de las crisis económicas.
Lo cual presta a nuestro shock un doble atributo. En primer lugar, viene
acompañado de un ingrediente de tolerancia fatalista ante lo que puede
calificarse como un fenómeno natural adverso y fortuito no atribuible a la mala
gestión del sistema por parte de sus agentes económicos. En segundo lugar, el
denominado shock tiene un rostro irreconocible. Para su contención y posterior
derrota muy probablemente no resulten eficaces las políticas tradicionales
anticíclicas aplicadas a combatir las crisis de superproducción, o sea de déficit de
demanda, o las financieras. Como causa directa no se advierte superproducción
en el sistema sino justamente todo lo contrario: un déficit clamoroso de oferta.
En consecuencia, cabe preguntarse si las políticas de respuesta al actual shock de
los mercados son los adecuados. Las políticas monetarias no corrigen las
carencias de la oferta. A corto plazo los recortes de tipos de interés de los Bancos
centrales no van a evitar el cierre de escuelas, de convenciones o de restaurantes.
No persuadirán a los empresarios a reiniciar su producción si carecen de
suministros de componentes que proceden de otras plantas y de otros países.
Pero pueden contribuir a acentuar la ya mermada salud del sistema bancario y
frenar su intento de rescatar su necesaria rentabilidad, en un momento en que la
recuperación de sus créditos se verá, sin duda, amenazada por los fallidos de
particulares y empresas.
La reanudación y refuerzo de las políticas de compras de obligaciones y aumento
de la liquidez por parte de las autoridades monetarias no harán sino multiplicar
los estragos ya producidos por las estrepitosas caídas de las bolsas de valores que
no solo siembran el desánimo entre los inversores, sino que al desviar fondos a
activos sin riesgo castigan más aun si cabe a los ahorradores que ven mermados
sus recursos de forma adicional en un escenario global de tipos nulos o negativos.
De rebote, el efecto riqueza a la baja que estas medidas producen sobre el
consumo no puede sino contribuir a la erosión de la actividad económica.
Las políticas fiscales tampoco tienen recorrido en el muy corto plazo. Rebajas de
impuestos y contribuciones sociales, o incluso subvenciones dinerarias o líneas
de crédito de apoyo a las empresas a coste cero no reabrirán escuelas,
desmontarán guetos o invitarán a reiniciar una producción sin componentes
vitales.
La parte de león de las políticas públicas debe dirigirse en este momento al
refuerzo financiero de la batalla médica y de la puesta a disposición de la sanidad
pública de todos los apoyos logísticos y monetarios necesarios. La colaboración
internacional parece también inexcusable.
3. En un instante posterior, y a tenor de las necesidades, los presupuestos públicos
no tendrán otra opción que activar todo su arsenal de protección social. De afectar
el shock a la demanda, será el momento de activar entonces las políticas fiscales.