1. 1
Fotografía: Financial Times.
INSOSTENIBLE DEUDA GLOBAL.
Manfred Nolte
Ya se sabe que no es lo mismo predicar que dar trigo, esto es, que resulta más fácil dar
consejos que practicar lo que se aconseja. Es cierto que los árbitros no están para tirar
los penaltis sino para pitarlos y su función también es imprescindible. Tenemos para
bien o para mal en el ámbito de las Instituciones multilaterales –en buena parte fueron
creadas para eso- árbitros, jueces y evaluadores suficientes como para mantener
permanentemente despierta la conciencia económica del planeta: las conciencias
gubernamentales y corporativas y también las familiares y del individuo. Aunque no
siempre acierten en sus advertencias y aunque en ocasiones se desdigan de lo que antes
dijeron.
Entre estas Instituciones multilaterales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ocupa
un lugar destacado en el análisis y supervisión de la marcha de la economía mundial.
Justamente por estas fechas publica su informe de seguimiento fiscal, el ‘Fiscal Monitor
Report’ que ha llegado a continuación de otro dictamen importante, el de perspectivas
económicas mundiales, en el que ha predicho una rebaja del crecimiento mundial en
2016 hasta el 3,1% anual, un ritmo –hay que adelantarlo- insuficiente para paliar las
graves carencias de las economías en crisis y para poner remedio al grave mal que a
continuación vamos a relatar.
Y es que el referido informe fiscal señala que la deuda global excluyendo al sector
financiero en nuestro planeta, el agregado de la deuda publica soberana y de la deuda
privada alcanza la cifra de 152 billones (con ‘b’) de dólares. Para poner esta magnitud
en referencia ayudará señalar que representa el 225% del PIB mundial, del esfuerzo de
todos los factores de la producción del planeta en un año para la creación de los bienes
y servicios que se ofrecen al mercado. Y lo que es peor: este porcentaje, en lugar de
corregirse sigue aumentando paulatinamente. Nunca la deuda planetaria ha sido tan
elevada como lo es al día de hoy. Al finalizar la segunda guerra mundial el
endeudamiento de los países también fue significativo, pero en las tres décadas que
siguieron al final de la contienda el vigoroso crecimiento de la economía y una inflación
moderada significaron que el PIB creció mas rápido que el endeudamiento y el ratio o
porcentaje entre ambos se fue diluyendo gradualmente. El problema que nos ocupa se
2. 2
deriva del hecho de que con la crisis de 2008 la deuda se dispara y la inflación y el
crecimiento están en mínimos históricos.
La política no convencional con la que los bancos centrales han respondido al bajo
crecimiento y al riesgo de deflación mediante tipos de interés nulos o negativos y
océanos de liquidez ha resultado ser un arma de dos filos. Abarata notablemente el
servicio de la deuda (el pago de unos intereses menores) pero también estimula
imprudentemente la demanda de nuevos prestamos. En España y otros países en crisis
el recurso a la deuda ha supuesto la falsa panacea para cubrir los sucesivos déficits
presupuestarios, recurriendo al endeudamiento público cada vez que un gasto
desmesurado e ineficiente no ha sido cubierto con unos ingresos fiscales que han
cargado siempre sobre los mismos el coste de una financiación presupuestaria
indisciplinada e inoperante.
El repetido informe del FMI alerta de este crecimiento desordenado advirtiendo que
contiene todos los ingredientes para provocar una nueva crisis financiera, que ya se
sabe, los las crisis más pertinaces y más difíciles de desarraigar. En particular los
gobiernos –dice- tienen que ser conscientes de que tienen en sus dependencias una
bomba de relojería. Y el tictac resulta cada vez más apreciable.
¿En qué medida se aplican estas advertencias a la economía española? La respuesta es
que la aplicación es directa y la alarma activa las coloraciones roja y muy roja. Si bien
en España el endeudamiento privado de sectores no financieros ha registrado una
reducción vigorosa y altamente saludable, este movimiento se ha debido en parte al
traspaso de riesgos al sector público sobre quien recae en la actualidad el mayor
protagonismo del problema. La deuda soberana rebasa al día de hoy el billón de euros y
se sitúa en el entorno del 100% de nuestro PIB. Se trata de una deuda pública
relativamente bien contratada –es justo reconocerlo- ya que la vida media se sitúa en
los 6,2 años y el coste medio en el 3,7% anual. Durante 2016 hemos asistido al increíble
espectáculo de poder financiar los vencimientos inferiores a tres años a tipos negativos.
¿Porqué entonces preocuparse? ¿Porqué hacer caso de las repetidas advertencias de los
organismos supervisores si el riesgo soberano español goza de un predicamento
relativamente alto entre los inversores del mercado?
Por tres razones que tienden a olvidarse o aparcarse con pasmosa facilidad que
describen la sostenibilidad de la deuda publica española.
La primera es que el exorbitante importe de nuestra deuda provoca un pago de
intereses anual del orden de los 32.000 millones de euros al año y creciendo, 3,5 veces
el presupuesto de investigación, la mitad del de educación y una cuarta parte de los
pagos anuales por pensiones. Reducir el coste del servicio de la deuda permite reforzar,
en consecuencia, la atención a otras rubricas presupuestarias de gran importancia.
La segunda pasa por reconocer que los intereses que España paga ahora mismo por su
deuda son sencillamente irreales y fuera del precio de mercado. Sin llevar al tipo de
2012 en que el mercado exigía para el bono a 10 años un tipo del 7,5%, un tipo ‘natural’
que podríamos estimar en el 4% supondría una elevación drástica de la partida
presupuestaria de servicio de la deuda, en perjuicio de otras necesarias. La razón de
este espejismo se llama Mario Draghi que tiene intervenido el mercado hasta que se
canse de hacerlo. ¿Qué pasaría entonces?
La tercera razón reside en la credibilidad internacional. En la medida que vuelva a
repetirse el escenario de 2012, los mercados simplemente no se creerán que España
pueda devolver y sus deuda pudiendo cerrarle el grifo de nuevas financiaciones como
3. 3
sucedió en aquella ocasión.
Escuchemos al FMI y mejor aun a nuestro mas elemental sentido común. Es necesario
contener primero, y reducir después nuestra desmesurara deuda total. Para ello es
necesario criterio, disciplina y también un vigoroso crecimiento económico que facilite
la amortización. El crecimiento es la doble llave de la sustitución del crédito y de la
creación de empleo. Y aprovechar el rebufo irrepetible de los vientos de cola que nos
arrastran para proseguir en la línea de reforma de las estructuras productivas y
consolidar la recuperación de los estragos de esta crisis, controlada pero aun no
superada.
Deuda global bruta en relación al PIB mundial
Fuente: FMI